CAPÍTULO IX
La proteína es la sustancia del cuerpo vivo que mejor se presta a las diversas transformaciones provocadas por las fuerzas formativas del cuerpo, de modo que lo que resulta de la sustancia proteica transformada aparece en las estructuras de los órganos y de todo el organismo. Para ser apta para tal uso, la proteína debe tener la capacidad inherente de perder cualquier forma que pueda resultar de la naturaleza de sus constituyentes materiales en el momento en que es requerida, dentro del organismo, para estar al servicio de una forma que el organismo necesita.
Así, percibimos que en la proteína se desintegran las fuerzas procedentes de las naturalezas y relaciones mutuas del hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y carbono. El enlace químico inorgánico cesa y comienzan a actuar las fuerzas formativas orgánicas en la desintegración de la proteína.
Ahora bien, estas fuerzas formativas dependen del cuerpo etérico. La proteína está constantemente a punto de ser tomada en la actividad del cuerpo etérico o de ser precipitada. Separada del organismo al que pertenecía, asume la tendencia a convertirse en un compuesto, sujeto a las fuerzas químicas del hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y carbono. La proteína que permanece como constituyente del organismo vivo suprime esta tendencia en sí misma y se alinea con las fuerzas formativas del cuerpo etérico.
El hombre consume proteínas como constituyente de los alimentos que toma. La Pepsina del estómago transforma la proteína que se toma del exterior, en péptidos, estos, para empezar, son sustancias proteicas solubles. Esta transformación es continuada por el jugo pancreático.
La proteína ingerida como componente de los alimentos es, para empezar, un cuerpo extraño en el organismo humano. Todavía contiene actividades residuales de los procesos etéricos del ser vivo de donde se derivó. Estas deben ser eliminadas por completo. Ahora tiene que ser absorbido por las actividades etéricas del organismo humano.
Por lo tanto, a medida que el proceso humano de la digestión sigue su curso, estamos tratando con dos tipos de sustancias proteicas. Al principio de este proceso, la proteína es extraña al organismo humano. Al final pertenece al organismo. Entre estas dos condiciones hay una intermedia, en la que la proteína recibida como alimento aún no ha desechado del todo sus acciones etéricas anteriores, no ha asumido del todo las nuevas. En esta etapa es prácticamente inorgánica por completo. Entonces está sujeta únicamente a las influencias del cuerpo físico del hombre. Este cuerpo físico del hombre, en su forma un producto de la organización del ego, es el portador de fuerzas inorgánicamente activas. Por lo tanto, tiene un efecto letal sobre todo lo que está vivo. Todo lo que entra en el ámbito de la organización del ego muere. Por lo tanto, en el cuerpo físico la organización del ego incorpora sustancias puramente inorgánicas. En el organismo físico humano éstas no actúan de la misma manera que en la naturaleza sin vida fuera del hombre; pero actúan inorgánicamente, es decir, causando la muerte. Este efecto mortífero sobre la albúmina tiene lugar en la parte del tubo digestivo donde actúa la tripsina, componente del jugo pancreático. Que las fuerzas inorgánicas están implicadas en la acción de la tripsina, puede deducirse también del hecho de que despliega su actividad con la ayuda del álcali.
Hasta que se encuentra con la tripsina en el líquido pancreático, el alimento albuminoso continúa viviendo de una manera extraña al organismo humano, es decir, de acuerdo con el organismo del que se deriva. Al encontrarse con la tripsina, se queda sin vida. Pero es sólo por un momento, por así decirlo, que la proteína está sin vida en el organismo humano. Luego es absorbida por el cuerpo físico de acuerdo con la organización del ego. Este último debe tener la fuerza para llevar lo que la albúmina se ha convertido ahora, al dominio del cuerpo etérico humano. De este modo, los componentes proteicos de los alimentos se convierten en material formativo para el organismo humano. Las influencias etéricas extrañas, pertenecientes a ellos originalmente, salen del ser humano.
Para que la digestión de los componentes proteicos de los alimentos sea saludable, el hombre debe poseer una organización del yo lo suficientemente fuerte como para permitir que toda la proteína, que el organismo humano necesita, pase al dominio del cuerpo etérico humano. Si no es así, el resultado es una actividad excesiva de este cuerpo etérico. La cantidad de proteína preparada por la organización del ego, que recibe el cuerpo etérico, es insuficiente para su actividad. La consecuencia es que la actividad orientada a avivar esa proteína absorbida por la organización del ego abruma esa proteína que aún contiene efectos etéricos extraños. El ser humano recibe en su propio cuerpo etérico una multitud de influencias que no le pertenecen. Estas deben ser ahora excretadas de manera anormal. Esto resulta en un proceso patológico de excreción.
Esta excreción patológica aparece en la albuminuria. La albúmina que debería ser recibida en el dominio del cuerpo etérico es excretada. Es albúmina que, debido a la debilidad de la organización del ego, no ha podido asumir el estado intermedio casi sin vida.
Ahora bien, las fuerzas que en el hombre provocan la excreción están ligadas al dominio del cuerpo astral. En la albuminuria, el cuerpo astral se ve obligado a llevar a cabo una actividad para la que no está debidamente adaptado, su actividad se atrofia en aquellas regiones del organismo en las que debería desarrollarse adecuadamente. Esto ocurre en los epitelios renales. La degeneración de los epitelios en los riñones es un síntoma que demuestra que la actividad del cuerpo astral destinada a estos órganos ha sido desviada.
De todo esto se desprende dónde debe intervenir el proceso de curación de la albuminuria. Es necesario reforzar el poder de la organización del yo en la glándula del páncreas, que es débil.
traducido por J.Luelmo junio2021
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