GA215 Dornach 9 de septiembre de 1922 ejercicios para la cognición y la voluntad

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FILOSOFÍA, COSMOLOGÍA Y RELIGIÓN


GA215 

Dornach 9 de septiembre de 1922



IV conferencia


Los ejercicios que he descrito para alcanzar la inspiración, en realidad son sólo ejercicios preliminares para una mayor cognición suprasensible. A través de ellos, una persona es capaz de ver el curso de su vida en la forma en que lo he descrito; es capaz de ver el mundo etérico de los hechos que se desarrollan a lo largo de la existencia terrestre detrás del pensamiento, el sentimiento y la voluntad del hombre. Al descartar las imágenes logradas en la meditación, o en la conciencia que sigue a la meditación, también se familiariza, a través de esta conciencia vacía, con la sustancia etérica del cosmos y las manifestaciones de los seres espirituales que lo rigen. 

Sin embargo, cuando una persona se familiariza de esta manera con la vida anímica humana, es decir, con la propia organización astral, se da cuenta, en primer lugar, de que su organismo físico le debe mucho a la herencia, es decir, de cuáles son los factores heredados de sus antepasados que persisten en su cuerpo físico. El ser humano también vislumbra la propia actividad del cosmos en el organismo etérico, y ve en consecuencia aquello que no está sujeto a la herencia, sino que se desvincula de ella y es responsable de la individualidad de la persona. Ve qué es lo que dentro de sus organizaciones etérica y astral lo libera de su herencia y de los antepasados que le dieron su cuerpo físico.

Es extremadamente importante distinguir claramente de esta manera entre lo que se transmite en la linea directa de la herencia física de los antepasados a los descendientes, y lo que, por el contrario, es dado al hombre individual por el mundo etérico, cósmico, porque es por esto por por lo que se personaliza e individualiza y se libera de sus características heredadas. Es especialmente importante en la educación, en la pedagogía, ver claramente estas distinciones. Precisamente un conocimiento como el que aquí se indica puede proporcionar a los profesores algunos principios fundamentales. Tal vez pueda referirme aquí al folleto que contiene un resumen de Albert Steffen del Curso Pedagógico que di aquí en Dornach en Navidad hace un año, también a lo que contiene el último número de la revista inglesa Antroposofía, (julio/agosto), que contiene un interesante material pedagógico.


El conocimiento inspirativo desarrollado por medio de los ejercicios que he descrito sólo familiariza al hombre con el organismo astral en el marco de la vida terrestre. Aprende a conocer lo que es como ser anímico-espiritual que va desarrollándose desde el nacimiento hasta la actualidad. Pero este conocimiento aún no le permite decir que su ser anímico-espiritual comienza con la vida terrenal y termina con ella. En su vida terrenal llega al elemento anímico-espiritual, pero no llega a percibirlo como algo eterno, como el núcleo eterno del ser humano. Para ello es necesario continuar y ampliar los ejercicios para eliminar las imágenes meditativas de la conciencia tanto que al hacerlo el alma se vuelva cada vez más fuerte y enérgica. El progreso aquí no consiste realmente mas que en un entrenamiento energético continuado. Hay que luchar una y otra vez con toda la fuerza que se pueda reunir para eliminar de la conciencia las imágenes producidas o creadas por la imaginación, de modo que ésta se vacíe. Poco a poco, a través de la práctica de la eliminación de las imágenes, la fuerza del alma aumenta tanto que, finalmente, es lo suficientemente poderosa como para que uno sea capaz de borrar la imagen global del curso de la propia vida desde el nacimiento, tal y como ha sido presentada ante el alma a través de la imaginación.

Prestad atención a esto, es posible continuar los ejercicios para eliminar un contenido de alma y producir una conciencia vacía, llevándolos tan lejos que el alma se hace lo suficientemente fuerte como para dejar fuera el curso de su propia vida. En el momento en que se es lo suficientemente fuerte para hacer esto, se vive en una conciencia que ya no tiene ante sí el organismo físico, ni el organismo etérico; además, ya no se enfrenta a nada del mundo que le absorba mediante los organismos físico y etérico. Para esta conciencia, el mundo de los sentidos con todas sus impresiones sensoriales ya no está presente, ni tampoco la suma de todos los sucesos etéricos del cosmos que antes se obtenían mediante la cognición imaginativa. Todo esto ha sido eliminado. De este modo, se produce un grado superior de inspiración en el alma humana.

Lo que aparece entonces por medio de este nivel superior de inspiración es la condición del alma tal como existía en un mundo anímico-espiritual antes de que descendiera a un organismo físico humano a través de la concepción, la vida embrionaria y el nacimiento. De este modo se alcanza la percepción de la existencia preterrenal del alma. Se mira en aquellos mundos donde el alma existía antes de recibir el primer átomo de sustancia física que se le transmitió aquí en la tierra con la concepción. Uno mira hacia atrás en el desarrollo del alma en el mundo anímico-espiritual y aprende a conocer su vida preexistente. A través de esta experiencia, la persona ha captado una parte de la naturaleza eterna de la esencia del alma humana. Cuando lo ha hecho, ha reconocido, de hecho, por primera vez la verdadera naturaleza del yo humano, del hombre espiritual. Este último sólo es accesible a esta forma de inspiración que es capaz de prescindir no sólo de su propio cuerpo físico y de sus impresiones, sino también de su propio cuerpo etérico y de las impresiones de este último tal como se manifiestan en el curso de la vida.

Cuando se ha llegado a este conocimiento del alma humana, tal como existía antes del nacimiento en su existencia anímica pura, entonces se puede obtener también una concepción de lo que es realmente el pensamiento, la formación de conceptos, tal como lo experimentamos los seres humanos en la conciencia ordinaria de nuestra vida terrestre. Incluso con el más cuidadoso autoexamen del que es capaz el alma, no podemos captar la verdadera naturaleza del pensamiento y de la formación de ideas, utilizando únicamente las capacidades y poderes de nuestra conciencia ordinaria.

Para poder aclarar cómo aparece la verdadera naturaleza de los conceptos terrenales del hombre a la conciencia inspirada, debo valerme de una imagen, pero esta imagen expresa la realidad completa. Haceos mentalmente la representación de un cadáver humano; todavía tiene la forma que el hombre tenía en vida. Todos los órganos siguen teniendo la forma que tenían cuando la persona estaba viva. Aun así, al mirar el cadáver, debemos admitir que sólo son los restos de lo que era el hombre vivo. Al estudiar ahora su naturaleza esencial, debemos concluir que el cadáver, tal como se encuentra ante nosotros, no puede tener una realidad original e independiente. No se puede pensar en él como algo que nace en la misma condición de cadáver; sólo puede existir como los restos de un organismo vivo. Primero tiene que haber existido el organismo vivo. Las formas del cadáver, sus miembros, apuntan no sólo al propio cadáver, sino a lo que lo hizo nacer. Quien observe correctamente un cadáver en el contexto de la vida es dirigido por él hacia el ser vivo que lo produjo. La naturaleza, a la que entregamos el cadáver, sólo puede destruirlo; no puede construirlo como tal. Si queremos ver las fuerzas de construcción en el cadáver, debemos mirar al ser humano vivo.

De manera similar, aunque a otro nivel, se revela a la conciencia inspirada la naturaleza esencial del pensar o la imagen mental que tenemos en la conciencia ordinaria. En realidad, es como un cadáver; por lo menos, es algo que durante la vida terrenal está constantemente convirtiéndose en el elemento cadavérico del alma. Antes de que el hombre llegara a la existencia terrenal, el pensamiento vivo estaba presente, pero se trataba de un ser anímico-espiritual en el mundo anímico-espiritual. Allí, este pensar y concebir eran algo muy diferente; eran elementos vivos dentro de las actividades espirituales. Lo que tenemos como poder ordinario de pensar es un remanente de esa entidad espiritual viva que éramos antes de descender a la tierra. 

Se ha mantenido al igual que un cadáver es lo que queda del hombre físico vivo. Así como nos remitimos al hombre vivo cuando vemos un cadáver, de igual manera, si ahora miramos a través del conocimiento inspirado los pensamientos o conceptos moribundos o ya muertos del alma, nos damos cuenta de que debemos tratar este pensamiento como un cadáver del verdadero "ser pensante", vemos cómo debemos reseguir las trazas de este pensamiento terrenal hasta un pensamiento suprasensible y lleno de vida.

Esto revela también cualitativamente la relación de una parte de nuestra vida anímica con nuestra existencia puramente anímica antes del nacimiento. De este modo, aprendemos realmente a conocer lo que significan nuestros conceptos y pensamientos ordinarios, si los rastreamos hasta su naturaleza viva, que no se encuentra en ninguna parte de la existencia terrestre. En la tierra, sólo se expresa en un reflejo. Este reflejo es nuestro pensar ordinario y la formación de ideas. Por lo tanto, el carácter abstracto de este pensar ordinario está fundamentalmente alejado de la realidad, lo mismo que un cadáver está alejado de la verdadera realidad humana. Cuando hablamos de la abstracción, del aspecto meramente intelectual del pensar, sentimos vagamente que la forma en que aparece en la conciencia ordinaria no es lo que debería ser, que tiene su fuente en algo más, que es su verdadera naturaleza. Esto es lo más importante, a saber, que un verdadero conocimiento es capaz de relacionar, no sólo en frases generales sino en imágenes concretas, lo que el hombre experimenta aquí en su cuerpo físico con el núcleo eterno de su ser, como se acaba de hacer con el pensar y concebir de la conciencia ordinaria. Sólo entonces se verá en su justa medida el significado de la imaginación y la inspiración. Porque entonces comprendemos que el pensar muerto o moribundo es básicamente traído a la vida de nuevo a través de los ejercicios emprendidos para lograr la inspiración; traído a la vida dentro de la existencia física de la tierra. Adquirir un conocimiento inspirado es, fundamentalmente, volver a dar vida a los pensamientos moribundos.

De este modo, no nos trasladamos completamente a la existencia prenatal, sino que, a través de la percepción del alma, obtenemos una verdadera imagen de esta existencia prenatal, de la que sabemos que no se originó aquí en la tierra, sino que irradia desde una existencia humana preterrenal hacia la existencia del hombre aquí en la tierra. Reconocemos por la naturaleza de la imagen que es una prueba cognitiva del estado del alma humana en la existencia preterrenal.

A continuación se analizará el significado de este hecho para el conocimiento filosófico.

Así como estamos en condiciones de investigar la verdadera naturaleza de nuestro pensar ordinario, también podemos, por medio de la cognición suprasensible a la que aquí nos referimos, hacer ver el ser esencial oculto tras la voluntad. Pero para esto, no sólo se requiere la cognición superior de la inspiración, sino también la de la intuición que describí ayer, cuando dije que para desarrollarla son necesarios ciertos ejercicios de la voluntad. Si el hombre los realiza, se vuelve capaz de liberar su propia naturaleza anímico-espiritual de su organismo físico y etérico llevándola al propio mundo espiritual. Lo que lleva al mundo espiritual no es otra cosa que el ego y la organización astral, es decir, su propio ser. De este modo, aprende a conocer lo que significa vivir fuera de sus organismos físico y etérico. Al desprenderse de ellos, llega a percibir el estado en que se encuentra el alma humana. Pero eso significa nada más y nada menos que obtener un anticipo de lo que le sucede al hombre cuando pasa por la muerte.

Con la muerte, los organismos físicos y etéricos se desprenden. De esta forma, al ser apartados, ya no pueden formar la envoltura del hombre como lo han hecho durante la vida terrestre. Lo que ocurre a continuación con el núcleo real del ser del hombre es algo que se aprende a través de un avance en el conocimiento intuitivo, cuando, con el propio ser espiritual, se está fuera en el mundo de los seres espirituales en lugar de dentro del propio cuerpo físico. El hombre se encuentra realmente en tal condición. A través del conocimiento intuitivo está en condiciones de estar dentro de otros seres espirituales, del mismo modo que aquí en la vida terrestre está dentro de sus cuerpos físico y etérico. Lo que recibe a través de la intuición es una experiencia en una imagen de lo que tiene que atravesar cuando pase por el evento de la muerte. Sólo así es posible obtener una visión real de lo que subyace a la idea del alma humana inmortal. Esta alma humana -el conocimiento inspirado ya lo enseña- es, por un lado, no nacida. Por otro lado, es imperecedera. La intuición lo enseña.

Habiendo llegado por tanto, a conocer la verdadera naturaleza del núcleo eterno del ser humano -en cuanto a llevar una vida después de la muerte física- se aprende también a percibir lo que hay detrás de la voluntad humana. Acabamos de describir lo que hay detrás del pensar humano; eso es reconocible a través de la inspiración. Lo que se oculta detrás de la voluntad humana se vuelve perceptible, cuando se produce la intuición a través de los ejercicios de la voluntad. Entonces la voluntad se revela para mostrar que detrás de ella se oculta algo muy diferente, de lo cual la voluntad de la conciencia ordinaria es sólo el reflejo. Se hace evidente que detrás de la voluntad hay algo que en cierto sentido es un miembro más joven del alma humana. Si hablamos del pensar y de la formación de ideas como de algo que está muriendo, incluso como algo que ya está muerto, y lo consideramos como la parte más vieja del alma humana, entonces, por el contrario, debemos hablar de la voluntad como la parte más joven. Podemos decir que la voluntad, es decir, el elemento anímico real que está detrás de la voluntad, está relacionado con el pensar lo mismo que un niño pequeño está relacionado con un anciano, excepto que en la constitución del hombre la vejez viene después de la infancia, mientras que en el alma los dos existen uno al lado de la otra. El alma lleva continuamente en sí misma tanto su vejez como su juventud, de hecho, tanto su muerte como su nacimiento.

En contraste con tal conocimiento del alma basado en la inspiración y la intuición, que es bastante definitivo, lo que hoy se llama filosofía es algo extremadamente abstracto, pues ésta describe simplemente el pensar y la voluntad. El conocimiento real del alma, en cambio, revela que cuando la voluntad envejece se convierte en pensamiento, y el pensamiento que ha envejecido -incluso que ha muerto- se ha desarrollado a partir de la voluntad. Así, uno se familiariza verdaderamente con esta vida del alma; uno aprende a percibir el hecho de que lo que se revela en esta vida terrestre como pensamiento fue voluntad en una vida terrestre anterior, y lo que ahora es voluntad, algo todavía joven en el alma, se convertirá en pensamiento en la siguiente vida terrestre.

Así se aprende a ver en el alma y a conocerla por primera vez como es realmente. La parte de la voluntad del alma humana se revela como algo que lleva una vida embrionaria. Cuando pasamos al mundo espiritual con lo que albergamos en nuestro interior como voluntad, tenemos un alma joven, que por su propio carácter nos enseña que en realidad es un niño. Así como no podemos suponer que un niño no crece hasta la vejez a menos que esté enfermo, tampoco podemos suponer que lo que percibimos como un alma joven -la iniciación nos lo revela- se disuelve con la muerte, pues apenas ha alcanzado su vida embrionaria. A través de la intuición aprendemos a saber cómo, en el momento de la muerte, sale al mundo espiritual.

Eso significa percibir realmente el núcleo eterno del ser del hombre atendiendo a su no nacer y a su no perecer. En cambio, la filosofía moderna sólo trabaja con ideas tomadas de la conciencia ordinaria. Pero, ¿qué significa eso? Como podemos ver por lo que se ha dicho, significa que estas ideas son entidades anímicas muertas.

Cuando la filosofía, trabajando con las ideas de la conciencia ordinaria, quiere considerar correctamente la parte pensante del alma para llegar a resultados, dirá, si está lo suficientemente libre de prejuicios para investigar lo que está realmente presente en el pensar de la conciencia ordinaria, que el pensar no puede por sí mismo explicar su propia existencia, al igual que de un cadáver hay que decir que no puede provenir de un cadáver, sino que debe haber venido de otra cosa. La fisiología lo indica mediante la observación. La filosofía, a partir de lo que aquí se desprende de la intuición, debe sacar la conclusión de que justo porque el pensar ordinario y la formación de ideas tienen un carácter moribundo a partir de este hecho se permite deducir que algo más existió antes. Lo que la inspiración descubre a través de la contemplación, la filosofía puede encontrarlo a través de conclusiones lógicas, a través de la dialéctica, es decir, a través de un tipo de prueba indirecta.

¿Qué tendría que hacer entonces la filosofía si eligiera permanecer dentro de la conciencia ordinaria? Tendría que decir: "Si no quiero inclinarme por algún tipo de conocimiento suprasensible, al menos debo analizar los hechos de mi conciencia ordinaria". Y si lo hace con imparcialidad, deduciría que el pensar y las ideas de la conciencia ordinaria son de carácter cadavérico. Tendría que decir: " Puesto que eso es algo que no explica su propia naturaleza por sí mismo, puedo concluir que su verdadera naturaleza es anterior". Por supuesto, esto requiere una actitud imparcial en el análisis del alma para que el pensar pueda ser reconocido como algo de carácter cadavérico. Pero esta actitud imparcial es posible. Pues sólo una actitud imparcial discierne algo vivo en el pensar de la conciencia ordinaria. La liberación de la parcialidad revela este pensar como algo que en su propia naturaleza se ha marchitado. Por eso he dicho en la conferencia anterior que es bastante factible captar el contenido de la ciencia natural con este pensar apagado. Este es un lado de la cuestión.

La filosofía intelectualizada, por tanto, sólo puede llegar indirectamente al conocimiento de la esencia eterna del hombre y, de hecho, sólo a través del reconocimiento de lo que, en lo que respecta a la vida terrestre, debe considerarse como precedente. Si una filosofía de este tipo no sólo indaga en el pensar, si no quiere caer sólo en lo intelectual, sino que también incluye en su investigación la experiencia interior de la voluntad y de las demás fuerzas anímicas, que en el esquema cósmico de las cosas son más jóvenes que el pensar, entonces puede llegar a imaginarse el tipo de interacción por el que el pensar está unido a la voluntad. Entonces puede llegar, por un lado, a la siguiente deducción lógica: el pensamiento moribundo está relacionado con la existencia anímica preterrenal. Aunque la filosofía no puede contemplar tal existencia y no puede percibir su naturaleza, puede deducir que algo, aunque inaccesible y desconocido, existe.

En cambio, cuando la filosofía centra su atención en la voluntad o en los sentimientos, y experimenta la interacción entre el pensar y el sentir, acabará descubriendo no sólo algo moribundo sino incipiente en la voluntad. Esto se puede encontrar incluso en la filosofía de Bergson, poniendo lo que él dice imparcialmente en las palabras adecuadas. Se nota el impulso que él mismo siente en su forma de hablar, de filosofar, y al sentir este impulso alcanza la conciencia del núcleo eterno del alma humana. Pero como Bergson se niega a tomar en consideración el conocimiento suprasensible, sólo alcanza un conocimiento de la esencia del alma en la medida en que se revela en la vida terrenal. De su filosofía no pueden inferirse indicios convincentes de la inmortalidad y del no nacimiento. Sin embargo, por un lado, describe el pensar -aunque le da un nombre diferente- como algo viejo que se sobrepone a las percepciones de los sentidos como un elemento corpóreo. Por otro lado, siente -por la forma viva en que lo describe- la cualidad incipiente, "embrionaria", de la voluntad. Puede entrar vívidamente en ella y siente que algo eterno está contenido en ella. Sin embargo, de este modo sólo llega a la característica del núcleo anímico-espiritual del hombre en la vida terrenal, no a nada más allá.

Así pues, podemos decir que el conjunto de filosofías que utilizan las ideas basadas únicamente en la conciencia ordinaria pueden, mediante el análisis del pensar y de la voluntad, llegar indirectamente a la conclusión de que el alma es un ser no nacido e inmortal, pero no pueden llegar a una percepción directa de la misma. Esta percepción directa, que llevaría a su culminación a las filosofías de las ideas, esta percepción del ser real y eterno del alma, sólo puede alcanzarse a través de la imaginación, la inspiración y la intuición, como se ha descrito aquí. En consecuencia, aunque el tema se sigue discutiendo como parte de la filosofía, sigue siendo cierto que cualquier cosa realmente sustancial sobre la naturaleza eterna del alma debe basarse únicamente en la tradición que se apoya en el conocimiento onírico del pasado. Los filósofos a menudo no lo saben y creen que lo producen por sí mismos. Este contenido puede ser impregnado por la lógica y la dialéctica. Pero una verdadera renovación de la vida filosófica depende de que nuestra cultura espiritual actual reconozca la existencia de una imaginación plenamente consciente, de una inspiración plenamente consciente y de una intuición plenamente consciente, y de que no sólo reconozca los métodos para alcanzar estas capacidades, sino que ponga en práctica sus resultados en la vida filosófica. En las dos próximas partes de mi conferencia trataré de explicar cómo se relaciona esto con la cosmología y la religión.

Cuando consideréis que sólo a través de una forma superior de inspiración se puede llegar a la percepción del núcleo eterno del ser del hombre y de cómo vive en la existencia extraterrena, entonces diréis que únicamente a través de esta inspiración superior y a través de la iniciación (como la he descrito) puede el ser humano conocerse realmente a sí mismo. Sólo puede conocer lo que se desarrolla en su propio ser desde el cosmos a través de la inspiración superior y la intuición. Dado que esto es así, una auténtica cosmología, es decir, una imagen del cosmos que incluya el ser total del hombre, sólo puede surgir en el nivel de la percepción inspirada e intuitiva. Sólo entonces el hombre obtiene una visión de lo que también actúa en sus cuerpos físico y etérico durante la vida terrestre.

En estos organismos, la naturaleza anímica-espiritual del hombre no está meramente oculta; durante la existencia terrestre, se transforma realmente, se metamorfosea con respecto a la vida despierta y cotidiana. Así como una raíz no puede reflejar la forma exacta de la planta, tampoco puede una observación de los organismos físicos y etéricos del hombre revelar su parte eterna. Esto sólo se logra cuando miramos lo que vive en el hombre antes del nacimiento y después de la muerte. Sólo entonces somos capaces de relacionar el verdadero ser del hombre, que debe ser observado fuera de la existencia terrestre, con el cosmos. Por eso, la cultura moderna no pudo llegar a una cosmología que incluyera al hombre durante el período en que rechazaba cualquier tipo de clarividencia. Esto lo he indicado antes, pero se hace especialmente claro a partir de lo que he descrito hoy. Sin embargo, en épocas anteriores, incluso hasta principios del siglo pasado, pero sobre todo a finales del siglo XVIII, se desarrolló una "cosmología racional", como se la llamó, desde la dirección filosófica como parte de la filosofía.

Esta cosmología racional, que se supone que es una parte de la filosofía, también fue formada por los filósofos con la simple ayuda de la conciencia ordinaria. Pero si, con la filosofía ordinaria, uno ya tenía las dificultades descritas anteriormente para penetrar en la verdadera naturaleza del alma, comprenderéis que es bastante imposible conseguir un contenido real para una cosmología que incluya al hombre si uno sólo quiere quedarse dentro de las ideas de la conciencia ordinaria. Los contenidos de la cosmología racional que los filósofos han desarrollado hasta los últimos tiempos, vivían, en efecto, de las ideas cosmológicas tradicionales alcanzadas por la humanidad cuando aún existía una clarividencia onírica. Estas ideas sólo pueden ser renovadas por medio de lo que se ha descrito aquí como clarividencia exacta. Tampoco en esta esfera los filósofos han sabido que en realidad habían tomado prestado de la antigua cosmología. Se les ocurrieron ciertas ideas. Las absorbieron de la historia de la cosmología y creyeron que las habían producido por sí mismas. Pero lo que aportaron fueron meras conexiones lógicas, por medio de las cuales ensamblaron las viejas ideas y produjeron un nuevo sistema. De este modo, las cosmologías surgieron en épocas anteriores como parte de la filosofía. Pero como ya no se tenía una relación viva con lo que se absorbía así como ideas tomadas de la antigua clarividencia, las ideas de las cosmologías se volvieron cada vez más abstractas.

Basta con echar un vistazo a los capítulos sobre cosmología en los libros filosóficos de épocas anteriores para comprobar lo abstractas y básicamente vacías que son esas ideas que se desarrollaron sobre los temas del origen y el fin del mundo, etc. Es correcto decir que todas ellas fueron traídas desde la antigüedad cuando estaban vivas, porque el hombre tenía una relación viva con lo que estas ideas expresaban. Poco a poco se habían vuelto insustanciales y abstractas, y la gente esbozaba sólo superficialmente lo que debía contener una cosmología, una cosmología que se extiende no sólo a la naturaleza exterior, sino que puede abarcar todo el ser del hombre, llegando hasta la naturaleza anímica-espiritual del cosmos. A este respecto, el extraordinariamente brillante Emile Boutroux [Emile Boutroux, 1845-1921; especialmente en su obra De la Contingence des Lois de la Nature (Sobre la Contingencia de las Leyes Naturales)] dio indicaciones significativas sobre cómo llegar a una cosmología.


Pero como él también quería basarse sólo en lo que la conciencia ordinaria podía abarcar, también él sólo llegó a una cosmología abstracta.

Por consiguiente, las cosmologías se fueron despojando cada vez más de contenido real, convirtiéndose en una mera suma de ideas y características abstractas. No es de extrañar, pues, que poco a poco esta cosmología racional quedara desacreditada. Aparecieron los científicos naturales que pudieron investigar la naturaleza de tal manera que en los últimos tiempos condujeron a tantos triunfos científicos. Pudieron formular leyes naturales, postulando un ordenamiento interno de la naturaleza a partir de la observación y la experimentación, y a partir de esto armaron una cosmología naturalista. El armazón así construido a partir de las ideas relativas a la naturaleza exterior como una cosmología naturalista, tenía, sin duda, un contenido, el contenido sensorial externo. Frente a esto, la cosmología vacía y racional construida por los filósofos no pudo mantenerse. Cayó en el descrédito y fue abandonada progresivamente. Por lo tanto, ya no se habla de una cosmología racional, a la que se llega simplemente por la lógica; se satisface ahora con la cosmología naturalista, que, sin embargo, no incluye al ser humano. Se puede decir, pues, que la cosmología en particular es la que enseña, más que la filosofía ordinaria, sobre la necesidad de recurrir de nuevo a la imaginación, a la inspiración y a la intuición.

La filosofía puede, al menos, observar el alma humana y, a través de la observación imparcial del pensar cuya naturaleza moribunda hace referencia a algo distinto de su estado actual, descubre que hay algo fuera de toda la existencia humana en la tierra que incluye al hombre en su interior, y tambien la filosofía puede señalar más allá de la muerte. Por lo tanto, a partir de las conclusiones extraídas de la rica vida anímica del pensar, del sentir y del querer, la filosofía puede al menos hacer sus abstracciones ricas y variadas. Esto todavía es posible. Pero la cosmología como ciencia espiritual sólo puede establecerse si se le da su contenido también desde la percepción espiritual. Aquí ya no se puede llegar a un contenido por deducción. Para llegar a un contenido, hay que tomarlo prestado de las antiguas percepciones clarividentes, como fue el caso de las ideas adoptadas de la tradición, o hay que llegar de nuevo por un nuevo método como el que se ha presentado ahora.

Por tanto, si la filosofía está todavía en condiciones de seguir adelante de acuerdo con la lógica, la cosmología ya no puede hacerlo. En tanto que cosmología racional basada únicamente en la conciencia ordinaria, ha perdido, por tanto, su contenido y con él su posición. Si queremos avanzar más allá de una cosmología naturalista hacia una nueva que abarque la totalidad del hombre, debemos aprender a percibir con la ayuda de la inspiración y la intuición ese elemento del hombre en el que se refleja el cosmos espiritual. En otras palabras, la cosmología, incluso más que la filosofía, depende de que la cultura moderna reconozca los métodos empleados por la ciencia espiritual para alcanzar la imaginación, la inspiración y la intuición plenamente conscientes, y no sólo los reconozca, sino que se sirva de sus resultados para construir con su ayuda una cosmología auténticamente real. Lo que puede decirse de la religión desde este punto de vista se describirá en la conclusión.

Para que nuestra vida religiosa se fundamente en el conocimiento, hay que volver a traer a la tierra y describir la experiencia del ser humano espiritual entre otros seres espirituales. En estas experiencias abordamos algo que no tiene nada que ver con la vida en la tierra; es algo totalmente diferente. En ellas el ser humano se encuentra totalmente fuera de esta vida; por lo tanto, estas experiencias sólo pueden ser experimentadas por aquellos poderes humanos que son totalmente independientes de sus organismos físicos y etéricos y por esta razón ciertamente no pueden estar dentro de la conciencia ordinaria. Sólo cuando esta conciencia ordinaria avanza y desarrolla capacidades clarividentes puede dar descripciones de esas experiencias que un ser humano tiene en el mundo puramente espiritual. Por lo tanto, una "teología racional", una teología que quiere apoyarse en la conciencia ordinaria, está en una posición aún peor que una "cosmología racional".

La cosmología racional, al fin y al cabo, todavía posee algo que al menos arroja cierta luz sobre la existencia terrenal del hombre. Esto se debe a que, en cierto modo, la forma y la vida del hombre físico y etérico son, en cierta medida, provocadas por los seres espirituales. Pero las experiencias que el ser humano tiene en los mundos puramente espirituales y que la intuición exacta llega a conocer, no pueden de ninguna manera ser descubiertas con la conciencia ordinaria, como es el caso de la filosofía. Ni siquiera pueden ser adivinadas. Hoy en día, cuando se quiere llegar a todo el conocimiento humano por medio de la conciencia ordinaria, estas experiencias sólo pueden adoptarse - esto es aún más cierto que en el caso de las ideas cosmológicas - de las antiguas tradiciones que datan de aquellos tiempos en los que los hombres encontraban su camino en la clarividencia onírica en los mundos espirituales y llevaban al mundo terrenal lo que experimentaban.

Si alguien cree poder establecer algo sobre las experiencias del hombre en el mundo divino en forma de ideas basadas únicamente en la conciencia ordinaria, está muy equivocado. Por ello, la teología ha llegado a formar cada vez más una especie de teología histórica, adoptando simplemente, más que la cosmología, las viejas ideas del reino de Dios adquiridas en la visión clarividente anterior. Estas ideas se convierten en un sistema mediante la lógica y la dialéctica. Los hombres creen que aquí tienen algo fundamental y original, mientras que sólo es un sistema subjetivo de los que elaboraron esta teología. Es un producto de la historia, vertido a veces en nuevas formas. Pero todo lo que tiene un contenido real se toma prestado -por los que sólo quieren sacar de la conciencia ordinaria- de la tradición, o de la historia. Pero por esta razón, las formulaciones de diversos filósofos -que en épocas anteriores crearon una cosmología racional y quisieron crear también una teología racional- quedaron por este procedimiento más desacreditadas que nunca. Por un lado, la cosmología racional frente a la cosmología naturalista cayó en el descrédito. Por otro lado, en el ámbito de la religión, se desacreditó la teología racional frente a la teología puramente histórica, que renunciaba a la realidad pura, tanto a la formulación directa de ideas sobre el mundo espiritual como a la experiencia de éste.

Esta relación directa, estas conexiones vivas con la experiencia en el mundo espiritual, desaparecieron para la humanidad más reciente cuando, en la Edad Media, surgió la cuestión de la prueba de la existencia de Dios. Mientras existió una relación directa con la experiencia del reino de Dios, no se hablaba de pruebas dialécticas o lógicas de la divinidad. Tales pruebas, cuando se presentaban, eran en sí mismas una prueba de que la relación viva con el reino de Dios había muerto. En el fondo, lo que decía la teología escolástica era correcto: la razón ordinaria no está en condiciones de pronunciarse sobre el reino de Dios. Sólo puede dilucidar las ideas que ya existen, sistematizarlas. Sólo puede aportar algo para que la doctrina sea fácilmente aceptable.

En los últimos tiempos podemos observar cómo esta incapacidad de la conciencia ordinaria para determinar algo sobre el reino de Dios ha dado lugar a dos errores. Por un lado están los científicos que quieren hablar de religión, de Dios, pero sienten la incapacidad de su conciencia ordinaria y por ello formulan simplemente una historia de la religión. Un contenido religioso no puede obtenerse en la actualidad de esta manera. Por lo tanto, las religiones existentes, o que alguna vez existieron, son consideradas históricamente. ¿Qué es lo que se considera de hecho? Es el contenido religioso que una vez proporcionó la antigua clarividencia onírica e intuitiva. O bien, se considera aquel aspecto de la vida religiosa de la época actual que ha sobrevivido como residuo del antiguo estado clarividente. Esto se llama entonces "Historia de la Religión", y la gente lo hace completamente sin producir ninguna vida genuinamente religiosa propia.

Otras personas se dan cuenta de que la conciencia diurna del hombre es impotente para determinar algo sobre las experiencias en el reino puramente espiritual de Dios. Por lo tanto, se dirigen a las regiones más subconscientes del alma humana, al mundo de los sentimientos, a ciertas facultades místicas, y hablan de una experiencia inmediata y elemental de Dios. Esto está muy extendido hoy en día. Precisamente los defensores de este tipo de experiencia son especialmente característicos del estado de ánimo espiritual en la actualidad. Rehuyen con todas sus fuerzas la posibilidad de llevar su conciencia de Dios a ideas claras y lógicamente formadas. Dan largas explicaciones de por qué esta experiencia instintiva de Dios que, según su interpretación, es la verdadera experiencia religiosa, no puede ser probada lógicamente. Concluyen, pues, que hay que abandonar la idea de expresar cualquier contenido religioso en forma intelectual. Pero hay que decir que estos partidarios de una conciencia directa de Dios son víctimas de ilusiones, porque lo que se experimenta en cualquier región del alma puede, de hecho, expresarse también en ideas claras. Si siguiéramos su ejemplo y propusiéramos la teoría de que el contenido religioso se debilita cuando se expresa en ideas claras, esto no demostraría otra cosa que el abandono de todas nuestras ideas verdaderamente sustanciales en favor de una serie de nociones soñadas. Es un rasgo característico de la vida religiosa actual que la gente se apoye en algo que, tan pronto como tiene que ser aclarado, cae inmediatamente en el error.

De ello se desprende que sólo podemos conseguir renovar la vida religiosa sobre una base de conocimiento si no rechazamos un método de cognición que pueda guiarnos a tener una experiencia viva del ser humano espiritual y de otros seres espirituales. Tenemos una necesidad especial de este método de cognición, precisamente para que el conocimiento religioso se pueda asentar sobre una base firme. En el ámbito de la religión, la conciencia ordinaria puede a lo sumo sistematizar las percepciones, aclararlas o formularlas en una doctrina, pero no puede encontrarlas. Sin estas percepciones, la religión se limita a la aceptación tradicional de lo que se deriva de condiciones anímicas muy diferentes de la humanidad en tiempos anteriores. Por lo tanto, se limita a lo que nunca satisfaría a una mente formada en la ciencia moderna.

Por lo tanto, si vamos a basar nuestra religión en el conocimiento, debo repetir por tercera vez algo que ya he expresado hoy con respecto a otras áreas de la cultura, pero que debe ser expresado específicamente para cada área por separado. Si, a partir de las necesidades espirituales de la época actual, la vida religiosa ha de renovarse y experimentar un estímulo vital, la vida espiritual de nuestra época debe reconocer el conocimiento imaginativo, inspirativo e intuitivo con plena consciencia. Especialmente para el área religiosa, esto no sólo debe ser reconocido, sino que, para un contenido religioso vivo, nuestra vida espiritual moderna también debe aplicar estos resultados espirituales-científicos de manera apropiada.

traducido por j.luelmo abril.2021

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919