GA205 Dornach, 8 de julio de 1921 - El hombre como ser Pensante -

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RUDOLF STEINER
DEVENIR HUMANO, ALMA DEL MUNDO Y ESPÍRITU DEL MUNDO (I)

 El hombre como ser Pensante -

Dornach, 8 de julio de 1921

octava conferencia

Hoy, como preparación para las dos próximas reflexiones, queremos recordar algunas cosas sobre la naturaleza del hombre, en la medida en que el hombre es un ser pensante. Precisamente esta característica del hombre, la de ser un ser pensante, es la que hoy en día se juzga mal científicamente, interpretada de un modo completamente erróneo. Se piensa que los pensamientos, tal como los experimenta el hombre, surgen en el hombre, que el hombre es, por así decirlo, el portador de los pensamientos. No es de extrañar que se sostenga este punto de vista, pues la esencia del hombre en realidad sólo es accesible a una observación más minuciosa. Es precisamente esta esencia humana la que elude la observación más burda.

Si consideramos al hombre como un ser pensante, es porque en el estado de vigilia, desde que se despierta hasta que se duerme, percibimos que acompaña sus otras experiencias con pensamientos, con el contenido de su pensar. Estas experiencias de pensamiento se nos presentan como si de alguna manera surgieran dentro del ser humano y como si cesaran en cierto modo durante el tiempo que transcurre entre el dormirse y el despertarse, es decir, durante el estado dormido. Y como uno es de la opinión de que las experiencias de pensamiento sólo están ahí para el ser humano mientras está despierto, pero se pierden mientras duerme en alguna cosa indeterminada sobre la que uno no intenta obtener más aclaraciones y uno se imagina el asunto de esta manera, uno no puede aclarar realmente al ser humano como un ser pensante. Una observación más precisa, que todavía no avanza mucho en la región que he esbozado en mi libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?», muestra que la vida del pensar no es en absoluto la cosa simple que uno suele imaginarse que es. 

Sólo tenemos que comparar primero esta vida pensante ordinaria, la vida pensante burda de la que es consciente todo aquel que observa al ser humano entre la vigilia y el dormirse, equiparándola con un elemento que es problemático para la conciencia ordinaria, el elemento del sueño.

Habitualmente, cuando hablamos de sueños, no nos referimos realmente a otra cosa que a una descripción genérica del soñar. Se compara el estado del sueño con el estado del pensamiento despierto y se encuentra que en el sueño hay conexiones arbitrarias de pensamiento, como se diría, que las imágenes se encadenan sin que tal conexión sea perceptible en este encadenamiento como es perceptible en el mundo exterior del ser. O también se relaciona lo que ocurre en el sueño con el mundo sensorial exterior, se ve cómo sobresale, por así decirlo, cómo no está integrado en los procesos del mundo sensorial exterior en términos de inicio y final.

Ciertamente, se adentra uno hasta estas observaciones, y con respecto a ellas hay, en efecto, bellos resultados. Pero de lo que uno no se da cuenta es de que, en primer lugar, si el hombre se permite un poco, podría decir, un toque de contemplación, se deja ir un poco y deja correr libremente sus pensamientos, puede entonces percibir cómo algo no muy distinto del sueño se mezcla en este curso ordinario del pensamiento, que sigue el curso exterior de los acontecimientos, incluso cuando estamos despiertos. Ya se puede decir:

Desde que nos despertamos hasta que nos dormimos, -mientras nos esforzamos por adaptar nuestra vida de pensamiento a las circunstancias externas en las que estamos imbricados-, tiene lugar una ensoñación indefinida. Puede parecernos como si hubiera dos corrientes: la corriente superior, que controlamos con nuestro arbitrio, y una corriente inferior, que en realidad discurre del mismo modo que discurren los propios sueños en su sucesión de imágenes. Ciertamente, si se quiere percibir lo que estoy diciendo ahora, hay que entregarse un poco a la vida interior. Pero está siempre presente. Siempre notarán que hay una corriente subterránea. Los pensamientos se arremolinan unos en otros tan vívidamente como se arremolinan en los sueños, las cosas más coloridas se encadenan. Hay reminiscencias de todo tipo de cosas que, al igual que el sueño, evocan otros pensamientos tras el mero sonido de la palabra, conectan con ellos. Y las personas que se dejan llevar hacia dentro, las personas que se sienten demasiado cómodas para adaptar sus pensamientos a las circunstancias externas, pueden notar cómo hay un esfuerzo interior por entregarse a esos sueños de vigilia.

Este soñar despierto sólo difiere del soñar ordinario en que las imágenes están más difuminadas, en que las imágenes son más parecidas a la imaginación. Pero con respecto a la relación mutua de estas imágenes, este soñar despierto no difiere en absoluto del llamado soñar real. Hay, en efecto, todos los grados de personas, desde las que ni siquiera se dan cuenta de que tal soñar despierto está presente en el trasfondo de su conciencia, que dejan así que sus pensamientos discurran en la línea de los acontecimientos externos, hasta las que se entregan al soñar despierto y permiten que discurra por su conciencia como, quisiera decir, los pensamientos quieren allí entretejerse y entrelazarse. Hay todos los grados de naturalezas humanas, desde tales naturalezas soñadoras, como también se las llama, hasta las que son naturalezas bastante secas, que no aceptan nada más que lo que corresponde exactamente a algún curso de los hechos. Y tenemos que decir que una gran parte de lo que fecunda a las personas artísticamente, poéticamente, etc., proviene de esta corriente subterránea de soñar despierto durante el día.

Esa es una cara de la cuestión. Hay que tenerla en cuenta. Entonces sabríamos que, en realidad, en nuestro interior se produce una ensoñación ondulante constante, que sólo podemos domar a través de nuestro contacto con el mundo exterior. Y entonces sabríamos también que esencialmente la voluntad es la que se adapta al mundo exterior y la que aporta sistema, coherencia, lógica al amasijo interno de pensamientos que, de otro modo, discurriría aleatoriamente. Es la voluntad la que introduce la lógica en nuestro pensar. Pero, como ya he dicho, eso es sólo una parte.

La otra cara de la cuestión es ésta: Aquí también se puede notar y observar, -tan pronto como uno entra en esas regiones que he descrito en mi libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?»-, cómo, al despertar, uno se trae algo consigo del estado en que nos encontrábamos desde que nos dormimos hasta que nos despertamos. Y con sólo añadir algunas cosas a lo que se percibe allí, entonces se podrá notar muy claramente cómo uno se despierta desde un mar de pensamientos, por así decirlo, cuando se despierta. No se despierta uno desde lo indeterminado, desde la oscuridad por así decirlo, sino que en realidad se despierta uno desde un mar de pensamientos, pensamientos que, sin embargo, dan la impresión de haber sido muy, muy definidos mientras se dormía, pero que no se pueden retener cuando se entra en el estado de vigilia.

Y si uno continúa tales observaciones, podrá darse cuenta de que estos pensamientos, que uno trae consigo desde el estado dormido, por así decirlo, son muy similares a las ideas, las invenciones que tenemos con respecto a algo que se supone que debemos hacer en el mundo exterior, que incluso estos pensamientos, que traemos con nosotros cuando nos despertamos, son muy similares a las intuiciones morales, como las he llamado en mi «Filosofía de la Libertad».

Mientras que con el primer tipo de maraña de pensamientos, que hasta cierto punto corre como una corriente subterránea de nuestra conciencia clara, siempre tenemos la sensación de que nos enfrentamos a nosotros mismos con nuestros soñar despiertos, de que algo bulle y burbujea en nuestro interior, no podemos decir lo mismo con lo que he descrito en último término. En el caso de éstos últimos, más bien debemos decirnos: Cuando despertamos y volvemos a nuestro cuerpo y al uso de nuestro cuerpo, no somos capaces de aferrarnos a aquello en lo que hemos vivido pensando desde que nos dormimos hasta que despertamos.

Quienquiera que se dé cuenta de estos dos lados de la vida humana dejará de considerar los pensamientos sólo como algo que, por así decirlo, es producido en el organismo humano. Porque, en particular, aquello que antes describí, a partir de lo cual nos levantamos al despertar, no podemos considerarlo directamente como un producto del organismo humano como tal, sino que sólo podemos considerarlo como algo que experimentamos entre el dormir y el despertar, cuando nos desprendemos de nuestro cuerpo con nuestro yo y con nuestro cuerpo astral.

¿Dónde nos encontramos en ese momento? Esta pregunta debe hacerse primero. Estamos con nuestro yo y nuestro cuerpo astral fuera de nuestro cuerpo físico y etérico. Una simple consideración, a la que uno no puede sustraerse en absoluto si sólo se entrega a la vida imparcialmente, debe decirnos: Estamos en eso que se nos aparece cuando dirigimos nuestros sentidos hacia el mundo exterior, como el velo sensorial del mundo, como todo aquello que las cualidades sensoriales nos presentan, estamos en eso cuando estamos fuera de nosotros mismos. Sólo entonces la conciencia deja de existir para la vida ordinaria. Y cuando despertamos de este estado por la mañana, sentimos por qué se extingue la conciencia. Entonces nos sentimos débiles en nuestro cuerpo, demasiado débiles para sostener en él lo que hemos experimentado desde que nos dormimos hasta que nos despertamos. Al sumergirse nuestro yo y nuestro cuerpo astral en los cuerpos físico y etérico, no pueden aferrarse a lo que han experimentado allí. Y al participar en las experiencias que se hacen a través del cuerpo, lo que se experimenta desde que se duerme hasta que se despierta queda anulado para ellos. Y como ya he dicho, sólo cuando tenemos intuiciones que se refieren al mundo exterior, o incluso cuando tenemos intuiciones morales, experimentamos algo parecido a lo que debe parecernos por observación directa aquello en lo que vivimos entre el dormir y el despertar.

Si lo vemos así, obtenemos un contraste muy claro entre nuestros mundos interior y exterior. En cierto sentido, esto también arroja luz sobre la afirmación que hacemos a menudo de que el mundo exterior, tal y como se nos presenta desde que nos despertamos hasta que nos dormimos, es una especie de ilusión, una especie de maya. Porque en este mundo, que nos muestra su exterior, es donde estamos cuando no estamos en nuestro cuerpo, sino cuando estamos fuera de nuestro cuerpo. Entonces nos sumergimos en el mundo que, por otra parte, sólo percibimos a través de nuestra revelación sensorial. De modo que tenemos que decirnos a nosotros mismos, este mundo, que percibimos a través de nuestra revelación sensorial, tiene subterráneos, subterráneos que contienen realmente sus causas, sus esencias. Y somos demasiado débiles en nuestra conciencia ordinaria para percibir estas causas y estas esencias directamente.

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Sin embargo, la observación imparcial ya arroja algo que llega muy lejos en las regiones descritas en «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?»; la observación imparcial ya arroja aquello que puedo representar esquemáticamente de la siguiente manera. Si quiero representar la vida ordinaria del pensar, lo haré dejando que abarque todo lo que una persona experimenta en sus pensamientos interiores desde que se despierta hasta que se duerme, basándome en sus percepciones exteriores o también basándome en su dolor físico, sensaciones físicas de placer y así sucesivamente. Así que lo que se experimenta mentalmente en la conciencia ordinaria, me gustaría ilustrarlo esquemáticamente así (ver trazo, blanco pizarra 1). Debajo de esto, como un sueño despierto, se teje y vive, no sujeto a las leyes de la lógica, lo que he representado primero (rojo abajo). Por otra parte, cuando pasamos al mundo exterior entre que nos dormimos y nos despertamos, vivimos, como podemos percibir en la reminiscencia después de despertarnos, de nuevo en un mundo de pensamiento, pero de pensamientos que nos absorben, que no están dentro de nosotros, de los cuales salimos al despertarnos (rojo exterior pizarra 1). De modo que mediante nuestro pensar ordinario hemos separado, por así decirlo, dos mundos de pensamientos: un mundo interior de pensamientos y un mundo exterior de pensamientos, un mundo de pensamientos que llena el cosmos que nos acoge cuando nos dormimos. Podemos llamar a este último mundo de pensamientos el mundo cósmico de pensamientos. El primero es cualquier mundo de pensamientos; lo trataremos con más detalle en el transcurso de estos días.

Por consiguiente, nos vemos, por así decirlo, con nuestro mundo ordinario de pensamientos, situados en un mundo general de pensamientos, que se mantiene separado como por una frontera, y del cual una parte está dentro de nosotros y otra parte fuera de nosotros. La parte que está dentro de nosotros se nos aparece muy claramente como una especie de sueño. En el fondo de nuestra alma hay siempre una red caótica de pensamientos, podríamos decir, algo que no está impregnado de lógica. Pero este mundo exterior de pensamientos, sí, la conciencia ordinaria no puede percibirlo. Así pues, de la observación directa, de la experiencia directa, la naturaleza de este mundo exterior del pensamiento sólo puede revelar la visión espiritual real, que entonces ya se adentra más profundamente en las regiones descritas en «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?». Pero entonces también resulta que este mundo del pensamiento en el que nos sumergimos entre el dormir y el despertar es un mundo del pensamiento que no sólo es tan lógico como lo es nuestro mundo ordinario del pensamiento, sino que contiene una lógica mucho más elevada. Para que no se malinterprete la expresión, me gustaría llamar a este mundo del pensamiento un mundo superlógico del pensamiento. Yo diría que está situado por encima de la lógica ordinaria en la misma medida en que nuestro mundo onírico, nuestro mundo onírico de vigilia, está situado por debajo de la lógica.

Como he dicho, esto sólo puede comprenderse mediante la observación espiritual. Pero existe otra manera mediante la cual se puede controlar esta observación espiritual en este punto. Es evidente para ustedes que la conciencia ordinaria no puede sumergirse en ciertas regiones del propio organismo. De esto he hablado mucho en conferencias recientes. Allí les decía que debido a que tenemos nuestra memoria, nuestra capacidad de recordar, para la conciencia ordinaria tenemos, por así decirlo, una piel hacia adentro, hacia nuestros órganos internos. No podemos observar directamente mediante la visión interna cuáles son los órganos internos, los pulmones, el hígado, etcétera. Pero también les decía que fantasear sobre el mundo interior y hablar como lo hacía Santa Teresa o Matilde de Magdeburgo, no es mas que un falso misticismo, un misticismo nebuloso, que encuentran todo tipo de bellas imágenes poéticas, -cuya belleza no se discute-, pero que no son más que efluvios orgánicos. Si uno no se entrega a este misticismo nebuloso, sino a la verdadera investigación espiritual, precisamente entonces llega al conocimiento de los órganos cuando penetra en el interior del ser humano. Uno ve espiritualmente el significado de los pulmones, el hígado, los riñones, etc., uno penetra espiritualmente en la película de la memoria y llega a una visión interna del ser humano. Pero esto es algo que no puede lograrse con la conciencia ordinaria. Con la conciencia ordinaria sólo es posible observar externamente a través de la anatomía cómo aparecen los órganos cuando se consideran como pertenecientes al mundo físico y mineral ordinario. Pero observar interiormente qué fuerzas los impregnan, qué los impregna, qué es lo que actúa en ellos, cosas como las que les he descrito en los últimos días, requiere una percepción espiritual verdaderamente desarrollada.

De modo que en el ser humano existe algo que no puede alcanzarse con la conciencia ordinaria. ¿Por qué no puede alcanzarse? Porque esos órganos no le pertenecen sólo a él. Lo que se puede alcanzar con la conciencia ordinaria sólo le pertenece al hombre, pero que late ahí abajo en los órganos no pertenece sólo al hombre, pertenece al hombre como ser del mundo, pertenece al hombre y al mundo al mismo tiempo.

Tal vez la siguiente reflexión nos lo aclare mejor. Si visualizamos al hombre esquemáticamente y tenemos en él cualquier órgano, pulmón o hígado, tenemos fuerzas en tal órgano. Estas fuerzas no son meramente fuerzas internas del ser humano, estas fuerzas son fuerzas del mundo. Y cuando todo lo que es el mundo físico exterior y aparece ante nuestros ojos como tal mundo físico, cuando todo esto haya desaparecido un día con el fin de la tierra, entonces lo que ahora existe como fuerzas interiores de nuestros órganos seguirá funcionando. Se podría decir que todo lo que nuestros ojos pueden ver y nuestros oídos oír, todo el mundo externo es un mundo que inicialmente se desvanecerá con el fin de la tierra. Lo que cubre nuestra piel, lo que llevamos dentro, lo que encierra nuestro organismo, contiene lo que seguirá existiendo espiritualmente cuando el mundo exterior que ven nuestros sentidos deje de existir algún día. En el fondo, dentro de la piel humana funciona algo que vive más allá de la tierra; dentro de la piel humana se encuentran los centros, las fuerzas de aquello que funciona más allá de la existencia terrenal. Como seres humanos, no nos limitamos a estar en el mundo para contener nuestros órganos, sino que estamos en el mundo como seres humanos para que el propio cosmos se forme dentro de nuestra piel. En aquello que nuestra conciencia ordinaria no puede alcanzar, albergamos algo que no sólo nos pertenece a nosotros, sino también al mundo. ¿Lo que pertenece al mundo se construye a partir de lo que representan los procesos caóticos del soñar despierto?

Basta observar estos procesos caóticos del soñar despierto y ustedes se dirán: Toda la estructura, todo lo que ustedes perciben como un trasfondo de su conciencia, por así decirlo, no es ciertamente el constructor de sus órganos, de todo su organismo. El organismo se vería hermoso si todo lo que vive caóticamente en su subconsciencia construyera sus órganos, ¡todo su organismo! Pronto verían lo extraña caricatura qué serían si fueran una imagen de lo que late en su subconsciente. No, así como el mundo exterior, que se nos revela a través de los sentidos, de alguna manera se revela en la superficie que nos ofrece, así como este mundo está construido a partir de los pensamientos que experimentamos entre el dormir y estar despiertos, también nosotros en nuestro interior, en aquello que no alcanzamos con la conciencia ordinaria, estamos construidos a partir de las mismas fuerzas de pensamiento externas. Así que si quiero representar completamente lo que es el ser humano, tendría que dibujarlo esquemáticamente así. Tendría que decir: Existe el mundo circundante de los pensamientos (rojo). Este mundo circundante de pensamientos también construye el organismo humano. Y este organismo humano crea el mundo superior de los pensamientos (blanco), flotando sobre él, por así decirlo, hacia el cual se inclina la maja sensorial externa entre nuestros pensamientos y el mundo circundante (azul).

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Traten ustedes de advertir cuán pequeña parte de ustedes mismos es en realidad la que abarcan con su conciencia, y qué gran parte de ustedes mismos está constituida por el mismo mundo exterior en el que se sumergen entre el dormir y el despertar. Pero esto también debe ser notado desde otro lado cuando el hombre es observado imparcialmente, y a menudo me he referido a este lado aquí.

La conciencia ordinaria del hombre en realidad sólo abarca sus pensamientos; sus sentimientos ya son como sueños que flotan entre sus pensamientos. Los sentimientos surgen y se desbordan. El ser humano no ve a través de ellos con la claridad con la que ve a través de sus pensamientos, de sus ideas. Pero lo mismo que la experiencia entre dormirse y despertarse es la experiencia de lo que hay en nosotros durante el día en cuanto a nuestra voluntad. ¡Y qué sabe el hombre, -como a menudo les he dicho-, de lo que sucede cuando mueve su mano o su brazo por medio de su voluntad! Todo lo sabe a base de imaginación, sabe en primer lugar: quiero mover el brazo. Eso es una imagen. Después sabe cómo se ve en su forma cuando ha movido el brazo: otra vez a base de imaginación. Lo que sabe de esto en su conciencia ordinaria es una red de imágenes; los sentimientos fluyen por debajo de esta red de imágenes. Pero lo que actúa en él como voluntad duerme con la misma fuerza durante la vigilia que todo nuestro ser humano duerme desde que se duerme hasta que se despierta.

¿Qué es lo que duerme allí? Lo que duerme ahí abajo, es lo que está incorporado en nosotros desde el cosmos exterior, es algo que duerme en la misma medida que duermen para nosotros los minerales y las plantas del exterior. Es decir:

No penetramos en él desde fuera, no miramos hacia abajo en aquello que para nosotros es cósmico. Desde que nos dormimos hasta que nos despertamos, tejemos y vivimos en lo cósmico. Y en la misma medida en que vemos a través del mundo exterior, vivimos en nuestro propio organismo. En la misma medida en que dejamos de tener meras reminiscencias de la memoria, tal y como las desgranamos de los acontecimientos de la vida, sino que adquirimos ideas de fuerzas que constituyen y construyen nuestros órganos, -los pulmones, el hígado, el estómago, etc.-. En la misma medida en que aprendemos a ver a través del mundo exterior, aprendemos a ver a través de nuestro trozo del cosmos que hemos incorporado, en el que estamos, que está contenido en nuestra piel, sin que sepamos nada de él en nuestra conciencia ordinaria.

¿Qué nos traemos de este cosmos cuando nos levantamos por la mañana? Para el observador imparcial, lo que nos traemos se experimenta muy claramente como voluntad. Y básicamente la vida de pensamiento despierto no difiere de la que fluye ahí abajo soñando en el subconsciente más que por el hecho de que la voluntad fluye a través de ella. Es la voluntad la que introduce la lógica en ella, y la lógica no es realmente una teoría del pensamiento, sino que la lógica es una teoría de cómo la voluntad organiza y doma las imágenes del pensamiento y las lleva a un cierto orden externo, que corresponde entonces al curso externo del mundo.

Cuando nos despertamos con un sueño, percibimos con especial intensidad ese remolino caótico e ilógico de imágenes que hay ahí abajo, y podemos notar cómo vemos penetrar la voluntad en ese remolino caótico de imágenes, que luego organiza lo que vive en nosotros de tal manera que queda lógicamente ordenado. Pero no nos traemos la lógica del mundo, lo que acabo de llamar superlógico, sólo nos traemos la voluntad.

¿Cómo es que esta voluntad funciona ahora lógicamente en nosotros? Verán, aquí reside un importante secreto humano, algo extraordinariamente significativo. Es el siguiente: Cuando nos sumergimos en nuestra existencia cósmica, existencia que para la conciencia ordinaria no existe, cuando nos sumergimos en todo nuestro organismo, entonces percibimos la lógica cósmica de nuestros órganos en nuestra voluntad, que se extiende por ahí. Sentimos la lógica cósmica de nuestros órganos.

Es extremadamente importante darse cuenta de que cuando nos despertamos por la mañana, cuando nos sumergimos en nuestro cuerpo, nos vemos obligados debido a esta inmersión, a formar nuestra voluntad de una determinada manera. Si nuestro cuerpo no estuviera ya moldeado de una determinada manera, cuando nos despertásemos la voluntad se arremolinaría en todas direcciones como una medusa; la voluntad podría pugnar caóticamente en todas direcciones como una medusa al despertarnos. No lo hace porque se sumerge en la forma humana existente. Allí se sumerge, adopta todas estas formas; esto le da su estructura lógica. Esto es lo que le permite dar lógica a partir del cuerpo humano a los pensamientos que, de otro modo, se arremolinarían caóticamente. Por la noche, cuando el hombre duerme, queda atrapado en la super-lógica del cosmos. No puede aferrarse a ella. Pero cuando se sumerge en el cuerpo, la voluntad toma la forma del cuerpo. Igual que cuando se vierte agua en un recipiente y el agua toma la forma del recipiente, así la voluntad toma la forma del cuerpo. Pero que tome las formas espaciales del cuerpo, eso no sólo ocurre con la voluntad, sino que fluye en las venas más pequeñas por todas partes. No puede moverse, de modo que el agua adopta la forma de reposo y sólo toca las paredes exteriores. Pero en el ser humano, esta voluntad está completamente organizada en todas las ramas individuales y desde allí controla el resto de la secuencia de imágenes caóticas.

Aquello que se percibe como una corriente subterránea está, yo diría, liberado del cuerpo. Esto también se libera realmente del cuerpo, esto es algo que en verdad está conectado con el cuerpo humano, pero que en realidad pugna continuamente por liberarse del cuerpo humano, que continuamente quiere abandonar las formas de este cuerpo humano. Pero lo que el ser humano lleva fuera del cuerpo cuando se duerme, lo que lleva al cosmos, lo que entonces se sumerge, eso se une a la ley del cuerpo.

Ahora bien, con toda el organismo que es el organismo de la cabeza humana, el ser humano sólo llegaría a imágenes. Es un prejuicio fisiológico general que también hacemos juicios y conclusiones con la cabeza, por ejemplo. No, con la cabeza sólo imaginamos. Si sólo tuviéramos la cabeza y el resto del cuerpo estuviera inactivo para nuestra vida imaginativa, entonces seríamos soñadores despiertos. La cabeza sólo tiene la capacidad de soñar cuando está despierta. Y cuando volvemos a nuestro cuerpo por la mañana pasando por la cabeza, nos damos cuenta de nuestros sueños. Sólo cuando volvemos a penetrar más profundamente en nuestro cuerpo, cuando la voluntad se adapta no sólo a la cabeza sino también al resto del organismo, sólo entonces esta voluntad está de nuevo en condiciones de aportar lógica a las fuerzas de las imágenes, que de otro modo se entretejerían pictóricamente.

Esto nos lleva a algo que ya he mencionado en conferencias anteriores. Hay que darse cuenta de que el hombre imagina con la cabeza y que en realidad resuelve y discierne, por extraño y paradójico que suene, con las piernas y también con las manos, y luego establece conclusiones con las piernas y las manos. Así surge lo que llamamos una conclusión, un criterio o discernimiento. Cuando imaginamos, es sólo la imagen la que se irradia hacia la cabeza, estamos juzgando y concluyendo como una persona completa, no sólo como una persona con cabeza. Por otra parte, por supuesto, no se puede argumentar que si un hombre está mutilado no puede o no puede juzgar y razonar, pues depende de la disposición de aquellos a los que les falta uno u otro miembro.

Debemos aprender a poner en relación con la totalidad del hombre, aquello que el hombre es espiritual y emocionalmente, concienciarnos de que traemos la lógica a nuestra vida imaginativa desde aquellas mismas regiones a las que no podemos llegar con nuestra conciencia ordinaria, que están ocupadas por el ser emocional y el ser de la voluntad. Nuestro juicio y nuestro razonamiento proceden de las mismas regiones dormidas de nuestro propio ser interior desde las cuales surgen nuestro sentimiento y nuestra voluntad.

La parte más cósmica de nosotros es la región matemática. La región matemática ni siquiera nos pertenece sólo como ser humano en reposo, sino como ser humano en movimiento. Siempre nos movemos de alguna manera en cifras matemáticas. Cuando observamos esto exteriormente en una persona que camina, vemos algo espacial; cuando lo experimentamos interiormente, experimentamos la matemática interna, que es cósmica, excepto que lo cósmico también nos construye. Las direcciones del espacio que tenemos fuera también nos construyen y las experimentamos en nuestro interior. Y al experimentarlas, las abstraemos, tomamos las imágenes que se reflejan en el cerebro y las entretejemos con lo que vemos espacialmente en el exterior, en el mundo.

Hoy es necesario llamar la atención sobre el hecho de que lo que el hombre convierte matemáticamente en el mundo es en realidad lo mismo que lo construye, es decir, lo que es de naturaleza cósmica. Pues mediante el kantianismo sin sentido, el espacio se ha convertido en una mera forma subjetiva. No es una forma subjetiva, es algo que experimentamos realmente en la misma región donde experimentamos lo volitivo. Y allí resplandece. Allí el resplandor en el mundo se convierte en algo con lo que entonces penetramos en lo que se presenta externamente.

El mundo de hoy todavía está lejos de poder estudiar este estar entretejido interior del hombre con el cosmos, esta posición del hombre dentro del cosmos. He llamado poderosamente la atención sobre este ser interior en mi «Filosofía de la libertad», donde encontrarán en lugares notables cómo muestro que el hombre bajo la conciencia ordinaria está conectado con todo el cosmos, que es un miembro de todo el cosmos, y que entonces hasta cierto punto el individuo-humano florece a partir de este cósmico general, que entonces es abarcado por la conciencia ordinaria. Este pasaje de mi «Filosofía de la libertad» ha sido comprendido por muy pocas personas; la mayoría no se ha dado cuenta de lo que trata. Tampoco es de extrañar que en una época en la que florece la abstracción hasta el einstenismo, que en una época en la que este punto de vista, en verdad extraordinariamente intelectual en sí mismo, pero absolutamente abstracto, se presenta como algo especial para el mundo, no se comprenda aquello que quiere introducirnos en la realidad, precisamente en la genuina realidad.

Hay que insistir en ello una y otra vez: No basta con que algo sea lógico. El einstenismo es lógico, pero no es realista. Todo relativismo como tal no es realista. El pensamiento realista sólo comienza allí donde ya no se puede salir de la realidad pensando. La gente de hoy lee, o yo diría escucha, con bastante tranquilidad cuando Einstein dice, por ejemplo: ¿Cómo sería si un reloj volara hacia el cosmos a la velocidad de la luz? - Sí, una persona hoy en día escucha eso con bastante calma. Un reloj que sale volando hacia el cosmos a la velocidad de la luz, eso es más o menos lo mismo para alguien que vive de forma realista en su pensamiento, vive de forma realista en su alma, que cuando alguien dice: ¿Cómo será una persona si le corto la cabeza y le corto la mano derecha y la mano izquierda o el brazo derecho y así sucesivamente? 

Simplemente deja de ser un ser humano. De modo que lo que todavía se tiene derecho a imaginar, cuando se habla de un reloj que vuela hacia el cosmos a la velocidad de la luz, ¡deja inmediatamente de ser un reloj! No es posible imaginarlo. Si queremos llegar a una forma válida de pensar, debemos aferrarnos a lo que es real. Algo puede ser lógico y espiritual en un grado tremendo, pero no tiene por qué ser realista. Pero en esta época necesitamos un pensamiento realista. Porque el pensamiento abstracto finalmente nos lleva a dejar de ver la realidad por todas sus abstracciones. Y hoy la humanidad se maravilla ante las abstracciones que se le presentan de este modo. No importa que estas abstracciones estén de algún modo lógicamente fundamentadas o cosas por el estilo. Lo que importa es que el hombre aprenda a crecer junto con la realidad, de modo que ya no pueda decir otra cosa que lo que se dice de la realidad.

Pero tales ideas sobre el hombre mismo, como las que les he vuelto a presentar hoy, proporcionan una especie de guía para un pensamiento realista. A menudo son ridiculizadas hoy en día por aquellos que han sido entrenados por nuestro pensamiento abstracto. Durante tres o cuatro siglos, la humanidad occidental ha sido entrenada por la mera abstracción. Pero vivimos en una época en la que debe producirse una inversión en esta dirección, en la que debemos encontrar el camino de vuelta a la realidad. La gente se ha vuelto materialista, no porque haya perdido la lógica, sino porque ha perdido la realidad. El materialismo es lógico, el espiritualismo es lógico, el monismo es lógico, el dualismo es lógico, todo es lógico mientras no esté basado en verdaderos errores de pensamiento. Pero el hecho de que algo sea lógico no significa que corresponda a la realidad. La realidad sólo puede encontrarse si nosotros mismos llevamos nuestro pensamiento cada vez más a la región de la que les he hablado: En el pensamiento puro tenemos los acontecimientos del mundo en una esquina. - Esto está escrito en mis escritos epistemológicos, y esto es lo que debe obtenerse como base de una comprensión del mundo.

En el momento en que uno todavía tiene pensamiento, aunque no tenga percepción sensorial, en ese momento también tiene pensamiento como voluntad. Ya no hay diferencia entre querer y pensar. Pues pensar es querer y querer es entonces pensar. Cuando el pensamiento se ha liberado completamente de lo sensorial, entonces se tienen los acontecimientos del mundo en un punto. Y eso es por lo que debemos esforzarnos sobre todo: por conseguir el concepto de este pensar puro. A partir de este punto queremos seguir hablando mañana.

Traducido por J.Luelmo jun,2025

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