GA215 Dornach 10 de septiembre de 1922 Las experiencias del alma en el sueño

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FILOSOFÍA, COSMOLOGÍA Y RELIGIÓN


GA215 

Dornach 10 de septiembre de 1922



V conferencia


En los últimos tiempos, la cuestión del inconsciente ha pasado a primer plano y a menudo se habla de él en psicología. Todo lo que en la vida anímica humana no puede ser alcanzado, observado o explicado por la conciencia ordinaria es relegado a la región del inconsciente. Cuando se menciona esta región inconsciente, siempre se supone que contiene fuerzas que actúan en la vida anímica consciente, a pesar de que supuestamente debe permanecer desconocida. La aparición de esta idea del inconsciente se debe enteramente al hecho de que en los últimos tiempos ha surgido un cierto escepticismo, en realidad un sentimiento de impotencia, respecto a la resolución de problemas concretos de la filosofía, la cosmología y la religión. 

La percepción que hemos descrito aquí como conocimiento imaginativo, inspirativo e intuitivo tiene ahora la tarea de sondear este depósito indefinido, que figura de tantas maneras en la ciencia reciente como "el inconsciente". Es justamente por medio de este conocimiento suprasensible -alcanzando otros niveles de conciencia en los que existe una condición anímica diferente, por lo tanto una capacidad perceptiva diferente- que deben investigarse los hechos concretos, que no son accesibles a la conciencia ordinaria. Hoy quiero darles un ejemplo de tal investigación en una región inconsciente del alma, a saber, las experiencias que el alma humana experimenta entre el sueño y la vigilia.

La conciencia ordinaria permanece bastante inconsciente de lo que le ocurre al alma humana en el sueño. Pero no debemos creer que estas experiencias tengan menos significado o sean menos decisivas en la vida del hombre que las experiencias de la conciencia despierta. Ciertamente, para la vida exterior, para nuestro trabajo y actividades, para el progreso exterior de la humanidad, las horas de vigilia son de consideración primordial. Pero para la configuración y el desarrollo del ser interior del hombre, las ricas experiencias del estado de sueño son de primera importancia. Aunque el hombre permanezca inconsciente de ellas, estas experiencias son reales, y sus secuelas repercuten en la vida de vigilia. El estado de ánimo general del hombre durante sus horas de vigilia está impregnado de las secuelas del sueño. Sus organismos físico y etérico, sobre los cuales trabajan su organismo astral y su organismo espiritual real, es decir, su organismo del yo, también están impregnados. También ellos se ven influenciados durante la vida de vigilia por las secuelas del sueño.

Para la conciencia ordinaria, los fenómenos del sueño se manifiestan de la siguiente manera: la percepción de los sentidos comienza a atenuarse, y al final se extingue por completo; lo mismo ocurre en el caso del pensar, el sentir y el querer. Salvo el estado transitorio en que estamos soñando, el ser humano se hunde en una condición inconsciente. Pero en cualquier caso, lo que le ocurre al alma -y esto hay que subrayarlo con fuerza- es algo absolutamente real. Lo que permanece inconsciente para la conciencia ordinaria a este respecto puede ser iluminado por la cognición imaginativa, inspirativa e intuitiva. Por lo tanto, voy a describiros 

las experiencias del alma durante el sueño. Describiré, al menos a grandes rasgos, cómo la imaginación, la inspiración y la intuición pueden percibir lo que, para la conciencia ordinaria, es inconsciente. Esbozaré las experiencias del alma como si se vivieran conscientemente, pues se experimentan conscientemente a través de la cognición superior. No es como si el alma estuviera inconsciente durante toda la noche, sino que lo que de no ser así habría permanecido inconsciente, puede ser visto por medio de la imaginación, la inspiración y la intuición. De este modo, se puede arrojar luz sobre ella para que se haga visible. Entonces se ve lo siguiente.


Cuando el hombre entra por primera vez en el estado de sueño, el mundo sensorial que le rodea deja de existir para el alma. Entra en una experiencia interior indiferenciada, en cierto modo indefinida. El alma siente -digo siente pero no siente; si fuera consciente, sentiría- se siente ensanchada como en una niebla extensa. En este sentir y experimentar interiormente durante esta primera etapa del sueño no se puede distinguir al principio el sujeto y el objeto. No se pueden distinguir fenómenos y hechos separados; es una sensación general de una universalidad nebulosa, que se percibe como la propia existencia. Pero simultáneamente aparece en la persona dormida lo que puede llamarse una profunda necesidad de descansar en la esencia divina del cosmos. Con este desbordamiento de la experiencia en una condición indiferenciada se mezcla un anhelo indefinido - hay que usar tal palabra después de todo - "de descansar en Dios". "Como he dicho, lo describo como si los acontecimientos, experimentados inconscientemente, fueran atravesados conscientemente. Así, el mundo externo del día, todo lo que el alma recibe a través de los sentidos, es engullido. Todos los estímulos a través de los cuales el alma siente en el cuerpo desaparecen y, del mismo modo, todos los impulsos por medio de los cuales el alma envía su voluntad a través del cuerpo desaparecen. El alma tiene al principio una sensación general, universal, acompañada de un anhelo de Dios.

En esta condición, que surge inicialmente después de dormirse, pueden intervenir los sueños. Se trata, o bién de imágenes simbólicas de experiencias externas, imágenes de la memoria, imágenes simbólicas de las condiciones corporales internas, etc., o bien son sueños en los que pueden entremezclarse ciertos hechos verdaderos del mundo espiritual, sin que el soñador ordinario pueda adquirir un conocimiento definitivo de lo que los sueños contienen realmente. Incluso para quien ve esta condición anímica con la cognición imaginativa -pues por medio de ella ya se puede hacer esto- los sueños no arrojan luz sobre los hechos internos, sino que velan la verdad real. Pues esta verdad, en relación con lo que aquí se pretende, sólo puede ser percibida por una persona, cuando, por su propia voluntad, se prepara de manera adecuada mediante ejercicios anímicos como los que aquí se han descrito. Sólo como resultado de estos ejercicios anímicos puede alcanzarse una visión clara de esta primera etapa del sueño.


Si se observa con tales facultades cognoscitivas este primer estadio del sueño, cuando se puede adivinar, se muestra similar, pero no exactamente igual, a las experiencias inconscientes de la primera infancia. En efecto, si el hombre estuviera en condiciones de llevar estas experiencias a la conciencia y verterlas en los conceptos e ideas de la conciencia ordinaria, tal como se ocupa la filosofía, entonces estas ideas filosóficas alcanzarían la realidad. La filosofía a la que así deberíamos llegar sería algo real. Así que también puede decirse que en la primera etapa de cada sueño el hombre se convierte en un filósofo inconsciente. Alcanza lo que en la conciencia despierta se cultiva en su alma como ideas, como dialéctica y leyes lógicas. Si el fluir hacia las nieblas cósmicas del mundo etérico y el anhelo del alma de descansar en Dios pudieran impregnarse de la experiencia de la actualidad, si el hombre pudiera traer estas dos experiencias del alma a la conciencia y verterlas en ideas filosóficas abstractas, entonces estas ideas cobrarían vida. La filosofía sería entonces como lo fue en Grecia antes de Sócrates, y en épocas aún más tempranas de la humanidad. Sería una realidad experimentada interiormente.

Ahora hemos aprendido a conocer dos etapas del despliegue del hombre: la de su primera infancia, que, de ser llevada a la conciencia, representaría la realidad de las ideas filosóficas, y la experiencia de la primera etapa del sueño, que, como hemos señalado, es bastante similar a la experiencia inconsciente de la infancia, y que, al ser llevada a la conciencia, podría de la misma manera dar una experiencia viva de la realidad a una filosofía elaborada durante la vida de vigilia. Así se describen las primeras etapas, algo breves, por las que pasa el ser humano desde que se duerme hasta que se despierta.

Después de que el alma haya estado durante un tiempo en el estado de sueño descrito anteriormente, se produce otra condición. Esta segunda etapa del sueño es tal que en lugar de la experiencia de sus propios cuerpos físico y etérico, que tiene cuando está despierto, el hombre tiene una forma de experiencia a través de la cual siente dentro de sí mismo el cosmos que le rodea durante el día. Mientras que en la primera etapa el alma no experimenta ninguna distinción clara entre sujeto y objeto, esta diferencia se vuelve ahora cada vez más significativa, salvo que durante el sueño el hombre ha llegado a la condición inversa a la de estar despierto. Ahora se siente y se experimenta a sí mismo en el cosmos y mira a sus organismos físicos y etéricos como a un objeto. Así como uno siente vagamente sus órganos -pulmones, hígado, corazón, etc.- en la conciencia diurna, ahora, en el sueño, de modo similar, experimenta el contenido cósmico dentro de sí mismo; él mismo se convierte, por así decirlo, en cosmos en su alma. No como si se extendiera por todo el cosmos; sino más bien, experimenta algo así como un reflejo del cosmos dentro de él.

La primera experiencia inconsciente -lo cual no impide que sea totalmente real- es, podría decir, una fragmentación de esta experiencia anímica interior. El alma se siente como si estuviese dividida en muchas partes separadas de una multiplicidad. Se siente a sí misma no como una unidad, sino como una multiplicidad; como si, cuando estamos despiertos, nos experimentáramos en el cerebro no como un ser homogéneo, sino como una multiplicidad de ojos, oídos, pulmones, hígado, etc., y nos faltara el sentido de la unidad. Así, durante el sueño, experimentamos, por así decirlo, los ingredientes cósmicos sin experimentar al principio su unidad. Esto produce una condición del alma que, si fuéramos conscientes de ella, tendríamos que describir como impregnada de ansiedad, incluso de miedo. El alma, sin embargo, experimenta realmente los procesos objetivos que causan esta ansiedad nocturna, al igual que los procesos orgánicos de los organismos físicos y etéricos subyacen a lo que podría ser experimentado aquí o allá por el alma como ansiedad procedente de su interior. Son, de hecho, sucesos que inspiran miedo y que el alma tiene que vivir.

En esta etapa del sueño, los acontecimientos de la vida de vigilia revelan ahora sus efectos. Para el hombre moderno que vive después del Misterio del Gólgota aparecen las secuelas de lo que experimenta en la vida de vigilia como devoción religiosa interior a Cristo y al Misterio del Gólgota. La atención que el hombre le presta, toda la reverencia y el culto que desarrolla por el Cristo y ese Misterio durante su vida de vigilia, tienen secuelas en esta segunda etapa del sueño. Fue de otra manera para aquellos que vivieron en la tierra antes del Misterio del Gólgota. Recibían de sus líderes religiosos las medidas adecuadas, las funciones religiosas que debían cumplir, cuyos efectos podían trasladar al sueño y que actuaban allí de tal manera que esa ansiedad podía ser superada gradualmente. Para una persona que vive después del Misterio del Gólgota, su vínculo interior con Cristo, su sentimiento de pertenencia a Él, los rituales religiosos dirigidos a Cristo Jesús, toda su relación con Él y su conducta real en referencia a esta relación, todo esto actúa ahora en la vida del sueño y ayuda a superar esa ansiedad que oprime al alma.

Como he dicho, describo las cosas tal como aparecen a la conciencia inspirada, pero ciertamente son experimentadas por el alma como realidad. Por lo tanto, si bien presento conceptos tomados de la vida consciente, los procesos reales correspondientes están realmente presentes en la vida del alma. Si, durante el día, hemos desarrollado una relación con el Cristo, nos encontramos realmente con su poder de guía durante esta segunda etapa del sueño. Es a través de este poder de guía de Cristo como superamos la ansiedad que oprime al alma. A partir de esta ansiedad se desarrolla una relación cósmica del alma con el mundo. Como resultado del desarrollo de esta relación, pero de manera que el alma la experimenta como su vida interior, se presentan ante el alma los movimientos del sistema planetario de nuestro cosmos solar. No se expande hacia el mundo planetario durante el sueño, sino que una réplica interna de éste vive en el alma. En realidad, experimenta el cosmos planetario en una réplica. Aunque lo que el alma experimenta cada noche como un pequeño globo interior, un globo celeste, no ilumina la conciencia diurna, sí que fluye en la realidad de la vida diaria y continúa en las organizaciones físicas y etéricas en los sistemas de respiración y circulación sanguínea, todo el sistema rítmico, encontramos que estos procesos van acompañados de impulsos y estímulos que viven en el cuerpo físico y etérico y trabajan en la vida de vigilia a partir de la experiencia planetaria interior que el alma tiene en el sueño. Mientras estamos despiertos, por lo tanto, los movimientos planetarios de nuestro sistema solar pulsan a través de nuestra respiración y circulación como secuelas del sueño.

Durante el sueño -la visión suprasensible nos muestra que las organizaciones astral y del ego están fuera de los cuerpos físico y etérico- los movimientos planetarios no intervienen directamente. Son experimentados por el alma fuera de los organismos físico y etérico. Pero dentro del cuerpo físico dormido resuenan y reverberan los impulsos de la noche anterior, los mismos impulsos que han pulsado a través de la respiración y la circulación durante el día. Durante la noche siguiente se produce un efecto posterior de estos impulsos, que se renuevan a la mañana siguiente como consecuencia de lo que el alma ha experimentado durante la noche como réplica interior del cosmos planetario.

Ahora bien, además de esta experiencia cósmica durante la segunda etapa del sueño ocurre algo más. El alma recibe distintas impresiones de todas las relaciones que ha mantenido con las almas humanas en sus distintas vidas en la tierra. En realidad tenemos dentro de nosotros, podría decir, "marcas" de todas las relaciones que hemos tenido con otras almas humanas en las sucesivas vidas terrestres. Ahora aparecen ante el alma en una determinada forma pictórica. Aunque inconscientemente, el alma experimenta realmente todo lo que ha sido bueno o malo en sus relaciones con otras personas. Asimismo, experimenta sus relaciones en desarrollo con los seres espirituales que habitan en el cosmos y que nunca viven en un cuerpo físico, que siempre viven en una existencia suprasensible en contraposición a la vida física del hombre. El alma humana en el sueño vive así en una rica red de relaciones con aquellas almas humanas con las que ha establecido tales conexiones. Estas conexiones reaparecen, al igual que todo lo que ha quedado de ellas como secuelas del bien y del mal que una persona ha hecho a los demás, del bien y del mal que ha podido causar. En resumen, el destino existente de una persona se enfrenta a su alma en esta etapa del sueño.

En esta etapa aparece cada noche ante el alma del hombre lo que una filosofía más antigua ha llamado karma. Puesto que las experiencias planetarias siguen actuando como estímulos en la respiración y en la circulación sanguínea y, por tanto, en los organismos físicos y etéricos del hombre, es posible que alguien capaz de percibir tales cosas a través de la cognición inspirada observe que esta experiencia de vidas terrestres repetidas también se reproduce en la conciencia diurna, aunque no esté presente directamente. Para la cognición inspirada, que percibe lo que el alma experimenta, es claramente evidente que las vidas terrestres repetidas son un hecho, pues para la visión de la inspiración se presentan directamente junto con las relaciones establecidas en cualquier momento con otras personas. El desarrollo del hombre a través de las repetidas vidas terrestres se presenta porque estas relaciones son contempladas. Una relación apunta a una determinada vida terrestre, otra apunta a otra vida, y así sucesivamente. De este modo, el karma aparece ante los ojos del hombre como un hecho establecido.

Las experiencias del alma durante el sueño actúan de tal manera en la conciencia diurna que el estado de ánimo general del hombre, que se hace sentir durante el día en forma de una opaca conciencia de sí mismo, depende de lo que experimentamos en esta segunda etapa del sueño. El hecho de que nos sintamos felices o infelices en nuestro interior tenuemente percibido, que nos sintamos animados o lánguidos, es en gran medida el resultado de lo que se experimenta en esta etapa del sueño. Así, durante esta etapa nos encontramos realmente fuera en el cosmos, aunque lo que experimentamos dentro del alma es una copia del cosmos; y lo que experimentamos de las repetidas vidas terrestres y del karma aparece ante el alma como imágenes y reflejos. Estas réplicas del cosmos y de nuestro destino que se presentan ante nuestra alma contienen lo que puede llamarse la existencia interior del hombre en el cosmos. Si eres capaz de formular en conceptos e ideas lo que se ha alcanzado a través de la cognición inspirada, dejándolo fluir de nuevo en la conciencia ordinaria, llegas a una verdadera cosmología que abarca la totalidad del hombre. Tal cosmología es entonces una cosmología experimentada. Podemos decir que cuando esta etapa del sueño se refleja conscientemente, el hombre aprende a reconocerse como miembro del orden cósmico - un orden cósmico que se expresa en un sentido planetario, como un ordenamiento cósmico de la naturaleza.

Pero ahora, dentro de este orden cósmico, surge el orden moral mundial. No es como en la vida terrestre, donde por un lado encontramos el orden de la naturaleza con sus propios sistemas de leyes pero carente de moralidad, y por otro lado un orden mundial moral que,, en lo que respecta a la existencia terrenal sólo se experimenta en el alma. En cambio, tenemos ante nosotros un mundo unificado. Lo que experimentamos como cosmos planetario está permeado e impregnado espiritualmente por una secuencia continua de impulsos morales. Vivimos simultáneamente en un cosmos natural y moral.

Se hace uno consciente de toda la importancia de estos acontecimientos nocturnos para la vida de vigilia. Así pues, podemos decir que lo que el alma experimenta en el cosmos entre el sueño y la vigilia es más real y está más lleno de significado para la configuración exterior del hombre que lo que afronta de día, pues las funciones vitales de los cuerpos físico y etérico, así como nuestra propia condición moral, son resultados de nuestra experiencia cósmica durante el sueño.

La tercera etapa del sueño se caracteriza por una transición gradual de las experiencias dentro del cosmos planetario a una experiencia del mundo de las estrellas fijas, de modo que este mundo es experimentado por el alma como una especie de reflejo. Sin embargo, no se trata de reflejos de esas imágenes sensoriales externas de las constelaciones como las que tenemos en la vida de vigilia. En cambio, el alma se familiariza con aquellos seres de los que se dijo en conferencias anteriores que la intuición reconoce como los seres espirituales correspondientes a las estrellas. Aquí, en el mundo de los sentidos, en nuestra conciencia física, experimentamos las imágenes sensoriales físicas de las estrellas. Cuando, como he descrito, penetramos en el mundo espiritual con la intuición, reconocemos que el sol y las demás estrellas fijas, tal como las percibimos mediante la percepción sensorial ordinaria, no son más que las imágenes físicas reflejadas de ciertos seres espirituales. El alma vive dentro de estos seres espirituales de las estrellas durante la tercera etapa del sueño. Siente las imágenes posteriores de las constelaciones estelares, es decir, siente las relaciones que existen entre las actividades de los seres espirituales de las estrellas. El alma experimenta tales constelaciones.

La antigua ciencia onírica describía específicamente cómo fluía en el alma la vida de las constelaciones de estrellas fijas y del zodiaco. Al fin y al cabo, ésta es la parte principal de la experiencia del sueño en el alma. En el mundo de los sentidos se llega a una mejor correspondencia con los seres espirituales individuales si se miran las constelaciones como un todo en lugar de contemplar estrellas individuales. En el sueño, el alma, al estar libre de los cuerpos físico y etérico, se libera tanto que se enfrenta a ambos como objetos, al igual que solemos tener a nuestro alrededor los objetos del mundo exterior tal y como los percibimos con los sentidos. El alma encuentra realmente su camino como ser espiritual en un cosmos formado por otros seres espirituales. Lo que allí atraviesa inconscientemente puede ser iluminado por el conocimiento intuitivo. Pero las experiencias allí también tienen sus secuelas en la vida de vigilia; el bienestar general, la salud y el vigor del cuerpo humano -no del alma como en la primera etapa del sueño- son secuelas de lo que el alma experimenta durante la noche entre los seres estelares. Especialmente se presenta ante el alma, aunque sea inconscientemente, todo el acontecimiento del nacimiento en su sentido más amplio; es decir, la forma en que el alma entra en un cuerpo físico a través de la concepción y la vida embrionaria. También se presenta ante el alma cómo se abandona el cuerpo en la muerte y cómo el ser espiritual del hombre pasa al mundo anímico-espiritual. Cada noche, la verdad relativa a los acontecimientos del nacimiento y de la muerte se enfrenta realmente al alma. También es una secuela de las experiencias nocturnas el hecho de que el hombre tenga una tenue sensación durante el día de que el nacimiento y la muerte no significan en absoluto para la vida humana sólo lo que parecen ser para la observación de los sentidos. No es cierto que un hombre con sentido común pueda creer que el nacimiento y la muerte no son más que los acontecimientos que parecen ser en la vida material exterior. El hombre, de hecho, no lo cree, pero no es cierto que la razón de su incredulidad sea sólo porque en su fantasía se imagina que es un ser eterno cuya existencia persiste más allá de la muerte. No, el hombre no puede creerlo debido a la imagen que experimenta cada noche el alma de cómo el hombre entra en la vida terrestre desde el mundo espiritual y se retira de nuevo al mundo del espíritu. Esta imagen llega al alma durante el día y es experimentada por ella como un vago sentimiento sobre el mundo y la vida humana.

Lo que aparece durante la vida de vigilia como anhelo religioso, como conciencia religiosa, es una secuela de la experiencia del alma entre las estrellas. Lo que acabo de describir es la etapa del sueño más profundo del hombre. En realidad, es de su sueño de donde el hombre extrae los sentimientos religiosos de su vida de vigilia.

Así como la vida religiosa puede fundarse hoy en el conocimiento por medio de la experiencia semejante a la de la humanidad primordial, pero impregnada y formulada en intuiciones por la conciencia plenamente desarrollada, también puede decirse que el hombre puede alcanzar este conocimiento religioso si, por medio de la intuición suprasensible, es capaz de percibir e iluminar la condición del sueño más profundo. Pues lo que descansa en las profundidades del sueño fue también la fuente de lo que preservó el conocimiento de lo divino por parte del hombre. Nuestra conciencia diurna es sólo un reflejo de las potencialidades de conciencia abiertas al hombre. Del mismo modo, lo que el hombre lleva dentro de sí como un sentimiento religioso natural aparece como un reflejo de la gloria y la sublimidad que experimenta su alma, aunque sea inconscientemente, en la tercera etapa del sueño. El hombre se sumerge en la vida del sueño no sólo para renovar su cuerpo cansado, o para obtener del sueño los estímulos que necesitan su respiración y su circulación, o para adquirir del mundo espiritual los demás impulsos que necesita. Lo que le impregna de sentimiento religioso penetra en la superficie del alma, en la región de la conciencia diurna desde las profundidades por las que discurre la vida del alma humana durante el sueño.

Se podría decir que, así como el hombre vive una vida filosófica durante la primera etapa del sueño, similar a la de la primera infancia -por paradójico que suene para la conciencia actual-, y así como en la segunda etapa vive una vida cosmológica, en la tercera etapa vive una vida de estar impregnado de divinidad. Desde esta tercera etapa del sueño, el hombre debe volver a la conciencia diurna.

Después de haber recorrido las etapas mencionadas en secuencia inversa durante la última etapa del sueño, el hombre vuelve de nuevo a la conciencia de vigilia. Como el alma y el espíritu del hombre están fuera de sus organismos físicos y etéricos durante el sueño, si se quiere comprender plenamente este fenómeno del sueño, el conocimiento intuitivo debe responder a la pregunta: ¿Por qué el hombre es atraído de nuevo a sus cuerpos físico y etérico? ¿Qué impulso actúa allí? Si la percepción intuitiva del sueño se extiende lo suficiente, es posible reconocer este impulso. Cuando el hombre conoce a estos seres espirituales que corresponden al sol o a las constelaciones de las otras estrellas fijas, reconoce entonces que el impulso proviene de los seres espirituales cuyo reflejo en nuestro mundo físico es la luna. En efecto, las fuerzas de la luna impregnan todo nuestro cosmos, y cuando, a través de la intuición, reconocemos no sólo la existencia física de la luna, sino también sus correlaciones espirituales, encontramos que estos seres espirituales, que corresponden a la luna física, son las entidades que, en su trabajo conjunto, producen los impulsos para devolvernos a nuestros cuerpos físico y etérico después de haber alcanzado la etapa más profunda del sueño. Son sobre todo las fuerzas lunares las que conectan la organización astral y del ego del hombre con sus organismos físico y etérico.

Cada noche, cuando fuera del mundo espiritual el alma desea volver a entrar en sus cuerpos físico y etérico, debe colocarse dentro de las corrientes de las fuerzas lunares. No tiene importancia aquí - eso os resultará obvio - si se trata de luna nueva o de luna llena. Porque incluso cuando, como luna nueva, la luna no es visible a los sentidos, esas fuerzas están, sin embargo, activas en todo el cosmos que traen al alma de vuelta a los cuerpos etérico y físico desde los mundos espirituales. Están activas aunque las fases de la luna que aparecen a los sentidos como media luna, luna llena, etc., son imágenes sensoriales metamorfoseadas que corresponden a acontecimientos en el ser anímico de la luna; éstos, sin duda, tienen algo que ver con el espíritu y el alma del hombre en los cuerpos físico y etérico. En efecto, la configuración particular en la que se vinculan las naturalezas anímica-espiritual y física-etérica del hombre está determinada por esas fuerzas que rigen y se entrelazan en el cosmos y que llegan a expresarse físicamente en la luna, el objeto sensorial, con sus diversas fases que percibimos.

Así, también podemos observar los aspectos ocultos de la vida de vigilia y sueño del hombre e informarnos sobre qué es lo que le devuelve cada mañana a su vida diurna. Regresa a través de las mismas etapas en orden inverso, y mientras pasa por la última etapa, que está impregnada de un anhelo de Dios, los sueños se mezclan de nuevo en su vida de sueño y se sumerge gradualmente en sus organizaciones físicas y etéricas.

¿Por qué cuando el hombre atraviesa la puerta de la muerte deja de estar sometido a las fuerzas lunares? ¿Cómo se aleja de ellas cuando pasa mucho tiempo en el mundo espiritual? Estas preguntas, así como los secretos del nacimiento, de la muerte y de las repetidas vidas terrestres, se examinarán en las dos próximas conferencias.

traducido por J.Luelmo abril.2021

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