GA011 La Crónica del Akasha 3- NUESTROS ANTEPASADOS LOS ATLANTES

 

CAPITULO III

NUESTROS ANTEPASADOS LOS ATLANTES



Nuestros antecesores los atlantes, diferían del hombre actual mucho más de lo que podrían imaginarse aquellos cuyo conocimiento se circunscribe del todo, al mundo de los sentidos. Esa diferencia no radicaba sólo en la apariencia externa, sino también en las facultades espirituales.

El conocimiento que ellos tenían, sus artes técnicas, toda su cultura, era distinta de lo que hoy podemos observar. Si retrocedemos a los primeros períodos de la humanidad atlante, nos encontramos con una capacidad mental muy distinta a la nuestra. La razón lógica, el poder de asociación aritmética sobre el que descansa todo lo que hoy se produce, no existían entre los primeros atlantes.

Por otro lado, poseían una memoria altamente desarrollada, memoria que era una de sus facultades más prominentes. El atlante, por ejemplo, no realizaba sus cálculos como lo hacemos nosotros, aprendiendo reglas que luego se aplicaban. La "tabla de multiplicar" era algo totalmente desconocido en tiempos atlantes. Nadie imprimía en su intelecto el que tres por cuatro fueran doce, pues si alguien debía hacer ese cálculo, lo conseguía recordando situaciones idénticas o similares. Lo que hacía era recordar cómo había sido en ocasiones anteriores. No olvidemos, que cada vez que se desarrolla una nueva facultad en un organismo, otra facultad se debilita y pierde agudeza. El hombre actual es superior al atlante en lo relativo al raciocinio, a la habilidad combinatoria; pero, por otro lado la memoria se ha deteriorado.

Hoy en día, el hombre piensa en conceptos, pero el atlante pensaba en imágenes. Cuando le aparecía una imagen en el alma, recordaba numerosas imágenes similares que ya había experimentado; y orientaba su juicio en consecuencia. Por ello, toda enseñanza en la época era de un carácter totalmente distinto al de períodos posteriores.

No se pretendía suministrarle leyes al niño para que agudizara su razón; lo que se hacía era presentarle la vida en vívidas imágenes, para que pudiera recordar el máximo posible al tener que actuar en determinadas condiciones.

Cuando el niño había crecido y se enfrentaba con la vida, ante toda situación que en ella debía manejar, podía recordar algo semejante en lo que se le había presentado en el curso de su educación. Y le iba mejor cuanto más similar fuera la nueva situación a la que ya había visto, tanto mejor le resultaba su actividad. En condiciones totalmente nuevas, el atlante debía depender de la experimentación, mientras que en este aspecto el hombre moderno lo tiene todo más fácil porque está equipado de leyes y puede aplicarlas sencillamente en las situaciones nuevas que se le presenten.

El sistema educativo atlante dotaba a toda la vida de uniformidad; durante largos períodos, las cosas se hacían siempre de la misma manera. La memoria fiel, no permitía que se desarrollara nada remotamente parecido a la celeridad de nuestro actual progreso. Uno se limitaba a hacer lo que siempre había "visto" antes. No se inventaba, se recordaba. El atlante no era una autoridad que hubiera aprendido muchas cosas, sino alguien que había vivenciado mucho y por ello podía recordar muchas cosas. En la época atlante, a uno le hubiera sido imposible decidir sobre un hecho importante antes de alcanzar cierta edad. Por eso, se confiaba sólo en la persona que pudiera recordar su larga experiencia.

Pero esto no sucedía con los iniciados y sus escuelas, porque ellos están por delante del nivel evolutivo de su época. Para ser admitido en las escuelas iniciáticas, el factor decisivo no es la edad, sino que el solicitante haya adquirido en sus anteriores encarnaciones las facultades para recibir la sabiduría superior. La confianza que se tenía en los iniciados y sus representantes en la época atlante, no se basaba en la riqueza de su experiencia personal, sino en la antigüedad de su sabiduría. En el caso del iniciado, la personalidad cesa de tener importancia y se pone totalmente al servicio de la sabiduría eterna. Por ello, los rasgos característicos de un período particular no se le pueden aplicar a él.

Mientras el poder de pensar lógicamente estaba ausente entre los atlantes (en particular los más antiguos), poseían, en su memoria altamente desarrollada, algo que daba un carácter especial a todo lo que hacían.

Pero con la naturaleza de todo poder humano se relacionan siempre otros. La memoria, por ejemplo, está más cercana al fundamento natural del hombre que la razón, y vinculados a ella estaban desarrollados otros poderes más cercanos aún a los de los seres naturales subordinados, de lo que lo están los poderes humanos contemporáneos.

Por eso, los atlantes podían controlar lo que llamamos la fuerza vital. Igual como hoy se extrae la energía térmica del carbón y se la transforma en poder motor para nuestros medios de locomoción, los atlantes sabían cómo poner la energía germinal de los organismos al servicio de su tecnología. Podemos hacemos una idea de ello si nos imaginamos lo siguiente:

Imaginemos el núcleo de una semilla. En ella se oculta una energía g, latente, la energía que provoca que el tallo brote de la simiente. La naturaleza puede despertar esa energía que reposa en la semilla. El hombre moderno no puede hacerlo a su voluntad, ha de enterrar la semilla y dejar que ese despertar lo provoquen las fuerzas naturales. El atlante, sin embargo, podía actuar de otro modo, porque sabía cómo convertir la energía de un grupo de semillas en poder técnico, tal como el hombre moderno puede transformar la energía térmica de una cantidad de carbón en dicho poder. En el período atlante se cultivaban plantas no sólo para usos alimentarios, sino también para disponer de las energías en ellas latentes, para el comercio y la industria. Del mismo modo que tenemos mecanismos para transformar la energía latente del carbón en fuerza motriz para nuestras locomotoras, los atlantes poseían mecanismos en los que, por decirlo así, quemaban las semillas vegetales y en los que la fuerza vital se transformaba en poder técnicamente utilizable. Los vehículos de los atlantes, que flotaban a una corta distancia por encima del terreno, eran movidos con esa energía. Esos vehículos se desplazaban a una altura inferior a la de las cordilleras montañosas del período atlante y tenían mecanismos de navegación que les permitían elevarse por encima de dichas cordilleras.

Hemos de tener en cuenta que, a medida que ha ido pasando el tiempo, las condiciones de nuestra Tierra han variado muchísimo. Hoy en día, los citados vehículos atlante s serían totalmente inútiles. Su utilidad se apoyaba en la mucho mayor densidad de la atmósfera aérea que rodeaba entonces la Tierra. No nos importa aquí que con las actuales creencias científicas sea difícil imaginar esa extrema densidad del aire. Por su propia naturaleza, la ciencia y el pensar lógico no son los adecuados para decidir si algo es posible o imposible. Su única función es explicar lo que ha sido averiguado por la experiencia y la observación. La mencionada densidad del aire es tan cierta para la experiencia oculta como cualquier otro hecho que hoy nos suministren los sentidos. Pero es igualmente cierto el hecho, quizás más o menos inexplicable para la física y química contemporáneas, de que en aquella remota época el agua en toda la Tierra era mucho más tenue. Por su ligereza, el agua podía ser dirigida por la energía germinal utilizada por los atlantes para usos técnicos hoy imposibles. Como resultado de la mayor densidad del agua, se ha hecho imposible moverla y dirigirla de los modos tan ingeniosos que una vez se desplegaron. De este hecho debiéramos hacemos la imagen clara de que la civilización del período atlante fue radicalmente distinta de la nuestra.

También podrá comprenderse que la naturaleza física del atlante era muy distinta del hombre actual. El atlante ingería agua que podía ser utilizada por la fuerza vital de su propio cuerpo de un modo muy distinto al que hoy es posible en el cuerpo físico actual. A consecuencia de ello, el atlante podía usar voluntariamente sus poderes físicos de una manera totalmente distinta a la del hombre actual. Poseía medios para incrementar sus propios poderes físicos en su interior, cuando los necesitaba para lo que estaba haciendo. Con el fin de hacemos una idea precisa de los atlantes, hemos de saber que su concepción de la fatiga y del agotamiento de fuerzas era totalmente diferente a la del hombre actual.

El poblado atlante, como puede haberse deducido, no se parecía en nada a una ciudad moderna. En una población así, todo se hallaba todavía en unión con la naturaleza.

Una vaga imagen de ello nos haremos si decimos que en los primeros períodos atlantes, hasta más o menos la mitad de la tercera sub-raza, sus poblaciones parecían más bien jardines, donde las casas estaban construidas, con ramas de árboles ingeniosamente entrelazadas. Lo que la labor de manos humanas creaba entonces, surgía de la naturaleza misma y el hombre se sentía plenamente vinculado a la naturaleza. Por esa razón, su sentido social era también muy distinto al actual. Después de todo, la naturaleza es común a todos los hombres. Lo que el atlante edificaba con base en la naturaleza lo consideraba propiedad común igual como al hombre actual le parece de lo más natural que sea su propiedad privada lo que su inteligencia e ingeniosidad han creado para él.

Quien se familiarice con la idea de que los atlantes poseían los poderes espirituales y físicos descritos, comprenderá también que, en épocas aún anteriores, la humanidad presentaba una imagen que sólo en algunos puntos aislados está acostumbrada a ver hoy en día. No sólo los hombres han cambiado enormemente en el transcurso del tiempo, sino también la naturaleza circundante. Las formas vegetales y animales han variado, toda la naturaleza de la Tierra ha pasado por transformaciones.

Regiones de la Tierra antaño habitadas fueron destruidas, mientras que han aparecido otras nuevas.

Los antecesores de los atlantes vivían en una región que ha desaparecido, la mayor parte de la cual radicaba al sur del Asia actual. En los escritos ocultos se los llama lemures. Tras pasar por diversos estados evolutivos la mayor parte de ellos declinaran, convirtiéndose en hombres disminuidos cuyos descendientes habitan aún hoy ciertas partes de la Tierra, formando lo que hemos llamado tribus salvajes. Sólo una pequeña parte de la humanidad lemuriana fue capaz de desarrollo ulterior y de esa parte se formaron los atlantes.

Posteriormente, sucedió algo similar. La mayor parte de la población atlante fue entrando en declive y de una minúscula porción descendieron los llamados arios, que incluyen toda la actual humanidad civilizada. Según la nomenclatura de la ciencia espiritual, los lemures, atlantes y arios son razas-raíz de la humanidad. Si nos imaginamos que a los lemures les precedieron otras dos razas raíz y que dos más sucederán en el futuro a los arios, nos encontraremos con un total de siete. La una surge de la otra precisamente del modo que hemos descrito para los 1emures, at1antes y arios. Cada razaraíz posee características físicas y espirituales totalmente distintas a la que le precede. Si los at1antes, por ejemplo, tenían una memoria particularmente desarrollada y todo lo que con ella se relaciona; actualmente, la tarea de los arios es desarrollar la facultad del pensamiento y todo lo vinculado con él.

En cada raza-raíz han de pasar también varias etapas, y son siempre siete. Al principio del período en que comienza una razaraíz, sus características principales están en una condición muy juvenil, poco a poco van madurando hasta entrar finalmente en declive. La población de una raza-raíz, por tanto, se divide en siete subrazas, si bien no hemos de imaginar que una sub-raza desaparezca de golpe cuando se desarrolla la nueva.

Cada una de ellas puede mantenerse aún por mucho tiempo mientras otras se desarrollan paralelamente.

La primera sub-raza de los atlantes se desarrolló partiendo de una parte muy avanzada de los 1emures, con un alto potencial evolutivo. La facultad de la memoria apareció sólo en sus rudimentos entre los lemures y tan sólo en el último período de su desarrollo. Hemos de imaginamos que si el lemur podía hacerse representaciones de lo que experimentaba, no podía retenerlas, pues inmediatamente olvidaba lo que se había representado.

Sin embargo, el hecho de que viviera en una determinada cultura, con herramientas, construcción de edificios, etc., se lo debía no a s u s propias capacidades representativas, sino a una fuerza espiritual en su interior que se le manifestaba de forma instintiva. Pero no hemos de imaginamos que fuera el instinto actual de los animales, sino algo muy distinto.

Los escritos teosóficos le dan el nombre de Rmoahals a la primera subraza de los atlantes. La memoria de esa raza se orientaba fundamentalmente hacia vívidas impresiones sensorias. Los colores que el ojo habla visto, los sonidos que el oído había captado, dejaban una honda huella en el alma. Ello se expresaba en el hecho de que los Rmoahals desarrollaron sentimientos que sus antepasados lemures desconocían. Por ejemplo, el apego a lo que se ha experimentado en el pasado, formaba parte de esos sentimientos.

Con el desarrollo de la memoria, iba ligado el del lenguaje. En la medida que el hombre no retuviera lo pasado, no podía producirse ninguna comunicación verbal de lo que se había vivido. A raíz de que en el último período lemuriano habían aparecido los primeros rudimentos de la memoria, también fue posible, en esa época, que naciera la facultad de dar nombres a lo que se había visto y oído. Sólo quienes poseían la facultad de recordar podían utilizar el nombre que se le ha dado a cada cosa. El período atlante, por tanto, vio nacer y desarrollarse el lenguaje. Gracias a él se estableció un vínculo entre el alma humana y los objetos afuera del hombre. El generaba una palabra de lenguaje en su propio interior y esa palabra se correspondía con los objetos del mundo externo.

Así se estableció también una nueva unión entre los hombres, por la comunicación verbal. Es cierto que todo esto se manifestaba de un modo aún muy juvenil entre los Rmoahals, pero ello los distinguía profundamente de sus predecesores lemures.

Los poderes anímicos de esos primeros atlantes tenían algo de las fuerzas naturales. Eran hombres mucho más vinculados a los seres naturales de su entorno de lo que lo estarían luego sus sucesores. Sus poderes anímicos estaban más conectados con las fuerzas de la naturaleza de lo que lo están los del hombre moderno. Por eso, la palabra hablada que ellos pronunciaban se asemejaba a un poder de la naturaleza, pues no sólo nombraban las cosas, sino que en sus palabras existía un poder que se ejercía sobre ellas y sobre sus semejantes. La palabra de los Rmoahals no sólo tenía significado, sino también poder. El poder mágico de las palabras fue algo mucho más verídico para aquellos hombres, que para nosotros actualmente. Cuando un Rmoahal pronunciaba una palabra, esa palabra desarrollaba un poder semejante al del objeto designado. A consecuencia de ello, las palabras tenían un poder curativo, podían acelerar el crecimiento de las plantas, atemperar la furia de los animales y ejercer funciones semejantes. Todo ello fue debilitándose entre las posteriores sub-razas atlantes. Podría decirse que la original plenitud de ese poder fue perdiéndose paulatinamente. Los Rmoahals sentían esa plétora de poder como si fuera un don de la naturaleza y su relación con ésta poseía un carácter religioso. Para ellos, el lenguaje era algo particularmente sagrado. El mal uso de ciertos sonidos, que poseían un importante poder, era impensable. Cada ser humano sentía que ese mal uso le causaría un perjuicio enorme. La magia positiva de esas palabras se habría convertido en su opuesto, lo que habría traído tan sólo bendiciones por su uso adecuado, habría traído la desgracia a quien lo usara con fines criminales.

En una especie de inocencia afectiva, los Rmoahals atribuían su poder no tanto a sí mismos, sino a la naturaleza divina que actuaba en ellos. Eso fue cambiando entre las gentes de la segunda subraza, los Tlavatli, que empezaron a sentir su propio valor personal. La ambición, cualidad desconocida entre los Rmoahals, fue haciéndose sentir entre los hombres. La memoria se transfirió, en un sentido, a la concepción de la vida comunitaria. Quien podía mirar retrospectivamente hacia ciertos actos, exigía que sus semejantes se los reconocieran.

Pedía que sus obras se preservaran en la memoria. Basándose en esa memoria de los actos realizados, cada grupo de personas que se pertenecían, elegían a uno de ellos como líder. Así se desarrolló una especie de rango regio, cuyo reconocimiento se preservaba incluso más allá de la muerte. La memoria, el recuerdo de los antepasados o de aquellos que habían adquirido mérito en la vida, fue así desarrollándose. De ahí surgió entre algunas tribus, una especie de veneración por los difuntos, un culto a los antepasados; culto que se prolongó en tiempos mucho más tardíos y tomó las formas más diversas. Entre los Rmoahals, un hombre era apreciado mientras pudiera exigir respeto en un momento particular mediante sus poderes; si alguien quería ser reconocido por lo que había hecho en días anteriores, debía demostrar con nuevos actos que todavía poseía su antiguo poder. Tenía que evocar los antiguos hechos mediante nuevos actos. No se apreciaba lo que se había hecho por lo hecho en sí. No fue hasta la segunda sub-raza que se consideró el carácter personal de un hombre, hasta el punto de tomar las cosas que había hecho en su vida para evaluarlo.

Una ulterior consecuencia de la memoria para la vida comunitaria fue que se fueron formando grupos humanos que se agrupaban por el recuerdo de hechos comunes.

Anteriormente, la formación de grupos dependía totalmente de fuerzas naturales, de descendencia común.

Nadie agregaba nada con su propio espíritu, a lo que la naturaleza le había otorgado. Pero más tarde, una poderosa personalidad reclutaba a un número de personas para una tarea común y el recuerdo de dicha tarea generaba un grupo social.

Ese tipo de vida social comunitaria se desarrolló del todo en la tercera sub-raza, la de los Toltecas. Fueron los hombres de dicha raza quienes fundaron por primera vez lo que realmente podemos llamar una comunidad, el primer intento de formación de un estado. El liderazgo, el gobierno de dichas comunidades, se transmitía de generación en generación. El padre transmitía al hijo lo que hasta entonces había sobrevivido tan sólo en la memoria de los contemporáneos. Los hechos de los antecesores no debían ser olvidados en toda su línea genealógica. Lo que un antecesor había hecho, era apreciado por sus descendientes. Pero hemos de imaginamos que en aquellos tiempos, los hombres tenían realmente el poder de transmitir sus dones a los descendientes. En el fondo, la educación pretendía moldear la vida mediante imágenes vívidas. La eficacia de esa educación se basaba en el poder personal que emanaba del educador. El maestro no agudizaba el poder pensante del alumno, sino que desarrollaba en él los dones de un tipo más instintivo. Con ese sistema educativo, se transmitían generalmente las capacidades del padre al hijo.

En esas condiciones, la experiencia personal fue adquiriendo más importancia entre los miembros de la tercera sub-raza. Cuando un grupo humano se separaba de otro para fundar una nueva comunidad, llevaba consigo el recuerdo de lo que había experimentado en el antiguo escenario. En ese recuerdo, no obstante, había algo que el grupo no encontraba adecuado para sí mismo, algo con lo que se sentía incómodo. Por esa razón intentaba crear algo nuevo y de esa manera, fueron mejorando las condiciones en cada una de las nuevas fundaciones, y era natural que lo mejor también se imitara. Esos hechos explican el desarrollo de aquellas comunidades florecientes del período de la tercera sub-raza atlante, descrita en la literatura oculta. Las experiencias personales que se adquirían, encontraban apoyo en los iniciados en las leyes eternas de la evolución espiritual. Los poderosos gobernantes eran ellos mismos iniciados, de tal modo que la habilidad personal encontraba pleno apoyo. Con su habilidad personal el hombre se prepara gradualmente para la iniciación. Primero ha de desarrollar sus fuerzas desde abajo, para que se le pueda otorgar la iluminación desde arriba. De esa manera, los reyes y conductores de pueblos iniciados atlantes fueron apareciendo.

En sus manos había un gran poder y se les tenía una enorme veneración.

Pero en ese hecho reside también la razón de su degradación y declive. El desarrollo de la memoria conducía al poder prominente de una personalidad. El hombre quería hacerse valer mediante su poder. Cuando mayor era éste, tanto más quería explotarlo para su propio beneficio.

La ambición que se había desarrollado, se convirtió en un notable egoísmo, surgiendo así el mal uso de dichos poderes. Si consideramos las capacidades de los atlantes, que procedían de su dominio de la fuerza vital, comprenderemos que ese mal uso tuvo inevitablemente enormes consecuencias. Un amplio poder sobre la naturaleza podía ponerse al servicio del egoísmo personal.

Eso lo llevaron a cabo del todo los miembros de la cuarta sub-raza, los Turanios Primigenios, que estaban adiestrados en el dominio de los poderes mencionados y que con frecuencia los utilizaban para satisfacer sus deseos egoístas. No obstante, cuando esos poderes se utilizan de ese modo, se destruyen mutuamente en sus efectos recíprocos. Es como si los pies quisieran tozudamente llevar a un hombre hacia adelante, mientras su tronco quisiera ir hacia atrás. Ese efecto destructivo, sólo podía ser detenido con el desarrollo de una facultad superior en el hombre, la facultad del pensar. El pensar lógico tiene un efecto restrictivo en los deseos egoístas personales.

El origen del pensar lógico, hemos de buscarlo entre los miembros de la quinta sub-raza, los proto-semitas. Los hombres comenzaron a trascender el mero recuerdo del pasado y a comparar las diversas experiencias. Así se desarrolló la facultad del juicio. Los deseos y apetitos se regían según esta facultad de juicio. Se empezó a calcular, y a combinar, a trabajar mentalmente. Si antes uno se había abandonado a todos los deseos, ahora se preguntaba uno si el pensamiento le daba su aprobación o no. Si los hombres de la cuarta sub-raza se lanzaban irrefrenablemente a la satisfacción de sus apetitos, los de la quinta empezaron a escuchar una voz interior. Una voz que examina los apetitos aunque no pueda destruir las demandas de la personalidad egoísta. De ese modo, la quinta subraza transfirió los impulsos para la acción hacia el interior del hombre. El hombre desea dominarse a sí mismo y saber lo que ha de hacer y lo que no. Pero lo que ganaba en su interior con respecto a la facultad del pensar, lo iba perdiendo en control de las fuerzas exteriores de la naturaleza.

Con su pensamiento asociativo uno sólo puede dominar las fuerzas del mundo mineral, no las fuerzas de la vida. La quinta sub-raza, por tanto, desarrolló el pensar a expensas del control sobre la fuerza vital. Pero fue precisamente el pensar el que produjo el germen del ulterior desarrollo de la humanidad. En esa época, la personalidad, el egocentrismo, incluso el egoísmo completo, pudieron crecer libremente; porque el pensar solo, que opera plenamente en el interior y ya no puede dar órdenes directas a la naturaleza, no es capaz de producir efectos tan devastadores como los poderes anteriormente mal utilizados. Los más dotados de esa quinta sub-raza, fueron seleccionados para sobrevivir al declive de la cuarta raza-raíz y formar el germen. de la quinta raza-raíz, la Aria, cuya misión es el desarrollo completo de la facultad pensante. Los hombres de la sexta sub-raza atlante, los Acadios, desarrollaron la facultad del pensar aún más que los de la quinta, pero se diferenciaban de los proto-semitas en su uso más amplio de dicha facultad. Se dijo que si el desarrollo de la facultad pensante, evitaba que las demandas de la personalidad egoísta tuvieran los mismos efectos destructivos que habían tenido entre sub-razas anteriores, esas demandas no se extinguían por ello. Los proto-semitas, al principio, organizaron sus circunstancias personales tal como su facultad pensante les dictaba. La inteligencia tomó el lugar de los meros apetitos y deseos; y las condiciones de vida cambiaron. Si las razas precedentes solían reconocer como líder a aquél, cuyos actos se habían grabado profundamente en su memoria colectiva, o a quien pudiera recordar una vida llena de múltiples vivencias, ese rol fue traspasado ahora a los inteligentes. Si antes era decisivo lo que vivía en el nítido recuerdo, luego se consideró como más idóneo lo que más convenciera al pensamiento.

Bajo la influencia de la memoria, uno se apegaba a una misma cosa hasta que la encontraba inadecuada y entonces, era perfectamente natural que quien pudiera remediar una necesidad introdujera una innovación.

Pero a consecuencia de la facultad del pensar, se fue desarrollando una manía por las innovaciones y cambios.

Cada uno quería poner en práctica lo que su inteligencia le sugería. Comenzaron así a extenderse condiciones turbulentas en la quinta raza y en la sexta condujeron a sentir la necesidad de someter el pensar egoísta del individuo a leyes generales. El esplendor de las comunidades de la tercera sub-raza, se basaba en que los recuerdos comunes aportaban orden y armonía. En la sexta, ese orden había de producirse con leyes pensadas. Por eso hemos de buscar en esa sexta sub-raza el origen de los reglamentos de la justicia y de la ley. Durante la tercera sub-raza, la separación de un grupo tenía lugar sólo cuando sus miembros eran, digamos, expulsados de su comunidad, porque ya no se sentían cómodos en las condiciones que prevalecían a causa de la memoria. En la sexta sub-raza eso era esencialmente distinto.

La facultad calculadora del pensar buscaba lo nuevo como tal, y estimulaba a los hombres a empresas y nuevas fundaciones. Los Acadios eran, pues, una gente muy emprendedora con una inclinación a la colonización, y era el comercio especialmente el que alimentaba la creciente facultad del pensamiento y del juicio. Entre la séptima sub-raza, los Mongoles, se desarrolló también la facultad del pensar, pero las características de razas anteriores, especialmente las de la cuarta, continuaron presentes en ella y en un grado superior al de la quinta y sexta sub-razas, permaneciendo fieles al sentimiento de la memoria. De ese modo consideraban que lo más antiguo, es también lo más sensible y se puede defender al máximo frente a la facultad del pensar. Es cierto que también perdieron el dominio sobre las fuerzas vitales, pero lo que en ellos se desarrolló como facultad pensante, poseía también algo del poder natural de esa fuerza vital. Naturalmente que habían perdido el poder sobre la vida, pero nunca perdieron la FE directa e ingenua en ella. Esa fuerza se había convertido en su Dios y por él !; hacían todo lo que consideraban correcto. Así aparecieron, ante sus pueblos vecinos, como si estuvieran poseídos por esa fuerza secreta y se rendían a ella en una fe ciega. Sus descendientes en Asia y en algunas partes de Europa manifestaban y manifiestan aún, mucho de esas cualidades.

La facultad del pensar implantada en el hombre, sólo podía alcanzar su pleno valor evolutivo, cuando recibiera un nuevo ímpetu en la quinta raza-raíz. La cuarta raza, en el fondo, sólo pudo poner esa facultad al servicio de aquello a lo que había sido educado por el don de la memoria. Sólo la quinta alcanzaría las condiciones de vida para las cuales el instrumento adecuado es la capacidad de pensar.

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919