Comentarios críticos sobre los puntos de vista de la ciencia natural materialista sobre la evolución de la Tierra y sobre el concepto de Cristo en la teología materialista del siglo XIX. -
Por el contexto de algunas de las declaraciones que he hecho recientemente, junto con todo tipo de manifestaciones externas, podrán ver que nuestro movimiento antroposófico ha entrado en una etapa que requiere que todo individuo que desee participar en él, combine esta participación con un sentido muy serio de la responsabilidad. A menudo he hablado en este sentido. Sin embargo, no siempre se considera de forma exhaustiva el contexto del que se trata. Precisamente porque estamos dentro de nuestro movimiento, no debemos perder de vista los tiempos tremendamente graves en los que se encuentran actualmente la civilización europea y sus anexos americanos. Y aunque no dijéramos ni una cosa ni la otra por iniciativa propia, -aunque es absolutamente necesario decirlo-, cuál es la conexión entre los impulsos que provienen de la ciencia espiritual de orientación antroposófica, y los acontecimientos de la historia contemporánea: estos acontecimientos del presente se toparían con lo que estamos tratando y sin duda también se toparían con lo que está en nuestra línea sin nuestra intervención. La cuestión es que no deberíamos cerrar los ojos ante todo el significado de lo que implican tales palabras.
Es posible que a algunos amigos que antes no lo sabían les haya quedado claro, sobre todo por las explicaciones de ayer del Dr. Boos, lo necesaria y factual que es la idea de la triple articulación, en relación con todo lo que se pretende sobre la base de la ciencia espiritual de orientación antroposófica.
El devenir del mundo en la actualidad se asemeja a un organismo extraordinariamente complejo, y a partir de los más variados fenómenos, que deben ser observados con atención, queda claro qué rumbo está tomando este organismo. Hoy ocurren muchas cosas que a primera vista parecen insignificantes. Pero esta insignificancia, esta aparente insignificancia, significa a veces algo extraordinariamente incisivo e invasivo. A su vez, suceden cosas que muestran en el sentido más eminente lo extraordinariamente difícil que es pasar de las ideas, a las que estamos acostumbrados en el viejo mundo, a una visión adecuada a la actualidad.
En las noticias de los periódicos de los últimos días se puede ver que lo que emana de Dornach tiene un efecto en el mundo, que a veces es recibido por tal o cual persona, y que deberíamos tomarnos estos acontecimientos muy en serio. Deberíamos darnos cuenta de que, en el fondo, cada palabra que pronunciamos hoy debe ser considerada a fondo, y que las palabras importantes no deberían pronunciarse realmente sin la obligación de adquirir conocimientos sobre el curso general del mundo, que hoy es un organismo extraordinariamente complejo. En un futuro muy próximo, es a mí a quien corresponderá entrar en las cuestiones que se planteen aquí, pero hoy me gustaría comenzar señalando que precisamente, debido a los vínculos entre nuestro movimiento y el rumbo general del mundo, nos incumbe ante todo adquirir realmente una plena comprensión del hecho de que ya no debemos hacer funcionar nuestro movimiento de una manera en cierto modo sectaria. He hablado a menudo de ello. Hoy ha llegado ciertamente el momento en que debemos asumir cada colaborador particular, pero con la amplia responsabilidad plena de lo que representa en el espíritu de nuestro movimiento. Y esta responsabilidad debe organizarse de tal manera que esté vinculada a sentirse obligado a no decir nada que no parezca tener una conexión interna con el devenir general de los acontecimientos mundiales actuales. Lo que menos concuerda con los acontecimientos mundiales actuales es la actividad sectaria. Lo que hay que defender hoy debe poder defenderse ante el mundo entero y no debe tener un carácter sectario o diletante, independientemente de que se hable o se haga. No debemos rehuir navegar entre Escila y Caribdis, (dos monstruos marinos de la mitología griega).
Seguramente algunos se dirán a sí mismos y señalarán así a cierta Escila: ¿Cómo voy a informarme de lo que ocurre hoy, puesto que el curso de los acontecimientos se ha complicado tanto, puesto que hoy es tan difícil deducir el movimiento interno de los hechos a partir de los síntomas? Pero esto no debería, me gustaría decir, conducir a Caribdis, es decir, a la inactividad; más bien, debería conducir a la navegación correcta, es decir, a sentir la obligación de armonizarse lo mejor posible con el curso de los acontecimientos mundiales generales por todos los medios disponibles.
Ciertamente es más fácil decirse a uno mismo: Ahí está la antroposofía, la estoy aprendiendo; también voy a pensar un poco en su terreno, investigar una cosa u otra y luego la representaré ante el mundo. - Es precisamente esto lo que nos lleva al sectarismo, si queremos trabajar de esta manera, como acabo de indicar, simplemente sin mirar a la derecha ni a la izquierda, con los ojos cerrados, por así decirlo, a los grandes e importantes acontecimientos del presente. Nos incumbe estudiar el curso de los acontecimientos del presente y, sobre todo, basar este estudio en los juicios que pueden llegarnos a través de los hechos que se desprenden de la propia ciencia espiritual antroposófica.
Durante todos estos años se han recopilado aquí hechos con el fin de que el individuo pueda formarse un juicio a partir de ellos. Estos hechos no deben ser ignorados si uno quiere formarse un juicio sobre algo que está sucediendo hoy en día sobre la base de nuestras observaciones. Hoy quisiera hacer esta observación general y en un futuro próximo entraré en más detalles en este sentido.
Hoy me gustaría añadir algunas cosas a lo que dije aquí el domingo pasado sobre la naturaleza del organismo sensorial humano. Y quiero partir de la base de que les planteo una contradicción que ya he expresado en numerosas ocasiones en este mismo lugar. Hoy en día existe, sin que el gran público lo sepa, pero pensando en esta dirección, diría yo, la influencia del pensamiento científico por un lado, y por otro lado, en unos sigue existiendo una antigua creencia tradicional en los ideales morales o religiosos, en otros solo hay escepticismo, dudas en este sentido, en otros indiferencia, etc. Esta gran contradicción sacude y atraviesa hoy en día a toda la humanidad: ¿cómo se relaciona el curso necesario de los acontecimientos naturales con la validez de los ideales éticos, morales y religiosos?
Una vez más quiero mencionar lo que ya he expuesto ante muchos de ustedes: por un lado, tenemos una cosmovisión científica que cree poder determinar, a partir de sus hechos, el devenir del mundo, concretamente el devenir del mundo terrenal. Y aunque considere lo que dice como una hipótesis, esto se inculca en todo el pensamiento, en todo el sentir y en toda sensación de la humanidad. Nuestra existencia terrenal se atribuye a una especie de estado nebuloso. Por tanto se considera que todo lo que surgió de este estado nebuloso es fruto de una necesidad puramente natural, y se vaticina el estado final de nuestra existencia terrenal, basándose a su vez en leyes naturales rígidas y necesarias, formulando ideas sobre cómo perecerá esta Tierra.
Y al plantear tal visión, se tiene una idea básica que hoy en día se ha vuelto muy popular y que se enseña a los niños en la escuela; se tiene la idea básica de que la materia del universo, independientemente de si está compuesta por átomos o iones y similares, es indestructible, que, en cierto modo, la materia se concentró de alguna manera en el punto de partida de la formación de la Tierra, luego se transformó, se metamorfoseó, pero que, en el fondo, hoy existe la misma materia que existía al comienzo del desarrollo de la Tierra, y que la misma materia existirá al final del desarrollo de la Tierra, solo que concentrada de otra manera, que la materia es indestructible, que todo son solo transformaciones en la materia.
A esta visión se le ha añadido la de la llamada conservación de la energía, suponiendo una cierta suma de fuerzas al principio, imaginándolas transformándose y, en el fondo, imaginando la misma suma de fuerzas en el estado final de la Tierra. Solo unos pocos espíritus valientes se han rebelado contra esto. A menudo les he puesto como ejemplo típico a Herman Grimm, quien dijo: Se habla de un estado de neblina, de la esencia nebulosa de Kant-Laplace al comienzo de la existencia de la Tierra o del mundo; allí, mediante procesos puramente naturales, se habría formado todo lo que hay en nuestra Tierra, incluido el ser humano. Y luego se transformará hasta que finalmente vuelva a caer en forma de escoria en el sol. Herman Grimm opina que un hueso alrededor del cual corre un perro hambriento es una imagen más apetecible que esta teoría de Kant-Laplace sobre la existencia del mundo, y que a las generaciones futuras les resultará difícil comprender, desde el punto de vista cultural e histórico, cómo es posible que los siglos XIX y XX se hayan visto afectados por esta enfermedad de pensar así. Algunos espíritus valientes, como ya se ha dicho, se han rebelado contra estas cosas. Pero hoy en día se enseñan de tal manera que, cuando alguien se opone a ellas, si se trata de un Herman Grimm, se dice: «Bueno, un erudito en arte no tiene por qué entender nada de ciencias naturales». Y si lo dice otra persona que quiere entender algo de ciencias naturales, se le considera un tonto. Hoy en día, semejantes cosas se dan por sentadas y muy pocas personas son conscientes de la importancia que tiene este hecho. Si esta opinión tiene tan solo una pizca de verdad, entonces todo lo que se dice sobre los ideales morales y religiosos no tiene sentido, ya que estos ideales nacen en la mente de las personas y se elevan como burbujas. Los teóricos socialdemócratas los llaman ideología, para burlarse de las personas—, que solo han surgido de las transformaciones de la materia y desaparecerán cuando nuestra Tierra llegue a su estado final. Entonces, todo lo que imaginamos como ideales morales y religiosos no es más que una burbuja de espuma. Porque la realidad que exige la cosmovisión científica es tal que no permite una cosmovisión moral o religiosa, si se acepta esta cosmovisión científica tal y como la cree la mayoría de las personas. Por lo tanto, se trata de que el tiempo, que hoy está maduro por un lado, hace urgentemente necesario por otro lado que se obtenga una cosmovisión de fuentes completamente diferentes a las que tiene la educación actual.
Las únicas fuentes que permiten que una cosmovisión moral y religiosa coexista con la científica son las fuentes de las ciencias espirituales. Pero estas fuentes cientifico-espirituales deben buscarse allí donde hablan con total seriedad. A muchas personas de hoy en día les resulta difícil buscar estas fuentes. Prefieren ignorar la pura contradicción que hoy les he vuelto a plantear, porque no tienen el valor de enfrentarse a la cosmovisión científica. Se oye decir a quienes se consideran autoridades que la ley de la conservación de la materia y la energía está garantizada y que todo aquel que no se atenga a estas leyes es un diletante. Ante la enorme carga de la falsa autoridad que pesa hoy sobre la humanidad, no se tiene el valor de alejarse de esta autoridad y acudir a las fuentes de la ciencia espiritual.
Y también los hechos externos enseñan que la salvación del cristianismo, la salvación de una comprensión real del misterio del Gólgota, depende de la migración hacia las fuentes de la ciencia espiritual. El curso externo de los acontecimientos lo demuestra. Fíjense en los llamados teólogos avanzados, fíjense en lo que enseñan los representantes más avanzados del cristianismo. El materialismo también se ha apoderado de la religión. Ya no se puede comprender cómo el principio espiritual-divino, esbozado con el nombre de Cristo, se une con la personalidad humana de Jesús de Nazaret, porque esta unión solo puede conocerse hoy en día a partir de las fuentes de la ciencia espiritual.
Y así ha llegado a suceder que también la teología se ha vuelto materialista, hablando solo del «hombre sencillo de Nazaret», de un hombre que, aunque se dice que enseñaba cosas más grandiosas que otros, solo es considerado un maestro más grandioso, y no por la entidad que albergaba en su cuerpo. Y uno de los teólogos más importantes de la actualidad, Adolf Harnack, acuñó la frase: «No es Cristo, sino el Padre quien pertenece al Evangelio», es decir, el Evangelio no debe hablar de Cristo, porque teólogos como Harnack, en el fondo, ya no conocen a Cristo, sino solo al maestro de Nazaret. «¡Quieren aceptar la enseñanza de este hombre de Nazaret; la enseñanza del padre creador del mundo, que pertenece al Evangelio, pero no una enseñanza sobre el propio Cristo Jesús!».
Si no fuera por la influencia de las ciencias espirituales, el cristianismo seguiría sin duda por este camino de naturalización y materialización. A partir de lo que la humanidad ha heredado desde tiempos inmemoriales, no puede concebir de manera honesta la unión de la naturaleza divina y la naturaleza humana en Cristo Jesús. Para ello es necesario abrir nuevas fuentes de ciencia espiritual. Y necesitamos esta apertura para la vida religiosa; pero también la necesitamos para la reorganización de las relaciones sociales dentro de nuestra civilización, exigida por los acontecimientos de la época. Y, sobre todo, necesitamos una completa reorganización de la ciencia, una penetración de todas las ciencias con fuentes de las ciencias espirituales. Sin esto, no se puede seguir adelante. Y aquel que cree que no hay que preocuparse por el curso de la vida religiosa, por el curso de la vida social, por el curso de los acontecimientos públicos en el mundo civilizado, por el curso de los logros científicos, aquel que cree que se puede practicar la antroposofía en un aislamiento sectario ante cualquier círculo heterogéneo que luego se presenta como una suma de extraños dentro de este mundo, está cometiendo un grave error.
Todo lo que digo aquí se basa siempre en la responsabilidad hacia el curso general de los acontecimientos mundiales actuales. Cada frase, cada palabra se basa en esta responsabilidad. Debo mencionarlo porque no siempre se comprende con toda claridad. Si hoy se sigue hablando de misticismo de la misma manera que muchos lo hicieron a lo largo del siglo XIX, esto ya no está en consonancia con lo que el mundo exige hoy en día. Y el mero hecho de añadir el contenido de la doctrina antroposófica a lo que ocurre en el curso de los acontecimientos mundiales, tampoco estará en consonancia con las exigencias del presente. Recuerden cómo el problema, el enigma de la libertad humana, ocupa el centro de las reflexiones que cultivo desde hace décadas. Este problema de la libertad humana, debemos situarlo hoy en el centro de toda reflexión verdaderamente espiritual.
Debemos hacerlo por dos razones. En primer lugar, porque todo lo que se ha extraído de los antiguos misterios, todo lo que la ciencia iniciática de la antigüedad ha presentado al mundo, carece de una comprensión real del enigma de la libertad humana. Los maestros de los antiguos misterios transmitieron a la humanidad cosas grandiosas y poderosas. Hay cosas grandiosas y poderosas en las tradiciones míticas de los diferentes pueblos, que también pueden explicarse esotéricamente, aunque no como se suele hacer. Hay cosas grandiosas en las demás tradiciones que tienen su origen en la ciencia iniciática de la antigüedad, si se comprenden de la manera correcta. Pero en todo ello hay algo que falta, algo que no se encuentra en la ciencia iniciática de los antiguos misterios, ni en los mitos de los distintos pueblos, aunque se interpreten esotéricamente, ni en las tradiciones que se derivan de esta ciencia iniciática, y lo que falta es el enigma de la libertad humana.
Porque aquel que parte de una ciencia iniciática, de una iniciación del presente, que comprende cómo se sitúa la iniciación del presente junto a la iniciación del pasado, sabe que la humanidad, en su evolución sobre la Tierra, solo ahora está entrando en la etapa de la libertad real, y que simplemente antes no era necesario dar a la humanidad una ciencia iniciática que estuviera completamente impregnada del enigma de la libertad. Lo que encierra el enigma de la libertad, la situación en la que se encuentra el alma humana cuando se enfrenta al enigma de la libertad con total claridad, es algo que muy pocas personas intuyen hoy en día.
Toda ciencia iniciática debe recibir una nueva luz a través de este enigma de la libertad humana. Eso por un lado. Vemos cómo, desde tiempos antiguos, en continua sucesión, diría yo, se han formado sociedades secretas que, en parte, tienen una gran influencia en la vida actual, pero que se limitan a conservar lo antiguo, a imitar lo antiguo, a seguir actuando en el sentido de lo antiguo, y que, sin embargo, no son más que sombras de lo antiguo, que no son más que algo que, si actúa hoy, debe ser perjudicial para la humanidad.
Hay que comprender que incluso los misterios que en su día fueron los más grandes, si alguien quisiera enseñarlos hoy, serían perjudiciales para la humanidad. Nadie que comprenda la esencia de la iniciación actual puede enseñar como algo presente lo que en su día se enseñaba en los misterios egipcios, caldeos, indios e incluso griegos, que aún nos resultan tan cercanos. Pero, al fin y al cabo, todo lo que se ha enseñado hasta ahora sobre el cristianismo proviene de estas enseñanzas tradicionales. Y necesitamos comprender de nuevo el misterio del Gólgota a partir de una nueva enseñanza. Eso, como ya se ha dicho, por un lado.
Por el otro, vemos cómo se desarrollan los acontecimientos. Vemos cómo, desde lo más profundo del alma humana, surge el impulso por la libertad. Vemos cómo esta llamada a la libertad resuena en las aspiraciones humanas de los tiempos modernos. Sí, impregna esta aspiración, pero impregna también muchas otras aspiraciones humanas que no se comprenden claramente, que solo brotan de las profundidades del subconsciente y que deben ser penetradas con una comprensión clara. Se podría decir: ¡la humanidad ansía la libertad! La ciencia de la iniciación sabe que debe proporcionar una ciencia de la iniciación iluminada por la luz de la libertad.
Y estas dos cosas, esta aspiración de la humanidad y esta creación de una sabiduría iniciática, iluminada con la luz de la libertad, ambas cosas deben unirse. Deben unirse en todos los ámbitos. Por eso, hoy en día no se puede hablar de la cuestión social a partir de todas aquellas posibles fundamentaciones antiguas.
Hoy en día solo se puede hablar de ellos si se les considera a la luz de la ciencia espiritual. Esto es precisamente lo que le resulta tan difícil a la humanidad actual. ¿Por qué? Porque la humanidad aspira a la libertad, a la libertad de la individualidad, y con razón lo hace. Y digo con toda certeza: con razón. Los seres humanos ya no pueden actuar en el sentido del antiguo sistema de grupos con las almas grupales. Los seres humanos deben formar individualidades. Pero este anhelo de formar individualidades parece contradecir lo que nos dice la ciencia de la iniciación y lo que, por supuesto, primero debe venir de los individuos. El antiguo iniciado tenía medios y formas de elegir a sus discípulos, de transmitirles la sabiduría de la iniciación y también de conseguir reconocimiento para ellos y para sí mismo y su centro de misterios. El iniciado moderno no puede tener eso, porque sería necesario actuar desde ciertas fuerzas e impulsos del alma grupal, y eso hoy en día no es posible. Así se encuentra hoy la humanidad; cada uno quiere convertirse en un individuo desde el punto de vista en el que se encuentra. Por supuesto, no quiere escuchar lo que llega a través de los seres humanos como ciencia de la iniciación. Pero hasta que los seres humanos no comprendan que solo pueden convertirse en individuos asimilando el contenido de la ciencia de la iniciación a través de otros individuos humanos, la situación no podrá mejorar. Esto no solo tiene que ver con cuestiones ideológicas concretas, sino con el carácter fundamental de toda nuestra época y con las repercusiones de esta en los ámbitos espiritual, estatal y económico. La humanidad ansía la libertad. La ciencia de la iniciación quiere hablar de libertad. Sin embargo, en la etapa actual de desarrollo de la humanidad, solo hemos llegado al punto en el que la libertad puede comprenderse realmente mediante el sentido común. Hoy en día hay que comprender muchas cosas que pueden extraerse de nuestra literatura antroposófica y que yo quisiera resumir brevemente aquí desde ciertos puntos de vista. Hoy en día hay que comprender qué tipo de ser es el ser humano. Toda la charla abstracta sobre el monismo pasa por alto el verdadero monismo, que debe ser alcanzado después de haber pasado por muchas otras cosas, pero que no se puede proclamar desde el principio como una cosmovisión.
El ser humano es un ser dual. Por un lado está lo que podríamos llamar, -el término puede dar lugar a malentendidos, pero en nuestro idioma hay muy pocas palabras que expresen adecuadamente lo que realmente queremos decir desde el punto de vista de las ciencias espirituales-, la naturaleza inferior del ser humano, el organismo físico-corporal que constituye en primer lugar al ser humano. La última vez les describí este organismo físico-corporal en relación con la organización sensorial. Hoy dejaremos este tema de lado y volveremos a él mañana. Pero todos aquellos de ustedes que hayan seguido en cierta medida la literatura antroposófica, tienen una idea de este organismo físico-corporal del ser humano y también de que está relacionado con lo que en primer lugar es nuestro entorno. Lo que constituye el mundo exterior, lo que vive en los reinos mineral, vegetal y animal, también forma parte de la constitución física y corporal de los seres humanos. Somos una especie de resumen, elevado a un nivel superior, y se podría decir, de manera figurativa, que somos la cúspide de la creación. Pero, desde el punto de vista físico-corporal, somos una confluencia de las fuerzas y sustancias que actúan más allá de nosotros y que se nos presentan a través de nuestras percepciones sensoriales.
Luego tenemos nuestra vida interior. Tenemos nuestra voluntad, nuestro sentir, nuestro pensar, nuestra imaginación. Cuando nos concentramos en nosotros mismos, podemos prestar atención a esta voluntad, este sentir, este pensar que hay en nosotros, y podemos impregnar esta voluntad, este sentir y este pensar con lo que llamamos nuestros ideales religiosos, morales y de otro tipo. Así llegamos a algo que se puede llamar, -aunque esto también puede dar lugar a malentendidos, pero es necesario utilizar esta palabra-, el ser humano espiritual y anímico. No se puede entender si no se dirige la mirada del alma, por un lado, a este ser humano espiritual y anímico y, por otro, al ser humano físico y corporal. Pero es necesario que, ya sea mediante un seguimiento verdaderamente imparcial de los hechos de la naturaleza, ya sea mediante la profundización en las ciencias espirituales, es necesario que uno tome conciencia de que este organismo físico-corporal no está realmente presente en lo que cualquier ciencia humana, tal y como existe hoy en día en el mundo exotérico, puede abarcar. Si tuviera que aclararlo esquemáticamente mediante un dibujo, diría lo siguiente: si resumo todo lo que es la organización física humana y lo que está relacionado con todo el entorno (véase el dibujo, en rojo), esto llega hasta cierto
punto, -quiero dibujarlo aquí con una línea-, y se diferencia claramente, a pesar de todas las objeciones psicológicas diletantes modernas, se diferencia claramente de lo que se puede llamar la naturaleza espiritual y anímica del ser humano (amarillo), que a su vez está relacionada con un mundo espiritual y anímico, con un mundo que a la humanidad actual le parece muy abstracto, porque solo lo concibe en el sentido de los ideales abstractos morales o religiosos, que también se han convertido cada vez más en conceptos abstractos. Sin embargo, frente a ambos miembros de la naturaleza humana hay que decir: lo que hoy se considera ciencia no abarca ni la naturaleza física y corporal ni la naturaleza espiritual y anímica del ser humano. La naturaleza física y corporal del ser humano no se puede reconocer. Lean las razones por las que no se puede reconocer en mi pequeño librito «A través del espíritu hacia el conocimiento real del enigma humano». Si el ser humano pudiera verse a sí mismo en una introspección, es decir, si pudiera mirar hasta el fondo de lo que realmente ocurre en su interior, entonces podría ver exactamente lo que ocurre en su interior, en el sentido en que la ciencia actual entiende por «ver exactamente». Pero entonces el ser humano no podría ser el ser que es hoy, porque no podría tener memoria, no tendría capacidad de recordar. Al observar el mundo, las imágenes del mundo permanecen en nosotros como recuerdos, es decir, las impresiones del mundo solo llegan hasta este límite (véase el dibujo, flechas) y allí rebotan en el alma, y las recordamos. Y lo que rebota en nosotros mismos en la memoria nos oculta el interior físico y corporal del ser humano. No podemos mirar dentro, porque si pudiéramos hacerlo, cada impresión sería solo una impresión momentánea. No quedaría más que un recuerdo. Solo porque esta frontera se comporta aquí igual que lo hace un espejo, -tampoco podemos mirar detrás del espejo, sino que las impresiones nos son devueltas-, no podemos mirar dentro de nosotros mismos, las impresiones nos son devueltas si no ascendemos a la ciencia espiritual. Y si no nos devolvieran, tampoco tendríamos en la vida cotidiana las impresiones devueltas del recuerdo. Como seres humanos, debemos estar organizados en la vida de tal manera que tengamos recuerdos. Pero esto nos impide acceder a nuestra organización física y corporal. Al igual que no se puede ver a través del espejo lo que hay detrás de él, tampoco se puede ver, en cierto modo, detrás del espejo de la memoria o debajo de él, lo que es la organización física y corporal del ser humano.Y solo cuando los métodos de las ciencias espirituales rompen ese espejo, de modo que, -como ya he dicho en conferencias públicas- no se apela a la memoria, sino que se trabaja sin recuerdos y siempre con nuevas impresiones, solo entonces se llega a lo físico-anímico, a su verdadera forma.
Lo mismo ocurre en el otro sentido. Si pudiéramos ver con nuestra capacidad cognitiva cotidiana lo espiritual-anímico, que el domingo pasado les mostré que está detrás de lo sensorial, -no hay átomos ni moléculas detrás, sino que lo espiritual-anímico está realmente detrás-, si pudiéramos ver esto, en cierto modo no nos topamos con los límites de la ciencia natural, entonces no tendríamos en nosotros lo que necesitamos para la vida humana, lo que debemos educar aquí entre el nacimiento y la muerte, entonces no tendríamos en nosotros la capacidad de amar. La capacidad de amar se educa en nosotros porque, en primer lugar, en esta vida entre el nacimiento y la muerte, si no avanzamos hacia la ciencia espiritual, tenemos que renunciar a ver a través del velo de los sentidos, a mirar dentro del mundo espiritual. Y solo podemos tener memoria si renunciamos a mirar dentro de lo físico-corporal, lo cual nos expone a dos grandes engaños. Los seguidores dogmáticos de la visión científica del mundo están sujetos a un engaño. No escuchan la ciencia de la iniciación ni se dan cuenta, tal como se lo expliqué a ustedes el domingo pasado, de que detrás del velo de los sentidos no hay materia, ni sustancia, ni lo que la ciencia natural llama fuerza, sino un ser completamente espiritual. Aún hoy debo subrayar con toda agudeza lo que subrayé en mi comentario sobre el tercer volumen de los escritos científicos de Goethe, sobre la «Teoría de los colores» de Goethe. Ahí fuera está el tapiz de colores del mundo, ahí fuera está el rojo y el azul y el verde, y ahí fuera están las demás sensaciones. Detrás de ellas no hay átomos, ni moléculas, sino entidades espirituales. Lo que estas entidades espirituales hacen aflorar a la superficie vive en el tapiz de colores del mundo, en el tapiz de sonidos del mundo, en el tapiz de calor del mundo y en todas las demás sensaciones que el mundo nos transmite.
Pero aquellos que hoy son seguidores dogmáticos de la visión científica del mundo no ven a través de esto. No quieren escuchar a la ciencia iniciática. La consecuencia es que empiezan a especular sobre lo que hay detrás de los colores, el calor, etc., y llegan a una construcción material del mundo. Esto es siempre sólo especulación, por muy bien fundamentada que parezca, igual que la moderna teoría de los iones, y más allá del mundo sensorial no hay que especular, sólo se pueden tener experiencias más allá del mundo sensorial a través de un mundo superior, espiritual, de lo contrario hay que detenerse en los fenómenos. El mundo de los sentidos es una suma de fenómenos y debe entenderse como una suma de fenómenos.
Así, hoy se nos transmite una imagen de la naturaleza que luego se extiende más allá del estado inicial, más allá del estado final de la tierra, esa imagen de la naturaleza que excluye una visión moral y religiosa del mundo para el pensador honesto.
En el otro extremo están los que ahora miran hacia dentro. Suelen detenerse en lo que se refleja. La persona corriente en la vida cotidiana percibe los efectos de la memoria, me gustaría decir, recuerda lo que vivió ayer y anteayer, aunque ayer y anteayer hayan sido hace años. La persona que ahora se convierte en mística saca entonces a la superficie todo tipo de cosas de su interior y las fundamenta con todo tipo de bellas palabras y teorías místicas. Pero no es otra cosa que lo que insinué aquí el otro día, no es otra cosa que la ebullición y el burbujeo de la vida orgánica dentro del ser humano. Porque si se penetra en este espejo, no se llega a lo que Meister Eckhart o Johannes Tauler, por ejemplo, tienen en su mística, sino que se llega a procesos orgánicos de los que el mundo actual tiene poca idea. Y lo que se explica con tan bellas palabras místicas se relaciona con estos procesos orgánicos de la misma manera que la llama se relaciona con el combustible de una vela: es el producto de estos procesos orgánicos. El misticismo de Juan de la Cruz, Matilde de Magdeburgo, Johannes Tauler y Meister Eckhart es hermoso, pero es sólo lo que burbujea de la vida orgánica y sólo se describe en formas abstractas porque no vemos cómo está activa esta vida orgánica. Uno no llega a conocer la vida espiritual si primero no llega a conocer esta vida orgánica. No puede llegar a ser un científico espiritual en el verdadero sentido de la palabra quien reinterpreta la vida orgánica burbujeante interiormente como misticismo. Ciertamente son bellas palabras las que se pronuncian. Pero cuando uno habla de estas cosas, debe ser capaz de situarse desde un punto de vista completamente diferente al del mundo exterior. No hay por qué adoptar el punto de vista humanamente arrogante diciendo: La vida orgánica interna es sólo vida inferior. - No se convierte en superior por el mero hecho de etiquetar su efecto como misticismo, sino que uno es conducido a la vida espiritual, precisamente al ver a través de esta vida orgánica en sus efectos orgánicos, al saber que cuanto más se profundiza en la naturaleza individual del hombre, más se distancia uno de lo espiritual, no se acerca a ello. Uno sólo se acerca a lo espiritual de una manera espiritual-científica, no entrando en uno mismo. Si se introduce uno en sí mismo, entonces tiene la tarea de investigar cómo se produce el misticismo a través de la interacción del corazón, el hígado y los riñones, porque eso es lo que hace.
A menudo he señalado esto como la tragedia del materialismo moderno, que este materialismo moderno es incapaz en última instancia de reconocer los efectos materiales, que ni siquiera llega hasta los efectos materiales. Hoy no tenemos ni una verdadera ciencia natural ni una verdadera psicología, porque una verdadera ciencia natural conduce al espíritu, y una psicología que progresa en el sentido que hoy queremos, conduce a la comprensión del corazón, del hígado y de los riñones y no a las cosas abstractas de las que habla la psicología diletante de hoy. Porque lo que hoy se suele llamar voluntad, sentir, pensar son palabras abstractas, a la gente le faltan las cosas concretas. Y es fácil acusar de materialismo incluso a la ciencia espiritual verdaderamente seria, porque lleva precisamente a la esencia de lo material para guiar hacia lo espiritual.
El verdadero espiritualismo tendrá que revelar la esencia de la materia. Entonces podrá mostrar cómo actúa el espíritu en la materia. Esto debe tomarse muy en serio: La ciencia espiritual no debe centrarse en la mera lógica de la cognición, sino en la cognición como acto. En el conocimiento hay que hacer algo. Lo que tiene lugar en el conocimiento debe intervenir en el devenir de los acontecimientos del mundo. Debe ser algo real. Esto es precisamente lo que me esforcé en señalar el domingo pasado y en los días precedentes. La cuestión es, que uno se dé cuenta de esto: El espíritu como tal debe entenderse como un hecho, no debe formarse una teoría del espíritu. Las teorías deben estar ahí para conducir a una percepción viva del espíritu. Por esta razón es necesario que se hable tan a menudo paradójicamente del verdadero científico espiritual. Cuando hoy se habla de verdadera ciencia espiritual, no puede seguirse haciendo uso de fórmulas comunes, pues de lo contrario se llega a lo que ha conducido una teosofía perniciosa, que habla de todos los miembros posibles de la naturaleza humana, del ser humano físico, del ser humano etérico, del ser humano astral; pero esto sólo se «atenúa». El ser humano físico es denso, el etérico es más tenue, el astral es aún más tenue, luego el cuerpo mental mucho mas tenue, y se
Y hay que decirlo, -mañana este asunto nos resultará aún más claro-, de la manera siguiente: Si, por un lado, tomamos a un hombre que es completamente materialista, que, digamos, seducido por el materialismo del presente, no puede elevarse a la concepción de un ser espiritual, que por ser completamente materialista en teoría, considera todo lo que se dice sobre un ser espiritual como una tontería, pero lo que dice sobre la materia, supongamos que es espiritual, que es algo que realmente afectaría a la materia, entonces el hombre tendría espíritu. En efecto, representaría el materialismo a través de su espíritu, pero tendría espíritu.
Tomemos a otro que se haya inscrito en alguna sociedad teosófica y adopte el punto de vista de que existe el cuerpo físico, luego un poco más tenue el cuerpo etérico, más tenue aún el cuerpo astral, más tenue aún el cuerpo mental y así sucesivamente. No se necesita mucho espíritu para decir eso. Se puede tener poco espíritu y sostener tal teoría. Básicamente sólo se representa un mundo espiritual como mentira, porque en realidad sólo se representa un mundo material que se describe en términos espirituales.
El que realmente va al espíritu ¿Dónde acudirá en busca de espíritu? ¿Con el teórico materialista que tiene el espíritu, sólo de una manera que es lógica?, o ¿Con el que hace afirmaciones correctas, por así decirlo, pero sólo habla de materia en sus palabras? - El verdadero espiritualista hablará de espíritu con el primero, con el que representa una visión materialista del mundo, porque allí puede estar presente el espíritu, mientras que cuando representa una visión espiritual, no necesita estar presente. Y lo que importa es que el espíritu actúe, no que se hable del espíritu.
Sólo quería decirlo hoy para explicar algunas cosas que parecen paradójicas. El materialista espiritual puede estar más lleno del espíritu que el que defiende una teoría espiritual si la defiende de una manera carente de espíritu. Con la verdadera ciencia espiritual, cesa la posibilidad de discutir meramente de forma lógica sobre las visiones del mundo. Aquí comienza la necesidad de captar el espíritu en su realidad. Esto no puede hacerse sin antes darse cuenta de conceptos preliminares, como aquellos de los que hemos hablado hoy y de los que seguiremos hablando mañana.
Traducido por J.Luelmo jun,2025
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