GA027-7 La naturaleza de los efectos curativos

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CAPÍTULO VII


La organización humana no consiste en un sistema autónomo de procesos entrelazados. Si fuera un sistema así, no podría ser portador del alma o del espíritu. Es gracias a que el organismo humano se descompone continuamente o entra en el camino de la actividad mineral sin vida en su sustancia nerviosa y ósea y en los procesos con los que estas sustancias se incorporan, lo que hace que el alma y el espíritu pueden tener al organismo humano como base.

En los tejidos nerviosos la proteína se desintegra. Pero en estos tejidos, a diferencia de lo que ocurre en la célula huevo y en otras formas orgánicas, no se reconstruye entrando en el dominio de las influencias que irradian hacia la tierra. Simplemente se desintegra. De este modo, las influencias del éter que se irradian a través de los órganos de los sentidos desde los objetos y procesos del entorno, así como las que se forman cuando intervienen los órganos del movimiento, pueden utilizar los nervios como órganos a lo largo de los cuales se transportan por todo el cuerpo.

En los nervios hay dos tipos de procesos: la desintegración de las proteínas y la permeabilización de esta sustancia desintegradora con la sustancia etérica, cuyo flujo es iniciado y estimulado por los ácidos, las sales y los materiales del carácter del fósforo y del azufre. El equilibrio entre los dos procesos está mediado por las grasas y el agua.

Vistos en su naturaleza esencial, estos son procesos de enfermedad que impregnan el organismo todo el tiempo. Deben ser equilibrados por procesos no menos continuos de curación.

Este equilibrio se produce a través de la sangre, que contiene no sólo aquellos procesos que constituyen el crecimiento y el metabolismo, sino además una acción curativa constante mediante la cual se oponen a los procesos nerviosos que inducen a la enfermedad.

En la sustancia plasmática y en el fibrinógeno la sangre contiene aquellas fuerzas que sirven al crecimiento y al metabolismo en sentido estricto. En lo que aparece como contenido de hierro cuando se examinan los glóbulos rojos, está el origen de la propiedad curativa de la sangre. En consecuencia, el hierro también aparece en el jugo gástrico, y como óxido de hierro en el quilo. En todos ellos se crean fuentes para los procesos que contrarrestan los procesos de los nervios.

El hierro se revela, al examinar la sangre, como el único metal que, dentro del organismo humano, conserva cierta tendencia a la cristalización. De este modo, afirma, incluso dentro del cuerpo, fuerzas que, de hecho, no son otras que las fuerzas externas, físicas y minerales de la naturaleza. Dentro del organismo humano forman un sistema de fuerzas que se orienta en el sentido de la naturaleza física exterior. Sin embargo, esto es superado perpetuamente por la organización del yo.

Tenemos, pues, dos sistemas de fuerzas. Uno tiene su origen en los procesos nerviosos; el otro en la formación de la sangre. En los procesos nerviosos, sólo se desarrollan procesos patógenos en la medida en que la perpetua contrainfluencia de los procesos sanguíneos es capaz de curarlos. Estos procesos nerviosos son provocados en la sustancia nerviosa, y por tanto en el organismo en su conjunto, por el cuerpo astral. Los procesos sanguíneos, por otra parte, son aquellos en los que la organización del yo dentro del organismo humano se enfrenta a la naturaleza física exterior, que aquí se continúa en el cuerpo y es subyugada por la organización del yo a su propio proceso formativo.

En esta interrelación podemos captar directamente los procesos esenciales de enfermar y sanar. Si surgen en el cuerpo aumentos de aquellas actividades que están presentes en su medida normal en todo lo que es estimulado por el proceso nervioso, entonces hay enfermedad. Y si podemos confrontar tales procesos por otros que presenten el refuerzo de ciertos efectos de naturaleza externa en el organismo, entonces puede producirse un efecto de curación si estos efectos de naturaleza externa pueden ser dominados por el organismo del yo y son tales como para contrarrestar los procesos dirigidos en oposición.

La leche sólo contiene pequeñas cantidades de hierro, por ello es la sustancia que, como tal, representa menos posibilidades de actividad de las fuerzas patógenas. La sangre debe exponerse perpetuamente a todo lo que produce la enfermedad; por lo tanto, requiere el hierro organizado, es decir, el hierro que ha sido recibido en la organización del yo -la hematina- como un remedio que actúa continuamente.

Para un remedio que ha de influir en una condición patológica que aparezca en la organización interna, o que se produzca externamente pero que siga su curso dentro del organismo, el primer punto es descubrir cómo y hasta qué punto está trabajando la organización astral para provocar, en algún punto del cuerpo, una desintegración de la proteína como la que induce la organización nerviosa de forma normal. Supongamos que se trata de obstrucciones en el bajo vientre. Podemos observar en el dolor que se presenta una actividad excesiva del cuerpo astral. En este caso estamos ante una situación característica del organismo intestinal.

La pregunta importante ahora es: ¿cómo se puede contrarrestar la influencia astral intensificada? Esto puede hacerse introduciendo en la sangre sustancias que puedan ser absorbidas por la parte de la organización del yo que trabaja en el sistema intestinal. Son el potasio y el sodio. Si las introducimos en el organismo en algún preparado -o a través de la organización de una planta, por ejemplo, Anagallis arvensis- eliminamos el excesivo efecto nervioso del cuerpo astral y, a través de la sangre, provocamos la transición del exceso de acción del cuerpo astral a la actividad de las sustancias nombradas que domina la organización del yo.

Si la sustancia se da en forma mineral, tendremos que tener cuidado de que el potasio o el sodio entren en la circulación de la sangre de la manera correcta, a fin de detener la metamorfosis de la proteína antes del punto de desintegración; esto puede hacerse mediante el uso de remedios auxiliares, o mejor aún mediante la combinación de potasio o sodio en la preparación con azufre. El azufre tiene la propiedad peculiar de ayudar a detener la desintegración de la albúmina; mantiene, por así decirlo, las fuerzas organizadoras de las proteínas juntas. Introducido en la circulación de manera que mantenga su unión con el potasio o el sodio, hará sentir su efecto en la región de aquellos órganos a los que el potasio o el sodio tienen una afinidad especial. Esto se aplica a los órganos intestinales.

Traducido por J.Luelmo junio2021

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