GA013 El conocimiento de los mundos superiores parte 6

 

LA CIENCIA OCULTA

Por Rudolf Steiner 

Índice


capítulo V


EL CONOCIMIENTO DE LOS MUNDOS SUPERIORES

6ª parte


El hombre también puede lograr el conocimiento por inspiración e intuición sólo a través de ejercicios anímico-espirituales.


Estos ejercicios son análogos a los ya descritos para adquirir la imaginación, es decir, la "concentración interior" (meditación).
Pero mientras los ejercicios que llevan a la imaginación se reconectan con las impresiones del mundo físico-sensible, en los ejercicios en vez de llevar a la inspiración, esta conexión debe ser gradualmente eliminada.
Para comprender claramente lo que debe ocurrir en tal caso, hay que considerar de nuevo el símbolo de la Rosacruz.
Cuando un hombre se concentra en ese símbolo, tiene una imagen ante sí, cuyas partes por separado, están tomadas de las impresiones del mundo físico; el color negro de la cruz, las rosas, etc., etc.
Pero la distribución de las diversas partes en forma de rosacruz no está tomada del mundo sensible.
Por lo tanto, si el discípulo trata de eliminar completamente de su conciencia, como imágenes de realidades sensibles, la cruz negra y hasta las rosas rojas, y retiene en su alma sólo la actividad espiritual que presidió la distribución de las diversas partes, tendrá entonces un medio de meditación que lo llevará gradualmente a la inspiración.
Uno debe preguntarse, por ejemplo, en su alma: "¿Qué he hecho interiormente para combinar ese símbolo de la cruz y las rosas? Deseo preservar lo que hice entonces, el proceso que tuvo lugar en mi alma, eliminando la imagen resultante de mi conciencia. Quiero sentir en mí la actividad que realiza mi alma para generar esa imagen, pero suprimiendo la representación de la imagen misma. Ahora quiero vivir interiormente, en mi actividad que creó la imagen. Quiero meditar, por lo tanto, no sobre una imagen, sino sobre la actividad de mi alma, creadora de imágenes.

Esta meditación debe aplicarse a muchos símbolos; este ejercicio lleva finalmente al conocimiento a través de la inspiración.
Otro ejemplo sería centrarse en la representación del crecer, florecer y marchitar de una planta.
Deje que la imagen de una planta que crece gradualmente se eleve en su alma, surgiendo de la semilla, desarrollándose hoja por hoja hasta que florezca, y finalmente hasta el fruto; luego describa la planta que comienza a marchitarse hasta que se descompone completamente.
Mediante la concentración en tal imagen se alcanza gradualmente el sentido de crecimiento y decadencia, del cual la planta no es más que un símbolo.
A partir de este sentimiento, si el ejercicio se practica con perseverancia, la imagen de la transformación que es la base del crecimiento y la decadencia en el mundo físico puede llegar a formarse gradualmente.
Pero si se quiere llegar a la inspiración correspondiente, el ejercicio tiene que hacerse de una manera diferente.
Es necesario en este caso tener en cuenta la actividad del alma, que a partir de la imagen de la planta ha adquirido la representación del devenir y del perecer.
Uno debe ahora eliminar la planta completamente de la conciencia y concentrarse sólo en su actividad interna.
El ascenso a la inspiración sólo es posible por medio de tales ejercicios; al principio no será fácil para el discípulo comprender plenamente cómo regularse para realizarlos, y esto depende del hecho de que la persona está acostumbrada a que su vida interior esté determinada por las impresiones exteriores, y por lo tanto se siente inmediatamente vacilante e insegura cuando tiene que desarrollar una vida animada que se ha liberado de todas las impresiones exteriores.

Cuando se trata de ejercicios que conducen a la inspiración -y esta precaución es aún más necesaria que en los ejercicios que conducen a la imaginación- el discípulo debe comprender claramente que, si quiere practicarlos, debe cultivar al mismo tiempo todo lo que le ayude a consolidar y afirmar su juicio, a poner orden en sus sentimientos y a fortalecer su carácter.
Si toma esta precaución, logrará un doble objetivo; en primer lugar, no se arriesgará a perder el equilibrio de su personalidad a través de los ejercicios; en segundo lugar, adquirirá la capacidad de realizar los ejercicios correctamente.
Estos ejercicios le parecerán difíciles al discípulo, hasta que no haya adquirido una cierta actitud del alma, ciertos sentimientos y sensaciones especiales.
La comprensión y la habilidad para estos ejercicios serán pronto adquiridas por aquellos que cultivan en el alma con paciencia y perseverancia aquellas cualidades internas que son propicias para la germinación del conocimiento suprasensible.
Aquellos que se acostumbran a penetrar a menudo en su interior, no tanto para ensimismarse, sino para reordenar y procesar con calma las experiencias que han vivido en la vida, harán grandes progresos; se darán cuenta de que las representaciones y los sentimientos se enriquecen cuando los diversos acontecimientos de la vida se conectan entre sí por medio de la memoria, y comprenderán que se puede adquirir un gran conocimiento, no sólo a través de nuevas impresiones y nuevas experiencias, sino también a través del procesamiento de las antiguas.
Es conveniente dejar el juego libre al contraste entre nuestras experiencias e incluso entre nuestras opiniones, tratando de no tomar parte en él con nuestras simpatías y antipatías, nuestros intereses y sentimientos personales; de esta manera prepararemos un muy buen terreno para las fuerzas cognitivas suprasensibles; de esta manera se formará lo que puede llamarse una rica vida interior.

La moderación y el equilibrio de las facultades anímicas son, sin embargo, de importancia primordial.
El hombre ya tiene una gran tendencia a caer en la unilateralidad cuando cultiva una cierta actividad del alma.
Si se da cuenta, por ejemplo, de la utilidad de la meditación y la concentración dentro del círculo de sus propias representaciones, puede fácilmente tender a cerrarse a las impresiones del mundo exterior; pero tal decisión lleva a la aridez y al empobrecimiento de la vida interior.
Aquel que, además de la capacidad de retirarse a su propia interioridad, también mantiene una completa receptividad a todas las impresiones del mundo exterior, progresará rápidamente.
Y no son sólo las llamadas impresiones importantes de la vida, sino que cada hombre, en cualquier condición en que se encuentre, incluso encerrado entre cuatro paredes miserables, puede tener experiencias, siempre que se mantenga receptivo a ellas.
Las experiencias se pueden encontrar en todas partes, no hay necesidad de buscarlas.
Lo más importante es la forma en que las experiencias se procesan en el alma del hombre.
Por ejemplo, puede suceder que descubra en una persona, por la que siente un gran respeto, algunos rasgos especiales de carácter que podrían considerarse un defecto.
Este descubrimiento puede estimular el pensar del hombre en dos direcciones diferentes.
Puede que simplemente se diga a sí mismo: "Ahora que he reconocido ese defecto, ya no puedo estimar a esa persona como antes".
Pero también puede preguntarse: ¿Cómo es posible que una persona tan digna de respeto se vea agobiada por tal defecto? ¿Cómo puedo refigurarme que no es sólo un defecto, sino una consecuencia de la vida de esa persona, determinada quizás precisamente por sus grandes cualidades?

Un hombre que se hace estas preguntas tal vez llegue a la conclusión de que su respeto por esa persona no se ve disminuido de ninguna manera por el descubrimiento de ese defecto.
Cualquier experiencia de este tipo nos permitirá aprender algo, aumentará nuestra comprensión de la vida.
Por supuesto, sería un error permitir que el aspecto bueno de tal concepción de la vida nos lleve a disculparnos por todos los defectos de las personas y las cosas por las que sentimos simpatía, o que nos haga adquirir el hábito de no detectar acciones censurables, con el fin de obtener una ventaja para nuestra propia evolución interior.
Este último resultado no se obtiene realmente cuando el impulso no sólo de culpar a los errores y faltas, sino también de comprenderlos, parte de nosotros mismos; sólo se obtiene cuando nuestra actitud está determinada objetivamente por el hecho mismo, independientemente de que podamos o no sacar provecho de él.
Es absolutamente cierto que no se nos educa por la condena de un error, sino sólo por la comprensión del mismo; por otra parte, esta comprensión no debe impedirnos desaprobarla, de lo contrario no podremos progresar mucho más.
Aquí tampoco se trata de una cuestión de unilateralidad, en una dirección especial, sino de establecer la medida y el equilibrio de las fuerzas del alma.
Y esto es especialmente útil en lo que respecta a una cualidad del alma de la mayor importancia para el desarrollo espiritual del hombre; es decir, del sentimiento que se llama "veneración" (devoción).
Quien cultiva este sentimiento dentro de sí mismo, o lo ha recibido como un feliz regalo de la naturaleza, posee un excelente terreno para la producción de las fuerzas que conducen al conocimiento supersensible.
El hombre, que desde su infancia y juventud ha sabido levantar la mirada con devota admiración por ciertas personas y elevados ideales, posee en lo más profundo del alma una disposición particularmente favorable al conocimiento suprasensible.

Aquel que, con la madurez de juicio que caracteriza a la edad madura, sabe levantar los ojos al cielo estrellado y acoger con calma y devoción la admirable manifestación de los poderes sublimes, se hace así maduro para el conocimiento de los mundos suprasensibles.
Lo mismo ocurre con quien admira las fuerzas que dominan la vida humana; también es importante que el hombre, habiendo alcanzado la madurez, pueda sentir un alto grado de veneración por aquellos hombres cuyo valor intuye o cree conocer.
La visión de los mundos espirituales sólo se abre a los ojos de aquellos que son capaces de sentir tal veneración.
El que no sabe venerar no puede avanzar mucho en el conocimiento; la esencia de las cosas permanece cerrada para el que no encuentra nada que apreciar en el mundo.
Por otra parte, sin embargo, si por exceso de veneración o devoción el discípulo se ve impulsado a matar completamente la sana conciencia y confianza en sí mismo, peca contra la ley de la medida y el equilibrio.
El discípulo espiritual trabajará continuamente sobre sí mismo para perfeccionarse y madurar su naturaleza; en este caso debe tener confianza en su propia personalidad y en el crecimiento progresivo de sus fuerzas.
El hombre dotado de los sentimientos correctos en este sentido podrá decir: " Fuerzas ocultas residen en mí, que puedo sacar de mi interioridad. Por lo tanto, cuando veo a alguien superior a mí, no sólo debo venerarlo porque vale más que yo, sino que también debo confiar en que puedo evolucionar dentro de mí todo lo que puede elevarme y equipararme con el ser que admiro.
Cuanto más desarrollada sea la capacidad del hombre para fijar su atención en ciertos procesos de la vida, que ciertamente no son accesibles a su juicio personal, más tiene la posibilidad de crear una base para la evolución en los mundos espirituales.
Citaré un ejemplo.

Un hombre se encuentra en una situación en la vida en la que tiene que decidir si hacer o no una determinada acción, y aunque su juicio le impulsa a hacerlo, siente sin embargo algo inexplicable que le frena.
Por lo tanto, puede suceder que el hombre no preste atención a este oscuro sentimiento, y que simplemente realice la acción aconsejada por su juicio; pero también puede suceder que el hombre obedezca el impulso de esa fuerza misteriosa y se abstenga de realizar la acción.
Si luego observa los acontecimientos, tal vez pueda verificar que si hubiera seguido su juicio, habría resultado en un daño real, mientras que el incumplimiento de esa acción ha ha resultado un bien.
Una experiencia así puede hacer que el pensaro del hombre tome una dirección muy determinada.
Puede decirse a sí mismo: "Hay algo en mí que me dirige mejor que el grado de juicio que poseo en la actualidad. Debo tener en cuenta que hay una "fuerza en mí", que mi juicio en su desarrollo progresivo no ha alcanzado todavía".
La observación de casos de este tipo es de gran beneficio para el alma; entonces se siente, a través de un sano presentimiento, que el hombre contiene mucho más en sí mismo de lo que su juicio es capaz de abarcar.
Tal observación tiene como resultado una expansión de la vida del alma; pero aquí también pueden producirse exageraciones que deben evitarse.Quien quisiera acostumbrarse a no depender de su propio juicio para seguir las premoniciones que le impulsan en tal o cual dirección, caería a merced de todo instinto oscuro, y de hecho tal hábito denotaría el abandono de todo criterio, y llevaría a la superstición absoluta.
Cualquier tipo de superstición es dañina para el discípulo de la ciencia.

Para adquirir la posibilidad de penetrar en los campos de la vida espiritual de la manera correcta, es necesario mantenerse alejado con el mayor cuidado de cualquier superstición, ensueño o ilusión.
Aquel que se regocija de haber tenido una experiencia que "no puede ser entendida por la razón humana", no penetra correctamente en el mundo espiritual.
No es ciertamente la pasión por lo "inexplicable" lo que forma al discípulo; el discípulo debe despojarse completamente de la idea de que puede ser llamado "místico" aquel que arbitrariamente ve lo insondable y lo inexplicable en todas partes del mundo.El sentimiento correcto para el discípulo es reconocer en todas partes la presencia de fuerzas y entidades ocultas; pero también debe admitir que lo inexplorado puede ser explorado, si se dieran las fuerzas necesarias.
Hay una cierta actitud del alma que es importante para el discípulo en cada paso de su evolución.
Él, es decir, debido a la sed excesiva de conocimiento, no debe ser endurecido por la pregunta: "¿Cómo se puede responder a tal o cual pregunta?", sino que debe preguntarse: "¿Cómo puedo desarrollar tal o cual capacidad dentro de mí? Cuando esta capacidad se ha desarrollado finalmente a través del paciente trabajo interno, la respuesta a esa pregunta le llega espontáneamente.
El discípulo debe siempre cultivar cuidadosamente esta actitud del alma, que lo lleva a perfeccionarse y a madurar cada vez más para resistir el impulso que lo impulsa a entrar en el mundo para obtener respuestas a ciertas preguntas; esperará hasta que esas respuestas le lleguen espontáneamente.
Pero aquellos que se han acostumbrado a la unilateralidad también en este aspecto, no podrán progresar correctamente.
El discípulo también debe sentir que en un cierto momento él mismo, en el marco de sus propias fuerzas, será capaz de resolver los más altos enigmas.
Aquí también, entonces, la medida y el equilibrio son una parte importante de la actitud del alma.

Se podrían mencionar muchas otras cualidades del alma que son útiles para cultivar cuando un discípulo aspira a la inspiración a través de los ejercicios.
Pero para todos ellos es necesario repetir, que la moderación y el equilibrio son cualidades esenciales del alma, porque preparan a uno para la comprensión y la capacidad de practicar los ejercicios descritos anteriormente, que conducen a la inspiración.
Los ejercicios que conducen a la intuición requieren que el discípulo retire de su conciencia no sólo las imágenes a las que se ha dedicado para llegar a la imaginación, sino también la vida en la propia actividad del alma en la que se ha sumergido para alcanzar la inspiración.
Es necesario seguir al pie de la letra la recomendación, de no guardar nada en su alma de las experiencias externas o internas conocidas hasta entonces.
Pero si después de esta eliminación de las experiencias externas e internas no queda nada en su conciencia, es decir, si la conciencia misma carece entonces de ella y cae en la inconsciencia, esto le mostraría que no está todavía maduro para los ejercicios adecuados para la intuición; entonces debe continuar haciendo los ejercicios para la imaginación y la inspiración.
Ciertamente después llega el momento en que la conciencia, después de eliminar las experiencias interiores y exteriores, no queda vacía; al contrario, queda algo, como efecto de esta eliminación, del que se puede servir como objeto de concentración, de la misma manera que utilizaba los objetos que deben su existencia a las impresiones exteriores o interiores.
Este "algo" es de una naturaleza muy especial, y es realmente nuevo comparado con las experiencias pasadas; cuando se experimenta se da uno cuenta de que nunca antes lo había conocido.
Es una percepción como la del verdadero sonido que golpea el oído; pero esta percepción sólo puede penetrar en la conciencia a través de la intuición, así como el sonido físico sólo puede penetrar en la conciencia a través del oído.

Con la intuición, entonces, las impresiones del hombre son despojadas de los últimos restos de la sensibilidad física; el mundo de los espíritus comienza a revelarse al conocimiento en una forma, que ya no tiene nada en común con las propiedades del mundo fisico-sensible.


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