GA016 Séptima meditación: En la cual se intenta formar una idea del carácter de la experiencia en los mundos suprasensibles

  UN CAMINO HACIA EL AUTO-CONOCIMIENTO

Por Rudolf Steiner

Séptima meditación   En la cual se intenta formar una idea del  carácter de la experiencia en los mundos suprasensibles

Para muchas personas pueden parecer disuasorias las experiencias que se han mostrado que son necesarias para el alma, si éstas quieren penetrar en los mundos suprasensibles. Tales personas pueden decir que no saben lo que les ocurriría si se aventurasen en tales procesos, o cómo podrían soportarlos. Bajo la influencia de tal sentimiento se forma muy fácilmente la opinión de que es mejor no interferir artificialmente en el desarrollo del alma, sino entregarse tranquilamente a la guía de la que el alma permanece inconsciente, y esperar su efecto en el futuro sobre la propia vida interior. Sin embargo, tal pensamiento debe ser siempre reprobado por una persona que es capaz de hacer de otro pensamiento una fuerza viva dentro de ella; a saber, que es propio de la naturaleza humana progresar, y que si no se prestara atención a estas cosas significaría confinar deslealmente al ostracismo, fuerzas en el alma que están esperando ser desplegadas. En todas las almas humanas hay fuerzas de auto despliegue, y no puede haber una sola que no escuche la llamada a desplegarlas ya sea que de una u otra manera pueda aprender algo sobre estas fuerzas y su importancia.

Además, nadie se dejará disuadir del ascenso a los mundos superiores a menos que haya adoptado de antemano una posición falsa respecto a los procesos por los que ha de pasar. Estos procesos se describen en las meditaciones precedentes. Y si han de expresarse con palabras que naturalmente deben tomarse de la existencia humana ordinaria, sólo pueden expresarse correctamente de esa manera. Pues las experiencias en el camino suprasensible del conocimiento se relacionan con el alma humana de tal manera que son exactamente similares a lo que, por ejemplo, puede significar para el alma del hombre un sentimiento de soledad muy marcado, una sensación de estar tambaleándose sobre un abismo y cosas similares. A través de la experiencia de tales sentimientos y sensaciones se producen los poderes para recorrer el camino del conocimiento. Son los gérmenes de los frutos del conocimiento suprasensible. Todas estas experiencias, en cierto modo, llevan en sí mismas algo que yace oculto en lo más profundo de ellas. Cuando se experimentan, este elemento oculto es llevado a un estado de máxima tensión, algo hace estallar el sentimiento de soledad, que rodea este "algo" oculto como un velo, y entonces empuja hacia la vida del alma como un medio de conocimiento.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que cuando se entra en el camino correcto, detrás de cada experiencia se presenta inmediatamente algo más. Cuando se ha producido lo uno, no puede dejar de aparecer lo otro. Cuando hay que soportar algo, se agrega de inmediato el poder de soportarlo con firmeza, a condición de que reflexionemos con calma sobre este poder y también nos tomemos el tiempo de notar lo que quiere manifestarse en el alma. Cuando aparece algo doloroso, y cuando al mismo tiempo hay un sentimiento seguro en el alma de que se encuentran fuerzas que harán soportable el dolor y con las que somos capaces de conectarnos, entonces somos capaces de adoptar una posición tal hacia las experiencias, que serían insoportables en el curso de nuestra vida ordinaria, de modo que parecemos ser el espectador de nosotros mismos en todas esas experiencias. Y así, las personas que, en su camino hacia el conocimiento suprasensible, pasan por muchas subidas y bajadas de grandes olas de sentimientos, muestran, sin embargo, una perfecta ecuanimidad en la vida ordinaria. Por supuesto, es muy posible que las experiencias que se hacen en el interior también reaccionen sobre el estado de ánimo en la vida exterior en el mundo físico, de modo que durante un tiempo no entramos en armonía con nosotros mismos y con la vida de la manera que era posible antes de entrar en el camino del conocimiento. Entonces nos vemos obligados a extraer de lo que ya se ha obtenido dentro de nosotros mismos las fuerzas que hacen posible encontrar de nuevo el equilibrio. Y si el camino del conocimiento se recorre correctamente, no puede surgir ninguna situación en la que esto no sea posible.

El mejor camino del conocimiento será siempre el que conduzca al mundo suprasensible mediante el fortalecimiento o la concentración de la vida anímica en meditaciones interiores durante las cuales se retienen en la mente determinados pensamientos o sentimientos. En este caso no se trata de experimentar un pensamiento o una emoción como lo hacemos para encontrar nuestro camino en el mundo físico, sino que se trata de vivir enteramente con y dentro del pensamiento o emoción, concentrando en él todas las potencias de nuestra alma, de modo que llene enteramente la conciencia durante el tiempo de retiro en nuestro interior. Pensamos, por ejemplo, en un pensamiento que ha dado al alma una convicción de algún tipo; al principio dejamos a un lado cualquier poder de convicción que pueda tener, y sólo vivimos con él y en él una y otra vez para llegar a ser uno con él. No es necesario que sea un pensamiento de cosas pertenecientes a los mundos superiores, aunque tal pensamiento es más eficaz. Para la meditación interior podemos incluso utilizar un pensamiento que represente una experiencia ordinaria. Son fructíferas, por ejemplo, las emociones que representan resoluciones con respecto a los actos de amor, y que encendemos dentro de nosotros hasta el más alto grado de calor humano y experiencia sincera. Son eficaces, sobre todo en lo que se refiere al conocimiento, las representaciones simbólicas, obtenidas de la vida, o aceptadas por consejo de personas que, en cierto modo, son expertas en estas materias, porque conocen la fecundidad de los medios empleados por lo que ellos mismos han obtenido de ellos.

Por medio de estas meditaciones, que deben convertirse en un hábito, más aún, en una necesidad de la vida, así como la respiración es necesaria para la vida del cuerpo, concentraremos los poderes del alma, y al concentrarnos los fortaleceremos. Sólo debemos conseguir, durante el tiempo de la meditación interior, permanecer en un estado tal que ni las impresiones externas de los sentidos ni ningún recuerdo de las mismas intervengan en el alma.

También los recuerdos de todo lo que hemos experimentado en la vida ordinaria, todo lo que da placer o dolor al alma, debe permanecer en silencio para que el alma pueda entregarse exclusivamente a lo que nosotros mismos determinamos que la ocupará. Las capacidades de conocimiento suprasensible sólo crecen legítimamente a partir de lo que hemos adquirido de este modo mediante meditaciones interiores, cuyo contenido y forma han sido fijados por el poder de nuestra propia alma. Lo importante no es la fuente de donde obtenemos el objeto de la meditación; podemos tomarlo de un experto en estas materias o de la literatura de la ciencia espiritual; lo importante es hacer de su sustancia una experiencia interior de nuestra propia vida y no simplemente elegirlo de los pensamientos que puedan surgir en nuestra propia alma, o de las cosas que nos sentimos inclinados a considerar como los mejores objetos para la meditación. Un objeto así tiene poca fuerza, porque el alma ya está familiarizada con él y no puede, por tanto, hacer el esfuerzo necesario para unirse a él. Sin embargo, es en este esfuerzo donde se encuentran los medios eficaces para adquirir las facultades de conocimiento suprasensible, y no en el mero hecho de hacerse uno con la sustancia de la meditación como tal.

También podemos llegar a la visión suprasensible de otras maneras. Las personas pueden llegar a la meditación ferviente y a la experiencia interior en razón de toda su constitución. Y así pueden ser capaces de liberar poderes para adquirir conocimiento suprasensible en su alma. Tales poderes pueden manifestarse repentinamente en almas que no parecen en absoluto predeterminadas para tales experiencias. La vida suprasensible del alma puede despertarse de las más variadas maneras; pero sólo podemos llegar a una experiencia de la que seamos dueños como somos dueños de nosotros mismos en la vida ordinaria, si recorremos el camino del conocimiento aquí descrito. Cualquier otra irrupción del mundo suprasensible en las experiencias del alma significará que tales experiencias entran como a la fuerza, y la persona en cuestión se perderá en ellas, o se expondrá a todo tipo de engaño concebible con respecto a su valor, su verdadero significado y su importancia dentro del mundo suprasensible real.

Es muy importante tener en cuenta que en el camino hacia el conocimiento suprasensible el alma cambia. Puede ocurrir que en la vida ordinaria en el mundo físico, no estemos en absoluto inclinados a caer en ningún tipo de ilusión o engaño, pero que al entrar en el mundo supersensible seamos víctimas de tales engaños e ilusiones de la manera más crédula. También puede suceder que en el mundo físico tengamos un sentimiento muy bueno y sano de la verdad, y comprendamos que no debemos pensar sólo de tal manera en una cosa o en un suceso que satisfaga nuestro propio egoísmo para juzgarlo correctamente; sin embargo, a pesar de esto, podemos llegar a ver en el mundo suprasensible sólo lo que complace a nuestro egoísmo. Debemos recordar cómo este egoísmo colorea todo lo que contemplamos. Sólo observamos aquello a lo que nuestro egoísmo dirige su mirada de acuerdo con sus propias inclinaciones, aunque tal vez no nos demos cuenta de que es el egoísmo el que dirige nuestra visión espiritual. Y entonces es muy natural que tomemos lo que vemos como verdad. La protección contra esto sólo puede obtenerse si, en el camino hacia el conocimiento suprasensible a través de la auto-observación seria, y a través de un esfuerzo enérgico por un auto-conocimiento más claro, desarrollamos cada vez más nuestra capacidad de discernir verdaderamente cuánto egoísmo se encuentra en nuestra propia alma y dónde está encontrando expresión. Sólo entonces podremos emanciparnos gradualmente de la dirección de este egoísmo, si en nuestra meditación nos planteamos a la fuerza y sin descanso la posibilidad de que nuestra alma esté en tal o cual aspecto bajo su dominio.

Es propio de la libre movilidad del alma en los mundos superiores el que se ponga de manifiesto de qué manera tan diferente reaccionan ciertas cualidades del alma en el mundo espiritual de lo que lo hacen en el mundo físico. Esto se hace especialmente evidente cuando dirigimos nuestra atención a las cualidades morales del alma. En el mundo físico distinguimos entre las leyes de la naturaleza y las de la moral. Cuando queremos explicar los procesos naturales no podemos hacer uso de las ideas morales. Explicamos una planta venenosa según la ley natural, y no la condenamos moralmente por ser venenosa. Comprendemos claramente que, con respecto al reino animal, sólo puede haber, a lo sumo, una cuestión de algo parecido a la moral, y que un juicio moral en sentido estricto sólo podría perturbar la cuestión principal. Es en las circunstancias de la vida humana donde el juicio moral sobre el valor de la existencia comienza a tener importancia. El propio hombre hace depender su propio valor de este juicio, cuando llega a tal punto que es capaz de juzgarse imparcialmente. Sin embargo, a nadie se le ocurriría considerar las leyes de la naturaleza como idénticas o incluso similares a las leyes morales, si considera la existencia física de forma correcta.

En cuanto entramos en los mundos superiores esto cambia. Cuanto más espirituales son los mundos en los que entramos, más coinciden la ley moral y lo que puede llamarse ley natural en estos mundos. En el mundo físico sabemos que hablamos en sentido figurado cuando decimos de una mala acción que arde en el alma. Sabemos que el fuego natural es algo muy diferente. Pero tal distinción no existe en los mundos suprasensibles, pues allí el odio y la envidia son fuerzas que actúan de tal manera que podemos llamar a sus efectos las "leyes naturales" de ese mundo. El odio y la envidia tienen allí el efecto de que el ser que es odiado o envidiado reacciona sobre el que odia o envidia de una manera consumidora y extinguidora, de modo que se establecen procesos de destrucción que son perjudiciales para el ser espiritual. El amor actúa de tal manera en los mundos espirituales que su efecto es una irradiación de calor que es productiva y útil. Esto ya se puede observar en el cuerpo elemental del hombre. 

Dentro del mundo de los sentidos, la mano que comete una acción inmoral debe explicarse en su actividad según la ley natural de la misma manera que una mano que sirve a la moral.  Pero ciertas partes elementales del hombre permanecen sin desarrollar, cuando no existen los correspondientes sentimientos morales. Y debemos atribuir la formación imperfecta de los órganos elementales por causa de cualidades morales imperfectas, del mismo modo que los procesos naturales se explican por causa de la ley natural. Por otra parte, nunca debemos sacar de la imperfección del desarrollo de un órgano físico la conclusión de que la parte correspondiente del cuerpo elemental debe estar imperfectamente desarrollada. Debemos tener siempre presente que en los diferentes mundos prevalecen diferentes tipos de leyes. Una persona puede tener un órgano físico imperfectamente desarrollado; pero al mismo tiempo el órgano elemental correspondiente puede ser no sólo normalmente perfecto, sino más perfecto en la misma medida en que el físico es imperfecto. La diferencia entre el mundo suprasensible y el físico se presenta de manera significativa en todo lo que se refiere a las ideas de belleza y fealdad. La forma en que estas ideas se emplean en la existencia física pierde toda su importancia tan pronto como entramos en los mundos suprasensibles. Bello, por ejemplo, sólo puede llamarse bello aquel ser que logra comunicar todas sus experiencias interiores a los demás seres de su mundo, de modo que éstos puedan participar en la totalidad de su experiencia.

La capacidad de manifestar todo lo que vive en uno mismo, y de no tener que ocultar nada, podría llamarse en los mundos superiores "bella". Y en estos mundos esta concepción de la belleza coincide completamente con la de la sinceridad sin reservas, de la manifestación honesta de lo que un ser lleva dentro. Del mismo modo, podría llamarse feo a aquel ser que no quiere mostrar exteriormente su propio contenido interior, y que retiene su propia experiencia y se oculta de los demás seres con respecto a ciertas cualidades. Un ser así se aleja de su entorno espiritual. Esta concepción de la fealdad coincide con la de la manifestación insincera de uno mismo. Mentir y ser feo son realidades que en el mundo espiritual son idénticas, de modo que un ser que se muestra feo es un ser engañoso.

Lo que se conoce en el mundo físico como deseos y anhelos también aparece con un significado muy diferente en el mundo espiritual. Los deseos que en el mundo físico surgen de la naturaleza interna del alma humana no existen en el mundo espiritual. Lo que puede llamarse deseos en ese mundo se enciende por lo que se ve fuera del ser en cuestión. Un ser que debe sentir que no tiene una determinada cualidad, que, según su naturaleza, debería tener, contempla a otro ser dotado de esa cualidad, y además no puede evitar tener a este otro ser siempre delante de él. Así como en el mundo físico el ojo ve naturalmente lo que es visible, en el mundo suprasensible la falta de una cualidad lleva siempre al ser a la vecindad de otro ser dotado de la cualidad en cuestión. Y la visión de este otro ser se convierte en un reproche continuo que actúa como una fuerza real, haciendo que el ser, que está obstaculizado por la falta, desee enmendarla. Esta es una experiencia muy diferente a la de un deseo en el mundo físico; pues en el mundo espiritual el libre albedrío no se ve interferido por tales circunstancias. Un ser puede oponerse a lo que la visión de otra cosa suscite en él. Entonces logrará, gradualmente, apartarse de su modelo.

La consecuencia, sin embargo, será que el ser que se opone a su modelo se verá abocado a mundos en los que las condiciones de existencia serán peores que las que le habrían sido dadas en el mundo para el que estaba en cierto modo predestinado.

Todo esto muestra al alma que su mundo de conceptos debe transformarse al entrar en los reinos suprasensibles. Las ideas deben ser cambiadas, ampliadas y mezcladas con otras si queremos describir correctamente el mundo suprasensible. Esa es la razón por la que las descripciones de los mundos suprasensibles dadas en términos del mundo físico sin ninguna alteración o transformación son siempre insatisfactorias. Podemos darnos cuenta de que es el resultado de un sentimiento humano correcto, cuando utilizamos, dentro del mundo físico - más o menos simbólicamente o incluso como inmediatamente aplicables - ideas que sólo se vuelven plenamente significativas con respecto a los mundos suprasensibles. Así, podemos sentir realmente que la mentira es fea, pero en comparación con el carácter de esta idea en el mundo suprasensible, tal uso de las palabras en el mundo físico es sólo un reflejo, resultante del hecho de que todos los diferentes mundos están relacionados entre sí, y estas relaciones son tenuemente sentidas e inconscientemente percibidas en el mundo físico. Sin embargo, debemos recordar que en el mundo físico una mentira, que sentimos como fea, no es necesariamente fea en su aspecto exterior, y que sería una confusión de ideas si explicáramos la fealdad en la naturaleza física como el resultado de la mentira. Sin embargo, en el mundo suprasensible, cualquier cosa falsa, vista en su justa medida, nos impresiona como fea en apariencia. También aquí hay que tener en cuenta los posibles engaños y protegerse de ellos. El alma puede encontrarse con un ser en el mundo suprasensible que puede ser calificado, con razón, de malo, aunque se manifieste en una forma que debe ser calificada de bella si se juzga según la idea de lo bello que traemos del mundo físico. En tal caso, no podremos juzgar correctamente antes de haber penetrado en el corazón del ser en cuestión. Entonces descubriremos que la manifestación "bella" no era más que una máscara que no armoniza con la naturaleza del ser, y entonces lo que creíamos bello -según las ideas tomadas del mundo físico- se imprime con especial fuerza en nuestra mente como feo. Y en cuanto esto ocurra, el ser "malo" ya no podrá engañarnos con su "belleza". Tiene que revelarse a quien lo contempla en su verdadera forma, que sólo puede ser una expresión imperfecta de lo que es en su interior. Tales fenómenos del mundo suprasensible hacen especialmente evidente cómo deben transformarse las concepciones humanas cuando entramos en ese mundo.

Traducido por J.Luelmo junio2021


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