GA204 Dornach 2 de junio de 1921 El pensamiento de Juan Escoto Erigena, expresión de una metamorfosis evolutiva entre el antiguo pensamiento visionario y el intelectual

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RUDOLF STEINER

PERSPECTIVA DE DESARROLLO DE LA HUMANIDAD

EL MATERIALISMO Y LA TAREA DE LA ANTROPOSOFÍA


Dornach 2 de junio de 1921

El pensamiento de Juan Escoto Erigena, expresión de una metamorfosis evolutiva entre el antiguo pensamiento visionario y el intelectual. Las secuelas de la "teología negativa" de Dionisio el Areopagita y Orígenes en la época de Escoto. Las cuatro partes del libro De divisione naturae: la doctrina de Dios, la doctrina de las jerarquías, la doctrina del espíritu de la naturaleza y del hombre, la escatología; todavía no se piensa en una doctrina social. Pensamiento de Erigena: realidad todavía espiritual, conceptos ya abstractos. Reflejo de los conocimientos de épocas culturales anteriores en las tres primeras partes del libro, pero no en secuencia cronológica; la cuarta parte: esfuerzo del intelecto de la época por comprender el cristianismo y el futuro de la humanidad. Desde el siglo XV esto desemboca en la base de la ciencia natural. La contradicción de nuestra época que en realidad habita en el espíritu refinado pero en cuanto a su contenido se ha vuelto cada vez más materialista.

En las últimas semanas, he hablado repetidamente del gran cambio que tuvo lugar durante el siglo IV d.C, en la civilización occidental. Cuando se habla de este asunto, se ve uno obligado a señalar una y otra vez una cosa, que ya ha sido objeto de discusión muchas veces aquí. Sin embargo, es necesario centrarse en ella una y otra vez. Me refiero a las metamorfosis del desarrollo humano en el plano anímico, marcadamente diferentes entre sí. Al hablar de un punto tan importante en la evolución humana como el del siglo IV, hay que prestar atención al hecho de que la vida anímica de la humanidad cambió en cierto modo con un gran salto.

Hoy en día este punto de vista no prevalece. La opinión que prevalece es que la raza humana ha pasado por una historia determinada. Esta historia se remonta a alrededor del tercer o cuarto milenio según los registros documentados más recientes. Luego, retrocediendo más, no hay nada durante mucho tiempo; finalmente, se llega a las condiciones animalistas-humanas. Pero en lo que respecta a la duración del desarrollo histórico, se supone que los seres humanos siempre han pensado y sentido, en general, como lo hacen hoy; a lo sumo, antes se atenían a una etapa algo más infantil de la búsqueda científica. Finalmente, sin embargo, los seres humanos se han esforzado por ascender hasta el nivel del que hoy decimos lo espléndido que es lo lejos que hemos llegado en la comprensión del mundo. Sin duda, una consideración razonablemente imparcial de la vida humana llega a la opinión contraria. He tenido que indicarles la presencia de una poderosa transición en el cuarto siglo cristiano; esbocé el otro cambio en toda la vida del alma humana a principios del siglo XV. Por último, describí cómo se produjo un cambio en la vida anímica humana también durante el siglo XIX.

Hoy vamos a considerar un detalle de todo este desarrollo. Me gustaría poner ante ustedes una personalidad que ilustra particularmente bien, que en el pasado relativamente reciente, los seres humanos pensaban de manera completamente diferente a como pensamos hoy. Esta personalidad, que también ha sido mencionada en conferencias anteriores, es Juan Escoto Erigena, que vivió en el siglo IX d.C. en la corte de Carlos el Calvo en Francia. Erigena, cuyo hogar estaba al otro lado del Canal de la Mancha, que nació aproximadamente en el año 815 y vivió hasta bien entrada la segunda mitad del siglo IX, es realmente un representante del modo de pensar cristiano más íntimo del siglo IX de nuestra era. Al parecer, Juan Escoto Erígena quiso sumergirse en la cultura erudita y teológica predominante en su época. En su época, el conocimiento erudito y el teológico eran una misma cosa. Y ese aprendizaje se adquiría con mayor facilidad al otro lado del Canal de la Mancha, en particular en las instituciones irlandesas, donde el cristianismo se cultivaba de una determinada manera esotérica. Los reyes francos tenían entonces formas de atraer a tales personalidades a sus cortes. El conocimiento cristiano que impregnaba el reino franco, e incluso se extendía desde allí hacia el este, hacia el oeste de Alemania, estaba influenciado principalmente por aquellos que habían sido atraídos desde el otro lado del Canal por estos reyes francos.

Juan Escoto Erigena también se sumergió en el contenido de los escritos de los Padres de la Iglesia griega, estudiando también los textos de cierta problemática dentro de la civilización occidental, a saber, los textos de Dionisio el Areopagita. Como ustedes saben, este último es considerado por algunos como un alumno directo de Pablo. Sin embargo, estos textos no aparecieron hasta el siglo VI, por lo que muchos estudiosos los califican de escritos pseudo-dionisíacos compuestos en el siglo VI por un desconocido, que luego fueron atribuidos al discípulo de Pablo.

Quienes dicen eso ignoran la forma en que se transmitía el conocimiento espiritual en aquellos primeros siglos. Una escuela como la que enseñaba el propio Pablo en Atenas poseía conocimientos que inicialmente sólo se enseñaban de forma oral. Transmitidas de generación en generación, finalmente pasaron a ser escritas mucho, mucho más tarde. Aquello que fue registrado en un momento posterior, no era necesariamente menos genuino por esa razón; podía preservar hasta cierto punto la identidad de algo que tenía siglos de antigüedad. Además, el gran valor que le damos hoy a la personalidad, en aquellas épocas no se le concedía. Tal vez podamos tocar en esta conferencia una circunstancia que debe ser discutida en relación con Erigena, a saber, por qué la gente no daba mucho valor a la personalidad en esa época.

No hay duda de una cosa: las enseñanzas registradas en el nombre de Dionisio el Areopagita fueron consideradas especialmente dignas de ser escritas en el siglo VI. Se consideraban la sustancia de lo que había quedado de los primeros tiempos del cristianismo, que ahora necesitaban especialmente ser registradas. Debemos considerar este hecho como significativo. En los tiempos anteriores al siglo IV, la gente simplemente tenía más confianza en que la memoria funcionaba de generación en generación que en períodos posteriores. En épocas anteriores, la gente no estaba tan dispuesta a escribirlo todo. Sin embargo, eran conscientes de que se acercaba el momento en que sería cada vez más necesario escribir aquello que antes se habían transmitido de boca en boca con gran facilidad; porque las cosas que se registraron entonces en los escritos de Dionisio eran de naturaleza sutil.

Ahora bien, lo que Juan Escoto Erígena pudo estudiar en estos escritos fue ciertamente apto para causarle una impresión extraordinariamente profunda. Pues el modo de pensar que se encontraba en este Dionisio era aproximadamente el siguiente. Con los conceptos que tenemos y las percepciones que adquirimos, los seres humanos podemos comprender el mundo físico sensorial. A partir de los hechos y los seres de este mundo sensorial podemos sacar nuestras conclusiones por medio del razonamiento. Así, vamos ascendiendo hasta llegar a un contenido racional que ya no es perceptible visualmente, sino que se experimenta en ideas y conceptos. Una vez que hemos desarrollado nuestros conceptos y pensamientos a partir de los hechos y seres sensoriales, tenemos el impulso de ascender con ellos a lo suprasensorial, a lo divino-espiritual.

Ahora bien, Dionisio no procede diciendo que aprendemos esto o aquello de las cosas sensoriales; no dice que nuestro intelecto adquiere sus conceptos y luego pasa a deducir una deidad, un mundo espiritual. No, dice Dionisio, para expresar la deidad los conceptos que adquirimos de las cosas de los sentidos son todos inadecuados. Por muy sutiles que sean los conceptos que nos formamos de las cosas sensoriales, simplemente no podemos expresar lo que constituye la divinidad con la ayuda de estos conceptos. Por lo tanto, debemos recurrir a los conceptos negativos en lugar de los positivos. Cuando nos encontramos con nuestros semejantes, por ejemplo, hablamos de personalidad. Según este punto de vista dionisíaco, cuando hablamos de Dios, no debemos hablar de personalidad, pues el concepto de personalidad es demasiado pequeño y demasiado bajo para designar a la deidad. Más bien debemos hablar de supra-personalidad. Al referirnos a Dios, ni siquiera debemos hablar de ser, de existencia. Decimos, un hombre es, un animal, una planta es. No debemos atribuir la existencia a Dios en el mismo sentido en que nos atribuimos la existencia a nosotros mismos, a los animales y a las plantas; a Él debemos atribuirle una supra-existencia. Así, según Dionisio, debemos tratar de elevarnos desde el mundo sensorial a ciertos conceptos, pero luego debemos darles la vuelta, por así decirlo, dejándolos pasar a lo negativo. Deberíamos elevarnos desde el mundo sensorial hasta la teología positiva, pero luego darles la vuelta y establecer una teología negativa. Esta teología negativa sería en realidad tan sublime, tan impregnada de Dios y del pensamiento divino, que sólo podría expresarse en predicados negativos, en negaciones de lo que los seres humanos pueden imaginar del mundo sensorial.

Dionisio el Areopagita creía que podía penetrar en el mundo espiritual divino dejando atrás, por así decirlo, todo lo que puede abarcar el intelecto y encontrando así el camino hacia un mundo que trasciende la razón.

Si consideramos a Dionisio como discípulo de Pablo, entonces él vivió desde finales del primer siglo cristiano hasta el segundo. Esto significa que vivió unos siglos antes del decisivo siglo IV d.C. Intuyó lo que se acercaba: el punto culminante del desarrollo de la razón humana. Con una parte de su ser, Dionisio miraba hacia atrás en los días de la antigüedad. Como ustedes saben, antes del siglo VIII a.C., los seres humanos no hablaban del intelecto de la manera en que lo hicieron después del siglo VIII. La razón, o el alma racional, no nació hasta el siglo VIII a.C., y a partir del nacimiento del alma racional se originaron las culturas griega y romana. Éstas alcanzaron su punto más alto de desarrollo en el siglo IV d.C. Antes de este siglo VIII a.C. la gente no percibía el mundo a través del intelecto en absoluto; lo percibían directamente, a través de la contemplación. Las primeras percepciones egipcias y caldeas se obtenían a través de la contemplación; se obtenían de la misma manera en que nosotros adquirimos nuestras percepciones sensoriales externas, a pesar de que estas percepciones precristianas eran percepciones espirituales. El espíritu se percibía tal y como hoy percibimos el mundo sensorial y como los griegos ya percibían el mundo sensorial. Por lo tanto, en Dionisio el Areopagita, se mantuvo algo así como un anhelo por un tipo de percepción que estaba más allá de la razón humana.

Ahora, en su mente, Dionisio se enfrentó al poderoso Misterio del Gólgota. Vivía en la cultura intelectual de su tiempo. Cualquiera que estudie los escritos de Dionisio ve -independientemente de quién fuera Dionisio- lo inmerso que estaba este hombre en todo lo que la cultura intelectual de su tiempo había producido. Era un griego bien educado, pero al mismo tiempo un hombre cuya personalidad entera estaba impregnada de la magnitud del Misterio del Gólgota. Era un hombre que se dio cuenta de que, por mucho que esforcemos nuestro intelecto, no podemos comprender el Misterio del Gólgota ni lo que hay detrás de él. Debemos trascender el intelecto. Tenemos que evolucionar de la teología positiva a la teología negativa.

Cuando Juan Escoto Erigena leyó los escritos de este Dionisio Areopagita, le causaron una profunda impresión ya en el siglo IX. Porque lo que siguió al cuarto siglo cristiano tuvo más bien un carácter agustiniano y se desarrolló sólo lentamente en la forma que describí en las conferencias anteriores. La mente de una persona así, especialmente de una de las que se había formado en las escuelas de sabiduría de Irlanda, seguía habitando en los primeros siglos cristianos; se aferraba con todas las fibras de su alma a lo que está escrito en los textos de Dionisio el Areopagita. Pero, al mismo tiempo, Juan Escoto Erígena también tenía el poderoso impulso de establecer por medio de la razón, por medio de lo que el ser humano puede alcanzar a través de su intelecto, una especie de teología positiva, que, para él, era filosofía. Por ello, estudió diligentemente a los Padres de la Iglesia griega en particular. Descubrimos en él un conocimiento profundo, por ejemplo, de Orígenes, que vivió entre los siglos II y III d.C.

Cuando estudiamos a Orígenes, descubrimos en realidad una visión del mundo completamente diferente de la visión cristiana, es decir, de lo que apareció posteriormente como visión cristiana. Orígenes mantiene definitivamente la opinión de que hay que penetrar la teología con la filosofía. Él cree que sólo es posible examinar al ser humano y su naturaleza si se le considera como una emanación de la deidad, como si tuviera su origen en Dios. Después, sin embargo, el hombre se rebajó cada vez más; no obstante, a través del Misterio del Gólgota, obtuvo la posibilidad de ascender de nuevo a la deidad para unirse de nuevo con Dios. De Dios al mundo y de vuelta a Dios: así se podría describir el camino que Orígenes percibió como propio. Básicamente, algo así subyace también en los escritos dionisíacos, y luego se transmitió a personalidades como Juan Escoto Erigena. Pero hubo muchos otros como él.

Ahora bien, considerando el siglo IX y teniendo en cuenta también que en Juan Escoto Erigena encontramos a un experto en la sabiduría y los conocimientos de los primeros siglos cristianos, debemos concluir lo siguiente. Él es un representante característico de algo que se prolongó de una época anterior, desde el tiempo que precede al siglo IV, hasta períodos posteriores. Se podría decir que en estos tiempos posteriores, todo el conocimiento se había osificado en la lengua latina muerta. Toda la sabiduría del mundo espiritual que había estado viva antes se osificó, se dogmatizó, se rigidizó y se intelectualizó. Sin embargo, en personas como Erigena vivía algo de la antigua vitalidad del conocimiento espiritual directo que había existido en los primeros siglos cristianos y que fue utilizado por las mentes más iluminadas para comprender el Misterio del Gólgota.

Durante un tiempo, esta sabiduría tuvo que extinguirse para que el intelecto del hombre pudiera ser cultivado desde el primer tercio del siglo XV hasta nuestra era. Si bien el intelecto como tal es un logro espiritual del ser humano, al principio sólo se dirigió al ámbito material. La antigua riqueza de la sabiduría tuvo que morir para que pudiera nacer el intelecto en su naturaleza sombría. Si, en lugar de sumergirnos de forma erudita y pedante en sus escritos, lo hacemos con todo nuestro ser, nos daremos cuenta de que a través de Escoto Erígena se había expresado algo desde las profundidades del alma, diferentes a aquellas desde las que se habló más tarde. Allí, el ser humano había hablado todavía desde profundidades mentales que posteriormente ya no podían ser alcanzadas por la vida anímica humana. Todo era más espiritual, y si los seres humanos hablaban intelectualmente, lo hacían sobre asuntos del reino espiritual.

Es extremadamente importante que uno escudriñe cuidadosamente cómo era la estructura del conocimiento de Erigena. En su poderosa obra sobre las divisiones de la naturaleza, que ha llegado a la posteridad en la forma que he descrito, separó lo que tenía que decir sobre el mundo en cuatro capítulos. En el primero, habla inicialmente del mundo increado y del mundo creado (ver esquema más abajo). De la forma en que Erigena se creyó capaz de hacerlo, el primer capítulo describe a Dios y la forma en que era antes de que se acercara a algo parecido a la creación del mundo.

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Juan Escoto Erigena lo describe claramente en la forma en que aprendió a través de los escritos de Dionisio. Describe mediante el desarrollo de los conceptos intelectuales más refinados. Al mismo tiempo, es consciente de que con ellos sólo llega hasta un cierto límite más allá del cual se encuentra la teología negativa. Por lo tanto, sólo se acerca al verdadero ser del espíritu, de lo divino. Entre otros temas, encontramos en este capítulo el hermoso discurso sobre la Trinidad, instructivo incluso para nuestra época. Afirma que cuando vemos las cosas que nos rodean, descubrimos inicialmente la existencia como una cualidad espiritual global (véase más arriba). La existencia lo abarca todo. Ahora bien, no debemos atribuir a Dios la existencia que poseen las cosas. Sin embargo, al mirar hacia arriba, hacia la existencia que trasciende la existencia, no podemos sino hablar sumariamente de la existencia de la deidad.

Del mismo modo, encontramos que las cosas del mundo están iluminadas e impregnadas de sabiduría. A Dios no debemos atribuirle simplemente la sabiduría, sino la sabiduría más allá de la sabiduría. Pero cuando partimos de las cosas, llegamos al límite de las cosas llenas de sabiduría. Ahora bien, no sólo hay sabiduría en todas las cosas. Viven; hay vida en todas las cosas. Por lo tanto, cuando Erigena llama a la mente el mundo, dice: Veo existencia, sabiduría, vida en el mundo. El mundo se me aparece en estos aspectos como un mundo existente, lleno de sabiduría, vivo. Para él, se trata de tres velos, por así decirlo, que el intelecto se forma cuando observa todas las cosas. Por lo tanto, habría que ver a través de estos velos para ver el reino divino-espiritual. Para empezar, Erigena describe estos velos: Cuando miro la existencia, ésta representa para mí al Padre; cuando miro la sabiduría, representa para mí al Hijo; cuando miro la vida, representa al Espíritu Santo en el universo.

Como se puede ver, Juan Escoto Erígena parte ciertamente de los conceptos filosóficos para llegar luego a la Trinidad cristiana. Hacia el interior, partiendo de lo comprensible, todavía experimenta el camino desde allí hasta lo llamado incomprensible. De hecho, está convencido de ello. Sin embargo, por la forma en que habla y presenta sus ideas, podemos ver que ha aprendido de Dionisio. Precisamente cuando llega a la existencia, a la sabiduría y a la vida, que para él representan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, le gustaría realmente que estos conceptos se disolvieran en un elemento espiritual general al que el ser humano tendría entonces que elevarse trascendiendo los conceptos. Sin embargo, no atribuye al ser humano la facultad de llegar a un estado mental que vaya más allá de lo conceptual.
En esto, Juan Escoto Erigena fue un producto de la era que desarrolló el intelecto. En efecto, si esta época se hubiera entendido a sí misma correctamente, habría tenido que admitir que no podía entrar en el reino que trasciende el nivel conceptual.

A continuación, el segundo capítulo describe algo así como una segunda esfera de la existencia del mundo, el mundo creado y creador (véase más arriba). Es el mundo de los seres espirituales donde encontramos a los ángeles, los arcángeles, los Archai, etc. Este mundo de los seres espirituales, mencionado ya en los escritos de Dionisio el Areopagita, es creador en todo el mundo. Sin embargo, este mundo jerárquico es en sí mismo creado; es iniciado, por lo tanto creado, por el ser más elevado y a su vez es activo creativamente en todos los detalles de la existencia que nos rodea.

En el tercer capítulo, Erigena describe como un tercer mundo el mundo creado que no es creador. Este es el mundo que percibimos a nuestro alrededor con nuestros sentidos. Es el mundo de los animales, las plantas y los minerales, las estrellas, etc. En este capítulo, Erigena trata casi todo lo que designaríamos como cosmología, antropología, etc., todo lo que llamaríamos el ámbito de la ciencia.

En el cuarto capítulo, Erigena trata del mundo que no ha sido creado y no crea. Se trata de nuevo de la divinidad, pero tal como será cuando todas las criaturas, en particular los seres humanos, hayan vuelto a ella. Es la divinidad cuando ya no creará, cuando, en una dichosa tranquilidad -así la imagina Juan Escoto Erigena- habrá reabsorbido a todos los seres que han surgido de ella.

Ahora bien, al examinar estos cuatro capítulos, encontramos en ellos algo así como un compendio de todos los conocimientos tradicionales de las escuelas de sabiduría de las que procedía Escoto Erígena. Cuando consideramos lo que describe en el primer capítulo, tratamos con algo que puede llamarse teología en su sentido, la doctrina real de lo divino.

Considerando el segundo capítulo, encontramos en él lo que él llama en términos de nuestro lenguaje actual el mundo ideal. Sin embargo, el ideal es representado como existente. Pues no describe ideas abstractas, sino ángeles, arcángeles, etc. Representa el mundo inteligible en su totalidad, tal y como se denominaba. Sin embargo, era diferente a nuestro mundo inteligible moderno, sino que era un mundo lleno de seres vivos, de entidades vivas e inteligibles.

Como ya he dicho, en el tercer capítulo Erigena describe lo que hoy llamaríamos ciencia, pero lo hace de una manera diferente. Desde los tiempos de Galileo y Copérnico, que, al fin y al cabo, vivieron más tarde, ya no tenemos lo que en la época de Escoto Erígena se llamaba cosmología o antropología. La cosmología todavía se describía desde el punto de vista espiritual. Se describía cómo los seres espirituales dirigen y también habitan los astros, cómo los elementos, el fuego, el agua, el aire y la tierra están impregnados de seres espirituales. Lo que se describía como cosmología, era en realidad algo diferente. La forma materialista de ver las cosas que ha surgido desde mediados del siglo XV todavía no existía en la época de Erigena, y su forma de antropología también difería completamente de lo que llamamos antropología en nuestra época materialista.
Aquí puedo señalar algo extraordinariamente característico, respecto a lo que es la antropología para Juan Escoto Erigena. Él mira al ser humano y dice: En primer lugar, el hombre lleva en sí mismo la existencia. Por lo tanto, es un ser mineral, pues contiene en sí mismo una naturaleza mineral (ver esquema anterior). En segundo lugar, el hombre vive y prospera como una planta. En tercer lugar, el hombre siente como el animal. Cuarto, el hombre juzga y saca conclusiones como el hombre. Quinto, el hombre percibe como un ángel.

No hace falta decir que en nuestra época esto sería una afirmación inaudita. Cuando Juan Escoto Erigena habla de juzgar y sacar conclusiones, algo que se hace, por ejemplo, en un tribunal de justicia donde se pronuncia un juicio sobre alguien, entonces, según él, el ser humano lo hace como ser humano. Pero cuando perciben, cuando penetran en el mundo en la percepción, los seres humanos no se comportan como seres humanos sino como ángeles. La razón para señalar esto es que estoy tratando de mostrarles que para ese período la antropología era algo diferente de lo que es para nuestra época actual. Porque es cierto que apenas se podía oír en ningún sitio, ni siquiera en un seminario de teología, que los seres humanos perciben como ángeles. Por lo tanto, uno se ve obligado a concluir que nuestra ciencia ya no se parece a lo que Erigena describe en el tercer capítulo. Se ha convertido en algo diferente. Si quisiéramos llamar a la ciencia de Erigena con una palabra que ya no es aplicable a nada de lo que existe hoy en día, tendríamos que decir que era una doctrina espiritual del universo y del hombre, la pneumatología.

Pasemos ahora al cuarto capítulo: Este contiene, en primer lugar, la enseñanza de Erigena sobre el Misterio del Gólgota y la doctrina relativa a lo que el ser humano tiene que esperar en el futuro, a saber, la entrada en el mundo divino-espiritual, por lo tanto, lo que en el uso moderno se llamaría soteriología. "Soter", después de todo, significa salvador; la enseñanza del futuro es la escatología. Encontramos que Erigena trata aquí los conceptos de la Crucifixión y la Resurrección, la emanación de la Gracia Divina, el camino del hombre hacia el mundo divino-espiritual, etc.

Hay algo que realmente llama la atención, si estudiamos con atención una obra como el De divisione naturae de Juan Escoto Erigena sobre las divisiones de la naturaleza. Se habla definitivamente del mundo como algo que se percibe en cualidades espirituales. Habla de algo espiritual al observar el mundo. ¿Pero qué es lo que no contiene esta obra? Tenemos que prestar atención, después de todo, a lo que no está incluido en una ciencia universal como la que Erigena intenta establecer allí.

En la obra de Juan Escoto Erigena apenas se descubre nada de lo que hoy llamamos sociología, ciencia social y cosas por el estilo. Uno casi se inclina a decir que, por la forma en que Erigena retrata a los seres humanos, parece que no quería dar a la humanidad ciencias sociales, no más que cualquier especie animal, digamos el león, el tigre o cualquier especie de ave, saldría con una sociología si produjera algún tipo de ciencia. Porque un león no hablaría de la forma en que debe convivir con los demás leones o de cómo debe adquirir su alimento, etc.; esto es algo que surge instintivamente. Tampoco podríamos imaginar una sociología de los gorriones. Seguramente los gorriones podrían revelar cualquier número de los más interesantes secretos cósmicos desde su punto de vista, pero nunca producirían ninguna enseñanza sobre economía, pues los gorriones considerarían este tema como algo que se da por descontado, algo que hacen porque su instinto les dice que lo hagan.

Esto es lo notable: Como todavía no descubrimos nada de esto en los escritos de Erigena, nos damos cuenta de que seguía considerando a la sociedad humana como si produjera los elementos sociales a partir de sus instintos. Con su especial perspicacia, señala lo que todavía vivía en el ser humano en forma de instintos e impulsos, es decir, los impulsos de la vida social. Lo que describe trasciende este aspecto social. Describe cómo el ser humano había surgido de lo divino, y qué clase de seres existen más allá del mundo de los sentidos. Luego, en una forma de pneumatología, muestra cómo el espíritu impregna el mundo sensorial, y presenta el elemento espiritual que penetró en el mundo de los sentidos en su cuarto capítulo sobre soteriología y escatología. Sin embargo, en ninguna parte se describe cómo deben convivir los seres humanos. Debería decir que todo se eleva por encima del mundo sensorial. En general, una característica de esta ciencia antigua era que todo se elevaba por encima del mundo de los sentidos.
Ahora bien, si contemplamos escritos como la enseñanza de Juan Escoto Erigena en un sentido científico espiritual, descubrimos que no pensaba en absoluto con los mismos órganos con los que piensa la humanidad hoy. Sencillamente, no lo entendemos si intentamos comprenderlo con el pensamiento empleado por la humanidad actual. Sólo lo comprendemos cuando, a través de la ciencia espiritual, hemos adquirido una idea de cómo pensar con el cuerpo etérico, el cuerpo que, como cuerpo más refinado, subyace a la corporalidad sensorial grosera.

Así, Erigena no pensaba con el cerebro, sino con el cuerpo etérico. En él, tenemos simplemente una mente que aún no pensaba con el cerebro. Todo lo que escribió surgió como resultado de pensar con el cuerpo etérico. Fundamentalmente, sólo después de su época los seres humanos empezaron a pensar con el cuerpo físico, y sólo desde principios del siglo XV se comenzó a pensar totalmente con el cuerpo físico. Normalmente no se reconoce que durante este período la vida anímica humana ha cambiado realmente, y que si nos remontamos a los siglos XIII, XII y XI, nos encontramos con una forma de pensar que todavía no se realizaba con el cuerpo físico sino con el etérico. Este pensamiento con el cuerpo etérico no debía extenderse a épocas posteriores en las que, dialéctica y escolásticamente, se discutían conceptos rígidos. Este antiguo pensamiento con el cuerpo etérico, que ciertamente era la forma de pensar empleada durante los primeros siglos cristianos, fue declarado herético. Esta fue la razón para quemar los escritos de Erigena. Ahora, la condición real del alma de un pensador en esa época se vuelve comprensible.

Volviendo a épocas anteriores, encontramos una cierta forma de clarividencia en todas las personas. Los seres humanos no pensaban en absoluto con su cuerpo físico. En épocas pasadas, pensaban con su cuerpo etérico y llevaban su vida anímica incluso con el cuerpo astral. En este caso, no deberíamos hablar de pensamiento en absoluto, ya que el intelecto sólo se originó en el siglo VIII a.C., como he señalado. Sin embargo, se conservaron ciertos restos de esta antigua clarividencia, y es particularmente cierto de las mentes más sobresalientes que con el intelecto, que ya había surgido, trataban de penetrar en el conocimiento que había sido transmitido a través de la tradición desde épocas anteriores. Intentaban comprender lo que se había visto de una manera completamente diferente en épocas pasadas. Intentaban comprender, pero ahora tenían que contar con el apoyo de conceptos abstractos como existencia, sabiduría, vida. Yo diría que estos individuos todavía conocían algo de una percepción anterior, impregnada de espíritu, y al mismo tiempo se sentían muy a gusto dentro de la percepción puramente intelectual.

Más tarde, cuando la percepción intelectual se convirtió en una sombra, esto ya no se sintió. Sin embargo, antes se sentía que en épocas pasadas habían existido percepciones que impregnaban a los seres humanos de forma viva desde los mundos espirituales, no era algo meramente pensado. Erigena vivía en tal división de estado. Sólo era capaz de pensar, pero cuando este pensamiento llegaba a la percepción, sentía que había algo de los antiguos poderes que habían impregnado al ser humano en la antigua forma de percepción. Erigena sentía el ángel, el angelos, dentro de sí mismo. Por eso decía que los seres humanos perciben como ángeles. Fue un legado de la antigüedad, que se extendió hasta su época de conocimiento intelectual, lo que hizo posible que una mente como la de Escoto Erigena dijera que el hombre percibe como un ángel. En los días de los egipcios, los caldeos y las primeras épocas de la civilización hebrea, nadie habría dicho otra cosa que El ángel percibe dentro de mí; como ser humano, comparto el conocimiento del ángel. El ángel habita en mí, conoce, y yo participo de lo que percibe.

Esto era cierto en la época en que la razón aún no existía. Cuando apareció el intelecto, se hizo necesario penetrar este conocimiento más antiguo con la razón. En Escoto Erígena, sin embargo, todavía existía la conciencia de este estado de permeabilidad con la naturaleza angélica.
Ahora bien, involucrarse en esta obra de Erigena y tratar de comprenderla por completo es una experiencia extraña. Al final, se llega a la sensación de haber leído algo muy significativo, algo que todavía habita mucho en las regiones espirituales y que habla del mundo como algo espiritual. Pero entonces, a su vez, surge la sensación de que todo está básicamente mezclado. Uno se da cuenta de que con este texto se encuentra en el siglo IX, cuando el intelecto ya había traído mucha confusión. Y este es verdaderamente el caso. Porque si se lee el primer capítulo, se trata de teología. Pero es una teología ciertamente secundaria incluso para Juan Escoto Erigena, una teología que evidentemente apunta a algo más grande y directo. Ahora hablaré como si todas estas cuestiones fueran hipótesis, pero lo que ahora desarrollo como hipótesis puede ser establecido por la ciencia espiritual como un hecho. Una vez debió existir una condición, y miramos hacia atrás, cuando todavía la teología no se abordaba de manera tan intelectual, sino que se consideraba como algo en lo que se profundizaba de manera viva. Sin duda, era ese tipo de teología del que hablaban los egipcios, aquellos egipcios de los que los griegos -lo he mencionado antes- cuentan que los sabios egipcios les dijeron Vosotros, los griegos, sois como niños; no tenéis conocimiento del origen del mundo, nosotros sí poseemos este conocimiento sagrado de los comienzos del mundo.

Obviamente, los griegos se referían a una teología antigua y viva. Así, tenemos que decir: En la época del tercer período postatlante, que comienza en el cuarto milenio y termina en el primer milenio antes de Cristo, en el octavo siglo precristiano, aproximadamente en el año 747 antes de Cristo, existía una teología viva. Ahora necesitaba ser penetrada por el intelecto de Erigena. Obviamente, estaba presente en una forma mucho más vital para la personalidad que debe ser reconocida como Dionisio el Areopagita. Dionisio tenía un sentimiento mucho más intenso por esta antigua teología. Sentía que era algo que existía pero que ya no podía ser abordado, que se vuelve negativo cuando uno intenta acercarse a él. Basándose en el intelecto, así pensaba él, sólo se puede llegar a la teología positiva. Sin embargo, con el término teología negativa se refería en realidad a una teología antigua que había desaparecido.

De nuevo, al considerar lo que aparece en el segundo capítulo como el mundo ideal, podríamos creer que es algo moderno. Sin embargo, no es así, Ese mundo ideal en realidad es idéntico a una idea verdadera de lo que aparece en la antigua época persa, tal como lo describí en mi Ciencia Oculta, por lo tanto en el segundo período postatlante. Entre Platón y los platonistas, este antiguo mundo viviente persa de los ángeles, el mundo de los Amshaspands, etc., ya había palidecido en el mundo de los ideales y las ideas debido a un desarrollo posterior. Sin embargo, lo que realmente contiene este mundo ideal y es claramente perceptible en Escoto Erigena se remonta a esta segunda época persa antigua.

Lo que aparece en el libro de Erigena como pneumatología, como una especie de panteísmo, no es vago y nebuloso como ocurre frecuentemente en la actualidad, sino un panteísmo vivo y espiritual, aunque atenuado en la escritura de Erigena. Esta pneumatología es el último remanente, el último vestigio filtrado del primer período postatlante, de la antigua India.

¿Y qué hay del cuarto capítulo? Bueno, contiene la percepción viva de Erigena sobre el Misterio del Gólgota y el futuro de la humanidad. Hoy apenas se habla de esto. Como tradición antigua, todavía la mencionan los teólogos, pero sólo la conocen en forma de dogmas rígidos. Incluso niegan que el hombre pueda alcanzar esa visión a través del conocimiento vivo. Pero sí se originó en lo que así se cultivó como soteriología y escatología. Como ven, la teología de los tiempos pasados fue entregada, por así decirlo, a los concilios; allí, fue congelada en dogmas e incorporada a la cristología. No se podía tocar más. Se consideró impenetrable a la percepción. Se eliminó, por así decirlo, de lo que se llevaba a cabo en las escuelas mediante el conocimiento. Tal y como estaba, los asuntos exotéricos se conservaban ya como formaciones nebulosas de la antigüedad. Pero, al menos, las actividades en las escuelas debían estar vinculadas a los pensamientos surgidos en la era del pensamiento. Debían estar conectadas, después de todo, con el Misterio del Gólgota y el futuro de la humanidad. Allí se hablaba del gobierno del ser de Cristo entre los seres humanos; se hablaba de un futuro día del juicio. Para ello se utilizaban los conceptos que a la gente se le podía ocurrir.
Así, vemos que Escoto Erigena recoge realmente los tres primeros capítulos como si le hubieran sido transmitidos. Por último, aplica su propio intelecto al cuarto capítulo, pero de tal manera que habla de cosas que superan con creces el mundo físico, sensorial, pero que tienen algo que ver con este mundo. Nos damos cuenta de que se esforzó en aplicar el intelecto a la escatología y la soteriología. Después de todo, conocemos el tipo de disputas y discusiones académicas en las que participó Escoto Erígena. Por ejemplo, participó en las discusiones sobre la cuestión de si en la comunión, es decir, en algo relacionado con el Misterio del Gólgota, los seres humanos se enfrentan a la sangre real y al cuerpo real de Cristo. Participó en todas las discusiones sobre la voluntad humana, su libertad y su falta de libertad en relación con la gracia divina. Por lo tanto, perfeccionó y educó su intelecto con respecto a todo lo que fue el tema de su cuarto capítulo. Esto es lo que se discutía entonces.

Podríamos decir que el contenido de los tres primeros capítulos era una antigua tradición. No se cambiaba mucho, sino que simplemente se comunicaba. El cuarto capítulo, en cambio, era un esfuerzo vivo; en él se aplicaba y educaba el intelecto.

¿Qué fue de este intelecto que se educó allí? ¿Qué pasó con los conceptos de soteriología y escatología a los que llegaron personas como Escoto Erígena en el siglo IX? Verán, mis queridos amigos, desde mediados del siglo XV esto se ha convertido en nuestra ciencia, la base de la percepción de la naturaleza. Antes, la gente empleaba el intelecto para considerar si el pan y el vino en el Sacramento se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo. Reflexionaban sobre si la gracia es otorgada al hombre de una u otra manera. Este mismo intelecto se utilizó más tarde para considerar si la molécula está formada por átomos y si el cuerpo del sol está formado por una u otra forma de sustancia, y así sucesivamente. Es la continuación del intelecto teológico que habita en la ciencia natural actual. Precisamente el mismo intelecto que estimuló a Escoto y a los otros que se involucraron con él en la disputa sobre la comunión -y las discusiones fueron realmente muy animadas en aquellos días- sobrevivió en las enseñanzas de Galileo y Copérnico. Sobrevivió en el darwinismo, incluso, digamos, en el materialismo de Strauss. Ha sobrevivido en línea recta. Sabe que lo antiguo siempre se conserva junto a lo nuevo. Por lo tanto, el mismo intelecto que en David Friedrich Strauss incubó el libro La vieja y la nueva fe, que predica el ateísmo total, se ocupaba en aquellos días, de la soteriología y la escatología; continúa en línea recta.

Por lo tanto, podríamos decir que si este libro tuviera que ser escrito hoy en día basándose en las condiciones modernas, como Escoto Erigena basó lo que escribió en las condiciones de su época, entonces, aquí (refiriéndose al esquema anterior), no aparecería el ateísmo total, sino nuestra ciencia natural. Porque, naturalmente, el ateísmo total estaría en contradicción con el primer capítulo. En el siglo IX todavía aparecían la soteriología y la escatología, pues entonces el intelecto se aplicaba a otras cosas. Pero aquí, (ver imagen 1), surgiría la ciencia materialista actual. La historia no nos revela otra cosa que esto. Ahora, tal vez podamos ver lo que se desprende de toda la concepción de esta obra.
Básicamente, lo que aparece aquí (esquema anterior) tendría que aparecer en una secuencia diferente. El tercer capítulo tendría que decir: visión del mundo de la primera época postatlante. El segundo capítulo tendría que decir: visión del mundo de la segunda época postatlante, y el primer capítulo: visión del mundo de la tercera época postlante. En el sentido de Escoto Erigena -que vivió en la cuarta época postatlante que sólo llegó a su fin en el siglo XV- el último capítulo se aplica a la cuarta época postlante. La secuencia (en el esquema) tendría que ser por tanto: III, II, I, IV. A esto me refería cuando decía antes que uno tiene la impresión de que las cosas están realmente mezcladas. Escoto Erigena simplemente poseía trozos del legado antiguo, pero no los enumeraba de acuerdo con su secuencia en el tiempo. Formaban parte del conocimiento de su época, y los mencionaba en el orden en que le eran más familiares. Enumeraba el más cercano como el más elevado; los demás le parecían tan nebulosos que los consideraba inferiores.

Sin embargo, el cuarto capítulo es muy notable. Intentemos comprender desde cierto punto de vista lo que debe ser en realidad. Volvamos a la época precristiana. Si buscáramos entre los egipcios una mente representativa como lo era Escoto Erigena para el siglo IX, tal persona todavía habría sabido algo referente a la teología de una manera muy viva. Habría tenido conceptos aún más vivos del mundo ideal o angélico, de la esfera que ilumina e impregna de espíritu el mundo entero. Todavía habría sabido todo eso y habría dicho: En la primera época, existió una vez una visión humana del mundo que contemplaba el espíritu en todas las cosas. Pero luego, el espíritu se elevó abstractamente a las alturas. Se convirtió en el mundo ideal, finalmente en el mundo divino. Luego, llegó la cuarta época. Se suponía que era aún más espiritualizada que la época teológica. Este período grecolatino debía ser realmente más espiritualizado que la tercera época. Y sobre todo, la quinta que siguió, es decir, nuestra época, tendría que ser una época aún más espiritualizada, pues con la ciencia materialista en lugar de la soteriología o la escatología tendría que figurar en cuarto lugar, o tendríamos que añadir una quinta lista con nuestra ciencia natural, y esta última tendría que ser la visión más espiritual.

Sin embargo, de hecho, mis queridos amigos, las cosas están enterradas. Oímos a Escoto Erigena decir que el hombre existe como un ser mineral, vive y prospera como una planta, siente como un animal, juzga y saca conclusiones como un ser humano, percibe como un ángel - algo que Erigena aún conocía de las antiguas tradiciones. Ahora bien, nosotros, que aspiramos al conocimiento del espíritu, tendríamos que ir aún más lejos. Tendríamos que decir: Correcto, el ser humano existe como un ser mineral, vive y se desarrolla como una planta, siente como un animal, juzga y saca conclusiones como un ser humano, percibe como un ángel y, en sexto lugar, el ser humano contempla -es decir, imaginativamente, el mundo espiritual- como un arcángel. Cuando hablamos del ser humano desde el primer tercio del siglo XV, tendríamos que atribuirnos lo siguiente. Percibimos como ángeles y desarrollamos el alma consciente por medio de las facultades anímicas de visión - para empezar, inconscientemente, pero aún como alma consciente - como arcángeles.

Así, nos enfrentamos a la paradoja de que en la era materialista los seres humanos viven realmente en el mundo espiritual, habitando en un nivel espiritual más elevado que en épocas anteriores. En realidad podemos decir: Sí, Escoto Erigena tiene razón, la experiencia angélica está despertando en el hombre, pero la experiencia arcangélica también está despertando desde el primer tercio del siglo XV. Deberíamos estar por derecho en un mundo espiritual.

Al darnos cuenta de esto, podríamos volver la vista también a un pasaje de los Evangelios que siempre se interpreta de la manera más trivial, a saber, el que dice: El fin del mundo está cerca y los reinos de los cielos se acercan. Sí, mis queridos amigos, cuando tenemos que decir de nosotros mismos que en nosotros el arcángel está desarrollando la visión para que podamos recibir el alma consciente, entonces resulta una visión extraña de este acercamiento de los cielos. Parece que es necesario volver a revisar estos conceptos del Nuevo Testamento desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Estos puntos de vista están muy necesitados de revisión, y realmente tenemos dos tareas: En primer lugar, comprender si nuestra época no es realmente diferente de la época en que Cristo caminó sobre la tierra y si el fin del mundo del que habló Cristo no es algo que ya hemos dejado atrás. Esta es la tarea a la que nos enfrentamos. 
Y si es cierto que tenemos detrás el llamado fin del mundo y que, por tanto, ya estamos ante el mundo espiritual, habría que explicar por qué tiene una apariencia tan poco espiritual, por qué se ha vuelto tan material, llegando finalmente a esa vida terrible y asombrosa que caracteriza el primer tercio del siglo XX. Dos poderosas y abrumadoras preguntas se presentan ante nuestra alma. Mañana seguiremos hablando de ello.
Traducido por J.Luelmo jul.2022


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