EL CURSO DE MI VIDA
RUDOLF STEINER
1897-1907 / Berlín - Múnich
El comienzo de mi trabajo antroposófico se produjo en una época en la que muchas personas estaban insatisfechas con las orientaciones del conocimiento del período inmediatamente anterior. Querían encontrar una salida del reino del ser en el que se habían recluido al aceptar como conocimiento "cierto" sólo lo que se podía captar con ideas mecanicistas. Estos esfuerzos de algunos contemporáneos por alcanzar una especie de conocimiento del espíritu me resultaban muy cercanos. Biólogos como Oskar Hertwig, que comenzó como alumno de Haeckel pero luego abandonó el darwinismo porque, en su opinión, los impulsos conocidos por éste no podían proporcionar una explicación del desarrollo orgánico, fueron personalidades en las que se me reveló el deseo de conocimiento de la época.
Pero sentí que pesaba una presión sobre todo este anhelo. La creencia de que uno sólo debe considerar como conocimiento lo que se puede investigar con medida, número y peso en el reino de los sentidos trajo como resultado esta presión. No nos atrevimos a desarrollar un modo de pensar interiormente activo para experimentar a través de él la realidad más de cerca de lo que la experimentamos con los sentidos. Así que seguía dándose el caso de que uno dijera: con los medios que uno ha utilizado hasta ahora para explicar incluso las formas superiores de la realidad, como la orgánica, no va más allá. Pero cuando se trataba entonces de llegar a algo positivo, cuando se trataba de decir lo que actúa en la actividad vital, entonces nos movíamos en ideas vagas.
Hubo una falta de valor por parte de quienes se esforzaban por romper con la explicación mecanicista del mundo para admitirse a sí mismos que quien quiera superar este mecanicismo debe superar también los hábitos en el pensar que condujeron a él. Una confesión que hubiera llevado tiempo no quiso aparecer. Es ésta: con la orientación hacia los sentidos se penetra en lo mecanicista. Nos acostumbramos a esta orientación en la segunda mitad del siglo XIX. Ahora que lo mecanicista nos deja insatisfechos, no deberíamos querer penetrar en reinos superiores con la misma orientación. Los sentidos en el hombre se dan su propio desarrollo. Con lo que se dan a sí mismos, sin embargo, nunca se verá otra cosa que lo mecánico, de esta manera. Si queremos reconocer más, debemos dar a las fuerzas cognoscitivas más profundas una forma propia, que dé naturaleza a las fuerzas de los sentidos>. Las fuerzas cognoscitivas para lo mecánico están despiertas por sí mismas; aquellas fuerzas para las formas superiores de la realidad deben ser despertadas.
Esta auto confesión de afán de conocimiento me parecía una necesidad del tiempo.
Me sentía feliz allí donde vislumbraba sus comienzos. Por eso guardo mi más bello recuerdo de una visita que hice a Jena. Tuve que dar conferencias sobre temas antroposóficos en Weimar. También en Jena se organizó una conferencia en un círculo más pequeño. Después de la conferencia hubo una reunión con un grupo muy pequeño. Querían discutir lo que la Teosofía tenía que decir. En este círculo estaba Max Scheler, que en aquel entonces era profesor de filosofía en Jena. La discusión pronto se convirtió en un debate sobre lo que él sentía acerca de mis observaciones. Y enseguida percibí el rasgo más profundo de su búsqueda del conocimiento. Era la tolerancia interior que mostraba hacia mis puntos de vista. La tolerancia que necesitan quienes realmente quieren conocer.
Discutimos la justificación epistemológica del conocimiento espiritual. Hablamos del problema de cómo la penetración en la realidad espiritual, por un lado, debe ser justificable epistemológicamente del mismo modo que la penetración en la realidad sensorial, por otro.
El modo de pensar de Scheler me causó una impresión genial. Y hasta el día de hoy sigo su camino de conocimiento con el más profundo interés. Siempre me produjo una profunda satisfacción cuando, -por desgracia, muy pocas veces-, pude encontrarme con el hombre que entonces me había caído tan simpático.
Tales experiencias eran significativas para mí. Cada vez que se producían, surgía en mí la necesidad de reexaminar la certeza de mi propio camino de conocimiento. Y en este examen recurrente, se despliegan las fuerzas que luego abren áreas cada vez más amplias de la existencia espiritual.
De mi trabajo antroposófico hay ahora dos resultados; en primer lugar, mis libros publicados ante el mundo entero, y en segundo lugar, una gran serie de cursos que inicialmente estaban destinados a ser publicaciones privadas y que sólo se venderían a los miembros de la Sociedad Teosófica (más tarde Antroposófica). Se trata de transcripciones más o menos bien hechas durante las conferencias y que, -por falta de tiempo-, no pudieron ser corregidas por mí. Hubiera preferido que la palabra hablada siguiera siendo la palabra hablada. Pero los socios querían que los cursos se imprimieran en privado. Y así fue. Si hubiera tenido tiempo de corregir las cosas, no habría sido necesaria la restricción de "sólo para miembros" desde el principio. Ahora ya no se aplica desde hace más de un año.
Aquí, en mi "curso de vida", es necesario decir sobre todo cómo encajan ambos: mis libros publicados y estas impresiones privadas en lo que yo elaboré como antroposofía.
Quien quiera seguir mi propia lucha interior y mi trabajo para colocar la Antroposofía ante la conciencia de la época actual, debe hacerlo con la ayuda de los escritos generalmente publicados. En ellos también me ocupo de toda la lucha por el conocimiento que está presente en la época. Allí se me da lo que cada vez más tomó forma en la "visión espiritual", que se convirtió en la construcción de la antroposofía, aunque en muchos aspectos de manera imperfecta.
Además de esta exigencia de construir la "antroposofía" y con ello sólo servir a lo que surgía cuando uno tenía que entregar los mensajes del mundo espiritual al mundo educativo general de hoy, surgió ahora la otra exigencia de dar también cabida plena a lo que se revelaba desde la membresía como una necesidad del alma, como un anhelo espiritual.
Sobre todo, había una fuerte inclinación a escuchar los Evangelios y el contenido escritural de la Biblia en general presentados a la luz que había surgido como antroposófica. La gente quería oír hablar de estas revelaciones dadas a la humanidad en cursos.
Con la celebración de cursos de conferencias internas en consonancia con esta demanda, se añadió otra. A estas conferencias sólo asistían miembros. Estaban familiarizados con los mensajes iniciales de la Antroposofía. Era posible hablarles de la misma manera que a los avanzados en el campo de la Antroposofía. La actitud de estas conferencias internas era tal que no se podía encontrar en escritos destinados enteramente al público.
Se me permitió hablar de cosas en círculos internos de tal forma que habría tenido que organizarlas de otra manera para su presentación pública si hubieran estado destinadas a ello desde el principio.
Así que en la dualidad, los escritos públicos y los privados, hay de hecho algo que proviene de dos orígenes diferentes. Los escritos totalmente públicos son el resultado de lo que pugnaba y trabajaba dentro de mí; en las impresiones privadas, la sociedad pugna y trabaja conmigo. Escucho las vibraciones en la vida anímica de los miembros, y en mi vida interior en lo que oigo allí, surge la actitud de las conferencias.
En ninguna parte se dice nada que no sea el resultado más puro de la antroposofía que se está construyendo. No se puede hablar de ninguna concesión a los prejuicios o ideas preconcebidas de los miembros. Quien lea estas impresiones privadas puede tomarlas en el sentido más pleno como lo que la antroposofía tiene que decir. Por eso, cuando las acusaciones en este sentido se hicieron demasiado apremiantes, se pudo abandonar la institución de distribuir estas impresiones sólo dentro del círculo de los miembros. Sólo habrá que aceptar que hay errores en los documentos que yo no haya revisado.
Sin embargo, un juicio sobre el contenido de dicha impresión privada sólo puede ser emitido por alguien que conozca lo que se supone que es un requisito previo para el juicio.
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