GA204 -Dornach 2 de abril de 1921 En el siglo XIX el materialismo estaba justificado; aferrarse a él genera catástrofes.

     volver al índice


RUDOLF STEINER

PERSPECTIVA DE DESARROLLO DE LA HUMANIDAD

EL MATERIALISMO Y LA TAREA DE LA ANTROPOSOFÍA


Dornach 2 de abril de 1921

En el siglo XIX el materialismo estaba justificado; aferrarse a él genera catástrofes. El conocimiento del mundo material permanece, el materialismo teórico debe cesar. Esto último es un reflejo de la evolución en el siglo XIX, cuando el cuerpo físico, en particular el cerebro y el sistema nervioso, habían evolucionado hasta convertirse en réplicas perfectas del alma y el espíritu, mientras que la fuerza etérica, productora de sueños, en el hombre había disminuido. Moritz Benedikt y el pensamiento que está completamente inmerso en lo físico. Abreviadamente. Hoy en día, la perfección física, estructural, ha pasado su cenit.

Fue durante la segunda mitad del siglo XIX cuando el materialismo tuvo su periodo de mayor desarrollo. En la conferencia de hoy centraremos nuestro interés más en el aspecto teórico de esta evolución materialista. Gran parte de lo que tendré que decir sobre el aspecto teórico puede decirse también casi con las mismas palabras del aspecto más práctico del materialismo. Por el momento, sin embargo, dejaremos esto de lado y centraremos nuestra atención más bien en la concepción materialista del mundo que predominaba en el mundo civilizado a mediados y en la segunda mitad del siglo XIX.

Aquí nos encontraremos con una doble tarea. En primer lugar, tenemos que adquirir una clara percepción de hasta qué punto hay que oponerse a esta concepción materialista del mundo, de cómo debemos armarnos con todos los conceptos e ideas que nos permitan refutar la concepción materialista del mundo como tal. Pero además de estar armados con los conceptos necesarios, nos encontramos con que, desde el punto de vista de la ciencia espiritual, se nos exige al mismo tiempo algo más, a saber, comprender esta cosmovisión materialista. En primer lugar, debemos comprenderla en su contenido; en segundo lugar, debemos comprender también cómo se pudo llegar a una cosmovisión materialista tan extrema para entrar en la evolución humana.

Puede sonar contradictorio decir que al hombre se le exige, por un lado, ser capaz de combatir la visión materialista del mundo y, por otro, ser capaz de comprenderla. Pero quienes se basan en la ciencia espiritual no encontrarán aquí ninguna contradicción; es sólo aparente. Porque el caso es más bien así. En el curso de la evolución de la humanidad deben llegar momentos en los que los seres humanos son en cierto modo arrastrados hacia abajo, llevados por debajo de un cierto nivel, para que más tarde, por sus propios esfuerzos, puedan levantarse de nuevo. Y realmente no sería de ninguna ayuda para la humanidad si por algún decreto divino o similar pudiera ser protegida de tener que pasar por estos niveles bajos de existencia. Para que el ser humano alcance el pleno uso de sus facultades de libertad, es absolutamente necesario que descienda a los niveles bajos tanto en su concepción del mundo como en su vida. El peligro no radica en que algo así aparezca en el momento oportuno, y para el materialismo teórico esto fue a mediados del siglo XIX. El peligro consiste en el hecho de que si algo así ha ocurrido en el curso de la evolución normal, la gente siga adhiriéndose a ello, de modo que una experiencia que era necesaria para un momento determinado se traslade a épocas posteriores. Si es correcto decir que a mediados del siglo XIX el materialismo fue, en cierto sentido, una prueba que la humanidad tuvo que pasar, es igualmente correcto decir que la persistente adhesión al materialismo está destinada a causar un daño terrible ahora, y que todas las catástrofes que le ocurren al mundo y a la humanidad que tenemos que experimentar se deben al hecho de que una gran mayoría de la gente sigue tratando de aferrarse al materialismo.

¿Qué significa realmente el materialismo teórico? Es un punto de vista que considera al ser humano principalmente como la suma de los procesos materiales de su cuerpo físico. El materialismo teórico ha estudiado todos los procesos del cuerpo físico, sensorial, y aunque lo que se ha logrado en este estudio está todavía más o menos en sus primeros comienzos, ya se han extraído de él conclusiones definitivas con respecto a una visión del mundo. El hombre ha sido explicado como resultado de la confluencia de estas fuerzas físicas; su naturaleza anímica ha sido declarada como algo que se debe al funcionamiento de estas fuerzas físicas. Sin embargo, es el materialismo teórico el que inició la investigación de la naturaleza física del ser humano, y esto es lo que debe mantenerse, es decir, el exhaustivo examen de la naturaleza física del hombre. Por otra parte, lo que el siglo XIX sacó como conclusión de esta investigación física es algo que no debe figurar más que como un fenómeno pasajero en la evolución humana. Y como tal fenómeno pasajero, procedamos ahora a comprenderlo.

¿De qué se trata realmente? Cuando miramos hacia atrás en la evolución de la humanidad -y con la ayuda del contenido de la Ciencia Oculta podemos mirar bastante hacia atrás-, podemos ver que el ser humano ha pasado por la mayor variedad de etapas diferentes. Incluso si limitamos nuestra observación a lo que ha tenido lugar en el curso de la evolución terrestre, estamos obligados a concluir que este ser humano comenzó con una forma que era bastante primitiva en comparación con su forma actual, y que esta forma luego sufrió un cambio gradual, acercándose cada vez más a la forma que el ser humano posee hoy. Mientras nos centremos en el esquema de la forma humana, las diferencias no parecerán tan grandes en el curso de la historia humana. Si comparamos con los medios de que dispone la historia externa, la forma de un antiguo egipcio o incluso de un antiguo indio con la forma de un hombre de la civilización europea actual, descubriremos sólo diferencias relativamente pequeñas, siempre que nos quedemos con los contornos aproximados o los aspectos superficiales de la observación. Para un punto de vista tan aproximado, las grandes diferencias con respecto a las formas primitivas de desarrollo surgen sólo en el hombre primitivo de las épocas prehistóricas.

Sin embargo, cuando refinamos nuestra observación, cuando empezamos a estudiar lo que está oculto a la mirada externa, entonces lo que he dicho ya no es válido. Porque entonces nos vemos obligados a admitir que existe una gran y significativa diferencia entre el organismo de un hombre civilizado del presente y el organismo de un antiguo egipcio, o incluso de un antiguo griego o romano. Y aunque el cambio se ha producido de una manera mucho más sutil y delicada en los tiempos históricos, es seguro que ha habido tal cambio en lo que respecta a toda la formación y conformación más sutil del organismo humano. Este cambio sutil alcanzó una cierta culminación a mediados del siglo XIX. Aunque suene paradójico, es un hecho que en cuanto a su estructura interna, en cuanto a lo que el organismo humano puede alcanzar, el hombre había alcanzado la perfección a mediados del siglo XIX. Desde entonces, se ha producido una especie de decadencia. Desde entonces, el organismo humano ha entrado en retroceso. Por lo tanto, también a mediados del siglo XIX, los órganos que sirven de órganos físicos de la actividad intelectual humana habían alcanzado la perfección en su desarrollo.

Lo que llamamos el intelecto del hombre requiere, por supuesto, órganos físicos. En épocas anteriores, estos órganos físicos estaban mucho menos desarrollados que a mediados del siglo XIX. Es cierto que lo que despierta nuestra admiración cuando contemplamos el espíritu griego, particularmente en griegos tan avanzados como Platón y Aristóteles, depende del hecho de que los griegos no tenían órganos del pensar tan perfectos, en el sentido puramente físico, como tenían los hombres del siglo XIX. Dependiendo de la preferencia de cada uno, se podría decir: "¡Gracias al cielo que la gente de la época griega no poseía órganos del pensar tan perfectos como los de la gente del siglo XIX!" Si, por el contrario, uno es un pedante como los del siglo XIX, que desea aferrarse a esta pedantería, entonces puede decir: "Bueno, los griegos eran sólo niños, no tenían los órganos perfectos del pensar que tenemos nosotros; en consecuencia, debemos mirar con ojo indulgente lo que encontramos en las obras de Platón y Aristóteles". Los maestros de escuela suelen hablar en este sentido, pues en sus críticas se sienten muy superiores a Platón y Aristóteles. Sin embargo, sólo se entenderá plenamente lo que acabo de indicar si se conoce a personas -¡y las hay! - que tienen una especie de visión que se puede llamar, en el mejor sentido de la palabra, una conciencia clarividente.

En tales personas, la presencia de la conciencia clarividente -si hay alguien en la audiencia que posea una proporción de ella, me perdonará por decir lo que es la pura verdad- se debe al desarrollo inadecuado de los órganos del intelecto. Es bastante común en nuestros días conocer a personas que tienen un cierto grado de conciencia clarividente y poseen extraordinariamente poco de lo que hoy se llama intelecto científico. Si bien esto es cierto, también lo es que lo que estas personas clarividentes son capaces de decir o escribir a través de su propia facultad de percepción, puede contener pensamientos mucho más inteligentes que los pensamientos de las personas que no muestran ningún signo de clarividencia, pero que funcionan con los mejores órganos del intelecto. Puede ocurrir fácilmente que personas clarividentes que, desde el punto de vista de la ciencia actual, son bastante estúpidas -perdónenme la expresión- produzcan pensamientos más inteligentes que los de los científicos reconocidos, sin ser ellos mismos más inteligentes por producirlos. Esto ocurre realmente. ¿Y a qué se debe? Se debe a que tales clarividentes no necesitan ejercitar ningún órgano del pensar para llegar a los pensamientos inteligentes. Crean las imágenes correspondientes a partir del mundo espiritual, y las imágenes ya tienen en su interior los pensamientos. Están ahí, ya hechos, mientras que otras personas que no son clarividentes y sólo pueden pensar tienen que desarrollar primero sus órganos del pensar antes de poder desarrollar cualquier pensamiento. Si tuviéramos que dibujar esto, sería así. Supongamos que una persona clarividente saca algo del mundo espiritual en toda clase de imágenes (véase el dibujo, en rojo). Pero en él están contenidos pensamientos, una red de pensamientos. La persona en cuestión no lo piensa, sino que lo ve, trayéndolo desde el mundo espiritual. No tiene ocasión de ejercitar ningún órgano del pensar.

Consideremos otra persona que no está dotada de clarividencia, pero que puede pensar. De todo lo que se ha dibujado en rojo abajo, no hay nada en absoluto presente en él. No trae nada de eso del mundo espiritual. Tampoco trae este esqueleto de pensamiento fuera del mundo espiritual (véase el dibujo de la izquierda). Él ejerce sus órganos del pensar y a través de ellos produce este esqueleto de pensamiento (ver dibujo).

Al observar a los seres humanos de hoy, se pueden encontrar en todas partes ejemplos de todos los estadios entre estos dos extremos. Para quien no ha entrenado su facultad de observación, es sin embargo muy difícil distinguir si una persona es realmente inteligente, en el sentido de que piensa por medio de sus órganos de la razón, o si no piensa con ellos en absoluto, sino que por algún medio trae algo a su conciencia, de modo que sólo el elemento pictórico, imaginativo, se desarrolla en él, pero tan débilmente que él mismo no es consciente de ello. Por ello, hoy en día hay un gran número de personas que producen pensamientos muy inteligentes sin tener que serlo, mientras que otras tienen pensamientos muy inteligentes pero no tienen ninguna conexión especial con ningún mundo espiritual. Aprender a comprender esta distinción es una de las tareas psicológicas importantes de nuestra época, y proporciona la base para una importante comprensión de los seres humanos en la actualidad. Con esta explicación ya no les resultará difícil comprender que la observación empírica suprasensible muestra que la mayoría de la humanidad poseía los órganos del pensamiento más perfectamente desarrollados a mediados del siglo XIX. En ninguna otra época se pensaba tanto con tan poca inteligencia como a mediados del siglo XIX.

Retrocedan hasta los años veinte del siglo XIX -sólo que la gente no lo hace hoy- o incluso un poco antes, y lean los textos científicos producidos entonces. Descubrirán que tienen un tono totalmente diferente; no contienen todavía el pensamiento completamente abstracto de épocas posteriores que depende de los órganos físicos del pensar del hombre. Ni siquiera es necesario mencionar lo que salió de la pluma de personas como Herder, Goethe o Schiller; en ellos aún habitaban las grandes concepciones. No importa que la gente no crea esto hoy y que se escriban comentarios como si no fuera así. Porque los que escriben estos comentarios y creen que entienden a Goethe, Schiller y Herder simplemente no los entienden; no ven lo más importante de estos hombres.

Es un hecho de gran importancia que hacia la mitad del siglo XIX el organismo humano alcanzó una culminación con respecto a su forma física y que desde entonces ha estado retrocediendo; de hecho, con respecto a la comprensión racional del mundo está retrocediendo rápidamente en cierto sentido.

Este hecho está estrechamente relacionado con el desarrollo del materialismo a mediados del siglo XIX. Porque, ¿Qué es el organismo humano? El organismo humano es una copia fiel de la naturaleza anímico-espiritual del hombre. No es de extrañar que personas incapaces de comprender el alma y el espíritu del hombre vean en la estructura del organismo humano una explicación de todo el ser humano. Este es el caso, en particular, cuando se tiene en cuenta especialmente la organización de la cabeza, y en la cabeza, a su vez, la organización de los nervios.

En el curso de mis conferencias en Stuttgart, (GA324 sin traducir), mencioné una experiencia que es realmente adecuada para arrojar luz sobre este punto. Sucedió a principios del siglo XX en una reunión de la Sociedad Giordano Bruno de Berlín. En primer lugar, habló un hombre -yo lo llamaría un defensor incondicional del materialismo- que era un materialista muy entendido. Conocía la estructura del cerebro tan bien como puede conocerla hoy cualquiera que la haya estudiado concienzudamente. Era uno de los que ven en el análisis de la estructura del cerebro ya todo el alcance de la psicología -los que dicen que basta con saber cómo funciona el cerebro para tener una idea del alma y poder describirla. Fue interesante; en la pizarra, el hombre dibujó las distintas secciones del cerebro, los hilos de conexión, etc., y presentó así el maravilloso cuadro que se obtiene cuando se traza la estructura del cerebro humano. Y este orador creía firmemente que al haber dado esta descripción del cerebro había descrito la psicología. Cuando terminó de hablar, un filósofo acérrimo, discípulo de Herbart, se levantó y dijo: "El punto de vista propuesto por este caballero, de que se puede obtener el conocimiento del alma simplemente explicando la estructura del cerebro, es algo a lo que naturalmente debo oponerme rotundamente. Pero no tengo motivos para objetar el dibujo que ha hecho el orador. Se ajusta bastante bien a mi punto de vista herbartiano, a saber, que las ideas forman asociaciones entre sí, y que los hilos de conexión de carácter psíquico van de una idea a otra". Añadió que, como herbartiano, podía hacer perfectamente el mismo dibujo, sólo que los distintos círculos y demás no indicarían para él secciones del cerebro, sino complejos de ideas. Pero el dibujo en sí seguiría siendo exactamente el mismo.

Una situación muy interesante. Cuando se trata de llegar a la realidad de un tema, estos dos oradores tienen puntos de vista diametralmente opuestos, pero cuando hacen dibujos de la misma cosa, se ven obligados a llegar a dibujos idénticos, aunque uno sea un filósofo herbartiano de corazón y el otro un fisiólogo materialista acérrimo.

¿Cuál es la causa de esto? De hecho, es la siguiente: Tenemos el ser anímico-espiritual del hombre; lo llevamos en nosotros. Este ser anímico-espiritual es el creador de toda la forma del organismo del hombre. Por lo tanto, no es de extrañar que aquí, en la parte más completa y perfecta del organismo, es decir, el sistema nervioso del cerebro, la réplica creada por el ser anímico-espiritual se asemeje a éste en todo. Es cierto que en el lugar donde el hombre es más hombre, por así decirlo, es decir en la estructura de sus nervios, es una réplica fiel del elemento anímico-espiritual. Así, una persona que, en primer lugar, debe tener siempre algo que los sentidos puedan percibir y se contenta con la réplica, percibe realmente en la copia lo mismo que se ve en el original anímico-espiritual. Al desechar lo anímico-espiritual y concentrarse, por así decirlo, en la réplica, se detiene en la estructura del cerebro. Dado que esta estructura del cerebro se presentaba con una perfección tan notable al observador de mediados del siglo XIX, y teniendo en cuenta la predisposición de la humanidad en aquella época, era extraordinariamente fácil desarrollar el materialismo teórico.

¿Qué ocurre realmente en el ser humano? Si se considera al ser humano como tal -dibujaré aquí un esquema de él- y se pasa a la estructura de su cerebro, se encuentra que, en primer lugar, el hombre es, como sabemos, un ser triple: el ser de las extremidades, el hombre rítmico y el ser de los nervios y los sentidos. Cuando miramos ahora a este último, tenemos ante nosotros la parte más perfecta del ser humano, en cierto sentido, la parte más humana. En ella, el mundo exterior se refleja (véase el dibujo, en rojo). Indicaré este proceso de reflexión con el ejemplo de la percepción a través de los ojos. Podría igualmente esbozar las percepciones que llegan a través del oído, y así sucesivamente. El mundo exterior, por tanto, se refleja en el ser humano de tal manera que tenemos aquí la estructura del hombre y en él el reflejo del mundo exterior.

Mientras consideremos al ser humano de esta manera, no podremos evitar interpretarlo de forma materialista, aunque vayamos más allá de las concepciones, a menudo bastante burdas, del materialismo. Pues, por una parte, tenemos la estructura del ser humano; podemos trazarla en todas sus estructuras tisulares más delicadas. Cuanto más nos acercamos a la organización de la cabeza, más descubrimos una réplica fiel del elemento anímico-espiritual. Entonces podemos seguir el reflejo del mundo exterior en el ser humano. Eso, sin embargo, es una mera imagen. Tenemos, pues, la realidad del hombre, por un lado, rastreable en todos sus detalles estructurales más finos, y por otro lado tenemos la imagen del mundo.

Tengamos esto bien presente. Tenemos la realidad del hombre en la estructura de sus órganos, y tenemos lo que se refleja en él. Esto es realmente todo lo que se ofrece inicialmente a la observación sensorial externa. Así, para la observación sensorial, se presenta la siguiente conclusión. Cuando el ser humano muere, toda esta estructura humana se desintegra en el cadáver. Además, tenemos las imágenes del mundo exterior. Si se rompe el espejo, ya nada puede reflejarse; por lo tanto, las imágenes también desaparecen cuando el ser humano ha pasado por la muerte. Dado que la observación de los sentidos externos no puede determinar más que lo que acabo de mencionar, ¿no es natural tener que decir que con la muerte la estructura física del ser humano se desintegra? Antes reflejaba el mundo exterior. El ser humano no lleva más que una imagen de espejo en su alma y ésta desaparece. El materialismo del siglo XIX simplemente presentaba esto como un hecho. No podía hacer otra cosa, porque realmente no tenía conocimiento de nada más.

Ahora bien, todo el asunto cambia cuando empezamos a dirigir nuestra atención a la vida anímico-espiritual del hombre. Allí entramos en una región que es inaccesible a la observación sensorial física. Tomemos un hecho perteneciente al alma que está cerca, el simple hecho de que nos enfrentamos al mundo exterior observándolo. Observamos y percibimos los objetos; entonces los tenemos dentro de nosotros en forma de percepciones. También tenemos la memoria, la facultad del recuerdo. Podemos traer en imágenes desde lo más profundo de nuestro ser lo que experimentamos en el mundo exterior. Sabemos lo importante que es la memoria para el ser humano.

Consideremos un poco más este conjunto de hechos. Tomemos estas dos experiencias interiores: Ustedes miran a través de sus ojos el mundo exterior, lo escuchan con sus oídos, o de alguna otra manera lo perciben con sus sentidos. En ese momento, están inmersos en una actividad del alma inmediatamente presente. Esta actividad se traslada a la vida conceptual. Lo que han experimentado hoy, pueden volver a sacarlo unos días más tarde de las profundidades de su alma en forma de imágenes. Algo entra en ustedes de alguna manera y lo sacan de nuevo de su propio ser. No es difícil reconocer que lo que entra en el alma debe originarse en el mundo exterior. No quiero considerar nada más por el momento, excepto el hecho que es claramente obvio, a saber, que lo que recordamos así tiene que venir del mundo exterior. Porque si has visto algún objeto rojo, recuerdas después el objeto rojo, y lo que ha tenido lugar en ti es simplemente la imagen del objeto rojo que, a su vez, surge de nuevo en ti. Por lo tanto, es algo que el mundo exterior ha impreso en ti más profundamente que si sólo te ocupas de las percepciones inmediatas en el mundo exterior.
Ahora imaginen lo que sucede: Ustedes se acercan a algún objeto, lo observan, es decir, realizan una actividad anímica inmediata y presente con respecto al objeto observado. Luego se alejan de él. Unos días más tarde, tienen motivos para volver a evocar, desde lo más profundo de su ser, las imágenes del objeto observado. Vuelven a estar presentes, más pálidas, sin duda, pero todavía presentes en ustedes. ¿Qué ha sucedido en el intervalo?

Permítanme pedirles que tengan bien presente lo que acabo de decir y que comparen este singular juego de pensamientos perceptivos inmediatos e imágenes de la memoria con algo que les resulta bastante familiar, las imágenes que aparecen en los sueños. Podrán notar fácilmente cómo el sueño está conectado con la facultad de la memoria. Siempre que las imágenes del sueño no sean demasiado confusas, podrán ustedes ver fácilmente cómo se relacionan con las imágenes de la memoria, y por lo tanto, cómo existe una relación entre los sueños y lo que pasa de las percepciones vivas a la memoria.

Ahora consideren ustedes algo más. El ser humano tiene que estar orgánicamente sano para poder tolerar bien el sueño, por así decirlo. Soñar requiere que una persona se tenga a sí misma completamente bajo control y que en cualquier momento pueda ocurrir que esté segura de que ha estado soñando. Algo está fuera de lugar cuando una persona no puede llegar al punto de percibir con toda claridad: ¡Esto ha sido un sueño! Habéis conocido a personas que han soñado que eran decapitadas. Supongamos que después no pudieran distinguir entre ese sueño y la decapitación real; supongamos que pensaran que realmente han sido decapitados y, sin embargo, tuvieran que seguir viviendo. Imagínense lo imposible que sería para esas personas ordenar los hechos sin confundirse totalmente. Sentirían constantemente que acaban de ser decapitados, y si presumieran que tienen que creerlo, ¡ya pueden imaginarse qué tipo de palabras saldrían de sus labios!

Se puede ver, por tanto, que los seres humanos deberían ser capaces en todo momento de tenerse a sí mismos tan bien controlados que puedan distinguir los sueños de la vida de los pensamientos dentro de la realidad. Hay personas, sin embargo, que no pueden hacer esto. Experimentan todo tipo de alucinaciones y visiones y las consideran realidades. No pueden distinguir; no se tienen a sí mismos lo suficientemente bien controlados. ¿Qué significa esto? Significa que lo que habita en el sueño tiene una influencia en su organización, y que la organización se adapta a la imagen del sueño. Hay algo en su sistema nervioso que no está completamente desarrollado y que debería estarlo; por lo tanto, el sueño está activo en ellos y hace sentir su influencia.

Por tanto, si alguien no es capaz de distinguir entre sus sueños y las realidades vividas, significa que el poder del sueño tiene un efecto organizador sobre él. Si un sueño se apoderara de todo nuestro cerebro, ¡veríamos el mundo entero como un sueño! Si pueden ustedes contemplar tal hecho y apreciar todo su valor, aprenderán gradualmente a aprehender los hechos a los que la ciencia ordinaria de hoy no quiere aspirar porque carece de valor para hacerlo. Aprenderán a percibir que el mismo poder que dinamiza la vida onírica está presente en nosotros como poder organizador y acelerador, como poder de crecimiento. La única razón por la que el sueño no tiene el poder de desgarrar la estructura de nuestro organismo es que éste está demasiado consolidado, que tiene una estructura tan firme como para poder resistir los efectos del sueño ordinario. De este modo, el ser humano puede distinguir entre la experiencia del sueño y la de la realidad.
Cuando el niño pequeño crece, haciéndose cada vez más alto, hay una fuerza que actúa en él. Esta es la misma fuerza que está contenida en el sueño; sólo que en el caso del sueño la contemplamos. Cuando no la contemplamos, cuando en cambio está activa dentro del cuerpo, entonces ella, la misma fuerza que está en el sueño, nos hace crecer. No hace falta ni siquiera pensar en el crecimiento. Cada día, por ejemplo, cuando se come y se digiere y los efectos de la digestión se extienden por todo el organismo, esto sucede por medio de la fuerza que habita en los sueños. Por lo tanto, cuando algo está fuera de orden en el organismo, está conectado con el sueño que no es como debería ser. La fuerza que podemos observar, desde el exterior, actuando en la vida onírica es la misma que luego actúa interiormente en el ser humano, incluso en las fuerzas de la digestión.

Así, podemos decir que si sólo consideramos la vida del hombre de la manera correcta, nos damos cuenta del funcionamiento de la fuerza del sueño en su organismo. Cuando describo esta fuerza onírica que trabaja activamente, en realidad entro en los mismos caminos en esta descripción que debo recorrer cuando describo el cuerpo etérico humano.

Imaginen que alguien pudiera penetrar con su visión todo lo que hace crecer al ser humano desde la infancia, todo lo que provoca la digestión en el hombre, todo lo que sostiene todo su organismo en su estado de actividad. Imaginen que pudiera tomar todo este sistema de fuerzas, extrayéndolo del ser humano y poniéndolo delante suyo, entonces habría puesto el cuerpo etérico delante del ser humano. Este cuerpo etérico, es decir, el cuerpo que se revela sólo en irregularidades en un sueño, estaba mucho más desarrollado antes del período del siglo XIX al que me he referido. Poco a poco su estructura se ha ido debilitando. A su vez, la estructura del cuerpo físico se ha fortalecido de forma correspondiente. El cuerpo etérico puede concebir en imágenes, puede tener imaginaciones oníricas, pero no puede pensar. Tan pronto como este cuerpo etérico comienza a ser especialmente activo en una persona de nuestro tiempo, se vuelve un poco clarividente, pero entonces puede pensar menos, porque, para pensar, necesita particularmente el cuerpo físico.
Por lo tanto, no tiene que sorprendernos que cuando la gente del siglo XIX tenía la sensación de que podía pensar especialmente bien, en realidad se veía abocada al materialismo. Porque lo que más les ayudaba en este pensamiento era el cuerpo físico. Pero este pensamiento físico estaba relacionado con la forma especial de memoria que se desarrolló en el siglo XIX. Se trata de una memoria que carece del elemento pictórico y, siempre que es posible, se mueve en abstracciones.

Tal fenómeno es interesante. Me he referido con frecuencia al profesor de antropología criminal Moritz Benedikt. También hoy quiero mencionar una interesante experiencia que él mismo relata en sus memorias. Tenía que dirigirse a una reunión de científicos, y cuenta que se preparó para este discurso durante veintidós noches, sin haber dormido ni de día ni de noche. El último día antes de pronunciar el discurso, un periodista que debía publicarlo fue a verle. Benedikt se lo dictó. Dice que no había escrito el discurso, sino que lo había grabado en su memoria. Ahora se lo dictó al periodista en su habitación privada; al día siguiente pronunció este discurso en la reunión de científicos. El periodista imprimió lo que había tomado al dictado, y el discurso impreso coincidía palabra por palabra con el discurso que Benedikt pronunció en la reunión.

Debo confesar que algo así me llena de admiración, pues uno siempre admira lo que nunca podría realizar por sí mismo. Se trata, en efecto, de un fenómeno de lo más interesante. Durante veintidós días, el hombre trabajó para incorporar, palabra por palabra, lo que había preparado en su organización, de modo que al final no pudo haber pronunciado ni una sola frase fuera de la secuencia impresa en su sistema, ¡tan firmemente estaba imbricada!

Tal cosa es posible sólo cuando una persona es capaz de imprimir todo el discurso en su organismo físico puramente de la redacción que se desarrolla gradualmente. Es un hecho que lo que uno piensa de esta manera se estampa en su organización tan firmemente como la fuerza de la naturaleza construye firmemente el sistema óseo del hombre. Entonces, todo el discurso descansa como un esqueleto en el organismo físico. Por regla general, la memoria está ligada al cuerpo etérico, pero en este caso éste se ha incrustado completamente en el organismo físico. Todo el sistema físico contiene entonces algo de la forma en que contiene los huesos, algo que está ahí como el esqueleto del discurso. Entonces es posible hacer lo que hizo el profesor Benedikt. Pero esto sólo es posible cuando la estructura nerviosa del organismo físico está desarrollada de tal manera que recibe sin resistencia en su plasticidad lo que se introduce en ella; gradualmente, por supuesto, durante veintidós días, incluso noches, hubo que trabajar en ella.
No es sorprendente que alguien que depende tanto de su cuerpo adquiera la sensación de que este cuerpo físico es lo único que funciona en el ser humano. En efecto, la vida humana ha dado un giro tal que ha trabajado completamente en el cuerpo físico; por lo tanto, la gente llegó a la creencia de que el cuerpo físico lo es todo en la organización humana. No creo que ninguna otra época, salvo la nuestra, que ha concedido este alto valor al cuerpo físico, haya podido llegar a una invención tan grotesca -perdón por la expresión- como la taquigrafía. Evidentemente, cuando la gente no contaba todavía con la taquigrafía, no concedía un valor tan grande a la conservación y registro preciso de las palabras y de la secuencia de las mismas, como es el objetivo de la taquigrafía. Al fin y al cabo, sólo la huella en el cuerpo físico puede dejar un registro tan rápido y firme. Por lo tanto, es la predilección por imprimir algo en el cuerpo físico lo que ha provocado la otra preferencia por conservar esta palabra impresa, pero de ninguna manera por retener algo que se encuentra un nivel más alto. Pues la taquigrafía no podría desempeñar ningún papel si quisiéramos conservar las formas que se expresan en el cuerpo etérico. Hace falta la tendencia materialista para inventar algo tan grotesco como la taquigrafía.

Todo esto, por supuesto, se añade sólo a modo de explicación de lo que quiero aportar al problema de la comprensión de la aparición del materialismo en el siglo XIX. La humanidad había llegado a una determinada condición que tendía a arraigar lo anímico-espiritual en el organismo físico. Hay que tomar lo que he dicho como una interpretación, no como una crítica a la taquigrafía. No soy partidario de la abolición inmediata de la taquigrafía. Esta no es nunca la tendencia que subyace a tales caracterizaciones. Debemos entender claramente que el hecho de que uno entienda algo, no implica que desee abolirlo de inmediato. Hay muchas cosas en el mundo que son necesarias para la vida y que, sin embargo, no pueden servir para todos los propósitos -no quiero profundizar en este tema- y cuya necesidad aún debe ser comprendida. Pero vivimos en una época, y tengo que subrayarlo una y otra vez, en la que es absolutamente necesario penetrar más profundamente en el desarrollo de la naturaleza, así como en el de la cultura, para poder preguntarnos: ¿De dónde viene tal o cual fenómeno? Porque las meras caricias y críticas no consiguen nada. Tenemos que entender realmente todas las cosas que ocurren en el mundo.

Me gustaría resumir lo que he presentado hoy de la siguiente manera. La evolución de la humanidad muestra que a mediados del siglo XIX se alcanzó una cierta culminación en el proceso de terminación estructural del cuerpo físico. Ahora ya se ha producido una decadencia. Además, este perfeccionamiento del cuerpo físico está relacionado con el auge del materialismo teórico. En los próximos días, tendré que decir más sobre estas cuestiones desde uno u otro punto de vista. Hoy he querido exponer ante ustedes lo que acabo de resumir.
traducido por J.Luelmo jul.2022







No hay comentarios:

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919