GA131 Karlsruhe 11 de octubre de 1911 La encarnación única de Cristo en un cuerpo físico. La naturaleza egoica del ser humano.

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RUDOLF STEINER

La encarnación única de Cristo en un cuerpo físico. 

La naturaleza egoica del ser humano.


Karlsruhe 11 de octubre de 1911

Ayer vimos que, en cierto sentido, la cuestión del cristianismo es el tema de la Resurrección de Cristo Jesús. En particular, hablamos de Pablo, el proclamador del cristianismo, que a partir de su conocimiento de la naturaleza esencial del Impulso Crístico reconoció inmediatamente que desde el Acontecimiento del Gólgota, Cristo vive. Vimos que para Pablo, tras su experiencia en el camino de Damasco, se abría un cuadro poderoso y magnífico de la evolución humana.
A partir de ahí, pasamos a construir un panorama de lo que fue Cristo Jesús directamente después del Bautismo en el Jordán por Juan. Nuestra próxima tarea será indagar en el curso de los acontecimientos desde el Bautismo hasta el Misterio del Gólgota. Pero si queremos llegar a comprender el Misterio del Gólgota, debemos eliminar ciertos obstáculos. De todo lo que se ha dicho sobre los Evangelios a lo largo de los años, y también de lo que ya se ha dicho en estas pocas conferencias, ustedes habrán podido deducir que ciertas ideas teosóficas, que en algunos círculos se consideran suficientes, en realidad no lo son para responder a la cuestión que nos ocupa.
Antes que nada debemos tomar muy en serio lo que se ha dicho acerca de las tres corrientes del pensamiento humano: la corriente que tiene su fuente en la antigua Grecia; la corriente que desciende del antiguo hebraísmo y, por último, la corriente que encontró su expresión en Gautama Buda medio milenio antes de nuestra era. Hemos visto que esta corriente búdica, especialmente tal como se desarrolló entre sus seguidores, es la que menos se adapta a la comprensión del Misterio del Gólgota. Para el hombre moderno, cuya conciencia está llena de la cultura intelectual del presente, la corriente de pensamiento que encuentra expresión en el budismo ofrece ciertamente algo muy agradable. Casi ninguna otra forma de pensamiento se adapta tan bien a los conceptos de la época actual, en tanto que prefiere permanecer en silencio frente a la mayor cuestión que la humanidad tiene que comprender: la cuestión de la Resurrección. Pues con esta cuestión está relacionada toda la historia evolutiva de la humanidad. Ahora bien, en la enseñanza budista se ha perdido el verdadero ser del Yo, que en el verdadero sentido podemos llamar el cuarto miembro de la naturaleza humana. Ciertamente, en estos asuntos uno puede emplear toda clase de interpretaciones, uno puede tergiversarlos de todas las maneras posibles, y mucha gente encontrará fallas en lo que se ha dicho aquí acerca de la enseñanza budista, pero ese no es el punto. Porque cosas como las que he citado del corazón del budismo -por ejemplo, la conversación entre el rey Milinda y el sabio budista Nagasena- atestiguan claramente que en el budismo no se puede hablar de la naturaleza del yo como nosotros debemos hablar de ella. Para un genuino seguidor del budismo sería, de hecho, herético hablar de la naturaleza yoica tal como debemos representarla. Por esta misma razón, nosotros mismos debemos ser claros con respecto a la naturaleza del Yo.
El Yo humano, que en el caso de todo ser humano, incluso del más elevado Adepto, pasa de encarnación en encarnación, es un término que, (como vimos ayer) sólo puede aplicarse a Jesús de Nazaret desde su nacimiento hasta el Bautismo en el Jordán. Después del bautismo, todavía tenemos ante nosotros el cuerpo físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral de Jesús de Nazaret; pero estas envolturas humanas externas están ahora habitadas, no por un Yo humano, sino por un Ser Cósmico, el Ser-Crístico. A través de años de esfuerzo hemos tratado, por medio de palabras, de acercar el Ser-Crístico a nuestra comprensión. Tan pronto como se comprende toda la naturaleza de Cristo Jesús, es obvio que para Él hay que descartar cualquier tipo de reencarnación física o corporal. La expresión empleada en mi drama mistérico, La Probación del Alma, acerca de que Cristo estuvo presente una única vez en un cuerpo de carne, debe ser tomada en serio y muy literalmente. En consecuencia, debemos ocuparnos primero del ser, de la naturaleza del Yo humano ordinario. Desde el bautismo hasta el misterio del Gólgota, el ser Cristo-Jesús fue completamente independiente del yo humano.
En conferencias anteriores se ha mostrado que la evolución de la Tierra estuvo precedida por una existencia de Saturno, una existencia del Sol y una existencia de la Luna, y estas tres encarnaciones planetarias fueron seguidas por la cuarta, nuestra encarnación terrestre. Ustedes saben por esas conferencias que sólo durante la Existencia Terrestre, la cuarta de las condiciones planetarias que fueron necesarias para traer a la existencia nuestra Tierra con todas sus criaturas, pudo el Yo humano entrar en conexión con la naturaleza humana. Así como en el período del antiguo Saturno hablamos del comienzo del cuerpo físico, en el período del antiguo Sol hablamos del primer desarrollo del cuerpo etérico, en el período Lunar del primer desarrollo del cuerpo astral, y sólo en el período Terrestre del desenvolvimiento del Yo. De esta manera, todo el asunto se pone cósmica e históricamente a la vista. Pero, ¿Cómo es la historia de los pueblos?
A través de nuestros estudios anteriores sabemos que aunque la semilla del Yo fue depositada en los seres humanos durante la época de Lemuria, la posibilidad de alcanzar la conciencia del Yo surgió sólo hacia el final del período Atlante, y que incluso entonces esta conciencia del Yo era muy tenue y vaga. En efecto, después de la época atlante, a través de los diversos períodos de civilización que precedieron al Misterio del Gólgota, la conciencia del yo seguía siendo opaca, onírica, tenue. Pero si ustedes dirigen su atención al desarrollo del pueblo hebreo, les quedará claro que aquí la conciencia del Yo encontró expresión de una manera muy inusual. Una especie de Yo del Pueblo vivía en cada uno de los miembros del antiguo pueblo hebreo; de hecho, cada miembro de este pueblo remontaba su Yo a su antepasado en la carne, a Abraham. El Yo del antiguo pueblo hebreo era todavía tal que podemos designarlo como un Yo Grupal, un Yo Grupal tribal. La conciencia todavía no había penetrado hasta la individualidad separada en cada hombre. ¿Por qué?
Cada parte del ser humano de cuatro miembros que ahora consideramos normal se desarrolló gradualmente en el curso de la evolución de la Tierra. Sólo hacia el final del Período Atlante una parte del cuerpo etérico, que hasta entonces había sido externa al cuerpo físico, fue gradualmente introducida en él. Esto condujo a la condición ahora reconocida por la conciencia clarividente como normal, a saber, que el cuerpo físico y el cuerpo etérico coinciden aproximadamente, y sólo entonces fue posible que el hombre desarrollara su conciencia del Yo. Formémonos lenta y gradualmente una impresión de la manera muy peculiar en que esta conciencia del Yo se encuentra con nosotros en el hombre.
Ayer describí cómo habla la gente de la Resurrección cuando se acerca a ella con todos los preconceptos intelectuales de la actualidad. Si, dicen, 'tuviera que asentir a la verdadera enseñanza paulina sobre la Resurrección, tendría que romper toda mi concepción del mundo'. Eso es lo que dicen estas personas modernas que tienen a su disposición todos los recursos del intelectualismo moderno. A la gente que habla así le parecerá muy extraño lo que hay que decir ahora.
Pero, ¿Acaso no es posible que una persona así reflexione: 'Sí, si voy a aceptar la Resurrección, tendré que romper todos mis conceptos intelectuales'? Pero, ¿es esa una razón para dejar de lado esta cuestión? Puesto que no podemos comprender la Resurrección y tenemos que considerarla un milagro, ¿debemos suponer que la única salida a esta dificultad es pasarla por alto? ¿No hay otro camino?
El otro camino no es nada fácil para un hombre moderno, pues tendría que admitirse a sí mismo: "Tal vez no sea culpa de la Resurrección que yo sea incapaz de comprenderla. Tal vez la razón sea que mi intelecto no está capacitado para comprenderla".
Esta cuestión es tomada tan poco en serio en nuestros días que podemos decir: El hombre moderno, debido a su orgullo -y precisamente porque no sospecha que el orgullo pueda intervenir en ello-, no admite que su intelecto pueda ser incompetente para comprender esta cuestión. Porque, ¿Qué es más razonable: decir que estoy dejando de lado algo que destroza mi perspectiva intelectual, o admitir que puede estar más allá de mi comprensión? Sin embargo, el orgullo me impide admitirlo.
Por supuesto, un antropósofo debe haberse entrenado para superar este tipo de orgullo. No debería estar lejos del corazón de un verdadero antropósofo decir: "Tal vez mi intelecto no sea competente para formarse una opinión sobre la Resurrección". Pero entonces tiene que enfrentarse a otra dificultad: ahora tiene que responder a la pregunta de por qué la mente humana no está adaptada para comprender el mayor hecho de la evolución humana. Para responder a esta pregunta debemos profundizar un poco más en la verdadera naturaleza del entendimiento humano. Quisiera recordar aquí mis conferencias de Munich, Maravillas del mundo, de las que daré ahora un resumen en la medida en que lo necesitemos.
Los elementos que componen nuestra vida anímica, nuestros pensamientos, sentimientos y percepciones, no se encuentran en nuestro cuerpo físico actual; sólo penetran hasta el cuerpo etérico. Para que esto quede claro, imaginemos nuestra naturaleza humana, en la medida en que se compone de yo, cuerpo astral y cuerpo etérico, encerrada en una elipse:
Tomaremos este diagrama para representar esquemáticamente lo que llamamos nuestra vida interior y lo que podemos experimentar en nuestras almas. Si experimentamos un pensamiento o percepción, tiene tres líneas de acción en nuestra Naturaleza anímica, como se indica en el siguiente diagrama.
Dentro de nuestra naturaleza anímica no hay nada que no esté presente de esta manera. Ahora bien, si la conciencia terrena ordinaria de un hombre se limitara a las experiencias del alma dentro de los límites del diagrama, se producirían las experiencias, pero él no sería consciente de ellas; permanecerían inconscientes. Las experiencias del alma sólo se hacen conscientes a través de un proceso que una analogía nos ayudará a comprender. Imagínense que van en una dirección determinada, mirando al frente. Te llamas López. Mientras vas recto no ves ese López, pero tú eres él, lo experimentas, eres la persona "López". Imagina que alguien te pone un espejo delante. Ahora "López" está delante de ti. Lo que antes habías experimentado, ahora lo ves; se encuentra contigo en el espejo. Lo mismo ocurre con la vida anímica del hombre. Una persona tiene una experiencia, pero no es consciente de ella sin un espejo. El espejo es el cuerpo físico. Las percepciones, los pensamientos, son devueltos por la envoltura del cuerpo físico. De este modo nos hacemos conscientes de ellos. De ahí que en el diagrama podamos representar el cuerpo físico como la envoltura que lo envuelve. Para nosotros, como hombres terrenales, el cuerpo físico es en verdad un aparato reflector.
Si se profundiza cada vez más en la naturaleza del alma humana y de la conciencia humana, será imposible considerar peligrosas o significativas todas las cosas que el materialismo presenta una y otra vez en oposición a la concepción espiritual del mundo. Si la conciencia deja de percibir la experiencia del alma a causa de algún daño en el aparato reflector, es una absoluta tontería concluir que la propia experiencia del alma está ligada al espejo. Si alguien rompe un espejo en el que te ves, no te rompe a ti. Simplemente desapareces de tu propio campo de visión. Lo mismo ocurre cuando se rompe el aparato que refleja la vida del alma, el cerebro. La percepción cesa, pero la propia vida anímica, en la medida en que continúa en el cuerpo etérico y en el cuerpo astral, no se ve perturbada en lo más mínimo.
Pero, ¿no hemos llegado a un punto en el que debemos considerar detenidamente la naturaleza del cuerpo físico? Estarán de acuerdo en que sin conciencia no podríamos ser conscientes del Yo. Para hacer nuestra la conciencia del Yo durante la vida terrestre, nuestro cuerpo físico, con su organización cerebral, tiene que ser un aparato reflector. Aprendemos a ser conscientes de nosotros mismos a través de nuestro propio reflejo. Si no tuviéramos un aparato espejo, no podríamos ser conscientes de nosotros mismos. ¿Qué es este espejo?
Las investigaciones ocultas, que se remontan a través de la lectura del registro Akáshico hasta el origen de nuestra existencia terrestre, nos muestran que en el comienzo de la existencia terrestre este aparato reflejante, el cuerpo físico externo, cayó bajo la influencia luciférica y fue cambiado. Ayer vimos en qué se ha convertido este cuerpo físico para el hombre terrenal. Se ha convertido en algo que se desintegra cuando atraviesa la puerta de la muerte. Hemos dicho que el cuerpo que se desintegra no es el cuerpo que los Espíritus Divinos habían preparado a lo largo de cuatro evoluciones planetarias para que se convirtiera en el cuerpo físico terrestre. Aquello que los Espíritus Divinos prepararon, que ayer llamamos el Fantasma, pertenece al cuerpo físico como una figura-cuerpo que impregna, y al mismo tiempo mantiene unidas, las partes materiales que se entretejen en nuestro cuerpo físico. Si no hubiera intervenido ninguna influencia luciférica, entonces, al principio de su existencia terrestre, el hombre habría recibido este Fantasma en toda su fuerza junto con su cuerpo físico. Pero la influencia luciférica penetró en la organización humana, en la medida en que consta de cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral, y la consecuencia fue la desorganización del Fantasma del cuerpo físico. Como veremos, esto se expresa simbólicamente en la Biblia como la Caída, junto con el hecho, relatado en el Antiguo Testamento, de que la muerte siguió a la Caída. En efecto, la muerte fue el resultado de la desorganización del Fantasma del cuerpo físico. El resultado es que, cuando el hombre atraviesa la puerta de la muerte, tiene que presenciar la disolución de su cuerpo físico. Este cuerpo físico que se desmorona, carente de la fuerza del Fantasma, es en efecto soportado por el hombre desde el nacimiento hasta la muerte. El desmoronamiento continúa todo el tiempo, y la descomposición, la muerte del cuerpo físico, es sólo la etapa final de un proceso continuo. Pues si la desintegración del cuerpo -precedida por la desorganización del Fantasma- no es contrarrestada por procesos de reconstrucción, finalmente sobreviene la muerte.
Si la influencia luciférica no se hubiera hecho presente, las fuerzas destructivas y reconstructivas del cuerpo físico habrían permanecido en equilibrio. Pero entonces todo en la naturaleza humana terrenal habría sido diferente; no habría, por ejemplo, ninguna mente incapaz de comprender la Resurrección. Pues, ¿qué clase de entendimiento es el que no puede comprender la Resurrección? Es el que está ligado a la decadencia del cuerpo físico, y es lo que es porque el individuo ha incurrido, a través de la influencia luciférica, en la destrucción progresiva del Fantasma del cuerpo físico. En consecuencia, el entendimiento humano, el intelecto humano, se ha vuelto tan delgado, tan raído, que no puede asimilar los grandes procesos de la evolución cósmica. Los considera como milagros, o dice que no puede comprenderlos. Si la influencia luciférica no hubiera llegado, y las fuerzas ascendentes del cuerpo humano hubieran mantenido en equilibrio a las fuerzas destructivas, entonces el entendimiento humano, dotado de todo lo que le estaba destinado, habría visto las fuerzas ascendentes, más bien como se sigue un experimento de laboratorio. Pero nuestro entendimiento es ahora tal que se queda en la superficie de las cosas y no tiene visión de las profundidades cósmicas.
Por lo tanto, quien quiera describir correctamente estas condiciones debe decir: En el comienzo de nuestra existencia terrestre, la influencia luciférica impidió que el cuerpo físico se convirtiera en lo que debería haber llegado a ser de acuerdo con la voluntad de los Poderes que trabajaban a través de Saturno, el Sol y la Luna. En su lugar, tomó en sí mismo un proceso destructivo. Desde el comienzo de la existencia terrestre, el hombre ha vivido en un cuerpo físico sujeto a la destrucción; un cuerpo que no puede contrarrestar adecuadamente las fuerzas destructivas con fuerzas edificantes.
Así que hay verdad en algo que al hombre moderno le parece una locura: que existe una conexión oculta entre lo que ha sucedido por obra de Lucifer y la muerte. Y ahora veamos esta obra. ¿Cuál fue el efecto de esta destrucción del cuerpo físico real? Si tuviéramos el cuerpo físico íntegro, como estaba previsto al principio de la existencia terrena, nuestras fuerzas anímicas se reflejarían de otra manera: entonces sabríamos realmente lo que somos. Tal como están las cosas, no sabemos lo que somos porque el cuerpo físico no nos ha sido dado en su totalidad. Hablamos ciertamente de la naturaleza y del ser del Yo humano, pero ¿hasta qué punto conoce el hombre al Yo? Tan problemático es el Yo que el budismo puede incluso negar que pase de una encarnación a otra. Tan problemático es que Grecia pudo caer en el estado de ánimo trágico que encontró su expresión en aquellas palabras del héroe griego: "Mejor un mendigo en el mundo superior que un rey en el reino de las sombras". Así pues, cuando un griego veía el cuerpo físico atesorado -el cuerpo modelado por el Fantasma- entregado a la destrucción, sentía tristeza ante el oscurecimiento, el desvanecimiento, del yo, pues sentía que éste sólo podía existir junto con la conciencia del yo. Y cuando veía que la Forma del cuerpo físico caía en decadencia, se estremecía al pensar que el yo se oscurecería y atenuaría; este yo que se refleja en la Forma del cuerpo físico. Y cuando seguimos la evolución humana desde el principio de la Tierra hasta el Misterio del Gólgota, encontramos que el proceso que acabamos de indicar se muestra en un grado cada vez mayor.
En épocas anteriores, por ejemplo, nadie habría predicado la aniquilación del cuerpo físico de un modo tan radical como lo hizo Gautama Buda. Para que tal enseñanza pudiera darse, era necesario que la decadencia del cuerpo físico, su completa anulación en lo que respecta a su Forma, se hubiera hecho cada vez más casi completa, de modo que la mente humana ya no tuviera idea alguna de que la entidad que se hace consciente a través del cuerpo físico -es decir, a través de la Forma- pueda pasar de una encarnación a otra. La verdad es que el hombre, en el curso de la evolución terrestre, perdió la Forma del cuerpo físico, de modo que ya no tiene lo que los Seres Divinos habían previsto para él desde el principio de la Tierra. Esto es algo que debe recuperar; pero primero tenía que serle impartido de nuevo. Y no podemos comprender el Cristianismo a menos que entendamos que en el momento en que tuvieron lugar los Acontecimientos de Palestina, la raza humana en la Tierra había alcanzado una etapa en la que la decadencia del cuerpo físico estaba en su apogeo, y en la que, debido a ello, toda la evolución de la humanidad estaba amenazada con el peligro de que la conciencia del yo -el logro específico de la evolución terrestre- se perdiera. Si este proceso hubiera continuado sin cambios, el elemento destructor habría penetrado cada vez más profundamente en el organismo corporal humano, y los hombres nacidos después de la época en que se debieron los acontecimientos de Palestina habrían tenido que vivir con un sentimiento del Yo cada vez más apagado. Todo lo que depende del reflejo perfecto del cuerpo físico se habría desgastado cada vez más.
Entonces vino el Misterio del Gólgota; vino tal como lo hemos caracterizado, y a través de él sucedió algo que es tan difícil de comprender para un intelecto ligado únicamente al cuerpo físico, un cuerpo en el que preponderan las fuerzas destructivas. Sucedió que un hombre, que era el portador del Cristo, pasó por una muerte tal que después de tres días la parte específicamente mortal del cuerpo físico tuvo que desaparecer, y de la tumba se levantó el cuerpo que es el portador de la fuerza de las partes físicas, materiales. El cuerpo que estaba realmente destinado al hombre por los Regentes de Saturno, Sol y Luna - el Fantasma puro del cuerpo físico con todos los atributos del cuerpo físico - fue éste el que se levantó de la tumba. Así se dio la posibilidad de esa genealogía espiritual de la que hemos hablado.
Pensemos en el cuerpo de Cristo que resucitó de la tumba. Así como del cuerpo de Adán descienden los cuerpos de los hombres terrestres, en la medida en que estos hombres tienen el cuerpo que se desmorona, así también los cuerpos espirituales, los Fantasmas para todos los hombres, descienden del que resucitó de la tumba. Y es posible establecer una relación con Cristo a través de la cual un ser humano terrenal pueda traer a su cuerpo físico, por lo demás en descomposición, este Fantasma que se levantó de la tumba del Gólgota. Es posible que el hombre reciba en su organismo esas fuerzas que entonces se levantaron de la tumba, así como a través de su organismo físico al principio de la evolución terrestre, como consecuencia de las fuerzas luciféricas, recibió el organismo de Adán.
Esto es lo que Pablo quiere decir. Así como el hombre, por el lugar que ocupa en la corriente de la evolución física, hereda el cuerpo físico en el que se está produciendo gradualmente la destrucción del Fantasma, el portador de la fuerza, del Fantasma puro que salió de la tumba puede heredar lo que ha perdido. Puede heredarlo, puede vestirse con él, como se vistió con el primer Adán; puede convertirse en uno con él. De este modo puede pasar por un desarrollo mediante el cual puede ascender de nuevo, así como antes del Misterio del Gólgota había descendido en la evolución. En otras palabras, lo que le había sido arrebatado por la influencia luciférica puede serle devuelto mediante su presencia como Cuerpo Resucitado de Cristo. Eso es lo que Pablo quiere decir.
Ahora bien, así como es muy fácil, desde el punto de vista de la anatomía o la fisiología modernas, refutar lo que se ha dicho en esta conferencia -aparentemente refutarlo-, también es muy fácil plantear otra objeción. Alguna pregunta como esta podría hacerse: Si Pablo realmente creía que un cuerpo espiritual había resucitado, ¿qué tiene que ver este cuerpo espiritual que había resucitado de la tumba con lo que cada hombre lleva ahora en sí mismo? Esto no es difícil de entender: sólo tenemos que considerar la analogía que ofrece la llegada a la existencia de un individuo humano. Como ser humano físico comienza a partir de una sola célula; un cuerpo físico consiste enteramente de células que son todas hijas de la célula original; todas las células que componen un cuerpo humano son atribuibles a la célula original. Ahora imaginemos que, a través de lo que podríamos llamar un proceso cristológico místico, el hombre adquiere un cuerpo muy distinto del que ha ido adquiriendo gradualmente en su evolución descendente. Entonces pensemos que cada uno de estos nuevos cuerpos tiene una conexión íntima con el Fantasma puro que se levantó de la tumba, del mismo modo que las células humanas del cuerpo físico están conectadas con la célula original. Es decir, debemos pensar que el Fantasma se multiplica a sí mismo, como lo hace la célula que da origen al cuerpo físico. Así, en la evolución que sigue al Acontecimiento del Gólgota, todo hombre puede adquirir interiormente algo que desciende espiritualmente del Fantasma que se levantó de la tumba, del mismo modo que -haciéndonos eco de Pablo- el cuerpo ordinario que cae en disolución desciende de Adán.
Por supuesto, es un insulto para el intelecto humano, que piensa tan arrogantemente de sí mismo en la actualidad, cuando se dice que un proceso similar a la multiplicación de la célula, que si es necesario se puede ver, tiene lugar en lo invisible. Este resultado del Misterio del Gólgota, sin embargo, es un hecho oculto. Para quien contempla la evolución con visión oculta es evidente que la célula espiritual, el cuerpo que venció a la muerte, el cuerpo de Cristo Jesús, se ha levantado de la tumba y en el transcurso del tiempo se imparte a sí mismo a cualquiera que entre en la correspondiente relación con el Cristo. A cualquiera que esté resuelto a negar por completo los sucesos suprasensibles, esta afirmación le parecerá naturalmente absurda. Pero para cualquiera que admita lo suprasensible, el acontecimiento que nos ocupa debe presentarse en la forma descrita. El Fantasma que se levantó de la tumba se comunica a sí mismo a aquellos que se hacen aptos para ello. Este es, pues, un hecho que todos los que conceden lo suprasensible pueden comprender.
Si podemos inscribir en nuestras almas lo que es en verdad la enseñanza paulina, llegamos a considerar el Misterio del Gólgota como una realidad que tuvo lugar y tenía que tener lugar en la evolución de la tierra; pues significa literalmente el rescate del Yo humano. Hemos visto que si el proceso de evolución hubiera continuado por el camino que había seguido hasta el momento de los Sucesos de Palestina, la conciencia del Yo no habría podido desarrollarse; no sólo no habría avanzado, sino que se habría hundido cada vez más en las tinieblas. Pero el camino giró hacia arriba, y continuará ascendiendo en la medida en que los hombres encuentren su relación con el Ser Crístico.
Ahora podemos comprender muy bien el budismo. Unos quinientos años antes de los Acontecimientos de Palestina, se proclamaba una verdad: "Todo lo que envuelve al hombre como su cuerpo físico y hace de él un ser encarnado en la carne - todo esto debe considerarse sin valor; es fundamentalmente un resto del pasado y debe ser desechado". Ciertamente, hasta ese momento las condiciones eran tales que la humanidad habría tenido que encaminarse hacia esta filosofía de vida, si no hubiera intervenido ninguna otra cosa. Pero vino el Acontecimiento del Gólgota, un Acontecimiento que restauró completamente los principios perdidos de la evolución humana. En la medida en que el hombre toma en sí mismo el cuerpo incorruptible del que hablamos ayer, y que hemos presentado hoy a nuestras almas con más detalle, si se reviste de este cuerpo incorruptible, será cada vez más claramente consciente de su conciencia del yo, y de esa parte de su naturaleza que viaja de una encarnación a otra.

Lo que vino al mundo con el cristianismo no debe, pues, considerarse simplemente como una nueva enseñanza -esto debe subrayarse especialmente- y no como una nueva teoría, sino como algo real, algo fáctico. De ahí que cuando se insiste en que todo lo que Cristo enseñó ya se conocía anteriormente, esto no significa nada para una verdadera comprensión del cristianismo. Lo importante no es lo que Cristo enseñó, sino lo que dio: su Cuerpo. Porque el Cuerpo que resucitó de la tumba del Gólgota nunca antes había entrado en la evolución humana. Nunca antes había estado presente en la tierra, a través de la muerte de un hombre, aquello que llegó a estar presente como el Cuerpo Resucitado de Cristo Jesús. Anteriormente, después que los hombres atravesaban la puerta de la muerte, y pasaban por el período entre la muerte y un nuevo nacimiento, traían a la tierra con ellos el Fantasma defectuoso, entregado al deterioro. Nadie había hecho surgir un Fantasma perfecto.

Aquí podemos referirnos a los Iniciados y Adeptos. Ellos siempre tuvieron que recibir la iniciación fuera de sus cuerpos físicos, mediante la superación de sus cuerpos físicos, pero esta superación nunca llegó hasta la resucitación del Fantasma físico. Ninguna iniciación precristiana iba más allá de los límites más exteriores del cuerpo físico; no tocaban las fuerzas del cuerpo físico, excepto en la medida en que el organismo interior incide de una manera general sobre el exterior. Nadie, habiendo pasado por la muerte, la había superado como Fantasma humano. Ciertamente habían ocurrido cosas parecidas, pero nunca esto: que un hombre hubiera pasado por una muerte humana completa y que el Fantasma completo hubiera obtenido entonces la victoria sobre la muerte. Así como es cierto que sólo este Fantasma puede dar origen a una humanidad completa en el curso de la evolución humana, también es cierto que este Fantasma tuvo su comienzo en la tumba del Gólgota.

Ese es el hecho importante en la evolución cristiana. De ahí que los comentaristas no cometan ningún error cuando dicen una y otra vez que la enseñanza de Cristo Jesús se ha transformado en una enseñanza sobre Cristo Jesús. Tenía que ser así. Porque lo importante no es lo que Cristo Jesús enseñó, sino lo que dio a la humanidad. Su Resurrección es el nacimiento de un nuevo miembro de la naturaleza humana: un cuerpo incorruptible. Pero para que esto sucediera, este rescate del Fantasma humano a través de la muerte, fueron necesarias dos cosas. Era necesario, primero, que el Ser de Cristo Jesús fuese tal como lo hemos descrito - constituido de cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral, y - en lugar de un yo humano - el Ser Crístico. En segundo lugar, era necesario que el Ser Crístico hubiera resuelto descender a un cuerpo humano, encarnarse en un cuerpo humano de carne. Porque si queremos contemplar al Ser Crístico bajo la luz correcta, debemos buscarlo en el tiempo anterior al comienzo del hombre sobre la tierra. Por supuesto, el Ser Crístico ya existía entonces. No entró en el curso de la evolución humana; moraba en el mundo espiritual. La humanidad continuó por su camino siempre decreciente. En un momento en que se había alcanzado la crisis de la evolución humana, el Ser Crístico se incorporó en el cuerpo de un hombre. Ese es el mayor sacrificio que el Ser Crístico pudo haber aportado a la evolución terrestre. Y lo segundo que debemos aprender a comprender es en qué consistió este sacrificio. Ayer tratamos una parte de la cuestión relativa a la naturaleza de Cristo, limitando nuestro estudio al tiempo posterior al Bautismo por Juan en el Jordán. Ahora debemos preguntar: ¿Cuál es el significado del hecho de que en el Bautismo el Ser Crístico descendiera a un cuerpo de carne, y cómo se produjo la muerte en el Misterio del Gólgota?
Traducido por J.Luelmo dic. 2022








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