GA011 La Crónica del Akasha 8- LAS ÉPOCAS HÍPERBÓREA Y POLAR

 

CAPITULO VIII

LAS ÉPOCAS HÍPERBÓREA Y POLAR



Los siguientes pasajes sacados de la Crónica del Akasha nos conducen a tiempos anteriores a los descritos en los últimos capítulos. Teniendo en cuenta el pensamiento materialista de nuestra época, los riesgos que se corren con los relatos siguientes son quizás aún más grandes, que los que podrían emanar de los cuadros precedentes.

En la época actual se ha atribuido rápidamente a este tipo de descripciones un aspecto fantástico y puramente especulativo. Cuando se sabe cuán poco inclinados están, los sabios formados en el pensamiento científico moderno, a tomar estas cosas en serio, es preciso, para decidirse a comunicarlas, tener la conciencia de la fidelidad frente a lo que revela la experiencia espiritual. Nada se dice aquí que no haya sido cuidadosamente verificado por los medios que ofrece la ciencia espiritual. Sería deseable que el sabio fuera tan tolerante frente a la ciencia espiritual, como ésta lo es frente a la mentalidad científica naturalista (ver mi libro 1/ Concepciones del mundo y de la vida en el siglo XIX1 en donde he demostrado que sabía apreciar en su justo valor las concepciones materialistas de la ciencia moderna). Por el contrario, ante quienes están abiertos a las enseñanzas de la ciencia espiritual, deseo hacer una puntualización particular respecto al relato que sigue a continuación. Nos proponemos aquí evocar datos extremadamente importantes. Pertenecen a épocas hace tiempo concluidas. No es fácil descifrar esta época de la Crónica del Akasha. Por otra parte, el autor del presente relato no pretende una aceptación ciega de su autoridad Simplemente quiere comunicar los resultados de su investigación, conducida al máximo de sus posibilidades.

Acepta gustosamente todas las rectificaciones procedentes de personas competentes en la materia. Como que los signos de los tiempos lo exigen, se hace un deber el divulgar estos acontecimientos de la evolución humana. No olvidemos tampoco que esto concierne a épocas prodigiosamente amplias, sobre las que se trata de suministrar una visión de conjunto. Numerosos puntos simplemente mencionados, serán precisados ulteriormente. Los signos grabados en la Crónica del Akasha son difíciles de trasladar a nuestro lenguaje corriente. Es más fácil expresarlos en el lenguaje hecho de signos simbólicos usado en las escuelas ocultistas; sin embargo actualmente no está permitido todavía divulgarlos.


El lector tendrá a bien, pues, aceptar múltiples nociones oscuras y arduas, y esforzarse por acceder a una cierta comprensión, así como el autor se ha esforzado por encontrar una forma de exposición que fuera más generalmente accesible.

El lector encontrará muchas dificultades, pero será recompensado si sabe dirigir su mirada sobre los profundos misterios, sobre los enigmas significativos del ser humano, aquí evocados.

Las inscripciones akáshicas engendran en el hombre un verdadero conocimiento de sí; para el investigador espiritual estas inscripciones son una realidad, de una certeza tan incuestionable, como lo son para el ojo físico las montañas y los ríos. Un error de percepción es además posible tanto en un caso como en el otro. Conviene subrayar que el presente capítulo sólo trata, al principio, de la evolución del ser humano. Paralelamente se desarrolla, por supuesto, la de los otros reinos de la naturaleza, el mineral, el vegetal y el animal y se tratarán en los próximos capítulos. Tendremos entonces ocasión de examinar igualmente otros problemas que aclararán lo que ha sido expuesto respecto al ser humano, con el ánimo de la ciencia espiritual. Sin embargo, no es posible hablar del desarrollo de los otros reinos terrestres antes de haber descrito el camino evolutivo del ser humano. Retrocediendo a una fase de la evolución, aún más lejana que la evocada en los relatos precedentes, se está confrontando con estados cada vez más sutiles de la materia de la que está compuesto nuestro planeta. Las sustancias que se han ido solidificando progresivamente, eran entonces todavía líquidas, e incluso, anteriormente, de naturaleza vaporosa y gaseosa; en un pasado mucho más alejado encontramos un estado todavía más sutil (etérico).La solidificación de la materia es debida a la disminución del calor. En el presente relato, no nos remitiremos más lejos de la época en que nuestra morada terrestre estaba hecha de esta muy fina sustancia etérica. El hombre apareció sobre la Tierra en este preciso punto de su evolución. Anteriormente había pertenecido a otros mundos de los que hablaremos más adelante. Mencionemos sin embargo el estado precedente, que era el de un mundo astral o anímico. Los seres de este mundo, incluido el hombre, no conocían entonces la existencia corporal exterior (física). El ser humano había ya desarrollado la conciencia imaginativa mencionada en el relato precedente. Estaba animado de sentimientos y deseos, pero todo esto se desarrollaba en el interior de un cuerpo anímico. Sólo la mirada clarividente era capaz de percibir un ser humano así. En esos tiempos, todos los seres humanos evolucionados poseían este tipo de clarividencia, pero en estado crepuscular y oscuro. No se trataba de una clarividencia consciente. Estos seres astrales son de alguna manera los antepasados del hombre. Lo que actualmente se denomina "hombre" es ya portador de un espíritu autónomo y consciente. Este último se une al ser, que proviene de este antepasado, aparecido en la mitad de la época lemur. (Anteriormente ya hemos aludido a esta misión).

Cuando hayamos relatado la evolución del antepasado humano hasta la época concerniente, volveremos a tratar en detalle esta cuestión). Los antepasados psíquicos o astrales del hombre, fueron dirigidos hacia esta materia sutil que es la Tierra etérica. Absorbieron esta fina sustancia, un poco como la esponja absorbe un líquido.

Penetrándose así de sustancia, formaron sus cuerpos etéricos. Estos tenían la forma de una elipse alargada, y delicados matices, diferenciando la sustancia anunciaban la colocación de los miembros y de otros órganos a desarrollar ulteriormente. El conjunto de este proceso en el seno de esta masa, era de tipo puramente físicoquímico, pero regulado y ordenado por el alma. Cuando una semejante masa de sustancia había alcanzado una cierta dimensión, se escindía en dos, semejándose cada parte a la forma de la que había surgido, y cada una experimentaba los mismos procesos que ella. Toda nueva formación estaba dotada de las mismas cualidades psíquicas que la formación madre. Esto provenía del hecho de que el número de almas descendiendo sobre la Tierra no era limitado; más bien hay que imaginarse un árbol psíquico que, a partir de una raíz común, podía engendrar un número ilimitado de almas individuales. Así como una planta puede brotar sin cesar de innumerables granos, de la misma forma la vida psíquica pudo surgir sin cesar, de los innumerables brotes salidos de la división incesante que tenía lugar. (Sin embargo, desde la separación, el alma sólo existe en un número estrictamente limitado de especies. Volveremos a hablar de ello más adelante. Pero en el seno de cada una de estas especies, el proceso se desarrolló tal como hemos descrito. Cada especie de alma engendraba innumerables brotes). Con la entrada en la materialidad terrestre, el alma había experimentado una transformación importante. Mientras las almas no habían asimilado ellas mismas nada de esta materialidad, ningún proceso físico exterior podía actuar sobre ellas. Todas las impresiones que les llegaban eran de naturaleza puramente psíquica, clarividente.

Así es como las almas participaban en la vida psíquica de su entorno. Todo lo que existía entonces era vivido de esta forma. Los efectos de las piedras, de las plantas y de los animales, que entonces sólo existían como formas astrales (anímicas), fueron sentidos como experiencias interiores del alma. En el momento de la entrada en la Tierra, algo totalmente nuevo aconteció. Los procesos materiales exteriores ejercieron una acción sobre el alma misma, en lo sucesivo revestida de una envoltura material. Al principio sólo fueron los movimientos de este mundo físico exterior, los que provocaron movimientos en el interior del cuerpo etérico. Las vibraciones del aire, las percibimos actualmente en forma de sonidos; en aquella época, estos seres etéricos reaccionaban de la misma forma a las sacudidas de la sustancia etérica circundante. A decir verdad, un ser de este tipo era enteramente un órgano auditivo. Este sentido fue el primero en desarrollarse. Esto prueba con evidencia que el órgano auditivo separado no se formó hasta más tarde. Con la sustancia terrestre densificándose

progresivamente, la entidad psíquica perdió poco a poco la facultad de darle forma. Solo los cuerpos ya formados pudieron todavía engendrar otros semejantes. Apareció un nuevo tipo de procreación. El ser engendrado es un producto considerablemente más pequeño que el ser materno, cuya dimensión sólo alcanza poco a poco. Mientras que antes no existían los órganos de reproducción, ahora aparecen. En lo sucesivo esta formación ya no será simplemente el soporte de un proceso físico-químico; por otra parte, éste no bastaría l'ara poner en marcha la reproducción. En efecto, la materia exterior, densificada, ya no le permite al alma el transmitirle directamente la vida. Por ello, en el interior mismo de esta formación, un sector particular se aisló y se sustrajo a la influencia inmediata de la materia exterior. En adelante sólo está sometido a esta acción el resto del cuerpo, el que no fue aislado. Está en el mismo estado en que se encontraba precedentemente el conjunto del cuerpo. El alma ahora puede continuar actuando en la parte aislada; lo hace en tanto que soporte del principio vital, llamado prana en la literatura teosófica. Así, el antepasado corporal del hombre apareció dotado de dos elementos constitutivos. Uno es el cuerpo físico (envoltura física). Está sometido a leyes químicas y físicas del mundo circundante. El segundo es el conjunto de órganos sometidos al principio vital. Pero por este hecho una parte de la actividad del alma se ha vuelto libre. Ya no tiene ningún poder sobre la envoltura física. Esta parte de la actividad del alma se dirige entonces hacia el interior y transforma en órganos una parte del cuerpo, de manera que una vida interior comienza a manifestarse en él. El cuerpo ya no se contenta reaccionando a las sacudidas del mundo exterior, sino que comienza a sentir en él, las experiencias particulares que de ello resultan. Ahí se encuentra el origen de la sensación. Primero se manifiesta corno una especie de sentido táctil. El ser siente los movimientos los movimientos del mundo exterior, la presión ejercida por las sustancias, etc. Aparecen los rudimentos de una sensibilidad para lo que es cálido o frío. Así se alcanza un escalón importante de la evolución de la humanidad. El cuerpo físico está privado de la influencia directa del alma. Está sometido por completo al reino de la sustancia física y química. El cuerpo se descompone desde que el alma, a partir de las otras partes en que ejerce su actividad, ya no puede dominarlo. Esto engendra lo que se denomina la "muerte". En lo concerniente a los estados anteriores, no podría hablarse de muerte. En la época de la división, la forma madre se perpetúa íntegramente en las formas engendradas. Pues toda la fuerza psíquica transformada actúa en ellas, como antes en la forma madre. En la época de la división, nada de lo que resulta de ella está privado de alma. En adelante esto cambiará. Desde que el alma ya no extiende su dominio sobre el cuerpo físico, éste cae bajo la influencia de las leyes químicas y físicasdel mundo exterior, es decir, que muere. De la actividad del alma sólo queda lo que actúa en la reproducción y en la vida interior ahora desarrollada. En otras palabras: la fuerza de procreación permite engendrar descendientes, los cuales están dotados de un excedente de fuerza creadora de órganos. Es en este excedente en donde el ser psíquico resucita siempre de nuevo. Antes, en la época de la división, el cuerpo entero se llenaba de actividad psíquica: ahora se produce lo mismo con los órganos de reproducción y de sensación. Se está pues en presencia de una reencarnación de la vida del alma, en el seno del organismo nuevamente engendrado. Según la literatura teosófica la descripción de las dos primeras razas-raíz de la Tierra, corresponde a estos dos estadios de la evolución del hombre. La primera se llama la raza polar, la segunda la raza hiperbórea.

Es preciso representarse que la vida de las sensaciones aparecida en estos antepasados del hombre, era aún muy general e imprecisa. Sólo dos clases de sensaciones eran ya entonces autónomas: el oído y el tacto. A consecuencia de la transformación experimentada por el cuerpo y sobrevenida en las condiciones físicas del medio, podría decirse que la forma humana ya no estaba en condiciones de actuar globalmente como u oído". Sólo una parte particular del cuerpo fue capaz de sentir estas vibraciones sutiles. Suministró los materiales a partir de los cuales se formó progresivamente nuestro órgano auditivo. Sin embargo la cualidad de órgano táctil permanecía siempre como patrimonio de todo el cuerpo.

Puede observarse que el conjunto del proceso de la evolución humana que hemos evocado, está encadenado a la transformación del estado calórico de la Tierra. En efecto, es el calor ambiente el que había permitido al ser humano llegar hasta esta fase de su desarrollo. Pero el calor exterior había alcanzado un punto que no habría permitido al organismo humano que continuara progresando. En el interior se manifiesta entonces una reacción contra todo nuevo enfriamiento de la Tierra. El hombre se convierte en el creador de su propia fuente de calor.

Hasta aquí tenía la temperatura del mundo ambiente. En lo sucesivo aparecen en él órganos que le hacen capaz de desarrollar a él mismo la temperatura necesaria para su vida. Hasta ese momento su ser interior había estado surcado de sustancias en circulación, que en esto dependían del entorno. Ahora sabe desarrollar una temperatura que le pertenece en propiedad, destinada a estas sustancias. Los líquidos del cuerpo se convierten en la sangre caliente. Como ser físico; accede a un grado de independencia muy superior al que tenía antes. Toda la vida interior fue intensificada. Antes, las sensaciones aún dependían por completo de las influencias del mundo exterior. La consecución de una temperatura propia dio, por el contrario, al cuerpo una vida física interior autónoma. El alma disponía ahora de un campo de acción en el interior del cuerpo; podía desarrollar en él una vida que ya no fuera simplemente una prolongación del mundo exterior. Por este proceso la vida del alma fue atraída a la esfera de la materia terrestre. Anteriormente las apetencias, deseos y pasiones, así como las alegrías y las penas sólo podían ser engendrados por fuerzas psíquicas. Lo que emanaba de otro ser psíquico despertaba en un alma determinada atracción, repulsión, excitaba las pasiones, etc. Ningún objeto físico exterior habría podido producir un efecto así. Pero ahora se hace posible que los objetos exteriores tengan un significado para el alma. Al estímulo de la vida interior, consecutivo al despertar provocado por el calor autónomo, el alma lo sentía como un bienestar, y la perturbación de esta vida interior, le aportaba un sentimiento de malestar. Un objeto exterior capaz de contribuir al bienestar físico podía ser apetecido, deseado. Lo que la literatura teosófica designa con la palabra "kama" -cuerpo de deseos- estaba ligado al hombre físico. Los objetos accesibles a los sentidos se convirtieron en objetos de apetencia. El hombre, por su cuerpo de deseos, quedaba, en adelante, encadenado a la existencia terrestre. Ahora bien, este hecho coincide con un gran acontecimiento cósmico al que está ligado por un lazo causal. Hasta ese momento no existía ninguna separación física entre el Sol, la Tierra y la Luna. La influencia de los tres sobre el ser humano era la de un solo cuerpo. Luego sobrevino la separación; la materia más sutil, que englobaba todo lo que antes había dado al alma la posibilidad de tener una acción estimulante directa, se desprendió y constituyó el Sol; la parte más rugosa se separó para formar la Luna; la Tierra, gracias a su materia específica, mantuvo el equilibrio entre los dos. Como es lógico, esta división no se hizo de golpe, sino que constituyó un proceso progresivo, que va desde cuando el ser humano avanzaba, del estado en que la reproducción tenía lugar en forma de separación, hasta el estado que hemos descrito últimamente. Puede incluso decirse que es precisamente este proceso cósmico el que provocó este progreso del ser humano.

Primeramente el Sol extrajo de este planeta común su sustancia propia. Por ello, la vida del alma se vio privada de la posibilidad de ejercer una acción directa sobre la materia terrestre. Luego la Luna empezó a desprenderse.

La Tierra entró entonces, en el estado en que aparece la facultad de sensación que hemos comentado antes.

Conjuntamente con esta progresión se desarrolló una nueva facultad sensitiva. Las condiciones térmicas de la Tierra tuvieron por efecto, el dar poco a poco a los cuerpos, contornos precisos, que conducían a una separación entre el mundo transparente y el que no lo es. El Sol, habiéndose desprendido de la masa terrestre, tuvo la misión de conceder la luz. En el interior del cuerpo humano nació el sentido de la vista. En un primer tiempo esta vista no era la que conocemos actualmente. La luz y la oscuridad actuaban sobre el hombre en forma de vagos sentimientos. Por ejemplo, en ciertas circunstancias, sentía la luz como algo agradable, estimulante para su vida física, y la buscaba, se esforzaba por conseguirla.

Sin embargo, la vida del alma propiamente dicha, se desarrollaba siempre todavía en forma de imágenes soñadas. Cuadros coloreados surgían y se desvanecían; no tenían ningún lazo directo con las cosas exteriores. Estos cuadros coloreados, el hombre los atribuía aún a influencias anímicas. En el caso de impulsos psíquicos agradables, veía surgir colores claros, y cuando era alcanzado por impulsos desagradables, veía imágenes oscuras.

Lo que engendró la aparición del calor autónomo lo hemos denominado, en el curso de nuestra exposición "vida interior". Pero se ve bien que no se trata todavía de una vida interior, en el sentido que le será atribuida en el curso de fases ulteriores de la evolución del género humano. Todo procede por etapas, y así igualmente con la génesis de la vida interior. Tal como la hemos caracterizado en el capítulo precedente, esta verdadera vida interior no se manifestó antes de que fuera efectiva la fecundación por el espíritu, o sea cuando el hombre comienza a reflexionar en lo que desde afuera actúa sobre él.

Todo lo que aquí hemos podido decir, muestra bien, cómo el ser humano alcanza poco a poco el estado que hemos caracterizado en el capítulo precedente. En el fondo, ya se está en el corazón de esa época cuando se da la descripción siguiente: Todo lo que el alma había vivido precedentemente en ella misma y atribuido sólo a la influencia psíquica, aprende cada vez más a aplicarlo a la existencia física exterior. Lo mismo sucede con las imágenes coloreadas. Precedentemente, era una impresión psíquica simpática la que suscitaba en el alma colores claros; ahora este mismo efecto proviene de una luz clara proveniente del exterior.

El alma empieza a ver los colores de los objetos que la rodean. Esto está ligado al desarrollo de nuevos órganos visuales. Para sentir imprecisamente la luz y la oscuridad, el cuerpo poseía, en esos tiempos remotos, un ojo que actualmente no existe. (El mito de los cíclopes provistos de un solo ojo recuerda estos estados pasados). Los dos ojos se desarrollaron cuando el alma comenzó a ligar, más íntimamente, a su propia vida interior, las impresiones luminosas procedentes del exterior. Por el mismo hecho se perdió la facultad de percibir lo psíquico en el mundo circundante. El alma se convirtió cada vez más en el espejo del mundo exterior. Este mundo exterior se reproduce en forma de representaciones en el interior del alma. Paralelamente se realizó la separación de los sexos. Por una parte el cuerpo humano sólo fue accesible a la fecundación por otro cuerpo humano; por otra parte se desarrollaron los órganos físicos del alma (sistema nervioso), permitiendo a las impresiones del mundo exterior, reflejarse en el alma. De esta forma es como el hombre fue preparado para recibir en él el espíritu pensante.

1* En 1914 esta obra fue reeditada, pero completada con una "Historia de la Filosofía occidental hasta los tiempos presentes", bajo el título "Los enigmas de la Filosofía".

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