GA011 La Crónica del Akasha 7- LOS ÚLTIMOS PERÍODOS ANTES DE LA DIVISIÓN DE LOS SEXOS

 

CAPITULO VII

LOS ÚLTIMOS PERÍODOS ANTES DE LA DIVISIÓN DE LOS SEXOS



Describiremos ahora el estado en que se hallaba el hombre antes de su división en hombre y mujer. En esa época, el cuerpo era una masa blanda y maleable; la voluntad tenía mayor poder sobre esa masa de lo que tendría posteriormente.

Cuando el hombre se separaba de su entidad paterna, aparecía como un organismo verdaderamente articulado pero incompleto. El desarrollo ulterior de los órganos tenía lugar fuera de la entidad paterna. Mucho de lo que más tarde maduraría dentro del organismo de la madre, en aquel período se completaba fuera de él, gracias a una fuerza afín a nuestro poder volitivo, Para que se produjera esa maduración externa era necesario el cuidado del antecesor. El hombre venía al mundo con órganos que luego desechaba, mientras que otros, muy incompletos en el nacimiento, se desarrollaban mucho después. Todo el proceso se asemejaba al surgimiento de una forma de huevo y el desechamiento de la cáscara de ese huevo, pero no hemos de imaginarnos una cáscara sólida. El cuerpo humano era de sangre caliente, lo cual es importante constatar, porque en épocas aún anteriores era distinto. La maduración que tenía lugar fuera del organismo materno se producía gracias a un calor intensificado que procedía también del exterior. Mas no pensemos que el hombre-huevo, como le llamaremos para abreviar, fuera incubado. Las condiciones de calor y fuego en la Tierra, en aquella época, eran distintas de lo que serían más tarde.

Con sus poderes, el hombre podía confinar el fuego o el calor a determinados sitios. Podía, digamos, contraer, concentrar el calor y con ello suministrar al joven organismo, la temperatura que necesitaba para su maduración. Los órganos más desarrollados del hombre en aquella época eran los motores, mientras que los órganos sensorios actuales estaban aún sin desarrollar. Entre ellos, no obstante, los más avanzados eran los órganos del oído, el de la percepción del frío y del calor (el sentido del tacto).

La percepción de la luz estaba muy retrasada. El hombre vino al mundo con los sentidos del oído y del tacto; la percepción de la luz se desarrolló más tarde.

Todo lo que aquí se dice se refiere a los últimos períodos antes de la división en sexos. Esta división se produjo lenta y gradualmente. Mucho antes de que eso ocurriera, los seres humanos ya se desarrollaban de tal modo que un individuo nacía con características más masculinas y otro más femeninas. Pero cada ser humano poseía también las características sexuales opuestas, de modo que era posible la autofecundación. Esta, no obstante, no se producía siempre, porque dependía de la influencia de factores externos en determinadas estaciones. Con respecto a muchas cosas, el hombre dependía mucho de factores exteriores. Por eso tenía que regular todas sus instituciones, de acuerdo con dichas condiciones exteriores, por ejemplo, siguiendo el curso del Sol y de la Luna.

Pero esa regulación no sucedía conscientemente en el sentido moderno; se realizaba más bien de un modo que podríamos llamar instintivo. Entramos así a hablar de la vida anímica del hombre en aquella época. No podemos calificar esa vida anímica corno verdadera vida interior. Porque las actividades y cualidades físicas y anímicas no se hallaban todavía estrictamente separadas.

El alma percibía todavía la vida externa de la naturaleza.

Cada distorsión en el entorno actuaba poderosamente, en especial, sobre el sentido auditivo. Cada modificación del aire, cada movimiento, era "oído". En sus movimientos, el aire y el agua le comunicaban un "lenguaje hablado" al hombre. De esa manera penetraba en él una percepción de la misteriosa actividad de la naturaleza, que luego reverberaba en su alma. Su propia actividad era un eco de esas impresiones. El transformaba las percepciones sonoras en actividad propia y vivía entre esos movimientos tonales, expresándolos luego por su voluntad. De esa manera se sentía impelido a todas sus actividades diarias.

En un grado algo menor se hallaba influenciado por aquello que afecta al tacto, pero que también desempeñaba un importante rol. El hombre" sentía" el entorno en su cuerpo y actuaba en consecuencia. Según lo que captaba con el tacto, podía decir cuándo había de actuar cuándo no, y cuándo debía descansar. Con ello reconocía y evitaba los peligros que amenazaban su vida y de acuerdo con esas influencias regulaba su ingestión de alimentos. El resto de la vida anímica seguía un curso muy distinto al de épocas posteriores. En el alma, vivían imágenes de los objetos externos, no representaciones. Por ejemplo, cuando un hombre entraba en un lugar cálido, después e haber estado en otro más frío surgía en su alma una imagen cromática. Pero esa imagen en color no tenía nada que ver con ningún objeto externo, pues surgía de una fuerza interior emparentada con la voluntad. Esas imágenes llenaban constantemente el alma y sólo son comparables con las fluctuantes imágenes oníricas del hombre. En aquel entonces las imágenes no eran desordenadas, sino que seguían ciertas leyes. Por esa razón, en esa etapa de la humanidad, se habría de hablar de una conciencia en imágenes y no de conciencia onírica. Lo que más llenaba esa conciencia eran las imágenes cromáticas, pero no eran las únicas. El hombre se desplazaba por el mundo y por su oído y tacto, participaba en sus acontecimientos, pero en su vida anímica, ese mundo se reflejaba en imágenes distintas a lo que existía en el mundo externo. La alegría y el dolor estaban asociados con las imágenes anímicas, mucho menos de lo que lo están hoy nuestras representaciones que reflejan percepciones del mundo externo. Si bien es cierto que una imagen despertaba felicidad, otra displacer, otra odio y otra amor, esos sentimientos tenían un carácter mucho más débil.

Por otra parte, los sentimientos fuertes eran despertados por otras cosas. En aquellas épocas, el hombre era mucho más activo que después. Todo lo que le circundaba y también las imágenes en el interior de su alma, le estimulaban a la actividad, al movimiento. Cuando esa actividad podía llevarse a cabo sin obstáculos, el hombre sentía placer, pero si esa actividad era refrenada de una forma u otra, sentía displacer e incomodidad. La ausencia o presencia de obstáculos a su voluntad, era lo que determinaba el contenido de sus sensaciones, su gozo y su dolor. Esa alegría o ese dolor volvían a descargarse a su vez en su alma en un mundo de imágenes vivas. En su interior vivían imágenes luminosas, claras y bellas cuando podía sentirse completamente libre en sus acciones; imágenes oscuras y desagradables surgían en su alma cuando se reprimían sus movimientos.

Hasta ahora hemos descrito el hombre medio, porque entre aquellos que se habían convertido en una especie de seres sobrehumanos, la vida anímica era distinta. Esta no tenía un carácter instintivo, pues a través de sus sentidos del oído y del tacto percibían profundos misterios de la naturaleza que podían interpretar conscientemente. En el rugir del viento, en el susurro de los árboles, se le develaban las leyes, la sabiduría de la naturaleza. Las imágenes en el interior de su alma no representaban meros reflejos del mundo externo, sino semejanzas de los poderes espirituales del mundo. No percibían objetos sensorios, sino entidades espirituales.

El hombre común vivenciaba, por ejemplo, temor, y surgía una imagen fea y oscura en su alma; pero el ser sobrehumano, con dichas imágenes, recibía información y revelaciones de las entidades suprasensibles. Los procesos de la naturaleza no se le aparecían motivados por las leyes inanimadas de la naturaleza, como lo hacen hoy para el científico, sino como acciones de seres espirituales. La realidad externa no existía, porque no había sentidos externos, pero la realidad espiritual le era accesible a esos seres superiores. El espíritu brillaba en ellos, como el Sol brilla en los ojos físicos del hombre de hoy. En esos seres, a la cognición podríamos llamarla “ conocimiento intuitivo" en su pleno sentido. Para ellos no existía el asociar y especular, sino la percepción inmediata de la actividad de seres espirituales. Por ello, esos individuos sobrehumanos podían recibir comunicaciones del mundo espiritual, que penetraban directamente en su voluntad y luego, conscientemente, dirigían a otros hombres. Su misión la recibían del mundo del espíritu y actuaban en consecuencia. Cuando negó el período en que se separaron los sexos, esos seres consideraron como tarea propia el actuar sobre la nueva vida, de acuerdo con su misión. De ellos emanaba la regulación de la vida sexual. Todo lo que se relaciona con la reproducción de la humanidad surgía de ellos. En este aspecto, actuaban con plena conciencia, pero los otros hombres sólo podían sentir su influencia como un instinto inserto en ellos. El amor sexual fue implantado en el hombre por transferencia inmediata de pensamiento. En un principio, todas sus manifestaciones fueron del más noble carácter; todo lo que en ese campo tomó rasgos desagradables, procede de períodos posteriores, cuando los hombres se hicieron más independientes y corrompieron un impulso originalmente puro. En esos tiempos más antiguos no había satisfacción en el impulso sexual per se; porque entonces todo ello era un servicio de ofrenda para la continuación de la existencia humana. La reproducción se consideraba un asunto sagrado, un servicio que el hombre le debe al mundo. Los sacerdotes sacrificiales eran los directores y reguladores en ese campo. De un tipo distinto eran las influencias de los seres medio sobrehumanos. Estos últimos no se hallaban desarrollados hasta el punto de poder recibir las revelaciones del mundo espiritual de una forma pura.

Junto a esas impresiones del mundo espiritual, surgían también, entre las imágenes del alma, los efectos de la Tierra sensoria. Los seres verdaderamente sobrehumanos no recibían impresiones de placer y dolor, motivadas por el mundo externo. Se hallaban entregados plenamente a las revelaciones de los poderes espirituales y hacia ellos fluía la sabiduría, como lo hace la luz con los seres sensorios. Su voluntad se orientaba hacia la acción acorde con esa sabiduría y es en esa acción que sentían el máximo gozo Su naturaleza consistía en sabiduría, voluntad y actividad. Eso era diferente entre las entidades medio sobrehumanas que sentían el impulso de recibir impresiones desde el exterior y asociaban la alegría con la satisfacción de ese impulso, y displacer con su frustración; y en eso diferían de los seres sobrehumanos, para quienes las impresiones externas no eran otra cosa que confirmaciones de las revelaciones espirituales y podían mirar al mundo externo sin recibir otra cosa que el reflejo de 10 que ellos ya habían recibido del espíritu.

Los seres semi-sobrehumanos aprendían cosas nuevas y por ello ellos pudieron convertirse en guías de los hombres, cuando en las almas humanas las imágenes se convirtieron en réplicas y representaciones de los objetos externos. Eso tuvo lugar cuando una parte de la anterior energía reproductiva humana se interiorizó, cuando se desarrollaron entidades con cerebro evolucionado. Con el cerebro, el hombre recibió también la facultad de transformar en representaciones las impresiones sensoriales externas.

Hay que decir, pues, que el hombre fue llevado por los seres medio sobrehumanos hasta el punto en que pudiera dirigir su naturaleza interior hacia el mundo sensorial externo y no se le permitió que abriera las imágenes de su alma directamente a las influencias puramente espirituales. De los seres sobrehumanos, recibió como impulso instintivo la capacidad de reproducirse.

Espiritualmente, tendría que seguir teniendo, al principio, una especie de vida onírica si no hubieran intervenido los seres medio sobrehumanos. Bajo su influencia, las imágenes anímicas se orientaron hacia el mundo sensorial externo. Se transformó en un ser autoconsciente en el mundo sensorial. Con ello, se produjo el que el hombre pudiera dirigir conscientemente sus acciones de acuerdo con sus percepciones del mundo de los sentidos. Hasta entonces, había actuado partiendo de una especie de instinto, cuando estaba fascinado por su medio circundante y los poderes de altas individualidades actuaban sobre él. Pero desde entonces empezó a seguir los impulsos y seducciones de sus representaciones. Gracias a esto, se le hizo posible al hombre el libre albedrío, la libre elección, empezando así " el bien y el mal". Antes de continuar en esta dirección, diremos algo sobre el entorno terrestre que circundaba al hombre.

Además del hombre, existían animales que en su especie se hallaban en el mismo nivel evolutivo que él. Según las representaciones actuales, habría que incluirlos entre los reptiles. Otras formas inferiores de vida animal estaban también presentes. Entre el hombre y los animales había una diferencia esencial, porque, gracias a su cuerpo aún maleable, el hombre sólo podía vivir en regiones de la Tierra que no hubieran pasado a la condición más sólida material. En esas regiones convivían con él los organismos animales dotados de un cuerpo similarmente plástico. Pero en otras zonas vivían animales dotados de cuerpo ya denso y que habían desarrollado también los sexos separados y órganos sensorios externos. Más tarde hablaremos de su procedencia. Esos animales no pudieron seguir desarrollándose, porque sus cuerpos habían acogido materialidad densa demasiado pronto. Algunas de sus especies se extinguieron, otras se perpetuaron hasta llegar a las formas actuales. El hombre pudo alcanzar formas superiores porque permanecía en las regiones que, en esa época, correspondían a ese estado. Gracias a ello, su cuerpo permanecía dúctil y maleable, pudiendo así desarrollar los órganos que habrían de ser fecundados por el espíritu. Con ese desarrollo, el cuerpo externo había alcanzado el punto en que podía transferirse a la materialidad más densa y convertirse en una envoltura protectora de los órganos espirituales más delicados.

Pero no todos los cuerpos humanos habían llegado a ese punto. Sólo había unos pocos en estado avanzado y esos fueron los primeros en ser animados por el espíritu.

Otros no lo estaban, y si el espíritu hubiera penetrado en ellos, se habría desarrollado defectuosamente, a causa de los órganos internos todavía incompletos. Por esa razón, esos seres humanos se vieron forzados, al principio, a seguir desarrollándose sin espíritu.

Un tercer tipo había llegado al punto de permitir que débiles impulsos espirituales pudieran actuar en ellos, ocupando así una posición intermedia entre los otros dos tipos. Su actividad espiritual permanecía opaca y debían ser guiados por potencias espirituales superiores. Es evidente que también existían todo tipo de transiciones posibles entre esos tres grupos. El desarrollo posterior se hizo posible entonces, sólo en aquella parte de los seres humanos que habían adquirido formas superiores a expensas de las otras.

Al principio, los que carecían de espíritu tuvieron que ser abandonados, pues cualquier función con ellos para fines reproductores habría hecho descender a los superiores a su nivel. Por eso se separó de ellos todo lo que hubiera sido dotado de espíritu y ello produjo que estos descendieran cada vez más al nivel animalesco. De ese modo, se desarrollaron junto al hombre animales homínidos. El hombre tuvo que dejar a una parte de sus hermanos atrás, a fin de poder ascender a un nivel superior. Ese proceso, sin embargo, siguió produciéndose, porque entre los hombres dotados de una opaca vida espiritual, los que se hallaban un poco más avanzados, sólo pudieron seguir avanzando asociándose con otros aún superiores y separándose de los que estaban menos dotados de espíritu. Sólo así pudieron desarrollar cuerpos capaces de recibir al espíritu humano completo. Después de un tiempo, el desarrollo físico acabó llegando a una especie de tope, en el que todo lo que estuviera por encima de una cierta frontera siguió siendo humano. Mientras tanto, las condiciones de la Tierra habían cambiado de tal manera, que cualquier otro desprendimiento ya no podía seguir produciendo criaturas de características animales, porque acababan pereciendo. Lo que había sido empujado al mundo animal o bien se extinguió o sobrevive en los diferentes animales superiores. Hemos de considerar a estos últimos como seres que tuvieron que detenerse en una etapa anterior del desarrollo humano y que no retuvieron la forma que tenían cuando se produjo la separación, sino que descendieron de un nivel superior a uno inferior. Los simios, pues, son hombres de una época pasada en evolución regresiva. Y si el hombre fue una vez menos perfecto que ahora, los homínidos fueron en el pasado más perfectos de lo que hoy son.

Lo que ha permanecido en el campo de lo humano, sufrió un proceso similar, aunque dentro de los límites humanos. A muchas tribus salvajes habría que considerarlas como descendientes degenerados de formas humanas que estuvieron una vez más altamente desarrolladas, y si bien no acabaron hundiéndose en la animalidad, sí descendieron al estado salvaje.

La parte inmortal del hombre es el espíritu. Ya vimos cuándo penetró éste en el cuerpo. Pero antes, el espíritu pertenecía a otras regiones y sólo pudo asociarse con el cuerpo, cuando este último adquirió un determinado nivel de desarrollo evolutivo. Sólo cuando entendamos plenamente, cómo se produjo esa vinculación, podremos reconocer el significado del nacimiento y de la muerte y comprender la naturaleza del espíritu eterno.



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