GA312 Dornach, 8 de abril de 1920 Herencia - Papel del hombre y de la mujer - Diabetes y enfermedad mental

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 RUDOLF STEINER

La Ciencia Espiritual y la Medicina


Dornach, 8 de abril de 1920

 

DÉCIMONOVENA CONFERENCIA : 

Herencia - Papel del hombre y de la mujer - Diabetes y enfermedad mental - Hæmofilia - Antimonio - Antimonio como efecto planetario - Coagulación de la sangre y formación de albúmina - Acción del antimonio - Consumo de café - Concha de ostra - La ostra como alimento - Tifus - Belladona.

En estas dos últimas conferencias trataré de abordar el mayor número posible de cuestiones que tenemos frente a nosotros. En un esquema preliminar, como el que se ha ofrecido en esta serie, el propósito principal es conocer con mayor exactitud, en la forma que puede dar la Ciencia Espiritual, el camino que siguen dentro del organismo humano las sustancias externas al hombre, y también sus contraefectos. Si tenemos una visión completa a vista de pájaro, por así decirlo, de la forma en que opera cualquier sustancia, tenemos al mismo tiempo una indicación de su valor terapéutico, y podemos utilizar nuestro propio juicio. Utilizar el juicio individual es mucho mejor que atenerse a las prescripciones que dicen que esto es para esto y lo otro para aquello. En esta ocasión, volveré a partir de algo aparentemente remoto, para llegar a algo muy cercano a todos nosotros. Entre las preguntas escritas que se me plantean, reaparece continuamente una que, por supuesto, debe interesarles a todos: la cuestión de la herencia en general. Tanto en el juicio de las personas sanas -o al menos relativamente sanas- como en el de los enfermos, desempeña un papel extremadamente importante.

En la biología materialista actual, esta herencia sólo se estudia de forma muy abstracta. Ciertamente, no se estudia de tal manera que proporcione una gran utilidad práctica en la vida. Pero si la estudiamos seria y cuidadosamente, encontraremos que es notable (al menos para el estudiante exotérico, mientras que el esoterista la conoce como una ley obvia) que todo lo que la humanidad necesita saber sobre el mundo y sus relaciones, se revela en alguna parte en una forma externamente visible. Siempre hay algo que revela externamente esas fuerzas secretas pero -para la humanidad- más eficaces de la naturaleza. Y si investigamos la herencia, debemos tener esto muy especialmente en cuenta, ya que, por otra parte, todos los factores asociados a la herencia están continuamente confundidos y ocultos por ilusiones, de modo que el buen juicio se hace muy difícil. Si se forma un juicio sobre una cuestión de herencia, siempre hay otros fenómenos a los que no se aplica. En efecto, los hechos de la herencia están envueltos en las más poderosas ilusiones que surgen del carácter de su ley. Pero la naturaleza misma de esta ley implica que su regularidad no siempre se hace evidente. Las manifestaciones de la herencia siguen un patrón de ley, pero muy difícil de regular. Al igual que la posición horizontal de los brazos de una balanza depende de una ley especial, pero se ve alterada por la adición del peso de un lado o del otro, de modo que la ley es difícil de regular, así ocurre también, podemos decir, con la operación de la herencia. Se trata de un fenómeno similar al de la tendencia horizontal de la balanza; pero se sella a través de una amplia gama de manifestaciones variables. Esto se debe al hecho de que en la herencia siempre intervienen diferentes elementos, masculinos y femeninos. El masculino transmite siempre lo que el hombre debe a la existencia terrenal, lo que debe a las fuerzas de la tierra; mientras que el organismo femenino es más apto para transmitir la influencia cósmica de más allá de la tierra. Podríamos expresar esta diferencia de la siguiente manera. La tierra exige continuamente al hombre; la tierra organiza sus fuerzas. La tierra es la causa de la que procede la sexualidad masculina. En la mujer, el cielo, por así decirlo, plantea continuas exigencias; es la causa de su forma y prevalece en todos los procesos internos de su organización. Este contraste puede recordar algo que ya se ha tocado en estas discusiones. Si un ser femenino llega a la existencia por medio de la concepción y se desarrolla, tiende a sintonizar cada vez más con los procesos extraterrestres, a ser tomado, por así decirlo, por los cielos. Si un ser masculino se desarrolla, se inclina cada vez más a ser tomado por la tierra. Así, el cielo y la tierra cooperan realmente, pues ninguno de los dos actúa exclusivamente ni sobre un solo sexo, sino que en la hembra el brazo de la balanza se eleva hacia el cielo y en el macho se inclina hacia lo terrestre. Es una ley estricta, pero está sujeta a variaciones, y de ahí surge el siguiente resultado. En la mujer, el organismo incluye tendencias internas que libran una contienda permanente con los elementos terrestres. Pero lo extraño es que esto sólo es válido con respecto a su propio organismo individual, y no en términos de vida y de semilla. Esta contienda entre las fuerzas cósmicas y telúricas se limita en la mujer a todos los procesos distintos de la formación del óvulo, es decir, de los órganos que sirven a las funciones de reproducción. Así, la mujer retira continuamente su organización de las fuerzas inherentes a la reproducción; los órganos que rodean el tracto reproductivo son continuamente retenidos. Y podríamos decir que hay una tendencia a transmitir a través del varón lo que está contenido en las fuerzas reproductivas y que, por lo tanto, puede ser heredado. En la mujer hay una tendencia a retirarse de esta herencia - y simultáneamente en sus propias fuerzas oógenas existe la tendencia más fuerte de la herencia.

Por tanto, debemos preguntarnos cómo puede la comunidad humana contrarrestar las fuerzas destructivas de la herencia. Porque sabemos que la herencia no encuentra ninguna barrera entre lo espiritual y lo físico. Por ejemplo, en las familias sujetas a trastornos mentales, éstos pueden alternarse en generaciones sucesivas con la diabetes; hay así una metamorfosis que oscila de un lado a otro. Por lo tanto, es una cuestión de inmensa urgencia averiguar cómo proteger a la humanidad de los estragos de la herencia. La principal medida preventiva es, en primer lugar, hacer todo lo posible para preservar y mejorar la salud de las mujeres, ya que en ese caso, la influencia extra-telúrica es atraída más activamente a nuestro proceso terrestre, y aquellos procesos que trabajan continuamente para transmitir las influencias nocivas de la herencia a través del germen, pueden ser combatidos a través del organismo materno. Así, una comunidad que se preocupa por la salud de sus mujeres, hace la guerra a la influencia nociva que surge de las fuerzas terrestres en la herencia, mediante un llamamiento a las fuerzas que proceden de fuera de la tierra y que actúan como contrapeso. Pues estas fuerzas celestes cósmicas tienen, por así decirlo, su acumulador terrestre únicamente en el organismo de la mujer. Esto es muy importante, y es válido para todas las fuerzas de origen telúrico y cósmico; es universalmente cierto. Se hace notoriamente evidente en el caso de los hemofílicos, de los llamados "sangradores". Sería bueno que se hablara menos de la herencia y se estudiaran más los hechos concretos que apuntan inequívocamente a su funcionamiento. Observen esto como se muestra entre los "sangradores". Encontrarán un fenómeno sorprendente, conocido por todos ustedes, y que ilustra lo que acabo de señalar. En la descendencia familiar entre los hemofílicos la hemorragia en sí misma sólo aparece en los varones, pero la transmisión de la enfermedad se produce sólo a través de las mujeres. Una mujer cuyo padre era hemofílico, aunque no presente la enfermedad ella misma, es susceptible de legarla a sus descendientes varones. La padece porque forma parte de la familia. Los varones, sin embargo, se convierten en sangradores. Pero si éstos se casan con mujeres libres de descendencia hemofílica, la enfermedad no se transmite.

Si se analizan los hechos mencionados, se encontrará una sorprendente expresión concreta de mis afirmaciones, y de hecho los hechos de la hemofilia son pruebas mucho más claras que todos los recientes experimentos de Weismann, etc., de lo que ocurre en la herencia. Y también son importantes para el juicio general de la organización corporal humana; esta organización debe ser estimada en cierta medida a la luz de lo que es capaz de influir en ella.

¿Cuál es la base real de la haemofilia? De hecho, puede detectarse mediante una consideración superficial. La sangre no se coagula adecuadamente, por lo que el más mínimo rasguño o pinchazo externo puede hacer que el hemofílico se desangre hasta morir; pueden morir por ataques de hemorragia nasal, o por la extracción de un diente, ya que lo que en otras personas llevaría a la coagulación no lo hace en el caso de un hemofílico. Así que la sangre de estas personas debe poseer algún componente o cualidad que contrarreste el poder de coagulación. Si esta cualidad existe en un grado demasiado potente, no es neutralizada por las fuerzas externas que comienzan a trabajar desde el exterior cuando la sangre se coagula. Porque la coagulación de la sangre es causada por fuerzas que actúan desde el exterior. Si la sangre posee una cualidad que no permite que estas fuerzas externas prevalezcan, hay una tendencia excesiva a la fluidez de la sangre.

Es fácil detectar que una fuerte tendencia a la fluidez excesiva está relacionada con toda la formación del yo humano. Y no superficialmente, sino profundamente, y con lo que se manifiesta en el yo humano como voluntad, no con lo que se manifiesta como "Ideación". La tendencia constitucional a la excesiva fluidez de la sangre humana está asociada a todo lo que fortalece o debilita la voluntad humana. Y hay un buen ejemplo histórico que demuestra que ciertos secretos de la naturaleza son accesibles a una interpretación adecuada. Tanto la historia como la ciencia conocen el caso de la Engadina; probablemente lo conozcan: el caso de esas dos jóvenes del distrito de la Engadina que nos han proporcionado una luz sobre algunos aspectos profundos -y médicamente útiles- de la naturaleza humana. Ambas jóvenes procedían de una estirpe hemofílica, y ambas tomaron y mantuvieron la firme y valiente resolución de abstenerse de contraer matrimonio. Por lo tanto, tienen su lugar en la historia como campeonas personales de la lucha contra la hemofilia hereditaria.

Por supuesto, debemos hacer hincapié en el verdadero núcleo de este caso. Ciertamente, no es propio de todas las chicas de las familias hemofílicas abstenerse de esta manera de la propagación. Para tal curso de acción debe desarrollarse una fuerte voluntad subjetiva; justo el tipo de voluntad subjetiva fuerte que opera en el yo, y no en el cuerpo astral. Una fuerza de voluntad tan peculiar debe haber distinguido a esas dos jóvenes. Deben haber tenido algo en sus yoes, en su poder de voluntad, que estaba conectado de alguna manera con las fuerzas que operan en los sangradores. Si tales fuerzas se incrementan de manera consciente, esto podría hacerse más fácilmente en tales casos que en las personas que no son sangradoras. Una estimación justa de esta interacción nos lleva a estudiar las fuerzas y propiedades específicas de la sangre y su interacción con el mundo extrahumano. Y al estudiar aquellas propiedades de la sangre que están asociadas con la voluntad consciente, podemos aprender algo de la conexión general entre la voluntad humana y las fuerzas externas al hombre. El hecho es que ciertas fuerzas extrahumanas tienen una relación interna con las fuerzas de la voluntad humana, un parentesco que se basa en que durante el transcurso del desarrollo en el reino de la naturaleza, lo último que se eliminó es lo que tiene que ver con la voluntad humana consciente, con la voluntad humana en general. Esto es lo que finalmente se eliminó en el reino de la naturaleza.

Estudiemos ahora algo en la naturaleza externa que está entre las creaciones por las que la naturaleza enmarcó a la humanidad, y que muestra por sus cualidades inherentes su asociación con ese proceso formativo de la humanidad. Una sustancia de esa descripción ha sido durante mucho tiempo objeto de estudio, y hay grandes dificultades para examinar los resultados porque es difícil hacer que las fuerzas que conservaba la medicina atávica en los siglos XVII y XVIII sigan activas en el hombre moderno intelectual. La sustancia así estudiada fue el antimonio y todo lo que está relacionado con él. El antimonio es una sustancia muy notable; ha atraído la más profunda atención de todos los que han tenido que ver con ella, incluido el legendario Basilius Valentinus. Ciertos atributos de esta sustancia revelarán la manera peculiar en que está entrelazada con todo el proceso de la naturaleza. Consideremos, por ejemplo, el que quizá sea el menor de los atributos del antimonio: su extraordinaria afinidad con otros metales y otras sustancias no metálicas, de modo que a menudo aparece en combinación con otras sustancias, especialmente con compuestos de azufre. Ya hemos hablado del funcionamiento específico del azufre a este respecto y el antimonio tiende a aparecer junto con los compuestos de azufre de otras sustancias. Esta inclinación del antimonio muestra cómo está entretejido en el proceso de la naturaleza. Otra cualidad es aún más significativa. Siempre que es posible, forma bandas de cristales en forma de aguja. Es decir, su impulso es a lo largo de una línea recta, hacia fuera y lejos de la tierra. Siempre que el antimonio se acumula longitudinalmente, contemplamos las líneas a lo largo de las cuales se dirigen las fuerzas de cristalización desde el espacio exterior hacia la tierra. Pues las fuerzas de formación en la cristalización, que generalmente trabajan en patrones más regulares, producen en el antimonio las estructuras en forma de lanza y de haz. De este modo, el antimonio revela cómo se inserta en el conjunto de la naturaleza. Las características del proceso de fundición también indican que el antimonio revela -o traiciona- las fuerzas de la cristalización. Mediante el proceso de fundición podemos obtener antimonio en una forma delicadamente fibrosa.

Además, existe esta otra cualidad: si el antimonio se expone a temperaturas, puede oxidarse, es decir, arder de una manera peculiar. El humo blanco que se forma revela un cierto parentesco con los cuerpos fríos y se adhiere a ellos. Las conocidas "flores" del antimonio producen algo en lo que la fuerza de cristalización, por así decirlo, se descarga en contacto con otros cuerpos.

Y la más notable de todas las propiedades del antimonio, es su peculiar forma de resistencia a todas las fuerzas que he enumerado como sub-terrestres, en cierto sentido; aquellas fuerzas que actúan a través de la electricidad y el magnetismo. Supongamos que tratamos el antimonio con electrólisis, lo llevamos al cátodo y tocamos el depósito antimonial en el cátodo con una punta de metal: el antimonio produce pequeñas explosiones. Esta resistencia activa del antimonio a los procesos eléctricos - si se le da un pequeño estímulo a la sustancia - es de lo más característico y distintivo, revelando su posición real en todo el proceso de la naturaleza, ninguna otra sustancia revela sus interacciones tan enfáticamente.

Sólo podemos interpretar las lecciones tan gráficamente presentadas por esa sustancia, en la suposición de que las fuerzas presentes en la naturaleza están trabajando en todo, son de hecho ubicuas; y que si ciertas sustancias muestran su operación en un grado marcado, es porque las fuerzas están especialmente concentradas en esas sustancias. Lo que opera en el antimonio está presente en toda la naturaleza; el poder antimonizante -si podemos acuñar el término- está en todas partes. También tiene una acción reguladora en el hombre, de modo que en condiciones normales los seres humanos extraen la fuerza antimonizante de la esfera extra-telúrica. Es decir, la humanidad extrae del cosmos lo que en forma concentrada se manifiesta como antimonio. En condiciones normales, el hombre no recurre a la fuerza antimonizante tal como está presente en la tierra y en su forma concentrada específica, sino que se dirige a la fuerza antimonizante externa, extratelúrica. Por lo tanto, es evidente que hay que preguntarse: ¿Cuál es la forma extratelúrica de esta fuerza antimonizante?

Hablando en términos de los planetas, es la cooperación de Mercurio, Venus y la Luna. Si estos tres no operan por separado, sino juntos, su acción no es específicamente de la naturaleza del mercurio, del cobre o de la plata, sino que es comparable con la acción del antimonio en la tierra. Y, por supuesto, esto puede y debe ser investigado, observando y registrando los efectos de tales constelaciones sobre el hombre - constelaciones, es decir, en las que las tres fuerzas de Luna, Mercurio y Venus se neutralizan mutuamente, a través de los aspectos de oposición o cuadratura. Si las tres se encuentran en tal aspecto de neutralización, se produce la interacción precisa que en el caso del antimonio se da en la tierra. En todo el antimonio en y sobre la tierra, se ejerce la misma fuerza desde nuestro planeta, que la que ejercen estos tres cuerpos planetarios sobre la tierra.

Aquí es necesario advertir de un error. La constitución de la tierra es tal que hace que sea erróneo referirse fragmentariamente, por así decirlo, a sustancias como el antimonio. Todo el antimonio de la tierra es una unidad en la estructura de la tierra, así como todas las reservas de plata o de oro de la tierra son unidades. Si se extraen trozos separados de antimonio de la tierra, se está simplemente extrayendo o amputando una parte de ese cuerpo antimonial que está incorporado a la tierra. Hemos intentado ahora delinear todo el efecto perceptible de la acción antimonial: y aquí, como en todas partes en la naturaleza, las acciones se encuentran con las contraacciones. Esta oscilación entre la acción y la reacción, es justamente lo que da origen a la forma corporal.

Busquemos entonces las fuerzas que actúan en contra de las fuerzas antimoniales. Éstas se revelan si somos capaces de detectar que las fuerzas antimoniales actúan sobre el hombre en el momento en que presiona hacia fuera algo que está regulado mientras está en su interior. Son estas fuerzas antimoniales las que operan en la coagulación de la sangre. Dondequiera que la consistencia de la corriente sanguínea muestre una tendencia a la coagulación, la fuerza antimonizante está activa. Allí donde la sangre tiende a retirarse de la coagulación, actúan las fuerzas antimonizantes. Así que los hæmophiliacs manifiestan las fuerzas antagónicas al antimonio curiosamente. Y estas fuerzas antiantimonizantes son idénticas a aquellas para las que me gustaría acuñar el término "fuerzas albuminizantes", las fuerzas formadoras de albúmina, que actúan de una manera tan saludable - que promueven la formación de albúmina. Porque, subrayémoslo una vez más, las fuerzas que dificultan la coagulación son las fuerzas albuminizantes.

De esta manera llegamos a conocer las relaciones entre las fuerzas antimonizantes y albuminizantes en el organismo humano. En mi opinión, el estudio minucioso de la interacción de estos dos procesos permitiría cosechar conocimientos muy importantes en lo que respecta a la enfermedad y su curación. Porque, ¿cuáles son los procesos que forman la albúmina, los procesos albuminizantes? Son aquellos en virtud de los cuales todo lo que es ductil y formativo en la naturaleza se incorpora al organismo humano o animal, con el fin de suministrar su sustancia real. Y las fuerzas antimonizantes son las que, actuando desde el exterior, por así decirlo, toman el papel del artista, del escultor, dando forma a la sustancia que construye los órganos.

Así, las fuerzas antimoniales tienen un cierto parentesco con las fuerzas organizadoras internas de los órganos. Tomemos como ejemplo concreto un órgano, el canal alimentario. Por supuesto, está organizado internamente. Se puede seguir su estructura interna, sin tener en cuenta la finalidad que persigue, o la manera en que los alimentos son transportados y elaborados a lo largo de él. Es posible, es decir, separar en abstracto los procesos internos del órgano y los que tienen lugar al trabajar sobre la sustancia introducida desde el exterior. Se trata de una separación importante, ya que los procesos son realmente diferentes. En el órgano mismo, la fuerza antimonizante actúa en el hombre. Porque el hombre es en realidad antimonio, si prescindimos de todos los ingredientes introducidos en él desde el mundo exterior. El hombre mismo es antimonio. Pero la fuerza formativa orgánica interna no debe ser sobrecargada con la fuerza antimonizante en el curso normal de la vida, porque el efecto sería excesivamente estimulante, de hecho una forma de envenenamiento. Pero, si es necesaria una fuerte estimulación, podemos suministrar antimonio al organismo, que normalmente no debe ser suministrado. El efecto del antimonio, debido a estas propiedades peculiares, varía mucho según se aplique desde dentro o desde fuera. Si se administra desde el interior, es necesario diluirlo hasta que sea absorbido por la esfera corporal superior del hombre. Si se consigue así introducir el antimonio en la esfera superior, tendrá un efecto estimulante sorprendente sobre las formaciones orgánicas perturbadas y los procesos orgánicos internos. Así, potencias muy finas de antimonio pueden ser muy útiles en ciertas formas de tifus o tifoidea.

En el otro caso, el efecto es algo diferente, y se logra utilizando potencias más bajas de antimonio externamente, en ungüentos, bálsamos, etc. Puede haber ocasiones en las que sea deseable recurrir a potencias más altas en la aplicación externa; pero como regla general, la aplicación externa tendrá su efecto beneficioso en potencias más bajas.

Esta sustancia correctora es un remedio extremadamente útil en muchas direcciones diferentes. Actúa dentro de la ley de polaridad a la que acabamos de referirnos, pero muestra ligeras oscilaciones constantes. De ahí surge una regla que no debe ser ignorada. El antimonio debe administrarse preferentemente por vía interna, en el tratamiento de los individuos de voluntad muy fuerte, y por vía externa, en el tratamiento de las personas de voluntad más débil. He aquí una primera línea de diferenciación. El antimonio representa, dentro del reino mineral, una sustancia con un parentesco interno con la voluntad humana; es decir, a medida que la voluntad humana se hace más consciente, se siente más inclinada a provocar los efectos contrarios a la acción antimonial. La voluntad humana tiene un efecto destructivo sobre todas las fuerzas anteriormente descritas, constituyendo la operación característica del antimonio. Por otra parte, todo lo que construye la constitución humana bajo la influencia del pensamiento y especialmente del pensamiento inconsciente -incluyendo las fuerzas de pensamiento aún inconscientes que actúan en el niño-, todo ello es apoyado por las fuerzas antimoniales; el antimonio es, por así decirlo, su aliado. Así, si el antimonio se introduce, por cualquier vía, en el organismo humano y es capaz de ejercer sus propias propiedades, forma un fuerte fantasma (andamiaje o red) dentro del cuerpo. Las fuerzas orgánicas internas son así estimuladas, y no queda nada para cooperar con las sustancias introducidas en el organismo humano. Siguen ataques de vómitos y diarrea - mostrando que el efecto se limita a los órganos, en lugar de incluir sus alrededores. Lo mismo ocurre en el proceso de contrarrestar. Se pueden contrarrestar los efectos nocivos del antimonio en uno mismo mediante los métodos empleados instintivamente por las personas cuando quieren mantener sus propios procesos circulatorios y rítmicos regulares. Beben café, a través del cual los procesos rítmicos se hacen uniformes y armoniosos. Tengan en cuenta que estoy constatando un hecho; no hago aquí ninguna recomendación, pues puede ser muy perjudicial en otros sentidos, aliviar al yo de la tarea de regular estos ritmos humanos. Si el hombre no es lo suficientemente fuerte en su alma para regular sus procesos rítmicos, entonces el café puede traer una cierta armonía. Y así, en los casos de intoxicación antimonial, el café actúa en cierto grado como antídoto, restableciendo los ritmos entre el funcionamiento de las fuerzas orgánicas internas y su entorno. Pues existe una interacción regular a través del ritmo. En efecto, la verdadera razón de tomar café, es establecer una regulación continua del ritmo entre nuestros órganos internos y lo que ocurre en su entorno con los alimentos que hemos consumido.

A partir de este punto, se nos lleva a indagar en los procesos de albuminización. Estos se refuerzan, es decir, se refuerzan todos aquellos procesos que se encuentran al otro lado de la línea divisoria, donde ya no existe la fuerza organizadora interna de los órganos, sino que despliegan su actividad digestiva externa. Todos los procesos mecánicos del movimiento de los intestinos, y de las demás actividades digestivas, están estrechamente entrelazados con las fuerzas albuminizantes, que son prácticamente las fuerzas formativas del albumen, es decir, los opuestos polares complementarios de las fuerzas antimonizantes.

Ahora debo referirme una vez más a algo ya tratado. Se trata del instructivo objeto de estudio -o tema, si se quiere- de la formación de la concha de la ostra. Lo mismo sucede, en menor medida, con la secreción calcárea del huevo. ¿Cuál es la clave de estos fenómenos? ¿Qué es exactamente la cáscara de la ostra y del huevo? Es un producto que la ostra o la sustancia esencial del huevo debe expulsar, porque si se retuviera las mataría. Esta formación de la cáscara es necesaria para la conservación de la vida. Y así, al comer ostras, consumimos ese proceso vital que se manifiesta externamente en la formación de las conchas. (Les expongo los hechos en estos sencillos términos; si pretendiera impresionar a la ciencia actual, serían necesarios, por supuesto, términos más intrincados y técnicos). Al comer la ostra comemos este proceso albuminizante, un proceso que es la antítesis del proceso antimonizante. A través de su absorción promovemos y estimulamos todo lo que conduce en el hombre a las manifestaciones tifoideas. El consumo de ostras es una operación extraordinariamente interesante. Activa la fuerza formativa, es decir, la fuerza albuminizante, dentro del abdomen humano. Esto alivia la cabeza, atrayendo ciertas fuerzas hacia abajo, de modo que después de comer ostras el hombre se siente mucho menos agobiado por las fuerzas que tienden a trabajar en su cabeza. Las ostras vacían la cabeza, en cierto sentido. Y tenemos necesidad de desarrollar continuamente las fuerzas albuminizantes, pues no podemos dejar que nuestra cabeza esté continuamente cargada de fuerzas formativas. Pero el epicúreo habitual de las ostras exagera esto, y se esfuerza a toda costa por tener la cabeza vacía. Al hacerlo, aumenta la posibilidad de una erupción descendente de ciertas fuerzas hacia el abdomen, como ya he descrito, es decir, promueve la tendencia en la esfera orgánica inferior a la diarrea y la fiebre tifoidea. Y como usted percibirá fácilmente, tal condición exige un tratamiento antimonial. Se obtendrían buenos resultados en la estimulación de las fuerzas a las que se debe apelar, si se quiere combatir la tendencia tiflítica en su reducto más íntimo, mediante la administración de antimonio externa e internamente al mismo tiempo; especialmente frotando con un ungüento antimonial y tomando simultáneamente por la boca antimonio en alta potencia. Estos se regularían mutuamente y así reaccionarían beneficiosamente sobre la tendencia tiflítica.

Tales son los tratamientos que intentan que el hombre se realice dentro de todo su entorno universal. La importancia de este método se muestra si se investigan las relaciones y reacciones del hombre ante las manifestaciones de la naturaleza que surgen de una cierta resistencia defensiva a las fuerzas telúricas directas. Las plantas son capaces de defenderse de estas fuerzas telúricas directas; almacenan gran parte de su poder formativo para sus temporadas de floración y semilla. Nuestro tipo más frecuente de estructura vegetal, del que la mayoría de las plantas comestibles son ejemplos, se basa en el empleo de una cantidad definida de poder telúrico para la formación de la propia planta. Sin embargo, si la planta tiene una actitud defensiva frente a estas fuerzas telúricas, queda expuesta a las fuerzas extratelúricas, cuando se producen los procesos finales de fructificación y formación de la semilla; y así la planta se convierte en algo con un impulso de contemplar el mundo desde el mismo punto de vista que los seres superiores de los reinos por encima del vegetal. La planta muestra un impulso de percepción. Pero la planta no tiene estructuras especializadas para ello: sigue siendo una planta, y sin embargo tiene el impulso de desarrollar algo análogo a la formación del ojo humano. Pero ningún ojo puede desarrollarse en lo que, después de todo, no es un cuerpo humano ni animal, sino el cuerpo de una planta. Y así la planta se convierte en una belladona mortal, Atropa Belladonna. He tratado de mostrar mediante imágenes lo que ocurre en el surgimiento del fruto de la belladona. Esa planta tiene ya en sus raíces la fuerza que culmina en el crecimiento de sus bayas negras, y con ello se hace afín a todo lo que impulsa en el organismo humano hacia el moldeado de la forma y más allá. Urge hacia cosas que sólo son posibles en la esfera sensorial, elevando al hombre fuera del mundo de su organización a la esfera de los sentidos.

Belladona

 Se produce un proceso de extraordinario interés, si se administran pequeñas cantidades potenciadas de belladona. Ello se debe a que guarda una sorprendente semejanza con el proceso de despertar del sueño, que todavía está entretejido con los sueños. En tal despertar, intercalado con los sueños, el proceso está dentro de los límites de la normalidad. En el despertar, cuando la percepción aún no ha comenzado, pero cuando la percepción de los sentidos todavía está potenciada interiormente hasta la impregnación de la conciencia con los sueños, en realidad siempre hay una especie de actividad de la belladona en el hombre. Y el envenenamiento por belladona consiste en la provocación de este mismo proceso que se produce cuando al despertar los sueños aún mantienen su dominio; pero el proceso provocado en el hombre por el veneno de la belladona se hace duradero, no se lleva a la conciencia, sino que los fenómenos de transición permanecen. Este es el punto interesante, que los procesos que son causados en el hombre por la acción tóxica, son de tal naturaleza que en el tempo correcto son parte de toda la organización humana.

Como ya he descrito, el nacimiento de la belladona significa un impulso frenético y excesivo hacia el devenir del hombre. Y además podría decirse que el despertar del sueño en el hombre tiene algo de la naturaleza de un impulso hacia la atropa belladona: pero un impulso mantenido con correa y afinado: restringido al momento de la vigilia. Ahora bien, supongamos que deseamos aliviar el cuerpo de los procesos internos de albuminización, influyendo en el organismo de modo que la albuminización demasiado potente se retrase y el acontecimiento corporal, por así decirlo, se desvíe hacia el alma, de modo que los procesos corporales se conviertan en alucinaciones, entonces daremos dosis potentes de belladona. De este modo se elevará algo al alma, algo de lo que se desea aliviar al cuerpo. Esta es la esencia de lo que nos encontramos en la operación macroscópica habitual de la belladona - aunque aquí también está llena de perplejidades e ilusiones, como ya he señalado. Por supuesto, si se le da al ser humano un shock que impide el paso normal del estado de despertar al de plena conciencia despierta, y hace permanente el estado de transición - bueno, se le mata. Porque el hombre siempre está en peligro de muerte durante esa breve transición del despertar, pero nos despertamos tan rápidamente que escapamos a ese peligro. Tales son las interesantes interacciones entre lo que se acepta como normal, y es sólido en medida y tempo, y lo que se convierte en antinormal tan pronto como excede esa medida y tempo.

Me parece que estos fueron los procesos que los médicos de la antigüedad trataban de perseguir una y otra vez. Si hablaban de la creación del Homúnculo, lo hacían porque sus facultades clarividentes restantes revelaban algo parecido al fantasma del antimonio. Pues se les aparecía, en el proceso de formación que realizaban en su laboratorio cuando el antimonio desplegaba sus fuerzas, algo proyectado en él por su propia naturaleza, que lucha contra el poder del antimonio como fuerza albuminizante. Eso se les aparecía como una fuerza definida. Lo que normalmente permanece oculto dentro del organismo humano, lo proyectaban al exterior, y así contemplaban al Homúnculo, que aparecía durante las diversas metamorfosis del antimonio. Lo que aparecía en la interacción de estos procesos y metamorfosis lo veían como el Homúnculo.

Traducido por J.Luelmo-mar.2022



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