La cabeza como cuerpo remodelado especialmente, a partir del hombre metabólico y de las extremidades de la vida anterior en la tierra -
La transversalidad a través de la esencia del hombre de la que he hablado se expresa también en la vida humana cotidiana en su conjunto. Sobre todo, lo encontrarán si examinan la relación entre dos facultades humanas que, por su propia naturaleza, demuestran pertenecer tanto a la vida anímica como a la vida físico-corporal, incluso en una observación superficial. Por un lado, encontrarán la facultad de la memoria como un hecho importante, digamos, de la vida anímica en la vida humana, relacionada con la vida física, y por otro lado, encontrarán un poder en la vida humana cuya esencia es menos considerada porque se trata más bien de una facultad a la que uno se entrega ingenuamente sin examinarla ni siquiera analizarla más de cerca: se trata del poder del amor humano. Hay que decir desde el principio que cuando se habla de estas cosas, en primer lugar con referencia a la naturaleza del hombre, pero luego también con referencia a la relación del hombre con el mundo, hay que tener claro que hay que partir de la realidad, no de ningún tipo de imaginación. A menudo he utilizado la comparación, ciertamente banal, de partir de ideas en lugar de partir de la realidad: Alguien ve una navaja y dice que es un cuchillo, que un cuchillo sirve para cortar comida; así que coge la navaja para cortar comida porque es un cuchillo.
Aunque no se suele creer porque se considera muy erudito, ésta es más o menos la opinión que, digamos, tienen las personas con mentalidad científica sobre la muerte o el nacimiento en relación con los seres humanos y los animales. A veces, esas ideas se extienden incluso a las plantas. Uno se forma una idea de lo que es un cuchillo, igual que se forma una idea de lo que es un cuchillo, y luego parte de esta idea, que por supuesto es la representante de una serie de hechos, y examina de la misma manera, digamos, la muerte en el hombre, en los animales y posiblemente incluso en las plantas, sin tener en cuenta que quizá lo que generalmente se resume en la idea de la muerte podría ser algo muy diferente en el hombre y en los animales. Hay que partir de la realidad del animal y de la realidad del ser humano, no de la apariencia de la muerte, que se deja representar por alguna idea.
Las ideas que tenemos sobre la memoria, por ejemplo, se forjan de forma similar. En lo que respecta a la memoria, esto es especialmente evidente cuando el concepto de memoria se aplica de forma indiferenciada tanto a los seres humanos como a los animales con la intención de encontrar lo mismo. Se llama la atención sobre el hecho, -incluso le ha ocurrido a profesores muy famosos como Otto Liebmann-, de que un elefante, por ejemplo, de camino al abrevadero donde tiene agua para beber, recibe una especie de insulto de un humano que pasa por allí; éste le hace algo. El elefante pasa de largo. Pero cuando vuelve de nuevo y el hombre vuelve a estar allí, el elefante le rocía agua con su trompa. Porque el elefante, -dice el epistemólogo-, ha memorizado lo que el hombre le hizo.
La apariencia externa del asunto es, por supuesto, muy seductora para tal consideración epistemológica, podría decirse, pero no más seductora que el empeño de cortar la carne en la mesa con una navaja. Se trata de partir de la realidad en todas partes y no de ideas que uno se ha formado a partir de alguna serie de fenómenos y que luego transfiere de manera esencial a otra serie de fenómenos. No solemos darnos cuenta de lo extendido que está el error metodológico que acabamos de mencionar en nuestras investigaciones científicas actuales.
Aquello que está presente en el hombre como memoria, como capacidad de recordar, debe entenderse ciertamente desde la propia naturaleza humana. Y aquí se trata de crear primero la posibilidad de observar cómo se desarrolla la propia memoria en el curso del desarrollo humano. Cualquiera que pueda observar algo así, se dará cuenta de que la memoria de un niño todavía se expresa de forma muy diferente a la de un ser humano a partir del sexto, séptimo u octavo año aproximadamente. En estos últimos años, la memoria adquiere más bien un carácter psíquico, mientras que en los primeros años de la infancia se ve claramente hasta qué punto esta memoria está ligada a los estados orgánicos, cómo se escurre fuera de estos estados orgánicos. Y cualquiera que considere la relación de los recuerdos con la conceptualización del niño notará cómo la conceptualización está, de hecho, estrechamente ligada a lo que el niño experimenta de su entorno a través de su percepción sensorial, a través de las doce percepciones sensoriales mencionadas. Es extremadamente atractivo, pero también extremadamente significativo, ver cómo los conceptos que el niño se forma dependen totalmente de la experiencia a la que está sometido, es decir, del comportamiento del entorno. Al fin y al cabo, el niño es un imitador en los años que nos ocupan, y también un imitador en lo que respecta a su conceptualización. Por otra parte, será fácil advertir que la facultad de la memoria surge más desde dentro del desarrollo del niño, que está más estrechamente relacionada con toda la constitución física, incluso muy poco con la constitución de los sentidos y, por tanto, con la constitución de la cabeza humana. Por otra parte, se podrá percibir una íntima conexión entre la manera en que el niño es más o menos, si se puede decir así, normal o anormal, por ejemplo, con respecto a su hematopoyesis, con respecto a su nutrición sanguínea. Es fácil observar que en los niños que tienden a la anemia, la formación de la memoria tiene dificultades. Por otra parte, se notará que en tal caso la formación de conceptos e ideas es menos difícil.
Sólo puedo insinuar estas cosas, pues en el fondo todo el mundo, cuando haya recibido las pautas para tal observación, debe buscar los datos de la vida, y los encontrará. Entonces encontrará que en el niño la formación de conceptos tiene lugar efectivamente a partir del organismo de la cabeza, es decir, a partir del órgano nervioso-sensorial, es decir, a partir de las experiencias, de la percepción; pero que lo que, diría yo, teje la formación de conceptos como memoria, se desarrolla a partir del resto del organismo independientemente del organismo de la cabeza. Y si se continúa esta observación, si se intenta averiguar en particular cuán peculiar es el modo, sobre todo de formación de la memoria en los niños que tienden a tener una figura baja, pequeña y rechoncha y en los niños que tienden a dispararse hacia lo alto, se encontrará que, en efecto, existe una clara conexión entre los fenómenos de crecimiento en su conjunto y entre lo que se desarrolla como poder de memoria en el hombre.
En ocasiones anteriores les he comentado que la formación de la cabeza humana como tal se presenta como una metamorfosis de la formación orgánica del ser humano de la vida terrena anterior, pero exceptuando la formación de la cabeza. Así pues, lo que llevamos con nosotros como cabeza en una determinada vida terrena es el cuerpo remodelado menos la cabeza, y en particular el organismo metabólico y las extremidades de la vida terrena anterior. Por supuesto, no debemos imaginarnos esto de forma materialista. No tiene nada que ver con el relleno material, sino con la forma y la interrelación de fuerzas. Lo que hoy es el organismo metabólico de las extremidades en un ser humano, en la próxima vida terrena, es metamórficamente transformado a través de la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento, en la formación de la cabeza.Así que también, cuando vemos cómo la facultad conceptual del niño, su facultad imaginativa, depende de esta formación de la cabeza, podemos decirnos que hasta cierto punto la facultad imaginativa está conectada con la vida terrenal anterior (ver dibujo, rojo). Por otro lado, lo que se incorpora a nosotros como facultad de la memoria surge de lo que recibimos inicialmente en esta vida terrenal como nuestras extremidades y órganos metabólicamente organizados (azul). Aquí confluyen dos cosas: una, que el ser humano trae consigo de vidas terrenas anteriores, y otra, la facultad de recordar, que adquiere por el hecho de que se le dota de un nuevo organismo.
Por consiguiente, se darán cuenta de que la memoria que uno tiene inicialmente para usar entre el nacimiento y la muerte, y que uno recibe en esta vida terrenal, no es suficiente inicialmente para mirar hacia atrás, hacia la vida prenatal, hacia la vida preexistente. Es necesario, como siempre subrayo cuando discuto los aspectos metodológicos de la cuestión, que nos pongamos detrás de esta memoria y de sus capacidades y que aprendamos a ver claramente que la memoria es algo que nos sirve entre el nacimiento y la muerte, pero que debemos desarrollar una capacidad superior que rastree, totalmente de acuerdo con la memoria, lo que se forma en nosotros como facultad conceptual. El epistemólogo abstracto pone una palabra en lugar de un hecho. Dice, por ejemplo, que son a priori los conceptos matemáticos, porque no necesitan ser adquiridos a través de la experiencia, o porque su certeza no necesita ser probada por la experiencia. Es una palabra: son anteriores a la experiencia, a priori. Y uno puede oír esta palabra una y otra vez entre los kantianos de hoy. Pero este a priori no significa otra cosa que hemos experimentado estos conceptos en vidas anteriores sobre la tierra; pero no dejan de ser experiencias, adquiridas por la humanidad en el curso de su evolución. Pero actualmente la humanidad se encuentra en una fase de su desarrollo en la que la mayoría de las personas, al menos las personas civilizadas, ya traen consigo estos conceptos matemáticos y sólo necesitan que se les despierte.
Existe, por supuesto, una diferencia pedagógica y didáctica significativa en el despertar de los conceptos matemáticos y en la enseñanza de tales ideas y conceptos que deben adquirirse a partir de la experiencia externa y en los cuales la capacidad de recordar desempeña un papel esencial. También se puede distinguir claramente entre dos tipos de niños en crecimiento, sobre todo si se adquiere cierta capacidad para visualizar el desarrollo humano en sus particularidades: unos son aquellos que traen mucho consigo de vidas anteriores en la tierra y a los que, por tanto, es fácil enseñar conceptos; por otro lado, se pueden encontrar aquellos otros menos seguros en sus conceptualizaciones, pero que recuerdan fácilmente las características de las cosas externas y, por tanto, absorben fácilmente lo que pueden asimilar a través de su propia observación. Pero en esto interviene la memoria, porque uno no puede aprender fácilmente las cosas externas de la forma en que hay que estudiarlas en la escuela. Por supuesto, uno puede formarse un concepto, pero no puede aprenderlas de forma que sea capaz de reproducir lo que ha aprendido si no tiene una memoria clara. En resumen, se percibe muy claramente la confluencia de dos corrientes en la evolución humana.
Ahora bien, ¿En qué se basa realmente esto? Consideremos, por un lado, que el ser humano es el creador, a partir de su organismo de la cabeza, de esa capacidad de formar conceptos. ¿Por qué lo hace? No tiene uno mas que observar con comprensión el organismo de la cabeza humana y encontrarán la respuesta a esta pregunta. Este organismo de la cabeza del ser humano, ya despunta relativamente pronto en la vida embrionaria, antes de que la otra parte del organismo, sobre todo en su esencia, se adhiera a él. La embriología es, en efecto, una prueba de lo que dice la Antroposofía sobre la evolución de la humanidad. Pero no hace falta ir tan lejos, basta con considerar al ser humano adulto, por así decirlo. Fíjense en este organismo de la cabeza. En primer lugar, está concebido para que la cabeza sea relativamente la parte más perfecta de todo el organismo humano. Ahora bien, esta idea puede ser rebatida. Por el contrario, no se puede rebatir otra si se mira de la manera correcta. Se trata de que, según nuestra experiencia, nos relacionamos de forma muy distinta con nuestra cabeza que con el resto de nuestro organismo. Sentimos el resto de nuestro organismo de una manera completamente distinta a la cabeza. Nuestra cabeza está básicamente anulada en nuestra propia vida anímica. Tenemos una conciencia mucho más orgánica del resto de nuestro organismo que de nuestra cabeza. Nuestra cabeza es en realidad algo que se extingue dentro de nuestro organismo.
A efetos de nuestra relación con el mundo, esta cabeza también se diferencia del resto del cuerpo, en primer lugar internamente a través de nuestro organismo encefálico. A menudo he subrayado el hecho de que el cerebro es tan pesado que aplastaría todo lo que hay debajo de él si no flotara en líquido cefalorraquídeo perdiendo así todo el peso que tendría un cuerpo formado por líquido cefalorraquídeo y que sería tan grande como el cerebro; de modo que el cerebro pierde peso, digamos, en la proporción de mil trescientos a mil cuatrocientos gramos por veinte gramos. Esto significa, sin embargo, que puesto que el hombre, en la medida en que se yergue sobre la tierra, tiene su peso natural, el cerebro queda relevado de estas proporciones de gravedad en las que naturalmente se asienta en el hombre, no en su absolutez, sino en que se asienta en el hombre. Pero incluso sin dirigirse a lo interior, si uno se dirige a lo exterior, se podría decir que toda la forma en que uno lleva la cabeza es en realidad tal que esta cabeza, al llevarla por el mundo, se comporta como un caballero o una dama sentados en un taxi. El taxi tiene que seguir moviéndose, pero mientras el taxi sigue moviéndose, el caballero o la dama en el taxi no hace ningún esfuerzo por llegar a ninguna parte. Nuestra cabeza está aproximadamente en la misma relación con nuestro organismo que el de una persona dentro de un taxi.. Se podrían mencionar muchas otras cosas. También nuestra cabeza está en cierto sentido apartada del resto de nuestra relación con el mundo. Esto se debe precisamente a que en nuestra cabeza tenemos, por así decirlo, en transformación física, aquello que nuestra alma experimentó junto con el resto de nuestro organismo en una vida anterior en la Tierra.
Si observamos en la cabeza los cuatro miembros principales del organismo humano, el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo, entonces para la cabeza sólo el yo es realmente el que posee cierta independencia. Los otros miembros han creado realmente su imagen en esta cabeza humana, en la organización física de la cabeza humana. También una vez les di una prueba bastante sorprendente de esto, y la daré aquí más reproduciendo una historia que puramente teórica. Pero ya he mencionado el asunto.
Ya se lo he comentado: Una vez participé, -hace ya muchos años-, cuando se fundó la Sociedad Giordano Bruno con ciertas premisas, en una conferencia que dio un auténtico y genuino materialista sobre el cerebro humano. Como auténtico materialista, esbozó naturalmente la estructura del cerebro y demostró que esta estructura del cerebro expresa básicamente la vida anímica. Puede hacerlo muy bien.
El presidente de esta asociación era un director de instituto que no era materialista, sino un auténtico filósofo Herbartiano. Para él, sólo existía la filosofía herbartiana. Decía que, como herbartiano, en realidad podía estar bastante satisfecho con las descripciones; sólo decía que no tomaba lo que la otra persona había registrado fuera de su genuino materialismo como materia del cerebro. Así que cuando dibujó partes del cerebro, conectando fibras y demás, el herbartiano aceptó el dibujo de muy buen grado. Le gustó mucho el dibujo, el herbartiano, que no era materialista, porque dijo que todo lo que tenía que hacer era dibujar complejos de imaginación para lo que el otro dibujaba partes del cerebro, y en lugar de las fibras cerebrales dibujaría fibras de asociación; entonces dibujaría algo espiritual, complejos de imaginación, donde el otro dibujaba partes del cerebro. Y donde el otro ha dibujado fibras cerebrales, él dibuja fibras de asociación; por ejemplo, esas estructuras que tan maravillosamente imaginó John Stuart Mill, que van de imaginación en imaginación. El alma hace girar todo tipo de cosas entre los complejos imaginarios completamente sin volición, automáticamente. Herbart también lo ilustra maravillosamente.
Pero en el dibujo, los dos podrían unirse bastante bien. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el cerebro humano es, de hecho, un reflejo extraordinariamente bueno de lo anímico-espiritual. Lo anímico-espiritual se expresa muy bien en el cerebro. Además, ha tenido tiempo de producir esta configuración anímico-espiritual durante todo el tiempo transcurrido entre la muerte y el nuevo nacimiento, que luego expresa maravillosamente la vida anímica en la escultura exterior del cerebro.
Si ahora pasamos de esta historia a la descripción de la psicología tal como la da Theodor Ziehen, por ejemplo, nos encontramos con que Theodor Ziehen también describe las partes del cerebro y demás de una forma tan materialista, y el conjunto causa una impresión extraordinariamente creíble. También es extraordinariamente concienzudo. En efecto, puede hacerlo. Si se observa la vida intelectual humana, la vida de la imaginación, se puede encontrar una huella muy precisa en el cerebro. Pero con una psicología así no se llega hasta el sentir, y menos hasta la voluntad. Si se observa una psicología como la de Ziehen, se verá que para él el sentir no es más que un énfasis emocional de la imaginación, y la voluntad real queda completamente fuera del enfoque psicológico. Esto no es posible porque tanto el sentir como la voluntad no están conectados de la misma manera con lo que ya se ha formado. El sentir está conectado con el sistema rítmico del ser humano; éste está todavía en pleno movimiento. Tiene su expresividad en los movimientos. Y la volición, que generalmente está conectada con lo que surge y desaparece plásticamente en el metabolismo, no puede exhibir tal expresividad como la que es posible para la imaginación. En resumen, tenemos algo en la vida de la imaginación o en la capacidad de imaginar en relación con el alma que se expresa plástica y pictóricamente en la cabeza, pero estamos dentro del cuerpo astral humano. Pues imaginando, toda esta actividad de imaginar pertenece al cuerpo astral humano. De modo que el cuerpo astral humano ya crea su imagen en la cabeza humana. Sólo el yo permanece como algo móvil. El cuerpo etérico ya tiene su imagen exacta en la cabeza humana, y el cuerpo físico aún más. En cambio, en el resto del organismo, por ejemplo en el organismo rítmico, el cuerpo astral como tal no está representado en absoluto, sino sólo el cuerpo etérico y el cuerpo físico. Y en el organismo metabólico sólo está representado el cuerpo físico.
Para resumir, ustedes pueden representarlo así: Al disponer de la cabeza, entonces se tiene en ella cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral, de modo que éstos tienen su representación en lo físico, de modo que se pueden comprobar realmente las representaciones en las formas físicas. No se puede comprender la cabeza humana de otra manera que no sea viendo realmente estas tres formas en la cabeza humana. Lo que es el yo todavía queda en una relación libre, (ver dibujo).
Si pasamos al resto del organismo humano, al del sistema respiratorio, por ejemplo, tenemos el cuerpo físico y el cuerpo etérico, que tienen sus representaciones en su interior. Pero el cuerpo astral y el yo no contienen sus representaciones, son hasta cierto punto libres. Y en el hombre metabólico tenemos el cuerpo físico como tal, y libres tenemos el yo, el cuerpo astral y el cuerpo etérico. Hay que distinguir entre estar representado y estar libre o atado. Por supuesto, no es que la cabeza humana no se base también en un cuerpo astral y en un cuerpo etérico. Estos, por supuesto, también impregnan la cabeza humana; pero no son libres dentro de ella, tienen su representación en el organismo. El cuerpo astral, en cambio, está libre en todo el sistema rítmico, especialmente en el aparato respiratorio. Es activo como tal. No se limita a cumplirlo, sino que es actualmente activo en su interior.
Ahora, tomemos dos cosas en conjunto. La primera es que podemos establecer una relación entre la memoria humana y el organismo a excepción de la cabeza, y que también debemos
El modo en que podemos recordar depende esencialmente de hasta qué punto podemos participar en las cosas en virtud de nuestro organismo corpóreo, sin que participe la cabeza, hasta qué punto podemos estar dentro de las cosas. Si somos personas de cabeza fuerte, comprenderemos muchas cosas, pero recordaremos pocas de tal manera que hayamos crecido junto con ellas. Yo diría que existe una relación significativa entre la facultad de sentir y la facultad de recordar. Pero al mismo tiempo vemos que el organismo humano, excepto la cabeza, se adhiere a ella en el comienzo de su desarrollo. Si tomamos la vida embrionaria, el ser humano es casi sólo una cabeza al principio. Los demás son protuberancias. Cuando el niño nace: ¡piensen en lo imperfecto que es en realidad el resto del organismo en relación con la cabeza! Pero se une a ella. Ya en la vida entre el nacimiento y la muerte, el resto del organismo cada vez se va pareciendo más al organismo de la cabeza, y esta semejanza se manifiesta especialmente en la aparición de los segundos dientes. Lo que el hombre tiene como primeros dientes, los llamados dientes de leche, -y esto puede demostrarse fácilmente anatómica y fisiológicamente, con sólo aplicar los métodos apropiados, es sin duda científico-espiritual los primeros dientes, los dientes de leche, están de hecho más fuera del organismo de la cabeza. En la otra dentición participa el ser humano completo. Los dientes que están más fuera del organismo de la cabeza son expulsados. El resto del cuero participa en la segunda dentición.
De hecho, los primeros dientes tienen una especie de representación en relación con lo físico y los segundos dientes en relación con la conceptualización y la memoria. Se podría decir que los dientes de leche se forman más a partir del organismo cefálico, como los conceptos, salvo que los conceptos se elevan naturalmente al nivel intelectual-espiritual; y los segundos dientes se toman más a partir del conjunto del organismo humano, como la memoria. Sólo hay que saber responder a esas sutiles diferencias en la organización humana.
Si consideras tal asunto, entonces te darás cuenta de cómo en realidad sólo puedes captar lo material en su formación, en su diseño -especialmente cuando llegas a lo orgánico- si lo captas desde el diseño espiritual. El verdadero materialista mira al hombre material, estudia al hombre material. Y el que mira la realidad, no sus prejuicios materialistas, ve en primer lugar esta cabeza humana en el niño formada a partir de lo suprasensible, pero formada a partir de la metamorfosis de la vida terrena anterior, y luego ve la otra, pero también formada a partir de lo espiritual, a partir de lo suprasensible de este mundo, unida al mundo en el que este niño está colocado ahora en esta vida terrena.
Es importante dirigir la atención justamente a esa visión; porque es importante que alguien no hable de manera abstracta del mundo material y del mundo espiritual, sino que adquiera una visión del surgimiento del mundo material a partir del mundo espiritual, por así decirlo de la semejanza del mundo espiritual en el mundo material. Pero no hay que detenerse en lo abstracto, sino ir a lo concreto. Hay que ser capaz de visualizar la diferencia entre la cabeza humana y el resto del organismo. Entonces se ve algo diferente en las formas de la cabeza humana, también en su surgimiento del mundo espiritual, de lo que se ve en el resto del organismo. Pues el resto del organismo está definitivamente unido a nosotros en una vida terrenal correspondiente, mientras que la formación de la cabeza la llevamos con nosotros ya en su formación como resultado de vidas terrenales anteriores. Cualquiera que considere esto verá cuán insensata es, por ejemplo, tal objeción a la antroposofía, como se volvió a plantear recientemente, -puede leerse en un reportaje en el número actual del Dreigliederzeitung-, en una discusión muniquesa sobre la antroposofía por parte de Eucken, a quien tanta gente honra a pesar de su filisteísmo feuilletonista. Eucken se opuso a la antroposofía por materialista, al plantear la insensata idea de que lo que se puede percibir es material. Por supuesto, cuando uno hace tal definición, entonces puede uno probar lo que quiera; sólo que uno está poco familiarizado con el método de prueba en general. Ciertamente, se trata de comprender que lo material, en su surgimiento de lo espiritual, puede ser visto como un testimonio del mundo espiritual. Pero si de nuevo, -y hoy sólo quiero llegar hasta este punto-, consideran cómo puede verse este desarrollo de la memoria en su relación con las demás fuerzas de crecimiento del ser humano, notarán una interacción entre lo que de otro modo se llama material y lo que se desarrolla como vida anímico-espiritual, especialmente en los últimos años de la vida, a partir del séptimo u octavo año.
En realidad, aquello que más tarde emerge en la fuerza de la memoria bajo una forma más abstracta-intelectualista, ha participado primero en el crecimiento. Es realmente la misma fuerza. Hay que aplicar la misma manera de verlo que se aplica, digamos, cuando hablamos de calor ligado y libre. El calor que se hace libre, que pasa de su estado latente a la libertad, se comporta exteriormente en el mundo físico como esa fuerza que luego emerge vivamente para la vida interior como el poder de la memoria y subyace a los fenómenos del crecimiento en los primeros años de la infancia. Es lo mismo que lo que subyace a los fenómenos de crecimiento en los primeros años de la infancia y que luego aparece más en su propia forma como el poder de la memoria.
Esto lo desarrollé con más detalle en el curso de otoño aquí en el Goetheanum. Pero a partir de esto se puede ver cómo precisamente de esta manera se puede encontrar una relación íntima entre lo anímico-espiritual y lo corporal-físico, cómo en el poder de la memoria tenemos algo que por un lado se nos presenta como anímico-espiritual, y por otro lado se nos presenta como una fuerza de crecimiento al aparecer en un contexto mundial diferente.
Se da exactamente el caso contrario cuando se considera la capacidad de amar de una persona. La capacidad de amar, que por un lado resulta estar ciertamente ligada a lo físico, puede a su vez considerarse como la función más espiritual, al igual que el poder de la memoria. De modo que, de hecho, -esto último lo explicaré con más detalle en conferencias posteriores-, en la memoria y en el amor hay algo en lo que, me gustaría decir, se puede ver la interacción de lo espiritual y lo físico de forma bastante experimentable, y también se puede relacionar con toda la relación del hombre con el mundo.
Ya hemos hecho esto en el caso de la memoria, relacionando la representación en imágenes con vidas terrenas anteriores, pero el poder de la memoria con la vida terrena actual. En conferencias posteriores veremos que podemos proceder de la misma manera con la fuerza del amor. Se puede mostrar cómo se desarrolla en la presente vida terrena, pero pasa a través de la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento a la próxima vida terrena, del mismo modo que es precisamente lo que actúa en la metamorfosis del resto del organismo humano extrafísico en la próxima vida terrena.
¿Por qué hacemos todas estas observaciones? Lo hacemos porque hoy necesitamos una forma de pasar de lo anímico-espiritual a lo físico-corporal. Dentro de lo anímico-espiritual experimentamos la moral, dentro de lo físico-corporal experimentamos la necesidad de la naturaleza. No hay puente entre los dos para la visión de hoy, si uno es honesto en ambas áreas. Y ayer llamé la atención sobre el hecho de que, debido a que tal puente no existe, la gente incluso distingue entre el llamado conocimiento genuino, que se relaciona con la causalidad natural, y el mero contenido de la fe, que se supone que se relaciona con el mundo moral, porque la causalidad natural, por un lado, y la vida anímico-espiritual, por el otro, se encuentran una al lado de la otra de forma desarticulada. Pero la cuestión es que para llegar a una conciencia humana plena necesitamos tender puentes entre una y otra.
Ante todo, es necesario considerar que el mundo moral no puede existir sin el establecimiento de la libertad, el mundo natural no puede existir sin la necesidad según la cual lo uno surge de lo otro. Básicamente, no podría haber ciencia en absoluto si no existiera esta necesidad. Si un fenómeno no surgiera necesariamente de otro en el contexto natural, si todo fuera arbitrario, entonces no podría haber ciencia. Al fin y al cabo, todo lo que no se puede conocer podría surgir de otra cosa, ¿no es así? Así que está claro: la ciencia existe inicialmente si sólo se quiere ver en ella cómo una cosa surge de otra, que una cosa surge de otra. Pero si esta causalidad natural es bastante general, entonces la libertad moral es imposible, entonces no puede existir. Pero la conciencia de esta libertad moral dentro de lo anímico-espiritual está presente en todo ser humano como un hecho directamente perceptible.
La contradicción entre lo que el hombre experimenta en su constitución anímica moral y en la causalidad de la naturaleza no es una contradicción lógica, sino una contradicción de la vida. Constantemente vamos por el mundo con esta contradicción. Forma parte de la vida. En efecto, si admitimos honestamente lo que hay, debemos decirnos: La causalidad natural, la necesidad, deben existir, y nosotros mismos pasamos por esta necesidad como seres humanos. Pero nuestra vida interior, anímico-espiritual, contradice esto. Somos conscientes de que podemos tomar decisiones, podemos seguir ideales morales que no nos vienen dados dentro de la causalidad natural. Esta es una contradicción que es una contradicción de la vida. Y quienes no pueden admitir que tales contradicciones son inherentes a la vida, sencillamente no captan la vida en su totalidad. Pero si lo planteamos así, es bastante abstracto. En el fondo, lo que tenemos de la vida es sólo un tipo de percepción. Vamos por la vida y nos sentimos constantemente en desacuerdo con la naturaleza externa. Parece como si fuéramos impotentes, como si tuviéramos que sentirnos en contradicción.
Estas contradicciones se pueden experimentar hoy en día en algunas personas, por ejemplo, de forma muy trágica. Por ejemplo, he conocido a una persona que en realidad se sentía completamente realizada por el hecho de que en el mundo existe una necesidad a la que el hombre también está integrado. Por supuesto, uno puede teóricamente admitir tal necesidad y no preocuparse mucho de ella con toda su persona; entonces uno simplemente pasa por el mundo como una trivialidad y no se llena de una tragedia interior. Pero, como ya he dicho, conocí a una persona que decía: «La necesidad está en todas partes, y los seres humanos estamos colocados en esta necesidad». No es diferente, porque la ciencia nos obliga a reconocer esta necesidad. Pero al mismo tiempo, esta necesidad hace que surjan burbujas en nosotros, burbujas que son espuma y que nos engañan haciéndonos creer que nuestras almas son libres. Debemos ver a través de esto, reconocer que son burbujas. Eso también es una necesidad.
Esta es la terrible ilusión del hombre. Este es el fundamento del pesimismo en la naturaleza humana. Quien tenga poca idea de lo profundamente que algo así puede obrar en el alma de una persona, no podrá empatizar con cómo la contradicción tan real de la vida puede hurgar en toda el alma humana e incluso llevar a la opinión de que vivir según la propia naturaleza es una desgracia. Sólo la irreflexión y la insensibilidad ante lo que la certeza científica, por un lado, y la certeza de la fe, por otro, quieren darnos hoy, impiden que las personas lleguen a tales tragedias de la vida interior. Porque en realidad, comparado con el posible estado de alma de la humanidad actual, esta tragedia vital sería el estado de alma dado.
Pero, ¿De dónde procede la incapacidad que conduce a semejante tragedia vital? Proviene del hecho de que durante siglos, como raza humana civilizada, nos hemos enredado en ciertas abstracciones, en un intelectualismo. Lo más que puede decir este intelectualismo es que la necesidad de la naturaleza nos engaña haciéndonos creer que tenemos un sentido de la libertad a través de extrañas direcciones. Pero esto no existe. Sólo existe en nuestras ideas. Somos impotentes ante la necesidad natural.
Surge la gran pregunta: ¿Somos realmente nosotros? - Y ahora se dan cuenta de cómo las charlas que llevo dando aquí desde hace semanas acaban todas con la pregunta: ¿Somos realmente nosotros? ¿Somos realmente tan impotentes ante esta contradicción? - Recuerden, como he dicho, que en la vida humana no sólo tenemos un desarrollo ascendente sino también descendente, que nuestra vida intelectual no está ligada a las fuerzas del crecimiento sino a las fuerzas de la muerte, al desarrollo moribundo, que necesitamos la muerte precisamente para desarrollar la inteligencia. Recuerden cómo les mostré hace unas semanas qué significado tiene que con determinadas afinidades y fuerzas de valor existentes en el mundo los elementos, en mi opinión carbono, oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, azufre, se combinen para formar la proteína; como les he mostrado, en qué se basa esta combinación, cómo se basa precisamente no en la quimización, sino en volverse caótica, y verán que todas estas consideraciones tienden a revelar lo que he indicado no sólo como una contradicción teórica, sino como un proceso de la naturaleza humana. No sólo estamos, al vivir como seres humanos, para experimentar tal contradicción, sino que nuestra vida interior es un proceso continuo de destrucción de lo que se desarrolla fuera en la naturaleza como causalidad natural. Disolvemos la causalidad de la naturaleza dentro de nosotros mismos como seres humanos. Lo que los procesos físicos y los procesos químicos representan en el exterior se desarrolla en nosotros a la inversa, se desarrolla en el otro lado. Naturalmente, esto sólo se nos aclara cuando consideramos el ser humano inferior y el superior, cuando consideramos lo que surge del metabolismo en el ser humano inferior en su desmecanización, desfisicalización, desquímica a través del ser humano superior. Si tratamos de captar la desmaterialización en el hombre, entonces no sólo tenemos dentro de nosotros una contradicción lógica, teórica, sino que tenemos el proceso real: tenemos dentro de nosotros el proceso del devenir y del desarrollo del hombre como aquello que en sí mismo lucha contra la causalidad natural, y la vida humana como tal, que consiste en el hecho de que es una lucha contra la causalidad natural. Y la expresión de esta lucha, la expresión de aquello que en nosotros disuelve continuamente la síntesis física, la síntesis química, la analiza de nuevo, la expresión de la vida analítica en nosotros se resume en el sentimiento: Soy libre.
Lo que acabo de presentarles en pocas palabras, es decir, la consideración del hombre en su proceso de devenir como un proceso de lucha contra la causalidad de la naturaleza, como una causalidad invertida de la naturaleza, es lo que queremos considerar aquí en las siguientes conferencias.
Traducido por J.Luelmo jun,2025
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