RUDOLF STEINER
El impulso del mundo espiritual sobre los acontecimientos históricos
Siete conferencias impartidas en Dornach del 11 y el 23 de marzo de 1923
SEXTA CONFERENCIA
La pérdida de los pensamientos vivos dotados de naturaleza en la era moderna. Necesidad de una vitalización activa del pensamiento para captar el contenido vivo del mundo. Efectos de las sustancias vegetales venenosas y curativas en el organismo etérico del hombre.
Dornach, 22 de marzo de 1923
Para empezar, hoy recordaremos las indicaciones que os he dado sobre la verdadera naturaleza del pensar humano. En la época actual, a partir del conocido momento del siglo XV, nuestro pensar se ha vuelto esencialmente abstracto, desprovisto de cuadros e imágenes. La gente se enorgullece de este tipo de pensar que, como sabemos, no empezó a ser general hasta la época mencionada; antes de eso, el pensar había sido pictórico y era, por tanto, un pensar vivo en el sentido real.
Recordemos el carácter esencial del pensar tal como es hoy. La esencia viva del pensar estaba dentro de nosotros durante el período entre la muerte y el renacimiento, antes de que descendiéramos del mundo espiritual al físico. Esta esencia viva fue luego desechada y hoy, como hombres de la quinta época postatlante, nuestro pensar es el cadáver de aquel pensar vivo entre la muerte y un nuevo nacimiento. Precisamente porque nuestro pensar ahora está desprovisto de vida, nuestra conciencia ordinaria como personas modernas hace que nos conformemos con comprender lo que no tiene vida y no tengamos aptitud para comprender la naturaleza viva del mundo que nos rodea.
Es cierto que con ello hemos adquirido nuestra libertad, nuestra autosuficiencia como seres humanos, pero también nos hemos aislado por completo de lo que supone un proceso perpetuo de "devenir". Observamos las cosas que nos rodean en las que no opera tal proceso, que son incapaces de germinar y que sólo tienen una existencia presente. Se puede objetar que el hombre observa la fuerza germinativa en las plantas y los animales, pero en realidad se engaña a sí mismo. Observa esta fuerza germinativa sólo en la medida en que es portadora de sustancias muertas; además, observa la propia fuerza germinativa como algo que está muerto.
La característica esencial de este tipo de percepción está indicada por lo siguiente: En épocas anteriores de la evolución las personas percibían una fuerza germinal activa en todo su entorno, mientras que hoy en día sólo tienen ojos para lo que está muerto; esperan de alguna manera captar también la naturaleza de la vida, simplemente observando lo que está muerto. De ahí que no la capten en absoluto.
Sin embargo, el ser humano ha entrado en una época bastante notable de su evolución. Hoy en día, cuando observa el mundo de los sentidos, los pensamientos ya no le vienen dados de la forma en que se aplican a los sonidos y a los colores. Por lo que digo en el libro Enigmas de la Filosofía, sabéis que los pensamientos les venían dados a los griegos tal y como se nos presentan hoy los sonidos y los colores. Nosotros decimos que una rosa es roja; el griego percibía no sólo el color rojo de una rosa, sino también el pensamiento de la rosa, es decir, percibía algo espiritual. Y esta percepción de lo puramente espiritual ha ido desapareciendo con el auge del pensar abstracto, sin vida, que no es más que un cadáver de lo que era el pensar en nosotros antes de nuestra vida terrenal.
Pero ahora surge la pregunta: Si queremos comprender la naturaleza, si queremos formarnos un concepto del mundo, ¿cómo se relacionan entre sí, el mundo de los sentidos fuera de nosotros y el pensar muerto dentro de nosotros? Debemos tener muy claro que cuando el hombre se enfrenta al mundo actual, lo hace con un pensar inerte. Pero entonces, ¿hay muerte también fuera en el mundo? Hoy debería haber al menos un indicio de que no la hay. En los colores, en los sonidos, al menos, la vida parece proclamar su presencia en todas partes. Para quien comprende la verdadera naturaleza de los sentidos, se hace evidente el hecho notable de que, aunque el hombre moderno dirige invariablemente su atención sólo al mundo de los sentidos, no puede captar este mundo de los sentidos por medio del pensar, porque los pensamientos muertos simplemente no son aplicables al mundo de los sentidos vivos.
Tenedlo muy claro. - El hombre actual se enfrenta al mundo de los sentidos y cree que no debe permitirse mirar más allá de él. ¿Pero qué significa esto para el hombre moderno: no estar dispuesto a mirar más allá del mundo de los sentidos? En realidad significa renunciar a toda visión y a todo conocimiento. Porque ni el color, ni el sonido, ni el calor, pueden ser captados en absoluto por el pensar muerto. El hombre piensa, pues, en un elemento muy distinto de aquel en el que vive realmente.
De ahí que sea un hecho notable que, aunque entremos en el mundo terrenal al nacer, nuestro pensamiento sea el cadáver de lo que era antes de nuestra existencia terrenal. Y hoy en día el hombre quiere unir las dos cosas; quiere aplicar el remanente de su existencia preterrenal a su existencia terrenal.
Y es este hecho el que, desde el siglo XV, se ha ido imponiendo constantemente en la esfera del pensar y del saber en forma de dudas de todo tipo. Esta es la causa de la gran confusión que reina en la actualidad, que ha permitido que el escepticismo y la duda se introduzcan en todos los modos de pensar posibles; es la responsable de que los hombres de hoy no tengan ya el más remoto concepto de lo que es realmente el conocimiento. En efecto, no hay nada más insatisfactorio que examinar las teorías del conocimiento en su forma moderna. La mayoría de los científicos se abstienen de hacerlo y lo dejan en manos de los filósofos. Y en este campo se pueden tener experiencias notables.
En Berlín, en el año 1889, visité al filósofo Eduard von Hartmann, ya fallecido. Hablamos de cuestiones relacionadas con las teorías del conocimiento. En el transcurso de la conversación dijo que no se debería permitir que las cuestiones relacionadas con las teorías del conocimiento se imprimieran; a lo sumo deberían ser duplicadas por alguna máquina o de alguna otra manera, ya que en toda Alemania había como máximo sesenta personas capaces de ocuparse útilmente de tales cuestiones.
Pensadlo: ¡uno por cada millón! Naturalmente, entre un millón de seres humanos hay más de un científico o, por lo menos, más de un individuo altamente educado. Pero en lo que se refiere a la visión real de las cuestiones relacionadas con las teorías del conocimiento, Eduard von Hartmann probablemente tenía razón; porque aparte de los manuales que los candidatos a las universidades tienen que hojear para ciertos exámenes, no se encontrarán muchos lectores para las obras sobre la teoría del conocimiento, si están escritas en el estilo moderno y se basan en la forma de pensar moderna.
Y por eso las cosas siguen el mismo ritmo de siempre. La gente estudia la anatomía, la fisiología, la biología, la historia y todo lo demás, sin preocuparse de si estas ciencias les aportan conocimiento de la realidad; siguen el mismo ritmo de trote. Pero llegará un momento en que la gente tendrá que tener claro el hecho fundamental de que, debido a que su pensar es abstracto, está lleno de luz y, por lo tanto, abarca algo, en el sentido más elevado, supraterrenal, mientras que en su vida en la Tierra sólo tienen a su alrededor lo que es terrenal. Los dos conjuntos de hechos simplemente no armonizan.
Cabe preguntarse si las imágenes mentales de antaño concuerdan más con la naturaleza del hombre cuando su pensar estaba lleno de vida. La respuesta es que sí, y os indicaré la razón.
El ser humano de hoy está absorto desde su nacimiento hasta su séptimo año en el desarrollo de su cuerpo físico; luego llega el momento en que es capaz de desarrollar también su cuerpo etérico - esto tiene lugar del séptimo al decimocuarto año. Luego, desde el decimocuarto hasta el vigésimo primer año, desarrolla su cuerpo astral; hasta el vigésimo octavo, el alma sensible; hasta el trigésimo quinto, el alma intelectual o mental; y después, el alma consciente. Luego ya no puede decirse que se desarrolla, sino que él mismo se está desarrollando, porque el Yo Espiritual, que sólo evolucionará en edades futuras, ya participa en cierta medida en su desarrollo a partir de su cuadragésimo segundo año. Y así el proceso continúa.
Ahora bien, el periodo que va del vigésimo octavo al trigésimo quinto año de la vida humana es extremadamente importante. Las condiciones durante este período han cambiado esencialmente desde el siglo XV. Hasta entonces, seguían llegándole al ser humano influencias del éter cósmico circundante. Como esto ya no es el caso hoy en día, es difícil imaginar cómo pudo ser influenciado por el éter circundante. Sin embargo, así fue. Entre los veintiocho y los treinta y cinco años, los seres humanos experimentaban una especie de renacimiento interior. Era como si algo dentro de ellos cobrara nueva vida. Estas experiencias estaban relacionadas con el hecho de que en su vigésimo octavo año un individuo era elevado al grado de "Maestro" en su oficio; no era hasta esa edad cuando experimentaba un renacimiento - por supuesto, no de forma burda, sino delicada. Recibía un nuevo impulso. Esto se debía a que el mundo etérico que todo lo abarca actuaba sobre él, el mundo etérico que, al igual que el mundo físico, nos rodea.
En los primeros siete años de vida, el mundo etérico actuaba a través de los procesos que operaban en el cuerpo físico del ser humano, pero no actuaba directamente sobre él hasta su vigésimo octavo año, cuando el período de desarrollo del alma sensible había terminado. Pero entonces, al entrar en el período del alma intelectual o mental, el éter actuaba sobre él con un efecto vivificador.
Esto ya no tiene lugar y el hombre nunca habría logrado la independencia actual como individuo y personalidad, si el proceso hubiera continuado. Esto también tiene que ver con el hecho de que toda la disposición interna del alma humana ha cambiado desde aquellos días.
Ahora debe aceptar un concepto que puede ser extremadamente difícil de entender para el pensamiento moderno, pero que sin embargo es muy importante.
En la vida física percibimos claramente que aquello que únicamente va a tener lugar en el futuro, no está todavía aquí. En la vida etérica, sin embargo, eso no es así. En la vida etérica, el tiempo es, por así decirlo, una especie de espacio y lo que algún día estará presente ya tiene un efecto sobre lo precedente, como también sobre lo que le seguirá. Pero esto no debe ser motivo de asombro; también ocurre lo mismo en el mundo físico.
Si realmente entendemos la teoría de la Metamorfosis de Goethe, tendremos que admitir que la flor de la planta ya está actuando en la raíz. Ella también está contribuyendo con ello. Lo mismo ocurre con todo en el mundo etérico: el futuro ya está actuando en aquello que ha pasado antes. En consecuencia, el hecho de que el hombre estuviera abierto a las influencias del mundo etérico influyó sobre la vida anterior a su nacimiento, principalmente sobre su mundo de pensamientos. Y por consiguiente, su mundo de pensamientos era diferente del que tiene en la época en que vivimos hoy, cuando la puerta entre los veintiocho y los treinta y cinco años ya no está abierta, sino que está cerrada. Hubo un tiempo en el que el pensamiento del hombre estaba verdaderamente vivo. Le hacían no ser libre, pero al mismo tiempo le daban la sensación de estar conectado con todo su entorno; se sentía miembro vivo del mundo.
Hoy el ser humano presiente que su existencia se limita a un mundo muerto. Este sentimiento es inevitable, porque si el mundo vivo trabajara sobre él, haría que fuera un ser menos libre. Justo debido a que el mundo muerto no requiere nada de nosotros, tampoco puede determinar nada en nosotros, no puede dar lugar a nada en nosotros - justo porque es un mundo muerto lo que está trabajando sobre nosotros, somos personas libres.
Pero, por otro lado, también debemos comprender claramente que precisamente por eso que él posee ahora en plena libertad interior, precisamente por sus pensamientos, que están muertos, no puede adquirir ninguna comprensión de la vida que le rodea; sólo puede comprender la muerte que le rodea, y nada más.
Ahora bien, si no se produjera ningún cambio en la actitud y el estado de ánimo del alma del ser humano, la discordancia en la cultura y la civilización, que se hace cada vez más patente, aumentaría inevitablemente y la seguridad interior y la resolución del alma disminuirían progresivamente. Esto sería aún más evidente si las personas prestaran verdadera atención a los conocimientos que obtienen hoy en día de cuanto se afirma como irrefutable. Pero todavía no prestan atención. Siguen contentándose con las ideas religiosas tradicionales que ya no entienden pero que se han propagado. Incluso en las ciencias la gente se contenta con estas ideas. Cuando un hombre se dedica a una ciencia en particular, generalmente no tiene idea, cuando empieza realmente a comprenderla, de que todavía se aferra a las viejas tradiciones, mientras que las ideas modernas, que son sólo pensamientos muertos y abstractos, ni siquiera se acercan a la esfera de lo vivo.
En épocas anteriores, gracias a que el éter actuaba en él, el individuo también podía entrar en contacto con la naturaleza viva del mundo de los sentidos. Cuando todavía creía en la realidad del mundo espiritual, también podía captar la naturaleza esencial del mundo de los sentidos. Hoy, aún cuando únicamente cree en el mundo de los sentidos, lo extraño es que sus pensamientos, aunque muertos, son ahora espirituales en grado sumo. Aquí hay espíritu muerto. Pero el hombre no es consciente del hecho de que hoy se ve en el mundo con la herencia de lo que era suyo antes de su vida terrenal. Si sus pensamientos estuvieran todavía vivos, vivificados por el éter circundante, podría mirar en el mundo vivo de su entorno. Sin embargo, como no le llega nada de su entorno y sólo tiene que contar con lo que ha heredado de un mundo espiritual, ya no puede comprender el mundo físico que le rodea.
Esto es aparentemente paradójico, pero a pesar de ello es un hecho extraordinariamente importante. Proporciona la respuesta a la pregunta: ¿Por qué las personas modernas son materialistas? Son materialistas porque son demasiado espirituales. Serían capaces de entender la materia en todas partes si pudieran comprender la vida que está presente en toda la materia. Pero como se enfrentan a la vida con su pensamiento muerto, las personas hacen de esta vida misma algo muerto y ven la sustancia sin vida en todas partes. Es porque son demasiado espirituales, es porque llevan dentro de sí únicamente lo que era suyo antes de su nacimiento, lo que hace que se conviertan en materialistas. Un individuo no se convierte en materialista por el conocimiento de la sustancia -de hecho, no tiene ningún conocimiento real-, sino que se convierte en materialista porque no vive en la Tierra en el sentido real.
Y si os preguntáis por qué materialistas empedernidos, como Büchner, Vogt y los demás, se han convertido en materialistas a ultranza, la respuesta es: porque eran demasiado espirituales, porque no tenían nada en su interior que les conectara con la vida terrenal, sino sólo lo que habían experimentado antes de su vida en la Tierra, y esto estaba muerto. Este notable fenómeno de la civilización humana, este materialismo, es en verdad un profundo misterio.
Ahora, en la época actual, debido a que sus pensamientos ya no están impregnados de vida desde fuera, desde el éter, el hombre sólo puede trascender sus pensamientos muertos infundiéndoles vida él mismo. Y la única posibilidad de hacerlo es infundiendo la vida tal como la concibe la Antroposofía en su mundo de pensamientos, impregnando de vida sus pensamientos y penetrando luego en la vida inherente al mundo de los sentidos. Por lo tanto, debe vivificarse interiormente. Él mismo debe impartir vida a los pensamientos muertos mediante la actividad interior del alma, y entonces superará el materialismo. Comenzará a juzgar todo lo que le rodea de manera diferente. Y desde esta misma tribuna habéis oído hablar mucho de las muchas posibilidades de tales juicios.
Vamos a centrar nuestra atención hoy en un tema concreto: el reino vegetal en nuestro entorno. Sabemos que muchas plantas son consumidas como alimento por los animales y los seres humanos y que en los procesos de nutrición y digestión son reelaboradas. En la forma generalmente indicada pueden ser asimiladas en el organismo animal y humano. Y ahora nos encontramos de repente con una planta venenosa, digamos el beleño o la belladona. ¿Qué tenemos ahí? De repente, entre la otra vegetación, encontramos algo que no se combina con los organismos animal y humano como lo hacen otras plantas.
Tengamos clara la base de la vida vegetal. He hablado a menudo de ello. Imaginemos la superficie de la Tierra y las plantas que crecen en ella. Sabemos que la organización física de la planta está impregnada por su cuerpo etérico. Pero, como he señalado a menudo, la planta no podría desarrollarse si la astralidad omnipresente no se pusiera en contacto con ella desde arriba por medio de la flor (lila).
La planta no tiene cuerpo astral dentro de ella, pero la astralidad la toca desde arriba. Por regla general, la planta no absorbe la astralidad, sino que sólo se deja tocar por ella. La planta no asimila la astralidad, pero alrededor de la flor y el fruto hay una interacción con la astralidad que, por lo general, no se combina con el cuerpo etérico o físico de la planta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario