GA058 Munich, 14 de marzo de 1910 El carácter humano

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CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

EL CARÁCTER HUMANO

RUDOLF STEINER


V conferencia

Munich, 14 de marzo de 1910

Las palabras escritas por Goethe tras contemplar el cráneo de Schiller pueden causar una profunda impresión en el alma humana. Goethe estaba presente cuando el cuerpo de Schiller fue sacado de su tumba provisional y llevado al panteón principesco de Weimar. Al sostener el cráneo de Schiller entre sus manos, Goethe creyó reconocer en la forma y el molde de esta maravillosa estructura toda la naturaleza del ser espiritual de Schiller, y se inspiró para escribir estas hermosas líneas:

"¿Qué más puede ganar el hombre en la vida 
Que la naturaleza de Dios se le revele, 
Cómo deja que lo sólido se diluya en espíritu, 
¡Cómo mantiene firme lo producido por el espíritu! "

Quien sepa apreciar un estado de ánimo como el que atravesó el alma de Goethe en aquel momento, podrá fácilmente, partiendo de él, dirigir su pensamiento a todos aquellos fenómenos de la vida en los que un ser interior se despliega para revelarse exteriormente en forma material, en moldeado plástico, en líneas y otras cosas. En el sentido más eminente, sin embargo, encontramos dicha impresión y moldeado, dicha revelación de un ser interior, en lo que llamamos el carácter humano. El carácter humano expresa de las formas más variadas lo que el hombre vive una y otra y otra vez; Cuándo se habla del carácter humano se entiende como algo unitario. En efecto, tenemos la sensación de que el carácter es algo que, -por así decirlo-, pertenece necesariamente a todo el ser del hombre, y que se nos presenta como un error si lo que el hombre piensa, siente y hace no puede unirse en cierto modo para formar una unidad. Hablamos de una ruptura en la naturaleza del hombre, de una ruptura en su carácter, como algo realmente defectuoso en su naturaleza. Cuando un hombre se expresa en la vida privada con tal o cual principio e ideal, y en otro momento en la vida pública de una manera completamente opuesta o al menos desviada, hablamos de que su naturaleza se disgrega, de una ruptura en su carácter. Y somos conscientes de que tal ruptura puede llevar a una persona a situaciones difíciles en la vida o incluso a naufragar. Goethe quiso señalar lo que significa tal escisión del ser humano en una frase notable que incorporó a su Fausto. Se trata de una frase que a menudo es citada erróneamente, incluso por personas que creen saber lo que Goethe quería realmente. Es la frase del Fausto de Goethe:

"Dos almas habitan, ¡ay! en mi pecho,
La una quiere separarse de la otra;
La una se apega en tosca avidez de amor
Se apega al mundo con órganos que la sujetan;
La otra se desprende bruscamente del polvo
Hacia los reinos de los altos ancestros. "

Esta dicotomía en el alma se cita muy a menudo como si fuera algo deseable para el hombre. Goethe no la caracteriza necesariamente como algo por lo que merezca la pena esforzarse, pero de este pasaje se desprende claramente que quiere que Fausto diga en aquella época lo infeliz que se siente bajo la impresión de los dos impulsos, uno de los cuales lucha por las alturas ideales, el otro por lo terrenal. Aquí está implícito algo insatisfactorio. Goethe quiere caracterizar precisamente aquello que Fausto debe trascender. No debemos citar esta dicotomía como algo justificado en el carácter humano, sino sólo como algo que ha de superarse precisamente a través del carácter unificado que se ha de adquirir.

Pero si queremos permitir que la esencia del carácter humano se presente ante nuestras almas, debemos tener en cuenta de nuevo hoy lo que hemos esbozado para caracterizar la esencia de la devoción. Debemos tener de nuevo presente que lo que llamamos la vida real del alma humana, el ser interior humano, no es simplemente un caos de sentimientos, instintos, ideas, pasiones e ideales arremolinándose unos en torno a otros; sino que debemos decirnos con toda claridad que esta alma humana está dividida en tres miembros separados; que podemos distinguirlos con bastante claridad: el miembro inferior del alma, el alma sensible; el miembro medio del alma, el alma racional o emocional; y el miembro superior del alma, el alma consciente.

En el alma humana deben distinguirse estos tres miembros. Sin embargo, no por ello deben separarse. El alma humana debe ser una unidad. Entonces, ¿Qué es lo que conecta estas tres partes del alma humana en una unidad? Precisamente eso a lo que llamamos el "yo" humano en el sentido actual, el portador de la autoconciencia humana.

Así pues, este ser anímico humano se nos presenta de tal modo que debemos distinguirlo en sus tres miembros, -el miembro anímico inferior: el alma sensible, el miembro anímico medio: el alma racional o alma mental, y el miembro anímico superior: el alma consciente-, y el yo se nos presenta como el agente activo, por así decirlo, como el actor que toca los tres miembros anímicos dentro de nuestro ser anímico, al igual que un músico toca las cuerdas de su instrumento. Y esa armonía o desarmonía que el yo produce a partir de la interacción de los tres miembros del alma es lo que subyace al carácter humano.

El yo es en realidad algo así como un músico interior, que a veces pone en actividad con poderoso compás el alma sensible, a veces el alma racional, a veces el alma consciente; pero cuando éstas tres partes del alma suenan al unísono, los efectos resultan ser como una armonía o desarmonía, que se revelan del ser humano y aparecen como la base real de su carácter. Por supuesto, sólo hemos descrito el carácter de un modo muy abstracto, pues si queremos comprenderlo tal como aparece realmente en el hombre, entonces debemos profundizar un poco más en el conjunto de la vida y la naturaleza humanas; debemos mostrar cómo se manifiesta este juego armonioso o disonante del yo en los miembros del alma, en el conjunto de la personalidad humana tal como se presenta ante nosotros, tal como se revela al mundo exterior.

Esta vida humana, -ya lo hemos subrayado muchas veces-, se nos aparece de tal manera que alterna cada día entre los estados de vigilia y los estados de dormir. Cuando una persona se duerme por la noche, sus sentimientos, sus deseos, sus sufrimientos, sus alegrías, sus dolores, todos los impulsos, deseos y pasiones, todas las ideas y percepciones, ideas e ideales se hunden en una oscuridad indefinida; y el interior real pasa a un estado de inconsciencia o subconsciencia.

¿Qué ha pasado ahí?

Ahora bien, lo que tiene lugar cuando nos dormimos se nos aclara cuando recordamos algo que ya se ha explicado: que el hombre es un ser complejo para la ciencia espiritual, que en realidad está compuesto de diferentes partes. Lo que ya sabemos al respecto debe ser esbozado de nuevo hoy para que podamos comprender toda la esencia del carácter que subyace en el ser humano.

Todo lo que el mundo sensorial externo nos revela del ser humano, lo que podemos ver con nuestros ojos, lo que podemos coger con nuestras manos, lo que la ciencia externa sólo puede observar, eso es lo que la ciencia espiritual llama el cuerpo físico del ser humano. Pero aquello que impregna y teje a través de este cuerpo físico del ser humano, aquello que impide que este cuerpo físico sea un cadáver entre el nacimiento y la muerte, que siga sus propias fuerzas físicas y químicas, eso es lo que en la ciencia espiritual llamamos cuerpo etérico o vital. Básicamente, el ser humano exterior se compone del cuerpo físico y etérico. Luego tenemos un tercer miembro de la entidad humana; éste tercer miembro es el portador de todo lo que vemos hundirse en una oscuridad indefinida cuando nos quedamos dormidos. A este tercer miembro de la entidad humana lo llamamos cuerpo astral. Este cuerpo astral es el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, de los impulsos, deseos y pasiones, de todo lo que sube y baja en el alma en la vida de vigilia. Y en este cuerpo astral se encuentra el verdadero centro de nuestro ser: el yo. Para nuestro ser humano ordinario, sin embargo, este cuerpo astral está aún más subdividido, pues en él encontramos como subdivisiones, por así decirlo, lo que se ha enumerado como los miembros del alma: el alma sensible, el alma racional, el alma consciente.

Cuando una persona se duerme por la noche, el cuerpo físico y el cuerpo etérico permanecen en la cama, mientras que sale el cuerpo astral con todo eso que llamamos el alma sensible, el alma racional, el alma consciente; también sale el yo. Ahora bien, el cuerpo astral y el yo, en toda su extensión, están en un mundo espiritual mientras dormimos. ¿Por qué entra el hombre en este mundo espiritual cada noche? ¿Por qué tiene que dejar su cuerpo físico y su cuerpo etérico cada noche? Hay una buena razón para esto en la vida humana. Podemos realmente poner ante nuestra alma dicha razón si hacemos ahora la siguiente observación: ¡La ciencia espiritual nos dice que el cuerpo astral es el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, de los impulsos, deseos y pasiones! ¡Qué bien! Pero éstas son precisamente las experiencias que se hunden en una oscuridad indefinida cuando nos dormimos. Sin embargo, se afirma que el cuerpo astral está con el yo en los mundos espirituales, - el hombre interior real está en un mundo espiritual, está con el cuerpo astral en un mundo espiritual. Pero los instintos y las pasiones, todo lo que está realmente en el cuerpo astral, eso es lo que desaparece, por así decirlo, en una oscuridad indefinida durante la noche. ¿No es eso una contradicción?

Bueno, la contradicción es sólo aparente. En efecto, el cuerpo astral es el portador del placer y del sufrimiento, de la alegría y del dolor, de todos los altibajos de las experiencias anímicas internas del día; pero en la condición actual  del ser humano él no puede percibirlas por sí mismo,.

Para que este cuerpo astral y el yo puedan percibir sus propias experiencias, dependen de que estas experiencias interiores se reflejen externamente; y sólo pueden reflejarse cuando el yo y el cuerpo astral están inmersos en los cuerpos etérico y físico al despertarse por la mañana. El cuerpo físico, pero sobre todo el cuerpo etérico, actúa como un espejo para todo lo que una persona experimenta interiormente, para todo el placer y el sufrimiento, para la alegría y el dolor, etc., reflejando lo que experimentamos interiormente. Así como nos vemos en un espejo, de igual manera vemos lo que experimentamos en el cuerpo astral desde el espejo de nuestro cuerpo físico y etérico; pero no debemos creer que esta vida anímica, que tiene lugar ante nuestra alma de la mañana a la noche, no requiere trabajo para llevarse a cabo. El ser interior del hombre, el yo y el cuerpo astral, mas todo lo que es alma consciente, alma racional, alma sensible, deben trabajar en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico con sus fuerzas, deben, por así decirlo, a través de su interacción recíproca con estos dos cuerpos del hombre, originar en primer lugar el vaivén de la vida cotidiana.

Durante esta experiencia diurna, se consumen ciertas fuerzas. En esta interacción del ser interior humano con el ser exterior humano, las fuerzas del alma se consumen continuamente. Esto se expresa por el hecho de que el hombre se siente fatigado por la noche, es decir, que es incapaz de encontrar aquellas fuerzas de su interior que le permiten intervenir en el funcionamiento de los cuerpos etérico y físico. Cuando por la noche el ser humano se siente fatigado, ve cómo se paraliza primero aquella parte que desempeña la mayor actividad de su espíritu en la materia, cuando se siente impotente para hablar, cuando la vista, el olfato, el gusto y finalmente el oído, el más espiritual de los sentidos, se desvanecen gradualmente porque el ser humano no puede desplegar las fuerzas de su interior, entonces esto nos muestra cómo se han consumido las fuerzas durante la vida diurna.

¿De dónde proceden las fuerzas que se utilizan de la mañana a la noche? Estas fuerzas proceden de la vida nocturna, del estado dormido. Durante la vida que el alma lleva desde que se duerme hasta que se despierta, se llena, por así decirlo, de las fuerzas que necesita para poder desplegar toda la vida diurna que tenemos ante nosotros. En la vida cotidiana puede desplegar sus poderes, pero no puede extraer de ella las fuerzas que necesita para fortalecerse. Es evidente que las diversas hipótesis dadas por la ciencia externa sobre la reposición de las fuerzas consumidas durante el día también son conocidas por la ciencia espiritual; pero no necesitamos entrar en esto ahora. Por tanto, podemos decir: Cuando el alma pasa del estado dormido al estado de vigilia, trae consigo del lugar que es, por así decirlo, su hogar espiritual, las fuerzas que debe utilizar a lo largo del día para construir esa vida anímica que despliega ante nosotros. Por eso sabemos lo que el alma trae consigo del mundo espiritual cuando se despierta por la mañana.

Hagámonos ahora la otra pregunta: ¿No lleva nada el alma al mundo espiritual por la noche cuando se duerme?

¿Qué lleva consigo el alma desde el estado de vigilia al estado que llamamos dormido por la noche?

Si queremos penetrar en lo que el alma lleva del mundo exterior de la realidad física, en el que va de experiencia en experiencia durante la vigilia, a la esencia espiritual del dormir, entonces debemos ante todo considerar lo que llamamos el desarrollo personal del ser humano entre el nacimiento y la muerte. Este desarrollo del hombre se manifiesta en el hecho de que, en un estado posterior de la vida, el hombre parece más maduro, más imbuido de experiencia vital y de sabiduría vital, que en una edad posterior ha adquirido ciertas capacidades y poderes que no tenía en una edad anterior.

Podemos convencernos de que el hombre toma algo del mundo exterior y lo transforma en sí mismo si consideramos lo siguiente:

Entre 1770 y 1815 tuvieron lugar ciertos acontecimientos de gran trascendencia para la evolución del mundo. En estos acontecimientos participaron personas muy diversas. Hubo algunos que participaron en estos acontecimientos, pero que los pasaron en silencio; hubo otros sobre los cuales estos acontecimientos tuvieron tal efecto que se llenaron de experiencia vital, de sabiduría vital, de modo que ascendieron a un nivel superior de su vida anímica.

¿Qué ocurrió realmente allí?

La mejor manera de ilustrarlo es a través de un simple acontecimiento de la vida humana. Tomemos el desarrollo del ser humano en lo que respecta a la capacidad de escribir. ¿Qué ha ocurrido realmente para que en un momento determinado de nuestra vida seamos capaces de poner la pluma sobre el papel y expresar nuestros pensamientos a través de la escritura? En el pasado tuvieron que ocurrir muchas cosas. Ha habido que vivir toda una serie de experiencias, desde el primer intento de coger la pluma, hacer el primer trazo, hasta todos los esfuerzos que finalmente nos han llevado a comprender realmente este arte. Cuando recordamos todo lo que tuvo que ocurrir, a lo largo de meses y años, cuando recordamos todo lo que pasamos, tal vez castigos, reprimendas y cosas por el estilo, para finalmente transformar una serie de experiencias en la capacidad de escribir, entonces debemos decir: las experiencias han sido remodeladas, refundidas, para que aparezcan como en una esencia en la vida posterior en lo que llamamos la capacidad de escribir.

La ciencia espiritual muestra cómo sucede esto, cómo una serie de experiencias se refunden, por así decirlo, en una capacidad. Pero esto nunca podría ocurrir si el hombre no pudiera pasar por el estado dormido una y otra vez. Quien observe la vida sabrá lo que ya es evidente en la vida cotidiana:

Si nos esforzamos por memorizar esto o aquello, entonces la memorización y la retención reciben un impulso significativo cuando podemos volver a consultarlo con la almohada; entonces se convierte en nuestra propiedad. Y lo mismo sucede en toda la vida humana.

Las experiencias que vivimos deben unirse a nuestra alma; deben ser procesadas por ella; deben refundirse para transformarse en capacidad.

El alma lleva a cabo todo este proceso mientras duerme. Las experiencias del día, que se extienden a lo largo del tiempo, mientras duerme por la noche, se coagulan y se vierten en lo que llamamos experiencias coaguladas, es decir, capacidades humanas. Así vemos lo que nos llevamos por la noche de las experiencias exteriores, es decir, lo que luego se transforma y se entreteje en nuestras capacidades. De este modo nuestra vida se acrecienta en la medida en que las experiencias del día se transforman durante la noche en capacidades, en fuerzas.

La conciencia de hoy no tiene mucha idea de estas cosas; pero no siempre fue así; hubo tiempos en que se sabía de estas cosas por una antigua clarividencia. Sólo hay que citar un ejemplo en el que un poeta muestra de la manera más notable cómo él era consciente de esta transformación. El antiguo poeta Homero, también llamado con razón vidente, describe en su Odisea cómo Penélope es asediada por varios pretendientes en ausencia de su marido, y cómo les promete que sólo se decidirá cuando haya terminado un tejido. Pero siempre deshacía de noche lo que había tejido de día. Si un poeta quiere describir cómo una serie de experiencias que tenemos durante el día, una serie de experiencias como las de Penélope con los pretendientes, no deben transformarse en ningún tipo de capacidad ni deben confluir en la capacidad de decidir, entonces debe describir cómo lo que las experiencias diurnas tejen debe ser desenredado de nuevo por la noche, porque de lo contrario se transformaría inevitablemente en la capacidad de decidir. Para cualquiera imbuido de una conciencia moderna típica, estas ideas pueden parecer sutiles, o pueden parecer que imponen algo arbitrario al poeta; pero los únicos hombres realmente grandes son aquellos cuyo trabajo deriva de los grandes secretos del mundo, y muchas personas hoy en día que hablan con ligereza de originalidad y cosas similares no tienen idea de las profundidades de las que provienen los logros verdaderamente grandes en las artes.

Así vemos cómo las experiencias exteriores, que llevamos al estado dormido del alma, se vierten en capacidades y poderes, y cómo el alma humana avanza así en la vida entre el nacimiento y la muerte, y cómo lleva algo al mundo espiritual para sacarlo de nuevo hacia un incremento del alma humana. Pero si entonces consideramos este desarrollo entre el nacimiento y la muerte, entonces debemos decir: Oh, hay un cierto límite estrecho establecido para el hombre en relación a este desarrollo. Este límite se presenta ante nuestra alma en particular cuando consideramos que efectivamente podemos trabajar en nuestras capacidades anímicas y aumentarlas, que podemos remodelarlas y llevar una existencia en una época posterior de la vida con un alma más perfecta que en una época anterior, pero que aquí hay un límite para el desarrollo. En el hombre pueden desarrollarse ciertas facultades, pero no todo aquello que sólo podría progresar remodelando el órgano del cuerpo físico y etérico. Estas están presentes con sus determinadas predisposiciones desde el nacimiento; las encontramos. Por ejemplo, sólo podemos adquirir cierta comprensión de la música si tenemos desde el principio la predisposición para el oído musical. Este es un caso flagrante que demuestra que la transformación puede fallar, y que las experiencias pueden efectivamente unirse a nuestra alma, pero que debemos abstenernos de incorporarlas. Si encontramos tales límites en nuestra vida corporal, entonces debemos abstenernos de tejer estas experiencias en nuestra vida corporal entre el nacimiento y la muerte. Puesto que esto es así, si contemplamos la vida humana desde un punto de vista más elevado, debemos considerar la posibilidad de poder destrozar este cuerpo, de desprendernos de él, como algo tremendamente saludable, como algo tremendamente significativo para toda nuestra vida humana. Por eso fracasa nuestra capacidad de transformar el cuerpo humano, porque cada mañana volvemos a encontrarnos con este cuerpo etérico y este cuerpo físico. Sólo al morir lo desechamos. Pasamos a través de la puerta de la muerte a un mundo espiritual. Allí, en este mundo espiritual, donde ya no encontramos un cuerpo físico y etérico que nos obstaculice, podemos desarrollar dentro de las sustancialidades espirituales todo aquello que pudimos experimentar entre el nacimiento y la muerte, pero a lo que tuvimos que resignarnos porque llegamos a nuestros límites. Cuando salimos de nuevo del mundo espiritual hacia una nueva vida, sólo entonces podemos permitir que estas fuerzas, que hemos entretejido en el arquetipo espiritual, entren en una existencia que ahora podemos formar plásticamente en el inicialmente maleable cuerpo humano. Sólo ahora podemos entrelazar con nuestro ser aquello que pudimos adquirir en la vida anterior, pero que no pudimos llevar también a nuestro ser. Así que el aumento de la vida es posible a través de la muerte, porque ahora podemos entretejer con nuestro ser en la siguiente vida aquello que no pudimos asimilar en una vida como fruto de nuestras experiencias. Lo que es el ser interior humano actual, lo que se abre camino en la existencia a través del cuerpo humano, atraviesa la puerta de la muerte de una vida a la siguiente. El hombre no sólo tiene ahora la posibilidad de trabajar, por así decirlo, en el lado más grosero de su corporeidad plástica, de modo que puede imprimir en esta corporeidad plástica lo que antes no podía imprimir, sino que también tiene la posibilidad de imprimir en todo su ser ciertos frutos más finos de las vidas anteriores.

Cuando vemos a un ser humano venir a la existencia a través del nacimiento, podemos decir: Así como el yo y el cuerpo astral con el alma sensible, el alma racional y el alma consciente vienen a la existencia a través del nacimiento, así tampoco carecen de destino, sino que tienen ciertas cualidades, ciertas características, que han traído consigo de vidas anteriores. En los aspectos más groseros, el hombre trabaja en la plasticidad de su cuerpo, incluso antes de nacer, configurando todo lo que ha recibido previamente como fruto; pero en los aspectos más finos, el hombre trabaja, -y esto lo distingue del animal-, incluso después de nacer, durante toda su infancia y juventud, trabaja en la estructura más fina de su naturaleza exterior y también interior, configurando todo lo que el yo ha traído consigo de su vida anterior en la forma de características determinantes, en la forma de razones determinantes. Y lo que el yo trabaja dentro de esto y cómo el yo lo hace a partir de la naturaleza del ser humano, expresándose en lo que vive en el mundo, eso es lo que entra en este mundo como el carácter del ser humano. Este yo del ser humano trabaja entre el nacimiento y la muerte haciendo sonar lo que ha elaborado en los instrumentos del alma, el alma sensible, el alma racional y el alma consciente. Pero no actúa en esta alma de tal modo que el yo se presente como algo externo a lo que vive como pulsiones, deseos y pasiones en el alma sensible, no, el yo se apropia de las pulsiones, deseos y pasiones para sí como pertenecientes a su ser interior: el yo es uno con ellas, es también uno con sus comprensiones y con su conocimiento en el alma consciente.

Por consiguiente, el ser humano se lleva consigo a través de la puerta de la muerte lo que ha elaborado en armonía y desarmonía en estos miembros del alma y en la nueva vida lo trabaja en la exterioridad humana. El yo humano se moldea así en una nueva vida con lo que ha llegado a la existencia desde una vida anterior. Por eso el carácter se nos presenta como algo definido, como algo innato, pero también como algo que en la vida sólo se desarrolla gradualmente.

El carácter del animal está determinado por el nacimiento desde el principio, está completamente formado; no puede obrar plásticamente sobre su apariencia exterior; El hombre, sin embargo, tiene la ventaja de que al nacer aparece sin mostrar exteriormente un carácter definido, sino que tiene poderes latentes que dormitan en el subsuelo profundo de su ser, que ha llegado a esta existencia desde vidas anteriores, que se abren camino en este exterior indeterminado y moldean así gradualmente el carácter en la medida en que está determinado por la vida anterior.

Así vemos cómo el hombre, en ciertos aspectos, tiene un carácter innato pero que este carácter sólo se hace realidad gradualmente en el transcurso de la vida. Cuando consideramos esto, podemos comprender que incluso las grandes personalidades podrían equivocarse en su juicio sobre el carácter humano. Hay filósofos que sostienen que el carácter humano no puede cambiar, que existe como algo muy definido en su interior. Pero esto no es cierto; sólo lo es en la medida en que lo que viene de vidas anteriores se enfrenta a nosotros como un carácter innato. Esto es, pues, lo que surge como centro humano del interior del ser humano e imprime el sello común, el carácter común, en todos los miembros integrantes del ser humano. Este carácter va, por así decirlo, a la propia alma, va también a los miembros exteriores del cuerpo. Vemos que el ser interior se vierte hacia fuera, por así decirlo, de modo que forma todo según sí mismo en cierto modo, y sentimos cómo este centro interior mantiene unidos a los miembros integrantes del ser humano. Dentro del cuerpo exterior sentimos algo que puede parecernos una huella del ser interior en lo externo del ser humano.

Lo que suele ignorarse en teoría fue una vez maravillosamente representado por un artista. Él muestra la naturaleza humana en el momento en que el yo humano, que, manteniendo unidos a todos los miembros, forma un centro, da unidad, se pierde para ellos; muestra cómo entonces los miembros individuales del ser, siguiéndose cada uno a sí mismo, uno toma la dirección hacia allá y el otro hacia acá. Hay una gran y famosa obra de arte que capta este preciso momento de la naturaleza humana en que el hombre pierde lo que subyace a su carácter, lo que pertenece a todo el ser humano. Esto se refiere a una obra de arte que a menudo ha sido malinterpretada. No piensen que se trata de una crítica barata a espíritus cuya obra venero en el más alto sentido; pero precisamente en ella se muestra la dificultad del camino humano hacia la verdad, que incluso los grandes espíritus yerran ante ciertos fenómenos, precisamente por un tremendo instinto de verdad.

Uno de los más grandes conocedores alemanes de arte, Winckelmann, tuvo que equivocarse sobre la obra de arte conocida como Laocoonte debido a todos los prerrequisitos de su naturaleza. Esta explicación winckelmanniana del Laocoonte es muy admirada. Está claro en muchos círculos que no se puede decir nada mejor que lo que dijo Winckelmann sobre la figura de Laocoonte, el sacerdote de Troya, que muere aplastado en medio de sus dos hijos, entrelazados por serpientes. Winckelmann, que se encontraba ante la obra de arte con gran entusiasmo, dijo: "Uno ve aquí al sacerdote Laocoonte, que en cada forma que se presenta en su cuerpo, expresa noble y grandiosamente un dolor infinito, sobre todo el dolor de la paternidad. Se interpone entre los hijos; las serpientes entrelazan los cuerpos. El padre, -según Winckelmann-, se da cuenta del dolor de sus hijos y en su sentimiento paterno presiente ese monstruo que dibuja el abdomen y exprime todo el dolor. Podríamos entender la figura de Laocoonte desde el hecho de que se olvida de sí mismo al arder de compasión infinita por los hijos de su sangre.

Es una hermosa explicación la que Winckelmann dio de este dolor del Laocoonte, pero quien tiene conciencia y mira una y otra vez al Laocoonte, porque venera a Winckelmann como a una gran personalidad, debe decirse finalmente: Winckelmann debe haberse equivocado aquí, pues es del todo imposible que haya un momento en el grupo que surja de la compasión. La cabeza está girada de modo que el padre no puede ver a sus hijos en absoluto. La forma en que Winckelmann observó el grupo es bastante errónea. Si observamos el grupo y tenemos una percepción directa, entonces nos damos cuenta de que en el grupo del Laocoonte se ha dado el momento muy concreto en que, a través del entrelazamiento de la serpiente, eso que llamamos el yo humano está fuera del cuerpo del Laocoonte, donde los instintos individuales despojados del yo, cada uno en lo corpóreo, siguen su camino. Así vemos cómo el vientre, la cabeza, cada miembro individual sigue su propio camino y no es llevado a una armonía de carácter con la forma exterior, porque el yo acaba de desaparecer.

Momento que en lo exteriormente físico nos muestra, cómo el ser humano pierde el carácter unificado cuando desaparece el yo, el cual como centro fuerte, une por sí mismo los miembros del cuerpo, tal momento se nos presenta en Laocoonte. Y es precisamente cuando permitimos que algo así afecte a nuestra alma cuando penetramos en esa unidad que se nos expresa como la armonización de los miembros del cuerpo, que imprime lo que llamamos el carácter humano.

Pero ahora debemos preguntarnos: Si es cierto que el hombre tiene su carácter innato en cierto sentido, -y esto no se puede negar, pues toda mirada a la vida puede enseñarnos que más allá de cierto límite todo lo que el hombre trae consigo no puede ser cambiado por ningún esfuerzo-, si el hombre tiene carácter innato, por un lado, ¿Es posible que el hombre haga algo para moldear su carácter de cierta manera? Sí, en la medida en que el carácter pertenece a la vida del alma, en la medida en que pertenece a aquello que, sin que encontremos un límite en los miembros exteriores del cuerpo cuando nos despertamos por la mañana, puede ser remodelado por la armonización de los miembros individuales del alma, por el fortalecimiento de las potencias del alma sensible, del alma racional y del alma consciente, en la medida en que el carácter también puede seguir formándose por la vida personal entre el nacimiento y la muerte.

Saber algo sobre esto es particularmente importante para la educación. Así como es sumamente importante conocer las diferencias y la naturaleza de los temperamentos humanos si se quiere ser un educador adecuado, también es necesario saber algo sobre el carácter humano, y también saber algo sobre lo que el hombre puede hacer entre el nacimiento y la muerte para moldear este carácter, que en cierto sentido está determinado por la vida anterior y sus frutos. Si queremos saber esto, entonces debemos darnos cuenta de que el ser humano pasa por ciertas épocas de desarrollo generalmente típicas en su vida personal. Encontrarán ustedes los puntos de referencia necesarios para lo que ahora se indica esbozadamente en mi folleto: "La Educación del Niño desde el Punto de Vista de la Ciencia Espiritual". El hombre atraviesa primero una época que va desde el momento de su nacimiento hasta el momento en que se produce el cambio de dientes, alrededor del séptimo año. Esta es la época en que el cuerpo físico puede formarse por influencia externa. Desde este séptimo año en adelante, desde el cambio de dientes hasta los trece, catorce, quince años, hasta la madurez sexual, es es una época en la que puede formarse preferentemente su cuerpo etérico, el segundo miembro del ser humano. Luego el ser humano entra en una tercera época, en la que puede formarse su cuerpo astral, el cuerpo astral inferior; y después, aproximadamente a partir de los veintiún años, llega la edad de la vida en la que el ser humano se enfrenta ahora al mundo como un ser independiente y libre, por así decirlo, y trabaja en la formación de su alma por sí mismo. Los años que van de los veinte a los veintiocho son importantes para el desarrollo de las facultades del alma sensible.

Los siguientes siete años más o menos, -siempre son sólo cifras medias-, hasta los treinta y cinco años son especialmente importantes para el desarrollo del alma intelectual o racional, que podemos desarrollar especialmente interactuando con la vida. Quien no quiera observar la vida puede ver tonterías en esto; pero quien observe la vida con los ojos abiertos sabrá que ciertos elementos esenciales del ser humano pueden formarse especialmente en determinadas épocas de la vida. En los primeros veinte años somos especialmente capaces de desarrollar nuestros deseos, instintos, pasiones, etc. mediante la interacción con las impresiones e influencias del mundo exterior. Podremos sentir un crecimiento de las facultades a través de la correspondiente interacción del alma racional con el entorno; y quien sabe lo que es el verdadero conocimiento, también sabe que toda adquisición anterior de conocimientos sólo puede ser preparación; que la madurez de la vida, en la que realmente se pueden adquirir conocimientos con una visión clara, básicamente sólo se produce por término medio a la edad de treinta y cinco años. Estas leyes existen. Sólo quien no quiera observar en absoluto la vida humana no las observará.

Cuando nos damos cuenta de esto, vemos cómo está estructurada esta vida humana entre el nacimiento y la muerte. Pero a partir del hecho de que el yo trabaja de tal manera que armoniza los miembros del alma entre sí, pero que también debe estructurar lo que elabora de acuerdo con la corporalidad externa, veremos lo importante que es saber como educadores que el cuerpo físico externo experimenta su desarrollo hasta el séptimo año. Todo aquello que puede influir en el cuerpo físico desde el mundo físico, que lo dota de poder y fuerza, sólo puede ser aportado al ser humano en esta primera época. Ahora existe una conexión misteriosa entre el cuerpo físico y el alma consciente, que puede surgir a fondo mediante la observación atenta de la vida.

Si ahora el yo ha de fortalecerse de tal modo que pueda afirmarse con las fuerzas del alma consciente en la vida posterior, es decir, sólo después de los treinta y cinco años; Si el yo ha de trabajar en la vida del alma de tal modo que, mediante la penetración del alma consciente, pueda surgir de sí mismo hacia un conocimiento del mundo, entonces no debe encontrar límite alguno en el cuerpo físico, pues el cuerpo físico puede ser precisamente lo que presente los mayores obstáculos al alma consciente y al yo, si este yo no quiere permanecer encerrado en sí mismo, sino que quiere surgir hacia un intercambio abierto con el mundo. Pero ya que podemos, dentro de ciertos límites, dar al niño fuerza para el cuerpo físico hasta el séptimo año a través de la educación, vemos aquí una extraña conexión vital. ¡Oh, no es indiferente para la vida posterior del hombre lo que el educador hace con el niño! Sólo los que no saben observar la vida no saben nada de tales secretos de la vida; pero el que puede comparar la primera infancia con la que se produce a partir de los treinta y cinco años en libre trato con el mundo, sabe que podemos hacer el mayor bien a un hombre que ha de entrar en libre trato con el mundo, que ha de entrar en el mundo y no descansar encerrado en sí mismo, si trabajamos en él de manera correspondiente en la primera época de su vida. Lo que aportamos al niño en las alegrías de la vida física inmediata, en el amor que fluye de su entorno, aporta fuerza al cuerpo físico, lo hace capaz de formarse, lo vuelve blando y plástico, por así decirlo.

Y cuanta más alegría y cuanto más amor y felicidad aportemos al niño en esta primera época de la vida, menos obstáculos y trabas tendrá el ser humano más tarde, cuando tenga que formar un carácter abierto, libre, que interactúe con el mundo a partir de su alma consciente, mediante el trabajo del yo, que juega con el alma consciente como con una cuerda.  Todo el desamor, todos los destinos oscuros de la vida, todo el dolor que hacemos soportar al niño hasta el séptimo año de vida, endurece su cuerpo físico, y todo esto crea entonces obstáculos para la edad posterior. Y en los marcados años posteriores de la vida aparece entonces lo que se llama un carácter cerrado, un carácter que cierra todo su ser en su alma y no puede lograr un libre trato abierto con todas las impresiones del mundo exterior. Así de misteriosas son las conexiones en la vida.

Y a su vez existen conexiones entre el cuerpo etérico o vital y aquello que se desarrolla particularmente en la segunda época de la vida. Existe una conexión entre el cuerpo etérico y el alma racional. Los poderes que pueden ser suscitados mediante la acción del yo descansan en el alma racional. Estas son todas las fuerzas que transforman a una persona en alguien con iniciativa y coraje o en alguien cobarde, indeciso y laxo. Dependiendo de si el yo es más fuerte o más débil, la persona vive como un personaje cobarde o valiente. Pero entonces, cuando el hombre tiene la mejor oportunidad, a través de la interacción con la vida, de imprimir esta cualidad del alma racional sobre sí mismo en particular, para convertirla en un carácter firme, entonces puede encontrar trabas y obstáculos en su cuerpo etérico o vital. Si entre los siete a los trece y catorce años enseñamos al cuerpo etérico o vital todo aquello que puede impregnarlo de tales fuerzas que no resistirá en la vida posterior, -es decir, precisamente para los años 28 a 35-, entonces habremos hecho algo por la educación de este ser humano que él debe agradecernos sinceramente. Si le damos a una persona la oportunidad de estar a nuestro lado entre los siete y los trece años de tal manera que podamos ser una autoridad para él, que seamos personalmente portadores de la verdad para él, si a esta edad, para la que la autoridad es algo particularmente saludable, nosotros como maestros, como padres o educadores estamos al lado del joven de tal manera que él se dice a sí mismo: lo que nos presentan es verdad,- entonces aumentamos los poderes del cuerpo etérico, y el ser humano encontrará entonces, en la vida posterior, desde los veintiocho hasta los treinta y cinco años, la menor resistencia en el cuerpo etérico o vital; podrá entonces, según la disposición de su yo, convertirse en una persona valiente y con iniciativa. Por lo tanto, podemos tener un efecto tremendamente beneficioso sobre el ser humano a través de estas misteriosas conexiones de la vida, si las conocemos.

En nuestra caótica educación, hemos perdido la conciencia de las conexiones que solíamos conocer instintivamente. Siempre podemos contemplar con placer lo que los maestros más antiguos aún sabían sobre estas cosas, como por profundo instinto o inspiración. Aquí uno debe decir: La vieja historia mundial de Rotteck puede estar hoy anticuada aquí y allá; pero si uno recoge esta vieja historia mundial de Rotteck con comprensión humana, que encontramos en las bibliotecas de nuestros padres cuando éramos jóvenes, porque es allí donde se leía, uno encuentra una forma peculiar de presentación, una forma de presentación que muestra que este profesor de Baden, que enseñaba historia en Friburgo, no sólo enseñaba de forma seca y sobria. Si sólo se lee el prefacio de esta historia universal de Rotteck, que es algo extraordinario en su espíritu, entonces se tiene la sensación: Se trata de un ser humano, que habla a la juventud desde la conciencia de que a esta edad, -entre los catorce y los veintiún años, cuando el cuerpo astral comienza a desarrollarse-, hay que suministrar al hombre las fuerzas que surgen de los bellos y grandes ideales. En todas partes Rotteck trata de hacer surgir lo que puede colmar al hombre con la grandeza de las ideas de los héroes, con el entusiasmo por lo que los hombres han querido y sufrido en el curso del desarrollo humano. Y tal conciencia tiene su plena justificación; pues lo que así se vierte en el cuerpo astral a esta edad, de los catorce a los veintiún años, beneficia inmediatamente después al alma sensible, cuando el yo quiere elaborar su carácter en libre interacción con el mundo. Lo que ha fluido hacia el alma en términos de altos ideales y entusiasmo se imprime en el alma sensible, es decir, se incorpora al carácter. Esto se incorpora al propio yo, se imprime en el carácter.

Así vemos cómo, en efecto, por el hecho de que en cierto modo las envolturas humanas, el cuerpo físico, el cuerpo etérico o de vida, el cuerpo astral son todavía plásticos, pueden recibir esto o aquello añadido a través de la educación en la juventud, y así hacer posible que el hombre trabaje más tarde sobre su carácter. Si las cosas necesarias no han sucedido, entonces se hace difícil trabajar sobre el carácter; entonces son necesarios los medios más fuertes. Entonces se hace necesario que la persona se dedique conscientemente a una profunda contemplación meditativa interior de ciertas cualidades y sentimientos, que imprime conscientemente en la experiencia del alma. Una persona así debe intentar experimentar el contenido de las corrientes culturales que quieren hablar no sólo como teorías, sino también como confesiones, por ejemplo de carácter religioso. Debemos dedicarnos una y otra vez a las grandes visiones del mundo, a aquello que en la vida posterior aún nos conduce con nuestros conceptos y sentimientos, con nuestras ideas a los grandes misterios comprensivos del mundo, y no sólo en una contemplación puntual. Si podemos sumergirnos en tales misterios del mundo, si nos complace dedicarnos a ellos una y otra vez, si se nos imprimen en oraciones que repetimos todos los días, entonces incluso en la vida posterior podemos remodelar nuestro carácter mediante el desempeño del yo.

Lo primero que el ser humano imprime es aquello que se incorpora a su yo, aquello que su yo conquista, en los miembros de su alma, en el alma sensible, en el alma racional y en el alma consciente. Ahora el hombre generalmente no sabe mucho de la corporeidad exterior. Hemos visto que el hombre tiene un límite en su corporeidad exterior, que está dotado de ciertas dotes; pero si observamos más de cerca, vemos que este límite, sin embargo, permite al hombre trabajar en su corporeidad exterior incluso entre el nacimiento y la muerte.

Quién no habrá observado cómo una persona que se dedica durante una década, por ejemplo, a percepciones realmente profundas, -esas percepciones, que no se quedan en doctrina gris, sino que se transforman en placer y sufrimiento, en dicha y dolor, que básicamente sólo entonces se convierten en conocimiento real y se entretejen con el yo, - ¡quién no habrá observado que incluso la fisonomía, el gesto, todo el porte del ser humano cambia, cómo el funcionamiento del yo, por así decirlo, se extiende a la corporalidad exterior!

Pero no es mucho lo que el hombre puede imprimir en su cuerpo exterior a través de lo que adquiere en la vida entre el nacimiento y la muerte. La mayor parte de lo que adquiere de este modo es algo a lo que debe renunciar, algo que debe guardar para la siguiente vida. A cambio, el hombre trae consigo muchas cosas de vidas anteriores y puede, si adquiere la capacidad interior para hacerlo, incrementarlas a través de lo que adquiere entre el nacimiento y la muerte.

Y así vemos cómo el ser humano puede obrar en el cuerpo, cómo el carácter no se limita meramente a la vida interior del alma, sino que penetra en los miembros exteriores del cuerpo. Aquella parte del hombre en la que se expresa particularmente la parte más externa de su carácter más íntimo es, en primer lugar, su expresión facial; en segundo lugar, lo que podemos llamar su fisonomía, y en tercer lugar, la formación plástica de los huesos de su cráneo, aquello a lo que nos enfrenta la craneología.

Si ahora nos preguntamos: ¿Cómo se expresa el carácter del hombre en su aspecto exterior, en sus gestos, fisonomía y formación ósea?. Volvemos a tener una pista a través de esa inmersión espiritual-científica en el ser humano que puede decir: el yo trabaja formativamente en primer lugar sobre el alma sensible, que abarca todos los impulsos, deseos, pasiones, en resumen, todo lo que puede llamarse los impulsos interiores de la voluntad. Lo que el yo toca en esta cuerda de la vida anímica llega luego a expresarse en lo externo, en el gesto. Lo que vive interiormente como carácter en el alma sensible se revela exteriormente en la expresión facial, en el gesto, y podemos decir que este gesto puede decirnos mucho sobre la vida interior de una persona, especialmente en lo que se refiere a su carácter.

Aunque en el hombre el yo trabaja principalmente por su carácter en el alma sensible, lo que el yo acciona, por así decirlo, en la cuerda del alma sensible repercute en los otros miembros del alma. Cuando el yo actúa principalmente en el alma sensible, entonces el alma sensible suena con especial fuerza, y los demás también deben sonar; pero esto se expresa en el gesto. Todo lo que se expresa en el estilo más grosero sólo en el alma sensible aparece en el gesto en el abdomen humano. Si una persona se palpa el vientre en un estado de bienestar, podemos ver exactamente cómo vive con su carácter completamente encerrado en el alma sensible, qué poco de sus impulsos de voluntad se expresan en las partes superiores de su alma.

Sin embargo, cuando el yo, que vive primariamente en el alma sensible, expresa sin embargo los impulsos deseos y voliciones que experimenta, en el alma racional, entonces esto se refleja en un gesto que se relaciona con el órgano del ser humano que es primariamente la expresión exterior del alma racional: aquí, en la región del corazón. Por lo tanto, vemos en aquellas personas que tienen el llamado tono de pecho de la convicción, que hablan por sus sentimientos pero son capaces de transformar estos sentimientos en palabras y expresarlos: que les late el corazón. No hablan desde la objetividad del juicio, sino desde la pasión. Podemos reconocer el carácter apasionado, que, sin embargo, choque hasta el alma racional, podemos reconocer al hombre que vive enteramente en el alma sensible, pero que, a través de su fuerte yo, es capaz de dejar que los tonos choquen hasta el alma racional, si se presenta particularmente amplio.

Hay oradores populares que se meten los pulgares en los orificios de los chalecos y se ponen anchos ante el público: son los que hablan desde su alma sensible inmediata, los que acuñan en palabras lo que sienten egoísta y muy personalmente, no desde la objetividad, pero ahora lo afirman con el gesto: los pulgares en los orificios de los chalecos.

Aquellas personas que permiten que resuene en su alma consciente lo que el yo pronuncia y choca en su alma sensible, son las que, a través de sus gestos, trabajan en el órgano que es la expresión exterior del alma consciente. Tales personas lo muestran claramente cuando les resulta particularmente difícil llevar lo que sienten interiormente a una determinada decisión; se nos aparece como una impresión exterior de esta decisión cuando la persona se lleva el dedo a la nariz, cuando quiere indicar en particular lo difícil que le resulta sacar esto de las profundidades del alma consciente.

Y así podemos ver cómo todo lo que en realidad se expresa en los miembros del alma como el trabajo caracterizado del yo se manifiesta en el gesto.

<Podemos ver, sin embargo, cuando el hombre vive preferentemente en el alma racional, lo que está más cerca del interior del ser humano, lo que no está determinado exteriormente en el hombre, lo que no gime servilmente bajo, lo que es más suyo, como se manifiesta en la expresión fisonómica de su rostro en particular. Cuando el yo choca contra la cuerda del alma racional, pero ésta suena hacia abajo en el alma sensible, cuando el ser humano puede vivir inicialmente con su yo en el alma racional, pero todo lo que hay entonces dentro de él es presionado hacia abajo en el alma sensible; cuando su juicio lo impregna de tal modo que resplandece por su juicio, entonces vemos cómo esto se expresa en la frente retraída, en la barbilla saliente. Lo que realmente se experimenta en el alma racional y que sólo resuena en el alma sensible, tienen su expresión en las partes inferiores del rostro. Cuando el ser humano desarrolla lo que el alma racional puede desarrollar, la armonía entre lo exterior y lo interior, cuando el ser humano no se encierra en sus cavilaciones interiores ni se vacía mediante una completa entrega interior, cuando existe una hermosa armonía entre lo exterior y lo interior, cuando, por lo tanto, el yo vive en su impronta de carácter en el alma racional, entonces esto se expresa en la parte media del rostro - la expresión exterior para el alma racional.

Y aquí se puede ver cuán provechosa es la ciencia espiritual para el estudio de la cultura; muestra que la sucesión de cualidades también es particularmente pronunciada en el devenir sucesivo de pueblos en la evolución del mundo. Es por lo que el alma racional estaba particularmente marcada en la antigua Grecia.

Allí se daba esa hermosa armonía entre lo externo y lo interno, allí se daba lo que en la ciencia espiritual se llama la expresión caracterológica del yo en el alma racional. Es cierto que sólo comprendemos tales cosas cuando comprendemos lo externo, lo que está impreso en la materia, a partir de los fundamentos espirituales de los que surge.

Y la expresión fisonómica que surge cuando el hombre da a conocer lo que vive primariamente en el alma racional, cuando lo vive en el alma consciente, da como resultado la frente prominente. En esta expresión fisonómica se halla la revelación del alma racional; por eso se expresa en una formación especial de la frente, como si hiciera subir al alma consciente lo que el yo realiza en el alma racional.

Pero si el ser humano vive con su yo de un modo muy especial, al punto de que expresa característicamente en su alma consciente lo que es la esencia del yo, entonces puede, por ejemplo, empujar hacia abajo lo que el yo toca en la cuerda del alma consciente hacia el alma racional y hacia el alma sensible. Esta última es un cierto perfeccionamiento superior de la evolución humana. Sólo en nuestra alma consciente podemos impregnarnos de los altos ideales morales, de las grandes percepciones del mundo.

Todo esto debe vivir en nuestra alma consciente. Lo que el yo da al alma consciente en potencias, para que pueda adquirir conocimientos y una visión de conjunto del mundo; lo que el yo puede dar al alma consciente, para que puedan vivir en ella elevados ideales morales, elevados puntos de vista estéticos, que pueden ser presionados y pueden convertirse en entusiasmo, pasión, eso que se puede llamar el calor interior del alma sensible. Esto ocurre cuando el hombre puede brillar por aquello que sabe discernir. Entonces lo más noble a lo que el hombre puede elevarse por primera vez es llevado de nuevo al alma sensible. El hombre eleva el alma sensible cuando deja fluir a través de ella lo que primero está presente en el alma consciente. Sin embargo, lo que así experimentamos en el alma consciente, lo que puede aparecer como el carácter ideal a través del trabajo del yo en el alma consciente, no puede ser moldeado en el cuerpo humano porque nuestra corporeidad exterior está limitada por las disposiciones que traemos con nosotros al nacer. Por el contrario, debemos abstenernos de imprimirlo en el cuerpo físico; eso puede convertirse en una expresión de un noble carácter del alma, pero nunca podemos llevarlo a una expresión del cuerpo físico exterior. Debemos llevarla con nosotros a través de la puerta de la muerte, pero entonces es la fuerza más poderosa para la siguiente vida.

Aquello que encendimos en el alma sensible con esa pasión que puede brillar por elevados ideales morales, lo que así vertimos en el alma sensible y que pudimos llevar con nosotros a través de la puerta de la muerte, podemos llevarlo a la nueva vida, y allí puede desarrollar la más poderosa fuerza plástica. Lo vemos en la nueva vida en la formación del cráneo, en las diversas elevaciones y depresiones del cráneo, son la expresión de los altos ideales morales que adquirimos. Así que hasta los huesos vemos que llega lo que el hombre ha hecho de sí mismo; por lo tanto, debemos reconocer también que todo lo que se refiere al conocimiento de la formación ósea real del cráneo, al conocimiento de las elevaciones y depresiones de la estructura craneal, que esto nos permite sacar conclusiones sobre el carácter, que esto es individual. Es una burla creer que se pueden establecer esquemas generales, principios típicos generales para la craneología. No, no hay tal cosa. Hay una craneología especial para cada ser humano; porque lo que trae consigo como cráneo lo trae de vidas anteriores, y esto debe ser reconocido en cada ser humano. Así que no hay una ciencia general para esto. Sólo los pensadores abstractos que quieren reducir todo a esquemas pueden justificar la craneología en sentido general; quien conoce lo que conforma al ser humano hasta los huesos, como se acaba de describir, sólo podrá hablar de una cognición individual de la estructura ósea humana. Por lo tanto, también tenemos algo en esta formación del cráneo que es diferente en cada ser humano y para lo que nunca podemos encontrar la razón en una sola vida particular. En la formación del cráneo podemos captar lo que se llama reencarnación; pues en las formas del cráneo humano captamos lo que el hombre ha hecho de sí mismo en vidas anteriores. Allí la reencarnación o reincorporación se hace tangible. Sólo hay que saber primero dónde coger las cosas en el mundo.

Así pues, vemos que aquello del carácter humano que crece de una determinada manera hay que buscar su origen hasta en las formaciones más duras, y en el carácter humano vemos ante nosotros un maravilloso enigma. Empezamos describiendo este carácter humano, diciendo cómo el yo lo moldea en las formaciones del alma sensible, el alma racional y el alma  consciente. Después vimos cómo lo que el yo desarrolla en ellas se imprime en el cuerpo exterior, en los gestos, en la fisonomía, incluso en los huesos. Y a medida que transcurre el paso del ser humano desde el nacimiento hasta la muerte y a un nuevo nacimiento, vemos cómo el ser interior actúa sobre el exterior, imprimiendo un carácter en el ser humano en la vida interior del alma, y también en aquello que es imagen y semejanza exterior de este interior, el cuerpo exterior. Por eso comprendemos bien cómo podemos conmovernos profundamente cuando vemos el carácter exterior del cuerpo en Laocoonte disgregarse en sus miembros individuales; en el gesto exterior de esta obra de arte vemos, por así decirlo, la desaparición del carácter que pertenece a la esencia del hombre. Aquí tenemos ante nosotros lo que tan acertadamente nos muestra la elaboración en la materia, y a la inversa a su vez algo que nos muestra cómo nos determinan las disposiciones que hemos traído con nosotros desde tiempos anteriores, cómo de hecho durante toda una vida el moldeado material es decisivo para el espíritu, y cómo el espíritu, al desgranar la vida, puede expresar en una nueva vida ese carácter que adquiere como fruto para la nueva vida. Aquí puede apoderarse de nosotros un estado de ánimo que se asemeja al que sintió Goethe cuando tuvo en su mano la calavera de Schiller y dijo: En las formas de esta calavera veo el espíritu materialmente impreso; impreso característicamente, aquello que me resonaba en los poemas de Schiller, en las palabras de amistad que tantas veces me han resonado; sí, aquí veo cómo el espíritu trabajaba en la materia. Y cuando miro este trozo de materia, me muestra en sus nobles formas cómo vidas anteriores prepararon aquello que brillaba tan poderosamente hacia mí en el espíritu de Schiller.

Esta contemplación nos enseña, pues, a repetir como convicción propia la afirmación que hizo Goethe al contemplar el cráneo de Schiller:
"¿Qué más puede ganar el hombre en la vida 
Que la naturaleza de Dios se le revele, 
Cómo deja que lo sólido se diluya en espíritu, 
¡Cómo mantiene firme lo producido por el espíritu! "

Traducido por J.Luelmo abr,2024

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919