GA061 Berlín 14 de marzo de 1912 la historia de la humanidad la auto educación del ser humano

  volver al ciclo completo  

HISTORIA DE LA HUMANIDAD

 A LA LUZ DE LA INVESTIGACIÓN ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Berlín 14 de marzo de 1912



14ª conferencia: la auto educación del ser humano.

Las condiciones culturales actuales y, en particular, la perspectiva de las condiciones del próximo futuro atribuirán sin duda cada vez más importancia a la autoeducación humana. Esta tarde me gustaría decir algo al respecto, aunque sólo sea a modo de indicio. Expresamente me gustaría subrayar desde el principio que esta charla quiere hablar de la autoeducación habitual y no de la educación para la investigación espiritual. La autoeducación habitual tiene que preceder a la educación para la investigación espiritual; no sólo es importante para esta última, sino en general para todo ser humano.

Con la palabra autoeducación todo el mundo siente ya que, en cierto sentido, esta palabra indica, en realidad, algo contradictorio o al menos algo cuya ejecución causa grandes dificultades. ¿Por qué? Sencillamente porque la educación requiere el apoyo de algo extraño, de alguien superior al niño que va a ser educado. Pero cuando se habla de autoeducación, se quiere decir, por supuesto, aquella educación que el ser humano puede concederse a sí mismo, es decir, aquella educación en la que el ser humano es educador y alumno al mismo tiempo. Con ello, se presenta ciertamente una gran dificultad vital.

Consideremos lo que se puede decir, desde el punto de vista de la ciencia espiritual sobre la educación del niño, del joven ser humano. Lo encontrarán resumido en mi folleto La educación del niño desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Es imposible, por supuesto, exponer hoy, ni siquiera de forma introductoria, lo que escribí en ese folleto. Pero me gustaría señalar el hecho de que si seguimos el desarrollo del joven ser humano, llegamos a aceptar ciertos impulsos principales de la educación, por así decirlo, hasta un cierto grado de madurez de este ser humano. Ahí nos damos cuenta de que aproximadamente hasta el séptimo año del niño, hasta la segunda dentición, la educación tiene que partir del instinto imitativo del niño. En ese escrito he recalcado que eso es más importante que todas las reglas de moralidad y todas las demás instrucciones para la educación del niño en estos primeros años, lo que el niño ve y oye de los adultos de su entorno. Si seguimos adelante, encontramos ese importante período que comienza con la segunda dentición y dura posiblemente hasta la madurez sexual.

Ahí encontramos de nuevo, si nos liberamos de todos los prejuicios y miramos sólo el desarrollo real del ser humano, las condiciones reales de este desarrollo, en el que la autoridad es el impulso más significativo de la educación para estos años. Una educación sana para estos años se produce si el niño se relaciona con adultos en los que puede confiar, de modo que pueda formar sus principios, sus normas de conducta basándose en la autoridad de estos seres humanos sin intervenir con ninguna idea intelectual pálida ni con ninguna crítica inmadura. El principio de autoridad es el principio educativo básico para estos años.

Y si luego miramos al ser humano hasta la edad de veinte o veintiún años, encontramos, a través de las condiciones básicas de su desarrollo, que lo esencial es lo que se puede llamar madurez de entendimiento y, en particular, la mirada hacia un ideal impersonal captado en el alma, es decir, hacia un impulso puramente espiritual de educación, que está por encima de lo que el ser humano puede ser él mismo a esta edad. Esa es precisamente la naturaleza del ideal, que nos esforzamos por alcanzarlo y tenemos la sensación en todo momento, especialmente en la juventud, de que somos poco aptos para el ideal con todo nuestro comportamiento y todo nuestro ser, que el ideal se cierne sobre nosotros como una imagen del cielo y nos esforzamos por alcanzarlo con la conciencia de que nunca podremos llegar a él.  Y sólo cuando estos periodos terminan, el ser humano alcanza esa época de su existencia terrenal en la que, básicamente, puede iniciarse la autoeducación, o en la que, en el sentido más estricto de la palabra, se puede hablar de autoeducación. A excepción del último, el tercer impulso educativo, que para el joven es también de tal naturaleza que lo toma como ideal de los grandes impulsos de la historia del mundo, y le es dado ese otro ideal de humanidad, que por lo tanto también toma de fuera, los otros impulsos educativos, tales como el principio autoritario, se basan en un ideal, también en lo que se puede llamar la relación con algo todavía extraño, con tal cosa, por lo tanto, que se presupone como más perfecta. El alumno se enfrenta así a los impulsos que le llegan para su educación como algo ajeno, los admira.

Si hemos de hablar de autoeducación en verdad, es muy natural que no podamos hablar de ella de la misma manera que hablamos de los impulsos educativos para los primeros años de la vida humana, y ahí radica lo que es -no me refiero aquí a una mera contradicción lógica, sino a una contradicción ideal.  Si el ser humano tiene que convertirse en su propio educador, hay que suponer que los impulsos para ello están en él. Pero si el ser humano tiene que convertirse en su propio educador, ¿no se sugiere de inmediato que se mejore menos a sí mismo con esta propia educación, o que enriquezca sus condiciones de vida en lugar de restringirlas? ¿No se sugiere de inmediato que emprende la autoeducación de acuerdo con ciertas cosas que ya están en él y que ha tomado en su cabeza o ha aceptado, y que descuida las ricas posibilidades que pueden venir de su interior, de modo que podría fácilmente restringirse a sí mismo por tal autoeducación en lugar de aumentarla y perfeccionarla? ¿No se sugiere esta contradicción?

Sí, vemos que - debido a las condiciones de la civilización - la autoeducación se convierte necesariamente en el objeto de consideración que aparecen en todas partes los puntos de vista sobre la autoeducación. Podemos entender esto. No queremos retroceder a la antigua India o a Egipto y comprender cómo allí una determinada clasificación de castas colocaba al ser humano en un determinado lugar de la vida desde el principio impidiéndole desarrollarse libremente, y que el orden social dictaba o incluso dicta hoy en día cómo tenía o tiene que comportarse.

No es necesario que volvamos a aquellos antiguos tiempos. Podemos ir a esos tiempos, que todavía se proyectan en el nuestro, y nos damos cuenta de que el ser humano estaba o sigue estando definido por la relación de sangre, por el hecho de que estaba o está ligado a una familia, a una casta, etc. Pero también nos damos cuenta, por otro lado, de que a partir de esta estructura social justo en nuestro presente se forma otra cosa que enfrenta al ser humano con el otro ser humano, de manera que ser humano y ser humano se enfrentan en el orden social. Sí, vemos incluso que no sólo el ser humano y el ser humano se enfrentan, sino que el ser humano está cada vez más solo si se siente enfrentado a la naturaleza y al universo.

Nos damos cuenta de que depende de su propio juicio en el curso de su vida, de sus convicciones, de cómo puede pensar en las relaciones morales, estéticas, religiosas. Es muy natural que el ser humano que está más solo tenga la exigencia: Tengo que buscar en mí mismo lo que me enfrenta como ser humano a lo que me pone en general como ser humano adecuadamente en el mundo. Podemos comprender que en estas condiciones se exige cada vez más la autoeducación. Como se tiene que comportar el ser humano si tiene que posicionarse en la vida y en el mundo según reglas convencionales particulares, esto se puede poner en la educación del niño. Sin embargo, a medida que nuestra vida se desarrolla y tiene que desarrollarse cada vez más, porque las condiciones de este desarrollo no pueden retroceder, resulta que el ser humano tiene que sentirse llamado en cada situación de la vida en la que se enfrenta a otro ser humano, en realidad, a desarrollar un juicio imparcial una y otra vez.

Allí tiene que trabajar en sí mismo durante toda su vida para conseguir una perfección cada vez mayor hacia el mundo. Los impulsos más importantes para ello no se dan, en realidad, durante nuestra infancia, sino cuando el ser humano tiene que conseguir su propia posición en el mundo, de modo que se sitúa por sí mismo según su edad. Entonces tiene que empezar a convertirse en su propio educador cuando ya no siente el impulso de someterse a otros educadores. Así, vemos nuestra literatura y nuestra vida pública inundadas de todas las consideraciones posibles sobre el desarrollo de la personalidad, sobre los intentos de encontrar la armonía de la vida, etc. Esto es comprensible para nuestra época. Sin embargo, quien profundiza en estas cosas pronto se da cuenta de que dentro de esos intentos contemporáneos se expresa justamente lo que he caracterizado como un impulso que limita la vida en lugar de mejorarla y enriquecerla.

Ahí nos damos cuenta de que uno sigue tal o cual ideal para dar instrucciones con las que el ser humano sea capaz de elaborar su pensamiento. El otro prefiere las instrucciones físicas, prescribe para todos los seres humanos lo que a él mismo le gusta sobre todo tal vez según su paladar y preferencia, da todo tipo de educación física exterior o prescribe tal o cual dieta, tal o cual organización diaria, etc. Sin embargo, quiero subrayar desde el principio que no critico completamente estos intentos; puede haber mucho bueno en ellos. Sin embargo, mucho también puede funcionar de forma unilateral, como por ejemplo los intentos que se remontan al libro En sintonía con el infinito (1897) de Ralph Waldo Trine (1866-1958). Alguien que se dedica a tales intentos y hace un concepto estrecho de una vida armoniosa, desarrolla y mejora no tanto su vitalidad, sino que la restringe y limita, aunque pueda experimentar una sensación de bienestar o satisfacción interior o tal vez incluso de dicha a causa de tal restricción. Sin embargo, uno puede ignorar que justo con estos intentos en el presente aparecen las peculiaridades más extrañas y dan a cada uno la oportunidad, sin ocuparse mucho de estos asuntos, de recomendar eso como algo generalmente humano por lo que tiene preferencias personales.

Hay que profundizar en la naturaleza humana si se quiere hablar espiritual-científicamente de la autoeducación. Esta es precisamente la característica de la ciencia espiritual que evita la unilateralidad de los otros intentos. Tiene, por así decirlo, estos otros intentos como pequeños círculos alrededor de sí misma, y quiere ser el gran círculo, que quiere reconocer las condiciones para la vida humana individual desde la devoción a la naturaleza completa del ser humano. Siempre es más cómodo dedicarse a direcciones unilaterales que prometen restaurar la salud posiblemente en poco tiempo o mejorar la memoria u obtener resultados prácticos en la vida. El camino de la ciencia espiritual es más difícil y más incómodo, pero es el que se basa en la naturaleza completa del ser humano.

Hablando de autoeducación, tal vez podamos obtener una pista de cómo la autoeducación debe ser gestionada favorablemente si consideramos que ya en el momento en que el ser humano tiene que ser educado por otros interviene una cierta autoeducación. Esto puede parecer una contradicción aún mayor que la anterior, pero no lo es. Pues la ciencia espiritual muestra que el ser humano es diferente de lo que se encierra en la personalidad inmediata. Efectivamente, toda la consideración científico-espiritual se basa en el hecho de que el ser humano puede superarse a sí mismo, por así decirlo, sin extraviarse. ¿Ofrece en realidad la vida ordinaria ya algún ejemplo de lo que la ciencia espiritual quiere representar de forma mucho más amplia en todos los ámbitos de la existencia?

Sí, dos cosas en la vida habitual ya muestran que el ser humano se supera a sí mismo y puede quedarse, por así decirlo, consigo mismo, no necesita perderse. Una de ellas es la simpatía, la alegría compartida, la compasión, el amor integral. ¿En qué se basa este amor? No parece tan misterioso sólo porque el ser humano acepta lo habitual con facilidad. Así como el salvaje no se pregunta por qué sale y se pone el sol, sino que acepta lo habitual, y el ser humano sólo empieza a pensar en la salida y la puesta si es culto, el ser humano tampoco piensa en la alegría y la compasión compartidas. No antes de empezar a reconocer el sentido y la finalidad de la vida, algo como la alegría compartida y la compasión se convierten en enigmas de la vida. Basta con imaginar una cosa y nos daremos cuenta enseguida de que la alegría compartida y la compasión son extensiones del ser humano.

La alegría y la pena son las experiencias más íntimas del ser humano. Cuando nos enfrentamos a otro ser humano y aparece en nosotros un impulso que refleja su pena o su alegría, no vivimos sólo en nosotros mismos, sino también en el otro. Pero cualquier especulación filosófica de que la impresión sensorial libera algo en nosotros no puede desmentir la realidad de que algo activo se origina en la conmiseración de las alegrías y los sufrimientos del otro en nosotros. Allí donde sentimos íntimamente su alegría, su dolor, hemos salido de nosotros mismos y hemos penetrado en el santuario del otro ser humano. Sólo tenemos que imaginarlo, porque no podemos penetrar en la conciencia del otro con nuestra conciencia: si experimentáramos un estado de desmayo en el alma del otro cuando sentimos compasión o alegría compartida en la otra alma, entonces seríamos incapaces de pasar de la una a la otra personalidad sin perdernos a nosotros mismos. Por extraño que parezca, por significativo que sea para la vida: salimos de nosotros mismos y penetramos en el otro sin volvernos inconscientes.

Exactamente siguiendo el mismo patrón, se produce todo desarrollo espiritual-científico. Al igual que el ser humano penetra mediante la alegría y la compasión compartidas en un ser ajeno sin perderse a sí mismo, penetra espiritual-científicamente reconociendo en seres ajenos sin perderse a sí mismo. En la vida normal, esto no es posible, porque si el ser humano se abandona a sí mismo reconociendo, percibiendo, simplemente se duerme, entonces ya no es consciente de sí mismo. En la vida normal, el ser humano no hace esto que hace en la vida moral sólo en el caso de la alegría y la compasión compartidas. Por eso el comportamiento peculiar del ser humano con la alegría compartida y la compasión es la imagen ejemplar de cualquier actividad espiritual-científica; procede de tal manera como la vida normal procede en la compasión y la alegría compartida. Es aquella en la que el ser humano supera su propia personalidad y no se pierde a sí mismo.

La otra cosa que está en el campo de la moral, incluso para la vida ordinaria, es lo que experimentamos en el impulso de la conciencia. Quien examina la conciencia -también se ha hablado de ella desde este lugar- sabe que el hombre, al escuchar la voz de la conciencia, oye algo que ya va más allá de sus simpatías y antipatías personales, e incluso puede corregirlas de manera poderosa. De nuevo, nuestra vida moral está dispuesta de tal manera que cuando vamos más allá de nosotros mismos a través de tales juicios de conciencia, sin embargo no nos extraviamos ni caemos en la incapacidad.  Toda la ciencia espiritual se basa en el hecho de que el hombre puede entrar en una esfera, un reino, que se encuentra fuera de la personalidad que abarca con su conciencia, con su vida cotidiana, y dentro de la cual, si se mueve en ella, sin embargo no se extravía. Sí, ¿no es acaso esa también la base, si miramos el asunto sin prejuicios, de lo que hemos tratado una y otra vez en esta serie de conferencias: la percepción de las vidas terrestres repetidas y de la ley de causas y efectos de una vida a otra? Eso también se basa en esto. El hombre, que con su conciencia ordinaria abarca lo que está entre el nacimiento y la muerte, aprende a través de la ciencia espiritual a reconocer que lo que abarca con su juicio, lo que su memoria extiende, puede ser abordado por él como su ser personal. Pero también aprende a reconocer, cuando deja este yo personal con su pensamiento y asciende a tal yo, que ahora no sólo vive a través del instrumento de su cuerpo, sino que construye este cuerpo mismo, que no sólo vive en un cuerpo entre el nacimiento y la muerte, sino que pasa por muchos nacimientos y muertes y siempre aparece en la tierra, que este yo es entonces su yo después de todo. Aunque el hombre, en su conciencia normal, no tenga memoria de las etapas terrenales anteriores y sólo pueda convencerse teóricamente de la verdad de las vidas terrenales repetidas y de los efectos de las causas que obran de una vida terrenal a otra, puede, sin embargo, presuponer que lo que hay en él no se agota en su personalidad, sino que lo que hay en él es, por así decirlo, suprapersonal, y que lo que ahora es su personalidad sólo se crea a sí mismo, sólo se demuestra efectivo en ella. Así como nosotros en nuestra conciencia, así como con piedad y compasión vamos más allá de nosotros mismos a través de la experiencia directa, así la investigación científico-espiritual pasa a través de la experiencia a una región superior. Pero el hombre, si conoce la ciencia espiritual, nunca puede admitir que él mismo se pierda en esta región superior, sino que hay algo que está conectado con él, a lo cual él pertenece, y en el cual no se pierde en realidad, si antes se pierde en él con su conciencia normal ordinaria.

Por lo tanto, la ciencia espiritual es algo que se modela en un ser que abraza un ser superior, lo mismo que abrazamos a otros seres extraterrestres en compasión y alegría sin perdernos a nosotros mismos. Si, pues, conocemos nuestro yo ampliado, a través del cual entramos en otros seres propios, entonces podemos hablar, incluso en el caso del niño, de que aparte de aquello a lo que podemos atenernos como educadores, aquello que se desarrolla fuera de la conciencia normal, hay algo presente como ser superior que está fuera del yo ordinario y que ya está trabajando en el niño. Si consideramos esto, podemos encontrar algo en el niño en el que ya se está produciendo un tipo de educación en el niño, mientras que con nuestra educación ordinaria sólo podemos dirigirnos al yo personal del niño.  ¿Dónde encontramos lo que está activo en el niño como un yo superior, como una entidad superior, que pertenece al niño pero no entra en la conciencia? Puede parecer extraño, pero no deja de ser cierto que esto se activa en el niño en el juego racional y bien conducido. Solo podemos crear las condiciones de la educación en el juego de los niños. Pero lo que se consigue con el juego se consigue básicamente con la autoactividad del niño, con todo aquello que no podemos desterrar en reglas estrictas. Sí, el aspecto esencial y educativo del juego se basa precisamente en que nos detengamos con nuestras reglas, con nuestras artes pedagógicas y educativas, y dejemos al niño a sus propias fuerzas. Porque ¿Qué hace el niño cuando lo dejamos a su aire? A continuación, el niño prueba objetos externos en el juego para ver si esto o aquello tiene un efecto a través de su propia actividad.  Hace que su propia voluntad entre en acción, en movimiento. Y en la forma en que las cosas externas se comportan bajo la influencia de la voluntad, es como el niño se educa a sí mismo en la vida, aunque sólo sea a través del juego, de una manera muy diferente que a través de la influencia de una personalidad o de su principio pedagógico. Por eso es tan importante que mezclemos lo menos posible lo intelectual en el juego del niño. Cuanto más se dedique el juego del niño a lo que no se comprende, a lo que se mira en su vivacidad, mejor será el juego. Por lo tanto, si le damos al niño un juguete en el que el movimiento de las personas o las cosas se simule tirando de hilos o de alguna otra manera, ya sea en un libro ilustrado con animales o personas en movimiento, o en otros juguetes, lo educamos mejor a través del juego que si le damos los más bellos juegos de construcción. Porque en ellas se mezcla ya demasiada actividad intelectual, que pertenece a un principio más personal que ese tanteo de lo viviente, que no se comprende intelectualmente, sino que se mira en su plena actividad. Cuanto menos determinado y pensado sea lo que se muestra en el juego, mejor es por la razón de que entonces puede entrar algo más elevado, que no puede ser forzado en la conciencia humana, porque el niño se relaciona con la vida de una manera probatoria y no racional. Ahí vemos cómo el niño ya es educado por algo que va más allá de lo personal.

En cierto modo, el juego sigue siendo un importante factor educativo para toda la vida. Por supuesto, no se trata del juego de cartas, pues todos los juegos que se dirigen a la mente, al pensamiento combinado, son de tal índole que abordan el lado personal del ser humano, que está más ligado al instrumento del cerebro. Por muchas cosas favorables que se digan sobre el juego del ajedrez, nunca podrá ser un factor de autoeducación, porque depende de lo más ligado al instrumento del cerebro, que debe hacer combinaciones. Si, por el contrario, un hombre se dedica a realizar ejercicios gimnásticos, en los que debe poner en movimiento sus músculos de tal manera que no pueda combinar nada, que no ejerza su intelecto en absoluto, sino que se desarrolle directamente probando los músculos, es decir, haciendo y no entendiendo, entonces nos encontramos con un juego autodidacta. De esto obtenemos algo que es un principio importante para toda la autoeducación del ser humano. O sea, que el ser humano que tiene que educarse, tanto por la educación de su voluntad como por la educación de su intelecto, en la educación de su voluntad sobre todo, dependerá de impartir esta educación de la voluntad, esta cultura de la voluntad, a sí mismo mediante el cultivo del contacto, la interacción con el mundo exterior. La voluntad humana no puede ser educada a través de un entrenamiento mental interno o imaginativo interno, sino que la voluntad humana se hace fuerte para que el ser humano tenga una base firme en su interior cuando busca esta cultura de la voluntad en la interacción de su propia voluntad con el mundo exterior. Por lo tanto, es perjudicial para la autoeducación exterior ordinaria y cotidiana del ser humano, y en gran medida perjudicial para la autoeducación, cuando el ser humano trata de fortalecer su voluntad para la vida exterior a través de medios interiores, a través del entrenamiento interior.

Esto nos lleva a una serie de cosas que se recomiendan para la auto-educación de las personas hoy en día, y que, básicamente hablando, no se puede advertir lo suficiente desde un punto de vista verdaderamente espiritual-científico. Se aconseja a las personas cómo pueden adquirir confianza en sí mismas y causar impresión en los demás, cómo pueden entrenar su voluntad para poder entrar en la vida y llevar a cabo acciones que correspondan a sus intenciones. Por ejemplo, se recomienda hacer ejercicios que consistan en evitar el miedo, la curiosidad, otras pasiones y los sentimientos negativos; en definitiva, trabajar los sentimientos y las sensaciones negativas. Sé que muchos de los que escuchen esto ahora dirán después: Hoy hemos hablado contra el control del miedo, la pasión, etc. - Pero no es así; se ha dicho que estas exigencias que el hombre se hace a sí mismo de esta manera no pueden conducir a una verdadera cultura de la voluntad que sea útil para la vida exterior.  Esta cultura de la voluntad, que el hombre necesita para la vida exterior, debe adquirirla también en la relación con la vida exterior.  Y es mucho más correcto, si el hombre necesita una voluntad fuerte para la vida, que busque adquirirla probando la fuerza exterior, para lo cual debe esforzar su cuerpo y ser cuidadoso con sus ojos, asumiendo así realmente la lucha con el mundo sensorial inmediato. Esto es lo que nos lleva a una verdadera armonía con el mundo exterior, con ese mundo exterior de donde se forma nuestro juego muscular y toda nuestra organización física, libremente formada a partir del espíritu. 

Pero al dirigir nuestra autoeducación de esta manera, también trabajamos en aquellas partes de nuestro organismo espiritual que nos llevan a la armonía con ese mundo exterior que primero nos rodea. Pero si trabajamos sólo interiormente con concentraciones de pensamiento y demás, que se pueden encontrar en las librerías hoy en día, trabajamos en separación del mundo en esta alma limitada, que no está en armonía con el mundo, pero que tiene su sentido precisamente por el hecho de que se separa. Es cierto que quien se expone a los peligros externos y trata de superarlos es mejor en la autoeducación que quien compra libros de autoeducación y luego comienza a hacer ejercicios para lograr la intrepidez, el desapasionamiento, etc.  Ciertamente, estas cosas de naturaleza ligera pueden llevar al hombre a obtener todo tipo de ventajas personales, pero siempre desarrollando lo que le separa del mundo, mientras que a través de lo que se caracteriza primero se sitúa desinteresadamente en el mundo. Dije que podría haber algunos que dijeran: "Así que hablas en contra de la intrepidez, de la ausencia de pasión y de todas las cosas de las que se podría decir que su superación pertenece a lo que lleva a la educación del ser humano". - Pero sólo en un caso hay que subrayar esto, cuando se trata del desarrollo de la voluntad para el mundo físico exterior, cuando el hombre quiere educarse para el fortalecimiento y la vigorización de la voluntad en el mundo exterior, porque precisamente estas cosas sólo realizan un trabajo interior y se aplican erróneamente a la educación del carácter, a la educación de la voluntad.  Se aplican correctamente a la educación de nuestro conocimiento.

Aquel que quiere alcanzar el conocimiento, que quiere penetrar y ver en el mundo suprasensible y no tiene otro objetivo al principio que ver en el mundo suprasensible, tiene razón al hacer tales ejercicios. Por lo tanto, cuando algo así se extrae de forma experta de la ciencia espiritual, no se da ninguna instrucción: "¿Cómo se alcanzan los poderes para entrenar la voluntad en el mundo cotidiano?", sino que se dan instrucciones: "¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?". Cuando se dan estas instrucciones, se presta una atención muy exacta a estas designaciones. Estas cosas, tal y como se describen en mi libro "Cómo alcanzar el conocimiento de los mundos superiores", también conducen a una cultura de la voluntad, pero no directamente, sino indirectamente, en el sentido de que quien se esfuerza por este desarrollo hacia los mundos superiores espera ahora a ver lo que vendrá. El desarrollo de la voluntad debe venir entonces por sí mismo, entonces trabajará en el sentido correcto y tomará caminos adecuados.

Así, podemos decir que la cultura de la voluntad, la autoeducación de la voluntad, debe dirigirse en primer lugar a la creación de una relación sana entre el hombre y el mundo exterior, especialmente entre su naturaleza ordinaria, que está en el mundo físico, y el mundo exterior, tanto si esta relación se refiere más a la cultura de los asuntos corporales como si lo que se busca se refiere más a la formación del carácter. En lugar de cavilar sobre cómo llegar a ser sin miedo, sin pasión, etc., es mucho más importante enfrentarse a la vida, enfrentarse a los seres humanos y luego abandonarse al propio sentimiento imparcial, que juega con matices claros y se llena aquí o allá más o menos de simpatía o antipatía. Al pasar por la vida de tal manera que desarrollemos nuestra parte en la vida en todas partes, saliendo de este o aquel matiz de la parte, establecemos para nuestra voluntad esa interacción con el mundo exterior que puede realmente conducir esta voluntad de paso en paso. Así que enfrentarse a la vida, estar dentro de la vida con todas las simpatías y antipatías que nos exige, eso entrena nuestra voluntad. En otras palabras: lo que nos aleja de nosotros mismos, hacia el mundo, forma nuestra voluntad. Todo lo que nos aleja del mundo, que nos lleva a nosotros mismos, entrena -y ahí está en el terreno correcto- nuestra cognición, que lleva nuestra vida interior más allá precisamente a través de esto, si queremos desarrollar nuestra propia cognición, nuestra propia vida. Pero nuestro propio conocimiento se encuentra en el campo de nuestro propio desarrollo, del desarrollo psíquico. Así que debemos confesarnos a nosotros mismos que nos volvemos más armoniosos en nuestra concepción de la vida, en nuestro logro de los enigmas de la vida, al desarrollar nuestra facultad de conocimiento, al adquirir poderes internos. En cambio, para la vida ordinaria, la voluntad se entrena de forma correcta sólo en la vida misma.

De este modo hemos mostrado dónde se encuentra realmente el maestro, que en cierto modo, cuando hablamos de la autoeducación del ser humano, debe ser el propio individuo. Sin embargo, no tiene por qué ser el hombre mismo en su estrecha personalidad, y sobre todo en relación con su autoeducación de la voluntad. Si a través de la ciencia espiritual podemos elevarnos hasta el punto de que el ser humano pueda salir de su personalidad sin extraviarse, entonces educamos nuestra voluntad cuando intervenimos directamente en la vida, cuando permitimos que la vida tenga un efecto sobre nosotros, sobre todo de la misma manera -la comparación no debe malinterpretarse ahora- que el juego tiene un efecto sobre un niño. ¿Pero cómo? Pues bien, hay una comprensión de la vida, una visión de la vida, que adquirimos al querer llegar a las cosas por todas partes con nuestro intelecto. En realidad, esta cultura de la comprensión no hace avanzar nuestro desarrollo y, por lo tanto, no tiene ningún valor autodidáctico. Ese elemento debe desempeñar el mayor papel en la autoeducación del ser humano, lo que se puede llamar: aquello que va más allá de la intelectualidad, el intelecto, en la adquisición de la madurez de la vida.  Al igual que el niño se educa mejor en el juego no siendo educado por el intelecto, sino probando las cosas, así el hombre se educará mejor con respecto a su voluntad por aquellas experiencias de la vida que no comprende con su intelecto, pero con las que se relaciona con su simpatía, con el amor, con su sentimiento de que las cosas son sublimes o tocan el humor. Eso nos lleva más lejos.  Aquí radica la autoeducación de la voluntad. La razón, la cultura intelectualista no suele tener ningún efecto sobre la voluntad. Miremos cómo la experiencia directa afecta a la voluntad.

El filósofo moral que no se sitúa en el punto de vista de la reencarnación -Carneri- llama la atención sobre cómo el carácter del niño es algo que se mantiene constante, sino que se forma, y se forma precisamente por aquellos elementos que surgen directamente de la vida. Luego se pregunta: ¿Cómo puede cambiar el carácter de una persona en poco tiempo? Y dice: Puede cambiar de forma radical, por ejemplo, a través de un amor poderoso o de una amistad, por la que la persona desarrolla de repente una simpatía tal que no prueba, sino que se pierde en la persona. - Entonces, el personaje puede tomar de repente un giro completamente diferente por la sencilla razón de que en esas esferas en las que se sitúa el personaje, es decir, en las que trabaja la voluntad, intervienen los estados de ánimo de la vida inmediata. Cuando nos enfrentamos a una persona y la reconocemos como tal o cual persona excelente o mala, por lo que actuamos directamente con nuestro intelecto, nuestro carácter no cambia, de lo contrario los jueces tendrían que cambiar a menudo en una semana. Pero cuando se producen estos o aquellos sentimientos de amistad, suele cambiar toda la configuración del carácter del ser humano. Esto es una prueba plena de que la cultura de nuestra voluntad depende del despliegue y desarrollo de los estados de ánimo en la vida. Pero como podemos, en cierto modo, tomar nuestra vida en nuestras manos, podemos, por así decirlo, inducirnos a una cierta corrección de nuestros estados de ánimo, tenemos en cierto modo nuestra autoeducación respecto a la voluntad en nuestras manos. Sólo se trata de que prestemos atención a la vida, de que no vivamos de forma desganada y nos entreguemos cómodamente a la corriente de la vida, sino que prestemos atención.  Así vemos que el hombre que se ha llevado a sí mismo a tener sus estados de ánimo un poco en la mano puede ser más el educador de sí mismo. que el peor educador de sí mismo será el hombre que nunca se atreve a tener sus estados de ánimo en la mano, sino que se extravía continuamente en ellos. 

Por lo tanto, si queremos ser autoeducadores de nuestra voluntad, tenemos que acudir a nuestros sentimientos y sensaciones y, en sabio autoconocimiento, investigar cómo podemos trabajar sobre nuestros sentimientos y sensaciones. Sin embargo, cuando estamos perdidos en una simpatía o antipatía, no es el momento de trabajar en nosotros mismos.  Por lo tanto, debemos buscar esos momentos para la educación de la voluntad en los que no estamos especialmente comprometidos con nuestro estado de ánimo, sino que somos capaces de reflexionar sobre nuestra vida y nuestros sentimientos. Esto significa que la autoeducación debe tener lugar precisamente cuando los momentos requeridos exigen lo mínimo de nosotros. Pero es cuando menos lo hace la gente, porque no es cuando les llega. Y los que después vuelven a caer en su estado de ánimo sólo se dan cuenta más tarde de que han omitido algo. Pero luego, cuando uno está en cierto modo libre del compromiso de la vida, lo olvida y no piensa en ello. Esta es una de las leyes más importantes, que la voluntad debe ser educada en la vida, en que el hombre toma sabiamente el curso de sus estados de ánimo en sus propias manos.

Por otro lado, la voluntad se desarrolla siempre hacia el lado egoísta, egocentrico, cuando el hombre quiere entrenar esta voluntad desde la cultura intelectual, hacer su voluntad fuerte y poderosa para la vida desde el intelecto.  Tales ejercicios son directamente adecuados para nuestra cultura del conocimiento, para lo que queremos lograr en el campo espiritual o más tarde incluso en el campo psíquico. En este caso, sin embargo, no podemos hacer otra cosa que trabajar en nosotros mismos dentro de nuestra alma. En esto es de muy especial importancia que el ser humano vuelva a considerar sobre todo un gran contraste que existe entre la autocultura de la vida interior y la autocultura de la vida exterior. Tanto con respecto a lo primero como a lo segundo, en la vida se cometen errores sobre errores, y vemos que la unilateralidad trabaja sobre la unilateralidad. El cuerpo humano: ¿qué no es recomendable para él? Quizás se ha vuelto más raro, pero todavía hay personas que se abrigan con especial fuerza y dicen que envolverse también protege del calor. La otra está más extendida, la que recomienda un sistema de endurecimiento unilateral, poco para protegerse del frío y los rigores del clima, pero mucho para exponerse a las curas de aire y sol. No es imprescindible que el hombre se exponga al calor del sol durante tal o cual tiempo para tal o cual propósito, que suele ser muy poco claro para él, que puede ser bastante útil en determinadas circunstancias, pero que no tiene por qué ser un medio de educación, o que tome sus curas una y otra vez con agua fría, Pero lo que es esencial para el cuerpo es, en una palabra, la versatilidad, que hace posible que el cuerpo se exponga al frío sin resfriarse, o que camine bajo el calor abrasador del sol por un lugar sin sombra. Por lo tanto, se podría decir que la autoeducación sabia no puede, por regla general, estar de acuerdo con la mayor parte de lo que se recomienda hoy en día, sino que se encargará de que, básicamente, algo de todo funcione en nosotros en una cierta armonía. la armonía debería tener un efecto sobre nosotros.

Al contrario, lo que es bueno para nuestro cuerpo, es bueno para el espíritu, para el alma. Mientras que el cuerpo exterior necesita versatilidad, adaptación a las condiciones externas, el alma necesita concentración para la cultura intelectual, la posibilidad de reducir una y otra vez la suma de pensamientos, sensaciones y percepciones a unas pocas ideas básicas. Y el hombre que no se esfuerza por su autoeducación intelectual para reconducir lo que es el alcance de sus conocimientos a unas pocas ideas básicas que puedan dominar todo lo demás, verá cómo su memoria se resiente de este no reconducir, también su sistema nervioso y la forma en que debe situarse en la vida. El que ha conseguido reconducir ciertas cosas a las ideas principales, verá que se enfrenta a la vida exterior, donde le exige hechos, con gran tranquilidad. Pero quien sólo pasa por la vida de tal manera que no retrotrae lo que la vida le ofrece a unas pocas grandes ideas fundamentales, mostrará, en primer lugar, que recuerda con dificultad, que se vuelve infructuoso para la vida, pero también mostrará que se acerca a la vida con una cierta desarmonía. Y como en nuestra época se cree tan poco en la concentración del espíritu y, por tanto, se busca tan poco, de ahí surgen tantos otros males como deficiencias en la autoeducación, sobre todo lo que ahora se llama comúnmente nerviosismo. Mientras se entrena la voluntad dejando que los músculos interactúen con la vida exterior, hay que entrenar el sistema nervioso mediante la concentración mental. En resumen, todo lo que funciona desde el interior y finalmente se expresa en el sistema nervioso, que es fomentado por la orientación de nuestra vida hacia las ideas individuales, por la memoria. El cultivo del sistema nervioso y de lo que subyace en lo espiritual es necesario para que el ser humano se enfrente a la vida de una manera interiormente consolidada. 

Cuando hablamos de estas cuestiones, una visión más reciente y materialista puede imponerse a este respecto, aunque la más antigua pueda ser a menudo impugnada desde el punto de vista de la humanidad moderna. Se suelen confundir dos cosas. El hombre puede ponerse nervioso no por la educación de su voluntad, sino por la educación equivocada de su voluntad. El cultivo de la voluntad puede conducir al nerviosismo si el hombre lo busca de manera equivocada, si en lugar de entrar en contacto con el mundo exterior y acerar su voluntad contra sus obstáculos y trabas, busca hacerlo por toda clase de medios interiores que sólo funcionan en la vida de la imaginación. Eso puede llevarle fácilmente al nerviosismo de la voluntad. Hoy en día ya se entiende que este nerviosismo se trata con bastante indulgencia. Carneri relata un caso interesante. Hubo una vez un terrateniente que, siendo por lo demás un hombre completamente bondadoso, se ponía a veces en tal estado de ánimo que golpeaba a su gente, y a esto se le llamó, porque este suceso pertenece ya a nuestra época, un caso especial de nerviosismo. El pueblo tuvo que sufrir mucho por el estado de ánimo del terrateniente, pero en tiempos más recientes los que más entienden según las opiniones de la actualidad han lamentado inmensamente que viva en tales circunstancias, que siempre golpee a su pueblo una y otra vez. Esto continuó hasta que una vez -como cuenta el propio Carneri- llegó a la persona equivocada, a la que también quería golpear. Pero el hombre tomó un palo y golpeó al terrateniente de tal manera que tuvo que permanecer en cama durante una semana. Ahora sucedió algo: mientras que antes el terrateniente era compadecido por el estado de su alma, ahora la gente no sólo dejó de compadecerse de él, sino que al cabo de un tiempo cambió por completo. -No quiero recomendar nada, pero este hecho de la vida es extraordinariamente instructivo. Y si lo examinamos, podemos ver muy bien que si se hubiera convencido al terrateniente, su nerviosismo habría permanecido. Si se hubiera actuado sobre su mente, si no hubiera entrado en interacción con el mundo exterior, no habría cambiado. Pero sí entró en interacción con el mundo exterior, concretamente con el palo de la otra persona. Y en algo que nunca habría entendido en su propio sentido, llegó a conocer, cuando se enfrentó a la vida, el efecto que había producido de su estado de ánimo, su nerviosismo. Por lo tanto, hay que corregir primero el concepto de cultura de la voluntad, que sólo puede fortalecerse a través del contacto con el mundo exterior, aunque no siempre queramos educar nuestra voluntad como en el caso drástico citado. 

En lo que respecta a la vida intelectual en la autoeducación del ser humano, se trata de que seamos capaces de vivir interiormente de tal manera que despertemos el elemento que nos fecunda interiormente, que está en nosotros pero que puede quedar en barbecho, puede quedar estéril. La desarrollamos manteniendo unido nuestro acervo de percepciones, repasándolo una y otra vez, recordando ciertas ideas y revisando lo que hemos pasado en la vida para ponerlo ante nosotros una y otra vez. Es de especial importancia que no sólo nos fijemos en la mente y en su cultura, que no sólo recordemos, pensemos, imaginemos, sino, lo que es mucho más importante y esencial, que nos ocupemos en una buena autoeducación de aprender a olvidar de forma correcta. No hay que recomendar aquí el olvido como una virtud especial, pero cuando nos enfrentamos a algo en la vida, pronto nos damos cuenta de que no podemos transferir completamente lo que experimentamos de un momento de la experiencia a otro. A veces podemos hacerlo con las ideas, pero en muy pocos casos podemos hacerlo con las sensaciones, los sentimientos, el dolor y el sufrimiento que hemos experimentado. Pero, ¿Cómo siguen teniendo efecto? Se desvanecen, y en las profundidades ocultas del alma siguen trabajando. Lo que se olvida es un elemento saludable que desciende a las profundidades ocultas de nuestra vida anímica. Y a través de este descenso de un elemento saludable tenemos algo que trabaja en nosotros, que puede llevarnos de nuevo de un nivel a otro. No se trata de atiborrarse de todo tipo de material, por así decirlo, sino de seguir las cosas con atención, pero guardando lo que necesitamos, lo que hemos experimentado de otra manera, y hundiéndolo en las profundidades del alma. Allí cultivamos nuestro elemento intelectualista, cultivamos algo que es particularmente importante: el elemento de la atención. Quien crea que no es un elemento especialmente importante dirá: ¡Oh, qué importa! -No toma, por así decirlo, su propia personalidad muy en cuenta. Pero el que sabe que lo que importa es lo que se olvida, se dirá a sí mismo: debo tomar mi vida en mano, no debo dejar que todo me afecte. Si voy a tal o cual sociedad donde sólo se dicen estupideces, puede ser que las olvide porque soy una persona intelectual, pero depende de si olvido esas estupideces o algo más sano y sensato. - Por tanto, depende del objeto que uno incluya en su olvido. Porque de este olvido suele surgir algo que ahora es objeto de nuestra imaginación, de nuestra fantasía, entendida en el verdadero sentido de la palabra. Y mientras el elemento intelectual es un elemento que cansa y agota la vida, todo lo que pone en movimiento nuestras fuerzas anímicas para que inventemos algo es un elemento estimulante, vigorizante y promotor de la vida. Esto es algo que tenemos que cultivar en una sabia autoeducación. 

Así hemos considerado también algunos momentos de la autoeducación en relación con el intelecto y el elemento anímico interior, y si cultivamos este elemento anímico interior de una manera muy especial y le damos el valor principal, veremos que también fluye en la voluntad, en el carácter, por sí mismo, mientras que a través de todos los esfuerzos que hacemos para influir directamente en el carácter, logramos más bien un debilitamiento, porque no nos colocamos en una interrelación con el gran mundo.

Para todas estas cosas, que pueden servir así a la autoeducación del hombre, hay un elemento de apoyo que la ciencia espiritual puede dar en la ley de las vidas terrestres repetidas y en la ley del karma, es decir, en el hecho de que lo que experimento en la vida presente son efectos de vidas anteriores, y que lo que experimento ahora formará de nuevo causas para lo que encontraré en una vida posterior. Así, cuando se introducen en la vida las ideas de las vidas terrestres repetidas y del karma, se aprende también a provocar una correcta oscilación del péndulo entre la entrega y el instinto de actividad. Es en relación con estos dos que podemos cometer los mayores pecados con respecto a nuestra autoeducación. En nuestra época la situación es tal que la gente hace justo lo contrario de lo que correspondería a una autoeducación verdaderamente sabia. Quien se pare en el terreno de las repetidas vidas terrestres se dirá a sí mismo: Lo que me sale al encuentro en la vida como mi destino, como dolores o alegrías, lo que me une a tal o cual persona y así sucesivamente, debo mirarlo desde el punto de vista de que con mi yo, que va más allá de mi estrecha personalidad, soy yo mismo quien ha provocado todo esto. Entonces llegamos a algo que al principio puede parecer que puede llevar a la debilidad, a la aceptación de nuestro destino, a aceptar nuestro destino porque sabemos que lo hemos hecho nosotros mismos. La forma en que las cosas nos golpean, tienen que golpearnos porque se han vuelto así a través de nosotros. Si tenemos esta entrega, justamente esa entrega fortalecerá y vigorizará nuestra voluntad, porque no es causada por un entrenamiento interno de la voluntad, sino por una relación con el destino externo, con lo que nos sale al encuentro. No hay nada en la autoeducación que pueda hacer más fuerte nuestra voluntad que la entrega y la devoción al destino, lo que se llama serenidad. El que está malhumorado en cada oportunidad y se indigna con su destino debilita su voluntad. Quien, con una sabia autoeducación, es capaz de entregarse a su destino, fortalece su voluntad. Esas personas son las más débiles de voluntad que, en todas las ocasiones, sienten como si les ocurriera algo completamente inmerecido, como si simplemente tuvieran que sacudirse.  Esta devoción no suele ser nada conveniente para el ser humano actual. Por ello, desarrolla otro tanto. En todos los lugares del presente vemos una gran devoción por el ser interior, por el intelecto, por las facultades interiores y por lo que está presente en relación con las facultades interiores. El hombre se entrega inmediatamente a su alma interior y dice: Sí, si no te gusta, es tu culpa, es porque no estás lo suficientemente atento. - Precisamente las personas que más se indignan ante el destino exterior son las que más devoción tienen hoy por el interior. Qué autocomplaciente es el ser humano en el fondo. Y se muestra especialmente satisfecho de sí mismo cuando subraya una y otra vez que no hay que desarrollar nada más que lo que ya está dentro de él hoy. La actual doctrina de la individualidad es la más pura doctrina de la devoción. Por otra parte, la idea de que hay que desarrollar la individualidad y de que no hay que dejar de aprovechar ninguna oportunidad para ello es algo que va en contra de los sentimientos de devoción de la gente de hoy en día en general.

Establecer la armonía entre la humildad interior y la actividad es lo que tenemos que hacer como la oscilación correcta del péndulo. Pero sólo podemos hacerlo si mantenemos nuestra atención abierta a lo que la vida nos ofrece. Mantener la atención, el interés, es una exigencia que debemos hacernos a nosotros mismos sobre todo en lo que respecta a la autoeducación. Así vemos que cuando el hombre mira hacia el futuro, se dice a sí mismo: Lo que estoy desarrollando ahora, cómo estoy madurando y desarrollando poderes, que trabajarán en mi existencia en el futuro, que enriquecerán mi destino. - Cuando el ser humano mira así más allá de la encarnación actual de su vida y hacia lo que puede surgir como efecto de su existencia actual, entonces se despertará el impulso de actividad y el ser humano se elevará por encima de su naturaleza actual, y su sentimiento de devoción se activará de forma correcta cuando pueda comprender que lo que encuentra en el presente ha sido construido por él mismo.

De este modo, las ideas de reencarnación y karma pueden verter sobre nuestro destino lo que el ser humano actual necesita. Y las preguntas que hoy se plantean en gran número sobre la autoeducación no recibirán una respuesta correcta hasta que la ciencia espiritual pueda asimilar el impulso más íntimo, el anhelo interior del alma verdaderamente buscadora del presente. La ciencia espiritual no quiere agitar, sino que quiere dar al presente lo que debe ser el impulso más íntimo del alma humana moderna. Siempre se ha dado el caso de que la verdad debe servir a cada época para la que está destinada, pero al mismo tiempo esta época siempre ha rechazado la verdad. Por esta razón, incluso la ciencia espiritual, aunque proporciona el terreno más seguro para todas las cuestiones culturales del presente y del futuro próximo, no puede escapar al destino, por muy necesario que sea, de ser juzgada erróneamente y de encontrarse en contra de lo que hoy es la única moda, que se dice que es un fantasma vacío, un ensueño, si no algo peor. Pero es precisamente cuando uno considera cuestiones tan profundamente incisivas cuando ve la importancia y el alcance de lo que la ciencia espiritual puede ofrecer y ofrece como elixir de vida. Entonces, por mucho que se imponga la oposición y el desprecio a la ciencia espiritual, también se puede intuir lo que es y lo que puede ser como elixir de vida. Se le puede aplicar una palabra que puede ayudar a los que comprenden su verdadera profundidad y significado a superar toda la oposición y los malentendidos que surgen contra ella, una palabra pronunciada por un hombre con el que no se puede estar de acuerdo en todas partes, pero que en cierto sentido ha dado en el clavo con ella. Las palabras de Arthur Schopenhauer pueden aplicarse al destino de la verdad que debe entrar en la humanidad con la ciencia espiritual para todas las cuestiones culturales del presente y del futuro próximo: "A lo largo de los siglos, la pobre verdad ha tenido que sonrojarse por el hecho de ser paradójica, y sin embargo no es su culpa. No puede adoptar la forma del error general entronizado. Así que mira con un suspiro a su dios patrón, el tiempo, que le hace señas de victoria y gloria, pero cuyo batir de alas es tan grande y lento que el individuo muere por ello. - Y lo que Schopenhauer no pudo añadir todavía, la ciencia espiritual moderna puede añadirlo diciendo: Aunque el dios protector, el tiempo, tiene unas alas tan grandes y anchas que la personalidad individual, aunque no pueda ver la verdad del tiempo, ya que la personalidad debe morir antes de que la verdad pueda triunfar, la ciencia espiritual nos muestra que en esta personalidad vive un núcleo eterno del ser que siempre vuelve y que no se limita a la personalidad individual, sino que va de vida en vida.

Por lo tanto, podemos decirnos a nosotros mismos: Y aunque los golpes de las alas del tiempo sean tan grandes y tan lejanos que el individuo muera y no experimente la victoria de la verdad, lo que vive en nosotros, nuestro Yo, puede, si penetramos más allá de la personalidad, experimentar todavía esta victoria y todas las victorias, pues la vida siempre nueva vencerá a la vieja muerte. - La ciencia espiritual afirmará las palabras de Lessing, que son la victoria de la verdad y que brillan ante nosotros como un extracto de siglos anteriores, desde profundos fundamentos de la verdad. Lo que el investigador espiritual tiene que decir sobre la esencia integral del hombre al observar lo que logra fuera de su personalidad, cuando fuera de su personalidad, si no se pierde fuera de esta personalidad el alma es capaz de expresarlo como la fuerza más profunda y significativa de su vida al decirse a sí misma: "¿Acaso no es mía toda la eternidad?
Traducido por J.Luelmo dic.2021


No hay comentarios:

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919