GA027-13 sobre la naturaleza esencial de la enfermedad y de la curación

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CAPÍTULO XIII


El dolor, que puede producirse en alguna parte del organismo, se experimenta en el cuerpo astral y en el yo. Ambos - el cuerpo astral y el yo, cada uno a su manera, están apropiadamente comprometidos dentro de los cuerpos físico y etérico mientras el hombre está en estado de vigilia. Cuando el sueño tiene lugar, el cuerpo físico y etérico llevan a cabo las actividades orgánicas por sí solos. El cuerpo astral y el ego están separados de ellos.

En el sueño el organismo vuelve a las actividades que pertenecen al punto de partida de su desarrollo, es decir, a los períodos embrionarios y a la primera infancia. En la vida de vigilia predominan los procesos que tienen lugar al final de la misma: el envejecimiento y la muerte.

En el punto de partida del desarrollo del hombre, la actividad del cuerpo etérico predomina sobre la del astral; luego, gradualmente en el curso de la vida, la actividad de este último se hace más intensa mientras que la del cuerpo etérico retrocede. El cuerpo etérico tampoco recupera, ni siquiera en el sueño, la intensidad que tenía al principio de la vida. En relación con el astral, conserva el grado de intensidad que ha desarrollado en el transcurso de la vida.

En cada edad de la vida, a cada órgano del cuerpo humano se le asigna propiamente una determinada intensidad de actividad etérica que corresponde además a una determinada intensidad del astral. De estas relaciones depende que el cuerpo astral pueda o no comprometerse adecuadamente con el etérico. Si, debido a una disminución de la actividad etérica, no puede hacerlo, sobreviene el dolor; si, por el contrario, el cuerpo etérico se activa más allá de su medida normal, la penetración mutua de las actividades astral y etérica se vuelve inusualmente intensa. Se produce el placer y el confort. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el placer aumentado más allá de cierto punto pasa a ser dolor, así como el dolor a placer. Si no se tuviera en cuenta esto, lo que aquí se dice podría parecer en contradicción con algunas explicaciones anteriores.

Un órgano se enferma cuando su actividad etérica propia no puede desarrollarse. Tomemos, por ejemplo, la acción metabólica que se continúa, desde el proceso digestivo propiamente dicho, en el organismo como un todo. Si los productos del metabolismo se transmiten por todas partes a la actividad y a la formación sustancial del organismo sin dejar residuos, es una señal de que el cuerpo etérico funciona adecuadamente. Si, por el contrario se van depositando sustancias a lo largo de los caminos del metabolismo sin entrar en la acción general del organismo, muestra que el cuerpo etérico está deteriorado en su actividad. Los procesos físicos normalmente estimulados por el cuerpo astral, procesos que sólo sirven al organismo cuando están confinados en su propia esfera, sobrepasan sus límites propios e infringen la esfera de acción etérica. Así surgen procesos cuya existencia se debe al predominio del cuerpo astral. Son procesos que tienen su lugar propio cuando se produce el envejecimiento y la desintegración del cuerpo.

Ahora se trata de lograr una armonía adecuada entre la actividad etérica y la astral. Hay que fortalecer el cuerpo etérico y debilitar el astral. Esto puede hacerse llevando las sustancias físicas, que el cuerpo etérico tiene que asimilar, a una condición en la que se prestan más fácilmente a sus influencias que en la enfermedad. Asimismo, la organización del yo debe recibir más fuerza, pues el cuerpo astral, con la orientación animal de su actividad, se mantiene más controlado cuando la organización del yo se fortalece en su poder organizador humano.

La manera de penetrar en estas cuestiones con un conocimiento claro se encontrará cuando observemos el tipo de efectos que una sustancia concreta despliega a lo largo de los caminos del metabolismo. Tomemos como ejemplo el azufre. Está contenido en las proteínas. En efecto, es fundamental para todo el proceso que tiene lugar en la absorción de los alimentos proteicos. Pasa de la naturaleza etérica extraña, a través del estado inorgánico a la actividad etérica del propio organismo humano. Se encuentra en los tejidos fibrosos de los órganos, en el cerebro, en las uñas y en el cabello. De este modo, se abre camino por las vías del metabolismo hasta la periferia del organismo. De todas estas maneras, el azufre resulta ser una sustancia que desempeña un papel esencial en la recepción de las proteínas en el dominio del cuerpo etérico humano.

Ahora se plantea la cuestión de si el azufre desempeña también un papel en la transición del dominio de la acción etérica al astral, y si tiene algo que ver con la organización del yo. No se combina de forma apreciable con las sustancias inorgánicas introducidas en el organismo para formar sales o ácidos. Tal combinación proporcionaría la base para una recepción de los procesos del azufre en el cuerpo astral y la organización del yo. Vemos, pues, que el azufre no penetra en estas regiones. Desarrolla su actividad en el ámbito del cuerpo físico y etérico. Esto se demuestra también por el hecho de que un mayor aporte de azufre al organismo da lugar a sensaciones de vértigo, de reducción de la conciencia. También el sueño, es decir, el estado del cuerpo cuando el astral y la organización del ego no funcionan como el ser del alma, se hace más intenso cuando se aumenta el suministro de azufre.

De todo esto se desprende que el azufre, introducido como medicamento, hará que las actividades físicas del organismo estén más inclinadas a someterse a la intervención activa del etérico que en el estado enfermo.

Con el fósforo el caso es diferente. Está presente en el organismo humano como ácido fosfórico y sales fosfóricas, en albúminas en los tejidos fibrosos, en el cerebro y en los huesos. Su tendencia es hacia las sustancias inorgánicas, cuya importancia está en el ámbito de la organización del yo. Estimula la actividad consciente del hombre. Por ello, también condiciona el sueño, aunque por un proceso opuesto al del azufre, es decir, por la estimulación previa de la actividad consciente, mientras que el azufre favorece el sueño al potenciar las actividades inconscientes de lo físico y lo etérico. El fósforo está presente como fosfato de calcio en los huesos, es decir, en aquellos órganos que están sujetos a la organización del yo, no donde trabaja desde dentro en los procesos de crecimiento, regulación del metabolismo y similares, sino donde utiliza el mecanismo externo del sistema para los movimientos del cuerpo.

Por lo tanto, como medicamento, el fósforo será eficaz cuando la condición enferma sea una hipertrofia del dominio astral sobre la organización del yo y ésta necesite ser reforzada para reprimir el astral.

Consideremos el raquitismo. La enfermedad se debe, como se explicó antes, a una hipertrofia de la actividad etérico-astral, conduce a una acción defectuosa de la organización del yo. Si se trata primero con azufre de la manera adecuada, la actividad etérica se fortalece en relación con la astral, y si después de esto se hace un tratamiento con fósforo, el efecto curativo que se ha preparado en la organización etérica se lleva a la del "ego"; y el raquitismo se enfrenta desde dos lados. (Somos conscientes de que se discute la eficacia del tratamiento del raquitismo con fósforo; pero ninguna de las curas intentadas hasta ahora tiene nada que ver con el método aquí descrito).

Traducido por J.Luelmo junio2021

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