RUDOLF STEINER
Tres posibles visiones sobre el hombre: antropológica, antroposófica y teosófica.
Berlín, 24 de octubre de 1910
segunda conferencia
La última vez intentamos hacer un repaso no sólo del contenido de nuestras reflexiones del año pasado, sino también del significado, del espíritu de estas reflexiones. Hemos señalado que este espíritu, que nos ha inspirado a considerar el problema de Cristo desde todos los ángulos posibles, por ejemplo, debe ser este espíritu en general, el que debe pasar por todo el movimiento científico-espiritual, a través de todos los esfuerzos científico-espirituales. En efecto, nos ha sucedido que nos acercamos a un mismo objeto desde tantos ángulos diferentes, porque en su afán de conocimiento se supone que el hombre oculta desde el principio lo que se llama la verdadera humildad del conocimiento. Hablemos un poco más precisamente de esta humildad del conocimiento.
A menudo he puesto la comparación de que podemos representar cualquier objeto pintando o fotografiando desde cualquier lado, pero que nunca debemos afirmar que esta imagen, que se toma desde un lado, refleja en la forma la totalidad del objeto. Se puede uno formar una idea aproximada de un objeto cuando lo representa desde diferentes lados, luego mantiene ensambladas estas diferentes imágenes y, por lo tanto, trata de formar una imagen del objeto. Incluso en una forma ordinaria de mirarlo, uno básicamente debe caminar alrededor del objeto para formarse una idea completa de él. Si alguien dijera que en el mundo espiritual debería ser posible abarcar un objeto, por así decirlo, con una sola vista, con una sola visión, estaría muy equivocado. Y muchos errores humanos surgen de la falta de conocimiento de lo que se acaba de decir. En los informes sobre el evento de Palestina, podría decirse que ya se ha previsto que este punto de vista no será adoptado por aquellos que van más allá. Porque de este acontecimiento en Palestina se dan cuatro relatos, los relatos de los cuatro evangelistas. Y para aquellos que no saben que en la vida espiritual hay que mirar un objeto, una entidad, un acontecimiento desde diferentes lados, de este hecho resultará que entre los evangelistas individuales, no hay más que aparentes contradicciones. Pero hemos llamado repetidamente la atención sobre el hecho de que los cuatro relatos evangélicos deben considerarse como representaciones del gran acontecimiento de Cristo desde cuatro puntos de vista diferentes, y que deben mantenerse unidos como las cuatro imágenes tomadas desde cuatro lados diferentes de algún objeto o ser. Si se procede entonces de manera precisa, como ya hemos tratado de hacer con referencia a los Evangelios de Mateo, Juan y Lucas, y como trataremos de hacer más adelante con referencia al Evangelio de Marcos, entonces ya se deduce que las cuatro representaciones del acontecimiento en Palestina armonizan de la manera más hermosa. Por tanto, el hecho mismo de que haya cuatro Evangelios es una gran lección sobre la versatilidad de las visiones humanas de la verdad.
Ahora bien, el año pasado llamé su atención sobre el hecho de que es posible buscar diferentes puntos de vista sobre la verdad de cualquier ser. Recordarán que el año pasado, en nuestra Asamblea General, traté de complementar lo que normalmente se llama Teosofía con otro punto de vista, que en ese momento se llamaba el punto de vista de la Antroposofía, y dije cómo debería relacionarse la Antroposofía con la Teosofía. Llamé la atención sobre el hecho de que existe una ciencia ordinaria que se basa en hechos sensoriales y en la síntesis intelectual de los hechos resultantes de la observación sensorial, -y que cuando esta ciencia trata del ser humano, se la llama antropología. La antropología contiene todo lo que puede investigarse con los sentidos y aprenderse sobre el hombre mediante la observación intelectual. Por tanto, examina los órganos sensoriales humanos tal y como se presentan cuando se examinan con los distintos instrumentos, con las herramientas de las ciencias naturales. Por ejemplo, observa los restos del hombre prehistórico, los utensilios culturales y las herramientas de esos pueblos en las capas de la tierra e intenta formarse una idea de cómo se ha desarrollado el género humano a lo largo del tiempo. También intenta estudiar las etapas de formación que se dan en los pueblos salvajes o incivilizados, pues parte del supuesto de que en ellos se han conservado las etapas de la cultura por las que pasaron los pueblos más civilizados en épocas anteriores. La antropología construye así una idea de lo que el hombre ha recorrido hasta llegar a su posición actual.
Se podrían decir muchas más cosas que ayudarían a aclarar la naturaleza de la antropología. El año pasado comparé la antropología con una persona que adquiere conocimientos paseando por la llanura, observando los mercados, las ciudades, los bosques y los campos y describiendo todo lo que ha visto mientras paseaba por la llanura. Bueno, también se puede observar al hombre desde otro punto de vista: el de la teosofía. Pues toda la teosofía pretende, en última instancia, iluminarnos sobre la naturaleza, sobre el destino del hombre. Si estudian ustedes mi "Ciencia Oculta", verán que, en última instancia, todo culmina en la iluminación acerca de la propia existencia humana. Si se compara la antropología con una persona que pasea por la llanura y recoge y anota allí los hechos individuales para comprenderlos con la mente, podemos comparar la Teosofía con tal observador que sube a una montaña hasta la cumbre y desde allí mira los alrededores, las plazas de mercado, las ciudades, los bosques, etcétera. Verá lo que se extiende en la llanura como borroso y algunas cosas sólo en puntos individuales. Este es básicamente el caso de la observación espiritual del hombre, de la teosofía. El punto de vista espiritual que se adopta allí es elevado.
Esto hace necesario que muchas cosas se obtengan realmente desde este punto de vista, que, por así decirlo, hace que la actividad humana ordinaria, las características y peculiaridades inmediatas del hombre, con las que nos encontramos en la vida cotidiana, aparezcan difuminadas, al igual que aparecen los pueblos y las ciudades cuando se ven desde la cima de la montaña.
Para un principiante en teosofía puede que lo que acabo de decir no le resulte del todo claro. Pues lo que este principiante asimila por primera vez sobre la naturaleza del hombre, sobre la división en cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral, etc., tratará de comprenderlo, se formará ciertas ideas al respecto, pero al principio estará muy lejos de las grandes dificultades que existen precisamente cuando se avanza más en la comprensión de las verdades científicas espirituales. Puede decirse que cuanto más se avanza, más se comprende lo infinitamente difícil que es encontrar una conexión entre lo que se obtiene allá arriba, en la cima espiritual de la Teosofía, y lo que realmente sale a la luz en la vida humana cotidiana como sentimientos humanos característicos, emociones y demás. Ahora cabría plantearse la pregunta: ¿Por qué las verdades espirituales parecen plausibles y correctas a tantos, aunque no tengan en cuenta lo poco capaces que son de contrastar lo que se dice desde la cumbre espiritual con lo que ellos mismos ven en la vida cotidiana? Esto se debe al hecho de que el alma humana no está de hecho diseñada para la falsedad, sino para la verdad, está diseñada de tal manera que la verdad la siente instintivamente, por así decirlo, cuando se dice alguna verdad. Existe un sentimiento por la verdad. No debemos dejar de reconocer que este sentimiento por la verdad, este sentido imparcial de la verdad en el alma, tiene un valor infinito. Especialmente en nuestra época actual tiene un valor infinito, por la razón de que, podría decirse, la cumbre espiritual desde la que incluso las verdades más necesarias pueden ser realmente percibidas por el hombre es tan infinitamente alta. Si las personas tuvieran que subir primero a esta cumbre, tendrían que recorrer un largo camino espiritual, y todos aquellos que no recorrieran este camino espiritual no podrían sentir el valor de estas verdades para la vida humana. Sin embargo, cuando se comunican las verdades espirituales, todas las almas están predispuestas a sentirlas en su verdad y a aceptarlas en su verdad.
¿Qué relación guarda un alma que acepta estas verdades con un alma que las encuentra por sí misma? Para ello se puede elegir una comparación muy trivial. Pero por trivial que sea, hay más de lo que parece. Cualquiera de nosotros puede ponerse una bota, pero no todo el mundo puede hacer una bota; hay que haber aprendido a hacerlo como zapatero. Pero lo que obtienes de la bota, lo que la bota puede ser para ti, no depende de si sabes hacerla, sino de si sabes utilizarla de la manera adecuada. Este es el caso de las verdades espirituales que se nos dan a través de la Teosofía. En primer lugar, estamos llamados a utilizarlas para nuestra vida, aunque no seamos capaces de generarlas nosotros mismos. Y cuando las absorbemos para utilizarlas a través de nuestra percepción natural de la verdad, nos sirven de tal manera que a través de ellas podemos orientarnos en la vida; que podemos saber que no estamos encerrados en la existencia entre el nacimiento y la muerte, que dentro de nosotros llevamos un hombre espiritual, pasar por repetidas vidas terrestres etcétera. Estas verdades se pueden utilizar, como ya he dicho. Las absorbemos. Y al igual que nuestras botas nos protegen del frío, estas verdades nos protegen del frío espiritual, del empobrecimiento espiritual. Porque hemos de tener en cuenta que nos volvemos espiritualmente fríos, espiritualmente empobrecidos, si dependemos meramente de pensar, sentir y percibir lo que nos ofrece el mundo sensorial externo. Así que tenemos que decir: las verdades espirituales, que son sacadas a la luz desde un punto de vista elevado, están ahí para que todas las personas las utilicen. Tal vez sólo unos pocos puedan encontrarlas, aquellos que recorren el camino espiritual descrito en la última lección.
Ahora bien, toda mirada efectuada por los sentidos al mundo ordinario que nos rodea, -que, por consiguiente, es también el objeto de la antropología cuando se refiere al hombre-, puede darnos muestras de cómo este propio mundo nos desvela un mundo que se halla detrás de él, cuya visión se efectúa desde el punto de vista espiritual de la Teosofía. De este modo, el propio mundo de los sentidos puede convertirse en revelador de otro mundo, si se procede a interpretar este mundo de los sentidos, si no se aceptan meramente sus hechos con el intelecto, sino que se comienza a interpretar estos hechos; si no se va, por así decirlo, tan lejos más allá del campo de la percepción de los sentidos como la Teosofía misma, sino que se permanece, por así decirlo, en la ladera de la montaña, donde los detalles aún no están completamente borrosos, pero donde ya es posible una visión de conjunto. El año pasado caracterizamos este punto de vista en términos espirituales como el de la antroposofía, y así hemos demostrado que son posibles tres visiones del hombre:
la antropológica, la antroposófica y la teosófica.
Ahora este año, -después de la Asamblea General-, en las conferencias sobre psicosofía, que son importantes en un sentido muy diferente de las conferencias sobre antroposofía, tendremos que mostrar cómo puede ser interpretada la propia alma humana a partir de sus impresiones y experiencias inmediatas, de tal manera que desempeñe un papel en la vida espiritual de forma similar a la antroposofía. Y una serie de conferencias sobre Pneumatosofía que seguirán en el futuro, concluirán estas conferencias de tal manera que las reflexiones sobre Antroposofía y Psicosofía, (GA115), conducirán de nuevo a la Teosofía. Todo esto se hace con el fin de evocar un sentimiento de cuán múltiple es la verdad. Porque ésta es la experiencia del buscador serio de la verdad: cuanto más avanza, más humilde se vuelve, -y también más cauteloso a la hora de traducir las verdades obtenidas desde puntos de vista más elevados al lenguaje de la vida ordinaria. Pues aunque la última vez dijimos que estas verdades sólo tienen valor cuando han sido traducidas al lenguaje de la vida ordinaria, hay que darse cuenta de que esta retraducción es una de las tareas más difíciles del trabajo científico espiritual. Hacer comprensible lo que se ve en las alturas espirituales de tal manera que el sano sentido de la verdad y también la sana lógica puedan decirle sí y comprenderlo, eso ofrece grandes dificultades.
Hay que subrayar una y otra vez que también se trata de generar tales sentimientos y sensaciones hacia la verdad cuando practicamos la ciencia espiritual en nuestras ramas. No debemos limitarnos a captar con el intelecto lo que se dice en las comunicaciones del mundo espiritual, sino que es importante que lo experimentemos en el sentir, en la emoción, y adquiramos así las cualidades que debe tener toda persona que se esfuerza verdaderamente por la espiritualidad.
Si consideramos el mundo tal como se extiende a nuestro alrededor, podemos decir: en todas partes, en todos sus aspectos, nos ofrece una expresión exterior, una revelación exterior de un mundo interior, espiritual. Para nosotros, hoy, ésta es ya una frase superada. Del mismo modo que la fisonomía humana es una expresión de lo que sucede en el alma humana, todos los fenómenos del mundo sensorial exterior son, por así decirlo, una expresión fisonómica de un mundo espiritual que está tejiendo y existiendo detrás de ellos, y sólo comprendemos las experiencias sensoriales cuando podemos ver en ellas una expresión fisonómica del mundo espiritual. Si una persona no está aún en condiciones de ascender por su propio sendero de conocimiento hasta aquellas alturas en las que es posible la visión espiritual, al principio sólo tendrá a su disposición el mundo sensorial, y podría entonces plantearse la pregunta: ¿No hay nada para mí ahora que, a través de la contemplación del propio mundo sensorial, sea una prueba, una prueba de lo que se me comunica desde la visión espiritual?
Esta búsqueda de pruebas siempre es posible, pero no habrá que proceder a la ligera, sino con precisión. Si, por poner sólo un ejemplo, se siguen las diversas conferencias sobre ciencia espiritual que he dado y se mira lo que está escrito en mi «Ciencia Oculta», se notará, por ejemplo, que hubo una vez en el curso de la evolución de la Tierra en que la propia Tierra estaba unida al Sol, cuando Tierra y Sol eran un solo cuerpo. Sólo más tarde la Tierra se separó del Sol. Si resumen todo lo que saben de la «Ciencia Oculta» o de mis conferencias, tendrán que decirse que las formas animales y vegetales que encontramos hoy en la Tierra son el desarrollo ulterior de lo que ya se encontraba en aquella época en que la Tierra estaba unida al Sol. Pero del mismo modo que las formas animales actuales están adaptadas a las condiciones terrestres actuales, las formas animales de entonces, cuando el sol y la tierra estaban todavía unidos, tenían que estar igualmente adaptadas a aquel cuerpo que era tierra y sol al mismo tiempo. De esto se deduce ahora que las formas animales que han permanecido de aquel tiempo no sólo han permanecido, sino que son la continuación de seres que ya existían en aquel tiempo, pero que, por ejemplo, aún no podían tener ojos; pues los ojos sólo tienen sentido cuando hay luz, ya que ésta incide desde el sol sobre la tierra desde el exterior. Tendríamos, pues, que encontrar entre los diversos seres del reino animal aquellos que, por así decirlo, han desarrollado los ojos después de que el sol se hubiera separado ya de la tierra; y además tendríamos que encontrar formas animales que son restos de la época en que el sol estaba todavía unido a la tierra -que tendrían que ser, por tanto, animales sin ojos. Este último tipo de animal tendría que pertenecer a los animales inferiores. Y realmente existen. En libros de divulgación se puede encontrar cómo la posesión del ojo cesa a partir de cierta etapa. Esto proporciona pruebas de lo que se dice desde la ciencia espiritual.
Ahora podemos imaginar este mundo extendido que nos rodea y en el que nosotros mismos estamos, como la expresión fisonómica de la vida espiritual que existe y se teje detrás de él. Si el ser humano sólo se enfrentara a este mundo sensorial y éste no le revelara o delatara en modo alguno que apunta a un mundo espiritual, entonces el ser humano nunca podría desarrollar el impulso, el anhelo dentro de sí mismo de un mundo espiritual. En algún lugar del propio mundo, que se extiende a nuestro alrededor como mundo sensorial, debe poder surgir el anhelo de lo espiritual, en algún lugar debe resplandecer lo espiritual como partiendo a través de una puerta o una ventana, desde los reinos espirituales hacia el mundo en el que nos encontramos en la vida cotidiana. ¿Dónde ocurre esto? ¿Dónde brilla lo espiritual directamente hacia nosotros? - Este es el caso, -y lo han oído en las diversas conferencias dadas por mí y por otros-, en el que nosotros mismos somos capaces de experimentar nuestro yo. En el momento en que experimentamos nuestro yo, experimentamos realmente algo que está directamente relacionado con el mundo espiritual. Pero esta experiencia del yo es al mismo tiempo algo infinitamente pobre. Es, por así decirlo, un único punto en medio de los fenómenos del mundo. El punto concreto que expresamos con la pequeña palabra «yo» denota, en efecto, un ser espiritual originalmente auténtico, pero este ser espiritual está, por así decirlo, reducido a un punto en el punto del yo. Pero, ¿qué puede enseñarnos este ser espiritual que se ha reducido a un punto? No podemos saber más sobre el mundo espiritual a través de la experiencia de nuestro propio yo salvo lo que está contenido, por así decirlo, en el propio punto del yo, si no procedemos a la interpretación. Pero ya hay algo muy importante en este punto, a saber, que a través de él se nos dice cómo debemos proceder si queremos conocer el mundo espiritual.
¿Cuál es la característica que distingue la experiencia del yo de todas las demás experiencias? Se diferencia en que nosotros mismos estamos dentro de la experiencia del yo. En todas las demás experiencias no estamos dentro de nosotros mismos, sino que se nos acerca desde fuera. Alguien podría decir:
Pero mi pensar, mi voluntad, mis deseos, mis sentimientos, ¿No son acaso también algo en lo que yo mismo vivo? En lo que respecta a la voluntad, el hombre puede convencerse a sí mismo mediante una autorreflexión muy fácil, por así decirlo espiritual, de lo poco que necesita estar dentro de esta voluntad. Basta considerar que la voluntad es algo que aparece como si nos impulsara y como si el ser humano a menudo no estuviera en absoluto dentro de ella, sino que sólo actúa como si algún otro o algún acontecimiento le empujara. Y Lo mismo ocurre con los sentimientos y con la mayor parte de lo que se piensa en la vida cotidiana. Uno no está en ella. Lo poco, por ejemplo, que son los pensamientos en la vida ordinaria, lo podría ver uno mismo si quisiera examinar cuidadosamente cómo el pensamiento ordinario depende de la educación y de lo que uno ha absorbido en un momento dado, de lo que las circunstancias le acaban de traer. Por eso el pensar, el sentir y la voluntad humanos como contenido ordinario son tan diferentes según las naciones y las épocas. Sólo una cosa debe ser igual. Si es que está presente en el hombre, una cosa debe ser la misma en todas las naciones, en todas las regiones y en todas las comunidades humanas individuales: es la experiencia de este punto del yo individual.
Pero ahora preguntémonos: ¿Qué pasa con la experiencia de este punto del yo? -La cuestión no es tan sencilla. Por ejemplo, fácilmente se podría creer que experimenta el propio yo. Pero no es así en absoluto. En realidad no se experimenta el yo en sí. ¿Qué se experimenta? Básicamente, se experimenta una idea del yo, una percepción del yo. Porque si la experiencia del yo se pudiera captar con precisión, en realidad estaría contenida en algo que irradia hacia el infinito, que irradia hacia la omnidireccionalidad. Si el yo no pudiera enfrentarse a sí mismo como una imagen de sí mismo en un espejo, -aunque esta imagen sólo sea una experiencia puntual-, entonces el ser humano no podría experimentar el yo, el yo no podría formarse una representación de sí mismo. Y esta es la representación que el hombre experimenta por primera vez del yo. Pero esta representación es también suficiente para él. Pues es precisamente esta representación la que difiere de todas las demás representaciones, en realidad tiene una gran diferencia con respecto a todas las demás representaciones, a saber, que debe ser igual a su original, no puede ser diferente de su original. Porque el yo, cuando se imagina a sí mismo, no tiene que ver más que consigo mismo, y la imaginación no es más que el retroceso de la experiencia yoica hacia sí misma; es como una congestión, como si la detuviéramos para que regresara a sí misma, y en este regreso se enfrentara a sí misma como una imagen reflejada que es igual al original. Esta es la experiencia del yo.
Por tanto, podemos decir que podemos conocer la experiencia del yo en la representación del yo. Pero esta representación del yo difiere considerablemente de todas las demás representaciones, de todas las demás experiencias que podemos tener. Difiere radicalmente de todas las demás representaciones. Para todas las demás representaciones y experiencias necesitamos algo parecido a un órgano. En el caso de una percepción sensorial externa, puede que esté claro desde el principio que necesitamos un órgano. Para tener la idea de un color, necesitamos un ojo y así sucesivamente. Está claro que necesitamos un órgano para una percepción sensorial ordinaria. Ahora se podría creer que para aquello que es más íntimo a nuestro propio ser interior no necesitamos un órgano. Pero incluso ahí pueden convencerse de una manera sencilla de que necesitamos órganos, -y pueden encontrar más detalles sobre esto en mis conferencias sobre antroposofía. Aquí se le ofrecerá ahora la oportunidad de aceptar de una manera teosófica lo que allí se dice más para el público en general.
Piensen que en algún periodo de su vida ustedes captan un pensamiento, una idea, un concepto. Comprenden algo que se les aparece como un concepto. ¿Cómo pueden comprenderlo? Sólo a través de los conceptos que ustedes ya hayan asimilado antes. Esto lo pueden ver en el hecho de que una persona capta un nuevo concepto que le llega de una manera, y la otra de otra. Y eso es porque, del conjunto de conceptos que ya ha asimilado, unas personas son portadoras de más, las otras de menos. El anterior material conceptual está dentro de nosotros y se enfrenta al nuevo, igual que el ojo se enfrenta a la luz. A partir de nuestros propios conceptos anteriores se teje una especie de órgano conceptual, y lo que no hemos entretejido a partir de conceptos en la encarnación actual, debemos buscarlo en encarnaciones anteriores. En ellas se entretejieron, y traemos un órgano conceptual para enfrentarnos con los conceptos que se nos acercan de nuevo. Debemos tener un órgano para todas las experiencias que vienen del mundo exterior, aunque éstas sean de naturaleza más espiritual. Las cosas del mundo exterior a las que nos enfrentamos, nunca se nos presentan desprovistas de espíritu, por así decirlo, sino que dependen siempre de aquello en lo que nos hemos convertido. Sólo en un caso nos enfrentamos directamente al mundo exterior, a saber, cuando adquirimos nuestra percepción del yo. Por lo tanto, esta percepción del yo también debe hacerse, -y esto es una prueba especial de lo que se ha dicho-, una y otra vez, debe hacerse siempre de nuevo. Cada mañana, cuando nos levantamos, básicamente volvemos a percibir nuestro yo. El yo está ahí, también está ahí cuando dormimos. Pero la percepción del yo debe renovarse cada mañana, puede renovarse aquí una y otra vez. Y si durante la noche viajáramos a Marte, donde nuestro entorno sería muy diferente al de la Tierra, allí todo sería diferente: sólo la percepción del yo sería la misma. Pues esto puede hacerse de la misma manera en todas las condiciones, porque no necesitamos un órgano externo, ni siquiera un órgano conceptual. Lo que allí se nos presenta es una representación inmediata del yo, ciertamente como representación, como percepción, pero precisamente en su forma verdadera. Todo lo demás se nos presenta como una imagen condicionada por un espejo y por la forma del espejo. La percepción del yo se presenta ante nosotros en toda su verdadera forma.
Si consideramos esto, realmente podemos, en cierto sentido, decir que nosotros mismos estamos dentro del yo cuando lo representamos; es algo que no está fuera de nosotros. Ahora preguntémonos: ¿En qué difiere la singular representación del yo, la percepción del yo, de todas las demás percepciones y de todo lo demás que experimenta el yo? Difiere de tal manera que en la representación del yo, en la imaginación del yo, tenemos esta huella directa, este sello del yo, y en todas las demás imaginaciones y representaciones no tenemos esa huella directa de las cosas. Pero obtenemos imágenes, que en cierto sentido pueden compararse con la percepción del yo, de todo lo que nos rodea: lo transformamos todo en una experiencia interior a través de nuestro yo. Si queremos que tenga algún significado, algún valor para nosotros, el mundo exterior debe convertirse en nuestra representación. Así que realmente formamos imágenes del mundo exterior, que luego viven en el yo, independientemente del órgano a través del cual hayamos absorbido la experiencia sensorial. Olemos una sustancia y, cuando ya no tenemos contacto directo con ella, seguimos llevando dentro la imagen de lo que hemos olido. También llevamos dentro la imagen de un color que hemos visto. Las imágenes que proceden de esas experiencias permanecen en nuestro yo. El yo las conserva, por así decirlo. Pero si queremos identificar esas imágenes con sus rasgos distintivos, tenemos que decir: eso pertenece», a lo que nos han venido de fuera. Todas las imágenes que podemos unir a nuestro yo son, mientras permanezcamos como seres humanos dentro del mundo de los sentidos, restos de impresiones del propio mundo de los sentidos que permanecen en el yo. Sólo hay una cosa que el mundo sensorial no puede darnos: la percepción del yo. Ésta surge dentro de nosotros mismos. En la percepción del yo tenemos, pues, una imagen, por puntual que sea, reducida a un punto, una imagen que surge dentro de nosotros mismos.
Ahora piensen en otras, además de esta imagen: Imágenes que no han surgido por haber sido estimuladas por los sentidos externos, sino que surgen tan libremente en el yo como la propia representación del yo, que se forman así de acuerdo con la naturaleza de la propia representación del yo: entonces tienen ustedes la clase de imágenes que aparecen en lo que llamamos el mundo astral. Imágenes-representaciones, pues, que surgen en el yo sin que se produzca ninguna impresión en nosotros desde el exterior, desde el mundo de los sentidos.
¿Qué distingue las imágenes que tenemos del mundo sensorial, de las del resto de nuestras experiencias internas? Como imágenes de experiencias, sólo podemos interiorizar las imágenes sensoriales cuando hemos entrado en contacto con el mundo exterior, es entonces cuando se han convertido en experiencias internas, pero estimuladas por el mundo exterior. ¿Qué experiencias del yo que no estén directamente estimuladas por el mundo exterior existen? Como tales experiencias, tenemos nuestros sentimientos, deseos, impulsos, instintos, etcétera. Estas no son estimuladas por el mundo exterior. Aunque no estemos dentro de nuestros sentimientos, instintos, etc. en el sentido que se ha dicho antes, debemos decir que hay un elemento que se abre paso en nuestro interior en los sentimientos, instintos y deseos. ¿En qué se diferencian los instintos, deseos y demás de las imágenes sensoriales que interiorizamos según nuestras percepciones sensoriales? Se pueden sentir las diferencias. La imagen sensorial es algo que permanece en silencio en nuestro interior y que intentamos interiorizar lo más fielmente posible una vez que hemos tratado con el mundo exterior. Nuestros impulsos, deseos e instintos son algo que actúa dentro de nosotros, algo que representa una fuerza.
Si el mundo exterior no participa en el ascenso de las imágenes astrales, entonces en este ascenso de las imágenes astrales debe tener que participar alguna fuerza. Pues lo que no es impulsado no existe, no puede surgir. En el caso de la imagen sensorial, la fuerza impulsora es la impresión que produce el mundo exterior. Mientras que en la imagen astral, la fuerza motriz es inicialmente aquello que subyace a los deseos, impulsos, sentimientos, etcétera. Pero en la vida humana ordinaria, tal como es hoy, el hombre está protegido del hecho de que los deseos y los instintos desarrollan tal poder que surgen imágenes a través de ellos, imágenes que se experimentan del mismo modo que la imagen del propio yo. Esta es, podría decirse, la característica significativa del alma humana actual, que los impulsos y los deseos no actúan con la fuerza suficiente para estimular aquello a lo que el yo se enfrenta para convertirse en imágenes. Cuando el yo se enfrenta a las poderosas fuerzas del mundo exterior, se ve estimulado a crear imágenes. Por contra cuando vive dentro de sí mismo, entonces en el ser humano normal sólo tiene una oportunidad de recibir una imagen ascendente, si esta imagen es la imagen del propio yo. Así que los impulsos, deseos y demás no son lo suficientemente fuertes como para convertirse en imágenes del mismo modo que la singular experiencia del yo.
Si son lo suficientemente fuertes, entonces también deben adoptar una cualidad que tienen todas las experiencias sensoriales externas. Esta cualidad es de extraordinaria importancia. No todas las experiencias sensoriales están orientadas para complacernos. Por ejemplo, si alguien vive en una habitación donde se oye algún ruido desagradable, no puede librarse de él mediante sus instintos y deseos. Tampoco puede, por ejemplo, hacer que una flor amarilla, que preferiría roja, se vuelva roja por mero instinto o deseo. Esa es la característica del mundo sensorial, que surge con total independencia de nosotros mismos. Nuestros instintos, deseos y pasiones ciertamente no lo hacen. Éstos están completamente orientados hacia nuestra vida personal. ¿Qué debe ocurrirles, pues, en la elevación que han de experimentar a la existencia de la imagen? Deben llegar a ser como es el mundo exterior, que no nos es favorable en lo que respecta a su estructura y a la formación de las imágenes sensoriales, sino que nos obliga a formar la imagen sensorial que nos hacemos tal como es a través de la impresión del mundo exterior. Así como el hombre es independiente del mundo exterior en lo referente a la producción de sus imágenes sensoriales, igual de independiente de sí mismo, de sus simpatías y antipatías personales, debe ser para que las imágenes del mundo astral se formen correctamente. Lo que él desea, anhela, etc., debe ser, por así decirlo, completamente irrelevante para él. La última vez les dije que la exigencia que aquí se plantea podría formularse de esta manera: Hay que ser altruista. Pero no debe aceptarse a la ligera. No es tan fácil ser altruista.
Pero ahora debemos considerar lo siguiente: ¿Cuán diferente es nuestro interés por lo que nos aparece desde fuera en comparación con lo que nos aparece desde dentro? El interés del hombre por su vida interior es enormemente mayor que por el mundo exterior. Ustedes saben que para muchas personas el mundo exterior, cuando lo han transformado en una imagen, a veces está orientado hacia sus sentimientos subjetivos. Porque ya saben que la gente suele contar cosas maravillosas, aunque no mientan y se crean lo que cuentan. La simpatía y la antipatía siempre desempeñan un papel, nos engañan sobre lo que realmente se da desde fuera y hacen que aparezca cambiado en la imagen posterior. Pero estos son los casos excepcionales, se puede decir, pues el hombre no llegaría muy lejos si se engañara a sí mismo en la vida cotidiana. En todas partes habría algo erróneo en la vida exterior; pero no le serviría de nada, debe confesar la verdad al mundo exterior, la realidad le corrige. Lo mismo ocurre con las experiencias sensoriales ordinarias, en las que la realidad externa es un buen regulador. Pero desaparece de esta forma cuando empezamos a tener experiencias internas. Aquí el ser humano no puede permitir tan fácilmente que la realidad externa le cause una impresión correctora. Por lo tanto, deja que su interés prevalezca, deja que su simpatía y antipatía prevalezcan.
Así que debemos decirnos a nosotros mismos: Eso es lo principal que importa cuando pensamos en entrar un poco en el mundo espiritual: que por encima de todo aprendamos a ser tan indiferentes a nosotros mismos como lo somos al mundo exterior. En la antigua escuela pitagórica, esta verdad se formulaba de manera terminante, y ello para un caso importante del conocimiento humano: la cuestión de la inmortalidad. Miren a su alrededor y vean cuántas personas se interesan por la cuestión de la inmortalidad. Es cosa corriente en la vida que el hombre anhele la inmortalidad, una vida más allá del nacimiento y de la muerte. Pero eso es un interés personal, un anhelo personal. Les importará relativamente poco si rompen un vaso de agua, pero si la gente tuviera un interés personal en la existencia ininterrumpida de un vaso de agua, incluso después de roto, del mismo modo que tienen interés en la inmortalidad del alma humana, entonces pueden ustedes estar seguros de que la mayoría de la gente también creería en la inmortalidad de un vaso de agua.
Por eso la escuela pitagórica formulaba la exigencia enunciada de la siguiente manera: Para conocer la verdad de la inmortalidad, sólo está suficientemente maduro aquel que también podría soportar lo contrario, es decir que no existiera, que también podría soportarla si la cuestión de la inmortalidad fuera rechazada. Si se quiere averiguar algo sobre la inmortalidad en el mundo espiritual, decían los maestros de las antiguas escuelas pitagóricas, entonces no hay que anhelar la inmortalidad, porque mientras se anhela, lo que se dice no es objetivo. Y todos los juicios autorizados sobre la vida más allá del nacimiento y la muerte sólo pueden provenir de aquellos que podrían acostarse tranquilamente en la tumba, aunque no existiera la inmortalidad. Esto se decía a los estudiantes de las antiguas escuelas pitagóricas para que se dieran cuenta de lo difícil que es estar maduros para aceptar cualquier verdad.
Estar maduro para una verdad a fin de afirmarla por propia voluntad requiere una preparación muy específica, que debe consistir en desinteresarse por completo de la verdad en cuestión. Ahora se puede decir precisamente con respecto a la inmortalidad:
Es absolutamente imposible que haya muchas personas que no les interese la inmortalidad; ¡muchas personas no pueden estarlo! Los que se interesan son aquellos a los que se les habla de la reencarnación y de la eternidad de la existencia del hombre; sin embargo, no les falta interés. Todo el mundo puede aceptar la verdad y utilizarla para tener algo para su vida, incluso aquellos que no tienen que afirmarla por sí mismos. Esa no es razón para no aceptar la verdad por no sentirse maduro. Al contrario, recibir la verdad y poner la vida a su servicio es perfectamente suficiente para lo que se necesita para vivir.
Pero, ¿Cuál es la contraimagen necesaria de la aceptación de las verdades? Uno puede aceptarlas tranquilamente, aunque no esté maduro. La contraimagen necesaria para esto, sin embargo, consiste en esto: en la misma medida en que uno anhela la verdad para tener paz y satisfacción, para tener seguridad en la vida, en igual medida debe uno hacerse maduro para la verdad, y que al mismo tiempo uno sea cuidadoso en la propia averiguación de verdades más elevadas, verdades tales que sólo pueden ser discernidas en el mundo espiritual.
Sin embargo, esto da lugar a un principio importante para nuestra vida espiritual. Debemos ser receptivos a todo lo que necesitamos y aplicarlo en la vida; pero debemos desconfiar lo máximo posible de nuestra propia realización de las verdades, en primer lugar de nuestras propias experiencias astrales. Esta es la razón por la que uno debe guardarse de una cosa por encima de todo: utilizar estas experiencias astrales de cualquier manera cuando uno se encuentra en un punto en el que no puede desinteresarse, a saber, cuando uno se encuentra en el punto en el que su propia vida entra en consideración. Supongamos que alguien está maduro a través de su desarrollo astral para darse cuenta de algo que será su destino mañana, algo que experimentará mañana. Se trata de una experiencia personal. Debe tener cuidado de no indagar en el libro de su vida personal, pues no puede permanecer desinteresado. Por ejemplo, la gente podría decir fácilmente: ¿Por qué los clarividentes no investigan el momento exacto de su propia muerte? - La razón de que no lo hagan es que nunca pueden alejar su propio interés completamente de ello y deben mantener alejado todo lo que se relacione con su propia persona. Todo lo que no se relaciona con la propia persona, y sólo aquello de lo que se puede estar seguro que no se relaciona con la propia persona, debe ser investigado en los mundos espirituales de tal manera que los resultados sean objetivamente válidos. No es posible expresar validez objetiva cuando uno está personalmente interesado. Por lo tanto, quien quiera limitarse a presentar lo que es objetivamente válido, lo que es verdadero al margen de su propio interés, no puede hablar, partiendo de la investigación, partiendo de impresiones de un mundo superior, sobre nada que le afecte a él mismo. Si hay cosas que le conciernen, debe estar muy seguro de que no las ha provocado por su propio interés. Pero es extraordinariamente difícil averiguar si algo que le concierne a uno mismo ha sido provocado por sus propios intereses.
Para que vean que para el comienzo de todos los esfuerzos en el mundo espiritual, debe observarse el siguiente principio: Tratar de no considerar determinante nada que se relacione con la propia personalidad. Excluir completamente la propia personalidad. Y yo sólo tengo que añadir que esta exclusión de la propia personalidad es extraordinariamente difícil y que a menudo uno cree que ha excluido su propia personalidad, -¡y todavía no lo ha hecho! Por eso, la mayoría de las imágenes astrales que se crean para tal o cual persona no son más que una especie de reflejo de sus propios deseos y pasiones. Mientras uno sea lo suficientemente fuerte en el ámbito espiritual como para decirse a sí mismo: ¡Debes sospechar de tus propias experiencias espirituales!, siempre y cuando estas experiencias espirituales no hagan absolutamente ningún daño.
Desde el momento en que uno carece de esta fuerza, cuando uno declara que sus experiencias son decisivas para su vida, comienza uno a desorientarse. Es como intentar salir de una habitación donde no hay puerta y darse de bruces contra una pared. Por eso hay que tener siempre presente el principio: Ser extremadamente cuidadoso al examinar lo que uno experimenta suprasensiblemente. <Y esta cautela prevalece realmente en su totalidad si uno no atribuye a tales experiencias personales ningún valor que no sea un valor cognoscitivo, que no sea un valor iluminador, si uno no se orienta en su vida personal en función de ellas, sino que sólo se deja iluminar por ellas. Si uno se acerca con este sentimiento: ¡Sólo quieres ser iluminado! - entonces es bueno, porque entonces uno se sitúa de tal manera que en el momento en que pueda surgir una idea contraria, también la corrige.
Todo lo que he dicho hoy sólo formará parte de las muchas reflexiones que haremos este invierno. Pero quería decir algo que puede prepararos para entrar en la consideración de la vida anímica humana que nos ocupará en la semana siguiente a la Asamblea General: las consideraciones sobre la psicosofía.
Traducido por J.Luelmo mar, 2025
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