GA125 Copenhagen, 2 de junio de 1910 - La conquista del mundo exterior a costa de la desolación espiritual

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RUDOLF STEINER

La conquista del mundo exterior a costa de la desolación espiritual


Copenhagen, 2 de junio de 1910



Durante estos tres días abordaremos un tema específico. Hablaremos en términos de una cosmovisión científico-espiritual, de los caminos que el alma humana puede tomar en el presente, de los objetivos de la vida teosófica. En la conferencia de hoy se dará una especie de introducción a esto. Mañana y pasado mañana profundizaremos en el propio interior de nuestra contemplación. Hoy queremos adoptar un punto de vista, más externo por así decirlo, y en primer lugar plantearnos las siguientes preguntas: Lo que percibimos como una cosmovisión científico-espiritual, ¿es algo que ha surgido de la voluntad de personalidades individuales, o está enraizado en la propia alma del tiempo? ¿Tenemos ante nosotros algo relacionado con las necesidades más profundas de nuestra época? La mejor manera de responder a estas preguntas es darse cuenta de que todos los que se acercan a la ciencia espiritual desde los más diversos ámbitos de la vida, ya sean ricos o pobres, fuertes o débiles, son almas en búsqueda. Todas son almas que buscan, que no siempre saben exactamente lo que buscan, pero que sienten que buscan algo. Suelen ser almas que han recorrido los caminos más diversos y han dejado que lo que el presente puede darles actúe sobre ellas. Almas que han buscado satisfacer sus anhelos en tal o cual campo del arte, almas que han mirado a su alrededor en lo que la ciencia puede dar; almas que han sentido más o menos oscuramente, más o menos claramente, después de mucho buscar arduamente, que no pueden encontrar en el presente lo que coincide con la búsqueda del alma. Tales almas se conmueven a menudo por lo que el movimiento científico-espiritual puede dar, y dicen: «Sí, aquí vive un impulso que es diferente al de otros lugares, diferente a lo que viene de la vida que me rodea.

¿Qué sienten, o qué podrían sentir, esas almas cuando entran en contacto con lo que hoy puede llamarse Teosofía? No debemos creer que estas almas buscadoras que encuentran su camino hacia la ciencia espiritual son las únicas que buscan. Son elegidas o se eligen a sí mismas de entre una gran multitud de almas buscadoras. Quien escuche lo que se dice desde la más profunda necesidad de nuestro tiempo, verá que hay muchas almas que dicen: Anhelamos los medios para resolver los grandes enigmas del mundo, y no encontramos de entre todo lo que la tradición ha traído, todo lo que la ciencia moderna tiene que decir, nada que pueda resolver estos enigmas.

Escuchemos por un momento lo que las mejores de estas almas tienen que decir. Dicen algo así como lo siguiente, y con estas palabras, que brotan de cientos de miles de almas tan inquisitivas, nos encontramos con algo así como el corazón anhelante de nuestro tiempo: miramos hacia atrás, hacia épocas lejanas, y vemos cómo se han ido sucediendo de siglo en siglo, de milenio en milenio, las diversas ideas sobre Dios y la naturaleza, cómo se han ido distanciando dando lugar a una lucha entre sus representantes. Muchas cosas han llegado hasta nosotros, millones de personas profesan tales ideas, se adhieren a ellas con un sincero sentido de la verdad, pero otras tantas ya no pueden profesar lo que se ha transmitido con tal sentido de la verdad y por amor a ella se sienten obligadas a abandonar las antiguas opiniones.

¿Cómo era en la antigüedad? Por ejemplo, la gente miraba el arroyo que discurría desde las alturas hasta las llanuras, veía los efectos beneficiosos de este arroyo y se preguntaba: ¿Qué es lo que nos habla desde el rugido de este arroyo? ¿Qué es lo que actúa en este arroyo? Y en él, encontraban algo que también encontraban en sí mismos. Encontraban que se basaba en algo espiritual, un ser divino, encontraban que en la corriente fluía un poder divino-espiritual que recompensaba, que proporcionaba al hombre lo que necesitaba para su bienestar. En el soplar del viento, en el retumbar de los truenos, en el crujir de los relámpagos, encontraban una actividad espiritual similar a la que subyace en el fluir del río, en el rugir de las olas. En ello veían algo que les llevaba a decir: El murmullo del arroyo, el rugido de la tormenta está relacionado con lo que vive en mi alma. Aunque ellos hablen de forma diferente, hay algo similar, y siento que puedo entenderlo.

Algo parecido sintieron aquellos a quienes Moisés hizo descender las tablas de la ley. Ellos sintieron que desde ellas les hablaba un ser, infinitamente más grande que el padre del clan familiar, pero sin embargo relacionado con lo que hablaba desde el trueno y lo que hablaba desde el honorable jefe del clan. Sentían el espíritu a través de ellos. Sentían un vínculo vivo entre lo que vivía dentro de ellos como dolor y alegría y el mundo exterior. Un vínculo que este hombre antiguo podía comprender.

Así hablan los mejores. Y si van ustedes a donde habla la ciencia seria, no la superficialidad trivial, oirán lo siguiente: Nuestros antepasados veían poderes espirituales. No sólo veían gotear el agua, soplar el viento, el fuego de los relámpagos. En estas fuerzas de la naturaleza veían seres espirituales, gnomos, ondinas, sílfides, salamandras. Pensemos lo que pensemos de estas gentes, adquirieron la comprensión de sus contemporáneos, aquellas gentes que escribieron su fe en el mundo exterior, del que sacaron fuerza y estabilidad.

Y ahora las mejores de estas almas buscadoras añaden: Ya no podemos creer en gnomos, ondinas, sílfides, salamandras, en seres espirituales de la naturaleza. Porque se nos ha enseñado que hasta en el átomo más pequeño operan las mas férreas leyes. Y debemos pensar en el mundo exterior como una estructura de estas leyes. Ya no podemos animarlo como lo animaban nuestros antepasados, ya no podemos desplegar ceremonias de sacrificio y actos rituales que eleven nuestras voces, ya no podemos decir, cuando nos aflige el dolor: «Consuélate, pues la vida en el mundo espiritual te dará tanto más consuelo». - Y un gran número de personas dicen: Todo nuestro mundo ha cambiado. Ya no construimos sobre lo que solíamos construir. Antes, por ejemplo, si a una persona le hubieran clavado un hierro oxidado en el brazo, habría buscado consuelo en los seres espirituales. Hoy es mejor ir al médico y recurrir a la medicina externa. De este modo, abordamos hoy lo que en el pasado se abordaba con lo que vive en el alma.

A esto se responde: Pero no podemos estar sin la creencia en un espíritu, no podemos prescindir de él. Un espíritu rige todas las leyes, actúa tanto en el trueno como en el átomo. Y para que no pueda cerrar su mente a este conocimiento, únicamente se necesita que alguien supere las peores trivialidades del materialismo. Cuando las almas buscadoras pronuncian la palabra espíritu, ¿Qué quieren decir con ella? ¿Qué es el espíritu? ¿Dónde hunde sus raíces? ¿Cómo llega una persona a formarse una idea del espíritu?

Hoy en día se está difundiendo una extraña visión. En América se habla de una nueva religión. Sólo se quiere reconocer a un Dios que actúa en las leyes de la naturaleza, hasta en el átomo. Nadie puede concebir hoy un Dios en forma humana, dice el partidario de esta doctrina, pero no podemos prescindir de un espíritu divino. Y por ello esta personalidad llega a la extraña conclusión siguiente: las leyes de la química no son suficientes. Pero, ¿De dónde obtenemos el contenido para una idea de Dios? Y entonces oímos lo siguiente: Debemos pensar que el espíritu que gobierna las leyes de la naturaleza está dotado de las cualidades más nobles del alma humana. Así pues, no estamos dispuestos a imaginar un Dios dotado de cualidades humanas, pero nos gustaría tener algo que dé contenido a esta idea de Dios.

Y aquí tenemos el resultado: no podemos hacer otra cosa, el concepto de Dios no podemos tomarlo de otro lugar que no sea del contenido del hombre. Y además, el representante de esta cosmovisión llama la atención sobre el hecho de que en épocas anteriores se adoraba a seres divinos que eran inspiradores, que llenaban al hombre con su poder y le impulsaban hacia una tarea. Ahora, por supuesto, ya no podemos creer que existan seres suprasensibles que actuaran como inspiradores. El futuro, sin embargo, honrará a los ayudantes avanzados, espíritus más ricos que tienen algo que dar a los más pobres.

Ya lo ven, los sentimientos que se aferran a los que pueden dar consuelo se ponen, sin embargo, en lugar de los anteriores. Después de cada terremoto, por ejemplo, habrá quienes den consuelo a los muchos que han perdido a sus seres queridos. El amor humano existirá cuando los ayudantes sobrenaturales ya no existan.

¿No se dan cuenta de que también aquí hay una extraña contradicción? Se supone que debemos mirar a los que dan consuelo. Pero, ¿De dónde sacan lo que necesitan en su alma para poder dar consuelo y amor? Por eso, en el caso de los mejores nos encontramos con que, aunque buscan, sus almas deben sentirse vacías.

¿Y qué decir de la ciencia? ¿Hay consuelo en lo que nos ha aportado la ciencia? Queremos reconocer plenamente los efectos beneficiosos de la ciencia, pero no debemos olvidar una cosa. ¿Cuánto del dolor puramente físico que el hombre ha tenido que soportar desde la prehistoria se ha aliviado? Desde luego, la humanidad no se ha hecho más fuerte ni más sana desde entonces. Ciertamente, hay muchos remedios que alivian el dolor. Pero aquí hay que señalar una contradicción. La ciencia externa sostiene que nada se puede perder. Por ejemplo, al frotar, la fuerza se hace efectiva en forma de calor. Lo que desaparece reaparece como otra fuerza. Los anestésicos alivian el dolor, y la gente habla como si el dolor hubiera desaparecido. Aplicando esa simple ley existe una contradicción. Si el dolor desaparece, aparece en un lugar diferente. Por mucho que se alivie el dolor externo, se convierte en dolor anímico. Y el hombre no se da cuenta de que esto está relacionado con el alivio del dolor externo. Esto no nos impide hacer lo que nuestra percepción nos sugiere para eliminar el dolor externo, pero en el ámbito espiritual debemos aprender a reconocer las conexiones y no dejarnos llevar por ilusiones.

Esas almas buscadoras no se dan cuenta de que el ser humano que hoy está inmerso en la vida exterior, por ejemplo en el campo de la industria, de la técnica, que se desarrolla poderosamente, puede ciertamente dejarse llevar por lo que se le presenta delante de los ojos. Pero aquellos que miran más profundamente lo saben: Esta embriaguez, este entusiasmo hay que pagarlo. Se sabe que las almas están cada vez más desoladas, cuando la respuesta a los enigmas de la existencia, se siente cada vez menos. Ciertamente, debemos llevar a todos los ámbitos lo que puede aliviar el sufrimiento externo, pero no debemos olvidar que, aunque saturemos el físico exterior, podemos matar de hambre al alma cada vez más, infligirle cada vez más sufrimiento debido a la insatisfacción de sus anhelos. Este es el estado de ánimo que se apodera de la persona que no sólo mira con amor al género humano, sino que también ve el rumbo que está tomando el futuro.

Se habla mucho de las metas que el hombre puede fijarse. Superando la embriaguez que se apodera de su alma cuando la vorágine de la vida exterior actual se apodera de él, no se da cuenta de que esta alma debe seguir siendo un alma en búsqueda. ¿Y por qué? Sólo queremos poner ante nuestra alma el trasfondo más profundo de toda discordancia en los sentimientos de hoy. Si nos cortamos el dedo y lo volvemos a curar con los mejores medios que conocemos, entonces lo sabemos: 

Las mismas leyes de la naturaleza que están a su alrededor, también prevalecen en su interior. Estamos formados a partir del conjunto de la naturaleza, de las leyes que imperan a nuestro alrededor. Pero al mismo tiempo sentimos la necesidad de ver algo más en nosotros. Vemos que desde el ojo del hombre resplandece el espíritu, que desde su mano habla el espíritu, que desde su voz resuena el espíritu. Y al reconocer esto, también sentimos que somos portadores del espíritu. Sentimos que hemos surgido del entorno, pero no sólo de él. ¿Qué es lo que rige este entorno? Las leyes físicas, las leyes químicas, lo que hoy conocemos como las férreas leyes de la naturaleza. Estas leyes no bastan para explicar el espíritu. Lo que aportan la física, la química y la biología no basta.

¿Dónde se halla la raíz de aquello a lo que puede referirse como espíritu? Está dentro de nosotros, pero sin hogar, sin raíces. Podemos comprender la composición química de la sangre, podemos captar exactamente el proceso de combustión que tiene lugar en nuestro interior, y todo lo que está sujeto a leyes físicas y químicas en el mundo exterior. Pero en cuanto miramos la naturaleza exterior desposeída de espíritu, todo carece de raíz. No podemos decir: igual que la sangre está sujeta a las leyes de la circulación sanguínea, así también cualquier cosa espiritual sigue las leyes del entorno.

El alma buscadora y errante del presente dice que no se puede encontrar un espíritu en ella. La respuesta a los interrogantes que me atormentan no puede venir de ahí. ¿De dónde me vendrá?

Ahora vemos donde se esconde el mal. Vemos que las ideas sobre el mundo exterior son cada vez más claras. Pero ahora el hombre quiere enraizarse en algo con su espíritu, con su alma. El alma no puede evitar querer esto. No puede huir de sí misma a una estéril existencia físico-química. Aquí es donde surge la dicotomía. El alma tiene la necesidad de imaginarse como una entidad espiritual, pero en ninguna parte del mundo exterior puede encontrar lo que corresponde a sus ideas actuales sobre un ser espiritual. Esto da lugar a una profunda falsedad. El hombre de hoy no puede creer en sílfides, salamandras, ondinas y gnomos. Y para colmo, aquello que podría darle satisfacción no existe. El alma está ahí sin contenido.

Cuanto más profundamente se siente esto, más falso resulta hablar sólo de espíritu. O se encuentra el espíritu o hay que crearlo artificialmente. A algunos les puede parecer que lo que se acaba de decir está demasiado alejado de los sentimientos cotidianos. Pero en todas partes encontraremos almas cuyo dolor proviene de esta razón. A esta gran búsqueda debe contribuir lo que aporta la ciencia espiritual. Se esfuerza por construir un puente entre la propia alma y lo que está fuera, ya sea que el alma escuche la furia de la tormenta o contemple los bellos movimientos de las olas del océano. Partiendo solo de las cualidades del hombre, éste ya no es capaz de idealizar a los dioses que actúan tras el aire y el agua. Hay que abstenerse de ver en lo que se conoce como un ser divino, una imagen antropomórfica de uno mismo. Esa es la constatación de nuestro tiempo. Pero la otra es la impotencia de las almas que buscan. Por un lado, se les dice: Si queréis encontrar a un Dios, no debéis moldearlo con características humanas. Por otro lado, el resultado es que no estamos en condiciones de crear un sustituto. Al carecer estas almas buscadoras de algo que justifique este hecho evidente, se encuentran perdidas. ¿Dónde encuentran la base sólida que les da seguridad?

Esto sólo es posible si el hombre adquiere de nuevo el derecho a explorar lo espiritual, si profundiza en su ser interior. Para el hombre de antes bastaba con menos; para el hombre de hoy lo de antes ya no es suficiente. La ciencia espiritual dice al hombre de hoy: Has tomado el camino equivocado. ¿Las cualidades que el hombre ha encontrado hasta ahora son todas cualidades? ¿No hay fundamentos más profundos? ¿No encontramos algo oculto que podamos decir: Sí, esto podría estar relacionado con lo que percibo como lo divino?

Tiene que haber algo que esté más profundamente arraigado que todo lo que el hombre ha reconocido de sí mismo hasta ahora, algo que le dé derecho a trasladar las cualidades del alma humana a lo divino. Pero, ¿cómo encontrar el camino hacia las profundidades ocultas de nuestro interior?

La ciencia espiritual nos indica caminos que sólo unos pocos han recorrido en el pasado. Hoy en día, muchas personas necesitan que se les indique esta dirección. Hay dos caminos: en primer lugar, el camino de la mística y, en segundo lugar, el camino del ocultismo en el verdadero sentido de la palabra.

Veamos estos dos caminos. ¿Cuál es el camino de la mística? Para comprenderlo, basta con que nos situemos por un momento ante nuestra alma. Todos ustedes saben que en la ciencia espiritual se habla de que el hombre no es el mismo ser cuando está dormido que cuando está despierto. Cuando nos dormimos el ser interior, (yo y cuerpo astral), salen y cuando nos despertamos descienden de nuevo al cuerpo físico y al cuerpo etérico. Por lo general, la gente no se da cuenta de que ocurre algo especial. ¿Alguna vez vemos lo que desciende desde el interior? Entonces se produce un tremendo cambio en el ser humano. En el momento en que desciende, desde dentro no ve su cuerpo etérico ni su cuerpo físico. De lo contrario vería que su corporalidad es ilusión y maja. Como personas normales vemos el entorno y lo que podemos ver desde fuera. El hombre no ve nada de lo que actúa y vive en su interior. Sólo ve el exterior, lo mismo que también ve en las piedras y los minerales. Porque en cuanto entra en sus cuerpos inferiores su mirada se desvía hacia el mundo exterior. Fueron los místicos los que se esforzaron por un despertar consciente. Ellos experimentaban un descenso consciente al hombre exterior. Todas las imágenes de la vida interior que conocen los místicos son lo que el hombre puede ver cuando aparta su mirada del mundo exterior, mundo que, de lo contrario, atraería su mirada. El místico experimenta lo que es el hombre cuando se mira a sí mismo desde dentro. Allí no ve, por ejemplo, cómo circula la sangre, sino que ve que la sangre es portadora de la actividad divina; ve que la sangre es una sombra de la realidad espiritual. Esto es lo que experimenta el místico: el motor espiritual de su propio ser en lugar de la maja exterior.

Lo que nos dicen los místicos es verdad. Escuchemos lo que nos dicen: Este descenso está ligado a lo que llamamos tentaciones, el despertar de los instintos egoístas. Lean las descripciones de los bajos instintos que el alma es capaz de desarrollar. Tenemos que pasar por toda una capa de pasiones, deseos, impulsos egoístas de los que apenas nos creíamos capaces. Todo esto debe superarse si queremos penetrar en las capas profundas de nuestro propio ser. El hecho de que nuestra mirada se desvíe inicialmente de nuestro propio ser interior está sabiamente dispuesto, ya que el hombre no es lo suficientemente maduro como para descender conscientemente a su propio ser interior. Cuando él recorre el camino de la superación de su propio egoísmo, debe luchar contra todo lo que surge en su interior. Sólo entonces encontrará al verdadero ser humano, que está centrado en el espacio más pequeño, en el punto del yo. Sólo entonces estamos completamente dentro de nosotros mismos, nos reconocemos en el bien y en el mal, vemos lo que el hombre es realmente cuando está más allá de la capa formada por sus instintos y deseos, y cuando ha superado todo lo que se le ha inculcado a través de la educación y las convenciones. Tenemos que atravesar esta capa si queremos penetrar en nuestro interior.

Hay otra forma de reconocer el espíritu y a nosotros mismos. No es fácil entrar en ella y está protegida de los inmaduros porque también alberga sus propios peligros. Además del importante momento de despertar, existe también el momento de dormirse, que es igualmente importante para la contemplación del ser humano.  Veámoslo más de cerca. En el momento de dormirse, el hombre pasa al mundo espiritual, al mundo que está más allá de la realidad física. Su conciencia cesa, se apaga. La persona normal no tiene conscientemente ningún mundo espiritual a su alrededor. Si entrara inmaduramente en el mundo espiritual, lo que es ceguera en el mundo físico le sucedería espiritualmente en el grado más pronunciado. Estaría cegado por la visión inmediata de lo espiritual vertida por medio del mundo exterior.

De nuevo, es necesario fortalecer al hombre hasta el punto de que no quede cegado por este espíritu que se vierte por medio del mundo exterior. Esto sucede a través del camino oculto. A través de él encuentra su yo, no amontonado en su propio ser interior, sino derramado sobre todo el mundo exterior, haciéndose uno con este mundo exterior. Este es el camino oculto.

A medida que el hombre aprende a recorrer ambos caminos, el del misticismo y el del ocultismo, se presenta ante sus ojos un hecho significativo. Que él busque el punto donde está más comprimido, más apiñado dentro de sí mismo, y que él se derrame sobre todo el mundo exterior, entonces experimentará finalmente lo único grande, lo poderoso. Lo que se experimenta cuando se desciende a las profundidades del propio yo y cuando se vierte en el infinito son lo mismo: misticismo y ocultismo, van en direcciones opuestas, y conducen a la misma meta. El hombre descubre algo que ha permanecido latente en su interior, y algo que está hechizado en el mundo exterior, algo que puede encontrarse en las profundidades de su propia alma y fuera en el mundo de las apariencias. Cuando él se ha conectado con el camino místico del conocimiento y con el camino oculto del conocimiento, encuentra lo que vive como espíritu detrás de las apariencias, y encuentra lo espiritual dentro de sí mismo. Este es, pues, el puente por el que puede salvarse el abismo ante el que se encuentra el alma buscadora de hoy cuando reconoce que ella misma es algo distinto del mundo de las apariencias exterior y no puede conectar con sus cualidades con lo que la rodea exteriormente.

Hoy existe la posibilidad de encontrar un camino que muestre que lo que vive en nuestro interior es lo mismo que lo que vive en el mundo exterior. Las almas buscadoras que se encuentran ajenas a nuestros esfuerzos aún no lo saben. La ciencia espiritual muestra el camino. La cosmovisión teosófica quiere ser una guía hacia esta meta. Proporcionará respuestas a las preguntas planteadas por las almas anhelantes y luchadoras de hoy. Las preguntas sonarán en las ventanas del presente, y la ciencia espiritual dará la respuesta. Esto le da su justificación interna y demuestra que no ha surgido arbitrariamente de unas cuantas mentes, sino de las necesidades de la época. La ciencia espiritual proporcionará a su vez los medios para encontrar la armonía entre lo que vive en el entorno y lo que vive en el alma humana. Nos permitirá reconocer las leyes que rigen la naturaleza no como abstracciones vacías, sino como pensamientos de entidades divino-espirituales. De este modo, redescubrirá el espíritu en el mundo exterior. El hecho de que el alma no pueda hacer esto hoy en día es la razón de su vacío y desolación. Sólo puede recibir consuelo, ayuda y fuerza buscando los caminos y las metas del hombre espiritual. Esto demuestra lo profundamente justificado que está este empeño científico-espiritual.

Si comprendemos la ciencia espiritual en sus fuentes más profundas, daremos al alma el alimento que ansía, abriremos fuentes de eficacia espiritual y, como todo lo externo es expresión de lo espiritual, con el tiempo también salud. La ciencia espiritual cobra sus metas a partir del anhelo y la búsqueda de la época actual.

Traducido por J.Luelmo mar,2025

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