GA238 Dornach, 19 de septiembre de 1924 - Relaciones Kármicas Vol. IV - Otros ejemplos de las pocas individualidades cuyas sucesivas vidas terrenales, si se describen una tras otra, dan al mismo tiempo descripciones de la historia.

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Relaciones kármicas:
GA238 - Volumen IV



VIII conferencia 


Otros ejemplos de las pocas individualidades cuyas sucesivas vidas terrenales, si se describen una tras otra, dan al mismo tiempo descripciones de la historia. Filósofo romano perteneciente a la escuela de los escépticos de finales del primer siglo cristiano. Cardenal Mazarini, Hertling. Gregorio el Grande, Ernst Haeckel. El Concilio de Nicea; el ermitaño, la monja, Vladimir Solovioff.

Dornach, 19 de septiembre de 1924

Durante las últimas semanas hemos estado tratando de comprender más y más lo que significa decir que la era actual se encuentra en el signo de la regencia de Micael. Así, la última vez fuimos llevados a mostrar cómo puede funcionar en la realidad el karma de un ser humano. Mostramos cómo las dificultades del karma pueden incluso llegar tan lejos que un ser humano no puede encontrar el camino entre la muerte y un nuevo nacimiento para vivir todo lo necesario para tejer el karma participando en los acontecimientos del mundo de las estrellas.

Mientras nuestra concepción se limite realmente a lo que ocurre aquí, en la vida física terrestre, nos resultará difícil recibir lo que debemos recibir si queremos tomar en serio la idea del karma. Pero estamos viviendo en la era de las grandes decisiones y tales decisiones deben tener lugar, para empezar, en el ámbito espiritual. Y en ese ámbito se prepararán correctamente si, desde el espíritu antroposófico más profundo, los seres humanos individuales tienen el valor de estudiar el mundo espiritual en serio, hasta el punto de que puedan recibir lo que viene del mundo espiritual y utilizarlo para comprender los fenómenos de la vida física exterior.

Por eso, desde hace varios meses, no me resisto a presentarles hechos detallados de la vida espiritual, hechos que les permitirán comprender la configuración espiritual de la época actual.

Hoy expondré algunas cosas más, por así decirlo, para ilustrar lo que expondré el próximo domingo, probablemente como conclusión, mostrando todo el karma de la vida espiritual de la época actual en su conexión con las tareas y objetivos del Movimiento Antroposófico.

Para comenzar, sin embargo, presentaré hoy ciertos hechos cuya conexión con nuestro tema principal no percibirán de inmediato. Sin embargo, reconocerán enseguida cuán profundamente caracterizan la vida espiritual del pasado. Muchas de estas cosas parecerán extrañas y descabelladas, pero la vida en su totalidad encierra muchas paradojas, vistas desde un punto de vista terrenal.

Los ejemplos que elegiré hoy no son ordinarios. Por regla general, una sucesión de vidas terrenas no es una sucesión continua de personalidades históricas. Generalmente no es tal que la cadena continua sea visible en absoluto a la observación superficial. Sin embargo, hay ciertas vidas terrenas sucesivas que, si las describimos una tras otra, estamos describiendo al mismo tiempo la historia.

Rara vez es el caso en un grado tan elevado. Pero si encontramos individualidades para las cuales es el caso, si podemos señalar las varias encarnaciones como personalidades históricas, tal individualidad nos permite aprender mucho sobre el karma. Ya he dado casos aislados de este tipo, como saben.

Hoy les hablaré de una personalidad que vivió a finales del primer siglo cristiano. Ya en aquella época era filósofo. Como filósofo era evidentemente uno de los escépticos, es decir, uno de los que realmente piensan que nada en el mundo es seguro.

Pertenecía a esa escuela escéptica que, aunque ya había visto los albores del cristianismo, sostenía que es imposible obtener un conocimiento cierto y, sobre todo, que es totalmente imposible decir con certeza si un ser divino podría asumir una forma humana o similar.

Esta individualidad, -su nombre en esa encarnación no tiene gran importancia, era un tal "Agripa"-, esta individualidad en su encarnación en aquel tiempo, reunía en sí misma, por así decirlo, todo el escepticismo griego. De hecho, si usamos la palabra no en un sentido despectivo, sino como un término técnico, era alguien a quien incluso deberíamos llamar un cínico. Me refiero a un cínico no en su concepción de la vida, ya que en eso era un escéptico, sino un cínico en su forma de tomar las cosas. Porque era muy aficionado a tomar a la ligera y a bromear sobre la mayoría de las cosas importantes que se le presentaban en el mundo. En dicha vida, el cristianismo pasó de largo, sin dejarle huella. Pero un cierto estado de ánimo permaneció con él cuando atravesó la puerta de la muerte. Este estado de ánimo no era tanto el resultado de su escepticismo, porque esa era su convicción filosófica, algo que uno no lleva muy lejos después de la muerte. Sino que subyacía en los hábitos más profundos de su alma y de su espíritu como una manera despreocupada de tomarse los acontecimientos importantes de la vida, un cierto placer travieso cuando las cosas del mundo que parecen importantes resultan no serlo tanto. Este estado de ánimo fundamental se lo llevó consigo a la vida después de la muerte. Ahora bien, como les dije ayer, habiendo atravesado la puerta de la muerte, el hombre entra primero en una esfera que lo conduce poco a poco a la región de la Luna, donde se encuentra la colonia de los sabios Maestros primigenios de la humanidad. Los cuales vivieron una vez en la Tierra, aunque no en un cuerpo físico, ni tampoco enseñaron en la forma en que concebimos la enseñanza de los tiempos posteriores. Ellos habían vagado sobre la Tierra en un cuerpo etérico solamente. Y su enseñanza era tal que quien quiera que recibiera instrucción de ellos en los Misterios, la sentía como una presencia interior de esos Seres sabios de los tiempos primigenios. Tenía la sensación: un Ser sabio ha estado conmigo en este momento. Y como resultado de esta presencia, sentía una inspiración interna. Así era la enseñanza dada a un ser humano en aquellos tiempos.

Nos referimos a la época más antigua de la evolución terrestre, cuando los grandes Maestros primigenios vagaban sobre la Tierra en sus cuerpos etéricos. Después, si podemos decirlo así, siguieron a la Luna que ya se había separado como cuerpo celeste de la Tierra. Y es por su región por la que pasa el ser humano, como la primera etapa de su camino cósmico de evolución después de la muerte. Son ellos quienes le explican las leyes del karma, pues ellos están en relación con toda la sabiduría del pasado.

Ahora bien, cuando la personalidad antes mencionada, el filósofo "Agrippa", llegó a esa región, sucedió que allí se despertó en él más intensamente, el significado de una encarnación anterior. La característica de esa encarnación anterior que ahora le causó tan gran impresión cuando miró hacia atrás después de la muerte, fue que en ella todavía había podido ver mucho de cómo los cultos de Asia Menor y África procedían de los antiguos Misterios.

Ahora, en este tiempo cristiano de su vida suprasensible, esta individualidad pasó una vez más, con gran intensidad, por todo lo que había experimentado una vez en la tierra en relación con muchos sistemas decadentes de los Misterios de Asia Menor. Y así sucedió que él ahora vio suprasensiblemente, cómo en los antiguos Misterios el Cristo había sido esperado ( deben recordar lo que dije, que en su vida en la tierra él no había sido tocado por el Cristianismo).

Ahora bien, los Misterios de los que había sido testigo, -me refiero a los cultos que procedían de los Misterios-, ya se habían exteriorizado. En efecto, él había recibido las impresiones de los cultos y de las instituciones religiosas que se transmitieron en los primeros siglos de nuestra era, en una metamorfosis cristianizada, por supuesto, al cristianismo romano. Obsérvese muy bien lo que quiero decir ahora. El punto es que en esta región, después de su muerte, se preparó en esta individualidad una comprensión de las características externas de los cultos e instituciones clericales que habían sido paganas anteriormente, pero que estaban surgiendo de nuevo en los primeros siglos cristianos y pasando al culto y ceremonial romanos claramente definidos, con todas las concepciones eclesiásticas que estaban vinculadas a ellos.

Esto produjo en él una configuración espiritual muy peculiar. En el curso ulterior de la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento le vemos de nuevo, elaborando su karma muy especialmente en la región de Mercurio, de modo que es capaz de ver muchas cosas, no en un sentido interior sino en el sentido de estar dotado de inteligencia exterior. Adquiere una amplia visión de muchos hechos y relaciones.

Cuando seguimos a esta individualidad, la encontramos de nuevo en la tierra. Lo encontramos como el Cardenal que llevó el Gobierno de Luis XIV cuando Luis XIV era todavía un niño, el Cardenal Mazarini. Podemos estudiar al Cardenal en toda su grandeza y esplendor y con la concepción externa del Cristianismo en la que encuentra su camino tan fácilmente, tan naturalmente, bajo la mujer que fue tutora de Luis XIV.

Él absorbe del cristianismo todas las instituciones externas, el culto cristiano, la pompa y la grandeza cristianas. Para él todas estas cosas están rodeadas, por así decirlo, de un glamour oriental como de Asia Menor. De hecho, podemos decir que gobierna Europa como alguien que en una encarnación anterior había absorbido fuertemente el carácter de Asia Menor.

Pero en esta vida el Cardenal Mazarini sí tuvo ocasión de ser tocado más poderosamente por los hechos y las circunstancias. Basta recordar que era la época de la Guerra de los Treinta Años. Recuerden todas las cosas que ocurrieron a partir de Luis XIV. Había una cualidad peculiar en el Cardenal Mazarini. Era un gran estadista con una amplia visión, pero por otro lado en medio de cierto ruido y confusión. Podríamos decir que estaba embriagado por sus propios actos, de modo que parecían obras de magnífica habilidad, pero que no salían de lo más profundo del corazón.

Ahora bien, al pasar por el tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento, esta vida siguió un curso peculiar. Podemos ver realmente cómo al pasar de nuevo por la región de Mercurio, todo lo que esta personalidad había hecho se disolvió como en una nube de niebla. Pero permanecieron con él las ideas que había absorbido sobre el cristianismo y todo lo que había sufrido a modo de escepticismo en relación con el conocimiento. Estas ideas, entre la muerte y un nuevo nacimiento, se transformaron en su vida: "La ciencia nunca podrá conducirnos a las verdades finales". Un intenso sentimiento por el conocimiento, del que ya había una sugerencia en su anterior paso por Mercurio, apareció y desapareció de nuevo. Y se desarrolló kármicamente en su vida una mentalidad peculiar. Era una mentalidad que se aferraba con gran tenacidad a ideas penetrantes por las que había pasado antes. Pero mientras se aferraba a ellas, podía desarrollar para su siguiente vida en la Tierra muy pocos conceptos con los que dominarlas y expresarlas. Durante el paso de esta personalidad por la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento uno tiene la sensación: ¿Qué intentará hacer en su siguiente encarnación? ¿Hay algo con lo que esté realmente unido? Uno tiene la sensación: puede estar más o menos intensamente unido con todo tipo de cosas y, sin embargo, a su vez con nada. Todos los antecedentes están ahí: la vida precedente de escepticismo, seguida de su intensa vida en un cristianismo con todos sus detalles externos a lo largo de los caminos por los que uno se convierte en Cardenal. Todas estas cosas están profundamente arraigadas en él. Se convertirá en un hombre rico en conocimientos, pero incapaz de exponer conceptos en absoluto profundos. Además, el mapa de Europa que una vez gobernó está como borrado. No se sabe cómo volverá a encontrarlo. ¿Qué hará con él? No sabrá qué hacer con él.

Sí, mis queridos amigos, tenemos que entrar en cosas como éstas; tenemos que estudiar lo que se ha sufrido al pasar por la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, a fin de que no nos equivoquemos; a fin de que finalmente el conocimiento exacto y verdadero pueda ser el resultado.

Esta personalidad renace en la inminente época de Micael, mostrando, si se me permite la expresión, un extraño doble semblante. No puede ser del todo un estadista, ni del todo un clérigo, sino que se siente fuertemente atraído en ambas direcciones. Me refiero a Hertling, que llegó a ser Canciller del Reich alemán a una avanzada edad. En una secuencia kármica, tuvo que utilizar de este modo los restos de su naturaleza mazariniana. Todas las cualidades peculiares con las que llegó al cristianismo, en el que entró, surgieron de nuevo en su cátedra cristiana en la actualidad.

Por este ejemplo se puede ver de qué extrañas maneras los hombres del tiempo presente construyeron sus individualidades actuales en existencias pasadas.

Cualquiera que se limitara a pensar las cosas sin investigarlas llegaría, por supuesto, a conclusiones absolutamente diferentes. Pero sólo comprendemos el karma cuando podemos tomar estos casos y conexiones más extremos, que parecen casi paradójicos en el mundo de los sentidos. Sin embargo, están ahí en el mundo espiritual, al igual que ese otro hecho, que he mencionado a menudo, -me refiero a que Ernst Haeckel, que tan violentamente luchó contra la Iglesia, es la reencarnación del Abad Hildebrand, que se convirtió en el Papa Gregorio Magno. Aquí vemos cuán indiferente es el contenido externo de la creencia o teoría de un hombre en la vida terrenal, pues todas estas cosas son sus pensamientos. Pero si se estudia a Haeckel, especialmente en relación con lo que fue como abad Hildebrando, como Gregorio, -(creo que también él está incluido entre estas imágenes de Chartres)-, se verá que existe en efecto una verdadera secuencia dinámica.

He escogido este ejemplo para que vean cómo las individualidades actuales traen el pasado al presente.

Si después observan los rasgos del monje Hildebrando, que se convirtió en Gregorio Magno y al que conocen por la historia, verán cuán maravillosamente está contenida la configuración del alma de Haeckel en este semblante de Hildebrando, de Gregorio Magno.

Ahora pondré otro ejemplo, que probablemente será de gran y profundo valor para todos ustedes. Aunque casi me da escalofríos hablar de él de cualquier manera fácil, no puedo dejar de elegirlo, porque conduce tan infinitamente profundamente a toda la textura espiritual de la época actual.

Mencionaré ahora otra personalidad, de la que, como ya he dicho, casi me estremezco al hablar de este modo. Y, sin embargo, es infinitamente característico de todo lo que se traslada del pasado al presente y de la forma en que esto sucede. Me he referido a menudo, -y ustedes lo sabrán por la historia exterior-, al Concilio de Nicea, que se celebró en el siglo IV, donde se tomó la decisión para Europa occidental entre el arrianismo y el atanasianismo, y se condenó el arrianismo.

Fue un Concilio en el que las personalidades importantes estaban imbuidas de toda la alta erudición de los primeros siglos cristianos, y la pusieron de manifiesto. Discutieron, en efecto, con ideas profundas y trascendentales. Porque en aquella época el alma humana tenía todavía un talante y una constitución muy diferentes. Para el alma humana era algo natural vivir directamente en el mundo espiritual. Y podían discutir con verdadero contenido y sentido si Cristo era el Hijo, de la misma esencia que el Padre, o sólo de esencia semejante al Padre. Este último era el punto de vista del arrianismo. Hoy no entraremos en las diferencias dogmáticas de la cuestión. Sólo tendremos en cuenta que fue una cuestión de controversias inmensamente profundas y agudas, que, sin embargo, se libraron con el intelectualismo peculiar de aquella época. Hoy en día, cuando somos inteligentes y agudos, lo somos como seres humanos. De hecho, hoy en día, como he dicho a menudo, casi todos los hombres son inteligentes. Son realmente muy inteligentes, es decir, pueden pensar. ¿No es cierto? No es mucho decir, pero es un hecho que pueden pensar: yo puedo ser muy estúpido y aun así ser capaz de pensar... pero el hecho es que los hombres de hoy pueden pensar. En aquellos tiempos no era así. No es que los hombres pudieran simplemente pensar, sino que sentían sus pensamientos como una inspiración. Quien era agudo se sentía dotado por la gracia de Dios, y su pensamiento era una especie de clarividencia. Esto seguía siendo así incluso en el siglo IV d.C., y quienes escuchaban a un pensador aún tenían cierta sensación de la evolución viva de su pensamiento. En el Concilio de Nicea estaba presente una personalidad que tomó parte activa en estas discusiones, pero al final del Concilio estaba muy decepcionado y deprimido. Su principal esfuerzo había sido presentar los argumentos de ambas partes. Presentó razones de peso tanto a favor del arrianismo como del atanasianismo. Y si las cosas hubieran ido como él deseaba, sin duda el resultado habría sido muy diferente. El resultado no habría sido un compromiso miserable, sino una especie de síntesis del arrianismo y el atanasianismo. - No se debe construir la historia con el pensamiento, pero esto puede decirse a modo de explicación. - Probablemente habría sido una forma mucho más íntima de relacionar lo divino en el ser interior del hombre con lo divino en el universo. Porque, en la forma en que el atanasianismo desarrolló posteriormente estas cosas, el alma humana estaba muy separada de su origen divino. De hecho, se consideraba herético hablar de lo divino en el ser interior del hombre.

Si, por el contrario, sólo el arrianismo hubiera triunfado, se habría hablado mucho, por supuesto, de este dios en el ser interior del hombre. Pero no se habría hablado de él con la necesaria profundidad de reverencia y, sobre todo, no con la necesaria dignidad interior. Sólo el arrianismo habría llegado a considerar al hombre, en cada etapa, como una encarnación del dios que habita en su interior. Pero lo mismo puede decirse de cualquier animal, de hecho de todo el mundo, de toda planta, de toda piedra. Esta concepción sólo tiene valor real si contiene al mismo tiempo el impulso activo de elevarse cada vez más en el desarrollo espiritual, pues sólo entonces encontramos al dios interior. La afirmación de que hay algo divino dentro de nosotros en todas y cada una de las etapas de la vida sólo puede tener sentido si nos apoderamos de lo divino en un perpetuo esfuerzo ascendente del yo, que aún no lo ha alcanzado.

Pero una síntesis de las dos concepciones habría sido sin duda el resultado si la personalidad a la que ahora me refiero hubiera sido capaz de ganar alguna influencia decisiva en el Concilio de Nicea. No lo consiguió. Profundamente insatisfecho, se retiró a una especie de eremitorio egipcio, llevó una vida sumamente ascética, y en aquella época del siglo V estaba profundamente imbuido de todo lo que constituía la verdadera sustancia espiritual del cristianismo durante aquella época. De hecho, era probablemente uno de los cristianos mejor informados de su época, pero no era un polemista. Esto es evidente por la forma en que se presentó en el Concilio. Habló como un hombre que sopesa y juzga tranquilamente todos los aspectos de la cuestión, y que, sin embargo, está profundamente entusiasmado por su causa, aunque no por este o aquel detalle unilateral. Habló como un hombre que, -no puedo decir que estuviera disgustado, esa no sería la verdadera expresión-, sino como un hombre que sintió su fracaso con extraordinaria amargura, pues estaba profundamente convencido de que el bien sólo llegaría para el cristianismo si se abría paso el punto de vista que él defendía.

Así se retiró a una especie de eremitorio. Durante el resto de su vida se convirtió en un ermitaño, siguiendo sin embargo, en respuesta a los impulsos interiores de su alma, un curso bastante definido de la vida interior. Se trataba de investigar el origen de la inspiración del pensamiento. Su penetración mística estaba en el esfuerzo por percibir de dónde recibe el pensamiento su inspiración. Se convirtió en un gran anhelo para él encontrar la fuente del pensamiento en el mundo espiritual, hasta que finalmente se llenó por completo de este anhelo. Y con este anhelo murió, sin haber llegado a ninguna conclusión real, a ninguna respuesta concreta durante esa vida terrenal. No hubo respuesta. El tiempo era, después de todo, desfavorable.

Después, al atravesar la puerta de la muerte, vivió una experiencia peculiar. Durante varios decenios después de su muerte, pudo contemplar su vida terrenal y la vio teñida para siempre por aquel elemento al que había llegado por fin. La vio para siempre en la atmósfera de aquello que, mirando hacia atrás, vino inmediatamente después de su muerte. Vio al ser humano pensando.

Ahora todavía no se había cumplido esta pregunta.  Y esto es lo más importante. Todavía no había pensamiento que respondiera a la pregunta. Pero aunque no había respuesta, pudo, después de su muerte, mirar, en imaginaciones maravillosamente claras, dentro de la inteligencia cósmica del universo. No vio los pensamientos del universo. Los habría visto si su anhelo se hubiera cumplido. No vio los pensamientos del universo, sino que vio en imágenes el Pensamiento del universo.

Así, durante el viaje entre la muerte y un nuevo nacimiento, vivió una individualidad que estaba como en un estado de equilibrio entre la visión mística imaginativa y su anterior pensamiento agudo, un pensamiento, sin embargo, en perpetuo flujo, que no había llegado a su conclusión.

En la elaboración del karma, se impuso, para empezar, su tendencia mística. Renació en la Edad Media como una visionaria, una mujer, que desplegó una visión verdaderamente maravillosa del mundo espiritual. Durante un tiempo, la tendencia del pensador pasó totalmente a un segundo plano; la cualidad de la visión espiritual pasó a un primer plano. Pues esta mujer tenía visiones maravillosas, al mismo tiempo que se entregaba místicamente a Cristo. Su alma estaba penetrada, con infinita profundidad, por un cristianismo visionario. Eran visiones en las que Cristo aparecía como el jefe de huestes pacíficas, no pendencieras ni contenciosas, sino como las huestes de la paz, que extenderían el cristianismo por todas partes con su misma mansedumbre, cosa que nunca se había realizado en la tierra. Estaba presente en las visiones de esta monja. Era un cristianismo profundo e intenso, pero no encontró lugar en absoluto en lo que más tarde evolucionó como cristianismo en su forma más moderna. Sin embargo, durante su vida, esta monja, la vidente, no entró en conflicto con el cristianismo dogmático positivo. Ella misma creció fuera de él y creció en un cristianismo profundamente personal, que después fue simplemente inexistente en la tierra. Y así, si se me permite decirlo así, el universo entero se enfrentó entonces a ella con la pregunta: ¿Cómo debería realizarse este cristianismo en un cuerpo físico en una nueva encarnación? Y al mismo tiempo, mucho después de que la vidente hubiera atravesado la puerta de la muerte, volvieron sobre ella los ecos del viejo intelectualismo, del intelectualismo inspirado. Los ecos de sus visiones eran ahora, si puedo decirlo así, idealizados en su totalidad, llenos de ideas.

Entonces, buscando un nuevo cuerpo humano, este individuo se convirtió en la individualidad de Solovioff, Vladimir Solovioff.

Lean los escritos de Solovioff. - Con frecuencia he descrito la impresión que causan en un hombre moderno y lo he dicho de nuevo en mi introducción a la edición alemana de sus obras. Traten de sentirlo en sus escritos. Sentirán cuánto hay entre líneas, cuánto de un misticismo que a menudo podemos sentir incluso sofocante y opresivo. Es un cristianismo muy personal en sus formas de expresión. Muestra claramente cómo tuvo que buscar un cuerpo flexible, flexible en todos los sentidos, como el que sólo puede obtenerse del pueblo ruso.

Observando estos ejemplos, creo que uno puede, en efecto, conservar el santo temor y la reverencia ante las verdades del karma, que deberían, en efecto, mantenerse sagradas y virginales en las profundidades más íntimas de la vida. Para quien tiene un verdadero sentimiento por la contemplación del mundo espiritual, estas profundas verdades no son, en verdad, indignamente desveladas. Lo digo en el sentido de lo que tan a menudo se dice de los velos sagrados de la verdad, de los cuales se dice que nunca deben descorrerse.

A la Antroposofía se le ha reprochado una y otra vez, sobre todo en círculos teológicos, que descorre el velo del misterio sagrado de las verdades secretas y misteriosas, convirtiéndolas así en profanas. Pero cuanto más nos adentramos en las partes esotéricas de la concepción antroposófica, tanto más sentimos que en verdad no puede hablarse de profanación. Por el contrario, el mundo mismo nos llenará de un santo asombro cuando contemplemos las vidas de los hombres, una tras otra, en la maravillosa obra de las vidas anteriores en las posteriores. Sólo debemos no ser profanos en nuestra vida interior o en nuestra manera de pensar y entonces no haremos tales objeciones.

Lean los escritos de Solovioff con el trasfondo de la monja anterior, con sus maravillosas visiones y su infinita devoción al Ser de Cristo. Vean a aquella antigua personalidad alejándose con sentimientos profundos y amargos del Concilio donde había adelantado cosas tan grandes e importantes. Descubran en el alma y en el corazón de este individuo lo que puedo llamar el doble fondo del Cristianismo, ahora en su forma racionalista, pero racionalista inspirada, y ahora de nuevo en su forma visionaria de videncia. Vean todo esto en el trasfondo, y en verdad el levantamiento del velo no profanará el secreto.

Un romántico alemán tuvo una vez el valor de pensar de forma diferente a todos los demás sobre el famoso dicho de Isis: "Yo soy lo que era, lo que es y lo que ha de venir, y mi velo ningún mortal lo ha levantado todavía". - A lo que el romántico alemán respondió ¡Entonces debemos volvernos inmortales para poder levantar el velo! - Mientras que otros tomaron el dicho tal cual.

Cuando descubramos lo verdaderamente inmortal dentro de nosotros, lo divino y espiritual, entonces podremos acercarnos a muchos secretos sin profanarlos, a muchos secretos a los que, con una fe menor en lo divino de nuestro propio ser, no podríamos acercarnos.

Y esto indica el espíritu que debe salir al exterior cada vez más bajo la influencia de estudios como el último y el presente. Pues estos estudios espirituales están destinados a trabajar en la vida y en la acción de aquellos que llevan su karma, en la forma que he descrito, a la Sociedad Antroposófica.

Traducido por J.Luelmo nov.2023

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919