RUDOLF STEINER
PERSPECTIVA DE DESARROLLO DE LA HUMANIDAD
Dornach 2 de abril de 1921
Fue durante la segunda mitad del siglo XIX cuando el materialismo tuvo su periodo de mayor desarrollo. En la conferencia de hoy centraremos nuestro interés más en el aspecto teórico de esta evolución materialista. Gran parte de lo que tendré que decir sobre el aspecto teórico puede decirse también casi con las mismas palabras del aspecto más práctico del materialismo. Por el momento, sin embargo, dejaremos esto de lado y centraremos nuestra atención más bien en la concepción materialista del mundo que predominaba en el mundo civilizado a mediados y en la segunda mitad del siglo XIX.
Aquí nos encontraremos con una doble tarea. En primer lugar, tenemos que adquirir una clara percepción de hasta qué punto hay que oponerse a esta concepción materialista del mundo, de cómo debemos armarnos con todos los conceptos e ideas que nos permitan refutar la concepción materialista del mundo como tal. Pero además de estar armados con los conceptos necesarios, nos encontramos con que, desde el punto de vista de la ciencia espiritual, se nos exige al mismo tiempo algo más, a saber, comprender esta cosmovisión materialista. En primer lugar, debemos comprenderla en su contenido; en segundo lugar, debemos comprender también cómo se pudo llegar a una cosmovisión materialista tan extrema para entrar en la evolución humana.
Puede sonar contradictorio decir que al hombre se le exige, por un lado, ser capaz de combatir la visión materialista del mundo y, por otro, ser capaz de comprenderla. Pero quienes se basan en la ciencia espiritual no encontrarán aquí ninguna contradicción; es sólo aparente. Porque el caso es más bien así. En el curso de la evolución de la humanidad deben llegar momentos en los que los seres humanos son en cierto modo arrastrados hacia abajo, llevados por debajo de un cierto nivel, para que más tarde, por sus propios esfuerzos, puedan levantarse de nuevo. Y realmente no sería de ninguna ayuda para la humanidad si por algún decreto divino o similar pudiera ser protegida de tener que pasar por estos niveles bajos de existencia. Para que el ser humano alcance el pleno uso de sus facultades de libertad, es absolutamente necesario que descienda a los niveles bajos tanto en su concepción del mundo como en su vida. El peligro no radica en que algo así aparezca en el momento oportuno, y para el materialismo teórico esto fue a mediados del siglo XIX. El peligro consiste en el hecho de que si algo así ha ocurrido en el curso de la evolución normal, la gente siga adhiriéndose a ello, de modo que una experiencia que era necesaria para un momento determinado se traslade a épocas posteriores. Si es correcto decir que a mediados del siglo XIX el materialismo fue, en cierto sentido, una prueba que la humanidad tuvo que pasar, es igualmente correcto decir que la persistente adhesión al materialismo está destinada a causar un daño terrible ahora, y que todas las catástrofes que le ocurren al mundo y a la humanidad que tenemos que experimentar se deben al hecho de que una gran mayoría de la gente sigue tratando de aferrarse al materialismo.
¿Qué significa realmente el materialismo teórico? Es un punto de vista que considera al ser humano principalmente como la suma de los procesos materiales de su cuerpo físico. El materialismo teórico ha estudiado todos los procesos del cuerpo físico, sensorial, y aunque lo que se ha logrado en este estudio está todavía más o menos en sus primeros comienzos, ya se han extraído de él conclusiones definitivas con respecto a una visión del mundo. El hombre ha sido explicado como resultado de la confluencia de estas fuerzas físicas; su naturaleza anímica ha sido declarada como algo que se debe al funcionamiento de estas fuerzas físicas. Sin embargo, es el materialismo teórico el que inició la investigación de la naturaleza física del ser humano, y esto es lo que debe mantenerse, es decir, el exhaustivo examen de la naturaleza física del hombre. Por otra parte, lo que el siglo XIX sacó como conclusión de esta investigación física es algo que no debe figurar más que como un fenómeno pasajero en la evolución humana. Y como tal fenómeno pasajero, procedamos ahora a comprenderlo.
¿De qué se trata realmente? Cuando miramos hacia atrás en la evolución de la humanidad -y con la ayuda del contenido de la Ciencia Oculta podemos mirar bastante hacia atrás-, podemos ver que el ser humano ha pasado por la mayor variedad de etapas diferentes. Incluso si limitamos nuestra observación a lo que ha tenido lugar en el curso de la evolución terrestre, estamos obligados a concluir que este ser humano comenzó con una forma que era bastante primitiva en comparación con su forma actual, y que esta forma luego sufrió un cambio gradual, acercándose cada vez más a la forma que el ser humano posee hoy. Mientras nos centremos en el esquema de la forma humana, las diferencias no parecerán tan grandes en el curso de la historia humana. Si comparamos con los medios de que dispone la historia externa, la forma de un antiguo egipcio o incluso de un antiguo indio con la forma de un hombre de la civilización europea actual, descubriremos sólo diferencias relativamente pequeñas, siempre que nos quedemos con los contornos aproximados o los aspectos superficiales de la observación. Para un punto de vista tan aproximado, las grandes diferencias con respecto a las formas primitivas de desarrollo surgen sólo en el hombre primitivo de las épocas prehistóricas.
Sin embargo, cuando refinamos nuestra observación, cuando empezamos a estudiar lo que está oculto a la mirada externa, entonces lo que he dicho ya no es válido. Porque entonces nos vemos obligados a admitir que existe una gran y significativa diferencia entre el organismo de un hombre civilizado del presente y el organismo de un antiguo egipcio, o incluso de un antiguo griego o romano. Y aunque el cambio se ha producido de una manera mucho más sutil y delicada en los tiempos históricos, es seguro que ha habido tal cambio en lo que respecta a toda la formación y conformación más sutil del organismo humano. Este cambio sutil alcanzó una cierta culminación a mediados del siglo XIX. Aunque suene paradójico, es un hecho que en cuanto a su estructura interna, en cuanto a lo que el organismo humano puede alcanzar, el hombre había alcanzado la perfección a mediados del siglo XIX. Desde entonces, se ha producido una especie de decadencia. Desde entonces, el organismo humano ha entrado en retroceso. Por lo tanto, también a mediados del siglo XIX, los órganos que sirven de órganos físicos de la actividad intelectual humana habían alcanzado la perfección en su desarrollo.
Lo que llamamos el intelecto del hombre requiere, por supuesto, órganos físicos. En épocas anteriores, estos órganos físicos estaban mucho menos desarrollados que a mediados del siglo XIX. Es cierto que lo que despierta nuestra admiración cuando contemplamos el espíritu griego, particularmente en griegos tan avanzados como Platón y Aristóteles, depende del hecho de que los griegos no tenían órganos del pensar tan perfectos, en el sentido puramente físico, como tenían los hombres del siglo XIX. Dependiendo de la preferencia de cada uno, se podría decir: "¡Gracias al cielo que la gente de la época griega no poseía órganos del pensar tan perfectos como los de la gente del siglo XIX!" Si, por el contrario, uno es un pedante como los del siglo XIX, que desea aferrarse a esta pedantería, entonces puede decir: "Bueno, los griegos eran sólo niños, no tenían los órganos perfectos del pensar que tenemos nosotros; en consecuencia, debemos mirar con ojo indulgente lo que encontramos en las obras de Platón y Aristóteles". Los maestros de escuela suelen hablar en este sentido, pues en sus críticas se sienten muy superiores a Platón y Aristóteles. Sin embargo, sólo se entenderá plenamente lo que acabo de indicar si se conoce a personas -¡y las hay! - que tienen una especie de visión que se puede llamar, en el mejor sentido de la palabra, una conciencia clarividente.
En tales personas, la presencia de la conciencia clarividente -si hay alguien en la audiencia que posea una proporción de ella, me perdonará por decir lo que es la pura verdad- se debe al desarrollo inadecuado de los órganos del intelecto. Es bastante común en nuestros días conocer a personas que tienen un cierto grado de conciencia clarividente y poseen extraordinariamente poco de lo que hoy se llama intelecto científico. Si bien esto es cierto, también lo es que lo que estas personas clarividentes son capaces de decir o escribir a través de su propia facultad de percepción, puede contener pensamientos mucho más inteligentes que los pensamientos de las personas que no muestran ningún signo de clarividencia, pero que funcionan con los mejores órganos del intelecto. Puede ocurrir fácilmente que personas clarividentes que, desde el punto de vista de la ciencia actual, son bastante estúpidas -perdónenme la expresión- produzcan pensamientos más inteligentes que los de los científicos reconocidos, sin ser ellos mismos más inteligentes por producirlos. Esto ocurre realmente. ¿Y a qué se debe? Se debe a que tales clarividentes no necesitan ejercitar ningún órgano del pensar para llegar a los pensamientos inteligentes. Crean las imágenes correspondientes a partir del mundo espiritual, y las imágenes ya tienen en su interior los pensamientos. Están ahí, ya hechos, mientras que otras personas que no son clarividentes y sólo pueden pensar tienen que desarrollar primero sus órganos del pensar antes de poder desarrollar cualquier pensamiento. Si tuviéramos que dibujar esto, sería así. Supongamos que una persona clarividente saca algo del mundo espiritual en toda clase de imágenes (véase el dibujo, en rojo). Pero en él están contenidos pensamientos, una red de pensamientos. La persona en cuestión no lo piensa, sino que lo ve, trayéndolo desde el mundo espiritual. No tiene ocasión de ejercitar ningún órgano del pensar.
Consideremos otra persona que no está dotada de clarividencia, pero que puede pensar. De todo lo que se ha dibujado en rojo abajo, no hay nada en absoluto presente en él. No trae nada de eso del mundo espiritual. Tampoco trae este esqueleto de pensamiento fuera del mundo espiritual (véase el dibujo de la izquierda). Él ejerce sus órganos del pensar y a través de ellos produce este esqueleto de pensamiento (ver dibujo).
Al observar a los seres humanos de hoy, se pueden encontrar en todas partes ejemplos de todos los estadios entre estos dos extremos. Para quien no ha entrenado su facultad de observación, es sin embargo muy difícil distinguir si una persona es realmente inteligente, en el sentido de que piensa por medio de sus órganos de la razón, o si no piensa con ellos en absoluto, sino que por algún medio trae algo a su conciencia, de modo que sólo el elemento pictórico, imaginativo, se desarrolla en él, pero tan débilmente que él mismo no es consciente de ello. Por ello, hoy en día hay un gran número de personas que producen pensamientos muy inteligentes sin tener que serlo, mientras que otras tienen pensamientos muy inteligentes pero no tienen ninguna conexión especial con ningún mundo espiritual. Aprender a comprender esta distinción es una de las tareas psicológicas importantes de nuestra época, y proporciona la base para una importante comprensión de los seres humanos en la actualidad. Con esta explicación ya no les resultará difícil comprender que la observación empírica suprasensible muestra que la mayoría de la humanidad poseía los órganos del pensamiento más perfectamente desarrollados a mediados del siglo XIX. En ninguna otra época se pensaba tanto con tan poca inteligencia como a mediados del siglo XIX.
Retrocedan hasta los años veinte del siglo XIX -sólo que la gente no lo hace hoy- o incluso un poco antes, y lean los textos científicos producidos entonces. Descubrirán que tienen un tono totalmente diferente; no contienen todavía el pensamiento completamente abstracto de épocas posteriores que depende de los órganos físicos del pensar del hombre. Ni siquiera es necesario mencionar lo que salió de la pluma de personas como Herder, Goethe o Schiller; en ellos aún habitaban las grandes concepciones. No importa que la gente no crea esto hoy y que se escriban comentarios como si no fuera así. Porque los que escriben estos comentarios y creen que entienden a Goethe, Schiller y Herder simplemente no los entienden; no ven lo más importante de estos hombres.
Es un hecho de gran importancia que hacia la mitad del siglo XIX el organismo humano alcanzó una culminación con respecto a su forma física y que desde entonces ha estado retrocediendo; de hecho, con respecto a la comprensión racional del mundo está retrocediendo rápidamente en cierto sentido.
Este hecho está estrechamente relacionado con el desarrollo del materialismo a mediados del siglo XIX. Porque, ¿Qué es el organismo humano? El organismo humano es una copia fiel de la naturaleza anímico-espiritual del hombre. No es de extrañar que personas incapaces de comprender el alma y el espíritu del hombre vean en la estructura del organismo humano una explicación de todo el ser humano. Este es el caso, en particular, cuando se tiene en cuenta especialmente la organización de la cabeza, y en la cabeza, a su vez, la organización de los nervios.
En el curso de mis conferencias en Stuttgart, (GA324 sin traducir), mencioné una experiencia que es realmente adecuada para arrojar luz sobre este punto. Sucedió a principios del siglo XX en una reunión de la Sociedad Giordano Bruno de Berlín. En primer lugar, habló un hombre -yo lo llamaría un defensor incondicional del materialismo- que era un materialista muy entendido. Conocía la estructura del cerebro tan bien como puede conocerla hoy cualquiera que la haya estudiado concienzudamente. Era uno de los que ven en el análisis de la estructura del cerebro ya todo el alcance de la psicología -los que dicen que basta con saber cómo funciona el cerebro para tener una idea del alma y poder describirla. Fue interesante; en la pizarra, el hombre dibujó las distintas secciones del cerebro, los hilos de conexión, etc., y presentó así el maravilloso cuadro que se obtiene cuando se traza la estructura del cerebro humano. Y este orador creía firmemente que al haber dado esta descripción del cerebro había descrito la psicología. Cuando terminó de hablar, un filósofo acérrimo, discípulo de Herbart, se levantó y dijo: "El punto de vista propuesto por este caballero, de que se puede obtener el conocimiento del alma simplemente explicando la estructura del cerebro, es algo a lo que naturalmente debo oponerme rotundamente. Pero no tengo motivos para objetar el dibujo que ha hecho el orador. Se ajusta bastante bien a mi punto de vista herbartiano, a saber, que las ideas forman asociaciones entre sí, y que los hilos de conexión de carácter psíquico van de una idea a otra". Añadió que, como herbartiano, podía hacer perfectamente el mismo dibujo, sólo que los distintos círculos y demás no indicarían para él secciones del cerebro, sino complejos de ideas. Pero el dibujo en sí seguiría siendo exactamente el mismo.
Una situación muy interesante. Cuando se trata de llegar a la realidad de un tema, estos dos oradores tienen puntos de vista diametralmente opuestos, pero cuando hacen dibujos de la misma cosa, se ven obligados a llegar a dibujos idénticos, aunque uno sea un filósofo herbartiano de corazón y el otro un fisiólogo materialista acérrimo.
¿Cuál es la causa de esto? De hecho, es la siguiente: Tenemos el ser anímico-espiritual del hombre; lo llevamos en nosotros. Este ser anímico-espiritual es el creador de toda la forma del organismo del hombre. Por lo tanto, no es de extrañar que aquí, en la parte más completa y perfecta del organismo, es decir, el sistema nervioso del cerebro, la réplica creada por el ser anímico-espiritual se asemeje a éste en todo. Es cierto que en el lugar donde el hombre es más hombre, por así decirlo, es decir en la estructura de sus nervios, es una réplica fiel del elemento anímico-espiritual. Así, una persona que, en primer lugar, debe tener siempre algo que los sentidos puedan percibir y se contenta con la réplica, percibe realmente en la copia lo mismo que se ve en el original anímico-espiritual. Al desechar lo anímico-espiritual y concentrarse, por así decirlo, en la réplica, se detiene en la estructura del cerebro. Dado que esta estructura del cerebro se presentaba con una perfección tan notable al observador de mediados del siglo XIX, y teniendo en cuenta la predisposición de la humanidad en aquella época, era extraordinariamente fácil desarrollar el materialismo teórico.
¿Qué ocurre realmente en el ser humano? Si se considera al ser humano como tal -dibujaré aquí un esquema de él- y se pasa a la estructura de su cerebro, se encuentra que, en primer lugar, el hombre es, como sabemos, un ser triple: el ser de las extremidades, el hombre rítmico y el ser de los nervios y los sentidos. Cuando miramos ahora a este último, tenemos ante nosotros la parte más perfecta del ser humano, en cierto sentido, la parte más humana. En ella, el mundo exterior se refleja (véase el dibujo, en rojo). Indicaré este proceso de reflexión con el ejemplo de la percepción a través de los ojos. Podría igualmente esbozar las percepciones que llegan a través del oído, y así sucesivamente. El mundo exterior, por tanto, se refleja en el ser humano de tal manera que tenemos aquí la estructura del hombre y en él el reflejo del mundo exterior.
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