GA016 Tercera meditación: En la cual se intenta obtener una Verdadera Idea del Conocimiento clarividente del mundo elemental

 

 UN CAMINO HACIA EL AUTO-CONOCIMIENTO

Por Rudolf Steiner

Tercera meditación   En la cual se intenta obtener una Verdadera Idea del conocimiento clarividente del mundo elemental

Cuando percibimos por medio del cuerpo elemental (cuerpo etérico) y no a través de los sentidos físicos, experimentamos un mundo que permanece desconocido para la percepción de los sentidos y para el pensar intelectual ordinario. Si queremos comparar este mundo con algo perteneciente a la vida ordinaria, no encontraremos nada más apropiado que el mundo de la memoria. Del mismo modo que los recuerdos surgen del interior del alma, también lo hacen las experiencias suprasensibles del cuerpo etérico. En el caso de una representación de la memoria el alma sabe que está relacionada con una experiencia anterior en el mundo de los sentidos. De manera similar, la concepción suprasensible implica una relación. Del mismo modo que el recuerdo, por su propia naturaleza, se nos presenta como algo que no puede ser descrito como una mera imagen de la imaginación, también lo hace la concepción suprasensible. Ésta se desprende de la experiencia del alma, pero se manifiesta inmediatamente como una experiencia interior que se relaciona con algo exterior. Es gracias al recuerdo que una experiencia pasada se hace presente para el alma. Pero cuando algo, que en algún momento se encuentra en algún lugar del mundo suprasensible, se convierte en una experiencia interior del alma, es por medio de una concepción suprasensible. La naturaleza misma de las concepciones suprasensibles nos hace pensar que deben ser consideradas como comunicaciones de un mundo suprasensible que se manifiesta en el alma.

El límite que alcancemos con nuestras experiencias en el mundo suprasensible depende de la cantidad de energía que apliquemos al fortalecimiento de la vida de nuestra alma.

Obtener la certeza de que una planta no es meramente lo que percibimos en el mundo de los sentidos, así como la misma convicción con respecto a toda la tierra, ambas pertenecen al mismo ámbito de la experiencia suprasensible. Cualquiera que haya adquirido la facultad de percepción cuando está fuera de su cuerpo físico, si mira una planta, podrá percibir -además de lo que le muestran sus sentidos- una forma delicada que impregna toda la planta. 

Esta forma se presenta como una entidad de fuerza; y es llevado a considerar esta entidad como la artífice que construye la planta a partir de los materiales y las fuerzas del mundo físico, y que provoca la circulación de la savia. Puede decir - empleando un símil disponible, aunque no del todo apropiado - que en la planta hay algo que pone en movimiento la savia del mismo modo que su propia alma mueve su brazo. Observa algo interno en la planta, y debe admitir cierta independencia de este principio interno de la planta en su relación con la parte que es percibida por los sentidos. También debe admitir que este principio interno existía antes de que la planta física existiera. Entonces, si continúa observando cómo una planta crece, se marchita y produce semillas, y cómo de éstas crecen nuevas plantas, encontrará la forma suprasensible de energía especialmente poderosa, cuando observa estas semillas. En este período el ser físico es insignificante en cierto sentido, mientras que la entidad suprasensible está altamente diferenciada y contiene todo lo que, desde el mundo suprasensible, contribuye al crecimiento de la planta.

Pues bien, de la misma manera, mediante la observación suprasensible de toda la Tierra, descubrimos una entidad de fuerza que podemos saber con absoluta certeza que existía antes de que surgiera todo lo que es perceptible por los sentidos sobre y dentro de la Tierra. 

De este modo llegamos a la experiencia de la presencia de aquellas fuerzas suprasensibles que cooperaron en la formación y desarrollo de la tierra en el pasado. A lo que se experimenta de este modo, podemos llamarlo también las entidades o cuerpos básicos etéricos o elementales de la planta y de la tierra, como llamamos al cuerpo a través del cual obtenemos la percepción cuando estamos fuera del cuerpo, nuestro propio cuerpo elemental o etérico. Incluso cuando empezamos a ser capaces de observar de una manera suprasensible, podemos asignar entidades básicas elementales de este tipo a ciertas cosas y procesos aparte de sus cualidades ordinarias, que son perceptibles en el mundo de los sentidos. Podemos hablar de un cuerpo etérico que pertenece a la planta o a la tierra. Sin embargo, los seres elementales así observados no son en absoluto los únicos que se revelan a la experiencia suprasensible. Caracterizamos el cuerpo elemental de una planta diciendo que construye una forma a partir de los materiales y las fuerzas del mundo físico y, de este modo, manifiesta su vida en un cuerpo físico. Pero también podemos observar seres que llevan una existencia elemental sin manifestar su vida en un cuerpo físico. Es decir, entidades que son puramente elementales se revelan a la observación suprasensible. 
No es que experimentemos simplemente una adición, por así decirlo, al mundo físico; experimentamos otro mundo en el que el mundo de los sentidos se presenta como algo que puede compararse con trozos de hielo que flotan en el agua. Un hombre que sólo pudiera ver el hielo y no el agua podría atribuir la realidad sólo al hielo y no al agua. Del mismo modo, si tenemos en cuenta sólo lo que se manifiesta a los sentidos, podemos negar la existencia del mundo suprasensible, del que el mundo de los sentidos es en realidad una parte, al igual que los trozos de hielo que flotan son parte del agua en la que están flotando. 
Ahora veremos que aquellos que son capaces de hacer observaciones suprasensibles describen lo que contemplan haciendo uso de expresiones tomadas de las percepciones de los sentidos. Tanto es así, que podemos encontrar el cuerpo elemental de un ser en el mundo de los sentidos, o el de un ser puramente elemental, descrito como manifestándose como un cuerpo de luz autónomo y con múltiples colores. Estos colores destellan, brillan o resplandecen, y parece que estos fenómenos de luz y color son la manifestación de su vida. Pero aquello de lo que el observador habla realmente es totalmente invisible, y es perfectamente consciente de que la luz o la imagen de color que da, no tiene más relación con lo que realmente percibe que, por ejemplo, la escritura en la que se comunica un hecho tiene que ver tenga algo que ver con el hecho mismo. Y, sin embargo, la experiencia suprasensible no se ha expresado a través de percepciones de los sentidos elegidas arbitrariamente. La imagen vista está realmente ante el observador, y es similar a una impresión de los sentidos. 
Esto es así porque, durante las experiencias suprasensibles, la liberación del cuerpo físico no es completa. El cuerpo físico todavía está conectado con el cuerpo elemental, y trae la experiencia suprasensible en una forma extraída del mundo de los sentidos. Así, la descripción de un ser elemental se da en forma de una combinación visionaria o fantasiosa de impresiones sensoriales. Pero a pesar de ello, cuando se da de esta manera, es una representación verdadera de lo que se ha experimentado. Porque hemos visto realmente lo que describimos. 
El error que puede cometerse no consiste en describir la visión como tal, sino en tomar la visión por la realidad, en lugar de aquello a lo que la visión apunta, es decir, la realidad subyacente. Un hombre que nunca ha visto los colores -un ciego de nacimiento- no describirá, cuando alcance la correspondiente facultad de percepción, a los seres elementales de tal manera que hable de colores parpadeantes. Utilizará expresiones que le son familiares. Sin embargo, para las personas que pueden ver físicamente, es muy apropiado que, en su descripción, utilicen alguna expresión como el destello de una forma de color. 
Con su ayuda pueden dar una impresión de lo que ha visto el observador del mundo elemental. Y esto es válido no sólo para las comunicaciones realizadas por un clarividente -es decir, aquel que es capaz de percibir con la ayuda de su cuerpo elemental- a un no clarividente, sino también para la intercomunicación entre los propios clarividentes. En el mundo de los sentidos el hombre vive en su cuerpo físico, y este cuerpo reviste las observaciones suprasensibles de formas perceptibles para los sentidos. Por lo tanto, la expresión de las observaciones suprasensibles mediante el uso de las imágenes sensoriales que producen es, en la vida terrestre ordinaria, un medio útil de comunicación. La cuestión es que todo aquel que recibe la comunicación experimenta en su alma algo que guarda la debida relación con el hecho en cuestión. En efecto, las imágenes sólo se comunican para suscitar una experiencia. Tal como son en realidad, no pueden encontrarse en el mundo exterior. Esa es su característica y también la razón por la que suscitan experiencias que no tienen relación con nada material.

Al principio de su clarividencia, el alumno tendrá dificultades para independizarse de la imagen sensorial. Sin embargo, cuando su facultad se desarrolle más, surgirá el deseo de inventar medios más arbitrarios para comunicar lo que se ha visto. Esto implicará la necesidad de explicar los signos que utiliza. Cuanto más requieran las exigencias de nuestro tiempo la difusión general de los conocimientos suprasensibles, mayor será la necesidad de revestir dichos conocimientos con las expresiones utilizadas en la vida cotidiana en el plano físico. 
Ahora bien, en ciertos momentos las experiencias suprasensibles pueden llegar al alumno por sí mismas. Y entonces tiene la oportunidad de aprender algo sobre el mundo suprasensible por medio de la experiencia personal, según se vea favorecido más o menos a menudo por ese mundo a través de su iluminación en la vida ordinaria de su alma. Sin embargo, una facultad más elevada es la de invocar a voluntad la percepción clarividente de la vida anímica. 
El camino hacia la obtención de esta facultad resulta normalmente de la continuación enérgica del fortalecimiento interno de la vida anímica, pero también depende en gran medida del establecimiento de una cierta nota clave en el alma. Es necesaria una actitud mental tranquila e imperturbable con respecto al mundo suprasensible, una actitud que está tan alejada, por un lado, del deseo ardiente de experimentar lo más posible de la manera más clara posible, como de la falta de interés personal por ese mundo. El deseo ardiente tiene el efecto de difundir algo así como una niebla invisible ante la visión clarividente, mientras que la falta de interés actúa de tal manera que, aunque los hechos suprasensibles se manifiesten realmente, simplemente no se perciben. 
Esta falta de interés se manifiesta de vez en cuando en una forma muy peculiar. Hay personas que desean honestamente experiencias suprasensibles, pero se forman a priori una cierta idea definida de lo que deben ser estas experiencias para ser reconocidas como reales. Entonces, cuando las experiencias reales llegan, pasan de largo sin que se les preste ningún interés, simplemente porque no son como uno se ha imaginado que deberían ser. En el caso de la clarividencia producida voluntariamente, llega un momento en el curso de la actividad interior del alma en el que tenemos la noción: ahora mi alma está experimentando algo que nunca antes había experimentado. 
La experiencia no es definitiva, sino una sensación general de que no nos enfrentamos al mundo exterior de los sentidos, ni estamos dentro de él, ni tampoco estamos dentro de nosotros mismos como en la vida ordinaria del alma. Las experiencias exteriores e interiores se funden en una sola, en un sentimiento de vida, hasta ahora desconocido para el alma, respecto al cual, sin embargo, el alma sabe que no podría sentirse si sólo viviera dentro del mundo exterior por medio de los sentidos o por sus sentimientos y recuerdos ordinarios. 
Sentimos, además, que durante esta condición del alma algo penetra en ella desde un mundo hasta ahora desconocido. Sin embargo, no podemos llegar a concebir ese algo desconocido. Tenemos la experiencia, pero no podemos formarnos una idea de ello. Ahora nos daremos cuenta de que cuando tenemos tal experiencia tenemos una sensación como si hubiera un obstáculo en nuestros cuerpos físicos que nos impidiera formar una concepción de lo que está penetrando en el alma. Sin embargo, si continuamos los esfuerzos interiores de nuestra alma, sentiremos, después de un tiempo, que hemos vencido nuestra propia resistencia corporal. 
El aparato físico del intelecto, hasta ahora, sólo podía formar ideas en relación con las experiencias en el mundo de los sentidos. Al principio es incapaz de elevar a una imagen lo que quiere manifestarse desde el mundo suprasensible. Primero debe estar preparado para poder hacerlo. De la misma manera que un niño está rodeado por el mundo exterior, pero tiene que tener su aparato intelectual preparado por la experiencia en ese mundo antes de ser capaz de formarse ideas de su entorno, así la humanidad en general es incapaz de formarse una idea del mundo suprasensible. 
El clarividente que desea progresar prepara su propio aparato de formación de ideas para que funcione en un nivel superior, exactamente de la misma manera que el de un niño está preparado para trabajar en el mundo de los sentidos. Hace que sus pensamientos fortalecidos trabajen sobre este aparato y, como consecuencia, éste se remodela gradualmente. Llega a ser capaz de incluir el mundo suprasensible en el ámbito de sus ideas. Así sentimos cómo a través de la actividad del alma podemos influir y remodelar nuestro propio cuerpo. Al principio el cuerpo actúa como un fuerte contrapeso a la vida del alma; lo sentimos como un cuerpo extraño dentro de nosotros. Pero en seguida notamos cómo se adapta cada vez más a las experiencias del alma; hasta que, finalmente, ya no lo sentimos en absoluto, sino que encontramos ante nosotros el mundo suprasensible, igual que no notamos la existencia del ojo con el que miramos el mundo de los colores. El cuerpo, pues, debe hacerse imperceptible antes de que el alma pueda contemplar el mundo suprasensible. 
Cuando hayamos llegado de este modo a convertir deliberadamente el alma en clarividente, podremos, por regla general, reproducir este estado a voluntad si nos concentramos en algún pensamiento que podamos experimentar en nuestro interior de manera especialmente poderosa. Como consecuencia de entregarnos a tal pensamiento encontraremos que se produce la clarividencia. 
 Al principio no podremos ver nada concreto que deseemos especialmente. Las cosas suprasensibles o los sucesos para los cuales no estamos preparados de ninguna manera, o que deseamos evocar, intervendrán en la vida del alma. Sin embargo, continuando nuestros esfuerzos interiores, alcanzaremos también la facultad de dirigir la mirada espiritual a las cosas que deseamos investigar. Cuando hemos olvidado una experiencia, tratamos de traerla de nuevo a nuestra memoria recordando a la mente algo relacionado con la experiencia; y de la misma manera podemos, como clarividentes, partir de una experiencia que podemos pensar, con razón, que está relacionada con lo que queremos encontrar. 
Al entregarnos con intensidad a la experiencia conocida, a menudo, después de un lapso de tiempo más o menos largo, encontraremos añadida la experiencia que era nuestro objeto alcanzar. En general, sin embargo, hay que señalar que es de la mayor importancia para el clarividente esperar tranquilamente el momento propicio. No debemos desear atraer nada. Si la experiencia deseada no llega, es mejor abandonar la búsqueda por un tiempo e intentar conseguir una oportunidad en otro momento. El aparato humano de cognición necesita desarrollarse con calma hasta el nivel de ciertas experiencias. Si no tenemos paciencia para esperar ese desarrollo, haremos observaciones incorrectas o inexactas.
traducido por J.Luelmo junio2021




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