GA016 primera meditación: En la cual se intenta obtener una verdadera idea del cuerpo físico

 UN CAMINO HACIA EL AUTO-CONOCIMIENTO

Por Rudolf Steiner

Primera meditación   En la cual se intenta obtener una Verdadera Idea del Cuerpo Físico

Cuando el alma se entrega a los fenómenos del mundo exterior por medio de la percepción física, no puede decirse -después de un verdadero autoanálisis- que el alma perciba tales fenómenos, o que realmente experimente las cosas del mundo exterior. Pues, durante el tiempo en que se entrega, en su devoción al mundo exterior, el alma no conoce en verdad nada de sí misma. Más bien consiste en el hecho de que la propia luz del sol, que irradia de las cosas a través del espacio en diversos colores, vive o se experimenta a sí misma dentro del alma. Cuando el alma disfruta de cualquier acontecimiento, en el momento del disfrute ella es realmente alegría en la medida en que es consciente de ser algo. La alegría se experimenta a sí misma en el alma. El alma es una con su experiencia del mundo. No se experimenta a sí misma como algo separado que siente alegría, admiración, deleite, satisfacción o miedo. En realidad es alegría, admiración, deleite, satisfacción y miedo. Si el alma admitiera siempre este hecho, entonces y sólo entonces las ocasiones en que se retira de la experiencia del mundo exterior y se contempla a sí misma por sí misma aparecerían bajo la luz correcta. Estos momentos aparecerían entonces como formando una vida de carácter muy especial, que de inmediato se muestra totalmente diferente de la vida ordinaria del alma. Es con este tipo especial de vida cuando comienzan a surgir en nuestra conciencia los enigmas de la existencia del alma. Y estos enigmas son, de hecho, la fuente de todos los demás enigmas del mundo. Porque al espíritu humano se le presentan dos mundos, uno exterior y otro interior, y directamente el alma, durante más o menos tiempo, deja de ser uno con el mundo exterior y se retira a la soledad de su propia existencia.

Ahora bien, esta retirada no es un simple proceso que, una vez realizado, pueda repetirse de la misma manera. Se parece mucho más al comienzo de una peregrinación hacia mundos previamente desconocidos. Una vez iniciada esta peregrinación, cada paso que se dé llamará a otros, y será también la preparación para estos otros. Es el primer paso el que hace que el alma sea capaz de dar el siguiente. Y cada paso trae un conocimiento más completo de la respuesta a la pregunta: "¿Qué es el hombre en el verdadero sentido de la palabra?" Se abren mundos que están ocultos a la concepción ordinaria de la vida. Y sin embargo, sólo en esos mundos pueden encontrarse los hechos que revelarán la verdad sobre esta misma concepción. E incluso aunque ninguna respuesta resulte ser completa y definitiva, las respuestas obtenidas a través del peregrinaje interior del alma van más allá de todo lo que los sentidos exteriores y el intelecto ligado a ellos puedan proporcionar. Pues este "algo más" es necesario para el hombre, y lo comprobará cuando analice real y seriamente su propia naturaleza.

Al comienzo de tal peregrinaje por los reinos de nuestra propia alma, son necesarios la lógica dura y el sentido común. Constituyen un punto de partida seguro para avanzar hacia los reinos suprasensibles, que el alma, después de todo, anhela alcanzar. Muchas almas preferirían no preocuparse por tal punto de partida, sino penetrar directamente en los reinos suprasensibles; aunque toda alma sana, aunque al principio haya evitado tales consideraciones de sentido común como desagradables, siempre se someterá a ellas más tarde. Pues, por mucho conocimiento que se tenga de los mundos suprasensibles desde otro punto de partida, sólo se puede llegar a ellos por medio de algunos métodos de razonamiento como los que aquí se exponen.

En la vida del alma puede haber momentos en los que se diga a sí misma: "Debes ser capaz de apartarte de todo lo que el mundo exterior puede darte, si no quieres verte obligada a confesar que no eres más que un sinsentido autocontradictorio; pero esto haría la vida imposible, porque es evidente que lo que percibes a tu alrededor existe independientemente de ti; existió sin ti y seguirá existiendo sin ti. ¿Por qué, entonces, los colores se perciben en ti, mientras que tu percepción no tiene ninguna importancia para ellos? ¿Por qué las fuerzas y los materiales del mundo exterior construyen tu cuerpo? Un pensamiento cuidadoso mostrará que este cuerpo sólo adquiere vida como  consecuencia de la manifestación externa de ti. Es una parte del mundo exterior transformada en ti, y, además, te das cuenta de que te es necesario. Porque, para empezar, no podrías tener experiencias interiores sin tus sentidos, que sólo el cuerpo puede poner a tu disposición. Sin el cuerpo, permanecerías vacío, tal y como eres al principio. A través de los sentidos te da plenitud y sustancia interior". Y entonces pueden seguir todas esas reflexiones que son esenciales para cualquier existencia humana si no quiere entrar en una insoportable contradicción consigo misma en ciertos momentos que le llegan a todo ser humano. Este cuerpo -tal como existe en el momento presente- es la expresión de la experiencia del alma. Sus procesos son tales que permiten al alma vivir a través de él y adquirir experiencia de sí misma en él.

Sin embargo, llegará un momento en que esto no será así. La vida en el cuerpo estará algún día sujeta a leyes muy diferentes de las que obedece hoy mientras vive para ti y para la experiencia de tu alma. Estará sujeta a esas leyes, según las cuales actúan la materia y las fuerzas de la naturaleza, leyes que ya no tienen nada que ver contigo y con tu vida. El cuerpo al que le debes la experiencia de tu alma, será absorbido por el proceso general del mundo y existirá allí en una forma que no tiene nada más en común con todo lo que experimentas en tu interior.

Tal reflexión puede suscitar en la experiencia interior todo el horror del pensamiento de la muerte, pero sin la mezcla de los sentimientos meramente personales que están ordinariamente conectados con este pensamiento. Cuando tales sentimientos personales prevalecen, no es fácil establecer el estado mental tranquilo y deliberado necesario para obtener el conocimiento. Es natural que la persona quiera saber sobre la muerte y sobre una vida anímica independiente de la disolución del cuerpo. Pero la relación que existe entre la persona misma y estas cuestiones es -quizás más que cualquier otra cosa en el mundo- apta para confundir su juicio objetivo y hacer que acepte como verdaderas respuestas sólo aquellas que están inspiradas en sus propios deseos o anhelos. Porque es imposible obtener un verdadero conocimiento de cualquier cosa en los reinos espirituales si no se es capaz, con total despreocupación, de aceptar un "No" tan gustosamente como un "Sí". Y sólo tenemos que mirar concienzudamente dentro de nosotros mismos para darnos cuenta claramente del hecho de que no aceptamos el conocimiento de una extinción de la vida del alma junto con la muerte del cuerpo con la misma ecuanimidad que el conocimiento opuesto que enseña la existencia continua del alma más allá de la muerte. Sin duda, hay personas que creen honestamente en la aniquilación del alma al extinguirse la vida del cuerpo, y que organizan su vida en consecuencia. Pero incluso estos no son imparciales con respecto a tal creencia. Es cierto que no permiten que el miedo a la aniquilación y el deseo de seguir existiendo superen las razones que están claramente a favor de dicha aniquilación. 

Hasta aquí la concepción de estas personas es más lógica que la de otras que inconscientemente construyen o aceptan argumentos a favor de una existencia continuada, porque hay un deseo ardiente en las profundidades secretas de sus almas por esa existencia continuada. Sin embargo, la opinión de los que niegan la inmortalidad no es menos parcial, sólo que de manera diferente. Hay entre ellos algunos que construyen una determinada idea de lo que es la vida y la existencia. Esta idea les obliga a pensar en ciertas condiciones, sin las cuales la vida es imposible. Su visión de la existencia les lleva a la conclusión de que las condiciones de la vida del alma ya no pueden estar presentes cuando el cuerpo cae. Estas personas no se dan cuenta de que ellas mismas han fijado desde el principio una idea de las condiciones necesarias para la existencia de la vida, y no pueden creer en una continuación de la vida después de la muerte por la sencilla razón de que, según su propia idea preconcebida, no hay posibilidad de imaginar una existencia sin cuerpo. Aunque no estén sesgados por sus propios deseos, sí lo están por sus propias ideas, de las que no pueden emanciparse. En estas cuestiones sigue habiendo mucha confusión, y sólo hay que poner algunos ejemplos de lo que existe en este sentido. Por ejemplo, el pensamiento de que el cuerpo, a través de cuyos procesos el alma manifiesta su vida, será eventualmente entregado al mundo exterior, y seguirá leyes que no tienen relación con la vida interior - este pensamiento pone la experiencia de la muerte ante el alma de tal manera que ningún deseo, ninguna consideración personal, debe necesariamente entrar en la mente; y por un pensamiento como éste somos conducidos a una simple e impersonal cuestión de conocimiento. Entonces, también, pronto surgirá en la mente el pensamiento de que la idea de la muerte no es importante en sí misma, sino porque puede arrojar luz sobre la vida. Y tendremos que llegar a la conclusión de que es posible comprender el enigma de la vida a través de la naturaleza de la muerte.

El hecho de que el alma desee su propia existencia continuada debería, en toda circunstancia, hacernos sospechar con respecto a cualquier opinión que el alma se forme sobre su propia inmortalidad. ¿Por qué los hechos del mundo deberían prestar atención a los sentimientos del alma? Es posible pensar que el alma, como una llama producida a partir de un combustible, se limita a brotar de la sustancia del cuerpo y luego se apaga de nuevo. En efecto, la necesidad de formarse una opinión sobre su propia naturaleza podría llevar al alma a este mismo pensamiento, con el resultado de que se sentiría desprovista de sentido. Pero, sin embargo, este pensamiento podría ser la verdad real del asunto, aunque hiciera que el alma se sintiera sin sentido.

Cuando el alma vuelve sus ojos al cuerpo, sólo debe tener en cuenta lo que el cuerpo puede revelarle. Parece pues, como si en la naturaleza estuvieran activas tales leyes que impulsan a la materia y a las fuerzas a un proceso continuo de cambio, y como si estas leyes controlaran al cuerpo y después de un tiempo lo atrajeran a ese proceso general de cambio mutuo.

Podéis poner esta idea como queráis: puede ser científicamente admisible, pero con respecto a la verdadera realidad se demuestra que es totalmente imposible. Podéis encontrar que es la única idea que parece científicamente clara y sensata, y que todas las demás son sólo creencias subjetivas. Podéis imaginar que es así, pero no podéis adheriros a esta idea con una mente realmente imparcial. Y esa es la cuestión. No hay que tener en cuenta lo que el alma, según su propia naturaleza, siente como una necesidad, sino sólo lo que el mundo exterior, al que pertenece el cuerpo, hace evidente. Después de la muerte, este mundo exterior absorbe la materia y las fuerzas del cuerpo, que entonces siguen leyes que son bastante indiferentes a lo que ocurre en el cuerpo durante la vida. Estas leyes (que son de naturaleza física y química) tienen la misma relación con el cuerpo que con cualquier otra cosa sin vida del mundo exterior. Es imposible imaginar que esta indiferencia del mundo exterior con respecto al cuerpo humano sólo comience en el momento de la muerte, y que no haya existido durante la vida.

No se puede obtener una idea de la relación entre nuestro cuerpo y el mundo físico a partir de la vida, sino sólo imprimiendo en nuestra mente el pensamiento de que todo lo que nos pertenece como vehículo de nuestros sentidos, y como medio por el cual el alma lleva a cabo su vida - todo esto es tratado por el mundo físico de una manera que sólo se hace clara para nosotros cuando miramos más allá de los límites de nuestra vida corporal y tomamos en consideración que llegará un momento en que ya no tendremos sobre nosotros el cuerpo en el que ahora estamos adquiriendo experiencia de nosotros mismos. Cualquier otra concepción de la relación entre el mundo físico exterior y el cuerpo transmite en sí misma la sensación de no ajustarse a la realidad. Sin embargo, la idea de que sólo después de la muerte se revela la verdadera relación entre el cuerpo y el mundo exterior no contradice ninguna experiencia real del mundo exterior o interior.

El alma no siente como insoportable el pensamiento de que la materia y las fuerzas de su cuerpo están entregadas a procesos del mundo exterior que nada tienen que ver con su propia vida. Entregándose a la vida de forma totalmente desprejuiciada, no puede descubrir en su propio fondo ningún deseo que surja del cuerpo y que haga desagradable el pensamiento de la disolución después de la muerte. La idea se vuelve insoportable sólo cuando implica que la materia y las fuerzas que regresan al mundo exterior se llevan consigo al alma y sus experiencias de su propia existencia. Tal idea sería insoportable por la misma razón que cualquier otra idea, que no surge naturalmente de la confianza en la manifestación del mundo exterior.

Atribuir al mundo exterior una relación totalmente diferente a la existencia del cuerpo durante la vida de la que tiene después de la muerte es una idea absolutamente inútil. Como tal, siempre será rechazada por la realidad, mientras que la idea de que la relación entre el mundo exterior y el cuerpo sigue siendo la misma antes y después de la muerte es bastante sólida. El alma, sosteniendo esta última opinión, se siente en perfecta armonía con la evidencia de los hechos. Es capaz de sentir que esta idea no choca con los hechos que hablan por sí mismos, y a los que no hay que añadir ningún pensamiento artificial.

No siempre somos capaces de observar la hermosa armonía que existe entre los sanos sentimientos naturales del alma y las manifestaciones de la naturaleza. Esto puede parecer tan evidente como para no necesitar ninguna observación, y sin embargo este hecho aparentemente insignificante es de lo más esclarecedor. La idea de que el cuerpo se disuelve en los elementos no tiene nada de insoportable, pero, por otra parte, el pensamiento de que el alma comparte el destino del cuerpo carece de sentido. Hay muchas razones personales humanas que lo demuestran, pero tales razones deben dejarse de lado en la investigación objetiva.

Aparte de estas razones, sin embargo, la atención completamente impersonal a las enseñanzas del mundo exterior muestra que no se puede atribuir a este mundo exterior una influencia diferente sobre el alma antes de la muerte de la que tiene después de la muerte. El hecho es concluyente: esta idea se presenta como una necesidad y se mantiene contra todas las objeciones que puedan plantearse contra ella. Cualquiera que piense en este pensamiento cuando tiene plena conciencia de sí mismo, siente su verdad directa. De hecho, tanto los que niegan como los que creen en la inmortalidad piensan de esta manera. Los primeros dirán probablemente que las condiciones de los procesos corporales durante la vida están implicadas en las leyes que actúan sobre el cuerpo después de la muerte; pero se equivocan si creen que son realmente capaces de imaginar que estas leyes están en una relación diferente con el cuerpo durante la vida cuando sirve de vehículo del alma, de las leyes que prevalecen después de la muerte.

La única idea posible en sí misma es que la combinación especial de fuerzas de las que está dotado el cuerpo cuando viene a la existencia, permanece tan indiferente al cuerpo en su carácter de vehículo para el alma, como aquella combinación de fuerzas que produce los procesos en el cuerpo muerto. Esta indiferencia no existe por parte del alma, sino por parte de la materia y las fuerzas del cuerpo. El alma adquiere experiencia de sí misma por medio del cuerpo, pero el cuerpo vive con, en y a través del mundo exterior, y no concede más importancia al alma como tal que a los procesos del mundo exterior. Se llega a la conclusión de que el calor y el frío del mundo exterior tienen una influencia sobre la circulación de la sangre en nuestro cuerpo que es análoga a la del miedo y la vergüenza que existen dentro del alma.

Así, en primer lugar, sentimos dentro de nosotros las leyes del mundo exterior activas en esa combinación especial de materiales que se manifiesta en la composición del cuerpo humano. Sentimos este cuerpo como un miembro del mundo exterior, pero permanecemos ignorantes de su funcionamiento interno. La ciencia externa de hoy en día da alguna información sobre cómo se combinan las leyes del mundo exterior dentro de esa entidad particular, que se presenta como el cuerpo humano. Podemos esperar que esta información sea más completa en el futuro. Pero esta información creciente no puede influir en absoluto en el modo en que el alma tiene que pensar en su relación con el cuerpo. Por el contrario, pondrá cada vez más en evidencia que las leyes del mundo exterior permanecen en la misma relación con el alma antes y después de la muerte. Es una ilusión esperar que el progreso del conocimiento de la naturaleza muestre hasta qué punto los procesos corporales son mediadores de la vida del alma. Reconoceremos cada vez más claramente lo que ocurre en el cuerpo durante la vida, pero los procesos en cuestión serán siempre sentidos por el alma como si estuvieran fuera de ella de la misma manera que los procesos en el cuerpo después de la muerte.

El cuerpo debe, pues, aparecer dentro del mundo exterior como una combinación de fuerzas y sustancias, que existe por sí misma y es explicable por sí misma como miembro de este mundo exterior. La naturaleza hace crecer una planta y la descompone de nuevo. La naturaleza gobierna el cuerpo humano y lo hace desaparecer dentro de su propia esfera. Si el hombre asume su posición ante la naturaleza con tales ideas, es capaz de olvidarse de sí mismo y de todo lo que hay en él y sentir su cuerpo como un miembro del mundo exterior. Si piensa de tal manera en sus relaciones con él mismo y con la naturaleza, experimenta en conexión con él mismo lo que podemos llamar su cuerpo físico.

Traducido por J.Luelmo junio2021

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