GA061 Berlín 21 de marzo de 1912 -la historia de la humanidad - 15 - la esencia de la eternidad y la naturaleza del alma humana

   volver al ciclo completo  

HISTORIA DE LA HUMANIDAD

 A LA LUZ DE LA INVESTIGACIÓN ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Berlín 21 de marzo de 1912



15ª conferencia: la esencia de la eternidad y la naturaleza del alma humana.

Cuando Lessing indicó en un esbozo de pensamientos aquella doctrina que le parecía la única digna del alma humana, que luego llevó a cabo a su manera claramente para una conciencia occidental en su magistral tratado sobre la "Educación del género humano", cuando expresó esta doctrina de la reencarnación del alma humana, de la vivencia a través de repetidas vidas terrenales por parte del alma humana, comentó algo como lo siguiente. Dijo: "Esta doctrina, puesto que fue clara para el alma humana en los tiempos más antiguos, cuando todavía no había sido corrompida por toda clase de especulaciones de pensamiento, puesto que pertenecía, por así decirlo, a los bienes más primitivos del alma humana, ¿debería ser, por tanto, menos verdadera que muchas otras doctrinas que en el curso del tiempo, a través de la especulación filosófica o similares, han sido reveladas a esta alma humana? -Y después de que Lessing señalara claramente que esta doctrina de las repetidas vidas terrenales del hombre era la única sensata para el alma, pensó que bien podría haber la perspectiva de que esta doctrina se asentara en todos aquellos que realmente se dejaran afectar imparcialmente por la esencia del alma humana, si no fuera por dos cosas. Ahora bien, uno tiene ciertamente curiosidad por saber qué quiso decir Lessing con estas dos cosas que se supone que obstaculizan el alma humana en relación con la doctrina de las vidas terrenales repetidas. Pero, he aquí que Lessing no ha escrito esta frase en su totalidad, se vio perturbado por algo, de modo que su frase se interrumpe con las palabras: "... si no hubiera, por así decirlo, dos cosas:" con dos puntos. Y no encontramos entonces en sus escritos un decir por él mismo lo que realmente consideraba como estas dos cosas. Los estudiosos de Lessing han hecho todo tipo de especulaciones sobre cuál pudo ser el pensamiento de Lessing cuando escribió esta frase.

Bueno, tal vez no haya que ser tan escrupuloso al respecto si se asume que Lessing se refería muy probablemente a esas dos cosas que al principio le llaman la atención a la mayoría de la gente cuando se habla de la doctrina de las repetidas vidas terrestres. Esta alma humana se resiste a esa idea por dos impulsos, por así decirlo. La primera puede expresarse de la siguiente manera: Independientemente de lo que se diga a favor de la doctrina de las vidas terrestres repetidas desde cualquier ciencia espiritual, una cosa es cierta, que la conciencia normal no tiene memoria, ningún recuerdo de las etapas terrestres ya pasadas. Por lo tanto, aunque fuera cierto que existen esas vidas terrestres repetidas, parece que no tienen sentido para la propia conciencia humana y, por lo tanto, representan una especie de hipótesis arbitraria para la conciencia humana normal. - Este es, sin duda, uno de los impulsos de muchas almas que se indignan contra la asunción de repetidas vidas terrestres. El segundo impulso viene dado probablemente por lo que puede llamarse el sentido de la justicia del hombre hacia sí mismo. Las repetidas vidas terrestres obligan a suponer que nuestro destino, por así decirlo, la forma en que somos más o menos felices o infelices, dotados o no, colocados en el mundo, es una consecuencia de lo que nosotros mismos hemos establecido como causas para ello en vidas terrestres anteriores, de modo que nosotros mismos somos, por así decirlo, en un sentido mucho más amplio de lo que se suele pensar, la forja de nuestra felicidad, nuestras capacidades o nuestra infelicidad y nuestras incapacidades. Muchas almas se dicen a sí mismas: "Si tengo que aceptar mi destino, si ya es una carga para mi existencia terrenal, entonces también debo aceptar que yo mismo, es decir, este yo que habita en mí, provocó las causas de este destino en vidas terrenales anteriores, en las que ahora estoy enredado. - Esto es lo que podríamos llamar el sentido de la justicia del hombre hacia sí mismo.

Quien estudie los demás pensamientos de Lessing, todo su ser, y lo haga suyo, difícilmente dudará de que Lessing, este pionero de la doctrina de las vidas terrenales repetidas, quiso señalar en cierto modo estas dos objeciones, y probablemente sea bueno que llamemos la atención sobre estos hechos, que acaban de ser caracterizados, precisamente en una reflexión sobre la naturaleza de la eternidad y sobre la naturaleza del alma humana y su conexión con la eternidad. Pues esta tarde debemos recordar una vez más la afirmación del filósofo alemán Hegel, ya mencionada en el contexto de las conferencias anteriores: Si la eternidad ha de ser una cualidad del alma humana, entonces esta cualidad dentro de la naturaleza del alma humana no debe mostrarse sólo después de la muerte, sino que debe experimentarse en la propia existencia terrenal. - Hegel afirma, podría decirse que característicamente, que la eternidad no puede comenzar para el alma sólo después de la muerte, sino que debe ser una cualidad implantada en ella ya en la vida terrenal.

Pero si se quiere buscar la cualidad de la eternidad en el alma humana, de qué manera vive ella en nosotros, en qué forma podemos explorarla mirando nuestra propia vida anímica, cómo no habría de mostrarse precisamente en aquello que está tan íntimamente relacionado con esta alma humana en el sentido de la ciencia espiritual. Las conferencias anteriores han mostrado que existe esta íntima conexión con lo que se puede llamar la salida del alma humana en su creación y trabajo más allá de la existencia individual entre el nacimiento y la muerte, precisamente a lo que acabamos de resumir en la idea de la llamada reencarnación, las vidas terrestres repetidas, y en la idea del karma, es decir, de la influencia de las causas de vidas anteriores en nuestra vida presente y de las causas que nosotros mismos creamos ahora para nuestra vida futura. Debemos pensar que el alma humana está conectada con toda esta red de causas, debemos pensar que en su vida actual está conectada con lo que ha experimentado en etapas anteriores de la existencia y con lo que todavía experimentará en etapas futuras de la existencia. Por tanto, la contemplación de la vida presente del alma humana puede llevarnos a una visión del pasado y de la vida futura. Y si no dirigimos nuestra mirada a una idea abstracta de la eternidad, sino que miramos el alma humana real aferrándose en sí misma, entonces tal vez lleguemos a algo que pueda conducir a una característica de la esencia de la eternidad. Porque, para usar una comparación, ¿no debería ser más prometedor investigar la esencia real de una cadena yendo de eslabón en eslabón, y no tomando la cadena tal como era cuando todavía era una simple barra? Esto último habría que considerarlo si se fuera directamente a la eternidad, mientras que lo primero se pondría en duda si se considerara el alma humana tal como se presenta en la vida individual como un eslabón de la cadena entre otros eslabones repetidos que se unen para formar la cadena completa, que entonces nos representa la vida perfecta, completa, del ser humano a través de la existencia terrenal. Ahora bien, es cierto que el hombre, al mirar aquello que puede darle primero la garantía del pensamiento de la eternidad, suele abandonarse a la contemplación del presente.  Las conferencias que se han impartido hasta ahora han mostrado, desde las más diversas premisas, que el hombre, cuando examina su vida anímica, llega una y otra vez a atribuir todo lo que ha tenido lugar en su vida anímica a un punto que llama su yo.

Si se observa a los filósofos de hoy en día, se recuerda constantemente que el hombre podría llegar a conclusiones sobre la esencia de su propia naturaleza tan sólo persiguiendo la naturaleza de su propio yo, aquello que mantiene todo unido como un centro que experimentamos en el alma. ¿No parece entonces que todo lo que experimentamos en nuestra mente, en nuestra alma, de pensamientos, estados de ánimo e impulsos de la voluntad, nace y pasa? Pero, ¿Qué se conserva? ¿De quién es el destino, por así decirlo, de todos los pensamientos, estados de ánimo e impulsos de la voluntad? El yo es lo que nos demuestra que es el centro permanente. También sabemos muy bien que si no relacionáramos nuestras experiencias anímicas con este centro permanente, no podríamos hablar de ser un ser humano unificado. Sin embargo, por muy buenas cosas que digan los filósofos y pensadores sobre el yo, sobre todo en los últimos tiempos, todas sus especulaciones sobre su naturaleza están abiertas a una objeción fatal. Por muy íntimamente que conozcamos cómo este centro de nuestra vida anímica sigue siendo el mismo en todas nuestras concepciones, sentimientos e impulsos de voluntad, sin embargo, hay algo capaz de anular esta experiencia del yo en la conciencia normal; y este algo es un recordatorio constante de lo fácil que es refutar todas las especulaciones filosóficas sobre la perdurabilidad del yo tal como lo conoce la conciencia normal. Esta refutación consiste en algo que experimentamos repetidamente cada veinticuatro horas: el sueño. El sueño no sólo borra nuestros pensamientos, sensaciones e impulsos de la voluntad, sino también este punto central, el yo. Por lo tanto, no podemos hablar con verdad de permanencia en relación con el yo conocido por la conciencia normal. Pero las conferencias anteriores han mostrado que el hombre puede, sin embargo, hablar en cierto modo de tal yo, pero sin considerar lo que tiene en el presente inmediato, sin relacionar todos sus conceptos, sus apreciaciones de la mente y los impulsos de la voluntad con su yo-centro, sino considerando algo muy diferente. Hay una pregunta que debemos hacernos: ¿Encontramos el yo entre todas esas cosas a las que nos enfrentamos en el mundo exterior y que experimentamos desde la mañana hasta la noche? Si te haces esta pregunta de forma imparcial, podrás decirte a ti mismo: El yo no se encuentra en todo lo que experimento en el mundo exterior, en todo lo que fundamentan mis ideas, sensaciones e impulsos de voluntad. El pensamiento del yo no puede aparecer ante mí desde ningún mundo exterior, pero está ahí desde que me despierto hasta que me duermo. - ¿Qué puede ser aquello que vive en el alma desde el momento de la vigilia hasta el momento de dormirse, que se halla siempre en el torrente de nuestras ideas, estados de ánimo e impulsos de la voluntad, y que sin embargo puede extinguirse en el momento en que nos dormimos? Puesto que no se puede encontrar en el mundo exterior, hay que buscar su origen en nuestro propio mundo interior. Pero nuestro propio mundo interior es a su vez de tal índole que extinguimos lo que tenemos como propio yo en la conciencia normal.  No hay ni uno solo en todo el vasto círculo de conceptos que el hombre puede formarse que pueda realmente hacer tal hecho comprensible, excepto el de asumir que esto, que no es proporcionado por ningún mundo exterior, que aparece como el pensamiento del yo tal como lo tiene la conciencia normal, no es una realidad de la misma manera, pues una realidad no podría desaparecer como el pensamiento del yo desaparece en el sueño. Este pensamiento del yo no es una realidad. ¿Qué es pues? Si no es una realidad, no hay otra forma de entender el asunto que asumir que es una imagen, pero una imagen que no puede llegar a ser nosotros en el amplio círculo de nuestro mundo de experiencia, sino a la que sólo podemos llegar a través de una comparación, la comparación del hombre con su imagen en el espejo.

Supongamos que un ser humano nunca haya tenido la oportunidad de ver su propio rostro. Entonces sentiría lo mismo por su exterior que por su yo. La conciencia normal siempre experimenta el yo sólo como una imagen, no puede averiguar qué es ese yo, al igual que una persona no puede ver su cara desde fuera.  Pero cuando se pone delante del espejo, le aparece su cara, pero es la imagen de su rostro. Y cuando mira a su alrededor, ¿Qué se refleja? Si mirara a su alrededor, vería mesas, sillas y demás.  Pero no todo lo que le rodea se refleja. Pero si puede decir que es algo que no tiene en su entorno, que sólo se le refleja -pues nada de lo que hay puede reflejarse al principio en nuestra conciencia del modo en que el yo se muestra-, entonces es a nuestro propio ser, al que, sin embargo, el yo no llega al principio en la conciencia normal, sino que lo experimenta en la imagen del espejo. Y tan cierto como que lo que no está no puede reflejarse, así de cierto debe ser el yo, porque se refleja y porque la causa de la imagen del espejo no puede ser otra cosa. Un simple vistazo a los hechos del mundo basta para demostrar que esto es cierto. Por lo tanto, debemos decir: debido a que el yo del hombre se da primero sólo en la imagen del espejo, puede desaparecer, al igual que la imagen del espejo de nuestro rostro desaparece cuando ya no nos miramos en el espejo. Una imagen puede desaparecer, la realidad permanece, está ahí, aunque no la percibamos. Porque quien quisiera discutir la corrección de la última frase tendría que afirmar que sólo existe lo que el hombre percibe. Pronto se daría cuenta de lo absurdo de esta proposición en cuanto siguiera sus consecuencias.

Así que tenemos que decir: En el pensamiento del yo no tenemos al principio una realidad. Pero ganamos con ello la posibilidad de presuponer una realidad de nuestro yo. Pero, ¿Cómo puede el hombre llegar a un conocimiento cierto de este yo a través de la vida ordinaria? El hombre sólo puede llegar a conocer su yo viviendo no sólo en el presente sino también en el pasado a través de sus recuerdos. Si fuéramos capaces de mirar hacia atrás en los días, semanas, años o décadas precedentes hasta ese punto que ya se ha mencionado y del que el niño se acuerda, no podríamos ensartar todas las experiencias que hemos tenido, por así decirlo, en un único hilo, por lo que estas experiencias de nuestro propio ser interior no se unirían como una sola en nuestra memoria, por lo que no podríamos hablar de ningún ego. Era muy correcto lo que destacaban aquellos psicólogos que decían que el hombre pierde su yo -al menos como conciencia de su yo- en la medida en que se extinguen los recuerdos de sus experiencias en el tiempo ahora caracterizado. En la medida en que nuestra memoria está perturbada, nuestro yo se rompe.

Ya hemos señalado varias veces cómo el hombre, en primer lugar a través de su pensamiento, puede superar este punto límite que recuerda. Pero hoy queremos considerar primero qué es lo que hace que el hombre experimente su verdadero yo real -no una mera imagen del yo- en la memoria.  Si sólo recordáramos las experiencias por las que hemos pasado, incluso en nuestros recuerdos de la infancia, la diferencia con el surgimiento actual del yo-pensamiento no sería muy grande. Porque, al fin y al cabo, es bastante indiferente que experimentemos una imagen reflejada de nuestro yo cuando actualmente referimos nuestras ideas, sentimientos y impulsos de voluntad a un punto unificado del yo, o que refiramos nuestras ideas, experiencias mentales e impulsos de voluntad pasados a dicho punto. 

En ambos casos, el yo con el que relacionamos estas experiencias no es más que una imagen. Si nos limitáramos a relacionar nuestras experiencias con nuestro yo, nunca descubriríamos, ni siquiera en la memoria, su realidad, pues sólo llegamos a ella aprendiendo a conocer al yo en su actividad, en su impulso creador; y esta experiencia nos demuestra que este elemento creador, no afectado por el mundo exterior, mantiene su actividad incluso durante el sueño. ¿Qué es entonces lo que sigue viviendo y tejiendo en nosotros mientras dormimos? Cualquiera que practique esta mirada retrospectiva en la memoria con seriedad y sin prejuicios dirá: En la vida he adquirido un conocimiento de mis experiencias que no sólo me permite relacionarlas con mi yo, pues es innegable que he trabajado interiormente en mis experiencias, al margen de todo lo externo, y al hacerlo las he enriquecido. Quien está vivo a la maduración y el enriquecimiento de la vida que se produce en sus propias profundidades, sabe que esto no puede deberse a ninguna realidad externa, sino a algo que actúa en su interior. Además, cualquiera que estudie la vida en su conjunto se dará cuenta de que, si queremos tener éxito en esta mejora de la vida, en esta evolución interior, es necesario dormir. Sabemos muy bien que la falta de sueño causa estragos en nuestras ideas y, en cierta medida, destruye nuestros estados de ánimo. Nos damos cuenta de nuestra necesidad de sueño como elemento creador, si lo que experimentamos y percibimos en el mundo exterior ha de contribuir realmente a la maduración de nuestra vida interior. De este modo, nos cercioramos de que no es el yo que observamos durante el día el que trabaja sobre nosotros, sino que detrás de esta imagen se encuentra su realidad, siempre actuando en nosotros, incluso cuando estamos dormidos, pues la falta de sueño resulta tener un efecto perturbador en el progreso del alma. Así, en el aumento, en la maduración, de la vida del alma, reconocemos el funcionamiento del yo. Al reconocer lo desorganizados que nos volvemos si no dormimos a la hora señalada, cuando el yo debería liberarse de su conexión con la naturaleza corporal y poder trabajar en libertad, al saber que la falta de sueño es un obstáculo para la maduración de la vida, llegamos a ser conscientes del verdadero yo que trabaja en nosotros. Entonces no lo percibimos como una imagen, sino como una fuerza interior que trabaja incesantemente en nuestra vida, estemos despiertos o dormidos.

Ahí tenemos el primer indicio de la fuerza que vive y se entreteje en nuestro interior, independientemente del mundo exterior, que penetra directamente en la realidad. Al profundizar en esta experiencia interior, ¿qué encontramos? Muchos de los detalles a los que nos referiremos hoy - incluyendo el siguiente hecho importante - han sido mencionados en conferencias anteriores. Porque es un hecho que experimentamos un cierto progreso en la vida, que nos volvemos cada vez más maduros. Pero sale a la luz una cosa notable: que todo lo mejor de esta madurez -todo lo que nos permite progresar más en la vida y mediante lo cual podemos observar mejor la naturaleza del yo- es algo que podemos aprender de nuestras faltas y defectos. Cuando hemos fallado mal en algún asunto, o hemos hecho algo que nos muestra lo imperfectos, lo incapaces que somos, nuestro propio fracaso nos enseña lo que deberíamos haber hecho. Nos hemos vuelto más maduros. Por medio de tales oportunidades en la vida -ya sea que se trate de nuestro pensar, sentir, querer o actuar- desarrollamos nuestra sabiduría, nuestra madurez. Pero debemos continuar diciendo: A través de la sabiduría y la madurez obtenidas de la vida, que se convierten en una fuerza interior cada vez más fuerte, aprendemos cómo -ya que nunca nos encontramos con la misma situación por segunda vez para aprender una vez más de nuestras faltas- debemos almacenar esta fuerza tan importante, ya que nunca más podremos utilizarla en esta vida.

Vemos, pues, que a lo largo de nuestra existencia terrenal vamos acumulando continuamente fuerzas que se expresan en nuestra madurez. Si una vida ha sido bien empleada, estas fuerzas habrán reunido su mayor fuerza al llegar a la puerta de la muerte. Vemos que tenemos algo que vive en nosotros y que no puede encontrar una salida en el mundo exterior. Vivimos en nuestra alma al poder mirar al pasado: es la memoria la que mantiene unidos los hilos del alma. Pero a partir de este recuerdo surge algo que vive y se teje en nosotros como una maduración interior de la vida; algo que aparece en la existencia terrenal como una fuerza excedente. El científico espiritual sólo necesita aplicar una ley que es válida para toda la ciencia ordinaria: la ley de la conservación de la energía. Cualquier científico, cualquier físico, aceptará esta ley para el mundo exterior. Es universalmente reconocido que, cuando se pasa un dedo ligeramente por la superficie de una mesa, incluso esta ligera presión se transforma en calor. Por eso decimos que la energía puede transformarse, puede sufrir una metamorfosis, pero nunca puede desaparecer. Una vez que hemos experimentado conscientemente que en el contenido maduro de nuestra vida hemos almacenado fuerzas que al principio no pueden ser utilizadas, pero que son puestas a prueba al máximo cuando atravesamos la puerta de la muerte, entonces no debería ser difícil comprender que estas fuerzas, producidas por la actividad del yo independientemente del cuerpo, nunca pueden ser aniquiladas. Por lo tanto, la envoltura corporal, que no contribuye en nada a nuestra madurez en la vida, puede desprenderse y volver a sus elementos, pero estas fuerzas permanecen intactas. Puesto que en ellas tenemos al yo activo como centro poderoso, el yo está presente también en las fuerzas maduras de la vida cuando el ser humano atraviesa la puerta de la muerte. Esto puede ser rebatido por aquellos que no están dispuestos a aplicar a la vida espiritual las leyes de la física ordinaria; pero deberían ser conscientes de que chocan con una incoherencia al pasar directamente de las verdades de la física ordinaria a la realidad del espíritu. Sólo necesitamos el sentido común para seguir lo que la Ciencia Espiritual nos dice, que cuando pasamos por la puerta de la muerte existen, en lo más profundo de nosotros, fuerzas almacenadas adquiridas en vida, fuerzas que, ejercidas al máximo, en un mundo diferente al del cuerpo físico, tienen entonces que actuar con la mayor intensidad. Después de la muerte, estas fuerzas tienen que seguir actuando en un mundo que, evidentemente, hay que presuponer, y allí estas fuerzas, es decir, la naturaleza interior del hombre, impregnada y reforzada por el yo, siguen viviendo cuando el hombre se libera del cuerpo. Así, nuestra inteligencia ordinaria nos da una idea de la vida después de la muerte, no sólo mostrando en términos generales que existe tal vida, sino también describiendo las fuerzas que intervienen en ella.

Sin embargo, cuando la Ciencia Espiritual pasa a hablar con más detalle sobre la vida entre la muerte y el renacimiento, esto naturalmente provoca la risa de aquellos que creen estar instalados en el terreno firme de la ciencia ordinaria. El científico espiritual puede entenderlo bien, pues sabe que ni su risa ni lo que dicen depende de la razón y la evidencia, sino de su forma de pensar, lo que hace imposible que acepten lo que el científico espiritual, como resultado de sus investigaciones, es capaz de decir sobre la vida después de la muerte. Es inevitable que lo encuentren ridículo, o totalmente fantástico, producto de un sueño. Saben que la Ciencia Espiritual muestra que un hombre, habiendo atravesado la puerta de la muerte, se encuentra primero con un fenómeno que sólo se presenta ocasionalmente en la vida - aunque esto ocurre a veces y, de hecho, ha sido observado repetidamente. Esta primera experiencia es una mirada retrospectiva bastante impasible sobre el curso de su vida terrenal. Digo expresamente que en este repaso no intervienen ni el sentimiento ni la emoción; todo el panorama de su última vida terrenal pasa rápidamente ante él como en imágenes. Esto puede experimentarse en la vida ordinaria si alguien sufre un choque, como por ejemplo, estar a punto de ahogarse, pero sin perder la conciencia, pues si ésta se pierde el fenómeno no se produce. Sin embargo, aquellos que han tenido algún gran susto, que ha puesto en peligro su vida, han experimentado este estudio retrospectivo. Esto lo admite incluso el científico natural cuya investigación se limita al mundo exterior. Ya he recordado cómo el distinguido criminólogo y antropólogo Moritz Benedikt, habiendo estado a punto de ahogarse, habló de experimentar este estudio retrospectivo de su vida pasada. De tal científico natural el científico espiritual puede aprender mucho, y de buena gana, aunque hoy en esta esfera su sentimiento bondadoso no será recíproco.


Ahora bien, ¿qué ocurre cuando alguien experimenta este repentino temor a perder la vida? Por un momento, aunque conserva la conciencia, deja de utilizar los órganos externos de su cuerpo. Durante la experiencia pierde el poder de ver con sus ojos, de oír con sus oídos; es arrancado, por así decirlo, por su ser interior del cuerpo físico y de la vida ordinaria, pero sin pérdida de conciencia. El hecho de que pueda tener esta visión retrospectiva de su vida actual es una prueba de que, cuando mira así conscientemente en sus propias profundidades, todo lo que surge en su memoria debe atribuirse a su ser interior. Pues conserva su memoria cuando se desprende así de su cuerpo físico. Cualquiera que experimente un choque violento de este tipo debe darse cuenta de que todo lo que le llena de recuerdos le acompaña durante toda la vida, pero no tiene ninguna relación con sus órganos sensoriales externos. Por lo tanto, debemos decir que el hombre está unido a una vestimenta del alma más delicada que es la portadora de sus recuerdos, aunque en ese momento se libera de sus órganos corporales. Evidentemente, no puede estar dormido, pues entonces lo normal sería que en el sueño se produjera este reconocimiento retrospectivo. Por lo tanto, se deduce que durante un susto de este tipo tiene en su interior algo que no está presente en el sueño.

Esto confirma lo que dice la Ciencia Espiritual: que al dormir el hombre sale con su alma del cuerpo físico, dejando atrás al portador de los recuerdos, la vestimenta sobre la que está trabajando durante toda su vida, para que se conserven sus imágenes-memoria. En el sueño está fuera del cuerpo físico, y también esa vestidura externa del alma, llamada en la Ciencia Espiritual el cuerpo etérico, que en el sueño ordinario permanece ligado al cuerpo físico. En el momento de la muerte, sin embargo, este cuerpo etérico, que es también el activador de la vida, abandona el cuerpo físico, y sólo queda esta envoltura física exterior del ser humano. La muerte llega, en efecto, porque el cuerpo etérico, aunque presente en el sueño ordinario, ya no está.


Por lo tanto, durante un corto período de tiempo después de la muerte, se produce el mismo fenómeno que durante un choque aterrador en la vida ordinaria - una revisión hacia atrás en la memoria.


Ahora bien, como demuestran los hechos, esta experiencia de revisión está ligada a algo tan estrechamente relacionado con el cuerpo físico que ni siquiera el sueño puede romper el vínculo. Después de la muerte, el hombre se lleva consigo algo que no pertenece a su alma más íntima, sino, en cierto sentido, a su cuerpo físico. La Ciencia Espiritual muestra que en un tiempo relativamente corto -sólo unos días- después de desprenderse del cuerpo físico, el ser humano se libera del cuerpo etérico y se constituye entonces en lo esencial como lo hace durante el sueño. Pero la Ciencia Espiritual continúa mostrando cómo el ser anímico interior se encuentra entonces en una situación diferente de su situación durante la vida, cuando cada mañana el hombre tiene que volver a su cuerpo físico y a su cuerpo etérico. Está estrechamente ligado a su cuerpo físico, a todo lo que lo envuelve, y esto no pertenece especialmente a lo que reconocemos como el contenido real de su vida anímica.


Si tenemos claro que durante toda la vida de vigilia del hombre está desgastando su cuerpo físico y que la vida diurna tiene fundamentalmente un efecto destructivo -como de hecho nos damos cuenta cuando nos cansamos-, será evidente que, puesto que por la mañana somos capaces de continuar conscientemente con nuestro trabajo, la destrucción puede ser subsanada durante la noche. Así, mientras que en nuestro estado de vigilia estamos trabajando todo el tiempo de forma destructiva sobre nuestro organismo corporal, por la noche, por el contrario, nos dedicamos a reparar el daño reponiendo nuestro vigor corporal. Entonces estamos llevando a cabo una actividad más allá del alcance de la conciencia. En cuanto volvemos a cualquier grado de conciencia, surgen esas extrañas imágenes oníricas que están tan estrechamente relacionadas con la vida en el cuerpo. Sólo hay que recordar cómo las dolencias corporales pueden a veces encontrar expresión en estos cuadros, mostrando dónde está implicada la conciencia. Como después de la muerte el cuerpo físico desaparece, no hay que reparar los efectos del agotamiento. Por lo tanto, las fuerzas utilizadas durante el sueño en el cuerpo físico se retiran de nuevo al alma después de la muerte, permitiéndole, libre del cuerpo físico, utilizarlas para sí misma; y entre la muerte y el nuevo nacimiento se convierten en la conciencia del alma. En la medida en que el alma se libera de los cuerpos físico y etérico, con todo lo que les pertenece, surge otra conciencia, que no está ocupada en el trabajo del cuerpo físico y que, por ello, no puede tener conciencia de sí misma.

Todo esto no parecerá más que un conjunto de afirmaciones. Sin embargo, aparte de que se puede hacer referencia a los métodos dados en mi libro Conocimiento de los mundos superiores, la vida misma puede llamar la atención sobre esas cosas. Pues, ¿cómo se desarrolla la vida de un hombre de cara a la muerte? Si seguimos la forma en que surgen en nosotros los pensamientos y los recuerdos, lo dicho se hace evidente para el alma. Podemos recordar con precisión y repetidamente nuestras experiencias pasadas como imágenes de la memoria, pero recordamos muy poco de todo lo que hemos pasado en forma de sentimientos y sensaciones, y en el ejercicio de nuestra voluntad. ¿Quién podría negar que, cuando alguna experiencia dolorosa vuelve a él en la memoria, recuerda el dolor en su pensamiento, pero sin sentir de nuevo el dolor mismo? También hay muchas otras cosas experimentadas en nuestro corazón y en nuestra alma, que no se vuelven a sentir. Pero viven con nosotros en una forma diferente, hasta el punto de hacerse sentir en toda nuestra disposición, de modo que después ésta se compone de todo lo que hemos experimentado en el dolor y la pena, o en los momentos de alegría y placer. ¿Quién no se da cuenta, al mirar con simpatía inquisitiva a alguien con una disposición evidentemente abatida y melancólica, de que las experiencias por las que ha pasado en el corazón y en el alma han sido arrastradas a lo más profundo de su ser, para permanecer allí, aunque sean perceptibles para un observador en esta forma particularmente melancólica? Lo mismo ocurre con el hombre sanguíneo y su respuesta alegre a la vida. Se puede decir que nuestras experiencias se dividen entre las que podemos recordar siempre y las que permanecen abajo, trabajando en nosotros y apareciendo finalmente en la vida misma de nuestro cuerpo. Si analizamos esto a fondo, nos convencemos de que nuestros pensamientos y conceptos son tan débiles, tan carentes de color y de vida, porque el matiz emocional, el estado de ánimo particular del alma que impregna el pensamiento tal y como fue experimentado en su momento, ha sido suprimido y está trabajando por debajo del nivel de la conciencia, dejando el pensamiento vacío de sentimiento.

Sin embargo, cuando se observa imparcialmente todo el curso de la vida, se puede ver que esta relación entre el sentir y la voluntad, por un lado, y el pensar, por otro, cambia. Así, en un determinado momento de la vida un hombre reprimirá los sentimientos e impulsos relacionados con sus pensamientos, mientras que en otro momento los mantendrá más unidos. La juventud es el período en el que somos más propensos a ceder nuestras alegrías, penas e impulsos volitivos a nuestro subconsciente. Es entonces cuando nos sentimos más fácilmente inclinados a enviar al subconsciente las experiencias del corazón y del alma que acabarán influyendo en toda nuestra disposición, incluso en nuestra condición corporal. Pero a medida que el cuerpo se va uniendo más firmemente, los elementos de nuestra conciencia se van pareciendo cada vez menos a lo que eran, con el resultado de que somos cada vez menos capaces de trabajar en el subconsciente, y nuestros sentimientos e impulsos de la voluntad llegan por grados a permanecer ligados a nuestros pensamientos. Cuando un hombre observa la vida con verdadero conocimiento de sí mismo, a medida que envejece puede comprobar cómo en la juventud una persona remite la mayor parte de sus estados de ánimo, de modo que viven en la constitución de su cuerpo. Pero cuanto más rígido y seco se vuelve un hombre más tarde, más permanecen unidas a sus pensamientos estas experiencias y los impulsos de la voluntad no agotados en la acción. Así vemos cómo, en este sentido, la vida interior se enriquece a medida que nos acercamos a la muerte. Vemos cómo el organismo corporal se va secando y se vuelve menos capaz de absorber las experiencias del alma, mientras que, si continuamos aprendiendo de la vida como de una escuela, el alma se volverá más viva, más madura. Por esta razón, todo lo que en la juventud está relacionado con los ideales, las ideas, incluso con los meros conceptos, atraviesa nuestro ser inconsciente, se apodera de nuestra sangre, de nuestro sistema nervioso, y se asienta allí, para emerger más tarde como nuestra capacidad de vivir, o al revés. Más tarde sentimos que nuestra sangre ya no estará, ya no está en armonía con nuestro entusiasmo por los ideales. A causa de nuestros métodos erróneos de educación, este sentimiento está ahora en cierta medida reprimido, pero en el futuro pertenecerá cada vez más a las mejores cosas y bendiciones de la vida. Porque cuando nos acerquemos al invierno de la vida, los sentimientos e impulsos que en años anteriores entregamos a nuestro organismo corporal se sumarán a nuestra fuerza del alma, no pudiendo ya pasar al cuerpo a causa de la resistencia que allí encuentran.

Teniendo esto en cuenta, diremos: Si miramos en nuestro propio ser interior descubrimos cómo, al acercarnos a la puerta de la muerte, éste se enriquece cada vez más. La afirmación de que el hombre se debilita con la edad no es válida; se origina en hábitos de pensamiento y prejuicios materialistas. En proporción a la decadencia del cuerpo, la vida interior del alma gana vigor, volviéndose interiormente más infantil; vemos una especie de acercamiento hacia aquellas fuerzas que están en su máxima tensión cuando nos acercamos a la puerta de la muerte. Esto es particularmente cierto en el caso de las personas que están capacitadas, a través del entrenamiento indicado en el libro Conocimiento de los Mundos Superiores, para tener alguna experiencia perceptiva independientemente de sus órganos corporales. También se describe allí cómo, por medio de la meditación y la concentración, podemos instruirnos de tal manera que la experiencia y el conocimiento del mundo espiritual pueden convertirse en una realidad absoluta para nuestras almas. Al mismo tiempo, el alma sabe con certeza que esta experiencia se adquiere sin ayuda del ojo o del oído, o de cualquier órgano corporal, pues entonces está fuera del cuerpo. En un caso de este tipo, el sentimiento y los impulsos de la voluntad deben impregnar vivamente la meditación y la concentración de la persona: el pensamiento por sí solo no es suficiente. En el Conocimiento de los Mundos Superiores se relata con exactitud cómo la persona no debe perder el contacto con sus sentimientos y percepciones -con todo lo que en la juventud se retira a las profundidades del alma-. Tiene que meditar y concentrarse con su mente, pero sus pensamientos deben ser encendidos por su corazón y su alma, e infundidos de vida por esos impulsos de la voluntad que entonces no se transforman en acción sino en pensamiento.

Cuando un ser humano ha desarrollado la auténtica clarividencia apropiada para nuestro tiempo, obtiene lo que, de otro modo, sólo se experimentaría tras atravesar la puerta de la muerte. Sin embargo, toda esta clarividencia es experimentada por él de tal manera que es consciente de la siguiente distinción: "Puedo experimentar ciertamente", se dice a sí mismo, "un mundo espiritual, un mundo donde los hombres viven entre el morir y el renacer, pues vivo con ellos allí. Pero todo mi conocimiento de él lo obtengo simplemente percibiéndolo. La diferencia entre yo y estas almas es que yo percibo todo esto sin poder trabajar y crear en él'. El alma es consciente de esta distinción, pero sólo se deriva de estar estrechamente ligada al cuerpo físico, pues directamente la conciencia clarividente se libera de él y del cuerpo etérico, se produce una liberación de aquellas fuerzas que, mientras son mantenidas en tensión por el cuerpo físico, permiten al vidente obtener un conocimiento perceptivo del mundo espiritual más allá de la puerta de la muerte. Son estas fuerzas las que son preeminentes en el hombre durante el tiempo que transcurre entre su muerte y su renacimiento. Lo que el clarividente experimenta es como la fuerza de un arco tensado. Sólo puede utilizarlo para percibir, pero en cuanto se libera la tensión, el arco se pone en movimiento de inmediato. Lo mismo ocurre con el clarividente cuando pasa de la vida en el cuerpo físico a la vida en el mundo después de la muerte. Y puede decirse a sí mismo: "Sólo soy capaz de percibir el mundo espiritual, sólo puedo ver lo que ocurre allí". Pero después de la muerte, al caer el cuerpo, las fuerzas se liberan, como ocurre con el arco cuando se dispara la flecha'. Estas fuerzas están disponibles en el alma del hombre para otras actividades después de su muerte hasta que renazca. Este es el período en el que puede mirar su existencia terrenal pasada, y puede entonces trabajar en su próxima encarnación, cuando despierte a una nueva vida en la Tierra. No es sólo mirando el asunto bajo esta luz que podemos proporcionar evidencia para ello. Podemos obtener pruebas satisfactorias -aunque no una prueba matemática- acudiendo a la naturaleza. En el crecimiento de una planta vemos cómo se desarrolla hoja tras hoja hasta que se despliegan las flores: cómo estas flores fructifican y la semilla se desarrolla a partir del fruto.  Luego la planta se marchita. Pero entonces, ¿Ahí se agota su fuerza? No, al contrario: en ese mismo momento las fuerzas que convocan a toda la planta a un nuevo ciclo de vida son más fuertes. Ahora están concentradas interiormente en un punto, por así decirlo, y vuelven a aparecer en una nueva forma cuando la semilla se siembra en la tierra. Vemos entonces cómo se renueva toda la planta; el principio y el final de su vida están así unidos. Del mismo modo, las fuerzas altamente concentradas en nosotros mismos cuando pasamos por la muerte se unen con las que se ven al principio de la vida en la Tierra. Vemos cómo el ser humano, cuando es un bebé, duerme a través de una especie de condición crepuscular hacia la vida. Esta condición da rienda suelta al trabajo sobre el cuerpo, y éste se lleva a cabo de tal manera que los órganos corporales se armonizan con la vida del alma. Sería una pena que alguien quisiera sostener que el yo no es activo hasta que comienza la autoconciencia. No, su actividad comienza mucho antes, y después el ser humano sólo tiene que dirigir sus fuerzas a la construcción de la conciencia y la memoria. Antes de esto, las fuerzas del yo ya están trabajando para moldear los órganos corporales, de modo que el cuerpo, todavía blando y flexible, esté hábilmente preparado para albergar la conciencia que viene. Si observamos al ser humano con total imparcialidad, veremos cómo llega a relacionarse con el mundo a su manera individual, y cómo sus rasgos y facultades indefinidas van tomando forma. Por último, vemos cómo la fuerza que antes había atravesado la puerta de la muerte en forma concentrada, en disposición de construir un nuevo cuerpo, está ahora trabajando realmente en él, de modo que el ser humano puede entrar en su nuevo cuerpo llevando consigo los frutos de su vida anterior. De este modo, el yo pasa de una vida terrenal a la siguiente. Al potenciar activamente la vida del alma, demuestra estar dotado de esas potentes fuerzas que -después de seguir aumentando hasta la muerte- mantienen su actividad durante el tiempo que transcurre entre la muerte y el renacimiento, de tal manera que el yo puede imprimirlas en otra encarnación terrenal.

De este modo, vemos cómo nosotros mismos somos responsables de las causas que tienen efecto en nuestra próxima vida, ya que esta vida es la continuación de la anterior; y vemos cómo cada eslabón de la cadena se une al siguiente. No hay más que comparar esto con el budismo para ver cómo la Ciencia Espiritual moderna, hablando desde un punto de vista evolutivo basado en su totalidad en la clarividencia, puede aceptar el buen pensamiento del budismo mientras rechaza el otro. El budismo es el último fruto de una cultura primigenia que data de los tiempos en que la clarividencia primitiva era un don natural, experimentado directamente, y cuando, por lo tanto, la idea de vidas terrenales repetidas era buena. Al mismo tiempo, el budismo sostiene que todo lo que se ha trabajado en la vida anterior del hombre, y que se ha reunido como el yo de su vida actual, es simplemente una apariencia. Fundamentalmente, el budismo no conoce el verdadero yo, sino sólo el ego del que hemos hablado como imagen. De ahí que diga que nuestro yo desaparece al igual que nuestro cuerpo, nuestras envolturas y nuestras experiencias anteriores. Todo lo que el budista reconoce que se repite de la vida anterior a la presente, son los hechos - Karma. Según el budismo, estas acciones se combinan en un patrón que, en cada nueva vida, evoca la apariencia de un yo, de modo que no hay un ego real, sino sólo el Karma de un hombre que trabaja de una vida a la siguiente. De ahí que el budista diga: el yo es una mera apariencia, Maya, como todo lo demás, y debo esforzarme por superarlo. Los hechos de mi vida anterior, que ahora forman un patrón como si estuvieran alrededor de un punto central, parecen ser un yo, pero eso es una ilusión. Por lo tanto, tengo que borrar todo lo que el Karma ha traído a mi vida.


La Ciencia Espiritual dice lo contrario: que el yo es el hecho concentrador del Karma. Mientras que todos los otros hechos son temporales y serán compensados en el tiempo, este hecho kármico, que hace al hombre consciente de su yo, no es temporal. Por lo tanto, con la conciencia del ego entra algo que sólo podemos describir diciendo -como hemos hecho hoy- que su existencia se eleva continuamente a un nivel superior; y que cuando volvemos a entrar en la vida terrenal nos formamos de nuevo en torno al ego. El budista, en cambio, borra el ego y no reconoce más que el karma, que, trabajando de una vida a otra, crea una nueva ilusión de un yo. Los adeptos a la Ciencia Espiritual moderna, sin embargo, para quienes el Karma y el ego no coinciden, dicen: "Mi yo pasa de su etapa actual en la Tierra, con el mejoramiento así obtenido, para reaparecer más tarde en una encarnación ulterior, cuando se unirá con los actos entonces realizados. Cuando como yo he hecho algo, permanece con este punto central, y continúa con todos mis actos de encarnación en encarnación".

Esa es la diferencia radical entre la Ciencia Espiritual y el Budismo. Aunque ambos hablan de forma similar de la Reencarnación y el Karma, es el propio yo el que progresa de una vida a otra y da forma a nuestra vida anímica interior. Cuando contemplamos este progreso, nos encontramos con que nos lleva de vuelta en cada existencia a algún punto de la primera infancia antes del cual no recordamos nada, confiando en lo que nos dicen los padres y otros. Luego, en un momento determinado, la memoria se despierta, pero no podemos decir que las fuerzas de la memoria no estaban antes en nosotros; estaban definitivamente allí, trabajando en nuestra vida interior. La propia evolución depende de que nuestra memoria surja en un determinado momento de nuestra vida temprana. Además, la Ciencia Espiritual muestra que, al igual que la memoria se despierta en un determinado momento de la infancia, es posible que un hombre, al elevar su conciencia a niveles cada vez más altos, recuerde no sólo su pasado inmediato, sino también sus vidas anteriores en la tierra. Este es un hecho de la evolución que actualmente sólo es evidente para la conciencia clarividente. Sin embargo, está en plena concordancia con lo que se puede aprender por otros medios. Cuando se dice que una objeción justificada a la reencarnación es que las personas no pueden recordar sus vidas anteriores, la respuesta es: Al igual que nuestra memoria ordinaria es una realidad, aunque no podamos recordar nuestras experiencias pasadas del tiempo anterior a que se desarrollara esa facultad, también debe desarrollarse primero una memoria que pueda mirar hacia atrás, hacia vidas anteriores. De este modo, la memoria se convierte en un ideal de evolución, y tenemos que admitir: De niño tuve que desarrollar una memoria para mi vida actual: ahora debo seguir desarrollando la memoria para las vidas terrenales anteriores. Así llegamos al hecho reconfortante -aunque las personas de mente estrecha ciertamente no simpaticen con ello- de que la humanidad tiene todavía muchos ideales por delante, además de los derivados de la conciencia ordinaria; y estos otros incluyen un esfuerzo por el poder de recordar vidas terrenales pasadas. Pero repito que éste no es un asunto en el que las almas filisteas puedan estar de acuerdo con la Ciencia Espiritual. Hace poco leí una declaración de un hombre muy apreciado en la actualidad, en la que adelantaba la opinión de que nunca sería posible que la razón humana resolviera todos los enigmas del universo, ni tampoco sería deseable, pues si se resolvieran todos los enigmas no nos quedaría nada que hacer en la Tierra. Evidentemente, no puede concebir que la evolución progrese más allá de su etapa actual, aportando a los hombres nuevas facultades para nuevas tareas, ni puede imaginar que lo que es para el "bien" de las personas cambie con el aumento de su conciencia.

Una de las bendiciones que fluyen de la Ciencia Espiritual es que abre una perspectiva que no conduce a la vaguedad. No podemos lamentarnos de estar mirando hacia adelante, hacia un tiempo vacío. Toda la eternidad está ante nosotros. Podemos ver cómo cada eslabón de la cadena se une al siguiente y podemos decirnos a nosotros mismos: Ahora llevas en ti las fuerzas adquiridas en esta vida presente, y con ellas estás construyendo una existencia futura en la que tendrás la oportunidad de desarrollar más esas fuerzas. Así, poco a poco, experimentamos cuán real se vuelve el pensamiento de la eternidad, cómo se extiende ante el alma como una vasta y eterna perspectiva. Una de las ventajas de la Ciencia Espiritual es que ya no nos hacemos la pregunta abstracta: ¿Qué es la eternidad? - ni recibimos una respuesta meramente abstracta, pues al estudiar verdaderamente la vida humana vemos cómo surge la eternidad, cómo se forma cada eslabón del conjunto, y todas las consideraciones abstractas son así expulsadas del campo. La realidad muestra entonces -como la realidad siempre debe hacerlo- cómo todo se construye a partir de partes individuales, miembro por miembro. Así, la Ciencia Espiritual señala que la naturaleza del alma del hombre arroja luz sobre la naturaleza de la eternidad y sobre la forma en que ambas están conectadas.

Si pasamos ahora a la segunda objeción, a la que quizás incluso una personalidad como Lessing dio crédito, alguien podría decir: "En estas líneas mi destino se me aclara, pero si he de suponer que lo preparé por mí mismo a través de mi Karma, esto lo hace aún más doloroso, porque entonces tendría que culpar a mis defectos". Sin embargo, a la luz de la Ciencia Espiritual, esta idea puede transformarse. Antes de nuestro último nacimiento elegimos tener la desgracia que ahora nos sobreviene: al buscarla, y sobre todo al superarla, adquirimos una capacidad plena de la que, antes, no podíamos darnos cuenta de nuestra necesidad. En nuestro estado incorpóreo nos convencimos de nuestra necesidad, y sólo dirigiendo nuestro camino hacia esta desgracia nos capacitamos para elevarnos a un nivel superior. Así, por medio de la ley kármica, la escuela de la vida resulta ser la portadora de la buena fortuna; y se ve que la desgracia añade fuerza al ideal de la eternidad.

Ahora no hay tiempo para mostrar cómo nuestros cuerpos terrestres están cambiando continuamente su forma original; y cómo, cuando la Tierra llegue a su fin, será sucedida por otro tipo de existencia. Por lo tanto, nuestras vidas actuales en la Tierra no cubren la totalidad de la existencia humana; también ellas han tenido un comienzo. Lo que el ser humano ha adquirido durante repetidas vidas en la Tierra le servirá para otras formas de existencia. Para estudiar lo terrenal basta con considerar la esencia del alma humana. Así es como podemos aprender que la eternidad no comienza sólo después de la muerte, pues puede discernirse ya en la naturaleza del alma encarnada.


La Ciencia Espiritual, por lo tanto, eleva desde el pasado a un nivel nuevo y superior algo que fue previsto hasta cierto punto e incluso investigado por los buscadores del espíritu en días pasados. Hegel tenía razón al decir que la eternidad no podía comenzar para el alma sólo con la muerte, sino que debía ser inherente a ella durante su existencia terrenal. He aquí algo sobre lo que la Ciencia Espiritual arrojará cada vez más luz, con una claridad tan impregnada de sentimientos e impulsos de la voluntad que se convierte en el elixir mismo de la vida, algo que siempre se ha considerado como parte esencial del ser, de la naturaleza, del alma humana. Así que ahora puedo citar un viejo dicho que, aunque no resume el contenido de esta conferencia, está en armonía con su carácter. Fue pronunciada en el siglo III después de Cristo por el gran místico y filósofo Plotino, que meditó profundamente sobre la naturaleza del tiempo y de la eternidad, es decir, sobre todo lo que constituye la base de lo que estamos considerando hoy:

La eternidad no está ligada al alma y al espíritu del ser humano como una característica meramente fortuita, sino que es una necesidad para la naturaleza del alma humana. La eternidad tampoco es una característica fortuita del espíritu.

La eternidad pertenece al espíritu, está en el espíritu, sale del espíritu.

La eternidad vive a través del espíritu.

traducido por J.Luelmo dic.2021








 








No hay comentarios:

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919