GA215 Dornach 6 de septiembre de 1922 Los tres pasos de la antroposofía

  Volver al ciclo GA215 


FILOSOFÍA, COSMOLOGÍA Y RELIGIÓN


GA215 

Dornach 6 de septiembre de 1922



I conferencia


Antes de comenzar mi conferencia de hoy, permítanme expresar a nuestros estimados invitados mi más cordial saludo desde el espíritu que prevalece aquí en el Goetheanum y que subyace a todo el trabajo que aquí se desarrolla. Este tipo de espíritu no surge de ninguna unilateralidad humana, sino de una humanidad total que todo lo abarca. Por esta razón, lo que aquí se ofrece y realiza puede tener su origen en el conocimiento científico, el arte y la devoción religiosa, al tiempo que su espíritu debe ser el de una humanidad libre, combinada con la generosidad de corazón y alma.

Cuando en 1913 se inició la construcción del Goetheanum, se apoyó en este espíritu, como en la mejor piedra angular. En una época en la que toda Europa y vastas regiones más allá de sus fronteras estaban sumidas en guerras y encarnizadas hostilidades, aquí, en Dornach, gentes de todas las naciones de Europa trabajaban juntas desde una humanidad libre y abarcadora. Aquí, el trabajo internacional nunca cesó. Permítanme señalar este hecho especialmente hoy, porque deseo transmitirles este saludo desde ese espíritu internacional. Ningún otro espíritu puede llevar a cabo el trabajo que aquí se realiza, pues sólo este espíritu de humanidad libre, universal y polifacética puede producir una auténtica ciencia espiritual, un arte espiritual y una religión llena de verdad, que en sí misma sólo puede ser espiritual e internacional. Pero este espíritu también da, creo yo, esa amplitud de corazón que es capaz de acoger y saludar afectuosamente a todo ser humano. Así pues, es desde este espíritu que reina aquí en el Goetheanum desde el que pronuncio estas primeras palabras de saludo. Son, por tanto, de corazón. De esta manera tan sentida, pues, permítanme expresar el deseo de que en los días venideros podamos trabajar juntos con éxito e intercambiar ideas sobre algunos temas extraídos de los más variados ámbitos de la ciencia y de la vida, algo que todo el que haya querido venir aquí se llevará a casa con cierta gratificación. Cuando nosotros, que llevamos años trabajando en el Goetheanum, comprobamos que nuestros visitantes recuerdan con alegría lo que han vivido aquí, nos sentimos especialmente satisfechos. Con este sentimiento, permítanme darles la bienvenida, agradecerles su visita y expresarles el deseo de que ésta les resulte gratificante a todos.

Como ya se ha indicado, el objetivo aquí es dedicarse a la investigación espiritual, de modo que sea la base para hacer más fructífera la vida en todos sus aspectos. El conocimiento espiritual que buscamos en este Goetheanum no debe confundirse con lo que hoy se promueve como ocultismo, o con las muchas cosas que reciben el nombre de misticismo. Este ocultismo, perseguido hoy en muchas formas, en realidad va en contra del espíritu de nuestra época, el espíritu de la verdadera vida moderna, que resulta del desarrollo del conocimiento científico natural en los últimos tiempos. Lo que aquí se cultiva como conocimiento espiritual debe ciertamente contar con lo que en el sentido más estricto de la palabra está en consonancia con el espíritu del conocimiento científico moderno. Lo que hoy se llama con frecuencia ocultismo se basa en antiguas tradiciones; no se rige directamente por el espíritu de la época actual. Se reviven antiguas tradiciones. Pero como la humanidad actual no puede desplegar percepciones correspondientes a partir de los mismos substratos del alma, se puede decir que estas antiguas tradiciones son a menudo mal comprendidas; como tales, son presentadas de manera diletante por uno u otro grupo actual como un conocimiento destinado a gratificar el alma humana.

Tenemos tan poco que ver con ese ocultismo tradicional, en parte mal entendido, como con el que pretende investigar los mundos suprasensibles tomando prestados los métodos científicos habituales de observación y experimentación de los sentidos. Si se hace esto, se pasa por alto el hecho de que los métodos de investigación científica desarrollados durante los últimos siglos están preeminentemente adaptados para obtener conocimiento de la realidad sensorial externa; por esta misma razón, sin embargo, son inadecuados como medio de investigación en el reino supersensible.

Por otra parte, hoy en día se habla mucho de la inmersión mística, de la experiencia mística interior. También en este caso no hay más remedio que sumergirse en las experiencias anímicas de los antiguos místicos, intentando repetir estas experiencias anímicas del pasado. Pero, una vez más, la introspección poco clara que se utiliza sólo puede conducir a un conocimiento dudoso.

Sólo he señalado estas cosas para advertir del peligro de confundir el trabajo aquí en el Goetheanum con lo que a menudo se lleva a cabo de forma tan aficionada y diletante, aunque sea por sincera buena voluntad. Aquí se cultiva un método científico para alcanzar el conocimiento suprasensible, tan riguroso, tan exacto y tan científico como se exige hoy de los métodos en el ámbito de la investigación científica natural. Sólo podemos alcanzar el reino de lo suprasensible si no nos limitamos a los caminos de la investigación que sólo se adaptan al mundo de los sentidos. Sin embargo, no podemos ascender científicamente a los mundos suprasensibles procediendo con un espíritu distinto del que tan bien ha demostrado su eficacia en el dominio del mundo de los sentidos. Hoy quisiera dar sólo algunas indicaciones sobre los propósitos y objetivos del trabajo que aquí se lleva a cabo. Por lo tanto, en los próximos días se hablará más detalladamente de lo que hoy sólo mencionaré. Permítanme señalar, en primer lugar, que para el propósito de la investigación suprasensible aquí nos ocupamos de extraer de las profundidades del alma humana aquellas fuerzas para obtener conocimiento que puedan penetrar en el mundo suprasensible del mismo modo que las fuerzas de los sentidos externos penetran en el mundo físico de los sentidos. Lo que el investigador espiritual requiere en primer lugar es dirigir la atención de su alma a su propio organismo anímico-espiritual, que es capaz de acercarse a lo suprasensible. Esto distingue al investigador espiritual del científico ordinario. Este último utiliza el organismo humano tal como es, lo dirige hacia la naturaleza y emplea la exactitud necesaria para obtener resultados sobre los hechos de la naturaleza exterior. Pero el investigador espiritual, por el mero hecho de basarse en conocimientos científicos naturales correctos, no puede proceder de esta manera. Primero debe dirigir su atención al órgano anímico-espiritual del conocimiento -quizá pueda llamarlo "ojo del espíritu". Pero esta atención, que inicialmente prepara y desarrolla el ojo espiritual, debe ser tal que la conformidad interior de este ojo espiritual aparezca ante él exactamente; tan exactamente, por ejemplo, como un problema matemático aparece a un matemático, o el contenido de su experimento aparece al experimentador. Este trabajo que debe aplicar el investigador sobre sí mismo en preparación para la obtención real del conocimiento es el punto esencial en la investigación espiritual. Así, como el matemático o el científico natural es exacto en la búsqueda de resultados, el investigador espiritual debe ser exacto en la preparación de su organismo anímico-espiritual, que entonces puede percibir un hecho espiritual como el ojo o el oído perciben hechos en el mundo de los sentidos.

La investigación espiritual a la que nos referimos aquí debe ser exacta, del mismo modo que lo son las matemáticas o las ciencias naturales. Pero debo decir que donde se detiene la ciencia natural con su exactitud, comienza la ciencia espiritual con su propio tipo de exactitud. Debe ser rigurosa en el desarrollo de la propia naturaleza humana, de modo que todo el trabajo que el hombre realiza sobre sí mismo para llegar a ser un investigador espiritual se lleve a cabo de manera rigurosa. Pues este trabajo exacto, plenamente justificable para la ciencia, se convierte, por así decirlo, en el ojo espiritual interior cuando comienza la investigación espiritual y se encuentra con la existencia del mundo suprasensible. Mientras que lo que a menudo se denomina misticismo tiene una comprensión poco clara del alma, en la auténtica investigación espiritual cada paso minucioso debe darse con la misma claridad y perspicacia que se exige a un matemático enfrentado a un problema matemático. Esto conducirá entonces a una especie de despertar, un despertar en un nivel superior de conciencia comparable al que experimentamos cuando despertamos de nuestro sueño habitual y volvemos a tener el mundo sensorial a nuestro alrededor.

Cuando hablo aquí de la exactitud necesaria especialmente para la investigación espiritual, la palabra se refiere a la preparación exacta y científica de lo que debe preceder a la investigación, a saber, la organización anímico-espiritual del hombre. Esto es, sobre todo, lo que debe presentarse ante el investigador espiritual con claridad transparente. Entonces podrá comenzar a penetrar en el mundo de los fenómenos suprasensibles.

Se trata sólo de una indicación preliminar, que no prueba nada. Puesto que uno se esfuerza por lograr esta exactitud al prepararse para una percepción espiritual genuina, si uno ha de llamar "clarividencia" a la clase de percepción espiritual a la que nos referimos aquí, uno puede hablar de "clarividencia exacta". La característica específica de la investigación espiritual que aquí se lleva a cabo es que se basa en una clarividencia metodológicamente exacta. La exactitud de la clarividencia debe ser la seña de identidad de la investigación espiritual que aquí se practica. Desde este punto de vista, se quiere considerar no sólo un área estrechamente circunscrita, sino alcanzar algo en lo que desembocan todas las demás ciencias y modelos de vida de la época actual. Lo que aquí se alcanza espiritualmente no debe ser simplemente una superestructura espiritual que tenga como fundamento el modo de observación científico natural; lo que la humanidad ha desarrollado en el espíritu de este moderno punto de vista científico natural también debe ser conducido a la región espiritual para que los logros de la ciencia natural puedan ser coronados con lo que la investigación espiritual puede proporcionar.

Como ejemplo, puedo citar la medicina. La forma en que esta ciencia se ha desarrollado hoy a partir del conocimiento materialista, y ha logrado sus admirables resultados, es plenamente reconocida por lo que aquí se cultiva como conocimiento espiritual. Pero es posible llevar más lejos, por medio del espíritu de una clarividencia exacta, lo que ahora se ha logrado a partir de un enfoque puramente externo de la medicina. Sólo entonces se alcanzará toda la fecundidad de la medicina científica natural tal como se practica actualmente. Del mismo modo, deseamos obtener aquí de forma espiritual conocimientos que estén en condiciones de conducir lo artístico a lo espiritual. Nos esforzamos por obtener aquí un elemento artístico, que de un modo espiritual surja de la totalidad de la naturaleza del hombre, al igual que el conocimiento que buscamos. También hay que cultivar aquí un elemento religioso y social, de modo que ambos surjan como algo evidente que fluye del conocimiento espiritual alcanzado.

El conocimiento espiritual por el que nos esforzamos ha de apoderarse de todo el hombre, ha de surgir de él, no de una sola facultad humana. Por lo tanto, la naturaleza de este conocimiento es que desea que todas las áreas de la vida teórica, así como de la vida práctica, fluyan hacia la vida espiritual, y que de este modo sólo se logre lo completamente humano, lo universalmente humano. Desde este punto de vista, quisiera hablarles en estas conferencias principalmente sobre tres áreas del conocimiento, utilizando estos tres ejemplos para mostrar hasta qué punto el espíritu de la ciencia moderna puede conducir al espíritu de la ciencia espiritual superior. Quisiera hablarles de la filosofía, la cosmología y la religión, de una manera que muestre cómo a través de la Antroposofía han de adquirir una cierta forma espiritual.

La filosofía era el saber global que, en la antigüedad, arrojaba luz sobre todos los ámbitos de la realidad que los hombres experimentaban. No era una ciencia especializada. Era la ciencia universal, y todas las ciencias que cultivamos hoy se desarrollaron fundamentalmente a partir de la sustancia de la filosofía tal como existía aún en Grecia. En los últimos tiempos ha surgido a su lado una filosofía específica que vive en una cierta suma de ideas. Lo extraño es que esta filosofía, de la que en realidad han surgido todas las demás ciencias, ha llegado al punto de tener que justificar su propia existencia ante ellas. Las demás ciencias, que sí han surgido de la filosofía, se ocupan de tal o cual campo reconocido de la realidad. El campo de la realidad está ahí para los sentidos, o para la observación, o el experimento.

No se puede dudar de la justificación de toda esta búsqueda científica del conocimiento. A pesar de que todas estas áreas de estudio separadas han nacido de la filosofía, ésta se ve obligada hoy en día a justificar su propia existencia, a explicar por qué desarrolla un determinado cuerpo de ideas, si estas ideas son quizás bastante irreales, no se relacionan con ninguna realidad, son simplemente algo que la gente ha pensado. No hay más que ver lo mucho que se piensa hoy en día para justificar esas ideas, que, por cierto, ya han adquirido un carácter bastante abstracto y hoy se denominan contenido de la filosofía, para que puedan seguir gozando de cierta posición en el mundo. Han nutrido a las ciencias, que, podría decirse, están bien acreditadas en lo que respecta a sus propios ámbitos específicos de la realidad. La filosofía, por el contrario, no está acreditada hoy en día. Primero tiene que demostrar que su existencia es justificable. En la antigua Grecia eso nunca se cuestionó. Allí, un hombre que era capaz de desarrollarse lo suficiente como para alcanzar una filosofía sentía la realidad de filosofar del mismo modo que una persona sana siente la realidad de respirar. Pero hoy, cuando un filósofo examina su filosofía, experimenta la cualidad abstracta, fría y sobria de las ideas que ha desarrollado en ella. No siente que esté sólidamente asentado en la realidad. Sólo una persona que trabaja en un laboratorio de química o de física, o en un hospital, tiene los asuntos bien controlados, por así decirlo. Quien hoy en día tiene ideas filosóficas y las pone en práctica, a menudo se siente muy alejado de la realidad.

Hay una consideración adicional. Con razón la filosofía lleva un nombre que no se refiere únicamente al conocimiento teórico. Filosofía es "amor a la sabiduría", y el amor no sólo existe en la razón y el intelecto, sino que hunde sus raíces en todo el corazón y el alma humanos. Una experiencia integral del alma, la experiencia del amor, es lo que ha dado a la filosofía su nombre. Todo el ser humano debe comprometerse en el desarrollo de la filosofía, y no se puede amar, en el verdadero sentido de la palabra, lo que es mera teoría, materia de hecho y fría. Si la filosofía es amor a la sabiduría, quienes la han experimentado suponen que esa Sophia, esa sabiduría, es algo digno de ser amado, algo real y tangible, cuya existencia no requiere ser probada. Piénsalo un momento. Si un hombre amara a una mujer, o una mujer a un hombre, consideraría necesario probar primero la existencia de la persona amada... ¡un pensamiento absurdo! Pero esto es precisamente lo que ocurre con la filosofía en su sentido actual. De algo que estaba cálidamente vivo y era recibido de corazón por el hombre, cuya existencia era evidente por sí misma, la filosofía se ha convertido en algo abstracto, frío, aburrido y teórico. ¿Cuál es la causa?

Cuando uno se remonta al origen de la vida filosófica -no a través de la historia exterior, sino con un conocimiento interior experimentado y sentido de la historia- se encuentra con que la filosofía originalmente no vivía en el hombre como lo hace hoy. En el fondo, el hombre de hoy sólo reconoce como válido lo que se consigue mediante la observación de los sentidos, o mediante experimentos desarrollados en el campo de los sentidos, cuando piensa de un modo científico; esto lo reúne entonces el intelecto. Pero estos logros pertenecen al hombre físico, pues los sentidos son órganos físicos incrustados en el cuerpo físico. Lo que el cuerpo físico del hombre alcanzó en conocimiento se considera hoy científicamente aceptable, pero de este modo sólo se llega hasta el hombre físico. En él no se puede encontrar lo que los antiguos consideraban filosofía. Profundizaré en esto en los días siguientes, pero debo señalar aquí que lo que en la edad de oro de la filosofía griega se llamaba filosofía -esa sustancia espiritual que se experimenta en el alma- no se experimentaba en el cuerpo físico, sino en una organización humana que impregna el cuerpo físico como hombre etérico.

En la ciencia actual sólo conocemos realmente al hombre físico. No conocemos el cuerpo que, como un fino organismo etérico, impregna el cuerpo físico del hombre y en el que el filósofo griego experimentó su filosofía. En el cuerpo físico experimentamos la respiración, y el proceso de ver. Pero así como tenemos ante nosotros esta organización física, el hombre también tiene un cuerpo etérico; es un hombre etérico. Cuando observamos el cuerpo físico, vemos algo del proceso de la respiración; física y biológicamente, podemos comprender el proceso de la visión. Cuando observamos al hombre etérico supersensible, vemos el medio en el que el griego llevaba a cabo su filosofar. La constitución griega era tal que un hombre de aquella época sentía - vivía - en su organismo etérico. En la actividad de ejercerse a través de su organismo - como uno hace físicamente al respirar y ver - la filosofía surgió en el hombre etérico. Como nunca puede haber duda sobre la realidad de nuestra respiración, porque somos conscientes de nuestro cuerpo físico, así el griego nunca dudó de que lo que experimentaba como filosofía, como sabiduría, que amaba, estaba enraizado en la realidad, porque era consciente de su cuerpo etérico. Era claramente consciente de que su filosofar tenía lugar en su cuerpo etérico.

El hombre moderno ha perdido la percepción del cuerpo etérico. De hecho, no sabe que lo tiene. Por lo tanto, la filosofía tradicional es una suma de ideas abstractas por la razón de que considera realidad sólo lo que uno experimenta como realidad mientras filosofa. Si uno ha perdido el conocimiento del hombre etérico, también se pierde la realidad en la filosofía. Uno la siente como abstracta; uno siente la necesidad de probar que realmente existe.

Ahora imaginemos que el hombre desarrollara un organismo aún más poderoso, sólido y material que su cuerpo físico actual. Entonces, el proceso respiratorio, por ejemplo, parecería gradualmente casi imperceptible en comparación con esta experiencia más poderosa, hasta que finalmente ya no sabría nada de lo que ahora es su cuerpo físico, del mismo modo que el hombre moderno no sabe nada de su cuerpo etérico. El proceso de la respiración sería una teoría, una suma de ideas, y habría que "demostrar" que la respiración era una realidad, del mismo modo que ahora hay que demostrar que la filosofía tiene sus raíces en la realidad. La duda sobre la realidad de lo que se debe amar en filosofía ha surgido porque el cuerpo etérico se ha perdido para la percepción humana, ya que es en el cuerpo etérico, y no en el físico, donde se experimenta la realidad de la filosofía. Por lo tanto, para recuperar el sentimiento por la filosofía como una realidad, primero se debe adquirir un conocimiento del hombre etérico. De este conocimiento puede surgir una verdadera experiencia de la filosofía. Por lo tanto, el primer paso en la antroposofía es poner de manifiesto los hechos relativos al organismo etérico del hombre.

Quiero proceder en tres pasos y me gustaría pedirle al Dr. Sauerwein que traduzca ahora. Después de la traducción continuaré.

En filosofía, el hombre tiene inicialmente una experiencia interior de sí mismo, de su cuerpo etérico. Desde que la humanidad comenzó a pensar también ha sentido la necesidad de incorporar a cada ser humano en el cosmos entero. El hombre no sólo necesita una filosofía, sino también una cosmología. Como individuo firmemente arraigado dentro de su organismo en un determinado lugar de la tierra, quiere comprender hasta qué punto pertenece al universo entero y hasta qué punto ha evolucionado fuera de él.

En las primeras etapas de la evolución humana, el hombre se sentía miembro de todo el cosmos. Sin embargo, como hombre físico, no puede sentirse parte del cosmos. Su experiencia como hombre físico entre el nacimiento y la muerte pertenece directamente a la vida de su entorno sensorial físico. Más allá de esto tiene su vida anímica interior, que es completamente diferente de la que lleva en su cuerpo físico fuera de su entorno sensorial físico. Puesto que el hombre desea sentir, conocerse a sí mismo como miembro de todo el cosmos, también debe sentir y conocer su vida interior del alma como parte del universo.

En los períodos más antiguos de la evolución humana, los hombres eran realmente capaces de ver la vida anímica en el cosmos, no sólo por medio de lo que hoy se llama erróneamente antropomorfismo, sino a través de un poder interior de visión. Podían percibir su propia vida anímica como parte de la vida anímico-espiritual del universo, del mismo modo que uno puede ver su vida corporal física como parte de la existencia sensorial natural. Pero en tiempos más recientes los hombres sólo han desarrollado de manera exacta el conocimiento científico natural basado en la observación de los sentidos, el experimento y un pensamiento igualmente limitado. De los resultados científicos naturales obtenidos de esta manera, reuniendo todos los hallazgos separados, se ha formado una ciencia universal, una cosmología. Pero esta cosmología sólo contiene la imagen de los hechos de la realidad sensorial que se combinan mediante el pensamiento. Uno construye una imagen del universo, pero las partes separadas de esta imagen son sólo las leyes reconocidas de los fenómenos físicos sensoriales.

Esta imagen producida por la cosmología científica natural de los tiempos modernos no es como la de los tiempos antiguos, que también contenía la vida del alma y del espíritu, pues sólo contiene el mundo de los sentidos que la ciencia natural es capaz de examinar. En este cuadro que se erige como cosmología de la edad moderna el hombre puede redescubrir su cuerpo físico, pero no la vida interior de su alma. En la antigüedad, la vida interior del alma podía deducirse de la imagen de la cosmología; la vida interior del alma no puede deducirse de la visión cosmológica basada en la ciencia natural. Esto está a su vez relacionado con el hecho de que la percepción moderna no puede ver lo anímico-espiritual del mismo modo que podía hacerlo la antigua percepción primitiva. Así, cuando el conocimiento moderno habla del elemento alma en el cuerpo, habla de las manifestaciones, de las experiencias internas de pensar, sentir y querer. Considera la vida del alma como un flujo de salida de lo que se expresa en el pensamiento, el sentimiento y la voluntad, por separado y entremezclados. Representa esas tres actividades como fenómenos que desempeñan un papel en la vida interior del alma.

Cuando uno observa la vida interior del alma y del espíritu de esta manera se ve obligado a decir: "Sí, lo que usted ha reconocido y designado como una mezcla de pensamiento, sentimiento y voluntad surge en la vida embrionaria, se desarrolla en el niño y perece al morir." Un científico que sostenga este punto de vista no puede dejar de concluir que el alma debe desaparecer con la muerte. En realidad, este pensar, sentir y querer entre el nacimiento y la muerte parecen estar íntimamente ligados a la vida del cuerpo físico. Al igual que vemos crecer sus miembros, vemos crecer el pensamiento y el sentimiento. A medida que el cuerpo se calcifica y lo vemos acercarse a la decadencia física, vemos también cómo los fenómenos de pensar, sentir y querer disminuyen gradualmente.

La cualidad distintiva del punto de vista antiguo era una percepción de la vida interior del alma que iba más allá de lo que vive en el mero pensar, sentir y querer. Los antiguos percibían oculto en ellos el fundamento de la vida del alma, de la que sólo son un reflejo. Vemos que el pensamiento, el sentimiento y la voluntad se originan y luego se siguen desarrollando entre el nacimiento y la muerte. Lo que hay debajo -de lo que pensar, sentir y querer no son más que el reflejo exterior- fue contemplado por la antigua clarividencia primitiva como el ser astral del hombre.

Así, como se reconoce al principio el cuerpo etérico como un miembro suprasensible en el hombre físico, se reconoce el cuerpo astral como un miembro superior en el hombre etérico físico. Este ser astral del hombre no consiste en pensamiento, sentimiento y voluntad. Es la base de ellos. Es el ser que, fuera de los mundos anímico-espirituales, se abre paso en nuestra existencia entre el nacimiento y la muerte. Este hombre astral se reviste entre el nacimiento y la muerte con los cuerpos físico y etérico, y después de la muerte sale al mundo anímico-espiritual. Con respecto a esta naturaleza astral del hombre, el nacimiento y la muerte son sólo manifestaciones externas. Pensar, sentir y querer sólo pueden comprenderse en el contexto de la organización física del hombre, y sólo pueden encontrarse entre el nacimiento y la muerte. Allí se desarrollan, declinan gradualmente y desaparecen. El ser astral que subyace a ellos, el fundamento de la vida interior del alma, se extiende por encima del hombre físico y etérico y se incorpora a un mundo cósmico. No está encerrado en el organismo físico del hombre.

Para llegar a una cosmología completa, necesitamos un conocimiento del hombre etérico y astral, del que el pensamiento, el sentimiento y la voluntad son un reflejo. Pero, tal como se manifiestan en cada hombre individual, no pueden incorporarse al cosmos. Lo que constituye su trasfondo, lo que se oculta en ellos entre el nacimiento y la muerte y sólo es accesible a una clarividencia primitiva o exacta, eso puede incorporarse a un cosmos espiritual del que el cosmos sensorial físico no es más que el reflejo.

La cosmología moderna no es más que una superestructura fundada en los resultados de la investigación científica natural; una combinación de hechos encontrados en el mundo sensorial físico. En tal imagen cósmica no puede incorporarse la vida interior del hombre; pero sólo tenemos tal cosmología porque el conocimiento moderno no proporciona una imagen del hombre astral. Quien concibe la vida anímica como una mera combinación de pensamiento, sentimiento y voluntad, no puede defender la idea de su continuidad más allá del nacimiento y la muerte. Sólo si se pasa primero de estas tres actividades a lo que se oculta en ellas, al hombre astral, sólo entonces se llega al elemento humano que ya no está ligado al cuerpo físico y puede considerarse como integrado en el universo anímico-espiritual. Pero el hombre nunca redescubrirá tal cosmos espiritual después de haberlo abandonado, porque ha perdido la percepción del hombre astral. Nunca podrá construir una imagen de tal cosmos espiritual-alma hasta que recupere una imagen del ser astral del hombre. La posibilidad de una cosmología que vuelva a tener contenido anímico-espiritual depende del desarrollo de una percepción del ser astral del hombre. Si sólo tenemos una cosmología externa que comprende lo físicamente perceptible, el hombre mismo no tiene cabida en ella. Hemos llegado a tal cosmología física porque se ha perdido la percepción del hombre astral. Si se logra de nuevo la percepción, será posible tener una imagen del cosmos en la que el hombre mismo esté incorporado.

Por lo tanto, nuestra preocupación es lograr desarrollar un conocimiento del ser astral del hombre. Entonces también podremos alcanzar una verdadera cosmología que incluya al hombre. Este será el segundo paso de la Antroposofía.

Después de que el Dr. Sauerwein haya tenido la amabilidad de traducir la segunda parte, en la última parte de mi conferencia hablaré de la situación del tercer paso.

El hombre se experimenta a sí mismo condensado en sí mismo, como por ejemplo cuando filosofa, y también se siente parte del cosmos, tal y como lo describe la cosmología. Pero, además, se experimenta a sí mismo como una entidad independiente de su propio cuerpo físico, así como del cosmos al que pertenece. Se siente independiente de su propia corporeidad y ni siquiera se siente parte del cosmos cuando señala su propio ser espiritual superior, algo que hoy en día sólo se insinúa cuando pronunciamos la palabra "yo".

Cuando decimos "yo", no nos referimos a esa parte de nosotros englobada por nuestro cuerpo físico, etérico o astral, en la medida en que a través de estos últimos formamos parte del cosmos. Nos referimos a una entidad interior, autónoma. La sentimos como perteneciente a un mundo especial, a un mundo divino, del que el cosmos es sólo el reflejo exterior, la réplica externa. Como seres humanos que se dirigen a sí mismos como "yo", sentimos que esta entidad, este hombre espiritual indicado por la palabra "yo", sólo está revestido de todo lo que hay en el cosmos; que incluso el cuerpo sensorial físico es una cubierta del ser real.

Puesto que el hombre de la antigüedad -a través de una visión interior aunque primitiva- experimentaba su entidad humana como independiente tanto de su cuerpo como del cosmos, sabía que pertenecía a un mundo divino. Pero también sabía que entre el nacimiento y la muerte estaba situado fuera de este mundo y revestido de un cuerpo físico. Sabía que estaba situado en el cosmos anímico-físico. Sabía que su yo, la esencia de su ser, está oculto por lo cósmico, por los elementos físico-corporales, y buscaba la unión de este yo-ser con el mundo divino al que pertenece. De este modo el hombre primitivo - con su experiencia clarividente de su yo alcanzado por encima y más allá de sus cuerpos físico y etérico y de su naturaleza astral - alcanzó una unión, la religión , con el mundo divino. La vida religiosa era aquella en la que fluía una percepción que era a la vez filosófica y cosmológica. El hombre se encontró unido a aquello de lo que había estado separado por su propio cuerpo y por el cosmos anímico-sensorial exteriormente visible. En la experiencia religiosa se unía con el mundo divino, y esta experiencia religiosa era el florecimiento más elevado de la vida perceptiva.

Esta experiencia religiosa a nivel primitivo, sin embargo, dependía de una verdadera experiencia interior del ego, del verdadero hombre espiritual. Sólo cuando se experimenta el ego puede alcanzarse la anhelada unión con el mundo divino: el sentimiento religioso.

Pero para el modo de pensar moderno, ¿en qué se ha convertido el yo, ese verdadero hombre espiritual? Se ha convertido en nada más que el fenómeno de pensar, sentir y querer concebido como una idea única y abstracta. El yo se ha convertido en una especie de formulación cósmica, o a lo sumo en una u otra formulación compuesta de pensamiento, sentimiento y voluntad, en cualquier caso algo abstracto. Los propios filósofos llegan a una noción del yo combinando las experiencias del pensar, el sentir y la voluntad en un concepto abstracto. Pero en este compuesto no se ha encontrado nada que no se refute cada noche cuando una persona duerme. Tomemos las caracterizaciones de los filósofos modernos relativas al "yo", por ejemplo, Bergson. En todas partes, sólo encontraréis en estas caracterizaciones algo que se refuta cada noche en el sueño, pues lo que el yo absorbe de estos conceptos, de estas ideas, se extingue cada noche en el sueño. La realidad refuta estas definiciones, estas caracterizaciones del yo. Además, lo que digo aquí no se refuta afirmando que la memoria nos reconecta después del sueño con el "yo". No se trata de interpretaciones, sino de hechos. Esto implica que el conocimiento moderno, incluso el más fino conocimiento filosófico, ha perdido la percepción del yo, del verdadero hombre espiritual, y con ello también el camino hacia la comprensión de la religión.

Así se ha desarrollado que en tiempos recientes, junto al conocimiento resultante del mundo asequible de la observación y la experimentación, existen tradiciones transmitidas de una verdadera vida religiosa de épocas pasadas. Las cuales son aceptadas en un sentido histórico. Pero el conocimiento del hombre ya no tiene acceso a ellas; por lo tanto, sólo cree en ellas. Así, para el hombre moderno, que no amplía el conocimiento para abarcar la experiencia religiosa, la ciencia y la fe se enfrentan. Todo el contenido de la fe actual fue en su día conocimiento y sólo se trae a colación como un recuerdo conservado en la tradición. No existe ninguna declaración de fe que no sea un recuerdo del conocimiento antiguo. Dado que la humanidad actual no tiene una percepción viva del verdadero yo a través de la clarividencia exacta -el yo que no se extingue con cada sueño, sino que subyace tanto en la vigilia como en el sueño-, el camino del conocimiento no se sigue hasta la religión. La fe, que en realidad sólo perpetúa el recuerdo de antiguas tradiciones, se sitúa entonces junto al conocimiento.

Hoy, por lo tanto, lo que una vez fue una unidad - el conocimiento tanto del mundo físico como del espiritual - se ha dividido en dos campos externos y paralelos, el conocimiento y la fe. Ello se ha producido porque la antigua y primitiva visión clarividente del verdadero yo -el fundamento del ser del hombre incluso cuando el dormir extingue el pensar, el sentir y la voluntad- ese antiguo conocimiento se ha perdido, y la clarividencia exacta aún no está lo suficientemente avanzada como para ver el verdadero yo del hombre, el hombre espiritual. Sólo cuando quiera avanzar hasta este punto - como debe avanzar hasta ver las partes etérica y astral de la constitución del hombre - sólo entonces tendrá lugar una extensión directa del conocimiento del mundo exterior al conocimiento del mundo divino. Entonces, de nuevo, el contenido de la ciencia se volcará en la vida religiosa.

Esta brecha entre el conocimiento y la fe existe porque se ha perdido la visión viva y clarividente del verdadero yo, el cuarto miembro del ser humano. Por lo tanto, es tarea de la nueva vida espiritual restaurar el conocimiento del verdadero yo mediante la clarividencia exacta. Entonces se abrirá el camino para avanzar desde el conocimiento del mundo hacia el conocimiento espiritual, desde el conocimiento del mundo hacia una renovación de la vida religiosa. Podremos considerar la fe sólo como una forma especial y superior de conocimiento, no, como ahora, como algo específicamente distinto del conocimiento.

Así pues, lo que necesitamos es la posibilidad de un conocimiento real del yo. De ello resultará también la posibilidad de una nueva experiencia de la religión. Tenemos que lograr este conocimiento del yo para que ocupe su lugar dentro de la ciencia espiritual al igual que lo hace el conocimiento anteriormente caracterizado del hombre etérico, que no se percibe en el cuerpo físico humano, y la percepción del hombre astral, que perdura más allá del nacimiento y la muerte. Así, también, la percepción del yo, que existe más allá del dormir y del despertar como fundamento de ambos, necesita ser cultivada para producir una revitalización de la vida. Este debe ser el tercer paso de la Antroposofía. Lo que debe resultar orgánicamente desde el punto de vista de la investigación antroposófica es, por tanto:

Una filosofía moderna a través de un conocimiento clarividente exacto del cuerpo etérico.

Una cosmología que incluya al hombre, a través de una clara comprensión de su organismo astral.

Una renovación de la vida religiosa a través de una exacta comprensión clarividente del verdadero yo humano que existe más allá del dormir y el despertar.

Desde este punto de vista, haré otras observaciones en las próximas conferencias sobre filosofía, cosmología y religión.

Traducido por J.Luelmo marzo 2021


Traducido por J.Luelmo marzo 2021

No hay comentarios:

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919