GA016 Sexta meditación: en la que se intenta formar una idea del cuerpo del Yo o del cuerpo de pensamientos

 

 UN CAMINO HACIA EL AUTO-CONOCIMIENTO

Por Rudolf Steiner

Sexta meditación   En la cual se intenta formar una idea del Cuerpo del Yo o del cuerpo de Pensamientos

La sensación de estar fuera de nuestro cuerpo físico es más fuerte durante las experiencias dentro del cuerpo astral que durante las del cuerpo elemental. En el caso del cuerpo elemental nos sentimos fuera de la región en la que existe el cuerpo físico, y sin embargo nos sentimos conectados con este último cuerpo. En el cuerpo astral sentimos el propio cuerpo físico como algo fuera de nuestro propio ser. 

Al pasar al cuerpo elemental sentimos algo así como una expansión de nuestro propio ser; pero al identificar nuestra conciencia con el cuerpo astral es como si diéramos un salto a otro ser. Y sentimos que un mundo de seres espirituales envía sus actividades a ese ser. Nos sentimos de una u otra manera conectados o relacionados con estos seres. Y gradualmente aprendemos a saber cómo están conectados mutuamente estos seres. 

Para nuestra conciencia humana, el mundo se amplía en dirección a lo espiritual. Contemplamos, por ejemplo, a los seres espirituales que están a cargo de la sucesión de las épocas en el desarrollo de la humanidad, de modo que nos damos cuenta de que los diferentes caracteres de las distintas épocas están, por así decirlo, estampados en ellas por entidades espirituales reales. Tales seres son los Espíritus del Tiempo o las Potencias Primordiales (Archai). 

Aprendemos a conocer a otros seres, cuya vida psíquica es tal que sus pensamientos son al mismo tiempo fuerzas activas de la naturaleza. Nos sentimos inclinados a comprender que las fuerzas de la naturaleza sólo parecen estar constituidas tal como la percepción física las imagina, osea para la percepción física. Que, de hecho, en todas partes, donde actúa una fuerza de la naturaleza, se expresa el pensamiento de algún ser, de la misma manera que un alma humana encuentra su expresión en el movimiento de una mano. 

Todo esto no es para que el hombre, con la ayuda de una teoría cualquiera, le sirva para situar a los seres vivos en el trasfondo de los procesos de naturales; cuando nos experimentamos en nuestro cuerpo astral, entramos en una relación con esos seres tan concreta y real como la que existe entre los individuos humanos en el mundo físico. 

Entre los espíritus en cuyo reino penetramos de este modo, descubrimos una serie de rangos jerárquicos, y podemos por tanto hablar de un mundo de jerarquías superiores. Aquellos seres cuyos pensamientos se manifiestan a la percepción física como fuerzas de la naturaleza, podemos llamarlos Espíritus de la Forma.

La experiencia en ese mundo conlleva que sintamos nuestro ser físico como algo fuera de nosotros, de la misma manera que en la existencia física vemos una planta como una cosa externa a nosotros. Sentiremos esta condición de estar fuera de todo aquello que en la vida ordinaria debe sentirse como el conjunto de nuestro propio ser, como algo muy doloroso, mientras no vaya acompañado de otra experiencia determinada. Si el trabajo interior del alma se ha llevado a cabo con energía y ha conducido a una adecuada profundización y fortalecimiento de la vida de nuestra alma, no es necesario que este dolor sea muy pronunciado. Pues se puede lograr una entrada lenta y gradual en esa segunda experiencia simultáneamente con nuestra entrada en el cuerpo astral como nuestro vehículo natural.

Esta segunda experiencia consistirá en obtener la capacidad de considerar todo aquello que antes llenaba y estaba relacionado con nuestra propia alma, como una especie de recuerdo, de modo que nos situamos en la misma relación con nuestro propio yo anterior que con nuestros recuerdos en el mundo físico. Sólo a través de tal experiencia alcanzamos la plena conciencia de nosotros mismos como si viviéramos realmente con nuestro propio ser real en un mundo muy diferente al de los sentidos. Ahora tenemos el conocimiento de que lo que llevamos con nosotros y que hasta ahora hemos considerado como nuestro ego es algo diferente de lo que realmente somos. Ahora somos capaces de situarnos frente a nosotros mismos, y podemos formarnos una idea sobre aquello que ahora se enfrenta a nuestra propia alma y de lo que antes decía: "Eso soy yo mismo". Ahora el alma ya no dice: "Eso soy yo mismo", sino: "Llevo ese algo conmigo". Así como el ego en la vida ordinaria se siente independiente de sus propios recuerdos, nuestro nuevo ego se siente independiente de nuestro antiguo ego. Siente que pertenece a un mundo de seres puramente espirituales. Y a medida que esta experiencia -una experiencia real, no una mera teoría- llega a nosotros, nos damos cuenta de lo que realmente es aquello que hasta ahora considerábamos nuestro ego. Se presenta como una red de recuerdos, producidos por los cuerpos físico, elemental y astral, del mismo modo que una imagen es producida por un espejo. Así como el hombre no se identifica con su imagen reflejada en un espejo, el alma, al experimentarse en el mundo espiritual, tampoco se identifica con lo que experimenta de sí misma en el mundo de los sentidos. La comparación con la imagen reflejada ha de tomarse, naturalmente, sólo como una comparación, porque la imagen reflejada se desvanece cuando cambiamos nuestra posición con respecto al espejo. 

La red tejida de recuerdos y que representa lo que en el mundo físico consideramos como nuestro propio ser, tiene un mayor grado de independencia que la imagen en el espejo. Tiene en cierto modo una existencia propia. Y sin embargo, para el ser real del alma sólo es como una imagen de nuestro ser real. El ser real del alma siente que esta imagen es necesaria para la manifestación de su ser real. Este ser real sabe que es algo diferente, pero también que nunca habría llegado a ningún conocimiento real de sí mismo si no se hubiera experimentado al principio como su propia imagen dentro de ese mundo, que, tras su ascenso al mundo espiritual, se convierte en un mundo exterior.

La red de recuerdos que ahora consideramos como nuestro antiguo ego puede llamarse "cuerpo del ego" o "cuerpo del pensamiento". La palabra "cuerpo" debe tomarse en este sentido más amplio que lo que habitualmente se llama "cuerpo". Por "cuerpo" se entiende aquí todo lo que experimentamos como perteneciente a nosotros y del que no decimos: "Lo somos", sino: "Lo poseemos".


Sólo cuando la conciencia clarividente ha llegado al punto en el que experimenta lo que antes consideraba que era ella misma, como una suma de recuerdos, es posible adquirir una experiencia real de lo que se oculta tras el fenómeno de la muerte. Porque entonces hemos llegado a un mundo verdaderamente real en el que nos sentimos como seres capaces de retener, como en una memoria, lo que se ha experimentado en el mundo de los sentidos. Esta suma de experiencias en el mundo físico necesita, para continuar su existencia, un ser que sea capaz de retenerla del mismo modo que el yo ordinario retiene sus recuerdos. El conocimiento suprasensible revela que el hombre tiene una existencia dentro del mundo de los seres espirituales, y que es él mismo quien conserva dentro de sí su existencia física como un recuerdo. La pregunta de ¿Qué será después de la muerte de todo lo que ahora soy?, recibe la siguiente respuesta de la investigación clarividente: "Seguirás siendo tú mismo sólo en la medida en que te des cuenta de que ese yo es un ser espiritual entre otros seres espirituales".

Reconocemos la naturaleza de estos seres espirituales y, entre ellos, nuestra propia naturaleza. Y este conocimiento es una experiencia directa. A través de él sabemos que los seres espirituales, y con ellos nuestra propia alma, tienen una existencia de la que la existencia física no es más que una manifestación pasajera. Si a la conciencia ordinaria le parece -como se muestra en la Primera Meditación- que el cuerpo pertenece a un mundo cuya parte real en él se demuestra por su disolución en el mismo después de la muerte, la observación clarividente nos enseña que el verdadero yo humano pertenece a un mundo al que está unido por lazos muy diferentes de los que unen al cuerpo con las leyes naturales. Los lazos que unen al ego con los seres espirituales del mundo suprasensible no se ven alterados en su carácter más íntimo ni por el nacimiento ni por la muerte. En la existencia física estos lazos sólo se muestran de manera especial. Lo que aparece en este mundo es la expresión de realidades de naturaleza suprasensible.

 Ahora bien, puesto que el hombre como tal es un ser suprasensible, y también lo parece a la observación suprasensible, los vínculos entre las almas en el mundo suprasensible no se ven afectados por la muerte. Y esa pregunta angustiosa que se presenta ante la conciencia ordinaria del alma en esta forma primitiva: "¿Volveré a encontrarme después de la muerte con aquellos con los que sé que he estado conectado durante la existencia física?" debe ser respondida enfáticamente de manera afirmativa por cualquier investigador real que tenga derecho a formarse un juicio basado en la experiencia.

Todo lo que se ha dicho del ser del alma que se experimenta a sí misma como una realidad espiritual dentro del mundo de otros seres espirituales, puede verse y confirmarse si fortalecemos la vida de nuestra alma de la manera antes mencionada. Y es posible facilitar esto y ayudarse a sí mismo mediante el desarrollo de sentimientos especiales. En la vida ordinaria en el mundo físico adoptamos una posición tal ante todo lo que sentimos como nuestro destino, como para sentir simpatía o antipatía por diferentes sucesos. Un observador de sí mismo, que sea capaz de permanecer bastante imparcial, debe admitir que estas simpatías y antipatías son algunas de las más fuertes que el hombre es capaz de sentir. La reflexión ordinaria sobre el hecho de que todo en la vida es resultado de la necesidad, y que tenemos que soportar nuestro destino, puede ciertamente llevarnos un largo camino hacia una actitud mental deliberada en la vida. Pero para poder captar algo del verdadero ser del hombre se requiere aún más. La reflexión descrita prestará un excelente servicio en la vida de nuestra alma. Sin embargo, es posible que a menudo nos encontremos con que esas simpatías y antipatías del tipo mencionado, que hemos podido desechar, sólo han desaparecido de nuestra conciencia inmediata.  Se han retirado a los estratos más profundos de la naturaleza humana y se manifiestan como un determinado estado de ánimo del alma o como un sentimiento de flaqueza o alguna otra sensación de este tipo en el cuerpo. La verdadera imperturbabilidad con respecto al destino sólo se adquiere cuando nos comportamos en este asunto de la misma manera que en la repetida entrega concentrada a los pensamientos o sentimientos con el fin de fortalecer el alma en general. Una reflexión que sólo lleve a la comprensión intelectual no es suficiente. Es necesario vivir intensamente con tal reflexión, y continuar en ella durante un cierto período de tiempo, manteniendo alejadas todas las experiencias pertenecientes a los sentidos u otros recuerdos de la vida ordinaria. A través de tales ejercicios se llega a una determinada actitud mental fundamental hacia el destino. Es posible prescindir radicalmente de las simpatías y antipatías a este respecto y, finalmente, considerar todo lo que nos sucede con la misma despreocupación con la que un observador mira el agua que cae sobre la ladera de una montaña y chapotea por debajo. No pretendemos decir que de este modo debamos llegar a enfrentarnos a nuestro propio destino sin ningún tipo de sentimiento. 

Quien se vuelve indiferente ante cualquier cosa que le ocurra, seguramente no va por buen camino. Ciertamente, no permanecemos indiferentes al mundo exterior con respecto a las cosas que no afectan a nuestra propia alma como parte de nuestro destino. Miramos las cosas que suceden ante nuestros ojos con placer o con dolor. Cuando nos esforzamos por el conocimiento suprasensible, no hay que buscar la indiferencia ante la vida, sino la transformación del interés directo que el ego tiene en su propio destino. Es muy posible que mediante tal transformación la vivacidad de la vida de los sentimientos se fortalezca y no se debilite. En la vida ordinaria se derraman lágrimas por muchas cosas que le suceden a nuestra propia alma en el camino del destino. Sin embargo, somos capaces de abrirnos camino hacia un punto de vista en el que el desafortunado destino de otros despierta en nuestra alma el mismo interés y sentimiento agudo que son inducidos por nuestras propias experiencias infelices. Es más fácil llegar a ese punto de vista con respecto a las desgracias que nos depara el destino que, por ejemplo, con respecto a nuestras capacidades mentales. No es tan fácil, después de todo, experimentar una alegría tan grande cuando se descubre una capacidad en otro, como cuando se descubre que uno mismo posee esa capacidad. Cuando la auto-observación se esfuerza por penetrar en las profundidades del alma, se puede descubrir mucha satisfacción egoísta con muchas cosas que podemos hacer nosotros mismos. Una intensa y repetida unión meditativa con el pensamiento de que, en muchos casos, es totalmente indiferente para el curso de la vida humana que nosotros mismos u otros sean capaces de hacer ciertas cosas, puede llevarnos muy lejos hacia la verdadera imperturbabilidad con respecto a lo que sentimos como la obra más íntima del destino en nuestras propias vidas. Este refuerzo interior de la vida de nuestra alma, al empaparla de pensamiento, cuando se hace correctamente, nunca puede conducir a un mero embotamiento de nuestro sentimiento por nuestras propias capacidades. Por el contrario, se transforman y nos damos cuenta de la necesidad de comportarnos de acuerdo con estas capacidades.

Y aquí ya hemos indicado la dirección que toma este fortalecimiento de la vida anímica mediante el pensamiento. Aprendemos a experimentar algo en nosotros mismos que para el alma aparece como un segundo ser dentro de ella. Esto se manifiesta especialmente, cuando conectamos con ella pensamientos que muestran cómo en la vida ordinaria provocamos tal o cual acontecimiento en nuestro destino. Somos capaces de ver que esto o aquello no nos habría sucedido, si no nos hubiéramos comportado de una manera determinada en un período anterior de nuestra vida. Lo que nos sucede hoy es realmente, en muchos aspectos, el resultado de lo que hicimos ayer. Ahora podemos, con la intención de llevar la experiencia de nuestra alma más allá de algún punto al que hayamos llegado, mirar hacia atrás en nuestra experiencia pasada. Podemos entonces buscar todo lo que muestra cómo nosotros mismos hemos preparado nuestros destinos posteriores. Al hacerlo, podemos intentar retroceder tanto como para llegar a ese punto en el que se despierta la conciencia en el niño, que le permite, más adelante en la vida, recordar lo que ha experimentado. 

Si hacemos esta retrospección de tal manera que combinemos con ella una actitud mental que elimine las habituales simpatías y antipatías egoístas con respecto a los sucesos de nuestro propio destino, entonces, tras haber alcanzado en la memoria el mencionado punto de nuestra infancia, nos enfrentamos a nosotros mismos de tal manera que podemos decir: En ese momento se presentó por primera vez la posibilidad de sentirnos en nosotros mismos y de trabajar conscientemente sobre la vida de nuestra alma; pero este ego nuestro ya estaba allí antes, y, aunque no trabajaba conscientemente en nosotros, nos ha aportado nuestra capacidad de conocimiento así como todo lo que ahora sabemos. La actitud hacia nuestro propio destino que acabamos de describir, produce lo que ninguna reflexión intelectual es capaz de producir. Aprendemos a mirar los acontecimientos del destino con ecuanimidad; los afrontamos con una mente sin prejuicios; pero en el ser que trae estos acontecimientos sobre nosotros vemos a nuestro propio ser. Y cuando nos miramos a nosotros mismos de esta manera, encontramos que las condiciones de nuestro propio destino, ya dadas al nacer, están conectadas con nuestro propio ser. Nos abrimos camino hasta la convicción de que, al igual que hemos trabajado sobre nosotros mismos desde el despertar de nuestra conciencia, ya habíamos estado trabajando antes de que nuestra conciencia actual despertara. 

Ahora bien, este obrar de nosotros mismos hacia la concreción de un yo superior dentro del yo ordinario nos lleva a admitir que nuestros pensamientos nos han llevado no sólo a una afirmación teórica de la existencia de tal yo superior, sino que también nos hace reconocer, como un poder dentro de nosotros mismos, la actividad viva de este yo en toda su realidad y sentir al yo ordinario como una creación del otro. Este sentimiento es, de hecho, el primer paso para contemplar el ser anímico-espiritual. Y si no conduce a nada, es porque nos conformamos sólo con el comienzo. Este comienzo puede ser una sensación sorda apenas perceptible. Puede permanecer así tal vez durante mucho tiempo. Pero si proseguimos el camino que nos ha llevado a este comienzo con fuerza y energía, llegaremos por fin a contemplar el alma como un ser espiritual. Y habiendo llegado hasta aquí comprenderemos fácilmente por qué alguien, sin experiencia en estos asuntos, puede decir que al creer que vemos tales cosas sólo hemos creado una imagen imaginativa de un yo superior a través de la autosugestión. Pero quien ha tenido la experiencia sabe que tal objeción sólo puede derivarse de la falta de esta misma experiencia. Porque quienes pasan seriamente por este desarrollo adquieren al mismo tiempo la capacidad de distinguir entre las realidades y las imágenes de su propia imaginación. Las actividades y experiencias interiores que son necesarias durante tal peregrinaje del alma, si es correcto, nos hacen practicar la mayor circunspección hacia nosotros mismos con respecto a la imaginación y la realidad. Cuando nos esforcemos sistemáticamente por alcanzar la experiencia de nosotros mismos en el yo superior como seres espirituales, consideraremos como experiencia principal la que se describe al principio de esta meditación y consideraremos el resto como una ayuda para el alma en su peregrinaje.

Traducido por J.Luelmo junio 2021

No hay comentarios:

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919