GA013 El conocimiento de los mundos superiores parte 2


LA CIENCIA OCULTA

Por Rudolf Steiner 

Índice

 

capítulo V


EL CONOCIMIENTO DE LOS MUNDOS SUPERIORES

2ª parte



El ascenso al estado suprasensible de la conciencia puede tener como punto de partida sólo la conciencia normal despierta; el alma vive precisamente en esta conciencia antes de su ascenso.
La disciplina le proporciona los medios para trascender esta conciencia.
La disciplina de la que hablaremos a continuación aconseja, en primer lugar, los medios tomados de la conciencia normal del día; los más eficaces son los que consisten en las prácticas serenas y silenciosas del alma.


Es importante que el alma se dedique a representaciones específicas, que por su naturaleza deben ser capaces de ejercer una fuerza que despierte ciertas facultades ocultas de la interioridad humana.
Difieren de las representaciones de la vida despierta, que tienen por objeto reflejar una cosa exterior, y cuanto más fielmente son verdaderas, más fielmente la reflejan; y en efecto, de acuerdo con su naturaleza, deben ser verdaderas en ese sentido; pero las representaciones a las que el alma debe consagrarse con el fin de la disciplina espiritual no tienen tal misión; son tales que no reproducen una cosa exterior, sino que tienen dentro de sí la fuerza de ejercer la acción de hacer despertar algo en el alma.
Las mejores representaciones para este propósito son alegóricas o simbólicas; pero también se pueden utilizar otras representaciones.
Porque no importa su contenido, sino que el alma aplica todas sus fuerzas para no admitir en la conciencia nada más que la representación mencionada.
Mientras que las fuerzas del alma, en su vida habitual, están distribuidas en un vasto campo, y las representaciones se suceden rápidamente, la disciplina oculta está dirigida a concentrar la vida interior del alma en una sola representación, que debe ser colocada por la voluntad en el centro de la conciencia.

Por eso, las representaciones alegóricas son mejores que las que representan objetos o procesos externos, porque estas últimas tienen un punto de apoyo en el mundo exterior, y por lo tanto con ellas el alma no está obligada a basarse sólo en sí misma como con las alegóricas, que son creadas por la propia energía del alma.
La atención principal debe centrarse en la intensidad de la fuerza que el alma debe emplear.
Lo esencial no es lo que se representa, sino más bien el hecho de que, como resultado del modo de representación, el objeto de la representación exime al alma de cualquier referencia al mundo físico.
Se llega a comprender esta concentración en una representación si se evoca por un momento el concepto de lo que es un recuerdo.
Si, por ejemplo, usted desvía su mirada hacia un árbol y luego le da la espalda, de modo que ya no puede verlo, podrá sin embargo preservar la representación del árbol en nuestra alma.
Esta representación del árbol, que se conserva cuando ya no está ante nuestros ojos, es un recuerdo del árbol.
Ahora imaginemos que estamos preservando este recuerdo en el alma, que estamos dejando que el alma, en cierto modo, se apoye en ese recuerdo, esforzándonos por excluir cualquier otra representación del mismo.
Entonces el alma se concentra en la representación-recuerdo del árbol.
Se trata pues de la concentración del alma en una representación; pero esta representación es la reproducción de las cosas percibidas por los sentidos.

Pero, si se aborda este ejercicio con una representación voluntariamente impuesta a la conciencia, se logrará gradualmente el efecto deseado.
Ahora citaré sólo un ejemplo de concentración interna en una representación simbólica.
En primer lugar, es necesario que dicha representación se construya en el alma, y esto se puede hacer de la siguiente manera.
Representemos una planta enraizada en el suelo, que echa una hoja tras otra y finalmente se desarrolla en la flor.
Imaginémonos ahora a un hombre al lado de esa planta, y despertemos en nuestra alma el pensamiento de que el hombre tiene capacidades y facultades más perfectas que la planta; debemos reflexionar sobre cómo puede ir aquí o allá según sus sentimientos y su voluntad, mientras la planta está atada al suelo.
Pero digámonos también esto: "Sí, desde luego, el hombre es más perfecto que la planta; pero descubro en él cualidades que le faltan a la planta, y por eso me parece, desde cierto punto de vista, más perfecta que el hombre. El hombre está lleno de deseos y pasiones, los cuales condicionan su conducta. Puedo decir con certeza que sus deseos y pasiones lo llevan a muchas aberraciones. La planta, por otro lado, sigue las leyes puras del crecimiento hoja a hoja, abre sus flores sin pasión a los puros rayos del sol.
Puedo decirme: el hombre goza de una cierta perfección con respecto a la planta, pero para adquirir esta perfección tuvo que permitir que no sólo las fuerzas puras que veo en la planta, sino también los instintos, deseos y pasiones penetraran en su ser.
Me represento a mí mismo ahora la savia verde fluye a través de la planta y es la expresión de las leyes puras y sin pasión del crecimiento; me represento entonces, como la sangre roja fluye a través de las arterias del hombre, y en ella veo la expresión de los instintos, deseos y pasiones.
Estas ideas deben cobrar vida en mi alma.

Asimismo, me represento cómo el hombre es capaz de evolucionar, cómo puede purificar sus instintos y pasiones a través de las facultades superiores de su alma.
Pienso en cómo, debido a eso, los elementos inferiores de estos instintos y pasiones son aniquilados y esas cualidades purificadas renacen elevándose un escalón más alto.
La sangre puede entonces representar la expresión de los instintos y pasiones purificados.
A continuación, con mi mirada espiritual considero la rosa y me digo: "En el jugo rojo de la rosa veo el color de la savia verde de la planta transformada en rojo; y tanto la rosa roja como también la hoja verde, siguen las leyes puras, desprovistas de pasiones, del crecimiento. El rojo de la rosa puede convertirse ahora para mí en el símbolo de una sangre, en la que se expresan los instintos y las pasiones purificadas, que han eliminado sus elementos inferiores, y en su pureza las fuerzas que actúan en la rosa roja".
Ahora debo procesar estos pensamientos, no sólo en mi mente, sino hacerlos vivir en mis sentimientos.
Puede invadirme un sentimiento de dicha, cuando represento la pureza y la falta de pasión de la planta en crecimiento; puedo crear en mí la sensación de que hay que adquirir ciertas perfecciones superiores a costa de las ansias y las pasiones.
Esta idea puede transformar la felicidad que antes sentía en un sentimiento más serio, mientras que puede despertarse en mi una sensación de felicidad liberadora, si me abandono a la idea de la sangre roja que, como el jugo rojo de la rosa, puede convertirse en el vehículo de experiencias internas puras.
Es importante no quedarse impasible ante los pensamientos, que sirven para la construcción de una representación simbólica.
Después de haberse entregado a estos pensamientos y sentimientos, es necesario transformarlos en la siguiente representación simbólica.
Uno se representa una cruz negra.
Este debe ser el símbolo de los elementos inferiores destruidos, de los instintos y pasiones, y donde los brazos de la cruz se cruzan entre sí, deben representarse siete rosas radiantes, dispuestas en forma de círculo.

Estas rosas serán el símbolo de la sangre que expresa las pasiones e instintos purificados1.
Es pues, una representación simbólica de este tipo la que debe ser evocada en el alma, de la manera ya descrita para la representación de un recuerdo.
Tales representaciones tienen una fuerza de despertar, si se sumerge uno en ellas.
Mientras se practica la concentración, hay que tratar de excluir cualquier otra representación.
Sólo el símbolo descrito debe ocupar espiritualmente el alma, con la mayor vivacidad posible.
No es un hecho sin importancia que este símbolo no sea mencionado aquí simplemente como una representación del despertar, sino que fue construido primero por medio de ciertas consideraciones acerca de la planta y el hombre.
Porque la influencia de tal símbolo depende del hecho de que fue construido de la manera descrita, antes de servir para la concentración interior.
Si evocamos ese símbolo en nuestra alma, sin haber realizado tal trabajo de construcción, permanecerá frío y mucho menos efectivo, como si careciera de la fuerza vivificante anímica que proviene de su preparación.

Durante la concentración, sin embargo, no es necesario recordar en el alma los pensamientos que sirvieron para preparar el símbolo, solo debe flotar espiritualmente en el alma la imagen viva del símbolo, y al unísono con ella debe vibrar en el alma el sentimiento resultante de tales pensamientos preparatorios.
De esta manera el símbolo se convierte en un signo acompañado de una experiencia de sentimiento; el efecto es ejercido precisamente por el alma que habita esta experiencia.
Cuanto más tiempo se pueda permanecer allí sin ser molestado por otras representaciones, más efectivo será el proceso interno.
Sin embargo, es bueno, para que el sentimiento no se desvanezca, que, además del tiempo realmente dedicado a la concentración, se evocan a menudo los pensamientos y sentimientos que han servido de la manera descrita para construir tal imagen.
Y cuanto más paciencia se aplica en tal recapitulación, más efectiva es la imagen para el alma. (En las consideraciones de mi libro: "Iniciación" se han mencionado otros medios para la concentración interna. Particularmente eficaces son las meditaciones indicadas en ese trabajo, sobre el devenir y el marchitamiento de las plantas, sobre las fuerzas de la latencia en la semilla de la planta, sobre las formas de los cristales, etc.; aquí, sin embargo, sólo se ha elegido un ejemplo para exponer la naturaleza de la meditación).
Un símbolo como el descrito no representa ninguna cosa o ser externo, ningún producto de la naturaleza; por esta razón tiene el poder de despertar ciertas facultades internas.
Sin duda se podría hacer la siguiente objeción: "Ciertamente este "símbolo" en su conjunto no existe en la naturaleza; pero sin embargo todos los detalles individuales de él son tomados de la naturaleza: el color negro, las rosas, etc., todo esto es percibido por los sentidos.

Quienes se preocupan por esta objeción deben reflexionar que no son las reproducciones de las percepciones sensoriales las que conducen al despertar de las facultades superiores del alma, sino que tal efecto se produce únicamente por la manera en que estas particularidades se han conectado.
Y esta conexión no reproduce algo que existe en el mundo sensorial.
Este símbolo ha sido citado como ejemplo para demostrar el proceso de concentración efectiva para el alma.
En la disciplina espiritual se indican innumerables imágenes de este tipo, construidas de las más diversas maneras.
También pueden darse ciertas frases, fórmulas, palabras singulares, en las que el alumno debe concentrarse; pero todos estos medios de concentración interior tenderán siempre a la meta de alejar al alma de la percepción sensorial y a estimularla a una actividad, en la que la impresión sobre los sentidos físicos no tiene importancia, y el desarrollo de las facultades interiores latentes del alma se convierte en lo esencial.
También puede haber concentraciones por encima de las sensaciones simples, etc.; éstas son particularmente efectivas.
Se puede tomar, por ejemplo, el sentimiento de alegría.
En el curso normal de la vida el alma puede experimentar alegría como resultado de un estímulo externo.
Cuando un alma dotada de sentimientos sanos nota que un hombre hace algo por bondad de corazón, puede sentir satisfacción y alegría; pero también puede reflexionar sobre tal acción y decirse a sí misma: "El que hace algo por bondad de corazón no persigue su propio interés, sino el interés de sus semejantes". Y tal acción puede ser llamada moralmente buena.
Pues bien, el alma que lo contempla puede dejar completamente de lado la representación de ese único caso externo que le ha traído alegría o satisfacción, y se puede formar una idea general de la bondad del corazón.
Reflexionando sobre esto, puede pensar que la bondad del corazón deriva del hecho de que un alma asimila, por así decirlo, el interés del otro, y lo hace suyo.

El alma puede ahora, debido a esta idea moral de la bondad del corazón, experimentar una alegría que no está conectada con ningún proceso del mundo sensible, sino con la idea como tal.
Si uno trata de vivir esta alegría durante mucho tiempo en el alma, se obtiene la concentración en un sentimiento.
Entonces no es la idea la que influye en el despertar de las facultades internas del alma, sino que ese despertar es el resultado de la permanencia en el alma de un sentimiento despertado en ella independientemente de cualquier impresión externa.
Puesto que el conocimiento suprasensible es capaz de penetrar en la naturaleza de las cosas más profundamente que la representación habitual, el maestro de la disciplina espiritual será capaz de señalar al alumno los sentimientos, que ejercen una influencia aún más intensa en el desarrollo de las facultades del alma, cuando son aplicados a la concentración interior.
Por muy necesarios que sean después para los grados superiores de instrucción espiritual, hay que reflexionar, sin embargo, en que la concentración energética en los sentimientos, como, por ejemplo, la descrita sobre la contemplación de la bondad del corazón, puede ya llevar lejos en el camino del progreso.
Así como las naturalezas de las personas son tan diferentes, también los medios de entrenamiento deben ser diferentes, dependiendo del individuo.
En lo que respecta a la duración de la concentración, hay que tener en cuenta que cuanto más se prolongue tanto más aumenta la eficacia de la misma, pero a la vez más perjudicial puede resultar cualquier exageración en este campo.

Quien no despierta en sí mismo estas cualidades, y no continúa sus ejercicios con completa calma, de modo que la paciencia y la perseverancia formen la disposición fundamental de su alma, no podrá progresar mucho.
De lo que antecede se desprende que la concentración interna (meditación) es un medio para llegar al conocimiento de los mundos superiores; este efecto no se obtiene, sin embargo, utilizando ninguna representación, sino que es necesario que el contenido de la representación se construya según el método indicado.
El camino descrito aquí conduce en primer lugar a lo que se puede llamar conocimiento imaginativo.
Es el primer paso del conocimiento superior.
El conocimiento que se basa en las percepciones sensoriales y su elaboración por medio del intelecto que está conectado a los sentidos, puede ser llamado "conocimiento objetivo" según la Ciencia del Espíritu.
Más allá de esto, se extienden los pasos del conocimiento superior, de los cuales el primero es precisamente el del conocimiento imaginativo.
La palabra "imaginativa" podría generar la duda de que se trata sólo de una representación "imaginaria", que no corresponde a ninguna realidad.
En la Ciencia del Espíritu, sin embargo, el conocimiento "imaginativo" significa una manera de conocer, producida por un estado de conciencia suprasensible del alma, en el que se perciben hechos y entidades espirituales, que los sentidos no pueden alcanzar.
Puesto que este estado se despierta en el alma a través de la concentración en los símbolos, o "imaginaciones", de igual manera el mundo que se corresponde con este estado superior de conciencia, y el conocimiento al que hace referencia, también puede ser llamado "imaginativo".
En este sentido, por lo tanto, la palabra "imaginativo" se aplica a los seres y hechos "reales", en un sentido más elevado, como son los hechos y seres percibidos a través de los sentidos.Sin embargo, hay un sentido interior especial, que se desarrolla en virtud de los propios ejercicios, que enseña al alumno la medida correcta a seguir.
Por lo general, es necesario continuar esos ejercicios de concentración interna durante mucho tiempo antes de que se puedan ver los resultados.
En la educación espiritual es absolutamente necesario tener paciencia y perseverancia.

Lo que importa no es el contenido de las representaciones, que constituyen la experiencia imaginativa, sino sólo la facultad anímica que se está formando debido a esta experiencia.
En contra del uso de las representaciones simbólicas descritas anteriormente, se podría objetar fácilmente que su formación deriva de una actividad similar a la del sueño y de una fantasía arbitraria; por lo tanto, los resultados obtenidos serían muy cuestionables.
Pero esta objeción se encuentra frente a las imágenes simbólicas que son la base de la educación espiritual.
Estos símbolos se eligen de tal manera que se puede hacer una abstracción completa de su relación con una realidad exterior material.
Su valor reside sólo en la fuerza con la que actúan sobre el alma, cuando el alma desvía completamente su atención del mundo exterior, elimina todas las impresiones de los sentidos y excluye todos los pensamientos que puedan llegar a ella de ningún estímulo exterior.
El proceso de la meditación puede explicarse mejor cuando se compara con el sueño; por un lado se asemeja al estado de sueño, por otro lado es completamente opuesto.
La meditación es un sueño, que representa un grado superior de vigilia que el de la conciencia diurna.
Esto se debe al hecho de que, debido a la concentración en su representación, o imagen, el alma se ve obligada a extraer de sus propias profundidades fuerzas mucho más energicas que las que aplica a la vida ordinaria, o al conocimiento habitual; su actividad interior se ve así incrementada.
Se libera de su envoltura corporal, como suele hacer en el sueño, pero no cae en la inconsciencia como en este, sino que experimenta un mundo que no había experimentado anteriormente.
Su estado, aunque puede ser comparado con el del sueño, porque el alma se ha liberado del cuerpo, es sin embargo tal que, comparado con la conciencia despierta habitual, puede ser caracterizado como un estado intensificado de vigilia, por medio del cual el alma se conoce a sí misma, experimenta su verdadera esencia interior independiente; en cambio, en la vida ordinaria, debido al menor despliegue de sus fuerzas, el alma no llega a la conciencia de sí misma, que gracias a la ayuda del cuerpo, y por lo tanto no se experimenta a sí misma, sino que sólo se ve en la imagen trazada - como una especie de reflejo - por el cuerpo, o más bien por sus procesos.

Esos símbolos construidos de la manera descrita no se refieren, por supuesto, a nada real en el mundo espiritual, pero sirven para separar el alma de la percepción sensorial externa y del instrumento del cerebro físico, al que la inteligencia está en principio conectada.
Este distanciamiento no puede producirse antes de que el hombre haya hecho este razonamiento: "Ahora me represento algo por medio de fuerzas para las cuales mis sentidos y mi cerebro no me sirven de instrumento.
Por esta vía, el hombre experimenta inicialmente tal liberación de los órganos físicos, y puede entonces decirse a sí mismo: "Mi conciencia no se desvanece cuando me abstraigo de las percepciones sensoriales y del pensar lógico habitual; puedo elevarme por encima de ella y entonces me siento como una entidad separada junto a lo que era antes".
Esta es la primera experiencia absolutamente espiritual: la observación de un ser individual, de un yo anímico-espiritual, que ha surgido como un nuevo Yo de ese otro Yo, que estaba ligado a los sentidos físicos y al intelecto físico.
Si el hombre se liberara del mundo de los sentidos y del intelecto, sin concentración, caería en el "Nada" de la inconsciencia.
Esta entidad animo-espiritual, por supuesto, reside en el hombre incluso antes de la concentración, pero entonces no posee todavía ningún instrumento para la observación del mundo espiritual; se asemeja un poco, a un cuerpo físico sin ojos para ver y oídos para oír.

La fuerza que se ha empleado en la concentración ha creado primero los órganos anímico-espirituales en la entidad anímico-espiritual, que hasta entonces no estaba organizada.
Lo que el hombre se ha creado para sí de esta manera, es precisamente lo primero que percibe; la primera experiencia, bajo un determinado aspecto, es por lo tanto una experiencia de auto-percepción.
La educación espiritual, por su propia naturaleza, hace que el alma, a través del ejercicio de la autoeducación, sea plenamente consciente, en este punto de su evolución, de que en los mundos de imágenes (imaginaciones), que surgen en virtud de los ejercicios descritos, se percibe en primer lugar a sí misma.
Estas imágenes surgen en realidad como un nuevo mundo; pero el alma debe reconocer, sin embargo, que al principio no son más que un reflejo de su propio ser vigorizado por los ejercicios ocultos; y no sólo debe reconocer este hecho con su razonamiento, sino que debe haber llegado a tal educación de la voluntad que pueda en cualquier momento extinguir y quitar esas imágenes de la conciencia.
El alma debe ser capaz de preservar una completa libertad de acción en medio de tales imágenes.
En este punto de su desarrollo esa independencia es una indicación de una justa evolución espiritual, porque si el alma no fuera libre se encontraría, en el campo de las experiencias espirituales, en una condición análoga a la de un alma, que en el mundo físico debería permanecer apegada a cada objeto que ve, de modo que ya no puede apartar la vista de él.
De esta posibilidad de extinguir esas imágenes, sólo debe excluirse un grupo de experiencias imaginativas interiores que, en ese paso de la disciplina oculta, no deben extinguirse; representan precisamente el núcleo esencial del alma, y el alumno de ocultismo reconoce en estas imágenes la esencia fundamental de su propia naturaleza, que se conserva a través de repetidas vidas terrestres.

En este punto el conocimiento de las sucesivas reencarnaciones terrestres se convierte en una experiencia real.
Sin embargo, en lo que respecta a todas las demás percepciones imaginativas, debe reinar la libertad de movimiento ya descrita.
Sólo cuando se ha adquirido la capacidad de extinguir las experiencias, se puede uno realmente acercar al mundo espiritual exterior; las percepciones extinguidas retornan bajo otra forma, y son entonces experimentadas como realidades exteriores espirituales; el alma se siente crecer espiritualmente, desde el ser indeterminado que era antes, hasta algo determinado.
A partir de esta auto-observación también se debe proceder a la percepción de un mundo anímico-espiritual externo, una percepción que se logra cuando regulamos nuestras experiencias internas de la manera que se describirá a continuación.
Al principio el alma del discípulo es débil frente a lo que debe percibir en el mundo anímico-espiritual; debe aplicar una gran energía para conservar en su concentración interior los símbolos u otras representaciones, que ha construido con los elementos proporcionados por el mundo sensorial;Por otra parte, si quiere conseguir una verdadera observación en un mundo superior, no sólo debe adherirse a estas representaciones, sino que, después de haberlo hecho, debe ser capaz de detenerse en una condición en la que ningún estímulo del mundo sensible exterior pueda actuar sobre el alma, sino en la que incluso aquellas representaciones imaginativas caracterizadas anteriormente sean eliminadas de la conciencia.
Entonces sólo lo que se ha formado por concentración puede presentarse en la conciencia.
Ahora bien, es necesario que haya suficiente fuerza anímica interna, de modo que lo que se ha formado pueda verse realmente espiritualmente, de modo que no escape a la atención, como suele ocurrir cuando la energía interna está aún débilmente desarrollada.

El organismo anímico-espiritual que se forma y se descubre por primera vez por la autopercepción es sutil y evanescente, y las distracciones del mundo exterior físico, así como sus efectos en el recuerdo, son grandes, por mucho que uno se esfuerce por evitarlas.
No son sólo las distracciones las que se sienten, sino las que en la vida ordinaria escapan a nuestra atención.
A este respecto precisamente, la naturaleza del ser humano ha permitido un estado de transición, y lo que el alma no puede realizar en absoluto en el estado de vigilia, debido a las distracciones del mundo físico, es posible que lo realice durante el estado de sueño.
La persona que se dedica a la concentración interior notará, -siempre que le preste la debida atención-, un nuevo hecho durante el sueño; sentirá que a veces "no duerme completamente", sino que hay intervalos en los que su alma realiza, no obstante, una cierta actividad.
En tales condiciones los procesos naturales mantienen alejadas las influencias del mundo exterior, que el alma no es aún capaz por su propio poder de eliminar durante la vigilia.
Pero cuando los ejercicios de concentración empiezan a actuar, el alma se libera de la inconsciencia durante el sueño, y siente el mundo anímico-espiritual.
Esto puede suceder de dos maneras: el hombre puede tener la siguiente percepción durante el sueño: "Ahora estoy en otro mundo"; o al despertar, puede tener este recuerdo: "Estaba en otro mundo".
Para el primer caso, se necesita sin duda una energía interior más intensa que para el segundo, lo que de hecho ocurre más a menudo para los que están al principio de la disciplina oculta.
Poco a poco este sentimiento puede llegar al punto, de que después de despertar el alumno se dirá a sí mismo: "Durante todo el tiempo que dormí, estuve en otro mundo, del cual salí con el despertar".
Y su memoria de las entidades y hechos de este otro mundo se vuelve más y más precisa.

En ambos casos se produce en el discípulo, lo que podemos llamar la continuidad de la conciencia, (la continuación de la conciencia durante el sueño).
No es necesario que el hombre mantenga siempre su conciencia durante el sueño; para la continuidad de la conciencia habrá logrado mucho si, durante el sueño, tiene ciertos intervalos en los que, en lugar de dormir como los demás, es consciente de un mundo anímico-espiritual o incluso si recuerda después de despertar tan breves estados de conciencia.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que lo que aquí se describe debe considerarse sólo como un estado de transición, que es bueno atravesar, con la ayuda de la disciplina, pero del que no hay que creer que se pueda extraer ninguna visión concluyente del mundo espiritual.
El alma, en esta condición, no tiene confianza en sí misma y no puede confiar en lo que percibe, pero por medio de tales experiencias va reuniendo cada vez más fuerzas para poder apartarse de sí misma durante la vigilia de las influencias perturbadoras del mundo exterior y del mundo interior, y llegar así a la observación anímico-espiritual.
Por esta razón es necesario que no quede ninguna impresión a través de los sentidos, que el intelecto conectado con el cerebro físico permanezca en silencio, y que las representaciones de la concentración, que han servido como preparación para la visión espiritual, también se mantengan alejadas de la conciencia.
Todas las enseñanzas que se comunican en diversas formas por la Ciencia del Espíritu no deben nunca derivar de otra fuente que la de la observación anímico-espiritual durante el estado completo de vigilia.
Dos experiencias del alma son importantes durante la educación espiritual.
La primera es aquella en la que el hombre puede decirse a sí mismo: "A estas alturas, cuando estoy abstraído de todas las impresiones que pueden venirme del mundo exterior, veo en mi interior un ser, en el que no se extingue toda actividad; veo, en efecto, un ser consciente de sí mismo, en un mundo del que no sé nada, hasta que me dejo estimular únicamente por las impresiones materiales y las del intelecto común.

El alma en ese momento tiene la sensación de haber dado a luz a un nuevo ser, su núcleo esencial.
Este nuevo ser tiene facultades muy diferentes a las que tenía antes en el alma.
La segunda experiencia consiste en el hecho de que ahora podemos sentir nuestro ser anterior como una segunda entidad, que está a nuestro lado.
Lo que antes se sentía encerrado se convierte en algo delante de nosotros; uno se siente temporalmente fuera de lo que normalmente había considerado su propio ser, y que había tenido por su propio "yo".
A estas alturas es como si viviéramos en dos "yoes", uno de los cuales es el que hemos conocido hasta entonces, el otro se presenta como un ser nacido entonces y superior al primero; y sentimos que el primer Yo adquiere una cierta independencia con respecto al segundo, un poco como el cuerpo del hombre goza de una cierta autonomía con respecto al primero.
Esta experiencia es de gran importancia, porque muestra al hombre lo que significa vivir en el mundo al que se esfuerza por llegar a través de la disciplina.
El segundo Yo -el recién nacido- puede ahora llegar a la percepción del mundo espiritual; en él puede desarrollarse lo que realiza en el mundo espiritual una función correspondiente a la de los órganos sensoriales para el mundo físico-sensible.
Si el desarrollo del hombre ha progresado en el grado necesario, no sólo se sentirá como un recién nacido, sino que también percibirá a su alrededor hechos espirituales y entidades espirituales, al igual que percibe el mundo físico a través de los sentidos físicos.
Esta es una tercera experiencia importante.

Para progresar correctamente en esta etapa de la educación espiritual, el discípulo debe tener en cuenta que, con el fortalecimiento de las fuerzas anímicas, el amor propio y el egoísmo se presentan a un grado de intensidad nunca alcanzado en la vida interior normal.
Sería un error creer que en este punto no es más que un simple egoísmo; en este grado de desarrollo se intensifica de tal manera que se convierte en una verdadera fuerza de la naturaleza en el alma, y para triunfar requiere una fuerte disciplina de la voluntad; ésta debe progresar paralelamente a la otra disciplina espiritual.
El hombre siente entonces una fuerte tendencia a disfrutar del mundo que ha creado para sí mismo, pero debe ser capaz de aniquilar de la manera descrita lo que ha sido el objetivo de sus esfuerzos.
En el mundo imaginario al que ha llegado, el hombre debe extinguirse, pero los impulsos más fuertes del egoísmo se oponen a esta extinción.
Se podría fácilmente pensar que los ejercicios de disciplina espiritual son algo externo e independiente de la evolución moral del alma.
A este respecto hay que decir que la fuerza moral necesaria para el triunfo del egoísmo no puede adquirirse a menos que la actitud moral del alma se haya elevado a un grado correspondiente.
El progreso en la disciplina espiritual no es posible a menos que vaya acompañado de progreso moral.
Sin fuerza moral no es posible triunfar sobre el egoísmo descrito anteriormente.
Aquellos que dicen que la verdadera disciplina espiritual no es al mismo tiempo una educación moral no afirman la verdad.
Sólo al hombre que no ha pasado por la experiencia misma le puede surgir la objeción: "¿Cómo podemos estar seguros, cuando creemos que tenemos percepciones espirituales, de que nos enfrentamos a realidades y no a simples ilusiones (visiones, alucinaciones y similares)?

El que ha llegado al grado descrito, mediante una disciplina regular, puede distinguir igual de bien la diferencia entre su propia representación y una realidad, lo mismo que un hombre dotado de un criterio sólido puede distinguir la diferencia entre la representación de un hierro candente y la verdadera presencia de tal hierro, que toca con su mano.
La experiencia sana por sí sola puede determinar la diferencia, nada más; incluso en el mundo espiritual, la vida sirve de ensayo.
Así como se sabe que en el mundo de los sentidos la representación de un hierro, por muy caliente que se imagine, no quema los dedos, así también el discípulo espiritual sabe si el hecho que experimenta está sólo en su imaginación, o si los hechos o las entidades reales ejercen realmente una impresión sobre los órganos de su percepción espiritual despertada por la concentración.
Las reglas que deben observarse durante la educación espiritual, para no ser víctima de ilusiones a este respecto, se describirán más adelante en este libro.
Es de suma importancia que el discípulo haya alcanzado una actitud muy determinada del alma cuando la conciencia del nuevo Yo se despierta en él.
Porque el hombre, a través de su yo, es dueño de sus sentimientos, emociones, representaciones, instintos, deseos y pasiones.
Las percepciones y representaciones del alma no deben ser abandonadas a sí mismas, sino que deben regirse por las leyes del pensar.
Y es el yo el que tiene estas leyes del pensar y a través de ellas pone orden en la vida de las representaciones e ideas.
Lo mismo también se puede decir de los deseos, instintos, tendencias y pasiones.
Las máximas éticas fundamentales se convierten en las guías de estas fuerzas del alma, y a través del criterio moral el yo se convierte en la guía del alma en este campo.

Cuando el hombre extrae ahora de su yo habitual un yo superior, éste se vuelve, en cierto modo, independiente; se le quita tanta fuerza viva como la que se aplica al yo superior.
Supongamos, sin embargo, que el hombre no ha desarrollado todavía en sí mismo la capacidad y la firmeza suficientes para regular las leyes del pensar y la fuerza de los criterios, y que, sin embargo, quiere dar a luz a su yo superior.
No podrá entonces dejar a su yo normal, salvo las capacidades de pensar que había desarrollado anteriormente.
Si la cantidad de pensar disciplinado es demasiado pequeña, el yo normal, que ahora se ha independizado, será víctima de pensamientos y juicios confusos y fantásticos.
Por otra parte, el Yo superior, como recién nacido, no puede sino ser débil aún, por lo que el yo inferior terminará dominando, y el hombre perderá el equilibrio de su discernimiento, del criterio sano, mientras que si hubiera desarrollado suficiente capacidad y firmeza de pensar lógico, podría abandonar tranquilamente el Yo normal a su independencia.
En el campo ético ocurre lo mismo.
Si el hombre no ha adquirido seguridad en el discernimiento moral, si no puede dominar suficientemente las tendencias, los instintos y las pasiones, hará que su yo habitual sea independiente mientras esté todavía en condiciones de verse abrumado por esas fuerzas del alma.
Puede entonces suceder que a través del nacimiento del Yo superior el hombre se vuelva peor de lo que era antes.
Si hubiera esperado a nacer, si hubiera esperado a que el Yo ordinario estuviera suficientemente elaborado, y si hubiera desarrollado seguridad de criterio ético, firmeza de carácter y profundidad de conciencia moral, podría haber depositado todas estas cualidades en el primer Yo antes de generar el segundo, pero si no observa esta norma, se expone al riesgo de perder su equilibrio moral.

Y esto no debe suceder cuando la disciplina es correcta.
A este respecto, hay que tener en cuenta dos dificultades.
Por un lado, debemos tomar lo más en serio posible el peligro descrito; por otro lado, sin embargo, no debe convertirse en un coco que nos aleje de la disciplina.
Quien tenga la fuerza de voluntad para hacer todo lo que contribuya a la seguridad interior del primer Yo en el ejercicio de su actividad, no debe temer ver el nacimiento de un segundo Yo como resultado de la disciplina espiritual.
No debe olvidar, sin embargo, que la autosugestión ejerce un gran poder a la hora de decidir si el hombre ha alcanzado la "madurez" necesaria.
En la disciplina espiritual aquí descrita, el hombre logra tal educación del pensamiento que no está expuesto a peligros que de otra manera podrían ser temidos.
Esta educación del pensar permite al alma pasar por todas las experiencias internas necesarias sin ninguna aberración dañina de la imaginación, mientras que sin la correspondiente educación del pensar, las experiencias pueden causar mucha incertidumbre en el alma.
El método indicado aquí significa que las experiencias surgen de tal manera que uno puede conocerlas perfectamente, al igual que un alma normal conoce perfectamente las percepciones del mundo físico.
A través de la educación del pensar, el hombre se convierte más bien en un observador de lo que experimenta en sí mismo, mientras que sin esa educación se encontraría completamente inmerso en la experiencia, sin la capacidad de reflexionar sobre ella.
Cada disciplina apropiada indica ciertas cualidades, que deben ser adquiridas a través del ejercicio del discípulo en la búsqueda del camino de los mundos espirituales superiores; en primer lugar, el protagonismo del alma sobre la dirección de su pensar, de su voluntad y de su sentir.

El modo en que este dominio debe ser adquirido por medio del ejercicio tiene un doble propósito: por una parte, el alma debe adquirir con ese medio tal firmeza, seguridad y equilibrio que sea capaz de conservar estas cualidades aún después del nacimiento del segundo yo; por otra parte, el segundo yo debe estar provisto de un viático de fuerza y firmeza interior.
En todos los campos es necesario que el pensar del hombre esté en concordancia con los hechos, que sea objetivo.
En el mundo físico-sensible, la vida se encarga de la tarea de amaestrar y distraer el yo humano de la objetividad.
Si el alma dejara vagar sus pensamientos sin rumbo por aquí y por allá, pronto sería corregida por la vida, a menos que quisiera entrar en conflicto con ella.
El alma debe conformar sus pensamientos a la realidad de la existencia.
Pero cuando el hombre desvía su atención del mundo físico-sensible, carece de la corrección necesaria, y si entonces sus pensamientos son incapaces de corregirse a sí mismos, se abandonará a la confusión.
Por lo tanto, el pensar del discípulo espiritual debe ejercitarse de tal manera que establezca su propia dirección y propósito.
La firmeza interior y la capacidad de concentrarse exclusivamente en un objeto son las cualidades que el pensar debe esforzarse por adquirir.
En efecto, para los ejercicios de "meditación" no hay que buscar temas lejanos o complicados, sino fáciles y familiares.
Aquellos que sean capaces de fijar sus pensamientos durante varios meses, durante cinco minutos al día sobre cualquier objeto (por ejemplo, un alfiler, un lápiz, etc.), y de excluir durante ese tiempo cualquier otra idea que no se refiera a ese objeto, ya habrán hecho mucho para lograr su objetivo (se puede pensar en un nuevo objeto cada día, o incluso conservarlo durante varios días).

Incluso quien se siente "pensador" no debe despreciar esta forma de hacerse "maduro" para la educación oculta; porque si el hombre fija su pensar durante algún tiempo en un objeto familiar, puede estar seguro de pensar objetivamente.
¿Quién se pregunta: cómo se hace un lápiz? ¿Cómo se prepara el material que compone el lápiz? ¿Cómo se conectan las diferentes partes del lápiz? ¿Cuándo se inventó el lápiz? y así sucesivamente; el que piensa de esa manera, armoniza sus ideas mucho más con la realidad que el que reflexiona sobre la descendencia del hombre, o sobre lo que es la vida.
Los simples ejercicios del pensar nos preparan mucho mejor para orientarnos en las evoluciones de Saturno, el Sol y la Luna, que las ideas complicadas y eruditas, porque no se trata en absoluto de pensar tal o cual cosa, sino de pensar objetivamente en virtud de la fuerza interior.
Si el hombre se ha educado en la exactitud del pensar mediante el estudio de un proceso físico-sensible y fácil de observar, su pensamiento se acostumbra a ser objetivo, incluso cuando ya no se siente dominado por el mundo físico-sensible y sus leyes; pierde el hábito de dejar vagar su pensar.
El alma debe convertirse en maestra, no sólo en el mundo del pensar, sino también en el campo de la voluntad.
En el mundo físico sensible es también la vida la que se presenta como la reguladora, haciendo que la gente sienta tal o cual necesidad, de modo que la voluntad se sienta estimulada a satisfacer estas demandas.
En la disciplina superior el hombre debe acostumbrarse a la estricta obediencia de sus propios mandatos, después de lo cual tendrá cada vez menos deseo de cosas inútiles.
La insatisfacción y la inestabilidad en la vida de la voluntad provienen del deseo de cosas, de las cuales no tenemos un concepto claro.

Cuando el Yo Superior nace en el alma, tal descontento puede perturbar toda la vida emocional.
Un buen ejercicio es imponerse durante varios meses, a una hora determinada del día, la realización de algún acto especial, y decir: "Hoy, a esta hora concreta, debes realizar esta acción".
El tiempo de la acción y la manera en que debe realizarse se imponen así gradualmente a uno mismo, de modo que la ejecución es absolutamente posible.
Uno se eleva así por encima del mal hábito de decir, "Deseo esto o deseo aquello", sin reflexionar en absoluto sobre la posibilidad de llevar a cabo ese deseo.
Un gran hombre hace decir a un vidente: "Amo al que aspira a lo imposible" (GOETHE, Fausto, II).
Y el mismo hombre (Goethe) dice: "Vivir en la idea significa considerar lo imposible como si fuera posible" (GOETHE, Massime en prosa).
Estos dichos no deben considerarse como objeciones a lo que aquí se ha expuesto, porque a la petición de Goethe y de su visionaria (Manto) sólo puede dar satisfacción el hombre, que se ha educado primero para desear lo que es posible, y al hacerlo se ha hecho capaz de transformar lo "imposible", a través de una fuerte voluntad, de tal manera que lo haga posible.
En cuanto al sentimiento, el alma del discípulo debe adquirir una cierta calma, para lograr lo cual debe ser capaz de dominar la expresión del placer y del dolor, de la alegría y del dolor.
Se pueden hacer muchas objeciones contra la adquisición de esta misma facultad.
Uno puede temer volverse insensible e indiferente al mundo que nos rodea, "sin alegrarse en la alegría y sin afligirse en el dolor".
Pero esto no debe suceder.

Una cosa agradable debe alegrar el alma, y una cosa triste debe entristecerla.
Pero el alma debe llegar a dominar la expresión de la alegría y el dolor, el placer y la pena.
Si tiende a esto, el discípulo pronto se dará cuenta de que en vez de volverse indiferente, se volverá más sensible que antes, por toda la alegría y el dolor que le rodea.
Sin embargo, para adquirir estas cualidades es necesario que se mantenga bajo vigilancia durante mucho tiempo y que aprenda a participar plenamente en la alegría y en el dolor, sin abandonarse hasta el punto de expresar involuntariamente sus sentimientos.
No hay que reprimir el dolor legítimo, sino el llanto involuntario, no el horror de una acción malvada, sino el estallido ciego de la ira; es justo protegerse del peligro, pero hay que evitar el "miedo" inútil, etc., etc.
Sólo con este ejercicio el discípulo alcanza la calma íntima necesaria para evitar que, después del nacimiento del Yo Superior, el alma, como una especie de doble del Yo Superior, desenvuelva junto a él la vida malsana.
En este campo uno no debe hacerse ilusiones sobre sí mismo.
Algunas personas pueden creer ya que se les proporciona un cierto equilibrio en la vida, y por lo tanto consideran que estos ejercicios son superfluos; pero son las personas que más los necesitan.
Pueden verdaderamente permanecer completamente tranquilos frente a los acontecimientos de la vida ordinaria; pero cuando ascienden al mundo superior, la falta de equilibrio, que en ellos sólo estaba reprimida, vuelve con más fuerza.
Es absolutamente necesario convencerse de que para la disciplina oculta no se trata de lo que ya parecemos poseer, sino que es importante ejercitar regularmente las cualidades que necesitamos.

Por muy contradictorias que puedan parecer estas palabras, son sin embargo correctas.
La vida puede habernos enseñado muchas cosas, pero para la educación espiritual necesitamos las cualidades que hemos adquirido por nosotros mismos.
Si la vida te ha hecho enojar, debes despojarte de esta irascibilidad; pero si la vida te ha enseñado la indiferencia, debes sacudirte, mediante la autoeducación, para que la expresión del alma se corresponda con la impresión que has recibido.
El hombre, que no es capaz de reírse de nada, tiene tan poco dominio de su propia risa como el que se permite continuamente reír sin contenerse.
Para educar el pensar y el sentir hay otro medio, a saber, la adquisición de la facultad que se llama positividad.
En una hermosa leyenda se cuenta que Jesucristo, caminando con algunas personas, encontró el cadáver de un perro en el camino.
Mientras los otros apartaban sus ojos de esa fea vista, Cristo en cambio hablaba con admiración de los hermosos dientes del animal.
Podemos practicar precisamente para desarrollar en nuestra alma una actitud, con respecto al mundo, que se ajuste a lo indicado por la leyenda.
El error, la maldad, la fealdad nunca debe impedir que el alma reconozca la verdad, el bien y la belleza dondequiera que esté.
No debemos confundir esta positividad con la falta de crítica, con la voluntad de cerrar los ojos ante el mal, lo falso y lo mediocre.
Aquellos que admiran los "hermosos dientes" de un cadáver también ven el cuerpo en descomposición; pero esto no les impide ver los hermosos dientes.
No es posible creer que el mal es bueno o que el error es la verdad, pero el mal no debe impedirnos ver el bien, ni descubrir la verdad a través del error.

El pensamiento, combinado con la voluntad, adquiere cierta madurez, siempre que el hombre no permita que las antiguas experiencias le quiten su receptividad para acoger sin reparos las nuevas.
Para el discípulo de la Ciencia del Espíritu no debe existir el pensamiento: "Esto no lo he oído nunca, esto no lo creo"; sino que debe dedicarse durante cierto tiempo a aprender algo nuevo de cada cosa y de cada ser.
Cada bocanada de aire, cada hoja de árbol, cada niño balbuceante puede enseñarnos algo, siempre que se observe desde un nuevo punto de vista.
Ciertas mentes son fáciles de exagerar a este respecto, y a cierta edad no se debe dejar de tener en cuenta las experiencias que se han vivido.
Lo que se experimenta actualmente debe ser juzgado de la misma manera que las experiencias recogidas en el pasado; éstas deben pesar en un plato de la balanza, mientras que en el otro el discípulo debe poner su tendencia a recoger nuevas experiencias, convencido sobre todo de la posibilidad de que las nuevas experiencias puedan estar en completa contradicción con las antiguas.
Hemos enumerado así las cinco cualidades del alma que el discípulo de ocultismo debe adquirir mediante una disciplina regular: dominio del pensar, dominio de los impulsos volitivos, imperturbabilidad ante el placer y la pena, positividad para juzgar el mundo, disposición para afrontar la vida con una mente abierta.
El discípulo, después de haberse dedicado durante algún tiempo al ejercicio de estas cualidades, tendrá también que armonizarlas en su alma; por lo tanto, será necesario que las ejerza simultáneamente, en grupos de dos o tres a la vez, para lograr la armonía deseada.
Los ejercicios descritos están indicados como métodos de disciplina espiritual porque, si se realizan a conciencia, no sólo producen los resultados inmediatos descritos anteriormente, sino que indirectamente también crean fuerzas útiles para el discípulo en su camino hacia los mundos espirituales.

Quienes practiquen suficientemente estos ejercicios notarán muchos defectos y errores en su vida anímica, pero también encontrarán por sí mismos los medios adecuados para dar fuerza y seguridad a su intelecto, carácter y sentimientos; sin duda necesitarán muchos otros ejercicios, según sus capacidades, temperamento y carácter, pero éstos aparecerán por sí solo, si los primeros se practican a fondo. En efecto, el discípulo podrá observar que los ejercicios mencionados dan indirectamente, poco a poco, incluso resultados imprevistos.
Por ejemplo, alguien que carezca de confianza en sí mismo puede observar después de algún tiempo que esta cualidad crece en él a través de los ejercicios; lo mismo ocurre con otras cualidades del alma.
En mi libro: "La Iniciación", encontrarán más detalles predeterminados para ejercicios especiales.
Es importante que el discípulo siempre se esfuerce por intensificar las cualidades mencionadas.
Debe dominar sus pensamientos y sentimientos hasta tal punto que el alma adquiera el poder de adquirir momentos de completa calma interior, en los que el hombre aleja de su espíritu y corazón todo lo que la vida exterior cotidiana le trae de placer y de dolor, de satisfacción y de preocupación, de tareas y necesidades.
Durante este período debe penetrar en el alma sólo lo que quiera admitir en su concentración.
Es fácil plantear una objeción a esto.
Uno podría creer que el hecho de retirarse de la vida todos los días durante algún tiempo con el corazón y el espíritu hace que un hombre sea ajeno a la vida y a sus deberes.
Pero no es así en absoluto.

Quien se abandone, de la manera descrita, a períodos de calma y serenidad interior, sentirá a través de ellos crecer en su interior fuerzas tan poderosas que también le harán desempeñar los deberes de la vida exterior mucho mejor que antes.
Es de gran importancia que durante tales períodos el hombre se libere completamente de los pensamientos de sus asuntos personales y se ponga a la altura de lo que le concierne no sólo a él mismo sino a la humanidad en general.
Si es capaz de llenar su alma con las enseñanzas relativas a los mundos espirituales superiores, y de interesarse por ellas como se interesa por un cuidado personal o un asunto propio, su alma podrá cosechar frutos muy útiles.
Quien se esfuerza así por poner orden en la vida de su alma llegará también a la posibilidad de la autoobservación, que le permitirá considerar sus propios asuntos con la misma serenidad con la que considera los de un extraño.
Ser capaz de contemplar las experiencias, alegrías y penas de uno como si fueran las de otra persona es una buena preparación para la educación oculta.
Es útil a este respecto, para lograr gradualmente la calma necesaria, recordar mentalmente cada día, después de haber terminado el trabajo, las imágenes de las experiencias del día; en medio de éstas, el hombre debe también verse a sí mismo, debe contemplarse a sí mismo desde el exterior en su vida cotidiana.
Para lograr una cierta práctica en dicha auto-observación, es útil en un principio representar sólo fracciones individuales de la vida cotidiana.
Poco a poco, el hombre va adquiriendo mayor habilidad para tal retrospección, de modo que después de algún tiempo de práctica podrá hacerlo completa y rápidamente.
Esta contemplación retrospectiva de los acontecimientos vividos tiene una importancia especial para la disciplina espiritual, porque hace que el alma sea independiente del hábito de seguir en el pensar sólo el curso sensible de los acontecimientos.

Al pensar retrospectivamente, piensas correctamente, pero no te apoyas en el curso de la sensorialidad.
Y esto es necesario para penetrar en la comprensión del mundo suprasensible, y, por otro lado, conduce a un saludable fortalecimiento del pensar.
Por lo tanto, es útil retroceder, además de los acontecimientos de la propia época, también otras cosas, por ejemplo, el desarrollo de un drama, o un cuento, o una sucesión de sonidos musicales.
El "ideal" del discípulo de las ciencias del Espíritu será tener, cada vez más, una actitud ante los acontecimientos de la vida que le permita acogerlos con seguridad y calma interior, y no juzgarlos en función de la disposición de su alma, sino en función de su significado y valor íntimos.
El estudioso, que se fija este ideal, crea así una base segura para el alma, que le permitirá dedicarse a la concentración ya descrita anteriormente de pensamientos simbólicos y otros sentimientos.
Las condiciones descritas anteriormente son necesarias, porque la experiencia suprasensible se construye sobre el terreno que sirve de base para la vida habitual del alma antes de su penetración en el mundo suprasensible.
Cada experiencia suprasensible depende de dos maneras del punto de partida del alma antes de esa penetración.
Quien no forme desde el principio una sana fuerza de criterio, que sirva de base para su educación oculta, desarrollará inexactas y defectuosas facultades de percepción suprasensible, y sus órganos espirituales de percepción se desarrollarán de manera injusta.
Y así como un ojo defectuoso y enfermo no puede ver bien en el mundo sensible, tampoco podrá percibir correctamente con los órganos espirituales, que no están entrenados sobre la base de una sana capacidad de criterio.
Si en el punto de partida la actitud del alma de un discípulo es inmoral, se elevará en los mundos superiores con una visión espiritual obtusa y nublada, y se encontrará enfrentado a estos mundos como un hombre que, en un estado de aturdimiento, desea observar el mundo sensible.
Pero si bien esto no conduciría ciertamente a ninguna observación importante, el observador espiritual, aun cuando se encuentre en un estado de confusión, está sin embargo más despierto que cualquier hombre de conciencia normal, y por lo tanto extraerá de sus observaciones resultados erróneos con respecto al mundo espiritual.

1Poco importa que estos pensamientos encuentren o no su justificación en la ciencia natural, porque el desarrollo de los pensamientos sobre la planta y el hombre, es lo que, independientemente de cualquier teoría, pueden adquirirse a través de la simple contemplación directa. Tales pensamientos también tienen su importancia, así como, bajo otro aspecto, las representaciones teóricas de las cosas del mundo exterior también son importantes. Y los pensamientos en este caso no sirven para exponer científicamente un estado de hecho, sino para construir un símbolo, que demostrará ser efectivo, a pesar de todas las objeciones que puedan plantearse a esta u otra persona durante la construcción del propio símbolo.


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919