GA215 Dornach 12 de septiembre de 1922 Cristo en su relación con la humanidad

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FILOSOFÍA, COSMOLOGÍA Y RELIGIÓN


GA215 

Dornach 12 de septiembre de 1922



VII conferencia


Ayer traté de explicar cómo el hombre, que como ser anímico-espiritual ha estado viviendo en el mundo espiritual durante la existencia preterrenal, hace su transición a la tierra física. Si queremos poner ante nuestras almas la intervención muy real del Cristo y del Misterio del Gólgota en la evolución de la humanidad terrestre, es absolutamente necesario reconocer la existencia preterrenal del hombre y llegar así a comprender la esencia eterna de su ser. Porque, para comprender la naturaleza real de este Misterio, debemos ser capaces de seguir a este Ser, el Cristo, que pertenece a los mundos espirituales, en su descenso desde las regiones extraterrestres hasta la existencia terrestre. Este Ser sólo había vivido en aquellas regiones donde nosotros también pasamos nuestra existencia prenatal, hasta que llegó el momento en que en el hombre Jesús tomó una forma terrenal y comenzó su actividad terrenal.

Si la gente quiere llegar a tal comprensión del Cristo y del Misterio del Gólgota en relación con el acontecimiento del nacimiento humano, del que hablé ayer de forma somera, debe tener en cuenta, en primer lugar, que la constitución del alma humana y su experiencia interior han pasado en el curso de la evolución de la humanidad en la tierra por transformaciones muy significativas e importantes. Hoy en día, la gente suele suponer que la constitución del alma, y esos estados de conciencia en los que se encuentra el ser humano moderno en la vigilia y en el sueño, siempre han pertenecido a la humanidad, al menos esencialmente, desde que comenzó la historia humana. 

A lo sumo, la visión del mundo a la que se ha llegado en la cosmología científica natural apunta a una forma primitiva medio animal que poseía la humanidad primitiva, tal y como trataremos en este momento. Por supuesto, la naturaleza interior de ese ser tendría que ser imaginada como diferente del pensar, sentir y querer del ser humano actual. Pero las transformaciones por las que ha pasado la conciencia del ser humano, toda su estructura anímica interior, desde los tiempos primitivos de la evolución terrestre, rara vez se señalan hoy en día; sin embargo, en estas transformaciones hay algo inmensamente importante y sustancial.

Cuando nos remontamos a los tiempos antiguos de la evolución humana -no hace falta remontarse a los más primitivos, sino a aproximadamente el segundo o tercer milenio antes del Misterio del Gólgota- encontramos que la humanidad tenía una conciencia bastante diferente, una configuración anímica muy distinta a la que tuvo más tarde. La pronunciada diferencia que existe entre la vigilia y el sueño en el ser humano de hoy, existía en aquella época, pero no era el único aspecto del cambio cotidiano de la conciencia humana. 

Hoy el ser humano sólo conoce los estados de vigilia y sueño, y entre ellos, los sueños. Aunque conocemos un cierto contenido en los sueños, debemos admitir que a menudo es engañoso. En cualquier caso, este contenido de los sueños no apunta a ninguna realidad que el ser humano pueda controlar directamente con su conciencia diurna, aunque ciertamente puede hacerlo indirectamente. Pero aparte de estos tres estados de conciencia, de los cuales el de los sueños es el más cuestionable, al menos en lo que se refiere a la obtención de conocimiento, existía para la humanidad antigua un estado intermedio. 

No era ni el de los sueños, ni el de la vigilia completa. Tampoco era una condición de sueño profundo, o de sueño semiconsciente como lo tenemos hoy. Se trataba más bien de un "sueño despierto" pictórico, como podría decirse. Las imágenes fluían dentro de él como los pensamientos corren hoy en día a través de nuestra conciencia despierta. Estas imágenes tenían una forma similar a la de nuestros sueños, pero lo que contenían apuntaba a una pronunciada realidad suprasensible, lo mismo que nuestras percepciones apuntan a una realidad física. 

Igual que cuando vemos un ser físico con colores y formas, sabemos que se trata de una realidad física, así el ser humano antiguo experimentaba imágenes que se movían libremente y con ligereza en su conciencia como se mueven las imágenes de nuestros sueños en la nuestra, salvo que era imposible dudar de que su contenido apuntaba a una realidad espiritual. Al igual que hoy, cuando nuestros ojos perciben algo, sabemos con certeza que hay algo físico, el ser humano del pasado sabía que percibía algo espiritualmente real cuando tales imágenes pasaban por su conciencia.

Entre lo que el ser humano antiguo experimentaba espiritualmente como real, había también un eco de la existencia preterrenal. El ser humano de aquella época simplemente tenía cada día en su alma experiencias interiores que le demostraban sin lugar a dudas que había vivido en una condición anímica-espiritual, en un mundo puramente espiritual, antes de entrar en la vida terrenal. Los humanos de esta época antigua sabían de esto durante toda su vida. Por lo tanto, aceptaban como plenamente evidente la existencia de un núcleo eterno del ser humano, y de un mundo extraterrestre al que pertenecían tanto como al mundo terrestre. Aquellos que, como iniciados de los misterios, se iniciaron en los aspectos más profundos de estas verdades, pudieron hablar a sus seguidores de su ciencia iniciática de tal manera que estos fieles pudieron llegar a la convicción de que miraban a una imagen posterior de su existencia preterrenal, y al mismo tiempo a un mundo espiritual al que el ser humano pertenece con el núcleo eterno de su ser. Esto, según ellos, era un don de gracia otorgado por ese ser espiritual cuya imagen física es el sol físico que vemos en el cielo.

Así que, quien quiera que aceptara la antigua sabiduría mistérica podría decir Miro al sol, pero este sol exterior y físico es sólo una imagen de un ser solar espiritual. Este ser solar espiritual impregna el mundo espiritual del que yo mismo descendí a una existencia terrenal, y el poder de este ser solar ha dotado a mi alma de esa facultad, lo que hace que entre mis experiencias anímicas durante la estancia en la tierra, también tenga esto, a saber, que al mirar hacia atrás en mi existencia preterrenal, puedo estar seguro del núcleo eterno de mi ser en mi alma.

Para aquel que, en la antigüedad, sintiese la gracia del Ser Solar, la muerte humana en la tierra no representaba ningún enigma especial. Estaba apoyado por el poder de sus iniciados y sabía de su existencia preterrenal y de su propia naturaleza externa. Se daba cuenta de que la muerte sólo afectaba al organismo humano físico. Sabía de algo dentro de él que al principio de su vida terrenal había descendido a su organismo físico. Para él, la muerte era un acontecimiento que no tocaba su ser interior. La conocía a través de su forma exterior de conciencia.

Esta era la condición anímica de los seres humanos en las épocas antiguas que precedieron al Misterio del Gólgota. En esas épocas, el secreto del nacimiento estaba abierto a una visión volcada hacia el interior que se esforzaba por alcanzar la gracia del Ser Solar. Mientras eran capaces de comprender este secreto del nacimiento, el enigma de la muerte aún no estaba presente en la forma en que existía para los hombres de una época posterior. En la segunda parte de esta conferencia hablaré de cómo todo esto cambió en el transcurso del tiempo.

Esta conciencia de la humanidad antigua que vivía en imágenes -y la forma en que afectaba al resto de su constitución anímica- era consciente del alma de tal manera que la conciencia activa e intensa del ego, que posee la humanidad actual, no podía surgir todavía en aquella época. El hombre tenía conocimiento de su propia esencia eterna, pero carecía de una pronunciada sensación interior de su condición de ego. Tampoco lo habría logrado nunca si esa antigua conciencia de imagen hubiera permanecido con él como su atributo. Pero, de hecho, cesó. Justo cuando se acercaba el tiempo del Misterio del Gólgota, se atenuó gradualmente, para ser reemplazada cada vez más por el tipo de conciencia ordinaria que poseemos hoy, con su agudo contraste entre el sueño y la vigilia, y, entre ambos, el dudoso mundo de los sueños. La humanidad había perdido esa parte del autoconocimiento que miraba hacia atrás en visión directa a la vida preterrenal y con ella al núcleo eterno del ser humano. Pero precisamente eso era necesario para que el hombre alcanzara gradualmente su plena conciencia del yo. Aunque en ese período medio de la evolución humana, alrededor de la época del Misterio del Gólgota, la plena conciencia del ego no había aparecido todavía en toda la humanidad, se estaba preparando lentamente. Con ella los hombres se enfrentaron en toda su extensión y con gran intensidad al enigma de la muerte. Porque ya no sabían nada a través de la visión directa sobre el mundo del que habían descendido a la existencia terrenal.

En la época en que la humanidad atravesaba esta etapa de su evolución, apareció el Cristo, descendiendo del mismo mundo del que el alma humana siempre vuelve a nacer, y, a través de los acontecimientos de Palestina, se unió con el hombre llamado Jesús. En aquella época todavía se conservaban las antiguas tradiciones, es decir, los antiguos métodos de los centros de iniciación. Aunque no eran más que un vestigio de la antigua iniciación, incluso en su forma debilitada todavía podían conducir a un conocimiento sobre el aspecto del mundo espiritual y el tipo de conexión que el hombre tiene con él. 

Los iniciados de aquella época podían dirigirse a quienes estaban dispuestos a recibir sus palabras y decir: El Ser Solar, Aquel que antiguamente otorgaba la gracia a los hombres concediéndoles una visión de una imagen posterior de la vida preterrenal, Aquel cuyo reflejo físico es el sol físico, este Ser Solar ha descendido a la tierra. Él ha vivido en el hombre Jesús. Ha encarnado en un cuerpo físico no sólo para permanecer conectado a partir de este momento con el mundo espiritual, en el que el hombre vive entre la muerte y un nuevo nacimiento, sino también para vivir dentro de la evolución humana en la propia tierra.

A partir de los vestigios de la antigua iniciación, los iniciados, contemporáneos del Misterio del Gólgota, le contaron a quienes estaban dispuestos a aceptarlo y tenían confianza en ellos, el secreto del Cristo. Aquellos que tenían esta confianza podían aprender cómo el Cristo había entrado en un cuerpo terrenal, para que pudiera resolver, no a través de algún tipo de enseñanza, sino a través de su obra, el enigma que sólo entonces afectaba a la humanidad en toda su intensidad: el enigma de la muerte. Los iniciados señalaron al pueblo que el Cristo había venido para resolver el enigma de la muerte en la tierra de una manera adecuada para el hombre. Pues en la época en que tuvo lugar el Misterio del Gólgota en el reino de la tierra, los que poseían los vestigios de los antiguos métodos de iniciación hablaban sobre todo del ser espiritual de Cristo tal como aparecía en el mundo espiritual. 

Se describía el camino que el Cristo, que nunca antes había descendido a la existencia terrestre, había tomado desde el mundo espiritual hasta la tierra. En todas estas descripciones dadas por los iniciados contemporáneos del Misterio del Gólgota, la enseñanza principal era sobre la manera en que el Cristo descendió en el hombre Jesús y Él mismo se hizo hombre en él. En aquella época la gente no se limitaba a referirse al Jesús histórico y preguntar: ¿Qué posición ocupa este Jesús histórico en la evolución humana? - Al fin y al cabo, la conciencia ordinaria se enfrentaba a él. Algunos de sus contemporáneos estaban en contacto directo con él, mientras que los que vinieron después lo conocían en su conciencia de sentido físico a través de la tradición histórica. 

Pero los que sabían algo de los mundos espirituales por su conocimiento de la antigua ciencia iniciática podían decir: Ese Ser que antes era considerado como el excelso Ser Sol, el otorgador de la gracia que describimos, ha tomado el camino que conduce a la tierra y al hombre Jesús. Entonces ha pasado por el Misterio del Gólgota, porque el hombre ya no podía ver conscientemente en la vida preterrenal y, por tanto, era incapaz de resolver el enigma de la muerte. De hecho, ya no podía ser consciente de este Ser en absoluto - el elevado Ser solar que, al dar a los hombres la visión de la imagen posterior del mundo en el que habían vivido antes del nacimiento superó la muerte terrenal. Este mismo Ser descendió a la tierra, tomó forma humana y pasó por el Misterio del Gólgota para, a través de lo que significaba el acontecimiento, devolver a la humanidad en la tierra -pero esta vez desde fuera- la imagen posterior de la vida preterrenal que en tiempos anteriores había podido impartirles para su vida anímica interior en forma de imágenes. De esta manera se expresaron los iniciados contemporáneos del Misterio del Gólgota.

Anteriormente, el ser humano era bendecido por la gracia con una capacidad en su conciencia que le permitía experimentar su esencia eterna directamente cuando miraba hacia atrás en su vida antes del nacimiento. Pero tenía que desarrollarse más. Tuvo que desarrollar una clara conciencia terrenal que sólo podía ser encendida y desarrollada por medio del mundo de los sentidos. Esto es lo que hizo que la antigua conciencia, por medio de la cual el hombre había sido capaz de reconocer su naturaleza eterna, retrocediera. Pero ese Ser, que antes había permitido al ser humano percibir su propio ser eterno desde el mundo espiritual, realizó el Misterio del Gólgota después de su descenso a la tierra para que el hombre, al percibir y comprender este acontecimiento, pudiera experimentar él mismo desde fuera lo que antes había experimentado desde dentro. Desde el Cristo en la tierra el ser humano debe experimentar aún más lo que antes había experimentado desde el mundo espiritual a través de Cristo.

En la tercera parte de esta conferencia explicaré el significado que esto tuvo para el curso posterior de la evolución de la humanidad.

Los vestigios de los antiguos métodos de iniciación a través de los cuales los iniciados de la época del Misterio del Gólgota, e incluso sus sucesores, pudieron hablar correctamente sobre el descenso del Cristo y el camino que siguió hasta su encarnación en el hombre Jesús - estos vestigios continuaron hasta el siglo IV d.C., aunque debilitándose cada vez más en cuanto a la eficacia que tenían para la humanidad. Para entonces, habían dejado de suscitar en la organización humana el tipo de capacidades que permitían una visión fiable del mundo espiritual. La humanidad entraba ahora en un período de su evolución en el que dependía principalmente de las percepciones y visiones que sólo pueden alcanzarse en el mundo de los sentidos y de un pensar basado en impresiones y observaciones en este mundo. Este período de la evolución de la humanidad, que duró varios siglos, trajo consigo lo que acabo de indicar como el desarrollo, el despliegue de la conciencia del ego.

Uno no puede estudiar la historia correctamente a menos que sea capaz de ver durante el período que va desde el siglo IV hasta aproximadamente el siglo XV d.C. cómo toma forma gradualmente la conciencia del ego entre los pueblos civilizados. Por supuesto, los precursores de esta conciencia del ego en desarrollo también vivieron en épocas anteriores, pero fundamentalmente hay una gran diferencia entre incluso la persona más educada y culta de los siglos IV o V, y una del XV o XVI. Una persona que puede ver -ni siquiera diría que en el alma de Agustín, cuya conciencia del yo puede estudiarse con bastante claridad de forma psicológica-, pero digamos que alguien que puede mirar, por ejemplo, en el alma de Escoto Erigena en el siglo IX, ve cómo la conciencia del yo, que poseería más tarde hasta la persona más sencilla, apenas empezaba a desarrollarse y a formarse. 

Al mismo tiempo, estaba cesando el antiguo tipo de visión a través del cual era posible, por ejemplo, desarrollar la alquimia, que representaba una fusión innata entre lo que ven los ojos y lo que experimenta el alma al contemplar las cosas del mundo exterior. La observación pura de los sentidos, como base del conocimiento humano, surgió por primera vez hacia el siglo XV. En este vuelco del ser humano hacia la mera observación de los sentidos -que alcanzó un punto álgido en la época de Copérnico, Galileo y Giordano Bruno- hacia la conciencia del mundo de los sentidos, surgió también la conciencia del yo.

Sin embargo, la conciencia del ego hizo que el conocimiento de los mundos espirituales cayera en las profundidades de la oscuridad. La antigua percepción de los misterios, el conocimiento iniciático, se había desvanecido en el siglo IV d.C. y apenas un rastro de él continuó en la corriente de la civilización. Pues lo que persistía de este conocimiento estaba bien oculto, y permanecía casi desconocido para la gente en general, incluso para los pueblos occidentales eruditos. La ciencia de la iniciación no tuvo ninguna influencia real en la cultura general y la civilización. Por lo tanto, no podía arrojar ninguna luz sobre el camino recorrido por el Cristo desde los mundos espirituales hasta la humanidad en la tierra, como todavía era posible en los primeros siglos cristianos, aunque eso no había sido más que un vestigio, pero sin embargo un vestigio de la antigua ciencia iniciática. En consecuencia, sólo el Jesús histórico fue reconocido por la humanidad, incluso por los hombres cultos - ese Jesús del que habla la historia, una historia que no añadió a este Jesús histórico, ni por medio de la visión humana directa ni por las enseñanzas de la iniciación, la imagen del Cristo que estaba unido a él.

Así, durante estos siglos, el desarrollo de la Iglesia no podía hacer otra cosa que remitir a sus creyentes una y otra vez al Jesús histórico, dando vida a su imagen. Sin embargo, de todo lo que aquellos hombres, que conocían algo real del mundo espiritual, podían hablar todavía en los primeros siglos cristianos, nada podía conocerse ya directamente. Sólo lo que se conservaba por tradición de aquellos tiempos en los que todavía existían almas humanas que conocían realmente el mundo espiritual a partir de la ciencia iniciática, sólo lo que se había conservado por tradición a partir del antiguo conocimiento cristiano - sólo esto podía ser establecido por la Iglesia en forma de dogmas relativos al Cristo. No se hizo ninguna referencia a los que todavía conservaban una visión del contenido espiritual de estos dogmas, que se convirtieron en objeto de mera fe.

En la época en que el conocimiento se fue perfeccionando y ampliando con respecto al mundo de los sentidos, junto a este conocimiento del mundo de los sentidos se colocó un contenido de fe dogmática, un contenido dogmático que sólo se relacionaba con la figura de Jesús por medio de una determinación exterior.

Esta figura de Jesús se había establecido en la conciencia ordinaria de la humanidad y había tomado forma. Esta actitud continuó a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX y finalmente condujo a una teología que pretendía ser cristiana pero que sólo se ocupaba del hombre Jesús, porque como resultado de la tradición histórica la conciencia ordinaria sólo tenía conciencia de él.

Mientras tanto, la conciencia que había desarrollado la experiencia del yo y que había investigado las leyes del mundo de los sentidos tenía cada vez menos inclinación a atenerse a los contenidos establecidos de la fe. Fueron sobre todo las personalidades dirigentes en las que más se había desarrollado la nueva conciencia las que se emanciparon de las inclinaciones hacia la fe y, por tanto, hacia el Cristo. Así sucedió que en el siglo XIX cobró especial protagonismo la supuesta teología cristiana, que había perdido por completo todo conocimiento del Cristo en favor de Jesús y hablaba sólo de "Jesús de Nazaret". Quiso reconocer a Jesús sólo como un hombre, aunque quizás el más eminente que había aparecido en la evolución humana.

En los primeros siglos cristianos, a partir de los vestigios de la antigua sabiduría iniciática, se había intentado describir el camino que conducía desde la percepción del Ser Crístico hasta su encarnación en Jesús de Nazaret; para comprender el Misterio del Gólgota, se empezaba por Cristo y se llegaba después a Jesús. En el siglo XIX, se empezaba por Jesús, al que se miraba al principio como un hombre, y se intentaba llegar de Jesús a Cristo. Pero ése era el camino que, como es natural, conducía al final a la admisión (o a la negativa a admitir) la propia incapacidad de elevarse al Cristo desde el Jesús histórico del que sólo la conciencia ordinaria era consciente, el "simple hombre" Jesús que había vivido en Palestina.

Esta situación sólo puede cambiarse mediante la iniciación moderna, tal como la he caracterizado en sus líneas maestras en los últimos días, que puede conducir a la imaginación, la inspiración y la intuición de una forma nueva. Por medio de esta nueva sabiduría iniciática es posible de nuevo ir más allá de la imagen meramente histórica de Jesús a una visión directa de la existencia preterrenal del hombre y del mundo en el que transcurre esta existencia. De este modo es posible contemplar al Cristo en su espiritualidad supraterrenal y, a partir de él, comprender a Jesús y, por tanto, la naturaleza del Misterio del Gólgota. El camino que ha tomado la teología moderna, que, al enfatizar a Jesús, ha perdido al Cristo, puede ser invertido. A partir de la percepción espiritual, los hombres pueden volver a reconocer al Cristo, y a través de la percepción de Cristo contemplar a Jesús, en quien el Cristo se hizo Hombre. Con esta percepción de Cristo, obtenida en el espíritu, pueden entonces contemplar el Misterio del Gólgota. A través de la percepción antroposófica, el Cristo, que para una rama de la teología moderna ya se ha perdido, debe ser recuperado ahora. En la cuarta parte de las consideraciones de hoy explicaré que significado tiene para el desarrollo de la interioridad humana.

Ya se ha mencionado que, mediante la iluminación de la conciencia del ego, el alma humana se enfrentó al enigma de la muerte. Esto tenía que suceder porque, como el ego se había hecho presente con plena claridad en la experiencia anímica interior, el organismo físico del hombre se había convertido así en la base real de esta conciencia humana ordinaria. Esta conciencia impregnada de ego tenía su fundamento en el organismo físico del hombre, y éste aprendió a sentir instintivamente que únicamente lo que tiene su fundamento en el organismo físico, puede ser experimentado por el alma. Ya no veía la esencia eterna de su ser a través de una conciencia de imagen directa. Fue precisamente su conciencia del ego, su facultad más elevada en la vida terrestre, la que atrajo su atención exclusivamente hacia su cuerpo físico y mostró cómo este cuerpo, debido a su constitución, podía permitir que su conciencia saturada de ego se iluminara. En este estado de conciencia no podemos decir que haya nada en nuestra alma que llevemos a través de la puerta de la muerte.

Fue precisamente la capacidad de una visión retrospectiva en la vida preterrenal, que había sido dada a una humanidad más antigua por la gracia del elevado Ser Solar, la que había permitido a la conciencia ordinaria ver hacia adelante en lo que está más allá de la muerte. Ahora, la conciencia se había vuelto especialmente clara porque, en toda su extensión, se había convertido en una experiencia del organismo físico. Pero debido a esto el hombre no podía dejar de decirse a sí mismo: Posees poderes para iluminar tu conciencia, pero provienen del cuerpo físico. Este cuerpo se desintegra con la muerte. En esto, de lo que eres consciente en tu conciencia ordinaria, no percibes nada de lo que puede llevarte a otro mundo. Algo de esta naturaleza puede existir - pero con tu conciencia ordinaria no percibes ni sabes nada de ello.

Este misterio de la muerte había aparecido con especial intensidad en los primeros siglos cristianos, cuando los seres humanos eran todavía más sensibles a estas cuestiones. Los iniciados, sin embargo, habían llamado la atención de la humanidad sobre el Misterio del Gólgota, y en los siglos siguientes, a medida que el cristianismo evolucionaba, sus líderes habían dirigido igualmente a la humanidad hacia ese Misterio a través de sus dogmas de fe. ¿Qué debía significar este Misterio para el hombre?

Una persona que pueda alcanzar una relación interior de persona a persona con el Cristo en la tierra, que pueda reconocer y aceptar el Misterio del Gólgota, debe tomar algo en su conciencia que ningún mundo material de los sentidos puede suministrar. Precisamente la persona que mira más profundamente la constitución del mundo de los sentidos debe negar el Misterio del Gólgota, pues ninguna comprensión de este Misterio es posible para una comprensión derivada de los sentidos. Sin embargo, si puede recibirlo en su corazón, si entonces es capaz, por medio de un poder de comprensión arraigado en el alma humana (Gemüt), de captar ese acontecimiento consumado una sola vez en la evolución de la tierra -un acontecimiento comprensible sólo desde el espíritu-, entonces, en su conciencia ordinaria, se desprende de la mera comprensión de los sentidos, que en su especial claridad e intensidad es precisamente el rasgo esencial de la conciencia del yo.

Nadie que quiera mantenerse exclusivamente en el mundo de los sentidos puede llegar a comprender el Misterio del Gólgota. Por el contrario, si se renuncia a cualquier comprensión del Misterio del Gólgota basada en la percepción de los sentidos y se adquiere, en cambio, una relación con él de fe y reconocimiento, si se mira hacia el Misterio del Gólgota en una actitud de veneración piadosa y se alcanza la comprensión de lo que Cristo llegó a ser para la humanidad cuando descendió de una existencia espiritual a la vida terrenal, entonces se eleva por encima de la mera comprensión del mundo de los sentidos con la ayuda de esa misma fuerza que, aunque es en sí misma una parte de la conciencia terrenal, constituye, sin embargo, la facultad más elevada del hombre. El hombre genera y despliega así una fuerza en su conciencia ordinaria que no surge de su propio desarrollo natural. Debe profundizar en su interior e intensificar su conciencia si quiere ir más allá de su comprensión del mundo de los sentidos y desarrollar la fuerza suficiente para permitir que el significado espiritual del Misterio del Gólgota se convierta en una verdad para su alma.

Si renunciamos a toda comprensión basada en los sentidos y reconocemos la verdad del Misterio del Gólgota; si reconocemos que el Cristo realmente vivió una vez en la tierra en el cuerpo de Jesús, y que en el Misterio del Gólgota se llevó a cabo un hecho real, celestial, supraterrenal, de importancia perdurable, en medio de la existencia terrestre - entonces, al reconocer esta verdad logramos reemplazar esa fuerza que una vez formó parte de la conciencia ordinaria pero que ahora se ha perdido.

En tiempos pasados, el poder de mirar hacia atrás en la vida preterrenal estaba presente en la conciencia ordinaria, y de esta visión la conciencia obtenía la fuerza para llevar el alma a través de la puerta de la muerte. Este poder, que ahora ya no existe, debía entrar en el alma a través del Misterio del Gólgota; debía entrar a través del fortalecimiento que podía producirse en el alma, si, a través de la experiencia interior del alma, una persona confesaba la verdad de este Misterio. Entonces, como el dicho de Pablo: "No yo, sino el Cristo en mí", cobraba vida en el hombre mismo, el Cristo, con el poder que brotaba de Su acto en el Gólgota, podía llevar al hombre más allá del punto en que, meramente por la condición de su conciencia, la muerte física podía abandonarlo. Por estos medios, era posible recuperar un poder del que el hombre sabía que con él era capaz de llegar más allá del portal de la muerte.

Cómo los misterios de la muerte, lo opuesto a los misterios del nacimiento, de los que hablé ayer, pueden describirse más en relación con el Ser Crístico, será el tema de la conferencia de mañana.

Hoy quiero terminar mi intervención refiriéndome a lo que dijo un antiguo iniciado a aquellos cuyas almas -ya en los primeros siglos cristianos- se enfrentaban a todo este enigma de la muerte. Dijo: "Contemplad la condición del cuerpo humano, ahora que el hombre ha llegado al uso de la conciencia del ego. En esta etapa, el cuerpo físico oculta la entidad total del hombre. Desde el despliegue de la conciencia del ego, el hombre está constituido de tal manera que en su cuerpo físico, y sólo a través de él, nunca podría apoderarse de ese elemento en él que pertenece al espíritu. Mirad", decía tal iniciado a sus seguidores en los primeros siglos cristianos, "mirad el organismo físico humano justo cuando se alcanza la etapa en que debe ofrecer la más alta potencialidad para la conciencia del ego; resulta ser inadecuado. El organismo físico está, pues, enfermo; sólo estaría sano si pudiera dar al hombre la conciencia de su significado espiritual. Este organismo físico se desarrolló de tal manera que desde el principio hubo en él una enfermedad en relación con la vida del espíritu. Por esta razón, el Cristo descendió y pasó por el Misterio del Gólgota, no sólo como maestro, sino como el Médico del alma, que, a través del alma del hombre, lo cura de lo que ha enfermado en su organismo físico". Así es como aquellos iniciados del primer siglo cristiano -que ya no son reconocidos por la teología actual y que han sido borrados de la memoria- presentaban al Cristo como el Médico del alma, el Sanador, el Salvador de la humanidad. Al presentarlo así, le dieron el lugar que le correspondía como verdadero sentido de toda la evolución terrestre. Mostraron cómo la evolución del hombre tomó un curso descendente, descendiendo hasta el punto en que su organismo físico se volvió completamente corrupto e inútil para las tareas más elevadas de la conciencia humana. Entonces el Divino Salvador, como Médico del alma, intervino para sanar la relación entre la condición anímica del hombre y el mundo divino-espiritual. Así, a través de los iniciados de los primeros siglos cristianos, surgió una comprensión más profunda del Cristo, a saber, la del Cristo como el Médico del alma del mundo, el Sanador de la humanidad, el Salvador.

Por todo esto se puede decir que en la antigüedad, antes de que el Misterio del Gólgota tuviera lugar en la tierra, los iniciados podían hablar a círculos más amplios de la humanidad, que estaban abiertos a sus enseñanzas, sobre una existencia espiritual, divina, que impregnaba y era el fundamento de toda la existencia de los sentidos. Si el hombre vuelve a dar vida a esta enseñanza en la conciencia moderna a través de la visión imaginativa, entonces, lo que de otro modo es una filosofía abstracta y pensada, se anima - no sólo en el sentido en que la he caracterizado anteriormente aquí, sino impregnándose de Cristo. Por medio del conocimiento a través del cual la imaginación moderna conduce a los hombres de nuevo a una visión del mundo espiritual, la filosofía se llena de Cristo. Lo que una vez existió en la humanidad antigua, es decir, la conciencia del Padre Divino-Espiritual de toda la existencia física, puede despertar de nuevo en la humanidad. Fue básicamente hacia esta conciencia del Padre Divino que los antiguos iniciados precristianos se esforzaron junto con el resto de la humanidad. En el grado más alto de iniciación en los misterios, el iniciado representaba al Padre Divino-Espiritual, Cósmico, y era llamado "El Padre".

Si el hombre permite que surja este concepto en su mente, cobra vida lo que puede llamarse una filosofía cristiana. Además, a través de la inspiración moderna, llega a conocer lo que ya fue expresado proféticamente por los iniciados de los primeros siglos cristianos, que aún poseían vestigios de una inspiración antigua. Aprende a percibir cómo un Ser Divino-Espiritual, el Cristo, descendió de los mundos espirituales, se colocó en el desarrollo terrenal del ser humano, y así constituye en sí mismo el punto de apoyo de esta evolución. La evolución terrestre de la humanidad y sus leyes adquieren así un contenido significativo cuando el ser humano aprende, a través del Misterio del Gólgota, a vincular esta evolución con el cosmos mediante la mirada al Ser Cristo cósmico. Además, el ser humano aprende a reconocer cómo la evolución terrestre ha sido una preocupación del cielo, cómo el cosmos se ha preocupado por los asuntos de la humanidad. De este modo, la naturaleza de esa cosmología, que siempre he caracterizado aquí como una cosmología espiritual, se amplía hasta convertirse en una cosmología cristiana.

Si el ser humano logra una relación viva con el Cristo y el Misterio del Gólgota en el sentido de las palabras de Pablo: "No yo, sino el Cristo en mí", el Cristo, al ayudarle a resolver el enigma de la muerte, le conduce a una vida renovada en el espíritu. Se familiariza con el nuevo espíritu, que una vez más va a dejar claro a la humanidad que más allá del mundo físico existe un mundo espiritual que rige, ordena e impregna lo físico. Aprende a conocer la misión del Espíritu Sanador, que procede de Cristo y es santificado por el propio Cristo. Aprende a conocer el misterio del Espíritu Santo como fundamento de una nueva percepción religiosa.

La Trinidad, de la que tanto se ha hablado como dogma, vuelve a vivir para el ser humano. Volviendo a los misterios precristianos se puede decir que en ellos vivía Dios Padre, que también tiene un significado cósmico para nosotros. A través del Misterio del Gólgota, Dios Hijo, en Cristo, se acercó a la humanidad, y a través de lo que Dios Hijo ha traído a la humanidad, se estableció la conexión con la Curación, el Espíritu Santo. La Trinidad es de nuevo una concepción viva; no es un dogma.

A través de la vitalización de la conciencia del Padre surge una filosofía impregnada de Cristo. A través de la vitalización de la conciencia del Hijo surge una cosmología impregnada de Cristo. De acuerdo con lo que el Cristo refirió y ha llamado el Espíritu Sanador y ha derramado misericordiosamente sobre la humanidad, surge una nueva base para una religión cristiana, fundada en el conocimiento.

Partiendo de tal filosofía cristiana, de una cosmología cristiana y de un conocimiento religioso cristiano, hablaremos más adelante sobre el misterio de la muerte en relación con el Ser Crístico y el curso de la evolución de la humanidad.

Traducido por J.Luelmo abril2021

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919