LA CIENCIA OCULTA
Por Rudolf Steiner
capítulo V
EL CONOCIMIENTO DE LOS MUNDOS SUPERIORES
4ª parte
El propósito de la concentración (meditación) en las representaciones y sentimientos simbólicos descritos anteriormente es precisamente la formación de los órganos de percepción superior en el cuerpo astral del hombre.
En primer lugar, son creados por la sustancia de este cuerpo astral.
Estos órganos de percepción revelan un nuevo mundo, en el que el hombre aprende a conocerse a sí mismo como un nuevo Yo; los cuales se diferencian de los del mundo físico-sensorial ya por el hecho de que son órganos activos.
Mientras que los ojos y los oídos son pasivos y dependen de la luz y el sonido, en cambio, se puede decir que los órganos anímico-espirituales de percepción están continuamente activos mientras perciben, y que en cierto modo captan con plena conciencia los objetos y hechos que se les revelan.
De
ahí proviene el sentido de que el conocimiento anímico-espiritual
es una unión con los hechos que percibe, es "un vivir en
ellos".
Los órganos anímico-espirituales individuales que
se forman a partir de la sustancia del cuerpo astral pueden
compararse con las "flores de loto", dada la forma que
adoptan para la conciencia clarividente (uno debe darse cuenta
claramente, por supuesto, de que este nombre se corresponde tan poco
con los propios órganos, como el término "alas" =lóbulos
cuando se aplica a los pulmones).
Ciertos métodos especiales de
concentración interna ejercen una acción sobre el cuerpo astral,
para determinar la formación de tal o cual órgano
anímico-espiritual, tal o cual "flor de loto".
Después
de lo que se ha expuesto en este trabajo, debería ser superfluo
señalar que estos "órganos de percepción" no son algo
que se asemeje significativamente al objeto del que reciben el
nombre.
Estos "órganos" son verdaderamente
suprasensibles y consisten en una cierta forma de actividad del alma;
sólo existen en la medida y durante el tiempo en que el alma ejerce
esta actividad.
Su presencia en el hombre tiene tan poco que ver
con la presencia de algo físicamente perceptible como la de que haya
un halo perceptible alrededor de un hombre cuando piensa.
Los
malentendidos son inevitables para aquellos que quieren a toda costa
imaginar de forma sensible lo que es suprasensible.
Aunque esta
observación debe considerarse superflua, también siento que debo
expresarla, pues siempre sucede una y otra vez que uno se encuentra
con personas que dicen admitir la existencia de lo sobrenatural, pero
que no aceptan en sus conceptos nada que no sea sensible; y, por otra
parte, siempre hay opositores al conocimiento suprasensible, que
afirman que el investigador de los mundos espirituales habla de las
"flores de loto" como formaciones sutiles perceptibles para
los sentidos.
Toda meditación correcta que tienda al desarrollo del conocimiento imaginativo produce un efecto en uno de esos órganos (en el libro "La Iniciación" se indican algunos métodos de meditación y ejercicios que actúan sobre diferentes órganos).
Una disciplina correcta regula los ejercicios individuales para el discípulo, de manera que se sucedan unos a otros, dando a los órganos la posibilidad de formarse individualmente o en forma consecutiva.
Para lograrlo, el discípulo debe tener mucha paciencia y perseverancia, pues no le bastará con la paciencia que se adquiere en las condiciones ordinarias de la vida.
Los órganos tardan mucho tiempo, de hecho mucho tiempo, en servirle al discípulo para percibir en los mundos superiores; en ese momento el discípulo produce lo que se llama iluminación, mientras que la preparación o purificación consiste, en cambio, en ejercicios para la formación de los órganos (se usa el término "purificación", porque por medio de estos ejercicios el discípulo purifica un cierto campo de su vida interior de todo lo que proviene de la observación del mundo sensible).
A veces sucede que antes de la iluminación real, el hombre recibe repetidamente destellos de luz del mundo superior; tiene que recogerlos con gratitud, porque éstos ya le dan testimonio del mundo espiritual.
No debe vacilar, sin embargo, si durante su período de preparación, por mucho que le parezca, no se le dan estos flashes.
Además, un hombre que se impacienta, porque "todavía no ve nada", no ha adquirido la actitud correcta hacia el mundo superior, una actitud que sólo tiene quien considera los ejercicios y la disciplina casi como un fin en sí mismos.
Estos ejercicios son realmente una elaboración de la sustancia anímico-espiritual, es decir, del cuerpo astral del hombre, que puede "sentir" incluso cuando "no ve nada", que está procesando la sustancia anímico-espiritual.
Pero
cuando tiene una idea preconcebida de lo que realmente quiere "ver",
no experimenta esa sensación.
En ese caso no valorará lo que es
de extraordinaria importancia.
Hay que observar cuidadosamente
todo lo que se experimenta durante los ejercicios; estas experiencias
son radicalmente diferentes de las del mundo sensible.
El
discípulo notará entonces que el cuerpo astral en el que está
trabajando no es una sustancia neutra, sino que en él vive un mundo
completamente diferente, que no se conoce a través de la vida de los
sentidos.
Las entidades superiores actúan sobre el cuerpo astral,
al igual que el mundo externo físico-sensible actúa sobre el cuerpo
físico.
El hombre en su cuerpo astral se enfrenta a la vida
superior, siempre y cuando desee abrirse a el.
Cuando alguien
siempre se repite a sí mismo: "No veo nada", suele suceder
que ha imaginado a priori la aparición de lo que debe percibir, y
como no ve lo que ha imaginado debe ver, dice: "No veo nada".
El
hombre que, sin embargo, practica la disciplina con una actitud
correcta, amará cada vez más esos ejercicios por lo que le traen;
adquieren tal importancia para él como función vital que ya no
puede renunciar a ellos.
También sabe que por medio de estos
ejercicios actúa en un mundo espiritual animado y espera con
paciencia y resignación el resultado de sus esfuerzos.
Esta
actitud puede aparecer en la conciencia del discípulo con las
siguientes palabras: "Quiero hacer todos los ejercicios que se
me asignen, y sé que en el momento oportuno se me dará lo que me
importa; no lo pido con impaciencia, sino que me preparo para
aceptarlo".
Por otra parte, se puede objetar: "El
discípulo de la Ciencia del Espíritu debe, pues, proceder en la
oscuridad, tal vez durante mucho tiempo; pues ¿cómo puede saber que
está en el buen camino, si no obtiene primero un resultado?
Pero
no es cierto que sólo gracias a los resultados se llegue a conocer
la bondad de la disciplina.
Cuando el discípulo tiene la actitud
correcta hacia la disciplina, la satisfacción de los ejercicios
mismos le muestra, antes que ningún resultado, que está en el
camino correcto.
El ejercicio correcto de la disciplina espiritual
trae una satisfacción que no es simplemente la alegría, sino el
conocimiento; es decir, el conocimiento que nos permite decir, "Estoy
haciendo algo que ciertamente me hará avanzar en la dirección
correcta".
El discípulo puede obtener este conocimiento en
cualquier momento, siempre y cuando observe cuidadosamente sus
experiencias, de lo contrario pasará por delante de ellas como un
caminante absorto en sus propios pensamientos, que no ve los árboles
que bordean el camino, aunque ciertamente los vería, siempre y
cuando los mire detenidamente.
No es en absoluto deseable acelerar
la aparición de resultados distintos de los que deben acompañar
naturalmente el curso de los ejercicios, pues podría ser fácilmente
que esos resultados prematuros no fueran mas que una mínima parte de
lo que realmente debería presentarse.
En el desarrollo
espiritual, el éxito parcial es a menudo la causa de un largo
retraso en el resultado completo.
El encuentro con las formas de
vida espiritual, que corresponden al resultado parcial, hace al
hombre insensible a las influencias de las fuerzas que conducen a
etapas más elevados de desarrollo, y el éxito logrado por haber
"mirado" finalmente en el mundo espiritual es sólo
aparente; pues esta manera de mirarlo no conduce a la verdad, sino
sólo a imágenes ilusorias.
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