LA CIENCIA OCULTA
Por Rudolf Steiner
capítulo V
EL CONOCIMIENTO DE LOS MUNDOS SUPERIORES
2ª parte
El
ascenso al estado suprasensible de la conciencia puede tener como
punto de partida sólo la conciencia normal despierta; el alma vive
precisamente en esta conciencia antes de su ascenso.
La disciplina
le proporciona los medios para trascender esta conciencia.
La
disciplina de la que hablaremos a continuación aconseja, en primer
lugar, los medios tomados de la conciencia normal del día; los más
eficaces son los que consisten en las prácticas serenas y
silenciosas del alma.
Es importante que el alma se dedique a representaciones específicas, que por su naturaleza deben ser capaces de ejercer una fuerza que despierte ciertas facultades ocultas de la interioridad humana.
Difieren de las representaciones de la vida despierta, que tienen por objeto reflejar una cosa exterior, y cuanto más fielmente son verdaderas, más fielmente la reflejan; y en efecto, de acuerdo con su naturaleza, deben ser verdaderas en ese sentido; pero las representaciones a las que el alma debe consagrarse con el fin de la disciplina espiritual no tienen tal misión; son tales que no reproducen una cosa exterior, sino que tienen dentro de sí la fuerza de ejercer la acción de hacer despertar algo en el alma.
Las mejores representaciones para este propósito son alegóricas o simbólicas; pero también se pueden utilizar otras representaciones.
Porque no importa su contenido, sino que el alma aplica todas sus fuerzas para no admitir en la conciencia nada más que la representación mencionada.
Mientras que las fuerzas del alma, en su vida habitual, están distribuidas en un vasto campo, y las representaciones se suceden rápidamente, la disciplina oculta está dirigida a concentrar la vida interior del alma en una sola representación, que debe ser colocada por la voluntad en el centro de la conciencia.
Por
eso, las representaciones alegóricas son mejores que las que
representan objetos o procesos externos, porque estas últimas tienen
un punto de apoyo en el mundo exterior, y por lo tanto con ellas el
alma no está obligada a basarse sólo en sí misma como con las
alegóricas, que son creadas por la propia energía del alma.
La
atención principal debe centrarse en la intensidad de la fuerza que
el alma debe emplear.
Lo esencial no es lo que se representa, sino
más bien el hecho de que, como resultado del modo de representación,
el objeto de la representación exime al alma de cualquier referencia
al mundo físico.
Se llega a comprender esta concentración en una
representación si se evoca por un momento el concepto de lo que es
un recuerdo.
Si, por ejemplo, usted desvía su mirada hacia un
árbol y luego le da la espalda, de modo que ya no puede verlo, podrá
sin embargo preservar la representación del árbol en nuestra
alma.
Esta representación del árbol, que se conserva cuando ya
no está ante nuestros ojos, es un recuerdo del árbol.
Ahora
imaginemos que estamos preservando este recuerdo en el alma, que
estamos dejando que el alma, en cierto modo, se apoye en ese
recuerdo, esforzándonos por excluir cualquier otra representación
del mismo.
Entonces el alma se concentra en la
representación-recuerdo del árbol.
Se trata pues de la
concentración del alma en una representación; pero esta
representación es la reproducción de las cosas percibidas por los
sentidos.
Pero,
si se aborda este ejercicio con una representación voluntariamente
impuesta a la conciencia, se logrará gradualmente el efecto
deseado.
Ahora citaré sólo un ejemplo de concentración interna
en una representación simbólica.
En primer lugar, es necesario
que dicha representación se construya en el alma, y esto se puede
hacer de la siguiente manera.
Representemos una planta enraizada
en el suelo, que echa una hoja tras otra y finalmente se desarrolla
en la flor.
Imaginémonos ahora a un hombre al lado de esa planta,
y despertemos en nuestra alma el pensamiento de que el hombre tiene
capacidades y facultades más perfectas que la planta; debemos
reflexionar sobre cómo puede ir aquí o allá según sus
sentimientos y su voluntad, mientras la planta está atada al
suelo.
Pero digámonos también esto: "Sí, desde luego, el
hombre es más perfecto que la planta; pero descubro en él
cualidades que le faltan a la planta, y por eso me parece, desde
cierto punto de vista, más perfecta que el hombre. El hombre está
lleno de deseos y pasiones, los cuales condicionan su conducta.
Puedo decir con certeza que sus deseos y pasiones lo llevan a muchas
aberraciones. La planta, por otro lado, sigue las leyes puras del
crecimiento hoja a hoja, abre sus flores sin pasión a los puros
rayos del sol.
Puedo decirme: el hombre goza de una cierta
perfección con respecto a la planta, pero para adquirir esta
perfección tuvo que permitir que no sólo las fuerzas puras que veo
en la planta, sino también los instintos, deseos y pasiones
penetraran en su ser.
Me represento a mí mismo ahora la savia
verde fluye a través de la planta y es la expresión de las leyes
puras y sin pasión del crecimiento; me represento entonces, como la
sangre roja fluye a través de las arterias del hombre, y en ella veo
la expresión de los instintos, deseos y pasiones.
Estas ideas
deben cobrar vida en mi alma.
Asimismo,
me represento cómo el hombre es capaz de evolucionar, cómo puede
purificar sus instintos y pasiones a través de las facultades
superiores de su alma.
Pienso en cómo, debido a eso, los
elementos inferiores de estos instintos y pasiones son aniquilados y
esas cualidades purificadas renacen elevándose un escalón más
alto.
La sangre puede entonces representar la expresión de los
instintos y pasiones purificados.
A continuación, con mi mirada
espiritual considero la rosa y me digo: "En el jugo rojo de la
rosa veo el color de la savia verde de la planta transformada en
rojo; y tanto la rosa roja como también la hoja verde, siguen las
leyes puras, desprovistas de pasiones, del crecimiento. El rojo de la
rosa puede convertirse ahora para mí en el símbolo de una sangre,
en la que se expresan los instintos y las pasiones purificadas, que
han eliminado sus elementos inferiores, y en su pureza las fuerzas
que actúan en la rosa roja".
Ahora debo procesar estos
pensamientos, no sólo en mi mente, sino hacerlos vivir en mis
sentimientos.
Puede invadirme un sentimiento de dicha, cuando
represento la pureza y la falta de pasión de la planta en
crecimiento; puedo crear en mí la sensación de que hay que adquirir
ciertas perfecciones superiores a costa de las ansias y las
pasiones.
Esta idea puede transformar la felicidad que antes
sentía en un sentimiento más serio, mientras que puede despertarse
en mi una sensación de felicidad liberadora, si me abandono a la
idea de la sangre roja que, como el jugo rojo de la rosa, puede
convertirse en el vehículo de experiencias internas puras.
Es
importante no quedarse impasible ante los pensamientos, que sirven
para la construcción de una representación simbólica.
Después
de haberse entregado a estos pensamientos y sentimientos, es
necesario transformarlos en la siguiente representación
simbólica.
Uno se representa una cruz negra.
Este debe ser el
símbolo de los elementos inferiores destruidos, de los instintos y
pasiones, y donde los brazos de la cruz se cruzan entre sí, deben
representarse siete rosas radiantes, dispuestas en forma de círculo.
Estas
rosas serán el símbolo de la sangre que expresa las pasiones e
instintos purificados1.
Es
pues, una representación simbólica de este tipo la que debe ser
evocada en el alma, de la manera ya descrita para la representación
de un recuerdo.
Tales representaciones tienen una fuerza de
despertar, si se sumerge uno en ellas.
Mientras se practica la
concentración, hay que tratar de excluir cualquier otra
representación.
Sólo el símbolo descrito debe ocupar
espiritualmente el alma, con la mayor vivacidad posible.
No es un
hecho sin importancia que este símbolo no sea mencionado aquí
simplemente como una representación del despertar, sino que fue
construido primero por medio de ciertas consideraciones acerca de la
planta y el hombre.
Porque la influencia de tal símbolo depende
del hecho de que fue construido de la manera descrita, antes de
servir para la concentración interior.
Si evocamos ese símbolo
en nuestra alma, sin haber realizado tal trabajo de construcción,
permanecerá frío y mucho menos efectivo, como si careciera de la
fuerza vivificante anímica que proviene de su preparación.
Durante
la concentración, sin embargo, no es necesario recordar en el alma
los pensamientos que sirvieron para preparar el símbolo, solo debe
flotar espiritualmente en el alma la imagen viva del símbolo, y al
unísono con ella debe vibrar en el alma el sentimiento resultante de
tales pensamientos preparatorios.
De esta manera el símbolo se
convierte en un signo acompañado de una experiencia de sentimiento;
el efecto es ejercido precisamente por el alma que habita esta
experiencia.
Cuanto más tiempo se pueda permanecer allí sin ser
molestado por otras representaciones, más efectivo será el proceso
interno.
Sin embargo, es bueno, para que el sentimiento no se
desvanezca, que, además del tiempo realmente dedicado a la
concentración, se evocan a menudo los pensamientos y sentimientos
que han servido de la manera descrita para construir tal imagen.
Y
cuanto más paciencia se aplica en tal recapitulación, más efectiva
es la imagen para el alma. (En las consideraciones de mi libro:
"Iniciación" se han mencionado otros medios para la
concentración interna. Particularmente eficaces son las meditaciones
indicadas en ese trabajo, sobre el devenir y el marchitamiento de las
plantas, sobre las fuerzas de la latencia en la semilla de la planta,
sobre las formas de los cristales, etc.; aquí, sin embargo, sólo se
ha elegido un ejemplo para exponer la naturaleza de la
meditación).
Un símbolo como el descrito no representa ninguna
cosa o ser externo, ningún producto de la naturaleza; por esta razón
tiene el poder de despertar ciertas facultades internas.
Sin duda
se podría hacer la siguiente objeción: "Ciertamente este
"símbolo" en su conjunto no existe en la naturaleza; pero
sin embargo todos los detalles individuales de él son tomados de la
naturaleza: el color negro, las rosas, etc., todo esto es percibido
por los sentidos.
Quienes
se preocupan por esta objeción deben reflexionar que no son las
reproducciones de las percepciones sensoriales las que conducen al
despertar de las facultades superiores del alma, sino que tal efecto
se produce únicamente por la manera en que estas particularidades se
han conectado.
Y esta conexión no reproduce algo que existe en el
mundo sensorial.
Este símbolo ha sido citado como ejemplo para
demostrar el proceso de concentración efectiva para el alma.
En
la disciplina espiritual se indican innumerables imágenes de este
tipo, construidas de las más diversas maneras.
También pueden
darse ciertas frases, fórmulas, palabras singulares, en las que el
alumno debe concentrarse; pero todos estos medios de concentración
interior tenderán siempre a la meta de alejar al alma de la
percepción sensorial y a estimularla a una actividad, en la que la
impresión sobre los sentidos físicos no tiene importancia, y el
desarrollo de las facultades interiores latentes del alma se
convierte en lo esencial.
También puede haber concentraciones por
encima de las sensaciones simples, etc.; éstas son particularmente
efectivas.
Se puede tomar, por ejemplo, el sentimiento de
alegría.
En el curso normal de la vida el alma puede experimentar
alegría como resultado de un estímulo externo.
Cuando un alma
dotada de sentimientos sanos nota que un hombre hace algo por bondad
de corazón, puede sentir satisfacción y alegría; pero también
puede reflexionar sobre tal acción y decirse a sí misma: "El
que hace algo por bondad de corazón no persigue su propio interés,
sino el interés de sus semejantes". Y tal acción puede ser
llamada moralmente buena.
Pues bien, el alma que lo contempla
puede dejar completamente de lado la representación de ese único
caso externo que le ha traído alegría o satisfacción, y se puede
formar una idea general de la bondad del corazón.
Reflexionando
sobre esto, puede pensar que la bondad del corazón deriva del hecho
de que un alma asimila, por así decirlo, el interés del otro, y lo
hace suyo.
El
alma puede ahora, debido a esta idea moral de la bondad del corazón,
experimentar una alegría que no está conectada con ningún proceso
del mundo sensible, sino con la idea como tal.
Si uno trata de
vivir esta alegría durante mucho tiempo en el alma, se obtiene la
concentración en un sentimiento.
Entonces no es la idea la que
influye en el despertar de las facultades internas del alma, sino que
ese despertar es el resultado de la permanencia en el alma de un
sentimiento despertado en ella independientemente de cualquier
impresión externa.
Puesto que el conocimiento suprasensible es
capaz de penetrar en la naturaleza de las cosas más profundamente
que la representación habitual, el maestro de la disciplina
espiritual será capaz de señalar al alumno los sentimientos, que
ejercen una influencia aún más intensa en el desarrollo de las
facultades del alma, cuando son aplicados a la concentración
interior.
Por muy necesarios que sean después para los grados
superiores de instrucción espiritual, hay que reflexionar, sin
embargo, en que la concentración energética en los sentimientos,
como, por ejemplo, la descrita sobre la contemplación de la bondad
del corazón, puede ya llevar lejos en el camino del progreso.
Así
como las naturalezas de las personas son tan diferentes, también los
medios de entrenamiento deben ser diferentes, dependiendo del
individuo.
En lo que respecta a la duración de la concentración,
hay que tener en cuenta que cuanto más se prolongue tanto más
aumenta la eficacia de la misma, pero a la vez más perjudicial puede
resultar cualquier exageración en este campo.
Quien
no despierta en sí mismo estas cualidades, y no continúa sus
ejercicios con completa calma, de modo que la paciencia y la
perseverancia formen la disposición fundamental de su alma, no podrá
progresar mucho.
De lo que antecede se desprende que la
concentración interna (meditación) es un medio para llegar al
conocimiento de los mundos superiores; este efecto no se obtiene, sin
embargo, utilizando ninguna representación, sino que es necesario
que el contenido de la representación se construya según el método
indicado.
El camino descrito aquí conduce en primer lugar a lo
que se puede llamar conocimiento imaginativo.
Es el primer paso
del conocimiento superior.
El conocimiento que se basa en las
percepciones sensoriales y su elaboración por medio del intelecto
que está conectado a los sentidos, puede ser llamado "conocimiento
objetivo" según la Ciencia del Espíritu.
Más allá de
esto, se extienden los pasos del conocimiento superior, de los cuales
el primero es precisamente el del conocimiento imaginativo.
La
palabra "imaginativa" podría generar la duda de que se
trata sólo de una representación "imaginaria", que no
corresponde a ninguna realidad.
En la Ciencia del Espíritu, sin
embargo, el conocimiento "imaginativo" significa una manera
de conocer, producida por un estado de conciencia suprasensible del
alma, en el que se perciben hechos y entidades espirituales, que los
sentidos no pueden alcanzar.
Puesto que este estado se despierta
en el alma a través de la concentración en los símbolos, o
"imaginaciones", de igual manera el mundo que se
corresponde con este estado superior de conciencia, y el conocimiento
al que hace referencia, también puede ser llamado "imaginativo".
En
este sentido, por lo tanto, la palabra "imaginativo" se
aplica a los seres y hechos "reales", en un sentido más
elevado, como son los hechos y seres percibidos a través de los
sentidos.Sin embargo, hay un sentido interior especial, que se
desarrolla en virtud de los propios ejercicios, que enseña al alumno
la medida correcta a seguir.
Por lo general, es necesario
continuar esos ejercicios de concentración interna durante mucho
tiempo antes de que se puedan ver los resultados.
En la educación
espiritual es absolutamente necesario tener paciencia y
perseverancia.
Lo
que importa no es el contenido de las representaciones, que
constituyen la experiencia imaginativa, sino sólo la facultad
anímica que se está formando debido a esta experiencia.
En
contra del uso de las representaciones simbólicas descritas
anteriormente, se podría objetar fácilmente que su formación
deriva de una actividad similar a la del sueño y de una fantasía
arbitraria; por lo tanto, los resultados obtenidos serían muy
cuestionables.
Pero esta objeción se encuentra frente a las
imágenes simbólicas que son la base de la educación
espiritual.
Estos símbolos se eligen de tal manera que se puede
hacer una abstracción completa de su relación con una realidad
exterior material.
Su valor reside sólo en la fuerza con la que
actúan sobre el alma, cuando el alma desvía completamente su
atención del mundo exterior, elimina todas las impresiones de los
sentidos y excluye todos los pensamientos que puedan llegar a ella de
ningún estímulo exterior.
El proceso de la meditación puede
explicarse mejor cuando se compara con el sueño; por un lado se
asemeja al estado de sueño, por otro lado es completamente
opuesto.
La meditación es un sueño, que representa un grado
superior de vigilia que el de la conciencia diurna.
Esto se debe
al hecho de que, debido a la concentración en su representación, o
imagen, el alma se ve obligada a extraer de sus propias profundidades
fuerzas mucho más energicas que las que aplica a la vida ordinaria,
o al conocimiento habitual; su actividad interior se ve así
incrementada.
Se libera de su envoltura corporal, como suele hacer
en el sueño, pero no cae en la inconsciencia como en este, sino que
experimenta un mundo que no había experimentado anteriormente.
Su
estado, aunque puede ser comparado con el del sueño, porque el alma
se ha liberado del cuerpo, es sin embargo tal que, comparado con la
conciencia despierta habitual, puede ser caracterizado como un estado
intensificado de vigilia, por medio del cual el alma se conoce a sí
misma, experimenta su verdadera esencia interior independiente; en
cambio, en la vida ordinaria, debido al menor despliegue de sus
fuerzas, el alma no llega a la conciencia de sí misma, que gracias a
la ayuda del cuerpo, y por lo tanto no se experimenta a sí misma,
sino que sólo se ve en la imagen trazada - como una especie de
reflejo - por el cuerpo, o más bien por sus procesos.
Esos
símbolos construidos de la manera descrita no se refieren, por
supuesto, a nada real en el mundo espiritual, pero sirven para
separar el alma de la percepción sensorial externa y del instrumento
del cerebro físico, al que la inteligencia está en principio
conectada.
Este distanciamiento no puede producirse antes de que
el hombre haya hecho este razonamiento: "Ahora me represento
algo por medio de fuerzas para las cuales mis sentidos y mi cerebro
no me sirven de instrumento.
Por esta vía, el hombre experimenta
inicialmente tal liberación de los órganos físicos, y puede
entonces decirse a sí mismo: "Mi conciencia no se desvanece
cuando me abstraigo de las percepciones sensoriales y del pensar
lógico habitual; puedo elevarme por encima de ella y entonces me
siento como una entidad separada junto a lo que era antes".
Esta
es la primera experiencia absolutamente espiritual: la observación
de un ser individual, de un yo anímico-espiritual, que ha surgido
como un nuevo Yo de ese otro Yo, que estaba ligado a los sentidos
físicos y al intelecto físico.
Si el hombre se liberara del
mundo de los sentidos y del intelecto, sin concentración, caería en
el "Nada" de la inconsciencia.
Esta entidad
animo-espiritual, por supuesto, reside en el hombre incluso antes de
la concentración, pero entonces no posee todavía ningún
instrumento para la observación del mundo espiritual; se asemeja un
poco, a un cuerpo físico sin ojos para ver y oídos para oír.
La
fuerza que se ha empleado en la concentración ha creado primero los
órganos anímico-espirituales en la entidad anímico-espiritual, que
hasta entonces no estaba organizada.
Lo que el hombre se ha creado
para sí de esta manera, es precisamente lo primero que percibe; la
primera experiencia, bajo un determinado aspecto, es por lo tanto una
experiencia de auto-percepción.
La educación espiritual, por su
propia naturaleza, hace que el alma, a través del ejercicio de la
autoeducación, sea plenamente consciente, en este punto de su
evolución, de que en los mundos de imágenes (imaginaciones), que
surgen en virtud de los ejercicios descritos, se percibe en primer
lugar a sí misma.
Estas imágenes surgen en realidad como un
nuevo mundo; pero el alma debe reconocer, sin embargo, que al
principio no son más que un reflejo de su propio ser vigorizado por
los ejercicios ocultos; y no sólo debe reconocer este hecho con su
razonamiento, sino que debe haber llegado a tal educación de la
voluntad que pueda en cualquier momento extinguir y quitar esas
imágenes de la conciencia.
El alma debe ser capaz de preservar
una completa libertad de acción en medio de tales imágenes.
En
este punto de su desarrollo esa independencia es una indicación de
una justa evolución espiritual, porque si el alma no fuera libre se
encontraría, en el campo de las experiencias espirituales, en una
condición análoga a la de un alma, que en el mundo físico debería
permanecer apegada a cada objeto que ve, de modo que ya no puede
apartar la vista de él.
De esta posibilidad de extinguir esas
imágenes, sólo debe excluirse un grupo de experiencias imaginativas
interiores que, en ese paso de la disciplina oculta, no deben
extinguirse; representan precisamente el núcleo esencial del alma, y
el alumno de ocultismo reconoce en estas imágenes la esencia
fundamental de su propia naturaleza, que se conserva a través de
repetidas vidas terrestres.
En
este punto el conocimiento de las sucesivas reencarnaciones
terrestres se convierte en una experiencia real.
Sin embargo, en
lo que respecta a todas las demás percepciones imaginativas, debe
reinar la libertad de movimiento ya descrita.
Sólo cuando se ha
adquirido la capacidad de extinguir las experiencias, se puede uno
realmente acercar al mundo espiritual exterior; las percepciones
extinguidas retornan bajo otra forma, y son entonces experimentadas
como realidades exteriores espirituales; el alma se siente crecer
espiritualmente, desde el ser indeterminado que era antes, hasta algo
determinado.
A partir de esta auto-observación también se debe
proceder a la percepción de un mundo anímico-espiritual externo,
una percepción que se logra cuando regulamos nuestras experiencias
internas de la manera que se describirá a continuación.
Al
principio el alma del discípulo es débil frente a lo que debe
percibir en el mundo anímico-espiritual; debe aplicar una gran
energía para conservar en su concentración interior los símbolos u
otras representaciones, que ha construido con los elementos
proporcionados por el mundo sensorial;Por otra parte, si quiere
conseguir una verdadera observación en un mundo superior, no sólo
debe adherirse a estas representaciones, sino que, después de
haberlo hecho, debe ser capaz de detenerse en una condición en la
que ningún estímulo del mundo sensible exterior pueda actuar sobre
el alma, sino en la que incluso aquellas representaciones
imaginativas caracterizadas anteriormente sean eliminadas de la
conciencia.
Entonces sólo lo que se ha formado por concentración
puede presentarse en la conciencia.
Ahora bien, es necesario que
haya suficiente fuerza anímica interna, de modo que lo que se ha
formado pueda verse realmente espiritualmente, de modo que no escape
a la atención, como suele ocurrir cuando la energía interna está
aún débilmente desarrollada.
El
organismo anímico-espiritual que se forma y se descubre por primera
vez por la autopercepción es sutil y evanescente, y las
distracciones del mundo exterior físico, así como sus efectos en el
recuerdo, son grandes, por mucho que uno se esfuerce por
evitarlas.
No son sólo las distracciones las que se sienten, sino
las que en la vida ordinaria escapan a nuestra atención.
A este
respecto precisamente, la naturaleza del ser humano ha permitido un
estado de transición, y lo que el alma no puede realizar en absoluto
en el estado de vigilia, debido a las distracciones del mundo físico,
es posible que lo realice durante el estado de sueño.
La persona
que se dedica a la concentración interior notará, -siempre que le
preste la debida atención-, un nuevo hecho durante el sueño;
sentirá que a veces "no duerme completamente", sino que
hay intervalos en los que su alma realiza, no obstante, una cierta
actividad.
En tales condiciones los procesos naturales mantienen
alejadas las influencias del mundo exterior, que el alma no es aún
capaz por su propio poder de eliminar durante la vigilia.
Pero
cuando los ejercicios de concentración empiezan a actuar, el alma se
libera de la inconsciencia durante el sueño, y siente el mundo
anímico-espiritual.
Esto puede suceder de dos maneras: el hombre
puede tener la siguiente percepción durante el sueño: "Ahora
estoy en otro mundo"; o al despertar, puede tener este recuerdo:
"Estaba en otro mundo".
Para el primer caso, se necesita
sin duda una energía interior más intensa que para el segundo, lo
que de hecho ocurre más a menudo para los que están al principio de
la disciplina oculta.
Poco a poco este sentimiento puede llegar al
punto, de que después de despertar el alumno se dirá a sí mismo:
"Durante todo el tiempo que dormí, estuve en otro mundo, del
cual salí con el despertar".
Y su memoria de las entidades y
hechos de este otro mundo se vuelve más y más precisa.
En
ambos casos se produce en el discípulo, lo que podemos llamar la
continuidad de la conciencia, (la continuación de la conciencia
durante el sueño).
No es necesario que el hombre mantenga siempre
su conciencia durante el sueño; para la continuidad de la conciencia
habrá logrado mucho si, durante el sueño, tiene ciertos intervalos
en los que, en lugar de dormir como los demás, es consciente de un
mundo anímico-espiritual o incluso si recuerda después de despertar
tan breves estados de conciencia.
Sin embargo, hay que tener en
cuenta que lo que aquí se describe debe considerarse sólo como un
estado de transición, que es bueno atravesar, con la ayuda de la
disciplina, pero del que no hay que creer que se pueda extraer
ninguna visión concluyente del mundo espiritual.
El alma, en esta
condición, no tiene confianza en sí misma y no puede confiar en lo
que percibe, pero por medio de tales experiencias va reuniendo cada
vez más fuerzas para poder apartarse de sí misma durante la vigilia
de las influencias perturbadoras del mundo exterior y del mundo
interior, y llegar así a la observación anímico-espiritual.
Por
esta razón es necesario que no quede ninguna impresión a través de
los sentidos, que el intelecto conectado con el cerebro físico
permanezca en silencio, y que las representaciones de la
concentración, que han servido como preparación para la visión
espiritual, también se mantengan alejadas de la conciencia.
Todas
las enseñanzas que se comunican en diversas formas por la Ciencia
del Espíritu no deben nunca derivar de otra fuente que la de la
observación anímico-espiritual durante el estado completo de
vigilia.
Dos experiencias del alma son importantes durante la
educación espiritual.
La primera es aquella en la que el hombre
puede decirse a sí mismo: "A estas alturas, cuando estoy
abstraído de todas las impresiones que pueden venirme del mundo
exterior, veo en mi interior un ser, en el que no se extingue toda
actividad; veo, en efecto, un ser consciente de sí mismo, en un
mundo del que no sé nada, hasta que me dejo estimular únicamente
por las impresiones materiales y las del intelecto común.
El
alma en ese momento tiene la sensación de haber dado a luz a un
nuevo ser, su núcleo esencial.
Este nuevo ser tiene facultades
muy diferentes a las que tenía antes en el alma.
La segunda
experiencia consiste en el hecho de que ahora podemos sentir nuestro
ser anterior como una segunda entidad, que está a nuestro lado.
Lo
que antes se sentía encerrado se convierte en algo delante de
nosotros; uno se siente temporalmente fuera de lo que normalmente
había considerado su propio ser, y que había tenido por su propio
"yo".
A estas alturas es como si viviéramos en dos
"yoes", uno de los cuales es el que hemos conocido hasta
entonces, el otro se presenta como un ser nacido entonces y superior
al primero; y sentimos que el primer Yo adquiere una cierta
independencia con respecto al segundo, un poco como el cuerpo del
hombre goza de una cierta autonomía con respecto al primero.
Esta
experiencia es de gran importancia, porque muestra al hombre lo que
significa vivir en el mundo al que se esfuerza por llegar a través
de la disciplina.
El segundo Yo -el recién nacido- puede ahora
llegar a la percepción del mundo espiritual; en él puede
desarrollarse lo que realiza en el mundo espiritual una función
correspondiente a la de los órganos sensoriales para el mundo
físico-sensible.
Si el desarrollo del hombre ha progresado en el
grado necesario, no sólo se sentirá como un recién nacido, sino
que también percibirá a su alrededor hechos espirituales y
entidades espirituales, al igual que percibe el mundo físico a
través de los sentidos físicos.
Esta es una tercera experiencia
importante.
Para
progresar correctamente en esta etapa de la educación espiritual, el
discípulo debe tener en cuenta que, con el fortalecimiento de las
fuerzas anímicas, el amor propio y el egoísmo se presentan a un
grado de intensidad nunca alcanzado en la vida interior normal.
Sería
un error creer que en este punto no es más que un simple egoísmo;
en este grado de desarrollo se intensifica de tal manera que se
convierte en una verdadera fuerza de la naturaleza en el alma, y para
triunfar requiere una fuerte disciplina de la voluntad; ésta debe
progresar paralelamente a la otra disciplina espiritual.
El hombre
siente entonces una fuerte tendencia a disfrutar del mundo que ha
creado para sí mismo, pero debe ser capaz de aniquilar de la manera
descrita lo que ha sido el objetivo de sus esfuerzos.
En el mundo
imaginario al que ha llegado, el hombre debe extinguirse, pero los
impulsos más fuertes del egoísmo se oponen a esta extinción.
Se
podría fácilmente pensar que los ejercicios de disciplina
espiritual son algo externo e independiente de la evolución moral
del alma.
A este respecto hay que decir que la fuerza moral
necesaria para el triunfo del egoísmo no puede adquirirse a menos
que la actitud moral del alma se haya elevado a un grado
correspondiente.
El progreso en la disciplina espiritual no es
posible a menos que vaya acompañado de progreso moral.
Sin fuerza
moral no es posible triunfar sobre el egoísmo descrito
anteriormente.
Aquellos que dicen que la verdadera disciplina
espiritual no es al mismo tiempo una educación moral no afirman la
verdad.
Sólo al hombre que no ha pasado por la experiencia misma
le puede surgir la objeción: "¿Cómo podemos estar seguros,
cuando creemos que tenemos percepciones espirituales, de que nos
enfrentamos a realidades y no a simples ilusiones (visiones,
alucinaciones y similares)?
El
que ha llegado al grado descrito, mediante una disciplina regular,
puede distinguir igual de bien la diferencia entre su propia
representación y una realidad, lo mismo que un hombre dotado de un
criterio sólido puede distinguir la diferencia entre la
representación de un hierro candente y la verdadera presencia de tal
hierro, que toca con su mano.
La experiencia sana por sí sola
puede determinar la diferencia, nada más; incluso en el mundo
espiritual, la vida sirve de ensayo.
Así como se sabe que en el
mundo de los sentidos la representación de un hierro, por muy
caliente que se imagine, no quema los dedos, así también el
discípulo espiritual sabe si el hecho que experimenta está sólo en
su imaginación, o si los hechos o las entidades reales ejercen
realmente una impresión sobre los órganos de su percepción
espiritual despertada por la concentración.
Las reglas que deben
observarse durante la educación espiritual, para no ser víctima de
ilusiones a este respecto, se describirán más adelante en este
libro.
Es de suma importancia que el discípulo haya alcanzado una
actitud muy determinada del alma cuando la conciencia del nuevo Yo se
despierta en él.
Porque el hombre, a través de su yo, es dueño
de sus sentimientos, emociones, representaciones, instintos, deseos y
pasiones.
Las percepciones y representaciones del alma no deben
ser abandonadas a sí mismas, sino que deben regirse por las leyes
del pensar.
Y es el yo el que tiene estas leyes del pensar y a
través de ellas pone orden en la vida de las representaciones e
ideas.
Lo mismo también se puede decir de los deseos, instintos,
tendencias y pasiones.
Las máximas éticas fundamentales se
convierten en las guías de estas fuerzas del alma, y a través del
criterio moral el yo se convierte en la guía del alma en este campo.
Cuando
el hombre extrae ahora de su yo habitual un yo superior, éste se
vuelve, en cierto modo, independiente; se le quita tanta fuerza viva
como la que se aplica al yo superior.
Supongamos, sin embargo, que
el hombre no ha desarrollado todavía en sí mismo la capacidad y la
firmeza suficientes para regular las leyes del pensar y la fuerza de
los criterios, y que, sin embargo, quiere dar a luz a su yo
superior.
No podrá entonces dejar a su yo normal, salvo las
capacidades de pensar que había desarrollado anteriormente.
Si la
cantidad de pensar disciplinado es demasiado pequeña, el yo normal,
que ahora se ha independizado, será víctima de pensamientos y
juicios confusos y fantásticos.
Por otra parte, el Yo superior,
como recién nacido, no puede sino ser débil aún, por lo que el yo
inferior terminará dominando, y el hombre perderá el equilibrio de
su discernimiento, del criterio sano, mientras que si hubiera
desarrollado suficiente capacidad y firmeza de pensar lógico, podría
abandonar tranquilamente el Yo normal a su independencia.
En el
campo ético ocurre lo mismo.
Si el hombre no ha adquirido
seguridad en el discernimiento moral, si no puede dominar
suficientemente las tendencias, los instintos y las pasiones, hará
que su yo habitual sea independiente mientras esté todavía en
condiciones de verse abrumado por esas fuerzas del alma.
Puede
entonces suceder que a través del nacimiento del Yo superior el
hombre se vuelva peor de lo que era antes.
Si hubiera esperado a
nacer, si hubiera esperado a que el Yo ordinario estuviera
suficientemente elaborado, y si hubiera desarrollado seguridad de
criterio ético, firmeza de carácter y profundidad de conciencia
moral, podría haber depositado todas estas cualidades en el primer
Yo antes de generar el segundo, pero si no observa esta norma, se
expone al riesgo de perder su equilibrio moral.
Y
esto no debe suceder cuando la disciplina es correcta.
A este
respecto, hay que tener en cuenta dos dificultades.
Por un lado,
debemos tomar lo más en serio posible el peligro descrito; por otro
lado, sin embargo, no debe convertirse en un coco que nos aleje de la
disciplina.
Quien tenga la fuerza de voluntad para hacer todo lo
que contribuya a la seguridad interior del primer Yo en el ejercicio
de su actividad, no debe temer ver el nacimiento de un segundo Yo
como resultado de la disciplina espiritual.
No debe olvidar, sin
embargo, que la autosugestión ejerce un gran poder a la hora de
decidir si el hombre ha alcanzado la "madurez"
necesaria.
En la disciplina espiritual aquí descrita, el hombre
logra tal educación del pensamiento que no está expuesto a peligros
que de otra manera podrían ser temidos.
Esta educación del
pensar permite al alma pasar por todas las experiencias internas
necesarias sin ninguna aberración dañina de la imaginación,
mientras que sin la correspondiente educación del pensar, las
experiencias pueden causar mucha incertidumbre en el alma.
El
método indicado aquí significa que las experiencias surgen de tal
manera que uno puede conocerlas perfectamente, al igual que un alma
normal conoce perfectamente las percepciones del mundo físico.
A
través de la educación del pensar, el hombre se convierte más bien
en un observador de lo que experimenta en sí mismo, mientras que sin
esa educación se encontraría completamente inmerso en la
experiencia, sin la capacidad de reflexionar sobre ella.
Cada
disciplina apropiada indica ciertas cualidades, que deben ser
adquiridas a través del ejercicio del discípulo en la búsqueda del
camino de los mundos espirituales superiores; en primer lugar, el
protagonismo del alma sobre la dirección de su pensar, de su
voluntad y de su sentir.
El
modo en que este dominio debe ser adquirido por medio del ejercicio
tiene un doble propósito: por una parte, el alma debe adquirir con
ese medio tal firmeza, seguridad y equilibrio que sea capaz de
conservar estas cualidades aún después del nacimiento del segundo
yo; por otra parte, el segundo yo debe estar provisto de un viático
de fuerza y firmeza interior.
En todos los campos es necesario que
el pensar del hombre esté en concordancia con los hechos, que sea
objetivo.
En el mundo físico-sensible, la vida se encarga de la
tarea de amaestrar y distraer el yo humano de la objetividad.
Si
el alma dejara vagar sus pensamientos sin rumbo por aquí y por allá,
pronto sería corregida por la vida, a menos que quisiera entrar en
conflicto con ella.
El alma debe conformar sus pensamientos a la
realidad de la existencia.
Pero cuando el hombre desvía su
atención del mundo físico-sensible, carece de la corrección
necesaria, y si entonces sus pensamientos son incapaces de corregirse
a sí mismos, se abandonará a la confusión.
Por lo tanto, el
pensar del discípulo espiritual debe ejercitarse de tal manera que
establezca su propia dirección y propósito.
La firmeza interior
y la capacidad de concentrarse exclusivamente en un objeto son las
cualidades que el pensar debe esforzarse por adquirir.
En efecto,
para los ejercicios de "meditación" no hay que buscar
temas lejanos o complicados, sino fáciles y familiares.
Aquellos
que sean capaces de fijar sus pensamientos durante varios meses,
durante cinco minutos al día sobre cualquier objeto (por ejemplo, un
alfiler, un lápiz, etc.), y de excluir durante ese tiempo cualquier
otra idea que no se refiera a ese objeto, ya habrán hecho mucho para
lograr su objetivo (se puede pensar en un nuevo objeto cada día, o
incluso conservarlo durante varios días).
Incluso
quien se siente "pensador" no debe despreciar esta forma de
hacerse "maduro" para la educación oculta; porque si el
hombre fija su pensar durante algún tiempo en un objeto familiar,
puede estar seguro de pensar objetivamente.
¿Quién se pregunta:
cómo se hace un lápiz? ¿Cómo se prepara el material que compone
el lápiz? ¿Cómo se conectan las diferentes partes del lápiz?
¿Cuándo se inventó el lápiz? y así sucesivamente; el que piensa
de esa manera, armoniza sus ideas mucho más con la realidad que el
que reflexiona sobre la descendencia del hombre, o sobre lo que es la
vida.
Los simples ejercicios del pensar nos preparan mucho mejor
para orientarnos en las evoluciones de Saturno, el Sol y la Luna, que
las ideas complicadas y eruditas, porque no se trata en absoluto de
pensar tal o cual cosa, sino de pensar objetivamente en virtud de la
fuerza interior.
Si el hombre se ha educado en la exactitud del
pensar mediante el estudio de un proceso físico-sensible y fácil de
observar, su pensamiento se acostumbra a ser objetivo, incluso cuando
ya no se siente dominado por el mundo físico-sensible y sus leyes;
pierde el hábito de dejar vagar su pensar.
El alma debe
convertirse en maestra, no sólo en el mundo del pensar, sino también
en el campo de la voluntad.
En el mundo físico sensible es
también la vida la que se presenta como la reguladora, haciendo que
la gente sienta tal o cual necesidad, de modo que la voluntad se
sienta estimulada a satisfacer estas demandas.
En la disciplina
superior el hombre debe acostumbrarse a la estricta obediencia de sus
propios mandatos, después de lo cual tendrá cada vez menos deseo de
cosas inútiles.
La insatisfacción y la inestabilidad en la vida
de la voluntad provienen del deseo de cosas, de las cuales no tenemos
un concepto claro.
Cuando
el Yo Superior nace en el alma, tal descontento puede perturbar toda
la vida emocional.
Un buen ejercicio es imponerse durante varios
meses, a una hora determinada del día, la realización de algún
acto especial, y decir: "Hoy, a esta hora concreta, debes
realizar esta acción".
El tiempo de la acción y la manera
en que debe realizarse se imponen así gradualmente a uno mismo, de
modo que la ejecución es absolutamente posible.
Uno se eleva así
por encima del mal hábito de decir, "Deseo esto o deseo
aquello", sin reflexionar en absoluto sobre la posibilidad de
llevar a cabo ese deseo.
Un gran hombre hace decir a un vidente:
"Amo al que aspira a lo imposible" (GOETHE, Fausto, II).
Y
el mismo hombre (Goethe) dice: "Vivir en la idea significa
considerar lo imposible como si fuera posible" (GOETHE, Massime
en prosa).
Estos dichos no deben considerarse como objeciones a lo
que aquí se ha expuesto, porque a la petición de Goethe y de su
visionaria (Manto) sólo puede dar satisfacción el hombre, que se ha
educado primero para desear lo que es posible, y al hacerlo se ha
hecho capaz de transformar lo "imposible", a través de una
fuerte voluntad, de tal manera que lo haga posible.
En cuanto al
sentimiento, el alma del discípulo debe adquirir una cierta calma,
para lograr lo cual debe ser capaz de dominar la expresión del
placer y del dolor, de la alegría y del dolor.
Se pueden hacer
muchas objeciones contra la adquisición de esta misma facultad.
Uno
puede temer volverse insensible e indiferente al mundo que nos rodea,
"sin alegrarse en la alegría y sin afligirse en el dolor".
Pero
esto no debe suceder.
Una
cosa agradable debe alegrar el alma, y una cosa triste debe
entristecerla.
Pero el alma debe llegar a dominar la expresión de
la alegría y el dolor, el placer y la pena.
Si tiende a esto, el
discípulo pronto se dará cuenta de que en vez de volverse
indiferente, se volverá más sensible que antes, por toda la alegría
y el dolor que le rodea.
Sin embargo, para adquirir estas
cualidades es necesario que se mantenga bajo vigilancia durante mucho
tiempo y que aprenda a participar plenamente en la alegría y en el
dolor, sin abandonarse hasta el punto de expresar involuntariamente
sus sentimientos.
No hay que reprimir el dolor legítimo, sino el
llanto involuntario, no el horror de una acción malvada, sino el
estallido ciego de la ira; es justo protegerse del peligro, pero hay
que evitar el "miedo" inútil, etc., etc.
Sólo con este
ejercicio el discípulo alcanza la calma íntima necesaria para
evitar que, después del nacimiento del Yo Superior, el alma, como
una especie de doble del Yo Superior, desenvuelva junto a él la vida
malsana.
En este campo uno no debe hacerse ilusiones sobre sí
mismo.
Algunas personas pueden creer ya que se les proporciona un
cierto equilibrio en la vida, y por lo tanto consideran que estos
ejercicios son superfluos; pero son las personas que más los
necesitan.
Pueden verdaderamente permanecer completamente
tranquilos frente a los acontecimientos de la vida ordinaria; pero
cuando ascienden al mundo superior, la falta de equilibrio, que en
ellos sólo estaba reprimida, vuelve con más fuerza.
Es
absolutamente necesario convencerse de que para la disciplina oculta
no se trata de lo que ya parecemos poseer, sino que es importante
ejercitar regularmente las cualidades que necesitamos.
Por
muy contradictorias que puedan parecer estas palabras, son sin
embargo correctas.
La vida puede habernos enseñado muchas cosas,
pero para la educación espiritual necesitamos las cualidades que
hemos adquirido por nosotros mismos.
Si la vida te ha hecho
enojar, debes despojarte de esta irascibilidad; pero si la vida te ha
enseñado la indiferencia, debes sacudirte, mediante la
autoeducación, para que la expresión del alma se corresponda con la
impresión que has recibido.
El hombre, que no es capaz de reírse
de nada, tiene tan poco dominio de su propia risa como el que se
permite continuamente reír sin contenerse.
Para educar el pensar
y el sentir hay otro medio, a saber, la adquisición de la facultad
que se llama positividad.
En una hermosa leyenda se cuenta que
Jesucristo, caminando con algunas personas, encontró el cadáver de
un perro en el camino.
Mientras los otros apartaban sus ojos de
esa fea vista, Cristo en cambio hablaba con admiración de los
hermosos dientes del animal.
Podemos practicar precisamente para
desarrollar en nuestra alma una actitud, con respecto al mundo, que
se ajuste a lo indicado por la leyenda.
El error, la maldad, la
fealdad nunca debe impedir que el alma reconozca la verdad, el bien y
la belleza dondequiera que esté.
No debemos confundir esta
positividad con la falta de crítica, con la voluntad de cerrar los
ojos ante el mal, lo falso y lo mediocre.
Aquellos que admiran los
"hermosos dientes" de un cadáver también ven el cuerpo en
descomposición; pero esto no les impide ver los hermosos dientes.
No
es posible creer que el mal es bueno o que el error es la verdad,
pero el mal no debe impedirnos ver el bien, ni descubrir la verdad a
través del error.
El
pensamiento, combinado con la voluntad, adquiere cierta madurez,
siempre que el hombre no permita que las antiguas experiencias le
quiten su receptividad para acoger sin reparos las nuevas.
Para el
discípulo de la Ciencia del Espíritu no debe existir el
pensamiento: "Esto no lo he oído nunca, esto no lo creo";
sino que debe dedicarse durante cierto tiempo a aprender algo nuevo
de cada cosa y de cada ser.
Cada bocanada de aire, cada hoja de
árbol, cada niño balbuceante puede enseñarnos algo, siempre que se
observe desde un nuevo punto de vista.
Ciertas mentes son fáciles
de exagerar a este respecto, y a cierta edad no se debe dejar de
tener en cuenta las experiencias que se han vivido.
Lo que se
experimenta actualmente debe ser juzgado de la misma manera que las
experiencias recogidas en el pasado; éstas deben pesar en un plato
de la balanza, mientras que en el otro el discípulo debe poner su
tendencia a recoger nuevas experiencias, convencido sobre todo de la
posibilidad de que las nuevas experiencias puedan estar en completa
contradicción con las antiguas.
Hemos enumerado así las cinco
cualidades del alma que el discípulo de ocultismo debe adquirir
mediante una disciplina regular: dominio del pensar, dominio de los
impulsos volitivos, imperturbabilidad ante el placer y la pena,
positividad para juzgar el mundo, disposición
para afrontar la vida con una mente abierta.
El discípulo,
después de haberse dedicado durante algún tiempo al ejercicio de
estas cualidades, tendrá también que armonizarlas en su alma; por
lo tanto, será necesario que las ejerza simultáneamente, en grupos
de dos o tres a la vez, para lograr la armonía deseada.
Los
ejercicios descritos están indicados como métodos de disciplina
espiritual porque, si se realizan a conciencia, no sólo producen los
resultados inmediatos descritos anteriormente, sino que
indirectamente también crean fuerzas útiles para el discípulo en
su camino hacia los mundos espirituales.
Quienes
practiquen suficientemente estos ejercicios notarán muchos defectos
y errores en su vida anímica, pero también encontrarán por sí
mismos los medios adecuados para dar fuerza y seguridad a su
intelecto, carácter y sentimientos; sin duda necesitarán muchos
otros ejercicios, según sus capacidades, temperamento y carácter,
pero éstos aparecerán por sí solo, si los primeros se practican a
fondo. En efecto, el discípulo podrá observar que los ejercicios
mencionados dan indirectamente, poco a poco, incluso resultados
imprevistos.
Por ejemplo, alguien que carezca de confianza en sí
mismo puede observar después de algún tiempo que esta cualidad
crece en él a través de los ejercicios; lo mismo ocurre con otras
cualidades del alma.
En mi libro: "La Iniciación",
encontrarán más detalles predeterminados para ejercicios
especiales.
Es importante que el discípulo siempre se esfuerce
por intensificar las cualidades mencionadas.
Debe dominar sus
pensamientos y sentimientos hasta tal punto que el alma adquiera el
poder de adquirir momentos de completa calma interior, en los que el
hombre aleja de su espíritu y corazón todo lo que la vida exterior
cotidiana le trae de placer y de dolor, de satisfacción y de
preocupación, de tareas y necesidades.
Durante este período debe
penetrar en el alma sólo lo que quiera admitir en su
concentración.
Es fácil plantear una objeción a esto.
Uno
podría creer que el hecho de retirarse de la vida todos los días
durante algún tiempo con el corazón y el espíritu hace que un
hombre sea ajeno a la vida y a sus deberes.
Pero no es así en
absoluto.
Quien
se abandone, de la manera descrita, a períodos de calma y serenidad
interior, sentirá a través de ellos crecer en su interior fuerzas
tan poderosas que también le harán desempeñar los deberes de la
vida exterior mucho mejor que antes.
Es de gran importancia que
durante tales períodos el hombre se libere completamente de los
pensamientos de sus asuntos personales y se ponga a la altura de lo
que le concierne no sólo a él mismo sino a la humanidad en
general.
Si es capaz de llenar su alma con las enseñanzas
relativas a los mundos espirituales superiores, y de interesarse por
ellas como se interesa por un cuidado personal o un asunto propio, su
alma podrá cosechar frutos muy útiles.
Quien se esfuerza así
por poner orden en la vida de su alma llegará también a la
posibilidad de la autoobservación, que le permitirá considerar sus
propios asuntos con la misma serenidad con la que considera los de un
extraño.
Ser capaz de contemplar las experiencias, alegrías y
penas de uno como si fueran las de otra persona es una buena
preparación para la educación oculta.
Es útil a este respecto,
para lograr gradualmente la calma necesaria, recordar mentalmente
cada día, después de haber terminado el trabajo, las imágenes de
las experiencias del día; en medio de éstas, el hombre debe también
verse a sí mismo, debe contemplarse a sí mismo desde el exterior en
su vida cotidiana.
Para lograr una cierta práctica en dicha
auto-observación, es útil en un principio representar sólo
fracciones individuales de la vida cotidiana.
Poco a poco, el
hombre va adquiriendo mayor habilidad para tal retrospección, de
modo que después de algún tiempo de práctica podrá hacerlo
completa y rápidamente.
Esta contemplación retrospectiva de los
acontecimientos vividos tiene una importancia especial para la
disciplina espiritual, porque hace que el alma sea independiente del
hábito de seguir en el pensar sólo el curso sensible de los
acontecimientos.
Al
pensar retrospectivamente, piensas correctamente, pero no te apoyas
en el curso de la sensorialidad.
Y esto es necesario para penetrar
en la comprensión del mundo suprasensible, y, por otro lado, conduce
a un saludable fortalecimiento del pensar.
Por lo tanto, es útil
retroceder, además de los acontecimientos de la propia época,
también otras cosas, por ejemplo, el desarrollo de un drama, o un
cuento, o una sucesión de sonidos musicales.
El "ideal"
del discípulo de las ciencias del Espíritu será tener, cada vez
más, una actitud ante los acontecimientos de la vida que le permita
acogerlos con seguridad y calma interior, y no juzgarlos en función
de la disposición de su alma, sino en función de su significado y
valor íntimos.
El estudioso, que se fija este ideal, crea así
una base segura para el alma, que le permitirá dedicarse a la
concentración ya descrita anteriormente de pensamientos simbólicos
y otros sentimientos.
Las condiciones descritas anteriormente son
necesarias, porque la experiencia suprasensible se construye sobre el
terreno que sirve de base para la vida habitual del alma antes de su
penetración en el mundo suprasensible.
Cada experiencia
suprasensible depende de dos maneras del punto de partida del alma
antes de esa penetración.
Quien no forme desde el principio una
sana fuerza de criterio, que sirva de base para su educación oculta,
desarrollará inexactas y defectuosas facultades de percepción
suprasensible, y sus órganos espirituales de percepción se
desarrollarán de manera injusta.
Y así como un ojo defectuoso y
enfermo no puede ver bien en el mundo sensible, tampoco podrá
percibir correctamente con los órganos espirituales, que no están
entrenados sobre la base de una sana capacidad de criterio.
Si en
el punto de partida la actitud del alma de un discípulo es inmoral,
se elevará en los mundos superiores con una visión espiritual
obtusa y nublada, y se encontrará enfrentado a estos mundos como un
hombre que, en un estado de aturdimiento, desea observar el mundo
sensible.
Pero si bien esto no conduciría ciertamente a ninguna
observación importante, el observador espiritual, aun cuando se
encuentre en un estado de confusión, está sin embargo más
despierto que cualquier hombre de conciencia normal, y por lo tanto
extraerá de sus observaciones resultados erróneos con respecto al
mundo espiritual.
1Poco importa que estos pensamientos encuentren o no su justificación en la ciencia natural, porque el desarrollo de los pensamientos sobre la planta y el hombre, es lo que, independientemente de cualquier teoría, pueden adquirirse a través de la simple contemplación directa. Tales pensamientos también tienen su importancia, así como, bajo otro aspecto, las representaciones teóricas de las cosas del mundo exterior también son importantes. Y los pensamientos en este caso no sirven para exponer científicamente un estado de hecho, sino para construir un símbolo, que demostrará ser efectivo, a pesar de todas las objeciones que puedan plantearse a esta u otra persona durante la construcción del propio símbolo.
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