GA061Berlín 29 de febrero de 1912 - la historia de la humanidad el fenómeno de la muerte en el ser humano, en los animales y en las plantas.

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HISTORIA DE LA HUMANIDAD

 A LA LUZ DE LA INVESTIGACIÓN ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Berlín 29 de febrero de 1912



13ª conferencia: la muerte en el ser humano, en los animales y en las plantas.

En sus escritos, Tolstoi expresó una vez su asombro, incluso podría decirse que su desaprobación, por el hecho de que mientras buscaba en la ciencia contemporánea, había encontrado todo tipo de estudios sobre el desarrollo del mundo de los insectos, sobre cosas del organismo o de otras partes del mundo que le parecían insignificantes, pero que no había encontrado nada dentro de la ciencia sobre las cuestiones importantes, esenciales, que mueven todo corazón. Sobre todo, dice Tolstoi, no ha encontrado nada sobre la naturaleza de la muerte. Desde cierto punto de vista, no se puede estar totalmente en desacuerdo con una objeción tan significativa para el espíritu científico moderno. Sin embargo, desde otro punto de vista, se puede subrayar que si tal afirmación pretende ser una acusación, es en cierto modo injusta para la ciencia moderna por la sencilla razón de que la ciencia moderna ha tenido durante mucho tiempo su grandeza e importancia precisamente en ese campo en el que básicamente se han buscado en vano las respuestas a las preguntas relativas, por ejemplo, a la naturaleza de la muerte. 

Si se parte de la visión del mundo que se quiere representar aquí, no hay necesidad de soltar un exabrupto tras otro sobre la ciencia moderna. En efecto, se pueden admirar los grandes logros, las realizaciones bastante significativas de esta ciencia, tanto en su propio campo como en lo que respecta a su aplicación en la vida práctica y en la sociedad humana, y aquí se ha expresado repetidamente que la ciencia espiritual no tiene por qué ser inferior a cualquier tipo de admiración que vaya en esta dirección.  Pero los logros más significativos de la ciencia moderna se encuentran en un terreno en el que no se puede llegar a los puntos de contacto que hay que alcanzar si se quieren investigar las cuestiones de la muerte, la inmortalidad y similares. La ciencia moderna no puede hacerlo desde sus puntos de partida porque primero se ha propuesto la tarea de investigar la vida material como tal. Pero si miramos más de cerca allí donde la muerte interviene en la existencia, encontramos el punto de contacto referido, entre lo espiritual y lo material. En verdad, al hablar de estas cuestiones, no es necesario estar de acuerdo con muchos arrebatos baratos contra los esfuerzos de la ciencia moderna. De hecho, incluso se puede decir, y esto también se ha subrayado a menudo, que si hay que investigar las grandes cuestiones de la conciencia de la existencia, uno puede sentirse más atraído, en lo que se refiere al sentido científico de la responsabilidad y a la conciencia científica, incluso como científico espiritual, por la forma en que procede hoy la ciencia natural externa, aunque no pueda llegar a las cuestiones más importantes y a la vida, salvo a algunas argumentaciones ligeramente aderezadas que provienen de vertientes teosóficas diletantes o de otra manera científico-espirituales, y que a menudo se lo ponen bastante fácil, sobre todo en el aspecto metódico, con las respuestas a cuestiones como las que nos ocupan hoy.

Sin embargo, en tiempos más recientes se ha comenzado a abordar la cuestión de la muerte de los seres desde el punto de vista de la ciencia. Esto ha ocurrido de una manera peculiar. Y aparte de varios intentos individuales que se han hecho, cuya discusión iría hoy demasiado lejos, se puede mencionar al menos a un investigador que ha tocado la cuestión de la naturaleza de la muerte en un libro significativo, y que abordó esta cuestión de una manera peculiar, tan peculiar que hay que volver a decir -como hubo que decir de una manera similar en las discusiones sobre el "origen del hombre": Como científico espiritual, uno se siente tan extraño en relación con esta ciencia natural de la actualidad, pues dondequiera que uno se enfrente a los hechos, encuentra que precisamente desde el punto de vista de la ciencia espiritual, puede tomar estos hechos plenamente en cuenta y ver en ellos pruebas estrictas de lo que la ciencia espiritual tiene que presentar. - Pero cuando uno se encuentra con las teorías e hipótesis que se plantean de forma más o menos materialista, o, como se cree, de forma monista, la cosa cambia. Aquí uno siente que, por mucho que esté de acuerdo con los hechos que los últimos tiempos han aportado, a menudo no puede estar de acuerdo con las teorías e hipótesis que aquellos que creen pisar en el verdadero terreno de la ciencia natural piensan que deben construir sobre lo que surge como hechos científicos naturales. 

Dicho investigador que escribió sobre la naturaleza de la muerte señalaba, desde su punto de vista científico, un punto muy interesante, especialmente en relación con la ciencia espiritual. Tal persona fue la que durante mucho tiempo dirigió el Instituto Pasteur de París: Metscbnikoff. Él trata de obtener claridad según los hechos dados, en la medida en que hoy es posible, sobre los hechos que provocan la muerte de los seres.

En primer lugar, hay que abstenerse de la llamada muerte violenta de los seres. Quizá tengamos ocasión de referirnos un poco a esta muerte violenta, provocada por desgracias externas o de otro tipo. Pero cuando hablamos de la cuestión de la naturaleza de la muerte -Metschnikoff también llama la atención sobre esto- debemos verla como parte de la existencia natural, debemos considerarla como inherente, por así decirlo, a los fenómenos de la vida, debemos ser capaces de visualizar los fenómenos de la vida de tal manera que la muerte se corresponda con ellos. Así pues, el enigma de la muerte sólo puede ser resuelto por lo que se llama la muerte natural, que se produce como resultado del final de la vida, al igual que en el curso de la vida se producen otros procesos naturales. 

Dado que esto sirve sólo a modo de introducción sobre lo que se va a decir en referencia a la ciencia natural, es imposible entrar en los detalles interesantes de las observaciones del investigador y pensador mencionado. Pero hay que señalar que llama la atención sobre el hecho de que cuando el científico natural observa los hechos de la vida, en los procesos de la propia vida, en aquello por lo que, por así decirlo, la vida se desarrolla y sigue formándose, no encuentra en realidad nada que pueda ser motivo para la aniquilación de la esencia, para que la muerte intervenga en la vida.

Metschnikoff trata de demostrar con numerosos ejemplos cómo el que sigue la vida ve en todas partes que la muerte se produce sin que se pueda hablar, por ejemplo, de lo que fácilmente se podría hablar en el curso de la vida mientras ésta progresa hacia la muerte, sin que surja eso que se podría llamar agotamiento de la vida en sí misma. Este investigador llama la atención sobre numerosos hechos que demuestran que los procesos de la vida continúan de una forma determinada sin disminuir, que no se puede hablar de un agotamiento de la vida en sí misma y que, sin embargo, la muerte se produce en un momento determinado, por lo que este investigador se encuentra en una posición -sólo hay que confesárselo a uno mismo- en todo caso extraordinariamente extraña, atribuir toda muerte, todo final de la vida en los reinos vegetal, animal y humano a influencias externas, a la aparición de ciertos enemigos de la vida que se imponen en el curso de la misma y que finalmente actúan como combatientes contra la vida como un veneno contra la vida y por tanto destruyéndola finalmente. 

Sin embargo, para este investigador el propio organismo muestra signos por doquier de que no se está muriendo realmente de agotamiento, él está persuadido de que cuando la muerte se aproxima, aparecen de una u otra forma tales enemigos de la vida, que están ahí como síntomas de envenenamiento y ponen fin a la vida. Así pues, tenemos ante nosotros una hipótesis científica -no es más que eso- que atribuye básicamente toda muerte natural a influencias externas, a la aparición de síntomas de envenenamiento por parte de seres vivos externos del reino vegetal o animal, que aparecen como enemigos de la vida y en determinados momentos destruyen el organismo. 

Este es el argumento que utiliza todos los medios para llegar a algún tipo de comprensión de la naturaleza de la muerte dentro de los propios fenómenos materiales. Al tomar tal camino, uno trata de abstenerse, en la medida de lo posible, de la idea de que el elemento espiritual en sí mismo podría intervenir en la vida orgánica como algo activo, como algo efectivo, y que tal vez este elemento espiritual como tal podría tener algo que ver con la muerte tal como se contempla en el mundo exterior. Incluso esto no sería del todo inconcebible, (aunque al principio parezca absurdo para quienes se sitúan en un terreno más o menos materialista o monista), que esos mismos enemigos que aparecen como fuerzas envenenadoras en relación con el organismo pudieran surgir precisamente, podría decirse, como concomitantes necesarios de las fuerzas espirituales que impregnan y fluyen a través de los seres orgánicos que se acercan a la muerte, y que actúan sobre ellos. No sería inconcebible que el espíritu efectivo, siendo por una parte dependiente de la utilización del organismo como su herramienta en el mundo físico, por otra parte, debido a sus procesos, diera lugar a la posibilidad de que tales fuerzas hostiles intervinieran en el organismo para destruirlo. Ahora bien, si uno permite que una discusión como la que acabamos de mencionar tenga un efecto sobre uno, no debe ignorar el hecho de que la ciencia natural de hoy en día, a través de su clasificación como fenómenos meramente materiales, en realidad se toma a la ligera la investigación de la muerte de los organismos, cosa que en realidad no debería hacer. Y esto nos lleva a subrayar que no es tan fácil para la ciencia espiritual, que desde nuestra época debe intentar situarse en el desarrollo espiritual de la humanidad, hacer investigaciones sobre ciertas cuestiones de una manera tan simple como a veces lo hacen aquellas cosmovisiones que creen poder deducir algo sobre los grandes enigmas de la existencia partiendo únicamente de los hechos materiales externos. 

Hay que señalar desde el principio que en toda la forma en que la ciencia natural contempla hoy los fenómenos, no se hace ninguna distinción real por parte de todos cuantos creen estar en el terreno firme de los hechos científicos naturales, acerca de la muerte en relación con el mundo vegetal, en relación con el mundo animal y el mundo humano. Porque eso que se califica como muerte en el mundo vegetal, muerte en el mundo animal, muerte en el mundo humano, ¿Qué tienen en común salvo que se destruye una apariencia exterior? Porque eso mismo también lo tienen en común con la destrucción de una máquina externa: el cese de la coherencia de las partes. Cuando sólo se observan las apariencias externas, es fácil hablar de la muerte, (en la medida en que se puede hablar de esta muerte de manera uniformemente idéntica), en las plantas, los animales y el hombre.

Lo que esto conlleva puede verse en un caso que he mencionado a menudo a varios oyentes de los aquí presentes, pero que siempre es interesante cuando se considera la relación de la ciencia con esta cuestión. En tal ocasión no quiero referirme a los escritos populares habituales que se esfuerzan por extender a círculos más amplios lo que se supone que la ciencia natural ha revelado, sino que, cuando se trata de establecer la relación con la ciencia natural, siempre quiero referirme a los llamados mejores argumentos de este tipo. 

Siempre tenemos la oportunidad de referirnos a un libro excelente y fácilmente comprensible sobre fisiología de nada menos que el gran científico inglés Huxley, que también ha sido traducido al alemán por el profesor I. Rosenthal de Erlangen. Una fisiología, cuyas primeras páginas tratan también de la muerte de una manera muy extraña, en pocas palabras, de la cual se desprende inmediatamente lo inadecuado no de la investigación, sino del pensamiento, del juicio de la ciencia actual ante tal cuestión. En él, Huxley dice en las primeras páginas de sus "Principios de Fisiología": "La vida del hombre depende de tres cosas, y cuando se produce su destrucción, debe producirse la muerte: 

  • En primer lugar, si se destruye el cerebro, 
  • En segundo lugar, si se suprime la respiración de los pulmones, 
  • En tercer lugar, si se detiene la acción del corazón, 

Sólo entonces debe producirse la muerte del hombre. -Extrañamente, sin embargo, no se sabe si este "extrañamente" es sentido en círculos más amplios hoy en día, porque los hábitos de pensamiento se han dejado influenciar por la sabiduría materialista, dice Huxley, no necesariamente se debe decir que la muerte del ser humano debe ocurrir cuando se suprimen las tres funciones mencionadas del organismo humano. Por el contrario, es posible imaginar que el cerebro ya no funciona; pero si la actividad pulmonar y cardíaca puede seguir manteniéndose artificialmente, la vida puede continuar durante un tiempo incluso sin que el cerebro esté activo.  - Que se sienta "extrañamente" es sólo una cuestión de hábitos de pensamiento. Porque, de hecho, uno debería decirse: una vida humana, sin que pueda hacer uso del cerebro como herramienta en el mundo físico, no puede llamarse realmente una continuación de la vida.- De un hombre así hay que admitir que la vida se acaba cuando ya no puede ocurrir aquello para lo que necesita el instrumento del cerebro.  Y si la actividad pulmonar y cardíaca puede seguir manteniéndose de alguna manera, se trataría de una continuación de la vida, tal vez en el sentido de un ser vegetal, y se podría, si se quiere proceder sin prejuicios, hablar de la muerte que tendría que producirse entonces al cesar la actividad pulmonar y cardíaca, como de una muerte vegetal que se añade a la primera muerte.

Sólo es posible hablar de la muerte humana sin prejuicios cuando se ve que la muerte ocurre, porque el individuo ya no puede hacer uso de la herramienta más significativa a través de la cual vive su vida en el mundo físico, en sus actos conscientes. Y sólo el cese de los actos conscientes dentro del mundo físico, en la medida en que están ligados a la necesidad del cerebro, tendría que llamarse muerte para el hombre. Pero el modo en que se consideran estas cosas desde el punto de vista externo queda suficientemente demostrado por el hecho de que el propio Huxley, en aquellas páginas en las que habla de la muerte, llama la atención sobre el hecho de que la ciencia natural no ha conseguido todavía proceder de un modo similar, ya que, en su opinión, una antigua doctrina, como él piensa, sólo procedió, por medio de la transmigración de las almas, a rastrear los hechos espirituales y esenciales del alma en el curso posterior de la existencia, cuando el hombre ha atravesado la puerta de la muerte. Huxley cree que la ciencia natural moderna no puede todavía rastrear lo que tiene que rastrear: el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno, etc., que componen el organismo del ser humano y que se separan cuando el ser humano ha atravesado la puerta de la muerte. De este modo, creía este investigador, la ciencia natural podría aportar algo a la cuestión del sentido de la muerte, si se pudieran rastrear los caminos que las sustancias que componían el organismo humano durante la vida, toman tras la muerte del hombre. Y es significativo e interesante que al final de este primer tratado de fisiología de tal investigador se nos señalen palabras que podemos entender cuando son pronunciadas por el sombrío y melancólico príncipe danés Hamlet, pero que no deberíamos encontrar citadas cuando se plantea la seria cuestión de la naturaleza de la muerte en el mundo.

Si preguntamos por la naturaleza de la muerte en el hombre, estamos necesariamente interesados en el destino de lo que es el núcleo del ser del hombre, y nunca podremos estar satisfechos de saber cómo las sustancias individuales, las materias individuales, que han compuesto lo corpóreo externo, mientras el núcleo anímico-espiritual del ser del hombre se sirvió de las herramientas externas.

Hamlet podría decir desde su sombría melancolía:  

"César imperial, muerto y convertido en arcilla,

podría tapar un agujero para preservarse del viento,

Oh, que esa tierra que mantuvo al mundo en vilo,

pudiera tapar un agujero para expulsar el defecto del invierno".

El melancólico puede decir esto, y lo entendemos en el contexto dramático. Pero cuando el naturalista señala que las moléculas y los átomos que una vez estuvieron en el cuerpo de César podrían seguir viviendo en algún otro ser, por ejemplo, como piensa Huxley, en un perro o en un agujero en una pared, el que se toma las cosas completamente en serio siente desde lo más profundo del pensar lo imposible que es que con ese pensamiento se acerque a los enigmas del mundo. Esto tampoco pretende ser una objeción para la ciencia natural, que tiene que realizar sus grandes tareas en la esfera material. Sólo se trata de describir cómo, por un lado, la ciencia natural debe contemplar y preservar sus límites y responder a las preguntas sobre los procesos materiales y el destino de las sustancias, y cómo, por otro lado, aquellas personas con visión del mundo que quieren construir una visión del mundo sobre algo como la muerte, sobre la base de lo que uno puede aprender sobre el destino de la materia a través de la investigación concienzuda, cómo estas personas con visión del mundo esencialmente sobrepasan con mucho los límites de los cuales deberían ser conscientes si quieren permanecer en el terreno de los hechos materiales externos. 

La ciencia espiritual, se ha dicho, no lo tiene tan fácil. Porque desde su punto de vista debe examinar por separado los fenómenos de lo que es la muerte en las plantas, lo que es la muerte en los animales, y también por separado lo que es la muerte en el reino humano en particular.

En el mundo vegetal no se llega a una visión de la esencia de la muerte si se mira a las plantas de la forma en que muy a menudo se las mira, es decir, si se mira a cada planta individual como un ser en sí mismo. Por supuesto, sería ir demasiado lejos hoy pretender entrar en los detalles de lo que ya se ha indicado en las conferencias anteriores, a saber, que la ciencia espiritual debe considerar la tierra misma como un gran ser vivo cuyo proceso vital, sin embargo, cambia en el transcurso de su desarrollo. Si examináramos el principio de vida de la tierra a través de las épocas, encontraríamos que en un pasado lejano, la tierra era una entidad completamente diferente, que ha pasado por un proceso que ahora ha llevado a la creciente supresión de la vida de la tierra como un todo a favor del reino de la vida individual, a favor de los reinos vegetal, animal y humano. Pero incluso en nuestra época actual, la Ciencia Espiritual no puede pensar en la tierra como una combinación meramente física de sustancias externas, tal como se la considera desde el punto de vista de la física, la geología y la mineralogía modernas. Por el contrario, en todo lo que se presenta como la base mineral de nuestra existencia, el suelo que pisamos, la Ciencia Espiritual debe ver algo que, como fundamento sólido de todo el organismo terrestre, se destaca igual o similar al esqueleto sólido, tal como se diferencia de las partes blandas del organismo humano. Así como en el ser humano el esqueleto sólido tiende a convertirse en una especie de sistema meramente físico, en un agregado meramente físico de órganos, así, en el vasto organismo terrestre debemos considerar lo que nos enfrenta como físico y químico en su acción, como una especie de esqueleto de la tierra. Esto sólo se separa de la vida como un todo, y todo lo que sucede en la tierra, que tiene lugar en el proceso terrestre, debe ser considerado como una unidad en el sentido de la ciencia espiritual.

Así pues, cuando observamos la planta individual, nos equivocamos si la consideramos en sí misma con la posibilidad de una existencia individual, al igual que nos equivocaríamos si consideráramos un solo cabello o una uña humana en sí misma y quisiéramos estudiarla como una individualidad. El pelo o la uña sólo tienen sentido y significado, y sólo se reconoce su licitud interna si no se consideran individualmente por sí mismos, sino en relación con el organismo en el que se encuentra el pelo o la uña. En este sentido, la planta individual, todo lo que es vegetal en la tierra, pertenece al organismo terrestre.

Debo comentar esto: Lo que la ciencia espiritual tiene que exponer como sus afirmaciones se reconoce en las formas que ya se han indicado en estas conferencias, por lo que no se trata de sacar conclusiones del propio ser humano sobre lo que se propaga en el entorno. 

Pues cuando se dice que la ciencia espiritual presenta los procesos que tienen lugar en el ser humano como análogos, puede ser necesario, en efecto, que la presentación se sienta obligada a hacer tales analogías, ilustrando y simbolizando en el organismo humano lo que la investigación científico-espiritual percibe en el mundo, porque el organismo humano representa ante todo la conexión de lo físico con lo espiritual, y se comprende mejor cuando se ilustra en lo humano-espiritual. Pero que lo que es una planta esté incrustado en el gran organismo de la tierra y le pertenezca así como los cabellos y las uñas pertenecen al organismo humano, no es para la ciencia espiritual algo que pueda deducirse por analogía, no es para ella algo que haya surgido por una conclusión, sino que resulta del hecho de que el investigador espiritual recorra los caminos que se han descrito o indicado aquí, y que pueden seguirse en detalle en el libro "¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores? La esencia de tal camino de investigación es que el propio hombre amplíe su conciencia, que deje de vivir sólo dentro de sí mismo, que ya no se limite a percibir lo que se presenta a la visión física exterior, que ya no permita que sólo tenga efecto sobre él lo que los sentidos pueden percibir y lo que el intelecto puede comprender, lo que está ligado al instrumento del cerebro. Sin embargo, el resultado de tal camino de investigación es que el ser humano se deshace de sus herramientas corporales, que se convierte en un participante en un mundo espiritual y entonces tiene ante sí no sólo lo que se presenta a los sentidos externos y al intelecto, sino las entidades espirituales y las fuerzas espirituales. Por ello, para la vía espiritual-científica de la investigación, lo que podríamos llamar el alma de la tierra está presente como un alma que impregna toda la tierra, al igual que el alma del hombre está presente como lo que impregna el organismo humano. El investigador espiritual expande su conciencia hasta un horizonte en el que el alma que impregna toda la tierra se abre directamente a su mirada. Y entonces, para él, el mundo vegetal ya no es sólo la suma de las plantas individuales, sino que sabe que lo que podríamos llamar el alma de la tierra tiene que ver con todo ello, que teje y vive como las plantas en la tierra.

Pero entonces sigue pendiente la cuestión de: ¿Cómo vamos a imaginar que las plantas nacen y mueren? ¿Cómo podemos imaginar, por así decirlo, el nacimiento o la muerte de las plantas? - Pronto veremos que estas palabras, aplicadas al reino vegetal, no tienen en el fondo más significado real que el que tiene decir que si alguien pierde el pelo, su pelo morirá, por así decirlo. Desde el momento en que tenemos la idea de que se considera a la tierra como un organismo animado, (provisto de alma), debemos adquirir una visión totalmente nueva del nacimiento y la desaparición del mundo vegetal. Incluso para aquellos que no se limitan a seguir a la planta individual de semilla a semilla, sino que consideran la totalidad de la vida vegetal en la tierra, queda claro que hay algo más en juego que lo que se puede llamar el nacimiento y la desaparición en el reino animal o en el reino humano. Vemos que, a excepción de las plantas que contamos entre los crecimientos permanentes, la acción de los elementos en el transcurso de un año está íntimamente relacionada con la aparición y desaparición de las plantas, de manera muy diferente a lo que ocurre, por ejemplo, con los animales. En el caso de los animales, rara vez encontramos la muerte tan ligada a la experiencia de los fenómenos externos, como vemos el marchitamiento de las plantas ligado a ciertos fenómenos de toda la naturaleza de la tierra, por ejemplo, cuando se acerca el otoño. De hecho, la vida de las plantas se ve de forma abstracta, separada de su incrustación en el conjunto de la existencia de la tierra, si se considera sólo la planta individual y no se mira la vida rítmicamente surgida, ascendente y descendente del año, que en un momento determinado expulsa de sí las plantas que brotan y se desprenden, lleva a estas plantas a una determinada madurez y en un momento determinado de nuevo al marchitamiento. Cuando observamos todo este proceso, incluso una observación exteriormente sensible que aún no ha penetrado en la esencia de la ciencia espiritual puede decirse a sí misma: Aquí no se trata simplemente de la aparición y desaparición de la planta individual, sino de todo el proceso de la tierra, de algo que vive y se teje en toda la existencia de la tierra. Pero, ¿Dónde encontramos ese algo del cual podamos decir que nos hace comprender, a través de lo que muestra en sus propias manifestaciones, cómo se entrelaza lo espiritual invisible, que suponemos que impregna la tierra, con el brote de la planta y a su vez con el marchitamiento de la planta? ¿Dónde encontramos algo que se presente ante la observación espiritual de tal manera que pueda hacernos comprensible este proceso exterior?

Es entonces cuando se hace evidente para el investigador espiritual que tiene algo dentro de sí que explica este tejer y vivir en el mundo de las plantas, algo que -sólo hay que mirarlo con la luz adecuada- se muestra en nuestra propia naturaleza humana, y que sólo puede decirnos qué ocurre con la aparición y desaparición en el mundo de las plantas. Dentro de la naturaleza humana encontramos lo que llamamos nuestras manifestaciones ordinarias de conciencia. Pero sabemos muy bien que éstas sólo pueden ser experimentadas por los seres humanos durante su vida de vigilia, desde que se despiertan hasta que se duermen. El proceso de dormirse y el proceso de despertarse son procesos extraños en la vida humana. ¿Por qué lo percibimos? Cuando nos dormimos, percibimos una sumersión de todos nuestros procesos anímicos internos en una oscuridad indeterminada; percibimos una desaparición de nuestros pensamientos e ideas, de nuestros sentimientos, de los impulsos de la voluntad en la oscuridad del estado de sueño. Y de nuevo percibimos un surgimiento de todo este contenido del alma cuando nos despertamos.

El hombre es consciente de ello. Ahora bien, sería sin duda absurdo pensar que el sueño fuese un fenómeno aislado que no tiene nada que ver con lo que pertenece al conjunto de la organización humana. Sabemos lo importante que es para nuestra vida física un estado de sueño ordenado y correcto, en la medida en que el espíritu y el alma también deben vivir en él. Sabemos lo que le debemos al sueño ordenado. Sólo hay que llamar la atención una y otra vez sobre lo que perciben adecuadamente quienes, por ejemplo, necesitan una memoria bien desarrollada, quienes tienen que memorizar. Uno dice: si uno no quiere desgastar demasiado su memoria, de modo que se vuelva inútil, si uno quiere llevarse bien del todo con su memoria, hay que repasar las cosas una y otra vez. Cuando uno tiene que aprender de memoria cosas más largas, se da cuenta muy claramente de lo que debe en la totalidad de la eficacia de la memoria, al sueño ordenado. Pero también parece muy natural que lo que sentimos como consecuencia de nuestra vida de vigilia, en cosas como el cansancio o el agotamiento, sea provocado por nuestra vida consciente. Al permitir que nuestros procesos mentales -nuestra vida imaginativa, emocional y volitiva- tengan lugar, llegamos a la organización más sutil, en el caso de nuestros procesos volitivos incluso a la organización más grande. 

Con nuestros procesos de voluntad intervenimos incluso en las partes más burdas de nuestro organismo. Una observación muy superficial puede enseñarnos que la fatiga sólo se produce por la intervención de nuestras ideas conscientes, sentimientos y expresiones de voluntad en nuestro organismo.

la fatiga de los nervios, los músculos y los demás órganos. Sabemos muy bien que si nos entregamos a los ensueños ordinarios del día, en los que un pensamiento toma el relevo de otro, nos fatigamos menos que si tenemos que dejar que nuestros pensamientos trabajen bajo la coacción de un método o una doctrina. También sabemos que el músculo cardíaco y los músculos pulmonares trabajan durante toda la vida sin necesidad de dormir o descansar, porque en este caso no se produce la fatiga, ya que el organismo sólo suscita aquellas actividades en el inconsciente o subconsciente que le son propias. Sólo cuando intervenimos desde la conciencia provocamos la fatiga.

Por lo tanto podemos decir: Vemos nuestros procesos anímicos interviniendo en la vida corporal, vemos cómo lo que se agita en el alma tiene un efecto en nuestra vida corporal. Lo que es causado por lo que podemos llamar los procesos naturales del cuerpo:  Actividad cardíaca, actividad pulmonar y los procesos continuos de la vida, con ellos no hay cansancio, no hay fatiga. Sólo cuando los procesos conscientes intervienen, se produce la fatiga. Percibimos un desgaste, una destrucción del organismo a través de la intervención de la conciencia en nuestro organismo. 

Ahí estamos en el punto donde podemos ver qué significado y qué función tiene el sueño. Lo que se desgasta en el organismo durante el día, lo que es destruido por las actividades conscientes, debe ser restaurado en el estado de sueño - con la eliminación de las actividades conscientes. Allí el organismo debe ser dejado a sí mismo y poder seguir los procesos que le son innatos. Aquí estamos en el punto en el que podemos decir: Por extraño que parezca, la ciencia espiritual vuelve a coincidir con lo que nos dicen los hechos de la ciencia natural, incluso de la forma descrita por el investigador ruso y durante mucho tiempo director del Instituto Pasteur de París.- ¿No podemos decir ahora que la conciencia misma, la vida espiritual del hombre, para que exista, para que esté ahí, requiere el agotamiento y la fatiga del organismo?  Y así, para arrojar un poco de luz sobre la hipótesis de este investigador, podríamos responder a la pregunta: ¿por qué entonces entran en nuestro organismo los enemigos de la vida que él describe? Podemos responder a esta pregunta diciendo: porque, básicamente, el proceso de la conciencia siempre se enfrenta a lo meramente orgánico que vive en el hombre como una especie de proceso de envenenamiento. No podríamos llegar a nuestra vida espiritual superior en absoluto si no destruyéramos el organismo.  En los procesos hostiles a lo orgánico reside la posibilidad misma de nuestra conciencia. Cuando se habla de un efecto de envenenamiento en relación con la actividad orgánica, hay que decir: Lo que debemos considerar como la bendición, la gran salvación de nuestra vida, que podamos ser un ser consciente en un cuerpo físico, que podamos desarrollar una actividad consciente, se lo debemos a la circunstancia de que con nuestra vida consciente intervenimos destructivamente, envenenando nuestro organismo. -Pero para la vida consciente ordinaria este proceso de envenenamiento y destrucción no es, por así decirlo, incurable, sino que interviene en el organismo de tal manera que cuando el proceso de destrucción ha llegado a cierto punto, la vida espiritual consciente se retira y deja al organismo a su propia actividad. De modo que entonces se produce el sueño, en el que el organismo queda abandonado a su propia eficacia, y en el que se restablece lo que es destruido precisamente por los fenómenos conscientes de la vida anímica. 

El científico espiritual conoce bien todas las hipótesis ingeniosas, más o menos significativas, que se han planteado sobre el sueño y la fatiga, y habría que hablar largo y tendido si se quisiera discutir todas esas hipótesis. Pero no se trata aquí de discutir estas hipótesis puramente materialistas, sino de señalar el hecho de que la conciencia, con su contenido, debe intervenir ella misma destructivamente en el organismo que posee el instrumento exterior de la conciencia, y que el estado de sueño es una compensación de los correspondientes procesos de destrucción, que por ello son realmente curados por ella. 

  • Por lo tanto se puede decir que el sueño es el sanador de aquellos estados que la conciencia debe evocar en el organismo como procesos de enfermedad. 

Cuando el investigador espiritual ha llegado a ver no sólo lo que ve la conciencia exterior normal, que al dormirse las ideas conscientes y demás se hunden en una oscuridad indefinida, sino cuando llega a observar realmente lo que ocurre en él incluso cuando esta conciencia normal ordinaria se desvanece, entonces también llega a ser capaz de seguir el proceso de este dormirse y despertarse. 

El autoconocimiento en el sentido más amplio es el que se adquiere a través de la investigación espiritual. Entonces se llega a una percepción real de esos procesos que tienen lugar al dormirse y que son procesos de construcción, y de germinación de las cosas vivas. A través de la investigación espiritual y a través de todo el sentir y pensar, que es en el sentido de la investigación científico-espiritual, se experimenta realmente con cada adormecimiento algo de la vida que brota en el mero organismo, que, sin embargo, por tener lugar en lo meramente orgánico, sólo tiene el valor de la vida vegetal. Lo que uno puede experimentar cada noche al quedarse dormido puede caracterizarse de la siguiente manera: Ves tu propio organismo con toda tu vida espiritual, ves cómo se hunde lo que llenó tu conciencia durante la vida diurna. Por otro lado, ves en tu propio organismo lo que son procesos constructivos, no destructivos, sino lo que es sólo como el brote de una planta dentro de ti. - Así, durante el estado de sueño, tienes en tu propio organismo algo así como la experiencia de una propia vegetación. La experiencia de quedarse dormido con la desaparición de las ideas conscientes es algo así como una experiencia primaveral, mediante la cual vemos surgir del inconsciente de nuestro organismo aquello que sólo es vegetal. En este sentido, el momento de quedarse dormido puede considerarse completamente paralelo a la aparición del mundo vegetal que brota en primavera.

Si observamos la vida de las plantas de esta manera, dejamos de comparar este brote de las plantas en primavera con un nacimiento humano o con lo que puede llamarse nacimiento en los seres humanos y en las criaturas animales, sino que nos damos cuenta de que la gran madre tierra es un organismo total y experimenta en sí misma en la parte de la tierra que entonces tiene primavera, lo que el hombre a su vez experimenta cuando se duerme. El error que se suele cometer en estas comparaciones es que las cosas no se ven en su realidad, sino que se ven según las circunstancias externas.

Para la imaginación de algunas personas estará claro que el brote de las plantas en primavera puede compararse con algo en el hombre que se repite periódicamente, que por lo tanto no representa realmente una muerte y un nacimiento, pero si uno sigue su mera imaginación, querrá comparar el brote de las plantas en primavera con el momento del despertar en el hombre. ¡Esto es incorrecto! La primavera no debe compararse con el despertar, el resurgimiento del contenido del alma, sino con el adormecimiento, con la desaparición de la vida espiritual interior, de los hechos del alma y el brote de lo meramente orgánico, lo meramente vegetal en el hombre.

Y cuando el hombre, a través de la conciencia lúcida, puede seguir conscientemente el momento del despertar, de qué modo sus ideas y todo lo que recuerda surgen de la oscuridad indeterminada, entonces de nuevo aparece lo que provoca la necesidad de destruir toda la vegetación interior que ha brotado. En efecto, es como si, con el surgimiento de nuestras concepciones, el elemento del otoño se hiciera estallar por la mañana sobre todo lo que la noche ha hecho brotar, un proceso interior que es comparable al marchitamiento de las plantas hacia el otoño para toda la tierra. 

Pero la tierra no se nos presenta de la misma manera que el hombre con sus dos estados de conciencia, la vigilia y el sueño, sino que mientras una mitad de la tierra está siempre dormida, la otra está siempre despierta, de modo que el sueño, con el paso del sol, se traslada siempre de una mitad de la tierra a la otra. Así que con la tierra tenemos que ver un gran organismo que vive su vida de sueño desde la primavera hasta el otoño, que se nos muestra en los órganos externos, en lo que brota y retoña en el reino vegetal, y que luego se retira con el otoño a su espiritual, a lo que es alma de la tierra, pues la vida de la tierra es cuando va del otoño a la primavera. 

Por lo tanto, no podemos hablar de una muerte real o de un nacimiento real en el caso de las plantas, sino sólo de un dormir y despertar de todo el organismo terrestre. Así como en el hombre el sueño y la vigilia se repiten rítmicamente en el curso de las veinticuatro horas, y así como no hablamos de la muerte y el nacimiento de nuestro mundo de los pensamientos, tampoco debemos hablar de la vida y la muerte de las plantas, si queremos hablar en términos reales, sino que debemos considerar todo el organismo-tierra y, perteneciendo a todo el organismo-tierra, considerar el proceso de las plantas como la vigilia y el sueño de la tierra. 

Cuando nos deleitamos en lo que brota de la tierra, cuando recordamos cómo, por así decirlo, la gente de antes iba celebrando la fiesta de San Juan por la alegría de la vida que brota, entonces es precisamente por la tierra que tenemos el tiempo que está presente con el hombre en relación con su organismo, su corporalidad exterior, a la medianoche.  Pero cuando la gente se dispone a celebrar la fiesta de Navidad, cuando la vida exterior se ha extinguido, entonces la tierra tiene que ocuparse de sus procesos espirituales, en cuyo momento el hombre encuentra la mejor conexión con toda la vida espiritual de la tierra, que ha indicado por un instinto correcto que las fiestas espirituales de la humanidad se trasladan al tiempo de invierno. Sé lo que la ciencia natural externa puede objetar, pero la ciencia natural externa no observa los instintos correctos del hombre. 

Tratemos hora de investigar lo que podemos llamar muerte en el reino animal, no haciendo juicios por analogía, sino expresando una vez más, a través de un proceso en el ser humano, lo que la ciencia espiritual tiene para dar.  Debemos tener en cuenta que nuestra vida espiritual, si la miramos de cerca, tiene un curso diferente del que consiste en la promoción y fructificación de nuestra vida anímica a través de la alternancia de la vigilia y el sueño. Hay que señalar de inmediato que desde ese momento de la infancia, que más tarde recuerda conscientemente, el hombre pasa por una especie de proceso de maduración a lo largo de su vida. El ser humano se vuelve más y más maduro a través de lo que puede absorber en la experiencia de la vida. Este proceso de maduración se produce de una manera peculiar. Hasta determinado punto de nuestra juventud recordamos -y sólo así se puede hablar de un yo dentro de nosotros- todo lo que hemos vivido, pero sólo recordamos lo imaginario, lo pensado. Esto es algo muy extraño, pero cada uno puede explorarlo en sí mismo. Si recuerdas un acontecimiento doloroso o placentero que tuviste quizás hace treinta años, te dirás a ti mismo: puedo seguir bastante bien todos los detalles, lo que viví en términos de ideas, de modo que puedo reconstruirlos en mi imaginación, pero el dolor o el placer que estaba relacionado con el acontecimiento en cuestión en aquel momento no podrá presentarse ante el alma tan vívidamente como ocurre por otra parte con las cosas parecidas al pensamiento. Se han desvanecido, se han separado de la imaginación y han descendido a una oscuridad indefinida. - Se podría decir: siempre podemos hacer surgir las ideas de los pozos profundos de nuestro ser anímico, pero debemos dejar en el fondo -las excepciones no son importantes aquí- nuestros recuerdos con referencia a lo que hemos experimentado en sentimientos, en afectos, en pasiones. Lo que hemos vivido emocionalmente queda por debajo, desligado de las meras ideas. - ¿Se pierde? ¿Pasa a la nada? Este no es el caso. Puede parecerlo a quienes no miran realmente la vida humana a conciencia y en profundidad. Pero un observador concienzudo y completo encuentra lo siguiente: Si examinamos una existencia humana en una determinada etapa de la vida, por ejemplo en el cuadragésimo año, la encontramos en una determinada condición anímica, pero también condición de salud o enfermedad corporal. El ser humano se nos presenta o bien sombrío, melancólico, ligeramente deprimido, o bien alegre o de alguna manera de temperamento flemático o de otro tipo, captando fácilmente los hechos del mundo, absorbiendo fácilmente lo que el placer y la alegría le pueden dar y así sucesivamente. 

No hay que separar siempre lo que es la constitución anímica de lo corporal, ya que la forma en que las funciones del cuerpo trabajan también depende del estado de ánimo del alma con el que se presenta una persona. Si se examina así el estado de ánimo del alma y la constitución general de un ser humano a cualquier edad, pronto se descubrirá a dónde han ido a parar las experiencias emocionales, que se han separado de las ideas y que luego recordamos sólo imaginariamente. Encontraremos que lo que se ha desprendido como estados de ánimo de la mente se ha conectado con nuestra organización más profunda, no puede ser recordado en nuestra vida interior, sino que se expresa en la vida interior incluso en la salud y la enfermedad. ¿Dónde han ido a parar los estados de ánimo de la mente, ya que no los recordamos? Están por debajo en la vida corporal-anímica y constituyen una cierta condición en la vida total del ser humano. Así vemos cómo necesitamos la memoria para el curso general de nuestra vida consciente, y al igual que la memoria siempre se sumerge en una oscuridad indeterminada durante el sueño, así nuestras experiencias anímicas se sumergen en la oscuridad de nuestro propio ser y trabajan en nuestra constitución general.

Así que tenemos un segundo elemento efectivo en el ser humano. Y si ahora dirigimos nuestra mirada desde el ser humano a todo el organismo terrestre, que consideramos como un ser dotado de alma, no lo consideramos, sin embargo, como si las fuerzas anímico-espirituales que actúan en el organismo terrestre estuvieran organizadas de la misma manera que lo está el alma del ser humano. Pues la ciencia espiritual nos muestra que muchos de estos seres, de los cuales el hombre forma parte, viven en la esfera anímica de la tierra, de modo que el ser anímico de la tierra representa una multiplicidad, mientras que el del hombre es una unidad. Pero ciertamente se puede comparar el alma de la tierra en este sentido, tal como se describe ahora, con las experiencias anímicas en el hombre mismo. Cuando vemos cómo se sumergen nuestros estados de ánimo en nuestro propio organismo, cómo inciden en nuestro cuerpo y se expresan en nuestra constitución general, tenemos un proceso paralelo en lo que el proceso general en la tierra forma, es decir, en todo lo que se expresa en el surgimiento de la criatura animal. 

En nosotros sólo se desencadena un proceso anímico-corporal mediante aquello que es forzado a bajar a la oscuridad de nuestra constitución corporal debido a nuestras experiencias emocionales. Para la tierra, las experiencias anímicas correspondientes se cristalizan, por así decirlo, en la aparición y desaparición de los seres animales. Sé muy bien que en un debate como el que se está llevando a cabo ahora, puede revolverles el estómago a aquellos que creen que pueden construir una visión del mundo a partir de hipótesis que parecen estar firmemente asentadas en el terreno de la ciencia natural, y yo puedo ponerme en el alma de una persona así. Pero se verá que la dirección del pensar y del juicio humano, que ha de conducir al esclarecimiento de los procesos de muerte y surgimiento en la tierra, tomará el curso indicado aquí en el próximo desarrollo espiritual, pues todo lo que vemos en los hechos de la propia ciencia natural nos lleva a la conclusión de que es así. Al igual que el hombre ve cómo sus estados de ánimo, que dan lugar a su constitución orgánica, se hunden en la organización de su cuerpo, así ve, de manera correspondiente, el proceso de aparición del mundo animal en el exterior del organismo de la tierra.

Pero luego tenemos otro proceso en el ser humano. Vemos cómo surgen de la organización general en el alma, los llamados sentimientos y sensaciones superiores. ¿Cuál es la peculiaridad de estos? Quien proceda sin prejuicios, pero también sin un falso ánimo ascético, sin falsa santidad y piedad, se dirá a sí mismo: Lo que podemos llamar los sentimientos morales más elevados y esos estados de ánimo en el hombre que surgen en el entusiasmo por todo lo que es bueno, bello y verdadero, por todo lo que hace avanzar al mundo en el progreso, vive en nosotros sólo por el hecho de que podemos elevarnos en nuestro estado de ánimo por encima de todo lo que está originalmente depositado instintivamente en nosotros, de modo que en los sentimientos espirituales, en nuestro entusiasmo espiritual, nos elevamos por encima de lo que sólo la organización corporal puede permitir que se eleve en nosotros. -Esto puede llegar a tal extremo que quien tiene su entusiasmo en la vida espiritual se apega totalmente a aquello que es objeto de su entusiasmo, de modo que incluso le resulta fácil renunciar a su vida física para que viva aquello por lo que está inflamado en sus sentimientos morales y estéticos más elevados. 

Allí vemos que lo que vive en el entusiasmo como espiritual se eleva, con la supresión de nuestra naturaleza meramente orgánica, en un estado de ánimo que al principio no tiene nada que ver con el curso de la vida orgánica. De este modo, en el hombre también corre un elemento, ese elemento que envía a las profundidades de su ser, y que construye sus procesos orgánicos allí abajo. Pero también desde lo más profundo de su ser surgen sus sentimientos morales y espirituales, su estado de ánimo se eleva; éstos triunfan en un desarrollo cada vez más avanzado sobre lo que pertenece meramente a lo orgánico, a la constitución físicamente instintiva del hombre.

Este proceso, que encontramos dividido en dos elementos en el hombre, también lo encontramos en el mundo animal.

Si descendemos nuestro estado de ánimo a la vida del cuerpo y nos dejamos influir por nuestros estados de ánimo hasta el punto de la salud o la enfermedad, vemos, por otra parte, lo que es el descenso del estado emocional de toda la tierra en lo que se vive en la vida animal. Lo que hay en forma de sentimiento y pasión en todo el organismo terrestre se vive en el reino animal, al igual que nuestras pasiones y afectos se viven en nuestra organización total. Si observamos el mundo animal, tenemos en cada una de sus formas el resultado del estado anímico de nuestra tierra. Y si observamos cómo la tierra, por así decirlo, atrae la vida del mundo animal y la deja más estrechamente ligada al cuerpo físico exterior, no vemos en ello más que la victoria de lo espiritual, de lo que llamamos en los animales el alma grupal, lo suprasensible, que no encuentra en lo exterior más que su representante, y que triunfa sobre lo exterior, así como en el hombre los sentimientos espirituales triunfan sobre lo meramente instintivo. El hecho de que los procesos exteriores del organismo terrestre permitan una y otra vez que la muerte pase por encima del animal individual no es otra cosa que cuando en nosotros lo espiritual como tal alcanza siempre la victoria sobre lo que está meramente relacionado con lo orgánico. Si consideramos así lo espiritual en el animal, no podemos considerar la aparición y la desaparición del animal como si pudiéramos aplicarle las expresiones nacimiento y muerte como hacemos con el hombre. En los animales es un proceso global de la tierra, no obstante, más individualizado que en el mundo vegetal. Pero, sin embargo, cuando observamos las almas genéricas individuales, las almas grupales individuales, que se asignan a las especies o géneros animales, tenemos que ver cómo, con cada muerte que se produce en relación con el animal individual, la corporeidad exterior pasa, pero cómo lo que es el alma genérica, lo espiritual en el animal, triunfa siempre sobre la forma exterior, al igual que en el hombre lo espiritual triunfa sobre lo meramente instintivo, que tiene su representante no en la forma separada, sino en la organización. 

Así vemos, por así decirlo, un gran ser vivo compuesto por las almas genéricas individuales de los animales, y vemos el nacimiento y la muerte de los seres vivos animales presentados de tal manera que lo que subyace al animal individual en lo espiritual tiene que luchar siempre su victoria sobre la individualidad. Así hemos representado la muerte en los animales como aquello que, como alma grupal, se mueve a través del marchitamiento y la decadencia de la forma animal individual. Sólo entonces podríamos hablar de una muerte real en los animales si no consideráramos lo que queda después de la muerte del animal y que es de manera similar lo espiritual, como en el hombre lo que triunfa sobre el estado de ánimo así como sobre lo que está condenado a marchitarse elevándose por encima de sí mismo.

Una vez que el darwinismo se haya superado a sí mismo, verá cómo un hilo de desarrollo serpentea a través del reino animal en los nacimientos y muertes aparentes, desde los tiempos más antiguos hasta los tiempos futuros posteriores, de modo que el desarrollo global del reino animal conduce finalmente a una victoria de aquello que, al superar lo inferior, la forma animal individual, se desprende de todo el mundo espiritual y deja atrás lo inferior que vive en los animales individuales y que un día triunfará sobre lo instintivo, que aparece en todo el reino animal.

Si llegamos ahora a lo que llamamos la naturaleza de la voluntad del hombre, si no sólo hablamos del hecho de que experimenta sus ideas, que pueden ser recordadas una y otra vez, y no sólo consideramos el estado de ánimo, que desciende en la forma caracterizada a la organización más profunda, sino que si observamos los impulsos de la voluntad, diremos: Al principio se presentan como lo más misterioso de la naturaleza humana. - La forma en que el hombre está determinado en cuanto a la impulsividad de la voluntad depende de lo que su vida le ha aportado como experiencias. Si miramos hacia atrás desde cualquier punto de la vida, encontramos un curso continuo, ya que un evento del alma sigue a otro evento del alma. Pero encontramos cómo lo que hemos experimentado fluye esencialmente en nuestra voluntad de tal manera que podemos decir: En realidad, si nos miramos así, nos hemos vuelto más ricos en ideas, pero más maduros en cuanto a nuestra impulsividad de la voluntad. - Sin embargo, estamos atravesando una madurez especial con respecto a nuestra voluntad.  Todo el que mira hacia atrás en su vida lo experimenta. Hacemos algo en la vida. Sólo descubrimos cómo deberíamos haber hecho algo cuando lo hemos hecho. Y todo el mundo sabe la poca oportunidad que tiene de volver a encontrarse con la misma situación más adelante, de poder aplicar en un caso posterior lo que ha adquirido como madurez en la vida, lo que ha ganado quizás a través del error y el daño que ha experimentado. Pero una cosa que sabe es que todo lo que experimenta, en la totalidad de su constitución de voluntad, confluye en lo que podemos llamar la sabiduría de su voluntad, y que ésta forma la madurez que alcanzamos gradualmente. Es nuestra vida de voluntad la que se hace cada vez más madura. Todos nuestros sentimientos, ideas y demás se combinan para hacer que nuestra voluntad sea cada vez más madura, también con respecto a las acciones externas. Porque el hecho de que nos hagamos más maduros en el pensar a través de las experiencias de la vida es sólo una maduración en la voluntad, que se expresa en la unión de pensamiento con pensamiento. 

Así vemos cómo toda nuestra vida anímica, por así decirlo, al mirar hacia atrás, nos conduce hacia el centro de nuestro ser, que está detrás de los impulsos de la voluntad y en el que se expresa esta maduración constante. Si consideramos esto, tenemos el tercer elemento del desarrollo humano, aquel del que podemos decir: Lo traemos a nuestra vida en el cuerpo físico. Crecemos en este mismo elemento y en este elemento crecemos más allá de lo que éramos cuando entramos en esta existencia a través del nacimiento. - Como en esta existencia estamos revestidos de un cuerpo físico, y el cuerpo físico es la herramienta que tenemos que utilizar para nuestra alma, ya que necesita el intelecto, necesita el cerebro, nuestro ser anímico adquiere madurez de vida, experiencia de vida, que cristaliza, por así decirlo, en la constitución global de la voluntad, en la madurez de la voluntad. 

Pero por regla general no somos capaces en esta vida de actuar, de llevar a cabo lo que ahora vive en nuestros impulsos de voluntad. Esto es lo que plantea la pregunta al ser humano: ¿Qué tienen estos impulsos de la voluntad que forman parte de nuestros bienes anímicos más íntimos, que quizás hemos adquirido precisamente a través de nuestra imperfección y que, sin embargo, nunca podemos expresar? - Aquello que enviamos a las profundidades de nuestro ser como contenido de nuestras experiencias mentales, lo hemos visto en el segundo lugar de nuestra consideración, da como resultado a toda nuestra constitución del cuerpo y del alma, a cómo estamos sintonizados, a lo que la vida ha hecho con nosotros respecto a la salud y la enfermedad, a si estamos más melancólicos o expresamos alegría y cosas similares.

Pero lo que hemos hecho de nosotros mismos en cuanto a nuestra constitución de la voluntad, eso es nuestro ser más íntimo. En eso nos hemos convertido. Pero a través de esto también hemos crecido más allá de lo que éramos. Y lo notamos cuando las cosas van cuesta abajo en la segunda mitad de nuestra vida, cómo nuestro cuerpo no logra vivir lo que hemos llegado a ser por la impulsividad de nuestra voluntad. En resumen, vemos cómo, al estar en la vida como seres que perciben, sienten y desean, nos convertimos en algo que está en contradicción con lo que ya somos, que está en conflicto con lo que ya somos. Interiormente sentimos en nuestra alma, a través de nuestra madurez de vida, cómo chocamos con lo que hemos llegado a ser a través de nuestros elementos, a través de nuestras disposiciones corporales, a través de nuestra alma. Interiormente sentimos el choque entre la totalidad de nuestra voluntad y madurez de vida con la totalidad de nuestra organización, pero básicamente también sentimos este choque con cada impulso individual de la voluntad que nos lleva a la acción. Esto se debe a que tenemos nuestros pensamientos transparentes hasta cierto punto, nuestros sentimientos también; pero cómo la voluntad se convierte en acto y acción es impenetrable para el exterior. La voluntad choca, por así decirlo, con la vida exterior y sólo toma conciencia de sí misma al chocar con esta vida exterior.  Y aquí podemos seguir lo que ya se muestra en la vida del alma, en la vida en su conjunto, también en la organización corporal: a saber, que lo que el hombre ha llegado a ser, lo que le ha dado la aptitud para sus talentos, debe ser roto y destruido por la voluntad, que sólo aparece en esta vida; de lo contrario, esta fuerza de voluntad nunca podrá hacerse sentir.

Así como el hombre puede llegar a ser consciente del todo sólo a través de la colisión con la realidad, así también puede experimentarse a sí mismo como un proceso progresivo sólo en la medida en que a través de la voluntad se destruye toda la vida física en él al igual que a través de la vida imaginativa se destruye el cerebro. Pero mientras este último puede volver a corregirse con el sueño, un nuevo crecimiento de la voluntad no puede volver a repararse, sino que en cada vida debe producirse un proceso continuo de destrucción a través de la impulsividad de la voluntad. Allí vemos que el hombre debe destruir su organismo, y así vemos por primera vez la necesidad de la muerte real para el hombre. Así como vemos la necesidad del sueño para la vida de la imaginación, ahora vemos la necesidad de la muerte para la vida de la voluntad. Pues sólo por el hecho de que el hombre tiene su organización física opuesta a su voluntad, la voluntad se reconoce en sí misma, se fortalece en sí misma y entonces pasa a través de la puerta de la muerte a una vida en el mundo espiritual, donde adquiere las fuerzas para construir en una encarnación futura lo que ya no ha logrado en esta corporeidad. Lo que sólo pudo tomar conciencia, lo que estaba maduro para lo siguiente, lo que proporcionó las condiciones para algo más, pero que no vivió en esta vida, vivirá en una vida terrenal venidera, donde el hombre también labrará su nuevo destino, su nueva vida terrenal, de manera correspondiente. 

Mientras que en el mundo vegetal sólo podíamos hablar de la muerte como el despertar y el adormecimiento de toda la naturaleza terrestre, y con respecto al mundo animal sólo podíamos comparar la muerte con el ascenso, el descenso y la derrota de nuestra vida instintiva inferior, sólo con la muerte humana tenemos aquello que, a través de la destrucción de esta única vida, nos señala las vidas siempre recurrentes. Puesto que sólo mediante la destrucción de esta única vida podemos obtener lo que aparece en la nueva vida terrestre y que, por tanto, conduce a la perfección real de toda la vida humana, también se establece que la voluntad del hombre, para llegar a ser consciente de sí misma en la constitución total, debe ser capaz de asumir la muerte del cuerpo físico, 

La voluntad humana, para llegar a ser consciente de sí misma en la condición total, necesita la muerte del cuerpo físico, y que, en el fondo, para el correcto impulso de la voluntad, sólo está la experiencia que necesita cuando pasamos por la puerta de la muerte, cuando asiste a la muerte gradual y a la muerte de la organización exterior. Porque en la resistencia que siente a la organización exterior, la voluntad crece, se hace cada vez más fuerte y se prepara para convertirse en aquello que vive para la eternidad. Por lo tanto, aparte de todo lo que encontrarás explicado en la Ciencia Espiritual sobre una muerte no natural, es explicable que una muerte provocada por una desgracia externa o por un suicidio o algo similar es, bajo todas las circunstancias, algo diferente de una muerte natural, que ofrece la garantía para el surgimiento de una nueva vida. La muerte no natural, en cualquiera de sus formas, puede ser algo que signifique un progreso en el destino global del ser humano. Pero lo que la voluntad tuvo que experimentar en su constitución global en la victoria sobre la corporeidad permanece en cierto modo como fuerza interior y debe recorrer un camino diferente cuando el ser humano atraviesa la puerta de la muerte de forma no natural que cuando termina su vida de forma natural. 

Así vemos que sólo podemos hablar realmente de muerte cuando hablamos de lo que podemos llamar la formación de una nueva voluntad para una nueva vida, y que por tanto no podemos hablar de verdadera muerte en el caso de otros seres. En el caso del hombre, sin embargo, debemos hablar de tal manera que no sólo sea cierta la palabra de Goethe: "La naturaleza inventó la muerte para tener mucha vida", sino que debemos hablar de tal manera que digamos: 

Si la muerte no existiera, habría que desear que existiera, pues da la posibilidad de que en la resistencia y el marchitamiento de la organización exterior la voluntad crezca y crezca cada vez más para la nueva vida. - Y esto da la posibilidad de un ascenso del desarrollo a través de las diversas encarnaciones, de modo que la vida se forma cada vez más alta, aunque las siguientes vidas no lo hagan inmediatamente, aunque se den pasos hacia atrás. Sin embargo, en el transcurso general, se reconocerá un ascenso a través de las repetidas vidas en la tierra.

Así, la muerte es el gran fortalecedor de la vida de la voluntad para la vida espiritual. Y vemos, como ya se ha indicado, que la ciencia natural más reciente -aunque balbuceante- se encuentra con la ciencia espiritual al señalar cómo lo que es la muerte es una especie de proceso de envenenamiento.  En efecto, todo desarrollo espiritual, que toma su propio curso independiente, es una devastación, una destrucción de la vida corporal exterior. 

  • Lo que el mundo de la imaginación devasta en el hombre es reparado por el sueño. 
  • Lo que es destruido por la naturaleza instintiva del hombre es reparado por los sentimientos y sensaciones morales y estéticas superiores. 
  • Lo que vemos en la destrucción de la organización corporal a través de la actividad del elemento voluntad, se repara en la vida total del ser humano a través de esa madurez de la vida de la voluntad que atraviesa la muerte y puede construir una nueva vida. Así, la muerte recibe su significado. 

Ese sentido por el que el hombre no sólo es capaz de pensar la inmortalidad, sino de experimentarla realmente en sí mismo. Quien mira la muerte de esta manera, la ve acercarse como el poder que lleva a la vida corporal exterior a declinar, pero también ve en la propia resistencia a este declive el amanecer de una nueva vida anímica humana, que el hombre vive de encarnación en encarnación, de personificación en personificación a través de las eternidades. Sólo cuando se comprende el significado de la muerte para la eternidad humana se entiende el significado de la muerte para toda la naturaleza. Pero también hay que "alejarse" de la extendida visión insensata que habla de la muerte incluso en los animales y las plantas, entonces hay que saber cómo sólo se puede hablar de una muerte real si se tienen en cuenta los destinos que el espíritu experimenta al pasar por la corporeidad, y si se observan los hechos que el espíritu debe realizar en la corporeidad para aumentar cada vez más su propia perfección. El espíritu debe entregar el cuerpo a la muerte, para que él mismo, el espíritu, pueda elevarse a niveles de perfección cada vez mayores. Si consideramos este punto de vista, entonces nuestra alma puede hablarnos, viendo la muerte en el reino humano, de cómo a través de ella el alma espiritual del hombre puede llegar a una perfección más elevada, pero también viendo la muerte en los reinos animal y vegetal, de cómo en el fondo de todos los fenómenos brilla el espíritu. Puede hacernos la confesión consoladora, no sólo, sino la que inspira todas las esperanzas de vida:

Todo ser ha surgido del espíritu,

En el espíritu está arraigada toda la vida,

Todos los seres apuntan al espíritu.

Traducido por J.Luelmo nov.2021 


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919