GA027-3 Las manifestaciones de la vida

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CAPÍTULO III


No podemos llegar a entender el organismo humano, en la salud o en la enfermedad, si creemos que los efectos de la acción de cualquier sustancia, ingerida con el alimento de la naturaleza externa, continúa simplemente en las partes internas del organismo. No se trata de que continúe dentro del organismo humano, sino, por el contrario, de que se superen las reacciones que, mientras está fuera del organismo, se observan en la sustancia.

La ilusión de que las sustancias del mundo exterior simplemente continúan trabajando por su propia naturaleza en el organismo, se debe al hecho de que para la concepción química ordinaria de hoy en día parece ser así. Esto, según sus investigadores, se dedica a la creencia de que el hidrógeno, por ejemplo, está presente en el cuerpo en la misma forma que en la naturaleza externa, ya que se presenta primero en las sustancias consumidas como alimentos y bebidas, y luego en los productos de excreción: aire, sudor, orina, heces, o en secreciones como la bilis.

No se siente la necesidad de preguntar qué ocurre dentro del cuerpo vivo con lo que aparece como hidrógeno antes de su entrada y después de su salida del organismo.

No se pregunta: ¿Qué experimenta lo que aparece como hidrógeno dentro del organismo?

Sin embargo, cuando uno se plantea esta cuestión, se ve impelido a dirigir su atención al contraste entre el organismo despierto y el dormido. Cuando el organismo está dormido, su naturaleza física no proporciona ninguna base para el desarrollo de la experiencia consciente o autoconsciente, pero sigue proporcionando una base para el desarrollo de la vida. En este sentido, el organismo dormido se distingue del muerto. Pues la base sustancial de este último ya no es de vida. Y mientras uno sólo vea este contraste en la diferente composición de las sustancias en el organismo muerto y en el vivo, no progresará en su comprensión.

Hace medio siglo, el eminente fisiólogo Du Bois Reymond señaló que la conciencia nunca puede explicarse por las reacciones de la sustancia material. Nunca se entenderá, declaró, por qué para tantos átomos de carbono, de oxígeno, de hidrógeno y de nitrógeno no es indiferente cuál es su posición relativa, o lo fue, o lo será, o por qué, por estos sus cambios de posición, deben hacer surgir en el hombre las sensaciones: Veo el rojo, huelo el aroma de las rosas. Siendo así, sostenía Du Bois Reymond, el pensamiento científico-natural nunca puede explicar al ser humano despierto, lleno como está de sensaciones; sólo puede explicar al hombre dormido.

Sin embargo, en este punto de vista cayó en una ilusión. Creía que los fenómenos de la vida, aunque no de la conciencia, serían inteligibles como resultado de las reacciones de la sustancia material. Pero en realidad, debemos decir de los fenómenos de la vida, lo mismo que él dijo de los de la conciencia: ¿Por qué habría de ocurrírsele a tantos átomos de carbono, oxígeno, hidrógeno y nitrógeno producir, por la forma de sus posiciones relativas presentes, pasadas o futuras, el fenómeno de la vida?

La observación muestra, al fin y al cabo, que los fenómenos de la vida tienen una orientación totalmente diferente de los que se desarrollan en el ámbito sin vida. De estos últimos podremos decir: Revelan que están sometidos a fuerzas que irradian hacia el exterior desde la esencia de la sustancia material. Estas fuerzas irradian desde el centro relativo de la tierra hacia la periferia. Pero las manifestaciones de la vida muestran que la sustancia material aparece sometida a fuerzas que actúan desde fuera hacia dentro, hacia el centro relativo. Al pasar a la esfera de la vida, la sustancia debe retirarse de las fuerzas que irradian hacia fuera y someterse a las que irradian hacia dentro.

Ahora bien, toda sustancia terrestre, o proceso terrestre, debe a la tierra sus fuerzas que son del tipo que irradian hacia el exterior; comparte estas fuerzas en común con la tierra. En efecto, sólo porque forma parte del cuerpo terrestre, cualquier sustancia tiene la naturaleza que la química descubre en ella. Cuando llega a la vida, entonces debe dejar de ser simplemente un pedazo de tierra, ahí termina su equiparación con la tierra. Pasa a integrarse en las fuerzas que irradian hacia el interior de la tierra procedentes de todos los lados, desde más allá del ámbito terrestre. Siempre que veamos que una sustancia o un proceso se despliega en formas de vida, debemos concebir que se retira de las fuerzas que actúan sobre ella, tales como las del centro de la tierra, y entra en el dominio de otras, que tienen, no un centro, sino una periferia.

Estas fuerzas actúan desde todos los lados, como si se esforzaran por alcanzar el punto central de la tierra. Desgarrarían la naturaleza material del reino terrestre, la disolverían en la más completa falta de forma, si no fuera por los cuerpos celestes más allá de la tierra que mezclan sus influencias en el campo de estas fuerzas y modifican el proceso de disolución. En la planta podemos observar lo que sucede. En las plantas, las sustancias de la tierra son apartadas lejos del dominio de las influencias terrestres. Se dirigen hacia lo informe. Pero esta transición hacia lo informe es modificada por las influencias del sol y efectos similares del cosmos. Cuando éstas ya no actúan, o cuando actúan de manera diferente, como en la noche, entonces, en las sustancias en cuestión, las fuerzas que tienen origen en comunión con la tierra, comienzan a agitarse de nuevo. De la cooperación de las fuerzas terrestres y cósmicas surge la naturaleza vegetal. Si comprendemos en el término físico el dominio de todas aquellas fuerzas y reacciones que las sustancias despliegan bajo la influencia de la tierra, tendremos que designar las fuerzas completamente diferentes que no irradian hacia fuera de la tierra, sino hacia dentro, con un nombre en el que este carácter diferente debe encontrar su expresión. Aquí llegamos desde un nuevo aspecto a ese elemento de la organización del hombre que fue indicado desde otro en el capítulo anterior. En armonía con un uso más antiguo, que ha caído en la confusión bajo el modo de pensar puramente físico moderno, hemos acordado denotar esta parte del organismo humano como lo etérico. Así pues, tendremos que decir: en la naturaleza vegetal, en la medida en que aparece viva, lo etérico se impone.

También en el hombre, en la medida en que es un ser vivo, rige el mismo principio etérico. Sin embargo, incluso en lo que respecta a los meros fenómenos de la vida, se aprecia una importante diferencia en su naturaleza frente a la de la planta. En efecto, la planta deja que lo físico se imponga en ella cuando lo etérico ya no despliega su influencia desde los espacios cósmicos, como ocurre cuando el éter solar deja de actuar por la noche. El ser humano, en cambio, sólo deja que lo físico se imponga en su cuerpo cuando sobreviene la muerte. En el sueño, aunque los fenómenos de la conciencia y de la autoconciencia se desvanecen, los fenómenos de la vida permanecen, incluso cuando el éter solar ya no trabaja en los espacios cósmicos. Perpetuamente, a lo largo de su vida, la planta está recibiendo en sí misma las fuerzas del éter a medida que se dirigen hacia la tierra. El hombre, sin embargo, las lleva dentro de sí de manera individualizada, desde el período embrionario de su existencia. Durante su vida, saca de sí mismo lo que la planta recibe continuamente del universo, porque lo recibió para su posterior desarrollo ya en el vientre de la madre. Una fuerza cuya naturaleza propia es originalmente cósmica, destinada a verter sus influencias hacia la tierra, actúa desde el pulmón o el hígado. Ha realizado una metamorfosis de su dirección.

Así, tendremos que decir que el hombre lleva lo etérico en su interior en forma individualizada. Así como lleva lo físico en la forma individualizada de su cuerpo físico y sus órganos, lo mismo ocurre con lo etérico. Tiene su propio cuerpo etérico especial, como tiene su físico. En el sueño, el cuerpo etérico del hombre permanece unido al físico y le da vida; sólo se separa de él en la muerte.

traducido por J.Luelmo junio2021

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