GA058 Berlín, 11 de noviembre de 1909 Ascetismo y enfermedad

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

ASCETISMO Y ENFERMEDAD

RUDOLF STEINER


VI conferencia

Berlín, 11 de noviembre de 1909

La vida humana oscila entre el trabajo y la ociosidad. La actividad de la vida que ha de ocuparnos en la conferencia de hoy, y que ha de designarse con el nombre de ascetismo, se cuenta como trabajo o como ociosidad, según las condiciones de vida de unos u otros, de una u otra parte. Una consideración objetiva, imparcial, como debe tenerse en el sentido de la ciencia espiritual, sólo es posible si se considera de qué modo lo que se califica de "ascetismo", -si se entiende en el sentido más elevado de la palabra y se destierra de él todo abuso-, interviene en la vida humana favoreciendo o también perjudicando esta vida humana.

Es muy natural que la mayoría de la gente tenga hoy una idea algo falsa de lo que debe significar la palabra ascetismo. En su forma griega original, podía aplicarse tanto a un atleta como a un asceta. Pero en nuestro tiempo la palabra ha adquirido un colorido particular a partir de la forma que tomó esta forma de vida durante la Edad Media; y para mucha gente la palabra tiene el sabor que le dio Schopenhauer en el siglo XIX. Hoy en día, la palabra está adquiriendo de nuevo un cierto color a través de las múltiples influencias de la filosofía y la religión orientales, en particular a través de lo que Occidente suele llamar budismo. Nuestra tarea en esta conferencia es encontrar el verdadero origen del ascetismo en la naturaleza humana; y la Ciencia Espiritual, como se ha caracterizado en conferencias anteriores, está llamada a aportar claridad a esta discusión, tanto más cuanto que su propia perspectiva está conectada con el significado original de la palabra griega, askesis.

La Ciencia Espiritual y la investigación espiritual, tal como se representan aquí desde hace algunos años, adoptan una actitud bastante definida respecto a la naturaleza humana. Parten del postulado de que en ninguna etapa de la evolución de la humanidad es justificable decir que aquí o allá están los límites del conocimiento humano. La forma habitual de plantear la pregunta: "¿Qué puede saber el hombre y qué no puede saber?", para la Ciencia Espiritual está mal orientada. No pregunta lo que el hombre puede saber en determinada etapa de su evolución; o cuáles son los límites del conocimiento en esa etapa; o qué permanece oculto porque en ese momento la cognición humana no puede penetrarlo. Todas estas cuestiones no son de su incumbencia inmediata, pues la Ciencia Espiritual toma su posición sobre el firme terreno de la evolución, en particular de la evolución de las fuerzas anímicas humanas. Dice que el alma humana puede desarrollarse. Así como en la semilla de una planta la futura planta duerme y es despertada por las fuerzas dentro de la semilla y las que trabajan sobre ella desde el exterior, así también las fuerzas y capacidades ocultas están siempre durmiendo en el alma humana. Lo que no podemos saber en una etapa del desarrollo, podemos saberlo más tarde, cuando hayamos avanzado un poco en el desarrollo de nuestras facultades espirituales.

¿Cuáles son las fuerzas que podemos desarrollar en nosotros para una comprensión más profunda del mundo y la consecución de un horizonte cada vez más amplio? Esta es la pregunta que se hace la Ciencia Espiritual. Ella no pregunta dónde están los límites de nuestro conocimiento, sino cómo el hombre puede sobrepasar los límites que existen en un período dado, desarrollando sus capacidades. Ella muestra cómo el hombre puede superar las facultades cognoscitivas que le han sido conferidas por un proceso evolutivo en el que su propia conciencia no ha participado. En un primer momento, estas facultades sólo se refieren al mundo percibido por nuestros sentidos y captado por nuestra razón. Pero por medio de las fuerzas latentes en el alma, el hombre puede penetrar en los mundos que al principio no están abiertos a los sentidos ni pueden ser alcanzados por la razón vinculada a los sentidos. A fin de evitar desde el principio la acusación de vaguedad, describiré brevemente lo que encontrarán detallado en Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores.

Cuando hablamos de traspasar los límites ordinarios del conocimiento, debemos tener cuidado de no dirigir nuestros pasos hacia la oscuridad, sino más bien encontrar el camino desde la tierra firme bajo nuestros pies hacia un mundo nuevo. ¿Cómo hacerlo?

En el ser humano normal de hoy, tenemos una alternancia de las dos condiciones llamadas "vigilia" y "sueño". Sin entrar en detalles, podemos decir que para el conocimiento ordinario la diferencia radica en esto, que mientras el hombre está despierto, sus sentidos y el intelecto ligado a los sentidos están bajo estímulo constante. Este estímulo es el que despierta su cognición externa, y durante las horas de vigilia está entregado al mundo de los sentidos externos. Cuando dormimos estamos alejados de ese mundo. Una simple consideración lógica demuestra que para la Ciencia Espiritual no es irracional sostener que hay algo en la naturaleza humana que, durante el dormir, se separa de lo que solemos llamar cuerpo humano. Sabemos que para la Ciencia Espiritual el cuerpo físico, que puede ser visto con los ojos y tocado con la mano, es sólo una parte del hombre. Tiene una segunda parte, el llamado cuerpo etérico o cuerpo vital. Cuando dormimos, los cuerpos físico y etérico permanecen en el lecho, y separamos de ellos lo que llamamos cuerpo de conciencia o -no nos dejemos confundir por la terminología- cuerpo astral, portador del deseo y del dolor, del placer y de la tristeza, del impulso y de la pasión. Además tenemos un cuarto elemento, que hace del hombre la culminación de la creación terrestre: el yo. Estas dos últimas partes se separan de los cuerpos físico y etérico mientras dormimos. Una simple consideración, como dije, puede enseñarnos que no es irracional que la Ciencia Espiritual declare que lo que tenemos como placer y dolor, o como capacidad de juicio del yo, no puede desvanecerse durante la noche y renacer de nuevo cada mañana, sino que debe seguir existiendo. Piensen, si quieren, en esta retirada del cuerpo astral y del yo como una mera imagen; en todo caso es innegable que el yo y el cuerpo astral se retiran de lo que llamamos cuerpo físico y cuerpo etérico.

Ahora bien, lo peculiar es que estas partes más íntimas del ser humano, el cuerpo astral y el yo, dentro de las cuales vivimos a través de lo que llamamos experiencia del alma, se hunden en una oscuridad indefinida durante el dormir. Pero esto significa simplemente que esta parte más íntima del ser humano necesita el estímulo del mundo exterior para ser consciente de sí misma y del mundo exterior. De ahí que podamos decir que en el momento de dormirse, cuando cesa este estímulo, el hombre no puede desarrollar la conciencia en sí mismo. Pero si, en el curso normal de su existencia, un ser humano fuera capaz de estimular de tal modo las partes internas de su ser, de llenarlas de energía y de vida interior, que tuviera conciencia de ellas incluso cuando no hubiera impresiones de los sentidos y el intelecto ligado a los sentidos estuviera inactivo y libre del estímulo del mundo externo, entonces sería capaz de percibir otras cosas aparte de las que llegan a través del estímulo de los sentidos. Por extraño y paradójico que pueda parecer, es cierto que si un hombre pudiera reproducir una condición que, por un lado, se asemeja al dormir y, por otro, es esencialmente diferente de él, podría alcanzar un conocimiento suprasensible. Su estado se asemejaría al de dormir al no depender de ningún estímulo externo; la diferencia sería que no se hundiría en la inconsciencia, sino que desplegaría una vívida vida interior.

Tal como lo demuestra la experiencia científico-espiritual, el hombre puede llegar a tal condición: una condición de clarividencia, si la palabra no es mal utilizada, como lo es tan a menudo hoy en día. Les daré brevemente un ejemplo de los numerosos ejercicios interiores a través de los cuales se puede alcanzar esta condición.

Si queremos experimentar esta condición con seguridad, debemos partir siempre del mundo exterior. El mundo externo nos da imágenes mentales, y las consideramos verdaderas si comprobamos que se corresponden con los hechos externos. Pero este tipo de verdad no puede elevarnos por encima de la realidad externa. Nuestra tarea, por tanto, es salvar el abismo entre la percepción externa y una percepción que sea independiente de los sentidos y que, sin embargo, pueda darnos la verdad. Una de las primeras etapas hacia esta forma de conocimiento se refiere a los conceptos pictóricos o simbólicos. Tomemos como ejemplo un símbolo útil para el desarrollo espiritual y expongámoslo en forma de conversación entre un maestro y su alumno.

Para que su alumno comprenda este tipo de imagen simbólica, el profesor podría hablar de la siguiente manera: "Piensa en la planta, en cómo se enraíza en la tierra y crece a partir de ella, envía hoja verde tras hoja verde y se desarrolla hasta florecer y fructificar". (No se trata aquí de ideas científicas ordinarias, pues, como veremos, no se discute la diferencia esencial entre el hombre y la planta, sino que se intenta captar una idea pictórica útil). El profesor puede continuar: "Y ahora mira al hombre. Ciertamente, tiene muchas cosas que no tiene la planta. Puede experimentar impulsos, deseos, emociones, toda una gama de conceptos que pueden llevarle por la escala que va desde la sensación ciega y el instinto hasta los ideales morales más elevados. Sólo una fantasía científica podría atribuir una conciencia similar a las plantas y a los hombres; pero en un nivel inferior, una planta tiene ciertas ventajas. Tiene certeza de crecimiento, sin posibilidad de error, mientras que el hombre puede desviarse en cualquier momento de su lugar correcto en el mundo. Podemos ver cómo en toda su estructura está impregnado de instintos, deseos y pasiones que pueden llevarlo al error, al engaño y a la falsedad. Por el contrario, la planta es en sustancia intocada por estas cosas; es un ser puro, casto. Sólo cuando el hombre ha purificado toda su vida de instintos y deseos puede esperar ser tan puro en su nivel superior como la planta lo es en su certeza y seguridad en el nivel inferior."

Después podemos pasar a otra imagen. La planta está impregnada de la materia colorante verde, la clorofila, que tiñe de verde las hojas. El hombre está impregnado del vehículo de sus instintos y emociones, su sangre roja. Es una especie de evolución hacia arriba, y en su curso el hombre ha tenido que aceptar características que no se encuentran en la planta. Debe mantener ante sus ojos el elevado ideal de alcanzar algún día, en su propio nivel, la pureza interior, la certeza y el autocontrol de los que tenemos una imagen en un nivel inferior en la planta. Entonces podemos preguntarnos qué debemos hacer para elevarnos a ese nivel.

El hombre debe convertirse en dueño y señor de los instintos, las pasiones y las ansias que surgen en su interior, sin ser buscadas. Debe crecer más allá de sí mismo, matar en su interior todo lo que normalmente le domina y elevar a un nivel superior todo lo que está dominado por lo inferior. Así es como el hombre se ha desarrollado a partir de la planta, y todo lo que se ha añadido desde la etapa de la planta debe considerarlo como algo a conquistar, a fin de derivar de ello una vida superior. Esa es la dirección correcta del futuro del hombre, indicada por Goethe en la bella estrofa:

Quien no sepa decir
Muere y renuévate a ti mismo
Será un huésped triste
¡En esta tierra lúgubre!

Esto no significa que el hombre deba matar sus instintos y emociones, sino que los limpia y purifica quitándoles el dominio que ejercen sobre él. De modo que, al mirar la planta, puede decir: "Algo en mí es superior a la planta, pero tengo que conquistarlo y destruirlo".

Como imagen de lo que tenemos que vencer en nosotros mismos, tomemos la parte de la planta que ya no es capaz de vivir, la madera seca, y coloquémosla en forma de cruz. La siguiente tarea es limpiar y purificar la sangre roja, el vehículo de nuestros instintos, impulsos y ansias, para que sea una expresión pura y casta de nuestro ser superior, de lo que Schiller quería decir cuando hablaba del "hombre superior en el hombre". La sangre será entonces, por así decirlo, una copia en el hombre de la savia pura que fluye por la planta.

"Ahora" -continuará el maestro- "veamos una flor en la que la savia, subiendo continuamente, etapa por etapa, a través de las hojas, se funde finalmente en el color de la flor, la rosa roja. Imagina la rosa roja como una imagen de tu sangre cuando tu sangre ha sido limpiada y purificada. La savia de la planta pulsa a través de la rosa roja y la deja sin impulsos ni deseos; pero tus impulsos y deseos deben llegar a ser la expresión de tu yo purificado." Así completamos nuestra imagen del madero de la cruz, que simboliza lo que tenemos que superar, colgando de la cruz una guirnalda de rosas rojas. Entonces tenemos una imagen, un símbolo, que no apela sólo al razonamiento seco, sino que, al conmover nuestros sentimientos, nos da una imagen de la vida humana elevada al nivel de un ideal superior.

Alguien puede decir ahora: Su imagen es una invención que no corresponde a nada verdadero. Todo lo que evocáis, la cruz negra y la rosa roja es mera fantasía. Sí, indudablemente, esta imagen, tal como se presenta ante el ojo interior de cualquiera que desee elevarse a los mundos espirituales, es una invención. Eso es lo que tiene que ser. Su finalidad no es representar algo que existe en el mundo exterior. Si esa fuera su función, no la necesitaríamos. Estaríamos satisfechos con las impresiones del mundo exterior que nos llegan directamente a través de nuestras percepciones sensoriales. Pero la imagen que creamos, aunque sus elementos procedan del mundo exterior, se basa en ciertos sentimientos e ideas que pertenecen a nuestro propio ser interior. Lo esencial es que seamos plenamente conscientes de cada paso, de modo que mantengamos un firme control sobre los hilos de nuestros procesos internos; de lo contrario, nos perderíamos en la ilusión.

Quien quiere elevarse a mundos superiores mediante la meditación interior y la contemplación, no vive sólo en imágenes abstractas, sino en un mundo de conceptos y sentimientos que fluyen de esas imágenes que él crea. Las imágenes suscitan una serie de actividades en su alma y, al excluir todo estímulo externo, concentra todas sus fuerzas en la contemplación de las imágenes. No pretenden reflejar circunstancias externas, sino despertar fuerzas que dormitan en su interior. Si es paciente y persevera, pues el progreso es lento, se dará cuenta de que la devoción silenciosa a este tipo de cuadros le proporcionará algo que puede seguir desarrollando. Pronto se dará cuenta de que su vida interior está cambiando: surge una condición que, en algunos aspectos, se asemeja al sueño. Pero mientras que el sueño sumerge la vida consciente del alma, la devoción que he mencionado y la meditación en las imágenes simbólicas hacen que las fuerzas interiores despierten. Muy pronto siente que se está produciendo un cambio en su interior, aunque haya excluido todas las impresiones del mundo exterior. Así, a través de estos símbolos bastante irreales, despierta fuerzas interiores, y pronto se da cuenta de que puede darles un buen uso.

Alguien puede objetar de nuevo diciendo: "Todo eso está muy bien, pero aunque desarrollemos esas fuerzas y penetremos realmente en el mundo espiritual, ¿Cómo podemos estar seguros de que lo que percibimos es la realidad?". Nada puede probar esto excepto la experiencia, del mismo modo que sólo se puede probar que el mundo exterior existe por la experiencia. Los meros conceptos pueden distinguirse muy estrictamente de las percepciones y las dos categorías sólo las confundirá alguien que haya perdido el contacto con la realidad. Especialmente en los círculos filosóficos actuales ha ido ganando terreno un cierto malentendido. Schopenhauer, por ejemplo, en la primera parte de su filosofía parte del supuesto de que el mundo del hombre es un concepto. Ahora bien, ustedes pueden ver la diferencia entre una percepción y un concepto mirando su reloj. Mientras estén en contacto con su reloj, eso es percepción; si se dan la vuelta, mantienen una imagen del reloj en su mente; eso es concepto. En la vida práctica, aprendemos muy pronto a distinguir entre percepción y concepto, de lo contrario nos perderíamos. Si se imaginan un hierro al rojo vivo, por muy caliente que esté no se quemarán, pero si es real y lo tocan pronto se darán cuenta de que una percepción es algo distinto de un concepto.

Ocurre lo mismo con un ejemplo dado por Kant; desde cierto punto de vista está justificado, pero durante el siglo pasado ha sido fuente de muchos errores. Kant intentó trastornar cierto concepto de Dios mostrando que no hay diferencia de contenido entre la idea de cien chelines y cien chelines reales. Sin embargo, es erróneo sostener que no hay diferencia en el contenido, pues entonces es fácil confundir una percepción, que nos da contacto directo con la realidad, con el contenido de un mero concepto. Cualquiera que tenga que pagar una deuda de cien chelines pronto descubrirá la diferencia.

Lo mismo ocurre con el mundo espiritual. Cuando despertamos las fuerzas y facultades que están latentes en nosotros, y cuando a nuestro alrededor hay un mundo que no hemos conocido antes, un mundo que brilla como si saliera de una oscura profundidad espiritual, entonces alguien que entre en este reino sin estar iniciado bien podría decir que todo es ilusión y autosugestión. Pero cualquiera que haya tenido experiencias reales en este nivel será capaz de distinguir la realidad de la fantasía, del mismo modo que en la vida ordinaria podemos distinguir entre una pieza imaginaria de acero caliente y una real.

Así podemos ver que es posible invocar una forma diferente de conciencia. Sólo les he dado un breve ejemplo de cómo los ejercicios interiores pueden trabajar sobre las facultades dormidas del alma. Por supuesto, mientras estamos practicando los ejercicios, no vemos un mundo espiritual; estamos ocupados en despertar las facultades requeridas. En algunas circunstancias, esto puede durar no sólo años, sino toda una vida o vidas. Al final, sin embargo, el resultado de estos ejercicios es que las fuerzas dormidas de la cognición se despiertan y se dirigen hacia un mundo espiritual, del mismo modo que hemos aprendido a adaptar el ojo con la ayuda de poderes espirituales desconocidos para observar el mundo externo. Este trabajo sobre la propia alma, este desarrollo del alma hasta el estado de percibir un mundo en el que aún no vivimos pero al que accedemos a través de lo que nosotros aportamos, este entrenamiento puede llamarse ascetismo en el verdadero sentido de la palabra. Porque en griego la palabra significa trabajar sobre uno mismo, hacerse capaz de realizar algo, transformar las fuerzas dormidas en activas. Este significado original de la palabra puede seguir siéndolo hoy en día si nos negamos a dejarnos llevar por el falso uso del término que se ha hecho común a lo largo de los siglos. Comprenderemos el verdadero significado del ascetismo, tal como se describe aquí, sólo si recordamos que el propósito de este trabajo sobre uno mismo es desarrollar facultades que abran un mundo nuevo.

Ahora, habiendo discutido el ascetismo en relación con el mundo espiritual solamente, será útil ver cómo el término se aplica a ciertas actividades en el mundo externo. Allí puede significar el entrenamiento de ciertas fuerzas y capacidades que no van a ser utilizadas inmediatamente para su propósito final, sino que primero deben ser ejercitadas y preparadas para ello. Un ejemplo cercano ilustrará esto, y también mostrará cómo un uso incorrecto del término puede tener resultados perjudiciales. El término puede aplicarse correctamente a las maniobras militares, lo que se ajusta bastante al uso griego original. El despliegue y la prueba de las fuerzas militares en estas ocasiones, para que en la guerra real puedan estar listas y disponibles en el número adecuado, eso es ejercicio de ascesis. Siempre que las fuerzas no se utilizan para su propósito final, sino que se prueban de antemano para comprobar su eficacia y fiabilidad, tenemos ascetismo. Las maniobras guardan la misma relación con la guerra que el ascetismo con la vida en general.

La vida humana, decía al principio, oscila entre el trabajo y la ociosidad. Pero hay muchas cosas intermedias. Por ejemplo, el juego se encuentra en medio. Siempre que encontramos el juego, es en realidad lo contrario de lo que podríamos llamar ascetismo. En su opuesto se puede ver muy bien cuál es la esencia del ascetismo. El juego es una actividad de fuerzas en el mundo exterior en satisfacción directa. Esta satisfacción misma, aquello con lo que se juega, tampoco es, por así decirlo, el duro suelo, el duro subsuelo del mundo exterior donde empleamos nuestro trabajo. Lo que se juega es, por tanto, un material blando, figurado, que sigue a nuestras fuerzas. El juego es sólo un juego mientras no tropecemos con la resistencia de fuerzas externas, como ocurre en el trabajo. En el juego, pues, se trata de aquello que se relaciona directamente con las fuerzas que se realizan en el proceso, y la satisfacción del propio juego reside en la actividad de estas fuerzas. El juego no nos prepara para nada más; encuentra su satisfacción en sí mismo.

Con el ascetismo ocurre justo lo contrario, si tomamos el término en su sentido propio. En este caso no se obtiene ninguna gratificación de nada del mundo exterior. Siempre que combinamos cosas en el ascetismo, aunque sólo sea la cruz y las rosas rojas, la combinación no es significativa en sí misma, sino sólo en la medida en que llama a nuestras fuerzas interiores a la actividad, una actividad que sólo encontrará aplicación cuando haya madurado plenamente dentro de nosotros mismos. La renuncia se produce porque trabajamos interiormente sobre nosotros mismos sabiendo que al principio no debemos ser estimulados por el mundo exterior. Nuestro objetivo es poner en actividad nuestras fuerzas interiores, para poder aplicarlas más tarde al mundo exterior. El juego y el ascetismo, por consiguiente, son opuestos.

¿Cómo entra el ascetismo, según nuestra acepción de la palabra, en la práctica de la vida humana? Atengámonos a una esfera en la que el ascetismo puede practicarse tanto de forma correcta como incorrecta. Tomemos el caso de alguien que se propone ascender a los mundos espirituales. Si, entonces, un mundo suprasensible llama su atención por un medio u otro, ya sea a través de otra persona o de algún documento histórico, puede decir: Hay afirmaciones y comunicaciones relativas a los mundos suprasensibles, pero actualmente están más allá de mi comprensión; carezco del poder para entenderlas. Luego hay otros que rechazan estas comunicaciones, se niegan a tener nada que ver con ellas. ¿Cuál es el origen de esta actitud? Surge porque una persona de este tipo rechaza el ascetismo en el mejor sentido de la palabra; no puede encontrar en su alma la fuerza para utilizar los medios que he descrito para desarrollar las facultades superiores. Se siente demasiado débil para ello.

He subrayado repetidamente que para comprender los resultados de la investigación clarividente no es necesaria la clarividencia. La clarividencia es, en efecto, necesaria para acceder a los hechos espirituales, pero una vez que los hechos han sido comunicados, cualquiera puede utilizar la razón sin prejuicios para comprenderlos. La razón imparcial y el intelecto sano son los mejores instrumentos para juzgar cualquier cosa comunicada desde los mundos espirituales. Un verdadero científico espiritual siempre dirá que si pudiera tener miedo de algo, lo tendría de las personas que aceptan comunicaciones de este tipo sin probarlas estrictamente por medio de la razón. Nunca teme a los que hacen uso de la inteligencia no nublada, porque eso es lo que hace que todas estas comunicaciones sean comprensibles.

Sin embargo, un hombre puede sentirse demasiado débil para despertar en sí mismo las fuerzas necesarias para comprender lo que se le dice sobre el mundo espiritual. En ese caso, se aparta de todo esto por un instinto de autoconservación que le es propio. Siente que aceptar estas comunicaciones sumiría su mente en la confusión. Y en todos los casos en que las personas rechazan lo que oyen a través de la Ciencia Espiritual, actúa un instinto de autoconservación; saben que son incapaces de hacer los ejercicios necesarios, es decir, de practicar el ascetismo en el verdadero sentido. Una persona impulsada por el instinto de conservación se dirá entonces: Si estas cosas impregnaran mi vida espiritual, la confundirían; no podría sacar nada de ellas y, por tanto, las rechazo. Lo mismo ocurre con una concepción materialista que se niega a ir un paso más allá de las doctrinas de una ciencia que cree firmemente fundamentada en los hechos.  Pero hay otras posibilidades, y aquí llegamos a un lado peligroso del ascetismo. La gente puede tener una especie de avidez por la información sobre el mundo espiritual, mientras que carecen del impulso interior y la conciencia para probar todo por la razón y la lógica. Pueden dejarse llevar por el sensacionalismo en este campo. En ese caso, no les frena el instinto de conservación, sino que les impulsa su contrario, una especie de impulso de autoaniquilación. Si alguien toma algo en su alma sin entenderlo, y sin el deseo de aplicar su razón a ello, se verá abrumado por ello. Esto sucede en todos los casos de fe ciega, o cuando se aceptan comunicaciones de los mundos espirituales simplemente por autoridad. Esta aceptación corresponde a un ascetismo que no deriva de un sano instinto de autoconservación, sino de un impulso morboso de aniquilarse a sí mismo, de ahogarse en un torrente de revelaciones. Esto tiene una importante cara oculta en el alma humana: es una mala forma de ascetismo cuando alguien renuncia a todo esfuerzo y opta por vivir en la fe y en la dependencia de los demás.

Esta actitud ha existido de muchas formas en muchas épocas. Pero no debemos suponer que todo lo que parece fe ciega lo sea. Por ejemplo, se nos dice que en las antiguas Escuelas de Misterios pitagóricas existía una frase familiar: El Maestro lo ha dicho. Pero esto nunca significó: El Maestro ha dicho, ¡por lo tanto lo creemos! Para sus alumnos significaba algo así El Maestro ha dicho; por lo tanto exige que reflexionemos sobre ello y veamos hasta dónde podemos llegar con ello si ponemos todas nuestras fuerzas a trabajar sobre ello. Creer" no tiene por qué implicar siempre una creencia ciega surgida del deseo de auto aniquilación. No tiene por qué ser una creencia ciega que uno acepte las comunicaciones que surgen de la investigación espiritual porque confía en el investigador. Es posible que hayan aprendido que sus afirmaciones tienen una forma estrictamente lógica, y que en otros ámbitos, donde sus afirmaciones pueden ser comprobadas, es lógico y no dice tonterías. Sobre esta base verificable, el alumno puede tener la creencia fundada de que el orador, cuando habla de cosas que el alumno aún no conoce, tiene una base igualmente segura para sus afirmaciones. De ahí que el alumno pueda decir: ¡Trabajaré! Tengo confianza en lo que se me ha dicho, y esto puede ser una estrella guía para mis esfuerzos por elevarme al nivel de las facultades que se harán inteligibles por sí mismas, cuando me haya abierto camino hasta ellas.

Si falta esta sana base de confianza y una persona se deja agitar por comunicaciones de los mundos invisibles sin comprenderlas, derivará hacia una condición muy miserable que no es compatible con el ascetismo. Cuando una persona acepta algo con fe ciega sin decidirse a trabajar para comprenderlo, y si por lo tanto acepta la voluntad de otra persona en lugar de la suya propia, perderá gradualmente esas fuerzas anímicas sanas que proporcionan a la vida interior un centro seguro y nos dotan de un verdadero sentimiento de lo que es correcto. La mentira y la propensión al error acosarán a la persona que no esté dispuesta a probar interiormente, con su razón, lo que se le dice; tenderá a ahogarse y a perderse en ello. Quien no se deja guiar por un sano sentido de la verdad, pronto descubrirá cuán propenso es a la mentira y al engaño, incluso en el mundo exterior. Cuando nos acercamos al mundo espiritual tenemos que reflexionar muy seriamente sobre el hecho de que a través de esta rendición de nuestro juicio podemos caer muy fácilmente en una vida que ya no tiene ningún sentimiento real por la verdad y la realidad. Si practicamos seriamente los ejercicios y deseamos entrenar nuestros poderes interiores, nunca debemos renunciar a traer ante nuestras almas el tipo de conocimiento que he estado describiendo.

Ahora podemos penetrar más en lo que puede llamarse el entrenamiento ascético del alma en un sentido más profundo. Hasta ahora sólo hemos considerado a las personas que no son capaces de desarrollar estas fuerzas interiores de una manera sana. En un caso, un sano instinto de conservación hizo que una persona se negara a desarrollar estas fuerzas porque no quería desarrollarlas; en el otro caso, una persona no se negó absolutamente a desarrollarlas, pero se negó a poner en juego su juicio y su inteligencia. En todos estos casos, el impulso es siempre permanecer en el viejo nivel, en el viejo punto de vista. Pero supongamos un caso en el que una persona realmente trata de desarrollar estas facultades internas, y hace uso de formas de entrenamiento como las que hemos descrito. También en este caso puede haber un doble resultado. Puede ser el resultado al que siempre aspiramos, cuando la Ciencia Espiritual es tomada seria y dignamente. La persona será entonces guiada a desarrollar sus fuerzas internas sólo en la medida en que sea capaz de utilizarlas de manera correcta y ordenada. Aquí se trata, pues, de cómo el hombre debe trabajar sobre sí mismo, -como se describe más detalladamente en mi libro ¿Cómo se logra el conocimiento de los mundos superiores?-, para despertar las facultades que le abrirán el mundo espiritual a su visión interior. Pero al mismo tiempo debe ser competente para disciplinar sus facultades y establecer el justo equilibrio entre su trabajo sobre sí mismo y su trato con el mundo exterior. Esta necesidad ha sido demostrada por investigadores espirituales a lo largo de los siglos.

Si una persona no aplica debidamente sus fuerzas interiores a su trato con el mundo exterior y se deja llevar por un impulso casi incontrolable de desarrollar cada vez más sus facultades anímicas para producir todo el movimiento posible en su alma, de modo que pueda abrir así sus ojos y oídos espirituales; y si es demasiado indolente para absorber lentamente y de la manera correcta los hechos disponibles de la Ciencia Espiritual y trabajar en ellos con su razón, entonces su ascetismo puede causarle un gran daño. Una persona puede desarrollar toda clase de facultades y poderes y, sin embargo, no saber qué hacer con ellos o cómo aplicarlos al mundo exterior. Este es, de hecho, el resultado de muchas formas de entrenamiento y se aplica a aquellos que no persiguen enérgicamente los métodos que hemos descrito, mediante los cuales el estudiante se fortalece continuamente.

Hay otros métodos con un objetivo diferente: pueden ser más cómodos, pero pueden causar daño fácilmente. Estos métodos pretenden eliminar los obstáculos que la naturaleza corporal impone al alma, con el fin de potenciar la vida interior. De hecho, éste era el único objetivo de los ascetas medievales, y en parte pervive hoy en día. En lugar del verdadero ascetismo, que se propone dar al alma un contenido cada vez más rico, el falso ascetismo deja el alma tal como es y se propone debilitar el cuerpo y reducir la actividad de sus fuerzas. En efecto, hay maneras de amortiguar estas fuerzas, de modo que el funcionamiento del cuerpo se debilite progresivamente, y el resultado puede ser entonces que el alma, aun permaneciendo débil, se imponga sobre el cuerpo debilitado. Un ascetismo correcto deja el cuerpo tal como es y permite que el alma lo domine; el otro ascetismo deja el alma tal como es, mientras que se utilizan todo tipo de procedimientos, ayunos, mortificaciones, etc., para debilitar el cuerpo. El alma es entonces relativamente más fuerte y puede alcanzar una especie de conciencia, aunque sus propios poderes no hayan aumentado. Ésa es la manera de proceder de muchos ascetas de la Edad Media: matan el vigor del cuerpo, disminuyen sus actividades, dejan el alma como está y luego viven a la espera de que el contenido del mundo espiritual les sea revelado sin ninguna contribución por su parte.

Ese es el método más fácil, pero no es un método verdaderamente fortalecedor. El verdadero método requiere que la persona limpie y purifique su pensar, sentir y voluntad, para que estas facultades se fortalezcan y puedan prevalecer sobre el cuerpo. El otro método baja el tono del cuerpo, y entonces se supone que el alma debe esperar, sin haber adquirido nuevas capacidades, hasta que el mundo divino fluya en ella.

Encontrarán ustedes abundantes referencias a este método bajo el epígrafe de "ascetismo" en la Edad Media. Este método conduce al distanciamiento del mundo y está destinado a hacerlo. Porque en la etapa actual de la evolución humana existe una cierta relación entre nuestras capacidades de percepción y el mundo exterior, y si hemos de elevarnos por encima de esta etapa sólo podremos hacerlo aumentando nuestras capacidades y utilizándolas para comprender el mundo exterior en su significado más profundo. Pero si debilitamos nuestras fuerzas normales, nos hacemos incapaces de mantener una relación normal con el mundo exterior; y especialmente si atenuamos nuestro pensar, sentir y voluntad y entregamos nuestras almas a la expectación pasiva, entonces fluirá en nuestras almas algo que no tiene conexión con nuestro mundo actual, nos hace extraños allí y es inútil para trabajar en el mundo. Mientras que el verdadero ascetismo nos hace cada vez más capaces en nuestro trato con el mundo, pues vemos cada vez más profundamente en él, el otro ascetismo, asociado a la supresión de las funciones corporales, saca a la persona del mundo, tiende a convertirla en un ermitaño, en un mero habitante de él. En ese aislamiento puede ver todo tipo de cosas psíquicas y espirituales, -no hay que negarlo-, pero una ascesis de ese tipo no sirve para nada en el mundo. El verdadero ascetismo es trabajo, entrenamiento para el mundo, no un repliegue de uno mismo en la lejanía del mundo.

Esto no implica que tengamos que ir al extremo opuesto; puede haber acomodación por ambas partes. Aunque en general es cierto que para nuestro período en la evolución humana existe una cierta relación normal entre el mundo exterior y las fuerzas del alma, sin embargo cada período tiende a llevar lo normal a los extremos por así decirlo, y si queremos desarrollar facultades superiores no necesitamos prestar atención a la oposición que proviene de tendencias anormales. Y como la oposición la encontramos en nosotros mismos, en determinadas circunstancias podemos ir bastante más lejos de lo que sería necesario si los tiempos no fueran también culpables.

Digo esto porque tal vez hayan oído que muchos seguidores de la Ciencia Espiritual hacen gran hincapié en una determinada dieta. Esto no implica en absoluto que tal modo de vida pueda hacer algo por el logro o incluso la comprensión de mundos superiores y relaciones superiores. No puede ser más que una ayuda externa, y sólo debe verse en relación con el hecho de que cualquiera que desee obtener la comprensión de los mundos superiores puede encontrar un cierto obstáculo en las costumbres y convenciones con las que tiene que vivir en la actualidad. Debido a que estas convenciones nos han hundido demasiado en el mundo material, debemos ir más allá de lo normal para facilitar los ejercicios. Pero sería muy erróneo considerar esto como una forma de ascetismo que puede ser un medio para conducirnos a mundos superiores. El vegetarianismo nunca conducirá a nadie a mundos superiores; no puede ser más que un apoyo para alguien que piensa para sí mismo: Deseo abrir para mí ciertas vías de comprensión de los mundos espirituales; me lo impide la pesadez de mi cuerpo, que impide que los ejercicios tengan un efecto inmediato. Por lo tanto, facilitaré las cosas aligerando mi cuerpo. El vegetarianismo es una forma de producir este resultado, pero nunca debe presentarse como un dogma; es sólo un medio que puede ayudar a algunas personas a obtener la comprensión de los mundos espirituales. Nadie debe suponer que un modo de vida vegetariano le permitirá desarrollar poderes espirituales. Porque deja el alma como está y sólo sirve para debilitar el cuerpo. Pero si el alma se fortalece, podrá, a través de los efectos del vegetarianismo, fortalecer el cuerpo debilitado desde el centro de sus propias fuerzas. Cualquiera que se desarrolle espiritualmente con la ayuda del vegetarianismo será más fuerte, más eficiente y más resistente en la vida diaria; no será simplemente rival para cualquier carnívoro, sino que será superior en capacidad de trabajo. Esto es todo lo contrario de lo que creen muchas personas cuando dicen de los vegetarianos dentro de un movimiento espiritual: ¡Qué triste para esta pobre gente que nunca puede disfrutar de un poco de carne!

Mientras una persona tenga este sentimiento sobre el vegetarianismo, no le aportará el más mínimo beneficio. Mientras persista el deseo de comer carne, el vegetarianismo es inútil. Sólo es útil cuando resulta de una actitud que ilustraré con una pequeña historia.

No hace mucho, le preguntaron a alguien: "¿Por qué no comes carne?". Él respondió con una contrapregunta: "¿Por qué no comes perros o gatos?". "Simplemente no se puede", fue la respuesta. "¿Por qué no puedes?" "Porque me parecería repugnante". "Bueno, eso es justo lo que pienso de toda la carne".

Esa es la cuestión. Cuando el placer de comer carne haya desaparecido, entonces abstenerse de ella puede ser de alguna utilidad en relación con los mundos espirituales.

Hasta entonces, romper el hábito de comer carne puede ser útil sólo para deshacerse del deseo por la carne. Si el deseo persiste, puede ser mejor empezar a comer carne de nuevo, porque seguir atormentándose por ello no es ciertamente el camino correcto para alcanzar una comprensión de la Ciencia Espiritual.

De todo esto se desprende la diferencia entre el ascetismo verdadero y el falso. El falso ascetismo suele atraer a personas cuyo único deseo es desarrollar las fuerzas y facultades interiores del alma; les es indiferente adquirir un conocimiento real del mundo exterior. Su objetivo es simplemente desarrollar sus facultades interiores y luego esperar a ver qué resulta de ello. La mejor manera de hacerlo es mortificar el cuerpo en la medida de lo posible, ya que esto lo debilita, y entonces el alma, aunque permanezca débil, puede ver algún tipo de mundo espiritual, aunque sea incapaz de comprender el mundo espiritual real. Sin embargo, éste es un camino de engaño, ya que directamente una persona cierra sus medios de retorno al mundo físico, no encuentra ningún mundo espiritual verdadero, sino sólo imágenes engañosas de su propio yo. Y esto es lo que encontrará mientras deje su alma tal como es. Debido a que su yo se mantiene en su punto de vista acostumbrado, no se eleva a poderes superiores, y levanta una barrera entre él y el mundo suprimiendo las funciones que lo relacionan con el mundo. No es sólo que este tipo de ascetismo le aleje del mundo; ve imágenes que pueden engañarle en cuanto al estado que ha alcanzado su alma, y en lugar de un verdadero mundo espiritual ve una imagen nublada por su propio yo.

Hay otra consecuencia que nos lleva al terreno de la moralidad. Quien cree que la humildad y la entrega al mundo espiritual le llevarán por el buen camino de la vida, no se da cuenta de que se está implicando muy fuertemente en sí mismo y convirtiéndose en un egoísta en el peor sentido, pues significa que está contento consigo mismo tal como es y no desea progresar más. Este egoísmo, que puede degenerar en ambición y vanidad desenfrenadas, es tanto más peligroso cuanto que su víctima no puede verlo por sí misma. Generalmente se ve a sí mismo como un hombre que se hunde en la más profunda humildad a los pies de su Dios, cuando en realidad está siendo engañado por el demonio de la megalomanía. Una auténtica humildad le diría algo que se niega a reconocer, pues le llevaría a decirse a sí mismo: Los poderes del mundo espiritual no se encuentran en la etapa en la que estoy ahora: Debo subir hasta ellos; no debo contentarme con los poderes que ya tengo.

Así vemos los resultados del falso ascetismo que se basa principalmente en acabar con las cosas externas en lugar de fortalecer la vida interior: conduce al engaño, al error, a la vanidad y al egoísmo. En nuestra época, especialmente, sería un gran mal si se siguiera este camino como medio para entrar en el mundo espiritual. Sólo sirve para encerrar al hombre en sí mismo. Hoy en día, el único ascetismo verdadero debe buscarse en la Ciencia Espiritual moderna, fundada sobre el firme suelo de la realidad. A través de ella, la persona puede desarrollar sus propias facultades y fuerzas y así elevarse a la comprensión de un mundo espiritual que es en sí mismo un mundo real, no uno que el hombre hace girar en torno a sí mismo.

Este falso ascetismo tiene otra cara oculta. Si observamos los reinos de la naturaleza que nos rodea, desde las plantas hasta el hombre, pasando por los animales, veremos que las funciones vitales cambian de carácter por etapas. Por ejemplo, las enfermedades de las plantas provienen únicamente de alguna causa externa, de condiciones anormales de viento y clima, luz y sol. Estas circunstancias externas pueden producir enfermedades en las plantas. Si pasamos a considerar a los animales, encontramos que ellos también, si se les deja solos, son muy superiores a los seres humanos en su fondo de salud natural. Un ser humano puede enfermar no sólo por la vida que lleva o por circunstancias externas, sino también como resultado de su vida interior. Si su alma no está bien adaptada a su cuerpo, si la herencia espiritual que trae de encarnaciones anteriores no puede adaptarse completamente a su constitución corporal, estas causas internas pueden provocar enfermedades que muy a menudo se diagnostican erróneamente. Pueden ser síntomas de un desajuste entre el alma y el cuerpo.

A menudo encontramos que las personas con estos síntomas se inclinan a elevarse a mundos superiores matando su naturaleza corporal. Esto se debe a que la propia enfermedad les induce a separar sus almas de los cuerpos que el alma no ha impregnado completamente. En tales personas el cuerpo se endurece de las maneras más variadas y se encierra en sí mismo; y puesto que no han fortalecido el alma, sino que han utilizado su debilidad para escapar de la influencia de la naturaleza corporal, y así han alejado del cuerpo las fuerzas fortalecedoras del alma que dan salud, el cuerpo se hace susceptible a toda clase de dolencias. Mientras que el verdadero ascetismo fortalece el alma, que a su vez actúa sobre el cuerpo y lo hace resistente a las enfermedades procedentes del exterior, el falso ascetismo hace a la persona vulnerable a cualquier enfermedad de ese tipo.

Esa es la peligrosa conexión entre el falso ascetismo y las enfermedades de nuestro tiempo. Y esto es lo que da lugar en amplios círculos, donde tales cosas se malinterpretan fácilmente, a múltiples errores en cuanto a la influencia que una perspectiva científico-espiritual puede tener sobre quienes la adoptan. Porque las personas que pretenden llegar a ver el mundo espiritual por medio de un falso ascetismo son un espectáculo temible para los espectadores. Su falso ascetismo abre un amplio campo de acción a las influencias nocivas del mundo exterior. Pues estas personas, lejos de estar fortalecidas para resistir los errores de nuestro tiempo, están bien y verdaderamente expuestas a ellos.

Ejemplos de esto pueden verse en muchas tendencias teosóficas actuales. El mero hecho de llamarse "teósofo" no garantiza automáticamente la capacidad de actuar como impulso espiritual contra las corrientes adversas de la época actual. Cuando el materialismo prevalece en el mundo, está hasta cierto punto en sintonía con los conceptos que se forman al observar el mundo de los sentidos. De ahí que podamos decir que el materialismo que se aplica al mundo exterior y no sabe nada de un mundo espiritual está en cierto sentido justificado. Pero en el caso de una perspectiva que se propone impartir algo sobre el mundo espiritual y toma en sí misma una caricatura de los prejuicios materialistas de nuestros días porque no está fundada en un fortalecimiento real de las fuerzas espirituales, el resultado es mucho peor. Un punto de vista teosófico impregnado de los errores contemporáneos puede, en algunas circunstancias, ser mucho más perjudicial que un punto de vista materialista; y debe observarse que los conceptos completamente materialistas se han difundido ampliamente en los círculos teosóficos. Así que oímos hablar de lo espiritual no como Espíritu, sino como si el espíritu fuera sólo una forma infinitamente refinada de materia nebulosa. Al hablar del cuerpo etérico, estas personas sólo se imaginan el físico refinado más allá de cierto punto, y entonces hablan de "vibraciones" etéricas. En el plano astral las vibraciones son aún más finas; en el plano mental son aún más finas, y así sucesivamente. "¡Vibraciones" por todas partes! Cualquiera que se base en estos conceptos nunca alcanzará el mundo espiritual; permanecerá incrustado en el mundo físico al que estos conceptos deberían estar confinados.

De este modo, se puede arrojar una bruma materialista sobre las ocasiones más ordinarias de la vida cotidiana. Por ejemplo, si estamos en una reunión social que tiene una atmósfera agradable, con gente en armonía, y alguien lo comenta en esos términos, puede que sea una manera monótona de decirlo; pero es una manera verdadera y conduce a una mejor comprensión que si en una reunión de teósofos uno de ellos dice lo buenas que son las vibraciones. Para decir eso, hay que ser un materialista teosófico con ideas burdas. Y para cualquiera que sienta esas cosas, todo el ambiente desafina cuando se dice que esas vibraciones bailan por ahí. En estos casos se puede ver cómo la introducción de ideas materialistas en una perspectiva espiritual produce una impresión horrorosa en los forasteros, que entonces pueden decir: Esta gente habla de un mundo espiritual, pero en realidad no son diferentes de nosotros. Con nosotros bailan las ondas luminosas, con ellos bailan las ondas espirituales. Todo es el mismo materialismo.

Es necesario ver todo esto en su verdadera luz. Entonces no nos haremos una idea equivocada de lo que el movimiento científico-espiritual tiene que ofrecer en nuestro tiempo. Veremos que el ascetismo, al fortalecer el alma, puede por sí mismo conducir al mundo espiritual y traer así nuevas fuerzas a nuestra existencia material. Se trata de fuerzas que contribuyen a la salud, no a la enfermedad; llevan fuerzas vitales sanas a nuestro organismo corporal. Por supuesto, no es fácil determinar hasta qué punto una determinada perspectiva trae consigo fuerzas sanas o malsanas, ya que estas últimas son muy evidentes, por regla general, mientras que las fuerzas sanas suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, un observador atento verá cómo las personas que permanecen en la corriente de la verdadera Ciencia Espiritual son fertilizadas por ella y extraen de ella fuerzas saludables que actúan hasta en lo físico. Verá también que los signos de enfermedad aparecen sólo si algo ajeno a la corriente espiritual se introduce en ella. Entonces el resultado puede ser peor que cuando la influencia extraña sigue su curso en el mundo exterior, donde la gente está protegida por convenciones para no llevar ciertos errores al extremo.

Si vemos las cosas desde esta perspectiva, entenderemos el verdadero ascetismo como un entrenamiento preparatorio para una vida superior, una forma de desarrollar nuestras fuerzas interiores; y entonces estaremos tomando la vieja y buena palabra griega en su sentido correcto. Porque practicar el ascetismo significa entrenarse a uno mismo, hacerse fuerte, incluso "adornarse" (sich schmucken), para que el mundo pueda ver lo que significa ser humano. Pero si el ascetismo te lleva a dejar el alma tal como es y a debilitar el organismo corporal, el efecto es que el alma queda escindida del cuerpo; el cuerpo queda entonces expuesto a todo tipo de influencias nocivas y el ascetismo es en realidad la fuente de todo tipo de dolencias.

Los lados buenos y malos del egoísmo surgirán cuando lleguemos a considerar su naturaleza. Hoy he mostrado cómo el verdadero ascetismo nunca puede ser un fin en sí mismo, sino sólo un medio para alcanzar una meta humana más elevada, la experiencia consciente de mundos superiores. Quien desee practicar este ascetismo debe, por tanto, mantener los pies firmemente plantados en tierra firme. No debe ser un extraño en el mundo en el que vive, sino que debe estar siempre ampliando su conocimiento del mundo. Todo lo que pueda traer de los mundos superiores debe medirse y valorarse siempre en relación con su trabajo en el mundo; de lo contrario, podrían tener razón quienes dicen que el ascetismo no es trabajo, sino ociosidad. Y la ociosidad puede fácilmente dar lugar a un falso ascetismo, sobre todo en nuestro tiempo. Cualquiera, sin embargo, que mantenga un pie firme en la tierra, considerará el ascetismo como su ideal más elevado en relación con un tema tan serio como nuestras facultades humanas. En efecto, nuestras ideas pueden elevarse si tenemos ante nosotros una imagen ideal de cómo deben obrar nuestras facultades en el mundo.

Veamos por un momento la apertura del Antiguo Testamento: "Y dijo Dios: Sea la luz". Luego oímos cómo Dios hizo que el mundo sensorial físico surgiera día a día del espiritual, y cómo al final de cada día Dios miró a su creación y "vio que era buena".

Del mismo modo, debemos mantener nuestro pensamiento sano, nuestro carácter fiable, nuestros sentimientos infalibles sobre el firme terreno de la realidad, para poder elevarnos a mundos superiores y descubrir allí los hechos que dan origen a todo el mundo físico. Entonces, cuando como buscadores llegamos a conocer el espíritu, y cuando aplicamos al mundo que nos rodea las fuerzas que hemos desarrollado y vemos lo bien adaptadas que están a él, podemos ver que esto es bueno. Si probamos las fuerzas que hemos adquirido a través del verdadero ascetismo poniéndolas a trabajar en el mundo, entonces tenemos derecho a decir: Sí, son buenas.

Traducido por J.Luelmo abr.2019

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