GA215 Dornach 11 de septiembre de 1922 La transición del desarrollo de la existencia humana entre lo anímico-espiritual y lo físico-sensorial.

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FILOSOFÍA, COSMOLOGÍA Y RELIGIÓN


GA215 

Dornach 11 de septiembre de 1922



VI conferencia


A partir de las descripciones que he dado del conocimiento inspirado e intuitivo resultará evidente que es posible que el hombre experimente el cosmos en su naturaleza interior, en su alma y en su espíritu. Ayer pude indicar que tal experiencia tiene lugar durante el sueño, sólo que la conciencia ordinaria no es consciente de ello. El hombre experimenta el cosmos, pero en la conciencia ordinaria no sabe nada de ello. Se puede decir que el hombre en su vida físico-sensorial se experimenta a sí mismo en sus cuerpos físico y etérico y considera sus órganos como su naturaleza interior. En la experiencia cósmica - tal como ocurre en el sueño, por ejemplo - experimenta como su naturaleza interior un reflejo de los seres cósmicos. Así, incluso en el estado de sueño, el mundo interior ordinario del hombre se convierte de hecho en un mundo exterior. Cuando duerme, simplemente tiene ante sí como mundo exterior sus cuerpos físico y etérico, que por lo demás constituyen su ser, y el cosmos que para la observación sensorial constituye el mundo circundante se convierte en cierto sentido en un mundo interior.

Pero, durante el sueño, existe en la naturaleza astral y yoica del hombre un continuo deseo de volver a su cuerpo físico. Esto es especialmente fuerte en esa etapa más profunda del sueño que señalé ayer como el sueño en lo que he llamado "conciencia de estrella fija". Este deseo de regresar a los cuerpos físico y etérico está naturalmente relacionado con el hecho de que estos cuerpos continúan existiendo, plenamente vivos, durante el sueño. El hombre desarrolla este intenso anhelo de regresar debido a las fuerzas lunares espirituales activas en el cosmos, como describí ayer.

Si se quiere comprender correctamente la ciencia espiritual, la antroposofía, hay que tener muy presente que es preciso presentar las diversas relaciones desde el mayor número de puntos de vista. Por ejemplo, alguien podría oírme decir que la razón por la que un hombre quiere volver a su cuerpo físico y etérico por la mañana es que su alma anhela hacerlo. Otra persona podría decir que este retorno depende de las fuerzas lunares. Ambas cosas son correctas, sólo que el deseo de regresar es despertado durante la experiencia cósmica del hombre por las fuerzas lunares que también impregnan sus organizaciones astral y del ego entre el sueño y la vigilia. Estas fuerzas lunares, es decir, su correlación espiritual, no pueden funcionar cuando el hombre se encuentra en su existencia preterrenal antes de su descenso del mundo espiritual y antes de haber tomado su cuerpo físico. Cuando se encuentra en un cosmos puramente espiritual en su existencia prenatal, no es posible esta relación con un cuerpo físico y etérico, pues son inexistentes. Durante el sueño, sin embargo, esperan a ser alentados y llenados de espíritu por la entidad humana interna actual.

Tal organismo físico-etérico no está presente en el hombre preterrenal, pero hay algo más. En cierta etapa de su existencia preterrenal, experimenta una especie de cosmos como su mundo interior. En cierto modo se siente a sí mismo como un cosmos. Pero en esta existencia prenatal, este cosmos difiere del que nos rodea entre el nacimiento y la muerte y que percibimos con los sentidos. Este cosmos, que se experimenta en una determinada etapa de la vida preterrenal, es una especie de semilla cósmica del posterior organismo físico humano con el cual el hombre debe revestirse cuando desciende a la existencia terrenal. Pensad en todo lo que el hombre terrenal posee como su organismo físico, extendido ilimitadamente: pulmones, hígado, corazón, etc., todos sus procesos - naturalmente como fuerzas, no como órganos físico-materiales - extendidos hasta el infinito cósmico. Sin embargo, el hombre experimenta esto de tal manera que su alma abarca este cosmos, teniéndolo al mismo tiempo como su vida interior.

Cuando digo que el hombre experimenta su futuro organismo físico como un germen, una semilla, hay una diferencia entre utilizar la palabra germen en un caso para la existencia espiritual y en otro para la existencia física. En este último caso se trata de algo pequeño que se despliega en un organismo mayor. Pero cuando digo que el germen cósmico del cuerpo físico del hombre se experimenta en la existencia preterrenal como un cosmos, este germen es inconmensurablemente grande, y se contrae gradualmente hasta que al final es pequeño. Naturalmente, hay que tener en cuenta que en este caso -al menos para la existencia espiritual, la preterrenal- la palabra grande se utiliza de forma figurada en relación con la posterior palabra pequeña, pues en la existencia preterrenal no se experimenta el espacio como aquí en el mundo físico. Todo se experimenta cualitativamente. El espacio, tal como lo conocemos en nuestro mundo sensorial, sólo existe para este mundo sensorial. Pero para ilustrar esto, de modo que podamos tomar algo del lenguaje humano para caracterizar estas condiciones de la existencia preterrenal, bien se puede hacer esta distinción. Por tanto, podemos decir que el germen humano cósmico es inmenso, y que gradualmente se contrae más y más, hasta que finalmente aparece pequeño en el organismo físico del hombre.

Así pues, debemos imaginarnos que en su existencia preterrenal el hombre no tiene la misma visión del cosmos llena de estrellas que percibimos desde el mundo físico; tiene un cosmos a su alrededor que contiene seres anímico-espirituales. El hombre se siente ligado a ellos, los siente, por así decirlo, dentro de él. Siente que su naturaleza anímica se extiende a lo largo de este cosmos. Este cosmos no es en realidad otra cosa que su futuro cuerpo físico ampliado a un universo. El hombre experimenta su futuro mundo interior como un mundo exterior cósmico, que, sin embargo, experimenta junto con su ser interior. Por lo tanto, podemos decir que todo este cosmos -me gustaría llamarlo el cosmos del hombre- que el hombre experimenta como propio, es su propia existencia individual. Al mismo tiempo, experimenta la vida de otros seres, de otras almas humanas y seres espirituales que no entran en la existencia física. Vive en estos seres, de modo que experimenta una especie de universo propio y al mismo tiempo una especie de esetar-conjuntamente con otros seres. Me gustaría llamar a este estar junto con otros seres en esta etapa de la existencia preterrenal una intuición activa; una intuición real y experimentada. Lo que en otras ocasiones se reproduce en la percepción suprasensible mediante la intuición es una realidad viva para la existencia preterrenal.

Ahora bien, tal como lo describí ayer, mientras que durante el sueño el hombre vive en una réplica del cosmos -estando fuera de sus cuerpos físico y etérico que, sin embargo, poseen una forma acabada y completa-, en la vida preterrenal tiene el organismo físico en desarrollo como su ser, ni siquiera puedo decir fuera de si mismo, sino dentro de sí mismo. Pero, al mismo tiempo, el hombre está tanto dentro como fuera de sí mismo, y su vida consiste en un trabajo anímico-espiritual activo en el desarrollo de este organismo. Mientras que en la vida física organizamos nuestro trabajo para que los objetos exteriores perceptibles por los sentidos se transformen a propósito y nosotros mismos cambiemos con ellos, en nuestra vida preterrenal trabajamos para que nuestro organismo físico sea como debe ser. Incorporamos en él lo que más tarde, en la vida terrenal, debe estar presente como una cooperación llena de sabiduría de los órganos físicos entre sí, así como con el alma, y del alma con el espíritu. Antes de nacer, vivimos en un universo (que es nuestro propio ser), cuyo desarrollo consiste en ser moldeado a propósito para servir como nuestro futuro organismo terrestre.

En esta condición preterrenal, poseemos conciencia porque estamos presentes en este universo no sólo con nuestras percepciones sino también con nuestra actividad anímico-espiritual. El sueño, por el contrario, carece de conciencia porque los cuerpos físico y etérico ya no están en desarrollo sino terminados, y no podemos trabajar en el sueño sobre lo que ya está terminado. Pero los experimentamos en la forma descrita por mí ayer. 

En la condición preterrenal, todo lo que representa nuestro vínculo con el universo en desarrollo, que se contrae cada vez más para luego convertirse en nuestro organismo físico, todo esto es fuerza, una movilidad interior que se expresa como una forma de conciencia diferente a la de la vida terrestre. Es un estado de conciencia más luminoso y claro que el que se produce en nuestra existencia física. 

Con él somos capaces de experimentar nuestro propio trabajo hacia la vida terrenal que está por venir. Si, aquí en la existencia terrestre, observamos nuestro organismo físico externamente, o en la forma en que lo ve la anatomía o la fisiología, ciertamente no podemos compararlo con la grandeza, la gloriosa majestuosidad del universo que nos rodea como el mundo de las estrellas, las nubes, etc. Sin embargo, lo que ha sido comprimido en este organismo físico humano es más grandioso, más poderoso, más majestuoso que el cosmos físico que nos rodea en la existencia terrenal, cuando es visto como el universo por el alma humana antes de descender a la tierra. 

Si pensáis en todo lo que contiene en forma materializada el cuerpo físico, todo lo que está oculto en el hombre aquí en la tierra porque ha sido comprimido y cubierto por la materia, y os imagináis todo esto transpuesto a lo espiritual, entonces tendréis que pensar en un universo con el que nuestro cosmos físico, a pesar de todas sus estrellas, soles, etc., no puede compararse ni de lejos por su vastedad, grandeza y majestuosidad.

Nos abrimos paso en la existencia terrenal a partir de una cosmovisión espiritual, preterrenal, que tiene un contenido grandioso y poderoso. La obra cultural más elevada en la que podemos participar aquí en la tierra no es más que una minucia comparada con la que el hombre comparte durante su existencia preterrenal. Digo comparte, porque innumerables seres espirituales de las más variadas jerarquías trabajan junto al hombre en la creación de la maravillosa estructura de su organismo físico. Este trabajo, visto en su esencia, es de naturaleza inspiradora y dichosa. En verdad, nada pequeño e intrascendente se indica, cuando a la pregunta: "¿Qué hace el hombre entre la muerte y un nuevo nacimiento en la existencia preterrenal?" - la respuesta es: En una determinada etapa trabaja con los espíritus del cosmos en la configuración, la estructura interna llena de sabiduría de un cuerpo humano físico, preformándolo como un germen universal.1 En comparación con la existencia terrenal del hombre, ésta es una existencia celestial y dichosa. Pero todo lo que ocurre en la existencia celestial está oculto en profundidades inconmensurables en el organismo físico del que está revestido el hombre en la tierra. En efecto, en lo que respecta a la conciencia ordinaria, estos acontecimientos celestes pertenecen a los aspectos más ocultos de la organización física humana.

Esta es la tragedia del materialismo, que cree poder conocer la materia y habla siempre de la materia y de sus leyes. Pero el espíritu vive en toda la materia, pero no solamente de tal manera que podamos descubrirlo en el presente, sino que vive de tal manera que para descubrirlo debemos mirar hacia atrás a épocas y estados de experiencia muy diferentes. Lo que menos conoce el materialismo es el organismo humano material. Hasta que no surgió el materialismo, las complicadas estructuras materiales de la existencia física terrestre permanecieron tan ocultas como lo están ahora para la, por otra parte, admirable ciencia natural de la época actual. Procederemos ahora a discutir otros aspectos de la existencia prenatal del hombre.

La etapa de la experiencia preterrenal que acabo de describir también puede caracterizarse diciendo que el hombre experimenta su entorno dado, que es al mismo tiempo su propio ser, como una existencia que tiene en común con el universo espiritual.

Ese universo, sin embargo, es una asociación de seres espirituales vivos, entre los cuales el hombre se experimenta como alma y espíritu. Esta conciencia, viva y luminosa en grado sumo, comienza a atenuarse, a desvanecerse en un momento determinado. No es que entonces se experimente como una conciencia débil, sino que, comparada con la claridad e intensidad que poseía durante una determinada etapa de la existencia preterrenal, se atenúa. Si tuviera que describir con una imaginación lo que es una experiencia significativa e intensa, lo expresaría así. En cierto momento de la existencia prenatal, el ser humano comienza a decirse a sí mismo: Junto a mi propio ser he visto otros seres divino-espirituales a mi alrededor. Ahora me parece como si estos seres divinos empezaran a dejar de mostrarme su forma completa. Ahora me parece como si asumieran una figuración externa en la que se envuelven. Me parece como si se convirtieran en estrellas - como las estrellas que aprendí a conocer a través de la visión física cuando estuve por última vez en la tierra. Todavía no son estrellas, sino seres espirituales que parecen estar en camino hacia la existencia estelar.

Es una sensación como si el mundo espiritual real se retirara un poco del ser humano, y luego se retirara más y más hasta que sólo una réplica de él se presentara ante él como una revelación cósmica de este mundo espiritual. En lugar de la vida intuitiva y activa con el mundo espiritual, es como si nos inspiráramos en una réplica cósmica de este mundo espiritual.

Paralelamente a esta visión va una experiencia anímica interior que el ser humano debe experimentar, por así decirlo, en la que el mundo espiritual en su vitalidad primigenia se retira y le otorga sólo una revelación de sí mismo. Esto despierta en su alma, en la existencia preterrenal, una experiencia que, si se me permite tomar una palabra de la vida terrenal, podría llamar un sentimiento de privación que se expresa -de nuevo describiéndolo en terminología terrenal- como un anhelo por lo que está a punto de perder. En la primera etapa, algo que antes poseía está en proceso de perderse, pero aún no se ha perdido. En la medida en que el ser humano siente que lo está perdiendo, surge en su interior un sentimiento de privación y un deseo de recuperarlo. Es en esta etapa de la existencia preterrenal cuando el alma humana se vuelve accesible a las fuerzas lunares espirituales del cosmos. La sensación de privación y el anhelo de los que acabamos de hablar preparan al alma para ser accesible a ellas.

Antes, estas fuerzas lunares espirituales aparentemente no existían para ellos. Ahora, a medida que el cosmos espiritual comienza a desvanecerse, surge una conexión entre lo que vibra a través del universo como fuerzas lunares y las fuerzas del deseo que el cosmos, que antes aparecía para el ser humano como interior y espiritualmente vivo, se transforma en una mera revelación en la medida en que la anterior intuición activa y viva se convierte en una inspiración activa y viva, en esta medida las fuerzas lunares hacen que aparezca un ser individual interior del individuo. Como consecuencia, ya no se siente en un universo donde el sujeto y el objeto no existen realmente para él y todo es subjetivo. Hasta ahora, ha vivido dentro de otros seres. Ahora, el sujeto y el objeto empiezan a tener de nuevo algún significado para él. Tiene la sensación de que existe subjetivamente como alma individual, algo que las fuerzas lunares le aportan. Al mismo tiempo, empieza a sentir la revelación del cosmos como un mundo exterior objetivo.

Para utilizar de nuevo una forma terrenal de expresar lo que realmente está presente en esta existencia preterrenal, podría decir que en esta alma humana, dotada de interioridad por las fuerzas lunares, surge algo así como el siguiente pensamiento: debo adueñarme de él, de este cuerpo físico, hacia el que todo ha tendido, que yo mismo junto con otros elaboré como en un germen cósmico, espiritual. De esta manera el ser humano se prepara para descender a la existencia terrestre. La sensación de privación y anhelo ligada a las fuerzas lunares lo preparan para desear la existencia terrenal, para desear estar en la tierra. Este deseo es la consecuencia de su trabajo anterior en la parte universal y cósmica del cuerpo físico. Ya dije ayer que las fuerzas lunares representan siempre el elemento que prepara al hombre para otra vida terrestre. 

Durante el sueño son estas fuerzas las que le impulsan a volver a la vida terrestre. Como dije, en cierta etapa de su existencia preterrenal el hombre está desconectado de estas fuerzas lunares, pero luego penetra en ellas. En la misma medida, surge en él la tendencia a volver a la vida terrestre. Aunque el cuerpo físico terrenal y el organismo etérico aún no están allí, dentro de él están contenidas las secuelas de lo que él mismo elaboró y produjo como etapa preliminar cósmico-espiritual del cuerpo terrenal. De inmediato procederé a discutir los procesos adicionales que conducen a la vida terrestre.

Si he de seguir hablando de la manera en la que hasta ahora he estado describiendo las relaciones de la vida total del hombre, tal como las percibe la percepción inspirada e intuitiva, debo decir ahora que lo que el hombre experimenta en plena conciencia clara durante la existencia preterrenal, tal como lo describí al principio de la conferencia de hoy, es lo que experimenta más tarde en la vida terrenal como su disposición religiosa. Esta tendencia natural consiste en estas experiencias tal como se reflejan en sus sentimientos y en su corazón (Gemüt), el sentimiento de su conexión con el fundamento divino del mundo. Si el hombre como ser anímico en la existencia preterrenal quisiera explicarse cómo se sitúa esta naturaleza anímica aquí en la existencia terrenal, entonces, en el momento en que él pasa de la participación en el cosmos viviente-espiritual a la experiencia de la mera revelación bajo la influencia de las fuerzas lunares, tendría que decir: Paso de una existencia saturada de actividad divina a una existencia cósmica. Bajo la influencia de las fuerzas lunares, ahora comienzo a reunir esa brillante conciencia cósmica que antes desarrollaba a partir de todo el universo en una conciencia más interna.

He dicho que la brillante conciencia cósmica se atenúa, pero cuanto más se atenúa, más surge en el alma humana una conciencia subjetiva a la que las revelaciones cósmicas aparecen como algo objetivo. Así podemos decir que el ser humano pasa a una inspiración en la que se conoce a sí mismo como miembro del cosmos. En esta segunda etapa de la existencia preterrenal experimenta la cosmología.

Lo que el ser humano lleva dentro de sí en la tierra como lucha por la sabiduría cosmológica es una secuela de aquellas experiencias de la existencia preterrenal que acabo de describir, del mismo modo que la conciencia religiosa es una secuela de la etapa anterior de la conciencia divinamente impregnada. Estas cosas se viven en la existencia preterrenal. Tienen sus secuelas en la existencia terrenal, en la que aparecen como dones religiosos y cosmológicos del alma humana. Cada noche, como describí ayer, se renuevan de nuevo. Están presentes en el momento en que el ser humano nace a la vida terrenal; los trae consigo como dones. Las secuencias del día y de la noche hacen que se oscurezcan, pero cada noche las inclinaciones cosmológicas del ser humano son estimuladas de nuevo por la experiencia del mundo de los planetas y las estrellas. Del mismo modo, su naturaleza impregnada de Dios se enciende durante la última etapa del sueño, como ya he indicado. Por lo tanto, se podría decir que si el ser humano desea llegar a una vida religiosa basada en el conocimiento, y a una cosmología basada en el conocimiento, debe ser capaz, en la vida terrenal plenamente consciente, de invocar imágenes de lo que se experimenta en la existencia preterrenal, tal como se ha descrito.

En la etapa en que las fuerzas lunares se apoderan del ser humano, cuando el mundo universal exterior, que antes era el universo de su propio cuerpo físico, aparece ahora sólo como una revelación, en ese momento se produce lo que puedo llamar la pérdida de su conexión con lo que antes era su propio universo humano. El ser humano pierde este germen universal de su cuerpo físico sobre el que había trabajado tanto tiempo. En una determinada etapa de la vida preterrenal, ya no lo posee. En su lugar, tiene un ser interior, llamado a la existencia por las fuerzas lunares, atravesado e impregnado por el deseo de la vida terrestre, y está rodeado de imágenes de un cosmos espiritual. Si se acerca espiritualmente a estas imágenes, las atraviesa. 

Su realidad ya no existe, en una determinada etapa de su experiencia en la existencia preterrenal, la realidad se ha perdido para su alma. El alma ya no tiene la realidad de este universo del hombre a su alrededor y dentro de él. Poco después - tras la pérdida de esta realidad universal - tiene lugar la concepción terrenal del cuerpo físico. El cuerpo físico es ahora asumido, sacado del universo espiritual y desarrollado en el curso de la evolución física, hereditaria. Lo que el hombre ha elaborado cósmicamente durante mucho tiempo en el mundo espiritual se aleja de él y reaparece de nuevo cuando tiene lugar la concepción del cuerpo físico humano en la tierra. Los procesos que el ser humano ha experimentado espiritualmente en el mundo superior y en los que ha colaborado, encuentran ahora su continuación física en la tierra inferior. Por el momento, el ser humano permanece inconsciente de esta continuación física en su existencia espiritual prenatal, ya que tiene lugar abajo en la tierra. Su organismo físico-espiritual ha bajado a la tierra y se contrae en el pequeño cuerpo físico humano. Todo el majestuoso universo es atraído e impregnado y penetrado por lo que aporta la herencia física. Lo que antes el individuo tenía como realidad, ahora sólo lo rodea en imágenes; es un recuerdo cósmico de la realidad cósmica del trabajo realizado en el organismo físico.

En este período prenatal de sus experiencias preterrenales, cuando el ser humano está rodeado por las imágenes cósmicas de su universo humano, en las que la realidad ya no está contenida, se prepara para atraer el elemento etérico a estas imágenes desde todas las direcciones del cosmos, ya que el cosmos también incluye una naturaleza etérica y es, en este sentido, un cosmos etérico. Del éter cósmico el ser humano atrae ahora elementos etéricos a su mundo de imágenes cósmicas. Lo que está dentro de él sólo como memoria cósmica, lo llena con éter del mundo, lo reúne y así forma su organismo etérico. Hace esto en el momento en que su organismo físico se ha desprendido de él, encontrando su continuación abajo, a través de la concepción, en la corriente de la herencia física. Así, el hombre se reviste de su organismo etérico.

Ahora bien, todo lo que vive en el alma como sensación de privación y deseos, como anhelo de vida terrenal, pasa al organismo etérico, que está acostumbrado a estar unido a una organización física, corporal, ya que impregna la organización física del cosmos. De todo esto surgen las fuerzas que hacen descender al ser humano a lo que antes desconocía cuando tenía conciencia cósmica. Ahora, el ser humano anímico-espiritual, revestido del cuerpo etérico, se esfuerza por su propio deseo en descender hacia lo que su organismo físico ha llegado a ser en la tierra, que él mismo preparó en primer lugar en su forma espiritual. Así, después de las experiencias descritas, se produce la unión del alma-espiritual con el cuerpo físico. Los restantes puntos que se pueden mencionar se añadirán en la última y breve consideración.

Creo que ha quedado claro dónde está el límite entre lo que el alma humana conoce y lo que el alma humana desconoce en un sentido preterrenal durante la última etapa de la experiencia prenatal que precede directamente a la experiencia terrenal. El alma humana es consciente del elemento subjetivo que las fuerzas lunares han hecho surgir en el alma; es consciente del retablo universal que ahora sólo está presente en imágenes como una memoria cósmica del trabajo realizado en el universo del ser humano; es consciente de cómo las fuerzas se reúnen en el éter del mundo para crear el organismo etérico humano. Permanece inconsciente de todo lo que ocurre en la tierra de abajo en el organismo físico humano, que sólo ahora ha tomado forma a través de su metamorfosis física, y a través de la concepción se desarrollará aún más en la línea de la herencia física. Pero, como he indicado, hay una unión de la última conciencia cósmica con lo que es inconsciente; un sumergirse en esta inconsciencia.

Con esto, la conciencia cósmica se extingue, y en un pequeño bebé aparece algo así como un recuerdo inconsciente de lo que se ha experimentado en la existencia preterrenal. Una memoria inconsciente pero activa trabaja entonces intensamente en el desarrollo del bebé, utilizando la sustancia indiferenciada, o poco diferenciada, del cerebro humano y del resto del organismo. Ya en la etapa embrionaria, durante la cual se produce gradualmente el proceso de unión mencionado, y también más tarde, después del nacimiento, el ser humano trabaja como un escultor en la formación del cerebro y de los restantes órganos. Esta memoria inconsciente pero activa de la vida preterrenal trabaja en el organismo de forma más intensa en los primeros años del niño. 

Mientras que lo más esencial ha sido preparado previamente y luego se realiza en sus secuelas, todavía queda mucho por trabajar en este organismo cósmico-físico, espiritual, condensado en un cuerpo humano físico. Esto es una contradicción, pero debe entenderse en el contexto en el que lo he descrito para ustedes hoy. Todavía queda mucho por trabajar en este organismo. Por lo tanto, es la memoria inconsciente, pero activa, la que trabaja en el niño como elemento interior escultórico humano.

Si la última etapa de la vida preterrenal, experimentada conscientemente, pudiera traerse a la vida terrestre, la filosofía pura de las ideas tendría su contenido suprasensible. Pues justamente ese elemento etérico cósmico que interviene en las imágenes del organismo humano es lo que produce una concepción filosófica verdaderamente viva. Pero, aun así, a pesar de su vivacidad, algo falta en esta concepción filosófica. Corresponde, después de todo, a una etapa de la experiencia preterrenal en la que el ser humano está particularmente alejado de su organismo físico, cuando es inconsciente de él. Esto confiere una cualidad de otro mundo incluso a la filosofía más viva, por ejemplo la que surge de la clarividencia onírica de los tiempos primitivos. Dado que la filosofía, si está viva, corresponde a una experiencia de la que escapa la vida terrenal, siempre tiene un fuerte deseo de comprender las actividades terrenales, pero se siente por encima de la existencia terrenal. La filosofía tiene siempre una cualidad idealista, lo que implica que se basa en algo que no es de esta tierra, sobre todo cuando está viva interiormente. En realidad, sólo en la última etapa de la existencia preterrenal el ser humano es filósofo. Sería necesario recordar aquí, en la vida terrestre, lo que está presente espontáneamente en su experiencia consciente en ese último período. Allí, el hombre es un verdadero filósofo, como antes fue un verdadero cosmólogo al enfrentarse a las revelaciones cósmicas, cuando los seres cósmicos ya se habían retirado de él; y fue un verdadero perceptor de la religión en la primera etapa preterrenal que he descrito hoy. Pero así como en el infante aparece una memoria inconsciente pero activa, también me fue posible decir aquí: Si se pudiera incluir en la filosofía de las ideas y llevar a la plena conciencia lo que aparece inconscientemente en un infante, surgiría la filosofía. Eso es muy natural, porque lo que experimenta un infante es el recuerdo inconsciente de lo que el alma experimenta en la última etapa antes de su unión con el cuerpo físico.

Por lo tanto, la visión religiosa, la cosmología y la filosofía deben ser dones del mundo suprasensible si quieren ser correctas. Sólo si vuelven a serlo, y son reconocidos como tales por el ser humano, satisfarán plenamente las necesidades espirituales de la humanidad.

Hoy he tratado de describir para vosotros los asuntos relacionados con el misterio del nacimiento. En los días siguientes tendré que presentar el otro lado, los asuntos que están conectados con el misterio de la muerte, para completar gradualmente el cuadro que debe representar para nosotros cómo lo que tiene el mayor valor espiritual aquí en la vida terrestre debe ser un reflejo, una réplica, un efecto de lo que el ser humano puede experimentar, percibir y conocer en la existencia suprasensible, porque no es sólo un ser sensorial terrenal, sino un ser anímico-espiritual, suprasensible y, por lo tanto, pertenece también al mundo del alma y del espíritu. Y si quiere sentirse plenamente humano en la vida en todas las etapas de la experiencia sensorial, debe incluir también el conocimiento de lo suprasensible en su vida terrenal.


1 [Para este concepto, véase especialmente el ciclo GA231 dado en La Haya en noviembre de 1923, traducido bajo el título de Hombre Suprasensible, en cuya cuarta conferencia Rudolf Steiner explica cómo se crea el espíritu-gérmen de cada órgano en las diferentes esferas del cosmos durante la vida entre la muerte y el renacimiento].



Traducido por J.Luelmo abril 2021

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