RUDOLF STEINER
El Sendero de Buda hacia el Espíritu dentro de sí mismo, el Camino de Zaratustra hacia el Espíritu en el Universo.
Berlín, 9 de diciembre de 1910
quinta conferencia
La última vez comenzamos aquí a dar algunas indicaciones sobre la naturaleza y el carácter del Evangelio de Marcos. De ello ya se desprende, que en la consideración del Evangelio de Marcos puede, casi más que en referencia a los otros Evangelios, ser cuestión de dar algo sobre las grandes leyes tanto de la evolución de la humanidad como de la evolución cósmica en general. Hay que decir que, a raíz de lo que se insinúa en las profundidades de los misterios cristianos en este Evangelio, hay motivos para penetrar quizá más profundamente en algunos de los secretos y leyes del desarrollo cósmico y humano.
Ahora bien, originalmente yo creía que sería posible, en el curso de este invierno, dar indicaciones significativas e íntimas de cosas que aún no hemos oído dentro de nuestro desarrollo científico-espiritual, o quizás mejor dicho, de cosas que yacen en niveles espirituales que aún no hemos tocado. Sin embargo, será necesario abandonar este plan original para este invierno, por la sencilla razón de que esta rama berlinesa ha crecido de una manera tan sorprendente en las últimas semanas que no sería posible llevar a la comprensión todo lo que originalmente se pretendía decir en este momento. No sólo es necesario presuponer una formación previa de cierto nivel en matemáticas o en cualquier otra ciencia, por ejemplo, sino que éste debe ser el caso en un grado aún mayor si se quieren alcanzar ciertas alturas de la contemplación científico-espiritual. Más adelante consideraremos cómo se pueden hacer audibles las partes del Evangelio de Marcos que aún no se han discutido en un círculo tan amplio.
Pero, si queremos comprender un escrito como el Evangelio de Marcos, es necesario sobre todo que visualicemos exactamente los factores importantes a través de los cuales ha tenido lugar el desarrollo de la humanidad. Yo diría que esto siempre se enfatiza como una verdad abstracta, muy general: que en todos los tiempos ha habido ciertos líderes de la humanidad que, debido a que estaban en cierta relación con los Misterios, con los mundos espirituales, suprasensibles, fueron capaces de impartir impulsos en el desarrollo de la humanidad que podían contribuir al progreso y avance de este desarrollo de la humanidad. Ahora bien, hay dos maneras principales, las más esenciales, en que el hombre puede relacionarse con los mundos supersensibles, espirituales. El primer tipo es el que podemos estudiar con particular claridad si nos referimos en unas pocas líneas, -como lo haremos en un futuro próximo incluso públicamente, exotéricamente en una conferencia pública-, a la imagen del gran líder de la humanidad Zaratustra; y la otra forma en que tales líderes de la humanidad pueden entrar en relación con los mundos espirituales puede presentarse ante la mirada de nuestra alma si evocamos ante nuestra alma la peculiaridad del gran Buda. Sin embargo, estos dos líderes de la humanidad, Buda y Zaratustra, son muy diferentes entre sí en toda la forma de su labor. Es necesario saber diferenciar que, en lo que Buda y el budismo llaman esa inmersión que se produjo bajo el árbol Bodhi, -que es, pues, una expresión simbólica de una cierta profundización mística de Buda-, se ofrece un camino que el yo humano emprende hacia su propio ser, hacia su propia naturaleza más profunda. Este camino, que el Buda emprendió de forma tan extraordinaria, es un descenso del yo humano a las profundidades, a los abismos de su propia naturaleza humana.
Se harán ustedes una idea más clara de lo que esto significa si han reparado en que hemos seguido la evolución del hombre a través de cuatro etapas, tres de las cuales ya se han completado; ahora nos encontramos en la cuarta. Hemos seguido el desarrollo de la humanidad a través del desarrollo de Saturno, del Sol y de la Luna, y ahora estamos en el desarrollo terrestre. Sabemos que estas tres etapas del desarrollo humano corresponden a la formación del cuerpo físico, del cuerpo etérico y del cuerpo astral del ser humano, y que ahora nos encontramos dentro del desarrollo terrestre, cuya tarea es la de formar el yo humano, en la medida en que este yo ha de constituirse como miembro de la entidad humana. Desde los más variados puntos de vista hemos caracterizado a este ser humano como un yo encerrado en tres envolturas: la envoltura astral correspondiente a la evolución lunar, la envoltura etérica correspondiente a la evolución solar y la envoltura física correspondiente a la evolución de Saturno. Podemos visualizar a este ser humano de forma algo esquemática como sigue:
Tal como se encuentra hoy el hombre en su desarrollo normal y tal como ha desarrollado su conciencia, en el fondo no sabe nada, no tiene conciencia de su cuerpo astral, ni de su cuerpo etérico, ni de su cuerpo físico. Por supuesto, ustedes dirán ahora que el hombre sí que tiene conciencia de su cuerpo físico. No es así. Porque lo que normalmente se considera el cuerpo físico del hombre no es más que una maya, una ilusión. Lo que se le presenta al hombre como cuerpo físico es básicamente la interacción de los cuatro miembros del ser humano, el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo, y el resultado, todo el resultado de esta interacción es lo que se le presenta al hombre, por así decirlo, visiblemente a los ojos, tangiblemente a las manos. Si realmente quisieran ver el cuerpo físico, tendrían que ser capaces de eliminar el yo, el cuerpo astral y el cuerpo etérico del ser humano, -del mismo modo que de una composición química formada por cuatro sustancias, tendrían que eliminar tres y conservar uno-, y entonces conservarían el cuerpo físico. Pero esto no es posible en las condiciones actuales de la existencia terrestre. Es posible que crean que esto sucede cada vez que una persona muere. Pero eso no es correcto. Porque lo que queda cuando una persona muere no es su cuerpo físico, sino el cadáver. El cuerpo físico no podría vivir con las leyes que están activas en el cuerpo físico cuando se produce la muerte. No son sus propias leyes, sino leyes que pertenecen al mundo exterior. <Por consiguiente, si ustedes siguen estos pensamientos, tendrán que decirse a sí mismos que lo que habitualmente se llama el cuerpo físico del hombre es una maya, una ilusión, y lo que en la ciencia espiritual llamamos el cuerpo físico es esa ley, esa ley orgánica, que crea el cuerpo físico del hombre dentro de nuestro mundo mineral de la misma manera que la ley de cristalización del cuarzo o la de la esmeralda crea el cuarzo o la esmeralda. Esta organización humana que es efectiva en el mundo mineral-físico es en realidad el cuerpo físico del ser humano. Y siempre que la ciencia espiritual habla del cuerpo físico del hombre no se refiere a otra cosa. Pues lo que el hombre conoce hoy del mundo no es otra cosa que el resultado de su percepción sensorial, de lo que perciben los sentidos. Pero la forma en que los sentidos humanos perciben sólo puede percibirse en un organismo en el que exista un yo. La forma superficial actual de ver las cosas supone naturalmente que un animal, por ejemplo, también percibe el mundo exterior del mismo modo que el ser humano lo percibe a través de sus sentidos. Se trata de una visión muy confusa, y la gente se sorprendería mucho si se le presentara la forma en que aparece la visión del mundo de un caballo, un perro u otro animal, lo que tendrá que ocurrir algún día. El entorno del perro o el entorno del caballo, dibujados, por así decirlo, parecerían muy diferentes de la visión del mundo del hombre. Pues para que los sentidos perciban el mundo tal como lo percibe el hombre, es necesario que el yo se despliegue sobre el mundo y colme los órganos de los sentidos, los ojos, los oídos, etcétera. De modo que sólo un organismo en el que habita un yo tiene una visión del mundo como la que tiene el ser humano, y el organismo exterior del ser humano se encuentra dentro de él, pertenece únicamente a esta visión del mundo. Por lo tanto debemos decir:
Lo que se suele llamar el cuerpo físico del hombre es sólo un resultado de nuestra observación sensorial y no la realidad.
Cuando hablamos del ser humano físico, de todo lo que el ser humano tiene a su alrededor como elemento físico, es el yo el que mira el mundo con la ayuda de los sentidos y de la mente, que está ligada al cerebro. Por lo tanto, el hombre sólo conoce aquello sobre lo que se extiende su yo, lo que pertenece a su yo. Tan pronto como de alguna manera el yo no puede estar presente en algo que es dado por la imagen del mundo, entonces la imagen del mundo deja de ser una percepción en absoluto, es decir, el ser humano entonces se duerme. Pero entonces a su alrededor no hay imagen del mundo; entonces se vuelve inconsciente. Dondequiera que se mire, en cada punto el yo está conectado con lo que se percibe, es decir, está volcado sobre la percepción, de modo que en realidad sólo se conoce el contenido del yo. Como ser humano normal, el hombre conoce el contenido de su yo, y cuál es su propia naturaleza y ser, en el que entra cada mañana cuando se despierta, -cuerpo astral, cuerpo etérico, cuerpo físico-, no sabe esto como ser humano moderno, porque en el momento en que se despierta como ser humano moderno, no ve su cuerpo astral. El hombre moderno incluso se horrorizaría si percibiera su cuerpo astral, es decir, la suma de todos los impulsos, deseos y pasiones acumulados a lo largo de repetidas vidas en la Tierra. El hombre tampoco ve su cuerpo etérico. No puede soportarlo. Cuando se sumerge en su propia naturaleza, en sus cuerpos físico, etérico y astral, inmediatamente se ve distraído en su percepción hacia el mundo exterior. Allí ve lo que los dioses buenos extienden sobre la superficie de su visión para que no se ponga en situación porque no podría soportar descender a su propio ser interior.
Por lo tanto, es un acierto hablar de este proceso en la ciencia espiritual: En el momento en que una persona se despierta por la mañana, entra por la puerta de su propio ser. Pero en esta puerta hay un guardián; este guardián es el pequeño guardián del umbral. No permite que el hombre entre en su propio ser, sino que lo desvía inmediatamente hacia el mundo exterior. Cada mañana el ser humano se encuentra con este pequeño guardián del umbral. Quien entra conscientemente en su envoltura natural al despertarse, llega a conocer a este pequeño guardián del umbral. Y en el fondo, para la vida mística sólo se trata de si este pequeño guardián del umbral nos hace el favor de adormecernos a efectos de impedirnos ver nuestro propio ser interior, de modo que no podamos descender allí y así poder dirigir nuestro yo hacia lo que nos rodea, o si nos deja atravesar la puerta y nos permite entrar en nuestro propio ser.
Así pues, la vida mística es la entrada, en el interior del propio ser humano, a través de la puerta que acabamos de describir, más allá del pequeño guardián del umbral. Y lo que se describe simbólicamente para el gran Buda en la actitud de sentarse bajo el árbol Bodhi, no es otra cosa que el descenso al propio ser interior a través de la puerta que, de otro modo, nos cierra este propio guardián. Lo que Buda tuvo que experimentar para descender a su propio ser interior está representado en el budismo. No son meras leyendas, sino interpretaciones de verdades profundas, vividas interiormente, de realidades espirituales.
Lo que Buda experimentó al descender a su propio ser se describe en el budismo como la llamada tentación de Buda. En el sentido de esta historia de la tentación, Buda describe cómo, en el momento en que quiere descender místicamente a su propio ser interior, se le acercan incluso aquellos seres que ama. Describe que parecen acercarse a él, pedirle que haga esto o aquello, por ejemplo que haga falsos ejercicios para entrar en su propio ser interior de forma falsa. Incluso se nos presenta la figura de la madre de Buda, -él la ve en su visión espiritual-, que le pide que inicie una falsa ascesis. Por supuesto, ésta no es la verdadera madre del Buda. Pero ésta es precisamente la tentación de que su visión en desarrollo no se enfrente a la madre real, sino a una máscara, una maya, una ilusión. Pero él resiste. Entonces se enfrentan a él una serie de figuras demoníacas, que describe como codicia, como corresponde a la sensación de hambre y sed, o como pasiones, instintos, orgullo, arrogancia, vanidad, avaricia. Todos ellos se acercan a él. ¿Cómo? Pues, en la medida en que todavía están en su propia envoltura natural, en su ser astral, en la medida en que ya las ha vencido en sus momentos fuertes, en su sentarse bajo el árbol Bodhi. Y en esta tentación del Buda se nos muestra de un modo maravilloso cómo se afirman todas las fuerzas y poderes de nuestro cuerpo astral, que están ahí porque nos hemos hecho cada vez peores a lo largo del desarrollo descendente de la humanidad en el curso de las sucesivas encarnaciones. A pesar de que ya se ha elevado tan alto, todavía puede verlas, y ahora debe, mediante el ascenso final, vencer a las últimas cosas que están presentes como demonios tentadores para su cuerpo astral.
¿Qué encontrará entonces una personalidad humana cuando descienda a través de la región del cuerpo astral, a través de la tentación, hasta el cuerpo físico y el cuerpo etérico, es decir, cuando llegue ahora a conocer realmente estos dos miembros de la entidad humana? Si queremos conocer esto, debemos llamar la atención sobre una cosa que el hombre puede experimentar al descender a su propio ser. Debemos llamar la atención sobre el hecho de que en el transcurso de sus encarnaciones dentro de la evolución terrena, el hombre ha podido, en efecto, corromper fuertemente su cuerpo astral, pero ha sido menos capaz de corromper realmente lo que hay en él como cuerpo etérico y cuerpo físico. El cuerpo astral se corrompe por causa de todo lo que puede llamarse egoísmo en la naturaleza humana, la envidia, el odio, el egoísmo en general, la arrogancia, el orgullo, etcétera. Mediante todas estas cosas se corrompe el cuerpo astral, también mediante todos los instintos inferiores etcétera. Como ser humano, sólo se puede corromper el cuerpo etérico, -porque como persona normal hoy en día no se tiene mucho más poder-, mediante la mentira y, a lo sumo, inconscientemente, mediante el error. Pero incluso entonces sólo puede ser corrompida una parte del cuerpo etérico. Cierta parte del cuerpo etérico es tan fuerte que por mucho que una persona intentara corromperla, no podría, pues el cuerpo etérico se resistiría. El hombre no puede descender tan lejos en su propia naturaleza con sus propios poderes individuales como para poder corromper el cuerpo etérico o el cuerpo físico. Sólo en el transcurso de las encarnaciones, pueden las faltas que el ser humano inflama directamente, seguir teniendo efecto sobre los cuerpos físico y etérico; y entonces aparecen como enfermedades, como daños y como predisposiciones a la enfermedad, también en el cuerpo físico. Pero sobre su cuerpo físico, el hombre no puede desde su individualidad actuar directamente, al menos de manera inmediata. Si se corta un dedo, esto no es un efecto del alma sobre el cuerpo físico; ni tampoco si el cuerpo físico está infectado. En el transcurso de sus encarnaciones el hombre sólo ha llegado a ser capaz de actuar sobre el cuerpo astral y sobre una parte del cuerpo etérico; pero sólo puede actuar sobre el cuerpo físico indirectamente, nunca directamente.
Por lo tanto, podemos decir: Cuando descendemos a la región del cuerpo etérico, sobre la cual todavía tenemos una influencia directa, entonces en esta región se muestra todo lo que ya pertenece al ser humano, de las sucesivas vidas terrestres, de las encarnaciones; de modo que en el momento en que el ser humano se sumerge en su propia entidad, también se sumerge en las encarnaciones anteriores, más lejanas. El ser humano encuentra así el camino hacia las encarnaciones anteriores sumergiéndose en su propio ser. Y si esta inmersión es tan intensa, tan poderosa y abarcadora, como fue el caso del gran Buda, entonces esta visión de las encarnaciones sigue y sigue.
Ahora bien, el hombre originariamente es una entidad espiritual en primer lugar, y en torno a su entidad espiritual se ha organizado posteriormente todo lo que es su envoltura. El hombre ha surgido del espíritu, y todo lo externo es como una condensación del espíritu. Por lo tanto, a través de esta inmersión en su propio ser, el hombre entra en el espíritu del mundo. Este descenso dentro de sí mismo, esta ruptura a través de la envoltura del cuerpo físico, es un camino hacia la estructura espiritual del mundo para ver cómo este cuerpo físico se ha construido a sí mismo una y otra vez en el curso de las encarnaciones. Y si el hombre retrocede lo suficiente, hasta los tiempos en que el hombre era miembro del mundo espiritual en la antigua clarividencia primordial, entonces mira dentro del mundo espiritual.
En lo que se ha transmitido de Buda, -y una vez más no se trata de una mera leyenda-, se encuentran las etapas que Buda alcanzó al atravesar su propio ser, de las que él mismo dice: Cuando estaba tan lejos que tenía la iluminación, -es decir, donde podía sentirse miembro del mundo espiritual-, estaba tan lejos que veía el mundo espiritual tendido como una nube que se extiende, pero aún no podía distinguir nada en él, porque todavía no me sentía completo. Luego di un paso más. Entonces ya no sólo veía el mundo espiritual como una nube que se extiende, sino que también podía distinguir formaciones individuales, pero aún no podía ver lo que eran, porque todavía no era perfecto. De nuevo ascendí un peldaño más y ahora no sólo encontraba entidades diferentes, sino que podía saber lo que eran.
Y esto continúa hasta que él mismo ve su arquetipo, que ha descendido de encarnación en encarnación, y puede verlo en la relación correcta con el mundo espiritual. Este es el único camino, el camino místico, el paso a través del propio ser hasta el punto en que se rompe ese límite, más allá del cual se puede alcanzar el mundo espiritual. De este modo, algunos de los líderes de la humanidad alcanzan lo que tales individualidades deben tener para que puedan dar impulsos para el desarrollo ulterior de la humanidad.
De un modo completamente diferente, personalidades como el Zaratustra originario, por ejemplo, alcanzan la posibilidad de convertirse en el guía de la humanidad. Si vuelven ustedes a repasar lo que he dicho sobre el Buda, se darán cuenta de que en sus encarnaciones anteriores, cuando había alcanzado el nivel de bodhisattva, ya debió de ascender de etapa en etapa. A través de la iluminación, -sentarse bajo el árbol Bodhi-, que debe representarse tal como la he descrito ahora, una personalidad que ha ascendido gradualmente a lo alto gracias a los méritos inherentes a su individualidad, llega a ver los mundos espirituales. Si la humanidad hubiera dependido siempre sólo de tales líderes, no habría sido posible que la humanidad avanzara como ha avanzado. Había otros líderes. Zaratustra era de esta otra clase. No hablo ahora de la individualidad de Zaratustra, sino de la personalidad del Zaratustra originario, el heraldo de Ahura Mazdao. Cuando estudiamos tal personalidad en el lugar donde se nos presenta en el mundo, al principio no hay en ella ninguna individualidad que se hubiera elevado particularmente por sus propios méritos, sino que tal personalidad es elegida para ser portadora, para ser la envoltura de una entidad espiritual, de una individualidad espiritual que no puede encarnarse en el mundo en la carne, que sólo puede brillar en una envoltura humana y trabajar dentro de ella.
En mi Misterio Rosacruz «La Puerta de la Iniciación», (GA14), llamé la atención sobre la forma en que un ser humano será trascendido por un ser superior en un determinado momento, cuando sea necesario para el desarrollo del mundo. No se trata de una mera imagen poética, sino de la representación poética de una realidad oculta.
La personalidad del Zaratustra originario no era, por tanto, una personalidad que se hubiera elevado por sí misma tan alto como Buda, sino que estaba destinada a que una individualidad superior ocupara su lugar en ella, por así decirlo, para espiritualizarla, para ceñirla. Tales personalidades se encontraban principalmente en todas aquellas culturas de la antigüedad, es decir, en todas las culturas precristianas que se habían desarrollado pasando por Europa, por el noroeste y el medio oeste de Asia, pero no en aquellas culturas de la época precristiana que se extendían por África, Arabia y también por los países del Cercano Oriente hasta Asia. Mientras que en estos últimos países predominaba el tipo de iniciación que acabo de describir en su más alto desarrollo con el gran Buda, el otro tipo de iniciación, que ahora describiré con Zaratustra utilizando un ejemplo especial, era particularmente autóctono de los pueblos del norte. Hace tres o cuatro milenios, también en nuestras regiones, sólo existía la posibilidad de dar el tipo de iniciación que voy a describir.
De la siguiente manera aproximadamente, la personalidad de Zaratustra estaba destinada a ser portadora de una entidad superior que no debía encarnarse. Fue, por así decirlo, destinado por los mundos espirituales: Una entidad divino-espiritual debía sumergirse en este niño, lo que permitiría trabajar en esta persona y utilizar su cerebro, sus herramientas y su voluntad cuando este niño hubiera crecido. Sin embargo, para que esto se produzca, al ser humano tiene que sucederle desde el principio algo muy distinto de lo que sucede en el desarrollo individual humano. Ahora, sin embargo, los procesos que ahora van a ser descritos escuetamente, tienen lugar no tanto físico-sensorialmente como en la vida entera de tal persona que crece, aunque por supuesto cualquier otra persona que siguiera a tal niño con los sentidos ordinarios no sería capaz de observarlo. Pero cualquiera que pueda observarlo verá que desde el principio hay conflictos entre las fuerzas anímicas de tal niño y el mundo exterior, que este niño tiene una voluntad, una impulsividad que está, por así decirlo, en contradicción con lo que sucede a su alrededor. Este es el destino de las personalidades divinas, imbuidas de espíritu, que crecen como extraños, que su entorno no tiene sentido ni sentimiento para comprenderlos adecuadamente. Por lo general, sólo hay muy pocos, tal vez incluso sólo una personalidad presente que puede tener una idea de lo que crece con una persona así. Los conflictos con el entorno, por otra parte, se desarrollan con facilidad, y cuando surge lo que ahora les he descrito en la historia de la tentación de Buda, no es sólo en años posteriores cuando el hombre desciende a su propio ser.
Tal y como es una persona en la vida normal, su individualidad nace en su envoltura natural, que le viene dada por sus padres y su pueblo. Esta individualidad no siempre está completamente en sintonía con las envolturas externas, y por eso las personas siempre se sienten más o menos insatisfechas con la forma en que el destino las ha tratado. Pero un conflicto tan duro, tan violento, como el que estaba presente en Zaratustra, por ejemplo, no es posible si una persona crece con su individualidad de un modo que corresponde a la vida humana ordinaria. Si uno observa ahora clarividentemente a un niño como lo fue Zaratustra, resulta que poseía dentro de sí mismo sensaciones, capacidades, poderes de pensamiento y voluntad que son muy diferentes de las sensaciones, impulsos de voluntad, ideas y demás que se desarrollan a su alrededor en la humanidad. Sobre todo, resulta, -y de hecho siempre resulta, sólo que no se tiene en cuenta porque hoy en día no se consideran los hechos psíquico-espirituales-, que el entorno no sabe nada de la verdadera naturaleza de tal niño, sino al contrario, siente instintivamente odio hacia tal persona, no le gusta lo que está creciendo en él. Este es el conflicto más agudo al que se enfrenta el ojo clarividente: que un niño así, que en realidad ha nacido para ser un salvador de la humanidad, desate tormentas de odio a su alrededor. Así debe ser. Porque al ser tan diferente, los grandes impulsos entran en la humanidad. Tales cosas se nos cuentan entonces para las personalidades correspondientes, como se nos cuentan en Zaratustra.
Se nos dice que Zaratustra es capaz de hacer algo que normalmente sólo ocurre en los humanos al cabo de semanas: que puede ver la armonía del mundo de tal manera que desarrolla su «sonrisa de Zaratustra». Esta sonrisa del recién nacido Zaratustra se nos describe como lo primero que le muestra como algo muy diferente de las demás personas que le rodean. La segunda es que en la región donde nació Zaratustra se encontró un enemigo, una especie de rey Herodes. Se llamaba Duransarun; y él mismo, -después de haber espiado el nacimiento de Zaratustra, que le había sido revelado por los magos, los caldeos-, intentó asesinar al niño. Cuenta la leyenda: En el momento en que levantó su espada para matar al niño, su mano se paralizó y tuvo que desistir. Todo esto no son más que imágenes que la conciencia espiritual podría haber visto, imágenes de realidades espirituales. La historia continúa contando cómo este enemigo del niño Zaratustra, al no poder matarlo de esta manera, hizo que un sirviente lo llevara a los animales salvajes del desierto para que lo mataran. Pero cuando lo buscaron, ningún animal salvaje lo había tocado, y encontraron al niño durmiendo plácidamente. Al fracasar también este intento, el enemigo abandona al niño Zaratustra de tal manera que toda una manada de vacas y bueyes tiene que correr sobre él para pisotearlo. Pero el primer animal, según la leyenda, cogió al niño entre sus patas, se lo llevó para que el resto de la manada tuviera que pasar corriendo, y luego lo dejó en el suelo. No le pasó nada. Lo mismo se repitió con una manada de caballos. Y lo último que intentó el enemigo fue poner al niño Zaratustra en lugar de una manada de animales salvajes, después de haberles arrancado todas sus crías. <Pero resultó, cuando los padres investigaron, que estos animales tampoco habían hecho daño al niño, sino que incluso, como dice la leyenda, el niño Zaratustra había sido alimentado por las «vacas celestiales» durante mucho tiempo.
En primer lugar, en tal cúmulo de informaciones no hay que ver otra cosa que el hecho de que debido a la presencia del ser espiritual, de la individualidad espiritual, que penetra en tal alma, se despiertan fuerzas muy especiales para que tal niño entre en desarmonía con su entorno, lo cual es necesario para que puedan darse impulsos ascendentes al desarrollo de la humanidad. Pues la desarmonía es siempre necesaria si se quiere progresar realmente hacia la perfección. Pero entonces debe señalarse cómo estas fuerzas son de tal naturaleza que, sin embargo, benefician a tal entidad, a tal niño, para conducirlo hacia arriba a las conexiones con el mundo espiritual al que ha de llegar. Pero, ¿cómo experimenta el niño todos estos conflictos?
Imaginen que esta introducción del alma en su propio ser fuese un momento de despertar. Si el alma puede experimentar el cuerpo físico y el cuerpo etérico dentro de sí misma, entonces experimenta el desarrollo que les describí de Buda. Ahora piensen conscientemente en quedarse dormidos. El hombre tal como es hoy, pierde la conciencia cuando se duerme, ésta cesa y como imagen del mundo le rodea la nada. Pero imaginen que el hombre conservara su conciencia cuando se duerme. Entonces estaría rodeado de un mundo espiritual en el que el hombre se sumerge durante el sueño. Pero a su vez hay ciertos obstáculos. Por la noche, cuando nos dormimos, un guardián del umbral se para ante la puerta que debemos atravesar. Este es el gran guardián del umbral, que no nos deja entrar en el mundo espiritual mientras seamos inmaduros; no nos deja entrar por la razón de que, si todavía no hemos hecho fuerte y firme nuestro ser interior, estamos expuestos a ciertos peligros si queremos volcar nuestro yo sobre el mundo espiritual en el que entramos cuando nos dormimos.
Estos peligros consisten en que, en lugar de ver lo que hay de objetivo en este mundo espiritual, sólo veríamos lo que nosotros mismos llevamos a él con nuestras fantasías, con nuestros pensamientos, sensaciones y sentimientos. Y precisamente llevamos a él lo peor que hay en nosotros, lo que no corresponde a la verdad. Por lo tanto, una entrada inmadura en este mundo espiritual significará que el hombre no ve una realidad, sino imágenes fantasiosas, imágenes fantásticas, imágenes que en realidad se caracterizan técnicamente en la ciencia espiritual por el hecho de que no son visión humana. Si el hombre viera lo objetivo en el mundo espiritual, se elevaría un peldaño más, vería lo humano. Siempre es señal de visión fantasiosa cuando el hombre al ascender al mundo espiritual ve formas animales. Pues estas formas animales representan sus propias fantasías, porque no está lo suficientemente afianzado en sí mismo. Lo que es inconsciente en la noche debe absorber una fuerza dentro de sí para que el mundo espiritual exterior se vuelva objetivo. De lo contrario, se convierte en subjetivo, y llevamos nuestras propias fantasías al mundo espiritual. De lo contrario, también las llevamos dentro, pero el guardián del umbral nos impide verlas. Pues se trata de un proceso puramente interior, el de ascender al mundo espiritual y verse rodeado de formas animales que nos atacan porque quieren desviarnos del camino. Sólo tenemos que rodearnos de una fuerza cada vez mayor y entonces podremos entrar en el mundo espiritual.
Cuando un niño como el Zaratustra de niño se llena de un ser superior, el pequeño cuerpo es naturalmente inmaduro y primero debe madurarse. Lo que es el organismo humano, los órganos del intelecto y de los sentidos, están, por así decirlo, esponjados. Un niño así se encuentra en un mundo que puede describirse muy bien como «estar con animales salvajes». A menudo hemos mostrado cómo, en tales descripciones, lo histórico y lo figurativo son sólo dos caras diferentes de la misma cosa. Los acontecimientos se desarrollan de tal manera que lo que son los poderes espirituales, cuando se afirman exteriormente como hostiles, como en el caso del niño Zaratustra, se muestra, por ejemplo, en la persona del rey Duransarun. Pero en el mundo espiritual todo está presente también en su forma arquetípica, de modo que las acciones exteriores corresponden a lo que sucede en el mundo espiritual. En el modo de pensar actual, el hombre no es capaz de captar fácilmente tal pensamiento. Si se dice que los acontecimientos que rodean a Zaratustra tienen un significado en el mundo espiritual, el hombre piensa: Entonces no son reales. Pero si se demuestra que son históricos, entonces el hombre de hoy se inclina de nuevo a considerar a cada personalidad sólo tan desarrollada como él mismo. Este es el empeño de los teólogos liberales de hoy, por ejemplo, imaginar la figura de Jesús de Nazaret como similar o no mucho más allá de lo que ellos mismos pueden considerar como su propio ideal. Se perturba la tranquilidad materialista de la gente de hoy cuando se supone que imaginan grandes individualidades. No debe existir en el mundo algo que esté demasiado por encima del respectivo profesor o teólogo que quiera elevarse a tal ideal. En el caso de los grandes acontecimientos, sin embargo, se trata de algo que es a la vez histórico y simbólico-espiritual, de modo que lo uno no excluye lo otro. Quien no se dé cuenta de que lo externo también significa otra cosa, no podrá captar lo que es real y esencial.
Así, esta alma infantil de Zaratustra se vio realmente abocada a grandes peligros en su primera juventud; pero al mismo tiempo las vacas celestiales estuvieron a su lado para ayudarla, como dice la leyenda; la fortalecieron.
Con todos los grandes fundadores de visiones del mundo, en toda la zona desde el Mar Caspio a través de nuestras regiones hasta el oeste de Europa, se puede encontrar este fenómeno, según el cual tales personalidades, sin haberse elevado a través de su propio desarrollo, se imbuyen de una entidad espiritual para convertirse en líderes de la humanidad. El pueblo celta tenía tales leyendas en un número bastante grande. De un fundador religioso celta, Habich, se describe que también él fue expuesto y amamantado por vacas celestiales, que se produjeron ataques hostiles, que los animales retrocedieron ante él, en fin, estas descripciones de los peligros para el líder celta Habich son tales que se podría decir: Se han seleccionado algunos de los siete milagros de Zaratustra, por así decirlo, porque hay que considerar a Zaratustra como la mayor personalidad de este tipo. Encontrarás algunos rasgos de los milagros de Zaratustra por toda Grecia hasta las regiones celtas. Basta pensar en Rómulo y Remo para encontrar un ejemplo bien conocido.
Esta es la otra vía por la que surgen los líderes de la humanidad. Hemos caracterizado así, en un sentido más profundo, lo que a menudo hemos considerado: las dos grandes corrientes culturales del periodo post-atlante. Tras la gran catástrofe atlántica, una corriente cultural se desarrolló a través de África, Arabia y el sur de Asia; la otra, más al norte, a través de Europa y el norte de Asia, hacia Asia central. Allí chocaron las dos corrientes. Y todo lo que surgió de esto es nuestra cultura post-atlante. La corriente del norte tuvo líderes como los que he descrito ahora en Zaratustra, mientras que la corriente del sur tuvo líderes como los que aparecieron en la más alta representación en el gran Buda.
Si ahora recuerdan lo que ya sabemos con respecto al acontecimiento de Cristo, se dirán: ¿Cómo se nos presenta ahora este bautismo de Juan en el Jordán?
El Cristo desciende, una entidad espiritual-divina, como han descendido en un ser humano con todos los líderes del norte y fundadores de cosmovisiones, más notablemente con Zaratustra. Es el mismo proceso, sólo que transferido a los más grandes:
El Cristo desciende a un ser humano, pero no en su infancia, sino en el trigésimo año de vida, y esta personalidad de Jesús de Nazaret está preparada para ello de un modo muy especial. Se nos van a presentar los dos misterios del liderazgo humano en síntesis, en unión, en armonía el uno con el otro. Y mientras los dos evangelistas Mateo y Lucas prefieren describir cómo se formó la personalidad humana en la que se sumergió el Cristo, el Evangelio de Marcos nos dice de qué clase y naturaleza era la propia entidad crística. El elemento sobresaliente de esta gran individualidad nos lo presenta en particular el Evangelio de Marcos. Por eso, los Evangelios de Mateo y Lucas presentan de forma tan maravillosamente clara una historia de la tentación distinta a la del Evangelio de Marcos, porque Marcos presenta al Cristo que ha entrado en Jesús de Nazaret. Aquí es donde debe ocurrir la historia de la tentación, que por lo demás ya ocurre en la edad infantil: estar junto a los animales y ayudar a los poderes espirituales. Por eso es visto como una repetición de los milagros de Zaratustra cuando se nos dice con impresionante sencillez en el Evangelio de Marcos:
«Y el Espíritu lo llevó a la soledad; . . y estaba con los animales, y los ángeles» -es decir, las entidades espirituales- “le servían”. Mientras que el Evangelio de Mateo describe algo muy diferente, algo que parece una repetición de la tentación de Buda, es decir, lo que sucede cuando descendemos a nuestro propio ser, donde todas las tentaciones y seducciones se acercan al alma humana en cuestión.
Así que podemos decir: Mateo y Lucas describen el camino que siguió el Cristo, en el que descendió a las envolturas que había recibido a través de Jesús de Nazaret; y el Evangelio de Marcos describe lo que el Cristo tuvo que experimentar como una especie de historia de tentación, en la que se topó con el entorno, igual que se han topado todos los fundadores de religiones que han sido inspirados o intuidos desde lo alto por un ser espiritual. Cristo Jesús pasa por ambos, mientras que los anteriores líderes de la humanidad sólo pasaron por uno. Él une los dos tipos de camino hacia el mundo espiritual. Eso es precisamente lo esencial, que lo que antes tenía lugar en dos grandes corrientes, en las que luego desembocaban varias más pequeñas, fluya conjuntamente en una sola corriente.
Sólo desde este punto de vista podemos comprender las contradicciones aparentes o reales entre los Evangelios. El escritor del Evangelio de Marcos estaba iniciado en tales misterios, lo que le permitió describir cuál es la tentación de Marcos: acudir a los animales y a la ayuda de seres espirituales. Lucas se inició en el otro lado. Cada uno de los escritores de los Evangelios describió lo que le era próximo y conocido. Así que hay diferentes lados del acontecimiento de Palestina o del misterio del Gólgota que se nos presentan en los Evangelios.
Con esto quería mostrarles una vez más, desde un punto de vista que aún no hemos podido discutir aquí, cómo se debe comprender el curso del desarrollo de la humanidad y la intervención de tales individualidades que así ascienden a través del desarrollo desde Bodhisattva hasta Buda; y cómo se debe comprender el desarrollo de aquellos en quienes no se trata realmente de lo que ellos son como seres humanos, sino de lo que desciende de lo alto. Sólo en la figura de Cristo se unen los dos tipos. Sólo cuando se sabe esto se puede comprender correctamente la figura de Cristo.
Esto también les hará darse cuenta de que en las personalidades míticas debe producirse cierta desigualdad. Cuando se describe que ciertos seres espirituales hicieron esto o aquello, -con respecto al bien o al mal y cosas por el estilo-, como Sigfrido, por ejemplo, es muy posible que se oiga: ¿Pero, se decía que era un iniciado?. Pero con una personalidad así, a través de la cual actúa una entidad espiritual, la evolución individual, -de Sigfrido, por ejemplo-, está fuera de discusión. Siegfried puede tener defectos. Pero se trata de aportar algo al desarrollo de la humanidad. Para ello hay que elegir la personalidad más adecuada. No se puede meter todo en el mismo saco, no se puede juzgar a un Siegfried de la misma manera que a una personalidad líder del sur; porque toda la naturaleza y el tipo son diferentes de los de aquellos que descienden hasta las profundidades de su propia entidad.
Por tanto, se puede decir que en las formas septentrionales penetra una entidad espiritual que las expulsa de su propio ser y les permite ascender al macrocosmos. Mientras que en las culturas meridionales el hombre desciende al microcosmos, en la corriente cultural septentrional se vierte en el macrocosmos y llega así a reconocer todas las jerarquías espirituales, como por ejemplo Zaratustra reconoció la naturaleza espiritual del sol.
Así pues, podemos resumir lo que se ha dicho: El camino místico, el camino de Buda, conduce a través del propio ser interior hasta tal punto que se entra en el mundo espiritual abriéndose paso a través del propio ser interior. El camino de Zaratustra arrebata al hombre del microcosmos y lo vierte sobre el macrocosmos para que sus secretos se vuelvan transparentes. Los grandes espíritus, que han de revelar los secretos del gran mundo, son aún poco comprendidos por el mundo. Por eso hay realmente muy poca comprensión, por ejemplo, del ser Zaratustra. Veremos hasta qué punto lo que tenemos que decir sobre Zaratustra difiere de lo que se suele decir hoy sobre él.
Este es otro incisos de los que van a familiarizaros poco a poco con la esencia del Evangelio de Marcos.
Traducido por J.Luelmo mar, 2025
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