GA011 La Crónica del Akasha 10- LA SALIDA DE LA LUNA


CAPITULO X

LA SALIDA DE LA LUNA



Es preciso darse cuenta que la densa materialidad propia del hombre sólo se adquirió más tarde y en forma muy progresiva. Para hacerse una idea del estado corporal que tenía en el estadio de evolución que tratamos aquí, la mejor manera consiste en representarse una masa de vapor o una nube flotando en el aire. Sin embargo una representación así sólo es una aproximación totalmente exterior de la realidad. En efecto, la niebla ígnea ,"hombre" estaba interiormente animada y organizada. Comparada a lo que el ser humano fue más adelante, conviene imaginársela en un estadio en que su alma somnolienta, conocía un estado de conciencia enteramente crepuscular.

Este ser está totalmente desprovisto de lo que se entiende por inteligencia, entendimiento, razón. Se mueve flotando más que caminando; está provisto de cuatro especies de órganos semejantes a miembros que le permiten desplazarse hacia adelante, hacia atrás, de lado y en todas direcciones. En cuanto a las almas de estos seres, antes ya hemos hablado de ellas.

No obstante no debe pensarse que los movimientos u otras manifestaciones vitales de estos seres fueran disparatados o desordenados. Al contrario, respondían por completo a ciertas leyes. Todo lo que se producía tenía su significado y su importancia, sólo que la potencia dirigente, la inteligencia, no residía en los mismos seres. Estaban dirigidos por una inteligencia que actuaba desde afuera. Seres superiores, más maduros que ellos, los rodeaban, por así decirlo, y los gobernaban. Pues la cualidad más importante de esta niebla ígnea, consistía en el hecho de que los seres humanos, llegados a este estadio de su evolución, podían encarnarse en ella, y al mismo tiempo conseguían incorporarse las entidades superiores; debido a ello, su acción se podía coordinar con la de los hombres. El ser humano había conducido sus deseos, instintos y pasiones hasta un estado en que podían tomar forma en la niebla ígnea. Los otros seres mencionados eran capaces de actuar en el seno de esta niebla ígnea, y ello gracias a su razón y a su acción inteligente. Estos últimos seres poseían igualmente facultades que les permitían acceder a las regiones superiores. De allí extraían sus decisiones y sus impulsos; pero los efectos reales de estas decisiones se manifestaban en la niebla ígnea. Todo 10 que el hombre realizaba en la Tierra tenía su origen en el intercambio bien regulado, entre estos cuerpos humanos en forma de niebla ígnea y estos seres superiores.

Puede, pues, decirse que el ser humano seguía una evolución ascendente. Debía desarrollar en esta niebla ígnea algunas facultades específicamente humanas, superiores a las precedentes. Los otros seres, por el contrario, se esforzaban por descender en la materia. Seguían un camino que les permitiera manifestar concretamente su poder actuante en el seno mismo de las formas materiales, cada vez más densas. Tomado en un sentido más amplio, este proceso no tenía para ellos nada de degradante. Este es un punto importante a tener en cuenta. Gobernar las formas materiales más densas, corresponde a una potencia y a una facultad más elevadas que las de dirigir formas más sutiles. En el curso de épocas anteriores de su evolución, estos seres superiores tuvieron un poder no menos limitado que el hombre actual. Precedentemente ellos también tuvieron, a imagen del ser humano moderno, un poder que se limitaba a su "vida interior". La materia densa del mundo exterior no les obedecía.

Ahora aspiraban a un estado en que pudieran dominar y dirigir por la magia los objetos físicos.

En la época en cuestión estaban, pues, avanzados respecto al hombre. Este se esforzaba en elevarse para concretar la inteligencia, allá donde reina una materia más fina, a fin de poder, ulteriormente, actuar hacia el exterior; ellos por el contrario ya habían insertado antes la inteligencia en su cuerpo, y recibían ahora la fuerza mágica que les permitía introducir la inteligencia en el mundo circundante. El ser humano se elevaba pasando por la fase de niebla ígnea, mientras que ellos atravesaban esta fase para descender e implantar su poder. En el seno de la niebla ígnea, algunas fuerzas son especialmente activas, las que el hombre experimenta en sus pasiones e instintos inferiores. En el estadio de niebla ígnea, tanto el hombre como los seres superiores se sirven de estas fuerzas. Estas actúan sobre la forma humana que hemos descrito, más precisamente, en su interior, de la manera siguiente: el hombre desarrolla los órganos que le hacen capaz de pensar, que le permiten estructurar su personalidad. Por el contrario, en los seres superiores estas mismas fuerzas actúan, en el estadio en cuestión, de manera que les permitan servirse de ellas para crear, de forma totalmente impersonal, las instituciones de la Tierra. Pues, gracias a estos seres surgen sobre la Tierra creaciones que son la réplica de las leyes de la inteligencia.

Bajo el efecto de las fuerzas pasionales, se forman en el interior del hombre los órganos personales de la inteligencia; a su alrededor estas mismas fuerzas engendran órganos penetrados de inteligencia. Imaginemos ahora este mismo proceso pero en un estadio un poco más evolucionado; en otros términos, representémonos lo que está inscrito en un estadio ulterior de la Crónica del Akasha. La Luna se ha desprendido de la Tierra. Luego ha seguido un importante cambio. Una gran parte del calor se ha retirado de las cosas situadas alrededor del ser humano. Estos objetos han adquirido una materialidad más grosera y más densa. El hombre debe vivir en este entorno enfriado. Sólo puede hacerla transformando su propia materialidad. Esta densificación de la sustancia, entraña una modificación de las formas, pues la niebla ígnea sobre la Tierra ha cedido el puesto a otro estado muy diferente.

En consecuencia, los seres superiores de los que hemos hablado, ya no pueden disponer de la niebla ígnea como soporte de su actividad. Ya tampoco pueden ejercer su influencia sobre las manifestaciones de la vida íntima del hombre, que anteriormente constituían su principal campo de acción. Pero mantuvieron poder sobre las formas humanas que ellos mismos habían previamente engendrado, a partir de esta niebla ígnea. Este cambio acontecido en la dirección de su acción, va paralelo con una metamorfosis de la forma humana: una mitad provista de dos órganos del movimiento se ha convertido en la parte inferior del cuerpo, que por este motivo se erige en el principal soporte de la nutrición y de la reproducción. La otra mitad fue, de alguna manera, orientada hacia arriba, y los otros dos órganos de movimiento, se convirtieron en los rudimentos de lo que serían las manos. Y aquellos órganos que antes todavía estaban al servicio de la nutrición y de la reproducción, se transformaron en órganos de la palabra y del pensar. El ser humano se ha erguido. Es la consecuencia directa de la eliminación de la Luna. Junto con la Luna han desaparecido del globo terrestre todas las fuerzas que permitían al ser humano, en la época de la niebla ígnea, autofecundarse y procrear seres semejantes a él, sin tener necesidad de recurrir a influencias procedentes del exterior. El conjunto de la parte de abajo, que a menudo se denomina la naturaleza inferior, quedó bajo la influencia inteligentemente organizada de las entidades superiores.

Cuando la masa de fuerzas, ahora aislada en la Luna, estaba unida a la Tierra, estas entidades podían ejercer todavía su acción en el interior del hombre; ahora tienen necesidad de la colaboración de dos sexos para obtener el mismo efecto. Esto explica por qué los iniciados siempre han considerado a la Luna como el símbolo de las fuerzas de reproducción. Estas fuerzas están, de alguna manera, ligadas a la Luna. Y estas entidades superiores están emparentadas con la Luna, son por así decir, divinidades lunares. Antes de la separación de la Luna, se ervían de las fuerzas lunares para actuar en el interior del ser humano, pero después de esa escisión, sus fuerzas influenciaron desde el exterior la reproducción del ser humano. También puede decirse que estas fuerzas espirituales nobles, que anteriormente se servían de la niebla ígnea para actuar sobre los instintos superiores del hombre, ahora han descendido para ejercer su poder en el plan de la procreación.

En efecto, son nobles fuerzas divinas las que organizan y regulan este dominio. Con esto tocamos una convicción importante de la ciencia espiritual, diciendo que las fuerzas divinas, estas fuerzas superiores y nobles, tienen afinidad con las aparentemente inferiores de la naturaleza humana. Aquí, la palabra "aparentemente" hay que tomarla en sentido amplio. En efecto, sería desconocer totalmente las verdades ocultas, el ver en las fuerzas de reproducción, en tanto que tales, algo bajo. Cuando el ser humano abusa de estas fuerzas, cuando las somete a sus instintos y pasiones, solamente entonces se vuelven nocivas; este no es el caso cuando las ennoblece por el hecho de reconocer en ellas el impulso de la fuerza espiritual divina. Entonces colocará sus fuerzas al servicio de la evolución terrestre y ejecutará las intenciones de las entidades superiores que hemos caracterizado. Ennoblecer todo lo relativo a este dominio, situarlo en el cuadro de las leyes divinas, y no aniquilarlo, es precisamente lo que enseña la ciencia espiritual. La aniquilación sólo puede ser el resultado de una interpretación superficial de los principios ocultos, conducidos por error a un ascetismo contra natura.

Se constata que en la otra mitad, la de arriba, el ser humano ha desarrollado algo que escapa a la empresa de las entidades superiores descritas. Son otros seres quienes establecen su poder sobre esta otra mitad. Se trata de seres que, en el curso de precedentes etapas de la evolución, han progresado más lejos que el hombre, pero sin alcanzar por ello el nivel de las divinidades lunares.

Todavía no eran capaces de ejercer su poder en el seno de la niebla ígnea. Ahora, una vez alcanzado un estado más avanzado, y que gracias a la niebla ígnea los órganos de la inteligencia han conseguido algo, que estos mismos seres ya habían vislumbrado anteriormente, ahora ha llegado el momento de su acción. Las divinidades lunares ya habían conocido esta inteligencia ordenadora actuando hacia el exterior. Cuando comenzó la época de la niebla ígnea eran portadoras de esta inteligencia. Tenían la facultad de actuar hacia el exterior sobre las cosas de este mundo. Pero esas entidades, de las que hemos hablado antes no habían conseguido, en el pasado, desarrollar una inteligencia de esta clase que actúa hacia el exterior. Esto es porque no estaban preparadas para afrontar la época de la niebla ígnea. Pero he ahí que existe inteligencia.

El hombre es portador de ella. Estos seres se apoderan entonces de esta inteligencia humana para actuar a través de ella sobre las cosas del mundo. Anteriormente las divinidades lunares habían ejercido su acción sobre el ser humano por completo; ahora sólo actúan sobre la mitad de abajo. Sobre la de arriba se extiende la influencia de las entidades inferiores de las que ya hemos hablado.

El ser humano experimenta pues un doble gobierno. Su parte de abajo está situada bajo la influencia de las divinidades lunares, mientras que su personalidad evolucionada cae bajo la acción de las entidades que se designan por el nombre de su regente: Lucifer. Las divinidades luciféricas acaban pues, su propia evolución, sirviéndose de las fuerzas de inteligencia recientemente despertadas en el ser humano. Anteriormente, no habían llegado hasta este grado. Ahora dan a los humanos la disposición a la libertad, permitiéndoles distinguir entre el "bien" y el "mal". Ciertamente, bajo el gobierno único de las divinidades lunares se formó en el hombre el órgano de la inteligencia, pero estos dioses dejaron ese órgano en estado de sueño; no tenían ningún interés en servirse de él, pues poseían sus propias fuerzas de inteligencia. Los seres luciféricos, por su parte, eran favorables al desarrollo de la inteligencia humana y tenían interés en dirigiría hacia las cosas de este mundo. Llegaron, pues, a ser para los hombres los maestros de todo lo que puede ser realizado por medio de la inteligencia humana. Pero no podían ser otra cosa que instigadores. En efecto, podían incluso desarrollar la inteligencia en el hombre, pero no en ellos mismos. En consecuencia la actividad sobre la Tierra conoció dos tendencias. Una provenías directamente de las divinidades lunares y, desde el principio, era conforme a las leyes y reglas de la razón. Las divinidades lunares habían efectuado su aprendizaje desde hacía tiempo, y ya no estaban sujetas a error. Las divinidades luciféricas que trabajaban con los seres humanos, por el contrario, estaban todavía en conquista de la perfección. Bajo su dirección, el hombre tuvo que aprender a encontrar las leyes de su propia naturaleza.

Guiado por Lucifer, fue conducido a elevarse" a imagen de los dioses". Pero con ello, se plantea una cuestión: si las entidades luciféricas no han alcanzado, en el curso de su evolución, la capacidad de la actividad inteligente en el seno de la niebla ígnea, ¿en dónde se han parado? ¿Hasta qué grado del desarrollo terrestre eran capaces de coordinar su acción con la de las divinidades lunares?

La Crónica del Akasha puede explicarlo. Las entidades luciféricas pudieron asociarse a la creación terrestre hasta el momento en que el Sol se separó de la Tierra. Se comprueba que hasta ese instante, la acción de las entidades luciféricas era un poco menos intensa que la de las divinidades lunares, pero sin embargo formaban parte del grupo de creadores divinos. Después que el Sol se desprendiera de la Tierra, esta última vio desarrollarse una actividad, precisamente la de la niebla ígnea, para la cual los dioses lunares habían sido preparados, pero no los espíritus luciféricos. Estos últimos conocieron entonces un período de reposo, de espera. Luego, una vez disipada la influencia de la niebla ígnea, y que los seres humanos comenzaron a estructurar sus órganos de la inteligencia, entonces los espíritus luciféricos pudieron salir de su retiro. Pues la creación de la inteligencia está emparentada con la actividad del Sol. El despertar de la inteligencia en la naturaleza humana equivale al amanecer de un Sol interior. Esto no sólo se dice en sentido figurado, sino que corresponde a una realidad. Así cuando el período de niebla ígnea fue disipado de la Tierra, estos espíritus encontraron en el interior del hombre, la posibilidad de reemprender su actividad que estaba ligada al Sol.

Esto permite comprender el origen de la palabra "Lucifer", es decir, "portador de luz", y por qué la ciencia ocultista llama a estos seres" divinidades solares".

Todo lo que sigue sólo será comprensible si nuestra mirada retrocede hacia épocas que han precedido la evolución de la Tierra. Es lo que narrarán los próximos relatos extraídos de la Crónica del Akasha. Mostraremos cuál fue, sobre otros planetas, el desarrollo de los seres ligados a la Tierra, antes de que pusieran pie sobre ella.

Descubriremos con más precisión la naturaleza de estas

"divinidades lunares y divinidades solares". Con ocasión de ello, el desarrollo de los reinos mineral, vegetal y animal, se nos revelará claramente.

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