GA215 Dornach 8 de septiembre de 1922 Métodos para el conocimiento imaginativo, inspirativo e intuitivo

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FILOSOFÍA, COSMOLOGÍA Y RELIGIÓN


GA215 

Dornach 8 de septiembre de 1922



III conferencia


A través de los ejercicios meditativos que han de conducir al conocimiento imaginativo, se transforma toda la vida anímica interior del ser humano. Asimismo, las relaciones del alma humana con el mundo circundante cambian. La meditación, tal como se ha indicado en las conferencias anteriores, consiste en concentrar todas las fuerzas del alma en un conjunto de ideas definido y fácil de comprender. Es importante tener esto en cuenta: debe ser un conjunto de ideas fácil de imaginar, al que la parte anímico-espiritual del ser humano pueda prestar su atención inmediata e indivisa, de tal manera que, mientras el alma descansa en este conjunto de ideas, no fluya en él nada de las impresiones anímicas que surgen del subconsciente o del inconsciente, o de nuestros recuerdos.

Para lograr el conocimiento imaginativo de forma correcta, es necesario enfrentarse a todo el conjunto de ideas, en el que se centran todas las potencias del alma al meditar, y verlo como si se tratara de un problema matemático, para que no intervengan en la meditación ni pensamientos llenos de emoción ni impulsos de la voluntad. Cuando nos concentramos en un problema matemático sabemos en todo momento que nuestra actividad anímica permanece concentrada en lo que nuestra mente está enfocada. Sabemos que no se puede permitir que nada emocional, ni sentimientos, ni reminiscencias de experiencias pasadas entren en el proceso de lograr la solución del problema. La misma condición del alma es también necesaria para llevar a cabo correctamente una meditación.

Es mejor entonces que nos concentremos en un conjunto de ideas que sea completamente nuevo, algo en lo que estemos seguros que nunca hemos pensado antes. Porque si simplemente eligiéramos una idea de nuestro almacén de recuerdos, nunca podríamos estar seguros de lo que estaría interfiriendo en la meditación a partir de impulsos o sentimientos inconscientes. Por eso, es especialmente bueno que nos aconseje un científico espiritual experimentado, porque puede procurar que el contenido conceptual no haya sido pensado previamente por la persona que medita. De esta manera, el tema de la meditación entra en su conciencia por primera vez, no interviene nada de la memoria o del instinto; sólo lo puramente anímico-espiritual se ocupa de meditar.

Cuando tal meditación, que sólo requiere un corto tiempo cada día, se repite una y otra vez, se produce finalmente un estado anímico que permite al individuo tener el sentimiento definitivo: "Ahora vivo en una actividad interior que está libre del cuerpo físico; una actividad diferente a la de pensar, sentir o ejercer mi voluntad dentro del cuerpo físico." Lo que uno encuentra en especial es la sensación definitiva de que vive en un mundo separado de su corporeidad física. El individuo encuentra gradualmente su camino hacia el mundo etérico. Lo siente porque la naturaleza de su propio organismo físico adquiere una relativa objetividad. El hombre lo mira como si fuera desde fuera, igual que mira ordinariamente desde dentro de su cuerpo físico a los objetos externos. Pero lo que aparece en la experiencia interna, si la meditación tiene éxito, es que los pensamientos se vuelven, por así decirlo, más compactos. No sólo tienen su carácter habitual de abstracción, sino que en ellos se experimenta algo parecido a las fuerzas de crecimiento que lo convirtieron a uno de niño pequeño a hombre adulto, o a las fuerzas que se activan diariamente en nosotros cuando el metabolismo alimenta nuestro cuerpo.

El pensar adquiere ciertamente el carácter de realidad. Precisamente por esta razón, por la cual el individuo se siente ahora en su pensar de la misma manera que se sentía antes en sus procesos de crecimiento, o en sus procesos vitales, este pensar imaginativo debe ser adquirido de la manera que acabamos de describir. Porque si los elementos inconscientes, o tal vez físicos, hubieran interferido en la meditación, esas fuerzas, esas realidades que ahora se experimentan en el pensar suprasensible, se reflejarían también en los organismos físico-etéricos del individuo. 

Allí se unirían con las fuerzas de crecimiento y nutrición; y al persistir en tal pensar suprasensible el individuo alteraría sus organismos físico y etérico. Pero esto no puede permitirse bajo ninguna circunstancia. Toda la actividad realizada con el propósito de lograr el conocimiento imaginativo, todas las fuerzas utilizadas en esta tarea, deben aplicarse exclusivamente a la relación del hombre con su mundo circundante, y de ninguna manera puede permitirse que interfieran con su organismo físico o etérico. 

Ambos deben permanecer totalmente inalterados, de modo que cuando el individuo logre la facultad de flotar, por así decirlo, con su pensar en el mundo etérico, pueda contemplar en este pensar su cuerpo físico inalterado. Éste ha permanecido tal como era; este pensar etérico no ha interferido en él.

Con este pensar etérico uno se siente bastante fuera de su cuerpo físico. Pero siempre debéis poder alternar libremente entre permanecer fuera y estar completamente dentro de vuestro organismo físico. Una persona que ha logrado correctamente la percepción imaginativa a través de la meditación debe ser capaz de estar en este pensar etérico un momento -que se experimenta interiormente como un proceso de crecimiento y nutrición y se siente como totalmente real- y en el momento siguiente, cuando este pensar desaparece, ser capaz de volver al cuerpo físico y ver con sus ojos como siempre, oír con sus oídos y tocar como lo hacía antes. A su absoluta discreción, siempre debe ser capaz de llevar a cabo este paso de ida y vuelta entre estar en el cuerpo físico y estar fuera de él en el reino etérico. Entonces se logra un verdadero pensar imaginativo. En la segunda parte de la conferencia demostraré cómo funciona este pensar imaginativo.

Para quien quiera convertirse en un científico espiritual es necesario que realice los más diversos ejercicios, sistemáticamente, durante mucho tiempo. A través de lo que acabo de indicar en principio, uno experimentará el pensar etérico a tal grado que podrá probar lo que el científico espiritual afirma, aunque esta prueba también es posible por el sano entendimiento humano habitual si es suficientemente imparcial y libre de prejuicios.

Para que la meditación dé resultados de forma correcta, hay que apoyarla con otros ejercicios anímicos. Sobre todo, deben desarrollarse cada vez más cualidades anímicas tales como la fuerza de carácter, la veracidad interior, una cierta ecuanimidad del alma y, sobre todo, una completa presencia de ánimo. Siempre hay que repetirlo: una presencia de ánimo que permita realizar, con la misma actitud y disposición de alma que se requieren en las matemáticas, los ejercicios meditativos y la exacta investigación clarividente que entonces se emprende. Si cualidades tales como la fuerza de carácter, la integridad, la presencia de ánimo y una cierta tranquilidad del alma se han convertido en habituales, entonces el proceso meditativo, si se repite continuamente -quizás para algunos requiera unas pocas semanas, para otros muchos años, según su predisposición- llegará al punto de imprimir sus resultados en todo el organismo físico y etérico. Entonces el individuo alcanzará realmente una actividad interior en la cognición imaginativa comparable a la que se produce en su organismo físico cuando lo utiliza para percibir el mundo a través de sus sentidos y para pensar.

Cuando el individuo ha alcanzado tal conocimiento imaginativo, está en condiciones de ver el curso de su propia vida desde la infancia hasta el momento presente como un todo, como un cuadro en el tiempo. Se revela como un flujo de desarrollo continuo, interiormente móvil. Sin embargo, esto no es lo mismo que lo que suele acudir a nuestra mente como almacén de recuerdos personales. Lo que el hombre ha obtenido a través de la cognición imaginativa que ahora afronta, es tan real como aquellas fuerzas de la vida y el crecimiento que hacen surgir del cuerpo del niño pequeño toda la configuración de su alma, y luego, en el curso posterior del desarrollo, el pensar, etc. ç

El individuo observa ahora todo lo que evoluciona interiormente y representa el desarrollo del organismo etérico en el curso de la vida. A partir de lo que así se observa - y es mucho más concreto que el cuadro de los recuerdos - los recuerdos que entran en la conciencia ordinaria aparecen sólo como una especie de reflejo, una onda superficial surgida de los procesos en las profundidades de nuestra vida. Ahora penetramos en estos procesos etéricos en las profundidades de nuestro ser, que de otro modo no entran en la conciencia en absoluto, pero que de hecho han formado y moldeado nuestra vida desde el nacimiento hasta el momento presente.

Estos hechos, estos procesos, surgen ante la conciencia imaginativa. Esto proporciona al individuo un verdadero autoconocimiento en lo que respecta, en primer lugar, a su vida terrenal. En los próximos días se mostrará cómo podemos adquirir el conocimiento de la vida más allá de la tierra. El primer paso en la percepción suprasensible consiste en encarar nuestra propia vida etérica -la forma en que transcurrió desde la infancia hasta el presente- en su carácter suprasensible. De este modo, aprendemos a comprendernos correctamente por primera vez. Lo que se experimenta de este modo se refleja de tal manera en nuestros organismos físico y etérico que, en aquello que es experimentado como nuestros propios procesos etéricos, se encuentra algo que nos muestra cómo todo el cosmos etérico vive en el ser humano individual - cómo el mundo etérico exterior, podríamos decir, reverbera y resuena en el organismo etérico del hombre.

Ahora bien, se puede decir que lo que se experimenta de este modo puede ponerse en formas verbales, conceptuales, y puede surgir una verdadera filosofía a partir de la experiencia imaginativa del mundo en el hombre etérico. Sin embargo, lo que se experimenta de este modo permanece completamente inconsciente para la conciencia ordinaria. Sólo el niño pequeño, en el tiempo previo a que haya aprendido a hablar, vive totalmente dentro de esta actividad en la que el hombre entra a través de la percepción imaginativa. Porque al aprender a hablar, a medida que el lenguaje se desarrolla en la vida del alma, esas fuerzas que luego se experimentan como pensamiento abstracto se separan de las fuerzas generales del crecimiento y de otros procesos vitales. El niño no tiene todavía esta facultad de pensar en abstracto. Todavía no se ha producido la metamorfosis de una parte de sus fuerzas de vida y crecimiento en las fuerzas del pensar. Por lo tanto, en relación con el cosmos, un niño se ve envuelto en una actividad en la que un adulto se siente arrastrado por la percepción imaginativa; sólo que un niño la experimenta inconscientemente. El pensador imaginativo la experimenta de forma plenamente consciente con una clara presencia de ánimo.

Para la persona que no alcanza el pensar imaginativo, es imposible relevar qué es lo que actúa entre el organismo etérico del hombre y el reino etérico en el cosmos. Un niño no puede percibirlo aunque lo experimente directamente, porque aún no posee el pensar abstracto. Una persona con conciencia ordinaria no puede percibirlo porque no ha profundizado su pensar abstracto a través de la meditación. Cuando lo hace, en realidad mira conscientemente esa interacción del organismo etérico humano con lo etérico en el cosmos en el que el infante aún mora indivisiblemente.

Por lo tanto, me gustaría hacer esta afirmación paradójica: Sólo es un verdadero filósofo aquel que, como adulto maduro, puede volver a ser como un niño pequeño en su disposición anímica, pero que ahora ha adquirido la facultad de experimentar esta condición anímica del niño pequeño en un estado más despierto que el de la conciencia ordinaria; que puede elevar de nuevo a toda su vida anímica lo que era de niño pequeño antes de avanzar al pensar abstracto mediante el habla. Lo que se experimenta de este modo, estudiado en plena conciencia, lo convierte en un filósofo de la era moderna. Un filósofo actual vive, con plena conciencia, en la condición de un niño pequeño antes de que haya aprendido a hablar. Esta es la paradoja que, a mi juicio, aclara especialmente cómo el alma humana, dentro de la vida espiritual moderna, se elevará realmente a una verdadera y genuina disposición filosófica del alma.

Para una completa percepción suprasensible, es necesario ampliar los ejercicios meditativos para que puedan conducir a la inspiración. Para ello, el alma no sólo debe practicar el reposo sobre un conjunto de ideas como se ha descrito anteriormente, sino también -en principio, esto también se ha mencionado ya- debe llegar a ser capaz de borrar las imágenes que entran en la conciencia a causa de la meditación o después de ella. Así como uno ha hecho aparecer las imágenes de la percepción imaginativa de manera bastante libre y arbitraria, ahora tiene que ser capaz de eliminar estas imágenes de la conciencia, de la vida anímica. Se requiere mayor energía para hacer esto que para eliminar de la conciencia las ideas que han entrado desde la memoria o desde la percepción sensorial ordinaria. Se necesita más fuerza para eliminar de la conciencia las ideas meditativas y las imágenes imaginativas que para las ideas ordinarias. Pero esta mayor fuerza que el alma debe aportar es necesaria para avanzar en la percepción suprasensible.

El ser humano alcanza este poder esforzándose cada vez más por liberar su conciencia de estas imágenes imaginativas cuando han aparecido, y no permitiendo que entre nada más. Entonces se produce lo que se puede llamar mera vigilia, sin ningún contenido anímico. Esta condición conduce después a la inspiración. Porque cuando el alma ha alcanzado la conciencia vacía de esta manera por medio de la poderosa fuerza liberada por el acto de liberarse de las imágenes imaginativas, los contenidos espirituales del cosmos fluyen en el alma vacía pero despierta. Entonces el hombre tiene gradualmente ante sí y a su alrededor un cosmos espiritual, como en la conciencia ordinaria está rodeado por un cosmos sensorial físico.

Lo que el individuo experimenta ahora en el cosmos espiritual se representa de tal forma que indica lo que ha experimentado en el mundo de los sentidos. Allí ha experimentado el sol, la luna, los planetas, las estrellas fijas y los demás hechos del mundo sensorial físico. Ahora que es capaz de comprender el cosmos espiritual por medio de la conciencia vaciada en la que experimenta la inspiración, se le revela el ser espiritual del sol, la luna, los planetas y las estrellas. De nuevo, es necesario que por su libre albedrío el hombre sea capaz de relacionar lo que experimenta espiritualmente como cosmos con lo que experimentó a través de su cuerpo físico como cosmos sensorial físico. Debe ser capaz de decir: "Ahora experimento algo como un ser espiritual que se manifiesta. Debo relacionarlo como "el espíritu solar" con lo que experimento en el mundo sensorial físico como sol físico. Del mismo modo, experimento la manifestación del ser alma-espíritu de la luna y debo ser capaz de relacionarlo con lo que experimento en el mundo sensorial físico como luna; y así sucesivamente".

Una vez más, el hombre debe ser capaz de moverse libremente de un lado a otro mientras se encuentra simultáneamente en los mundos de los sentidos espirituales y físicos. En su vida anímica debe poder moverse libremente entre la revelación espiritual del cosmos y lo que está acostumbrado a experimentar como manifestaciones sensoriales físicas dentro de la vida terrestre. Cuando uno relaciona así el elemento espiritual del sol con su contraparte física, el elemento espiritual de la luna con el elemento físico de la luna, y así sucesivamente, es un proceso anímico similar a tener una nueva percepción y recordar lo que uno experimentó anteriormente. Al igual que uno combina lo que se encuentra en una nueva percepción con lo que ya ha experimentado para arrojar luz sobre ambos, así, en la vida verdaderamente libre e inspirada, uno reúne lo que experimenta como revelaciones de seres espirituales con lo que ha experimentado en el mundo sensorial físico. Es como si las experiencias en el espíritu trajeran nuevos indicios de lo que se ha experimentado antes en el mundo de los sentidos a través del cuerpo físico. Hay que tener una presencia de ánimo absoluta para experimentar este grado superior de conocimiento suprasensible, que es algo sobrecogedor, en el mismo estado de quietud del alma que cuando se une una nueva percepción con un antiguo recuerdo.

Experimentar algo a través de la inspiración difiere enormemente de cualquier experiencia imaginativa que una persona haya podido tener antes. Con la imaginación vive en el mundo etérico. Se siente tan vivo en el mundo etérico como por otra parte se haya podido sentir en su cuerpo físico. Pero siente el mundo etérico más bien como una suma de procesos rítmicos, un vibrar en el éter del mundo, que, sin embargo, está ciertamente en condiciones de interpretar en ideas y conceptos. 

El individuo percibe acontecimientos de naturaleza universal en la experiencia etérica-imaginativa; siente fenómenos etéricos suprasensibles. En la inspiración no sólo siente que tales hechos suprasensibles, etéricos, se funden unos con otros, se metamorfosean y adoptan toda clase de formas posibles, sino que ahora, a través de la inspiración, siente cómo en este mundo etérico, ondulante, en este mundo rítmicamente ondulado, están tejiendo y actuando seres reales, como en las olas de un mundo-océano etérico. 

De esta manera se siente algo que recuerda al sol, la luna, los planetas y las estrellas fijas, y también a las cosas de la tierra física, por ejemplo, los minerales y las plantas, y todo esto está bañado en el éter cósmico.

Así es como experimentamos el cosmos astral. Mientras que aquí, en el mundo sensorial físico, sólo percibimos el exterior de todo, allí lo reconocemos en su existencia esencial, espiritual. También alcanzamos una visión de la naturaleza y la forma internas del organismo humano, así como de la forma de los órganos por separado, los pulmones, el corazón, el hígado, etc. Porque ahora vemos que todo lo que da forma y vida al organismo humano se origina no sólo en lo que nos rodea y está activo en el cosmos físico, sino que también procede de los seres espirituales dentro de este cosmos físico -como el ser solar, el ser lunar, el ser animal y el ser vegetal- impregnando de alma y espíritu la actividad física y etérica, y trabajando para dar vida y forma al organismo del hombre. Sólo comprendemos la forma y la vida del organismo físico cuando nos hemos elevado a la inspiración.

Para la conciencia ordinaria, lo que se experimenta allí permanece completamente oculto. Sólo podríamos percibirlo con la conciencia ordinaria si viéramos no sólo con nuestros ojos, oyéramos con nuestros oídos y degustáramos con los órganos de la degustación, sino si el proceso de inhalación y exhalación fuera una especie de proceso de percepción - si uno pudiera experimentar el flujo de entrada y salida de la respiración hacia el interior de todo el organismo. Porque esto es así, cierta escuela oriental, la escuela del Yoga, transformó la respiración en un proceso de conocimiento, la metamorfoseó en un proceso de percepción. 

Al convertir la respiración en un camino consciente, aunque medio onírico, hacia el conocimiento, para experimentar en ella algo parecido a lo que experimentamos al ver y oír, la filosofía del Yoga desarrolla en realidad una cosmología, una visión de cómo los seres espirituales del cosmos actúan en el hombre, y la forma en que éste se experimenta a sí mismo como miembro del cosmos espiritual. Pero tales instrucciones del Yoga no están de acuerdo con la forma de organización humana que ha adquirido la sociedad occidental de la época actual. Ejercicios de Yoga como éstos sólo fueron posibles para la organización humana en épocas pasadas, y lo que los Yoguis practican hoy es fundamentalmente ya decadente.

Para una determinada "época media" de la evolución de la humanidad terrestre, como me gustaría llamarla, era apropiado, por así decirlo, que la organización del hombre convirtiera el proceso de la respiración en un proceso de conciencia, de conocimiento, a través de tales ejercicios de yoga, y de este modo desarrollara una cosmología onírica pero, sin embargo, válida. Este conocimiento, que condujo en aquella época a una cosmología correcta para la humanidad educada, en su sentido "científico", de aquella época, debe ser alcanzado de nuevo en un nivel superior por el ser humano de hoy con su composición actual de cuerpo y alma - no en la condición medio onírica, medio inconsciente de aquella época, sino con plena conciencia como he explicado al hablar de la inspiración. 

Si el hombre occidental realizara ejercicios de yoga, no dejaría inalterados sus organismos físico y etérico bajo ninguna circunstancia; los alteraría precisamente porque ahora tiene una constitución muy diferente. Elementos provenientes de sus organismos físicos y etéricos entrarían en su proceso de cognición, y algo no objetivo interferiría en la cosmología. 

Al igual que uno debe recuperar, como filósofo, la condición anímica de su primera infancia, pero ahora en plena conciencia, así, en lo que respecta a la cosmología, uno debe invocar en su vida anímica aquel estado anímico que era válido antiguamente para la humanidad, cuando era posible hacer uso del sistema de yoga. Pero hay que experimentarlo con una presencia mental total, en plena conciencia, en una vigilia superior a la ordinaria.

Por lo tanto, podemos decir que en este estado mental plenamente despierto, el filósofo moderno debe hacer surgir de nuevo en su alma la condición anímica infantil perteneciente al ser humano individual, mientras que el cosmólogo moderno debe hacer surgir de nuevo aquella condición anímica que pertenecía a la humanidad en una época media de la evolución humana - y ahora de nuevo en plena conciencia. 

El filósofo moderno debe llevar a la plena conciencia una condición de alma individual, la del niño, mientras que el cosmólogo moderno debe restaurar de manera plenamente consciente aquella condición anímica presente en los cosmólogos de una humanidad anterior. Convertirse conscientemente en un niño significa ser un filósofo. La restauración de la condición anímica, en la que vivía un Yogui durante un período medio de la evolución terrestre, y su transformación en plena conciencia significa convertirse en un cosmólogo en el sentido moderno. En la última parte de esta conferencia, me gustaría describir lo que significa ser una persona religiosa.

Ayer describí cómo se alcanza el tercer nivel de conocimiento suprasensible, la verdadera intuición, mediante ejercicios de la voluntad. Podéis leer sobre ellos más específicamente en los escritos que he mencionado, y en los próximos días se describirán con más detalle. Aquí el hombre es llevado a una disposición anímica como la que existía en una condición anímica onírica en la humanidad que vivió como la primera y primigenia humanidad en nuestra tierra en el comienzo de la evolución humana. Sin embargo, lo que existía entre esta humanidad primordial era una intuición onírica, semiinconsciente e instintiva.

Las personas modernas con facultades cognitivas para la vida religiosa deben volver a traer esta intuición a la plena conciencia. La intuición más instintiva de la humanidad primitiva todavía aparece, sin duda, como un eco en algunas personas de la época actual, que expresan lo que perciben instintivamente en su entorno como fuerzas espirituales, con las que conviven como en su mundo exterior. Estas intuiciones, que son ecos de las intuiciones oníricas de la humanidad primitiva, pueden ser utilizadas por tales personas cuando escriben poesía o crean obras de arte. Las ideas científicas originales también pueden surgir de tales intuiciones, y desempeñan un papel importante en la vida de fantasía de la humanidad.

Lo que ahora describo como intuición verdadera y plenamente consciente, y lo que se alcanza de la forma que describí ayer, son dos cosas completamente diferentes. El hombre primitivo tenía una disposición anímica completamente diferente a la del hombre moderno. Vivía, por así decirlo, en todo lo que es el mundo exterior, en las nubes y la niebla, en las estrellas, el sol y la luna, en los reinos vegetal y animal. Vivía en todo ello casi con la misma intensidad con la que se sentía vivir en su propio cuerpo. Es extremadamente difícil hacer que esta condición del alma del hombre primitivo sea comprensible para la conciencia ordinaria de hoy. 

Pero todo lo que se puede reconocer por la historia externa apunta a tal disposición anímica en la humanidad primitiva. Esta disposición se basa en el hecho de que las condiciones corporales del hombre primitivo no estaban sumergidas en el inconsciente en el grado en que lo están hoy. Los hombres modernos ya no vivimos con nuestros procesos de nutrición y crecimiento, con los procesos de nuestro organismo físico. 

Sobre esta experiencia, que permanece enteramente en el subconsciente, se extiende esta vida anímica más o menos consciente de nuestro sentir y querer y la vida anímica plenamente consciente de nuestro pensar. Pero por debajo de nuestras experiencias directas de pensar, sentir y querer se encuentran los procesos reales de nuestro organismo físico humano, y éstos permanecen totalmente inconscientes en lo que respecta a nuestra conciencia ordinaria.

Esto era fundamentalmente diferente en el hombre primitivo. Cuando era niño no experimentaba conceptos definidos como los que tenemos nosotros. Su vida conceptual era a menudo casi onírica, mientras que su vida emocional, aunque vehemente, era aún menos definida. La vida anímica de los sentimientos se asemejaba al dolor y al placer corporal mucho más que en el caso del hombre moderno. Por el contrario, el hombre primitivo sentía cómo crecía en la infancia. Estos procesos de crecimiento los sentía como la vida del cuerpo y del alma. 

Ya de adulto percibía cómo la comida y la bebida discurren por el sistema digestivo; cómo la sangre circula y transporta los jugos nutritivos por el organismo. Alguien dotado de una organización como la que describí ayer, puede todavía hoy hacerse una idea, aunque a un nivel inferior, de esta experiencia corporal del hombre primitivo, cuando observa cómo las vacas, después de pastar, se tumban, hacen la digestión y están absortas en la actividad específica de digerir. 

Se trata de una experiencia del cuerpo y del alma en estas criaturas que parece simplemente como el flujo y la iluminación interior de los procesos cósmicos. Los animales experimentan una sensación interna de bienestar en la digestión, en la alimentación, en el recorrido de las sustancias nutritivas por la circulación sanguínea. No es necesario ser un clarividente para poder decir por toda la condición externa y el comportamiento de estos animales cómo siguen su digestión con su conciencia animal.

Así es como el hombre primitivo, cuando entraba en el desarrollo en la tierra, seguía sus procesos físicos que estaban directamente unidos y formaban una unidad con sus procesos anímicos. Debido a que podía experimentar su propio ser físico interior de esta manera, el hombre primitivo también podía experimentar los elementos físicos y anímicos del mundo exterior casi tan intensamente como, si se me permite decirlo así, se experimentaba a sí mismo en sus pulmones, su corazón, los procesos de su estómago, hígado, etc. 

Del mismo modo, se sentía a sí mismo en los relámpagos, en los truenos, en las nubes siempre cambiantes y en la luna creciente y menguante. Vivía con las estaciones, las fases de la luna, del mismo modo que experimentaba los procesos de su digestión. Su entorno era para él un mundo casi tan interior como su propio ser. Lo que experimentaba en su interior era para él lo mismo que lo que experimentaba en una corriente de agua, y así sucesivamente. El oleaje del río era para él un proceso interior en el que participaba, en el que se sumergía como en su propia circulación sanguínea.

El hombre primitivo vivía en el mundo exterior de tal manera que le parecía su propio ser interior, como, de hecho, lo es. Hoy en día esto se llama animismo. Pero el uso de esta palabra da lugar a un absoluto malentendido de la naturaleza esencial de su experiencia, ya que presupone que proyectaba sus experiencias interiores en el mundo exterior. Lo que realmente experimentaba en el mundo exterior era para él un hecho elemental de su conciencia, tanto como el significado que nosotros mismos atribuimos a los fenómenos del color y el tono. 

No debemos suponer que el hombre primitivo proyectaba fantasías en el mundo exterior y que éstas han llegado hasta nosotros como el contenido de su conciencia. Él observaba realmente estas cosas y para él eran tan evidentes como las cosas que observamos hoy. La observación de los sentidos es sólo un producto transformado de la forma original de observar del hombre primitivo. Percibía realmente en el mundo exterior lo que esos seres realizaban en el cosmos etérico y astral, los cuales, con su creación, mantienen la actividad del cosmos. 

Esto lo percibía, incluso como en sueños, de una manera bastante opaca. Pero lo percibía, y este percibir era al mismo tiempo el contenido de su conciencia religiosa. El hombre primitivo poseía una determinada disposición anímica con respecto al mundo circundante, pero esta disposición se intensificaba tanto que, en el cosmos que le rodeaba, contemplaba simultáneamente a los seres espirituales con los que él mismo, como ser humano, se sentía relacionado. 

En su conocimiento, el hombre adquirió la relación con los seres espirituales que llegó hasta nosotros en formas derivadas en el contenido de nuestras religiones. Para un hombre de aquella época temprana, su conciencia religiosa no era más que el estadio superior de su conocimiento primitivo.

Si queremos establecer una nueva conciencia religiosa basada en el verdadero conocimiento, no podríamos hacer nada mejor que volver a la disposición anímica de la humanidad primitiva, con la diferencia de que ahora no debe ser ni onírica ni semiconsciente. Nuestra alma debe estar más despierta que en la conciencia ordinaria, tan despierta como para alcanzar la genuina intuición, como ya he descrito. Para alcanzar la genuina intuición debemos adquirir la capacidad de aflorar conscientemente con nuestro ego fuera de nuestro cuerpo y sumergir nuestro propio ser dentro de los otros seres espirituales del cosmos, viviendo con ellos como vivimos en nuestro organismo físico durante nuestra vida en la tierra en un cuerpo físico. 

En la vida terrestre estamos sumergidos en nuestro organismo físico; en el verdadero conocimiento intuitivo nos sumergimos con nuestro ego en los seres espirituales del cosmos. Convivimos con ellos y, de este modo, establecemos un vínculo entre nuestro ego y el mundo al que realmente pertenece. Porque este ego es un ser espiritual como los otros a los que acabo de aludir; y a través de una conciencia religiosa adquirimos una relación directa con esos espíritus, entre los cuales nosotros mismos nos contamos. El hombre primitivo sólo estaba dotado de una conciencia religiosa opaca e instintiva. Debemos, por medio de nuestra propia actividad, traer de vuelta esa antigua disposición anímica y experimentarla ahora en plena conciencia. Así alcanzaremos una percepción religiosa, una religión firmemente basada en el conocimiento y adecuada al hombre moderno.

Así como debemos recuperar la condición anímica de la infancia y sumergirnos en ella con plena conciencia si queremos convertirnos en filósofos modernos; de igual modo debemos recuperar en nuestra propia época la condición anímica de la humanidad de una época intermedia -hombres que eran capaces de convertir el proceso de respiración en un proceso perceptivo de conocimiento en forma de sueño- e impregnarla con plena conciencia si somos capaces de convertirnos en cosmólogos en el sentido moderno; así también debemos revivir en nosotros la condición anímica del hombre primitivo tal como era en su relación con el mundo exterior, e impregnarla con nuestra plena conciencia para alcanzar una religión basada en el conocimiento en el sentido moderno de la palabra.

Experimentar de nuevo la disposición anímica de la infancia en plena conciencia, es el requisito previo para una filosofía genuina y moderna. Revivir, en plena conciencia, en nuestra vida anímica una época intermedia anterior de la evolución de la humanidad, en la que el proceso de la respiración podía convertirse en un proceso de percepción, es el requisito previo para la cosmología moderna. Revivir la condición anímica del hombre primitivo - el más antiguo de esta tierra, que aún vivía en conexión directa con los dioses - para activarla en el estado anímico actual del hombre moderno e impregnarla con plena conciencia, es para el hombre moderno el requisito previo para una religión basada en el conocimiento.


traducido por J.Luelmo abril.2021

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919