GA236 Dornach 23 de abril de 1924 Relaciones kármicas- Vol. II -El traslado de los frutos de épocas anteriores a nuestra época

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Relaciones kármicas:
GA236 - Volumen II

Dornach 23 de abril de 1924



III conferencia


En estos días quisiera decir algo especialmente para los amigos que han venido aquí para asistir al Curso de Pascua, y que no han oído mucho de las conexiones que tiene.  Aquellos que estuvieron presentes en las conferencias antes de la Pascua puede que se encuentren con algunas repeticiones, pero las circunstancias lo hacen inevitable.

He hecho especial hincapié en el hecho de que el estudio del desarrollo histórico de la vida de la humanidad debe conducir al estudio del propio ser humano. Todos nuestros esfuerzos van encaminados a situar al hombre en el centro de nuestro estudio del mundo. Con ello se consiguen dos fines. En primer lugar, sólo así se puede estudiar el mundo tal y como es. Porque todo lo que el hombre ve a su alrededor en la naturaleza no es más que una parte, da por así decirlo una única imagen del mundo: y limitar el estudio del mundo a este ámbito de la naturaleza es como estudiar una planta sin mirar más allá de la raíz, la hoja verde y el tallo, e ignorar la flor y el fruto. Este tipo de estudio nunca puede revelar la planta completa. Imaginaos una criatura que nazca siempre en una época del año determinada, que viva durante un periodo en el que la planta crezca hasta las hojas verdes y no más allá, que muera antes de que la planta esté en flor y que aparezca de nuevo sólo cuando haya raíces y hojas verdes. - Una criatura así nunca tendría conocimiento de toda la planta; consideraría la planta como algo que sólo tiene raíces y hojas.

La mente materialista de hoy en día se ha situado en una posición similar en cuanto a su enfoque del mundo. Sólo considera los amplios fundamentos de la vida, no lo que resulta de la totalidad de la evolución terrestre y de la existencia terrestre, es decir, el hombre mismo. La verdadera forma de aproximación debe consistir en estudiar la naturaleza en toda su extensión, pero de tal manera que se reconozca en todo momento que ella, a partir de sí misma, debe crear al hombre. Entonces veremos al hombre como el microcosmos que realmente es, como la concentración de todo lo que se encuentra disperso en los espacios lejanos del cosmos.

Sin embargo, en cuanto estudiamos la historia desde este punto de vista, ya no podemos considerar al ser humano como una resultante de las fuerzas de la historia, como un ser único y autónomo. Hay que tener en cuenta que pasa por diferentes vidas terrenales: una de ellas tiene lugar en una época anterior y otra posterior. Este mismo hecho sitúa al hombre en el centro de nuestros estudios, pero ahora en todo su ser, como individualidad. Este es el único fin que se alcanza cuando miramos de esta manera a la naturaleza y a la historia.

La otra es ésta. - El hecho mismo de situar al hombre en el centro del estudio, hace que éticamente se logre que aparezca lo humilde en el carácter humano. La falta de humildad no se debe a otra cosa que a la falta de conocimiento. Un conocimiento penetrante y exhaustivo del hombre en su relación con los acontecimientos del mundo y de la historia no llevará ciertamente a una excesiva autoestima, sino que llevará al ser humano a mirarse a sí mismo con objetividad. Precisamente cuando el hombre no se conoce a sí mismo, surgen en él esos sentimientos que tienen su origen en las regiones desconocidas de su ser. Los impulsos instintivos y emocionales se hacen sentir. Y son estos impulsos instintivos y emocionales, los que debido a que están arraigados en el subconsciente, hacen que aparezcan la arrogancia y el orgullo. En cambio, cuando la conciencia penetra cada vez más en aquellas regiones en las que el hombre llega a conocerse a sí mismo y a reconocerse, en la secuencia de los acontecimientos históricos, como perteneciente a todo el amplio universo, entonces, simplemente en virtud de una ley interior, se despliega en él la humildad. El reconocimiento de su lugar en la existencia universal siempre suscita humildad, nunca arrogancia. Todo estudio genuino realizado en la Antroposofía tiene su lado ético, comporta un impulso ético.

A diferencia del materialismo moderno, la Antroposofía no conducirá a un concepto de la vida en el que la ética y la moral sean un mero complemento; la ética y la moral surgen, como impulsadas interiormente, de todo auténtico estudio antroposófico.


Quiero mostrarles ahora, con ejemplos concretos, cómo los frutos de épocas anteriores de la historia se trasladan a épocas posteriores a través de los propios seres humanos. Un ejemplo muy llamativo que vamos a dar ahora está relacionado con Suiza.

Nuestra mirada se centra en un hombre que vivió unos cien años antes de la fundación del cristianismo. - Les estoy relatando lo que se puede descubrir a través de la investigación científica espiritual. - En este período de la historia encontramos una personalidad que era una especie de capataz de esclavos en el sur de Europa.

No debemos asociar a un capataz de esclavos de aquellos tiempos los sentimientos que la palabra suscita de forma inmediata en nosotros ahora. La esclavitud era la costumbre general en los días de la antigüedad, y en la época de la que estoy hablando era esencialmente suave en su forma; los capataces eran generalmente hombres educados. De hecho, los maestros de los personajes importantes podían muy bien ser esclavos, que a menudo estaban versados en la cultura literaria y científica de la época. Como ven, debemos adquirir ideas más sólidas sobre la esclavitud -sin defenderla en lo más mínimo- cuando consideramos este aspecto de la vida de la antigüedad.

Nos encontramos, pues, con una personalidad cuya vocación es estar a cargo de varios esclavos y repartir sus tareas. Es un hombre extraordinariamente amable, apacible y de buen corazón, y cuando puede salirse con la suya hace todo lo posible para facilitar la vida de los esclavos. Sin embargo, por encima de él se encuentra una personalidad ruda y algo brutal. Este hombre es, como diríamos hoy en día, su oficial superior. Y este oficial superior es responsable de muchas cosas que despiertan resentimiento y animosidad en los esclavos. Cuando la personalidad de la que estoy hablando -el capataz de esclavos- atraviesa la puerta de la muerte, durante el tiempo que media entre la muerte y el nuevo nacimiento, está rodeado por todas aquellas almas que estaban unidas a él en la tierra, las almas de los esclavos que habían estado a su cargo. Pero, como individualidad, está fuertemente vinculado con el que fue su oficial superior. El hecho de que él, como capataz de esclavos, se viera obligado a obedecer a este oficial superior -pues, de acuerdo con las costumbres imperantes en la época, siempre le obedecía, aunque a menudo de muy mala gana-, este hecho establecía un fuerte vínculo kármico entre ellos. Pero también se estableció un profundo vínculo kármico por la relación que había existido en el mundo físico entre el capataz y los esclavos, pues en muchos aspectos había sido también su maestro.

Así pues, debemos imaginarnos otra vida que se desarrolla entre la muerte y el renacimiento entre todas estas individualidades de las que he hablado.


Después, en algún lugar del siglo IX d.C., la individualidad del capataz de esclavos vuelve a nacer, en Europa Central, pero ahora como mujer, y además, debido a la conexión kármica imperante, como esposa del antiguo oficial superior que se reencarnó como hombre. Ambos viven juntos en una relación matrimonial que compensa kármicamente el vínculo que se había establecido allá por el siglo I antes de la fundación del cristianismo, cuando habían vivido como oficial subordinado y superior respectivamente. El oficial superior se encuentra ahora, en el siglo IX d.C., en una comuna de Europa Central cuyos habitantes viven en una situación estrechamente familiar entre ellos; él ocupa algún tipo de cargo oficial en la comuna, pero es el servidor de todos y recibe muchos golpes y abusos.

Investigando más a fondo el asunto, descubrimos que los miembros de esta comuna, bastante extensa, son los esclavos a los que antes se les asignaban las tareas de la manera que os he relatado. El oficial superior se ha convertido ahora, por así decirlo, en el servidor de todos ellos, y tiene que experimentar el cumplimiento kármico de muchas cosas que, a través de la instrumentalidad del capataz, su brutalidad infligió a estas personas.

La esposa de este hombre (ella es el capataz reencarnado), sufre con una especie de resignación silenciosa bajo todas las impresiones hechas por el siempre descontento oficial superior en su nueva encarnación, y uno puede seguir en detalle cómo el destino kármico se está cumpliendo aquí.

Pero también vemos que este karma no está en absoluto ajustado por completo. Sólo se ajusta una parte, a saber, la relación kármica entre el capataz de esclavos y su oficial superior. Esto se ha vivido y está esencialmente terminado en la encarnación medieval del siglo IX; pues la mujer ha pagado lo que su alma había experimentado debido a la brutalidad del hombre que antes era el oficial superior y que ahora es su marido.

Esta mujer, la reencarnación del antiguo capataz de esclavos, vuelve a nacer, y lo que ocurre ahora es que un gran número de aquellas almas que en su día fueron esclavos y que luego se coincidieron de nuevo en la gran comuna -almas sobre cuyo destino esta individualidad había intervenido dos veces- volvieron a venir como unos niños cuya educación esta misma individualidad en su nueva encarnación tiene a su cargo. Pues en esta encarnación viene como Pestalozzi. Y vemos cómo el humanitarismo infinito de Pestalozzi, su entusiasmo por la educación en el siglo XVIII, es el cumplimiento kármico en relación con los seres humanos con los que ya había estado relacionado dos veces - el cumplimiento kármico de las experiencias y los sufrimientos de encarnaciones anteriores.

Lo que se nos presenta en las personalidades individuales sólo puede verse con claridad y ser objetivamente inteligible cuando somos capaces de ver la vida terrenal actual sobre el trasfondo de las vidas terrenales anteriores.

Y a veces aparecen rasgos de una persona en alguna vida terrenal que no solo se remontan a la encarnación anterior, sino a menudo a la anterior e incluso más atrás. Vemos cómo lo que ha sido plantado, por así decirlo, en las encarnaciones individuales, se abre paso con una cierta necesidad interior, espiritual, en la medida en que el ser humano vive no sólo a través de vidas terrenales, sino también a través de vidas entre la muerte y un nuevo nacimiento.

En este sentido, resulta especialmente llamativo e interesante el estudio de una vida de la que hablé a los que estuvieron en Dornach antes de Pascua: la vida de Conrad Ferdinand Meyer.

Conrad Ferdinand Meyer presenta un enigma muy especial para quienes estudian el aspecto interior de su vida y al mismo tiempo lo admiran mucho como poeta. Hay una armonía tan maravillosa de forma y estilo en sus poemas que no podemos evitar decir: lo que vive en Conrad Ferdinand Meyer siempre está un poco por encima de lo terrenal - en cuanto al estilo y también en cuanto a toda la forma de pensar y sentir. Y si nos sumergimos en sus escritos percibiremos cómo está inmerso en un elemento de espíritu y alma que siempre está a punto de desprenderse del cuerpo físico. Estudiad los poemas más nobles, también los poemas en prosa, de Conrad Ferdinand Meyer y os diréis: Hay evidencia de un impulso perpetuo de alejarse de la conexión con el cuerpo físico. Como sabéis, en su encarnación como Conrad Ferdinand Meyer, le tocó caer en estados patológicos, cuando el alma y el espíritu se separaban del cuerpo físico en alto grado, hasta el punto de que sobrevenía la locura o, en todo caso, condiciones parecidas a la locura. Y lo más curioso es que sus obras más bellas se produjeron durante períodos en los que el alma y el espíritu se habían desprendido del cuerpo físico.

Si bien, cuando intentamos investigar las conexiones kármicas que atraviesan la vida de Conrad Ferdinand Meyer, nos vemos abocados a una especie de confusión. No podemos orientarnos inmediatamente. Primero somos conducidos al siglo VI d.C., y luego nuevamente somos devueltos al siglo XIX, a la encarnación de Conrad Ferdinand Meyer. Las propias circunstancias que observamos, nos despistan. Quiero que se den cuenta de la extraordinaria dificultad de una auténtica búsqueda de conocimiento en este ámbito. Si uno está satisfecho con la fantasía, entonces es naturalmente fácil, pues puede hacer que las cosas encajen como quiera. Para quien no se contenta con la fantasía, sino que lleva su investigación hasta el punto de poder confiar en que las facultades de su propia alma no le jueguen una mala pasada, no es nada fácil, sobre todo cuando investiga estas cosas en relación con una individualidad tan compleja como la de Conrad Ferdinand Meyer. Al investigar las conexiones kármicas a través de una serie de vidas terrenales no es de gran ayuda fijarse en las características especialmente destacadas. Lo que más llama la atención en un hombre, lo que se ve de inmediato cuando se le conoce o se sabe de él en la historia, estas características son, en su mayor parte, el resultado de su entorno terrenal. El hombre, tal y como se nos presenta, es un producto de su entorno terrenal en mayor medida de lo que generalmente se cree. Asume a través de la educación lo que está presente en su entorno terrenal. Son los rasgos más intangibles e íntimos de un hombre los que, tomados de forma muy concreta, conducen a través de la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento a las vidas terrenales anteriores.

En estas investigaciones puede ser más importante observar los gestos de un hombre o algún ademán habitual que tener en cuenta lo que ha conseguido quizás como figura de renombre. Los gestos de una persona, o la forma en que te contesta invariablemente -no tanto lo que contesta sino cómo lo hace-, si, por ejemplo, su primera tendencia es ser siempre negativo y sólo cuando no tiene otra alternativa, estar de acuerdo, o si de nuevo de una manera bastante bienhumorada es más bien jactancioso... este es el tipo de rasgos que son importantes y si les prestamos especial atención se convierten en el centro de nuestras observaciones y revelan mucho. Uno observa, por ejemplo, cómo un hombre extiende su mano para coger cosas; uno se hace una imagen objetiva de ello y luego trabaja sobre ella a la manera de un artista; y al final uno descubre que ya no es el mero gesto lo que está contemplando, sino que alrededor del gesto toma forma la figura de otro ser humano.

Puede ocurrir lo siguiente. - Hay hombres que tienen la costumbre, digamos, de hacer un determinado movimiento de brazos. He conocido a hombres que simplemente no podían empezar a hacer nada sin cruzar primero los brazos. Si uno visualiza ese gesto de forma bastante objetiva, pero con un sentimiento interior y artístico, de modo que se presenta ante uno como una forma plástica y flexible, entonces la atención se aleja del hombre que realmente está haciendo el gesto. Pero el gesto no se queda como está, sino que se convierte en otra figura que es una indicación, al menos, de algo en la encarnación anterior o en la anterior. Es posible que el gesto se utilice ahora en relación con algo que no estaba presente en absoluto en la encarnación anterior; digamos que es un gesto utilizado para coger un libro, o alguna acción similar. Sin embargo, es para los gestos y los hábitos de este tipo cuando debemos tener un ojo si queremos seguir el camino correcto.

Ahora bien, en el caso de una individualidad como Conrad Ferdinand Meyer, lo importante es que, mientras crea sus poemas, siempre hay una tendencia a desligar el alma y el espíritu del cuerpo físico. Ahí tenemos un punto de partida, pero al mismo tiempo un punto en el que podemos desviarnos fácilmente.

Somos conducidos, como ya les dije, al siglo VI d.C. Tenemos la sensación: ahí es donde él pertenece. Y además nos encontramos con una personalidad que vivió en Italia, que experimentó un destino muy variado en esa encarnación en Italia, que de hecho vivió una especie de doble existencia. Por un lado, se entregaba con el mayor entusiasmo a un arte que casi ha desaparecido en esta época posterior, pero que entonces estaba en su apogeo; sólo en los ejemplos de mosaicos que quedan podemos vislumbrar todavía este arte tan desarrollado. Y la individualidad a la que nos vemos impelidos por primera vez, vivió en este medio del arte en Italia a finales del siglo V y principios del VI d.C. - Eso es lo que se presenta, para empezar.

Pero ahora todo este cuadro se oscurece, y de nuevo nos vemos arrojados a Conrad Ferdinand Meyer. La oscuridad que oscurece la visión del hombre del siglo VI ensombrece ahora la imagen de Conrad Ferdinand Meyer en el siglo XIX; y nos vemos obligados a mirar muy de cerca lo que hace Conrad Ferdinand Meyer en el siglo XIX.

A continuación nos llama la atención el hecho de que su cuento Der Heilige (El Santo), trata de Tomás Becket, el canciller de Enrique II de Inglaterra. Nos parece que aquí hay algo de peculiar importancia. Y también tenemos la sensación de que la impresión recibida de la encarnación anterior nos ha impulsado contra este hecho particular de Conrad Ferdinand Meyer. Pero ahora de nuevo nos vemos empujados hacia el siglo VI, y no podemos encontrar allí ninguna explicación de esto. Y así nos encontramos entre las dos encarnaciones, la problemática del siglo VI y la encarnación de Conrad Ferdinand Meyer, hasta que nos damos cuenta de que la historia de Tomás Becket, tal como se cuenta en la historia, surgió en la mente de Conrad Ferdinand Meyer debido a una cierta similitud con una experiencia que él mismo había vivido en el siglo VI, cuando fue a Inglaterra desde Italia como miembro de una misión católica enviada por el Papa Gregorio. Ahí tenemos el segundo aspecto de Conrad Ferdinand Meyer en su anterior encarnación. Por un lado, era un entusiasta devoto del arte que posteriormente tomó la forma de mosaico. - De ahí su talento para la forma, en todos sus aspectos. Por otro lado, sin embargo, era un apasionado defensor del catolicismo, y por ello acompañó a la misión. Los miembros de esta misión fundaron Canterbury, donde se estableció entonces el obispado.

El individuo que después vivió en el siglo XIX como Conrad Ferdinand Meyer fue asesinado por un cortesano anglosajón, en circunstancias extraordinariamente interesantes. Hubo algo de sutileza y astucia jurídica, aunque todavía en bruto, en los acontecimientos relacionados en aquel tiempo con el asesinato.

Vosotros sabéis muy bien, mis queridos amigos, cómo incluso en la vida ordinaria el sonido de algo permanece con vosotros. Es posible que una vez hayáis oído un nombre sin prestarle ninguna atención especial... pero más tarde toda una asociación de ideas se agolpa en vuestra mente cuando se menciona ese nombre. De manera similar, a través de las peculiares circunstancias de la conexión de este hombre con lo que más tarde se convirtió en el arzobispado de Canterbury -la ciudad de Canterbury, como he dicho, fue fundada por la misión de la que él era miembro- estas experiencias perduraron, perduraron, en realidad, en el sonido del nombre Canterbury. En la encarnación de Conrad Ferdinand Meyer, el sonido de este nombre -Canterbury- volvió a cobrar vida, y por asociación de ideas llamó su atención sobre Thomas Becket, (el señor canciller de Canterbury bajo Enrique Plantagenet) que fue asesinado a traición. Al principio, Thomas Becket era un favorito de Enrique II, pero después fue asesinado, prácticamente por instigación del Rey, porque no estaba de acuerdo con ciertas medidas.

Estos dos destinos, parecidos en algunos aspectos y diferentes en otros, hicieron que Conrad Ferdinand Meyer reprodujera, por así decirlo, en figuras bastante diferentes tomadas de la historia, lo que él mismo había experimentado en una encarnación anterior en el siglo VI, experimentado en su propio cuerpo, lejos de lo que era entonces su tierra natal. Pensad en lo interesante que es esto. Una vez que lo hemos comprendido, ya no nos vemos empujados de un lado a otro entre ambas encarnaciones. Y entonces vemos porque de nuevo en el siglo XIX, Conrad Ferdinand Meyer tiene una especie de doble naturaleza, vemos cómo su alma-espíritu se separa fácilmente de lo físico. Debido a que tiene esta doble naturaleza, el lugar de sus propias experiencias reales es ocupado por otra experiencia en algunos aspectos similar a ella ... al igual que las imágenes a menudo cambian en el juego de la imaginación humana. En la imaginación ordinaria de un hombre durante una vida terrenal, la imagen cambia de tal manera que la imaginación teje en libertad; en el curso de muchas vidas terrenales puede ocurrir que algún acontecimiento histórico que está relacionado con la persona en cuestión sólo como imagen, ocupe el lugar del acontecimiento real.

Ahora bien, esta individualidad cuya experiencia en una vida anterior se desarrolló entre dos vidas a través de la muerte y el renacimiento, y que luego se expresó en la historia de Tomás de Becket, el Santo, - esta individualidad había tenido otra vida terrenal intermedia como mujer en la época de la Guerra de los Treinta Años. Basta con imaginar el caos que reinaba en toda Europa Central durante la Guerra de los Treinta Años y no será difícil comprender los sentimientos y las emociones de una mujer impresionable y sensible que vivía en medio del caos como esposa de un hombre pedante y de mente estrecha. Cansado de la vida en el país que luego fue Alemania, emigró a los Grisones, en Suiza, donde dejó el cuidado de la casa y el hogar a su esposa, mientras él pasaba el tiempo holgazaneando hoscamente. Su mujer, sin embargo, tuvo la oportunidad de observar muchas, muchas cosas. La perspectiva histórica más amplia, no menos que las curiosas condiciones locales de los Grisones, actuaron sobre ella; las experiencias que vivió, experiencias que siempre estuvieron coloreadas por su vida con el marido burgués y vulgar, volvieron a hundirse en los cimientos de la individualidad, y vivieron a través de la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento. Y las experiencias de la esposa en la época de la Guerra de los Treinta Años se transforman imaginativamente en el cuento de Conrad Ferdinand Meyer, Jürg Jenatsch.

De este modo, en el alma de Conrad Ferdinand Meyer tenemos algo que se ha recogido de los detalles de las encarnaciones anteriores. Como hombre de letras, Conrad Ferdinand Meyer parece ser una individualidad completa en sí misma, pues es un artista con características muy definidas y fijas. Pero en realidad es esto lo que causa confusión, porque la atención se desvía inmediatamente de estas características tan definidas a la naturaleza elusiva y doble del hombre.

Quien sólo tiene ojos para el poeta Conrad Ferdinand Meyer, el famoso autor de todas estas obras, nunca llegará a saber nada de sus vidas anteriores. Tenemos que mirar a través del poeta al hombre; y entonces, en el fondo del cuadro, aparecen las figuras de las encarnaciones anteriores.

Por paradójico que parezca a la mente moderna, la única manera de comprender la vida humana en su aspecto más profundo es centrar nuestro estudio del curso de los acontecimientos mundiales en torno a la observación del propio hombre en la historia. Y el hombre no puede ser considerado como perteneciente a una sola época, como si viviera una sola vida terrenal. Al considerar al hombre, debemos darnos cuenta de cómo la individualidad pasa de una vida terrenal a otra, y cómo en el intervalo entre la muerte y un nuevo nacimiento trabaja y transforma lo que ha tomado su curso más en el ámbito subconsciente de la vida terrenal, pero para todo lo que está relacionado con la conformación real del destino. Pues la configuración del destino no se produce en la conciencia clara del intelecto, sino en lo que se teje en el subconsciente.

Permítanme ahora darles otro ejemplo de cómo funcionan las cosas en la historia a través de las propias individualidades humanas.

En el siglo I d.C., unos cien años después de la fundación del cristianismo, contamos con un escritor romano muy significativo en la persona de Tácito. En toda su obra, y muy especialmente en su "Germania", Tácito demuestra ser un maestro de un estilo conciso y claro; dispone los hechos de la historia y los detalles geográficos en frases maravillosamente redondeadas con un matiz genuinamente epigramático. También podemos recordar que él, un hombre de amplia cultura, que conocía todo lo que se consideraba digno de conocerse en aquella época -cien años después de la fundación del cristianismo- no hace más que una alusión pasajera a Cristo, mencionándolo como alguien a quien los judíos crucificaron, pero diciendo que eso no tenía mayor importancia. Sin embargo, en realidad, Tácito es uno de los más grandes romanos.

Tácito tenía un amigo, la personalidad conocida en la historia como Plinio el Joven, autor de varias cartas y ardiente admirador de Tácito.

Para empezar, consideremos a Plinio el Joven. Pasa por la puerta de la muerte, por la vida que transcurre entre la muerte y un nuevo nacimiento, y vuelve a nacer en el siglo XI como condesa de Toscana, en Italia, que está casada con un príncipe de Europa central. El príncipe ha sido despojado de sus tierras por Enrique el Negro, de la dinastía franco-sálica, y quiere asegurarse una finca en Italia. Esta condesa Beatriz es dueña del castillo de Canossa, donde, más tarde, Enrique IV, el sucesor de Enrique III el Negro, se vio obligado a hacer su famosa penitencia al Papa Gregorio.

Esta condesa Beatriz es una personalidad extraordinariamente despierta y activa, que se interesa por todas las condiciones y circunstancias de la época. De hecho, no puede evitar estar interesada, ya que Enrique III, que había expulsado a su marido, Gottfried, de Alsacia a Italia antes de casarse con ella, continuó su persecución. Enrique es un hombre de energía despiadada, que derroca a los príncipes y caciques de su vecindario uno tras otro, hace todo lo que se le ocurre, y no se contenta cuando ha perseguido a alguien una vez, sino que lo hace una segunda vez, cuando la víctima se ha establecido en otro lugar. - Como he dicho, era un hombre de un vigor despiadado, un "gran" hombre al estilo medieval de la grandeza. Y cuando Gottfried se estableció en la Toscana, Enrique no se contentó con haberlo expulsado, sino que procedió a llevarse a la Condesa con él a Alemania.

Todos estos acontecimientos dieron a la Condesa la oportunidad de formarse una visión penetrante de las condiciones en Italia, así como de las de Alemania. En ella tenemos a una persona muy representativa de la época en la que vive, una mujer de aguda observación, vitalidad y energía, combinada con la amplitud de corazón y de miras.

Cuando, más tarde, Enrique IV se vio obligado a realizar su viaje de penitencia a Canossa, la hija de Beatriz, Matilde, se había convertido en la propietaria del castillo. Matilde se llevaba muy bien con su madre, cuyas cualidades había heredado, y era, de hecho, la más dotada de las dos. Eran mujeres espléndidas que, por todo lo que había pasado bajo Enrique III y Enrique IV, se interesaban profundamente por la historia de la época.

La investigación de estas personalidades conduce a este notable resultado: la condesa Beatriz es la reencarnación de Plinio el Joven, y su hija Matilde es la reencarnación de Tácito. Así, Tácito, escritor de historia en la antigüedad, es ahora un observador de la historia a gran escala - (cuando una mujer tiene grandeza en ella suele estar maravillosamente dotada como observadora) - y no sólo un observador sino un participante directo en los acontecimientos históricos. Pues Matilde es en realidad la dueña de Canossa, escenario de cuestiones inmensamente decisivas en la Edad Media. Encontramos al antiguo Tácito ahora como observador de la historia.

Entre estas dos -madre e hija- se desarrolla una profunda intimidad y su antiguo trabajo en el campo de la autoría les permite captar los acontecimientos históricos con gran perspicacia; subconsciente e instintivamente se vinculan estrechamente con el proceso del mundo, tal como sigue su curso en la naturaleza y en la historia.

Y ahora, aún más tarde, ocurre lo siguiente. - Plinio el Joven, que en la Edad Media era la Condesa Beatriz, nace de nuevo en el siglo XIX, en un ambiente de romanticismo. Absorbe este romanticismo - no se puede decir exactamente con entusiasmo, sino con placer estético. Tiene, por un lado, este amor por lo romántico y, por otro, -debido a sus vínculos familiares- un estilo más bien académico; se abre paso en un estilo de escritura académico. Sin embargo, no está en consonancia con su carácter. Siempre quiere salirse de él, siempre quiere descartar este estilo.

Esta personalidad (la reencarnación de Plinio el Joven y la Condesa Beatriz) se encuentra en una ocasión propiciada por el destino, visitando a un amigo, y coge un libro que está sobre la mesa, un libro inglés. Queda fascinado por su estilo y de inmediato siente: El estilo que he tenido hasta ahora y que debo a mis relaciones familiares, no me pertenece realmente. Este es mi estilo, este es el estilo que necesito. Es maravilloso; debo adquirirlo a toda costa.

Como escritor se convierte en un imitador de este estilo -quiero decir, por supuesto, un imitador artístico en el mejor sentido, no un imitador pedante- un imitador de este estilo en el sentido artístico, estético de la palabra. Y saben, el libro que abrió en ese momento, lo leyó tan rápido como pudo y luego leyó todo lo que pudo encontrar de los escritos del autor - este libro era Los hombres representativos de Emerson. Y la persona en cuestión adoptó su estilo, tradujo inmediatamente dos ensayos del mismo, concibió una profunda veneración por el autor, y nunca estuvo satisfecho hasta que pudo conocerlo en la vida real.

Este hombre, que realmente sólo ahora se encontraba a sí mismo, que por primera vez encontraba el estilo que le pertenecía en su admiración por el otro - esta reencarnación de Plinio el Joven y de la Condesa Beatriz, no es otro que Herman Grimm. Y en Emerson tenemos que ver al Tácito reencarnado, a la Condesa Matilde reencarnada.

Cuando observamos la admiración de Herman Grimm por Emerson, cuando recordamos la forma en que Herman Grimm se encuentra con Emerson, podemos encontrar de nuevo la relación de Plinio el Joven con Tácito. En cada frase que Herman Grimm escribe después de esta época, podemos ver surgir la antigua relación entre Plinio el Joven y Tácito. Y vemos la admiración que Plinio el Joven tenía por Tácito, es más, la completa concordancia y entendimiento entre ellos, aflorando de nuevo en la admiración con que Herman Grimm mira a Emerson.

Y ahora, por primera vez, captaremos en qué consiste la grandeza esencial del estilo de Emerson, percibiremos que lo que Tácito mostraba a su manera, Emerson lo vuelve a mostrar a su manera especial. ¿Cómo trabaja Emerson? Los que visitaron a Emerson descubrieron su forma de trabajar. Allí estaba en una habitación; a su alrededor había varias sillas, varias mesas. Había libros abiertos por todas partes y Emerson se paseaba entre ellos. A menudo leía una frase, se impregnaba de ella y a partir de ella formaba sus propias frases magníficas, libres y epigramáticas. Así era como trabajaba. He aquí una imagen exacta de Tácito en la vida. Tácito viaja, se apodera de la vida en todas partes; Emerson observa la vida en los libros. ¡Todo vuelve a vivir!

Y entonces surge en Herman Grimm ese deseo incontenible de conocer a Emerson. El destino le lleva a "Hombres representativos" y ve de inmediato: así es como debo escribir, éste es mi verdadero estilo. Como he dicho, ya había adquirido un estilo de escritura académico de su tío Jacob Grimm y de su padre Wilhelm Grimm, y entonces lo abandona. El destino le impulsa a adoptar un estilo completamente diferente.

En los escritos de Herman Grimm vemos cuán amplios eran sus intereses históricos. Tiene una relación anímica con Alemania, combinada con un profundo interés por Italia. Todo esto sale a la luz en sus escritos.

Son cosas que demuestran cómo se desenvuelven los asuntos del destino. ¿Y cómo se llega a percibir estas cosas? Primero hay que tener una impresión y luego todo se cristaliza en torno a ella. Así, primero tuvimos que concebir la imagen de Herman Grimm abriendo los "Hombres Representativos" de Emerson. Ahora bien, Herman Grimm solía leer de una manera peculiar. Leía un pasaje e inmediatamente se retraía de lo que había leído: era un gesto como si se tragara lo que había leído, frase a frase. Y fue este gesto interior de tragarse frase a frase lo que permitió rastrear a Herman Grimm hasta su encarnación anterior. En el caso de Emerson, fue el caminar de un lado a otro frente a los libros abiertos, así como el porte más bien rígido y medio romano del hombre, tal como lo vio Herman Grimm cuando se conocieron en Italia: fueron estas impresiones las que lo llevaron a uno de vuelta de Emerson a Tácito. La plasticidad de la visión es necesaria para seguir cosas de este tipo.

Mis queridos amigos, les he dado aquí otro ejemplo que debería indicar cómo debe profundizarse nuestro estudio de la historia. Esta profundización debe ser realmente evidente entre nosotros como uno de los frutos del nuevo impulso que debe tener lugar en la Sociedad Antroposófica a través de la Reunión Fundacional de Navidad. En el futuro debemos avanzar con valentía y audacia en el estudio de las conexiones espirituales de gran alcance; debemos tener valor para alcanzar un punto de ventaja para la observación de estas grandes conexiones espirituales. Para ello necesitaremos, sobre todo, una profunda seriedad. Nuestra vida en la Antroposofía debe estar llena de seriedad.

Y esta seriedad crecerá en la Sociedad Antroposófica si los que realmente quieren hacer algo en la Sociedad reflexionan cada vez más sobre el contenido de la Hoja de Noticias que se envía cada semana a todos los círculos de antropósofos como suplemento de la revista semanal Das Goetheanum. En ella se da una imagen de cómo se puede configurar la vida en los Grupos en el sentido y el significado de la Reunión de Navidad, de lo que se debe hacer en las reuniones de los miembros, de cómo se debe impartir y estudiar la enseñanza. La Hoja de Noticias también pretende dar una imagen de lo que está ocurriendo entre nosotros. Su título es: "Lo que pasa en la Sociedad Antroposófica", y su objetivo es llevar a toda la Sociedad una unidad de pensamiento, difundir una atmósfera común de pensamiento sobre los miles de antropósofos de todo el mundo. Cuando vivamos en una atmósfera así, cuando comprendamos lo que significa que todo nuestro pensamiento sea estimulado y dirigido por los "Pensamientos conductores", y cuando comprendamos cómo el Goetheanum se situará así en el centro como una realidad concreta a través de la iniciativa de la Junta directiva esotérica - he subrayado una y otra vez que ahora tenemos que ver con una Junta directiva que concibe su tarea como la inauguración de un impulso esotérico - cuando comprendamos esto verdaderamente, entonces lo que ahora tiene que fluir a través del Movimiento Antroposófico se llevará a cabo de la manera correcta. Pues el Movimiento Antroposófico y la Sociedad Antroposófica deben convertirse en uno. La Sociedad Antroposófica debe hacer suya toda la causa de la Antroposofía.

Y es justo decir que una vez que este "pensar en común" sea una realidad activa, entonces también puede convertirse en portador de un conocimiento espiritual amplio y de gran alcance. En la Sociedad Antroposófica cobrará vida una fuerza que realmente debería estar en ella, pues los recientes desarrollos de la civilización necesitan un tremendo giro si no quieren conducir a una completa decadencia.

Lo que se dice sobre las sucesivas vidas terrenales de tal o cual individuo puede parecer a primera vista paradójico, pero si se mira más de cerca, si se examina el progreso realizado por los seres humanos de los que hemos hablado a este respecto, se verá que lo que se dice está fundado en la realidad; se verá que somos capaces de mirar en el tejido de la vida de los dioses y de los hombres cuando con el ojo del espíritu intentamos así aprehender las fuerzas espirituales.

Esto, mis queridos amigos, es lo que quiero depositar en vuestros corazones y almas. Si lleváis con vosotros este sentimiento, entonces este Encuentro de Pascua será como una revitalización del Encuentro de Navidad; porque si el Encuentro de Navidad ha de funcionar como debe, entonces todo lo que se ha desarrollado a partir de él debe ser el medio de revitalizarlo, de darle nueva vida como si estuviera presente con nosotros.

Que muchas cosas crezcan a partir del Encuentro de Navidad, en constante renovación. Que muchas cosas salgan de él a través de la actividad de las almas valientes, de las almas que son representantes intrépidos de la Antroposofía. Si nuestras reuniones tienen como resultado el fortalecimiento del valor en las almas de los antropósofos, entonces crecerá lo que se necesita en la Sociedad como cuerpo del alma antroposófica: una presentación valiente al mundo de las revelaciones del Espíritu concedidas en la era de la Luz que ha amanecido ahora tras el fin del Kali-Yuga; pues estas revelaciones son necesarias para la evolución ulterior del hombre. Si vivimos en la conciencia de esto, nos sentiremos inspirados a trabajar con valentía. Que esta valentía se fortalezca en cada reunión que celebremos. Puede serlo si somos capaces de tomar con toda seriedad las cosas que parecen paradójicas y tontas a los que marcan el tono del pensamiento en nuestros días. Pero, después de todo, a menudo ha sucedido que el tono de pensamiento dominante en un período fue reemplazado poco después por lo mismo que antes se suprimía. Que el reconocimiento de la verdadera naturaleza de la historia, y de su relación con el flujo de la vida de los hombres, dé valor a la actividad antroposófica, el valor que es esencial para el progreso de la civilización humana.

Traducido por J.Luelmo marzo 2021

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919