GA011 La Crónica del Akasha 6-LA SEPARACIÓN DE LOS SEXOS

 



CAPITULO VI

LA SEPARACIÓN DE LOS SEXOS



En épocas lejanas, evocadas en los precedentes extractos de la "Crónica del Akasha", la forma de los humanos era muy diferente de la nuestra. Si se retrocede más lejos en la historia de la humanidad, se encuentran condiciones todavía mucho más distintas. En efecto, las formas del hombre y la mujer han nacido con el tiempo, a partir de una forma original antigua en la que el ser humano no era ni hombre ni mujer, sino las dos a la vez. Para hacerse una idea de este pasado tan remoto, es preciso liberarse de las representaciones habituales sacadas de lo que vemos a nuestro alrededor. Los tiempos hacia los que nos lleva nuestra mirada se sitúan poco antes de la mitad de la época que hemos denominado, en los relatos precedentes, época lemurica. Entonces el ser humano se componía de sustancias blandas y maleables. Estas mismas características se aplicaban también a las otras formaciones terrestres. Comparada a su forma ulterior solidificada, la Tierra sólo conocía un estado líquido y fluido.

Encarnando en la materia, el alma humana pudo adaptar esta materia a sus propias necesidades, mucho mejor de lo que lo haría más tarde. La elección por el alma de un cuerpo masculino o femenino dependía de la naturaleza terrestre exterior, que en el estado de su desarrollo de entonces, le imponía lo uno o lo otro. Mientras las sustancias no se habían aún solidificado, el alma podía imponerles sus propias leyes. Imprimía en el cuerpo su voluntad sobre la naturaleza. Pero cuando la materia fue más densa, el alma tuvo que doblegarse ante las leyes que la naturaleza terrestre exterior imprimía a esta materia.

Mientras el alma estaba aún en condiciones de dominar la materia, modelaba su cuerpo sin diferenciarlo en masculino o femenino; le confiaba facultades comunes a ambos. En efecto, el alma es al mismo tiempo masculina y femenina. Contiene las dos naturalezas.

Su elemento masculino está emparentado con 10 que se llama voluntad, y su elemento femenino con lo que se denomina representación. Las fuerzas vivas exteriores de la Tierra son responsables de la formación unilateral del cuerpo.

El del hombre ha tomado una forma que está determinada por el elemento volitivo, mientras que el de la mujer lleva más bien la impronta de la representación. Esto explica que el alma bisexuada masculino-femenina habite un cuerpo unisexuado masculino o femenino. A lo largo de la evolución, el cuerpo había adoptado una forma determinada por las fuerzas terrestres exteriores, de manera que al alma ya no le era posible verter en ese cuerpo toda su fuerza interior. Tuvo que conservar en el interior algo de su propia fuerza, y por ello sólo le pudo transmitir al cuerpo una parte.

Siguiendo la Crónica del Akasha aún puede verse lo siguiente. En una época muy remota encontramos formas humanas blandas y maleables, muy diferentes de lo que serán más tarde. La naturaleza masculina y la naturaleza femenina coexisten aún en armonía. Luego, las sustancias se vuelven más densas y el cuerpo humano presenta dos aspectos distintos, uno que empieza a parecerse a la futura forma masculina, y el otro a la futura forma femenina. Mientras esta distinción no era efectiva, cada ser humano podía engendrar a otro. La fecundación no era un proceso exterior, sino algo que se desarrollaba en el seno mismo del cuerpo humano. Con la separación de los sexos en masculino y femenino, el cuerpo perdió la facultad de auto-fecundación. Para engendrar un nuevo ser humano, debía cooperar con otro cuerpo. La separación de los sexos apareció en el momento en que la Tierra alcanzó un cierto grado de solidificación.

La densidad de la sustancia dificulta parcialmente la fuerza de reproducción. Y la parte de esa fuerza que permanece activa, necesita ser completada desde afuera, por la fuerza opuesta proveniente de otro ser humano.

El alma, por el contrario, tanto en el hombre como en la mujer, debe conservar en ella una parte de su antigua fuerza. No puede utilizarla exteriormente en el mundo físico. Esta parte de fuerza se dirige hacia el interior del ser humano. No puede manifestarse hacia afuera, y por ello es libre para actuar sobre los órganos interiores. Alcanzamos aquí un punto capital del desarrollo de la humanidad. Precedentemente, lo que se denomina espíritu, la facultad de pensar, no había participado en el seno mismo del hombre. En efecto, esta facultad no habría encontrado ningún órgano que le permitiera manifestarse. El alma había entonces dirigido toda su fuerza hacia el exterior para edificar el cuerpo. Al no tener ya ninguna utilidad en el exterior, la fuerza del alma pudo ahora entrar en contacto con la del espíritu; esta unión engendra en el interior del cuerpo los órganos que harán del ser humano un ser pensante. Es así como el ser humano pudo poner al servicio de su propio perfeccionamiento, una parte de la fuerza que utilizaba anteriormente para la procreación. La fuerza de que se sirve la humanidad para formar el cerebro, instrumento de su actividad pensante, es la misma que, en el pasado, servía para la autofecundación. El pensar ha sido adquirido al precio de la unisexualidad. Los seres humanos, pasando de la auto-fecundación a la fecundación ajena, pueden dirigir una parte de su fuerza reproductora hacia el interior y de esa manera convertirse en seres pensantes. Así, el cuerpo masculino y el cuerpo femenino representan exteriormente cada uno, una forma imperfecta del alma, pero por ello se convierten en su interioridad en seres más perfectos.

Este cambio en el ser humano se produjo muy lentamente y muy progresivamente. Al lado de la forma humana bisexuada, aparecieron poco a poco las formas unisexuadas más recientes. Lo que se lleva a cabo en el momento en que el hombre se convierte en un ser espiritual, corresponde nuevamente a una especie de fecundación. Los órganos interiores que pueden ser elaborados por la fuerza excedente del alma, son fecundados por el espíritu. El alma, como tal, tiene una doble naturaleza masculino-femenina.

Igualmente, sobre esta base edificaba antes su cuerpo.

Luego, sólo pudo modelar su cuerpo asociándose a otro cuerpo, al menos en el aspecto exterior de las cosas. El alma adquiere así la facultad de colaborar con el espíritu.

En lo referente a la vida exterior, el hombre conocerá en lo sucesivo una fecundación proveniente del exterior; en cuanto a su vida interior, será fecundado desde dentro por el espíritu. Puede entonces decirse que el cuerpo masculino tiene un alma femenina, y el cuerpo femenino un alma masculina. Este aspecto unilateral de la vida interior en el ser humano, encuentra su equilibrio gracias a la fecundación procedente del espíritu. El carácter exclusivo es así neutralizado. El alma masculina en el cuerpo femenino y el alma femenina en el cuerpo masculino, recuperan ambas el carácter bisexuado, y lo deben a la fecundación por el espíritu. En su forma exterior, hombre y mujer son diferentes; desde el punto de vista interior, el aspecto unilateral de la vida del alma en uno y otro, conforma una armonía perfecta. En el interior, espíritu y alma se confunden en un todo, se convierten en uno. Sobre el alma masculina de la mujer, el espíritu actúa de manera femenina y la vuelve así masculino-femenina; sobre el alma femenina del hombre, el espíritu actúa de manera masculina y la vuelve igualmente masculino- femenina. La bisexualidad que existía en los tiempos pre-lemures se ha retirado del exterior para instalarse en el interior del ser humano, Se constata, pues, que la interioridad superior del ser humano no tiene nada que ver con el hombre y la mujer.

No obstante, esta igualdad interna se explica por el alma masculina de la mujer y el alma femenina del hombre. La unión con el espíritu conduce finalmente al equilibrio.

Sin embargo, la existencia de una diversificación, antes de haberse conseguido este equilibrio, constituye un hecho que pone de relieve el misterio de la naturaleza humana. El conocimiento de este secreto es capital para toda ciencia oculta, pues contiene la llave de importantes enigmas de la vida. Por el momento no está permitido levantar el velo que recubre este misterio.

Así es, pues, cómo el ser humano físico pasó de la bisexualidad a la unisexualidad; cómo llegó la diferenciación entre mujer y hombre. Esto también explica que se haya convertido en el ser espiritual que conocemos.

Sin embargo, no debe creerse que antes de esto no hubieran existido lazos entre entidades inteligentes y la Tierra.

Observando la Crónica del Akasha se constata, es cierto, que durante los primeros tiempos de la Lemuria, el futuro hombre físico era, por su bisexualidad, un ser muy diferente de lo que se entiende actualmente bajo la denominación de ser humano. No sabía ligar las percepciones sensibles y el pensamiento: no pensaba. La vida era por completo impulsiva. Su alma sólo se manifestaba en los instintos, las apetencias, el deseo animal, etc.... La conciencia tenía un carácter de sueño; vivía en un estado crepuscular.

Pero todavía existían otros seres en el seno de esta humanidad. Evidentemente, también eran bisexuados, pues teniendo en cuenta el estado de evolución alcanzado por la Tierra, no era posible engendrar un cuerpo humano únicamente femenino o masculino. Las condiciones exteriores no se prestaban a ello todavía. Sin embargo, existían otros seres, seres que, a pesar de su bisexualidad, podían acceder al conocimiento y a la sabiduría.

Esto se explica por el hecho de que habían seguido, en un pasado más remoto todavía, una evolución de distinto tipo. Sin esperar a que se hubieran desarrollado los órganos interiores del cuerpo físico, sus almas estuvieron capacitadas para ser fecundadas por el espíritu. El alma del ser humano actual, necesita el cerebro físico para reflexionar en las impresiones que los sentidos físicos reciben del exterior. Este es el resultado normal del desarrollo del alma humana. Tuvo que esperar a que existiera un cerebro que pudiera servir de mediador con el espíritu. Sin este rodeo, esta alma habría quedado privada de espíritu. Habría permanecido en el estadio de la conciencia de sueño. Muy diferente era la situación de los seres sobrehumanos de los que hemos hablado. En otras circunstancias más antiguas, su alma había desarrollado órganos psíquicos sin tener necesidad de ningún soporte físico para comunicar con el espíritu. Su conocimiento y su sabiduría eran una adquisición suprasensible.

Es lo que se llama un conocimiento intuitivo. El ser humano actual no alcanzará este tipo de intuiciones hasta más tarde, cuando haya accedido a un grado de su evolución, que le permita contactar el espíritu sin necesitar una mediación sensible. Debe sumergirse en el mundo sensible y hacer este rodeo que se llama la caída del alma humana en la materia, o en términos populares “el pecado original". Habiendo conocido en el pasado una evolución de otro tipo, las naturalezas sobrehumanas no tuvieron que participar en este descenso. Por el hecho de que su alma había alcanzado ya un nivel superior, su conciencia no era crepuscular, sino interiormente clara. Accedían al conocimiento y a la sabiduría mediante la clarividencia; no precisaban ni órganos de los sentidos ni órganos del pensamiento. La sabiduría que había modelado el mundo irradiaba directamente en su alma.

Esto les permitía ser los guías de esta joven humanidad aún en estado de conciencia crepuscular. Eran portadores de una" sabiduría muy antigua", a cuya comprensión la humanidad debía acceder tomando esta vía indirecta.

Su única diferencia con relación a los que se denomina seres humanos; consistía en el hecho de que la sabiduría les llegaba como un don libre procedente de lo alto, a semejanza de los rayos del Sol que se vierten en nosotros.

El ser humano estaba en una situación diferente.

Debía adquirir la sabiduría mediante el trabajo de sus sentidos y de su pensamiento. En un primer tiempo, esta sabiduría no le llegó como un don libre. Debía desearla.

Primero es preciso que el hombre desee esta sabiduría; luego podía apropiársela por medio de sus sentidos y de su órgano del pensar. Un nuevo instinto tuvo, pues, que despertarse en el alma: el deseo, el anhelo de conocimiento.

Esta aspiración, el alma humana no había podido tener la en el curso de las precedentes etapas de su evolución. Sus impulsos sólo se dirigían entonces a engendrar formas exteriores que expresaban el estado crepuscular de la vida interior; el deseo de conocer el mundo exterior y de acceder al saber no se había despertado todavía. Fue necesaria la separación de sexos para que se manifestara la necesidad de conocimiento.

A los seres sobrehumanos la sabiduría se les manifestó a través de la clarividencia, precisamente porque no cultivaban este deseo. Esperaban que esta sabiduría se vertiera en ellos, al igual como nosotros esperamos la luz del Sol que nosotros mismos no podemos hacer aparecer durante la noche, pero que nos ilumina cada mañana. La necesidad de conocimiento proviene del hecho de que el alma elabora órganos internos (cerebro, etc....) que le permiten acceder al saber. En efecto, la fuerza del alma se desvía parcialmente del exterior para obrar en el interior.

Los seres sobrehumanos, por el contrario, no han realizado esta separación de fuerzas del alma; dirigen toda la energía de su alma hacia afuera. Para fecundar por el espíritu el mundo exterior disponen, pues, de la misma fuerza que" el ser humano" dirige hacia el interior, para construir los órganos de conocimiento. La fuerza gracias a la cual el ser humano se vuelve hacia el exterior, para colaborar con el prójimo, e s el amor. Los seres sobrehumanos dirigen todo su amor hacia el exterior a fin de permitir que la sabiduría universal se vierta en su alma. "El ser humano" sólo puede dirigir una parte de sus fuerzas hacia el exterior. Seha convertido en un ser sensible, y su amor también se ha vuelto sensible. Sustrae al mundo exterior una parte de su ser, para consagrarla a la construcción de su mundo interior. Esto corresponde a lo que se denomina egoísmo. Cuando" el ser humano" llegó, en su cuerpo físico, a hombre o a mujer, sólo pudo consagrar a otros una parte de su ser; con la otra parte se aisló de su entorno. Se volvió egoísta. No sólo toda su acción dirigida al exterior se volvió egoísta, sino también su aspiración tendiente a un desarrollo interior. Amaba porque exigía ser satisfecho, y pensaba, porque también en ello buscaba satisfacción, era impulsado por el deseo de saber. Los guías, estos seres sobrehumanos de naturaleza desinteresada y llenos de amor, estaban confrontados al ser humano pueril y egoísta. El alma de esas entidades superiores no habitan en un cuerpo de hombre o de mujer; ella misma es masculinofemenina. Su amor no procede de un deseo. Antes de la separación de sexos, el alma inocente del ser humano amaba de la misma manera; pero como se encontraba todavía en un grado inferior de su evolución -el de conciencia de sueño- no podía conocer. El alma de los seres sobrehumanos ama de la misma forma; sin embargo puede conocer porque ha alcanzado un grado avanzado de su desarrollo. El ser humano debe pasar por el egoísmo para luego, en un nivel superior, reencontrar una actitud desinteresada, pero entonces en plena conciencia lúcida.

La tarea de los seres sobrehumanos, de los grandes guías, consistía en imprimir en el joven ser humano, aquello que los caracterizaba: el amor. Sólo podían hacerla en aquella parte de la fuerza del alma orientada hacia el exterior. Esto engendró el amor físico, que es el corolario de la actividad del alma en un cuerpo masculino o femenino. El amor físico se convierte en la fuerza de la evolución humana sobre la Tierra. Este amor reúne al hombre y a la mujer en tanto que seres físicos, y de este amor depende la progresión de la humanidad terrestre.

Las entidades sobrehumanas sólo tenían el dominio sobre este amor. La otra parte de la actividad del alma humana, la que está dirigida hacia el interior, y que mediante el rodeo de la experiencia sensible debe aportar el conocimiento, escapa de la influencia de estos seres sobrehumanos. Ellos mismos no se habían encarnado nunca hasta desarrollar los órganos interiores correspondientes. Su instinto dirigido hacia el exterior, podían revestirlo de amor, porque este amor dirigido al exterior, formaba parte de su naturaleza profunda. Esto creó un abismo entre ellos y la humanidad nueva. Pudieron conferir el amor al ser humano bajo la forma física, pero eran incapaces de darles el conocimiento, ya que su propio conocimiento no había transitado jamás por los órganos interiores, que son atributo exclusivo del ser humano. No sabían servirse de un lenguaje, que hubiera podido comprender un ser dotado de cerebro.

Los órganos interiores del ser humano, en el nivel de la existencia terrestre situada hacia la mitad de la época Lemur, estuvieron ya maduros para comunicar con el espíritu; en un estadio de evolución mucho más antiguo, habían sido formados ya una vez, muy imperfectamente.

Pues en tiempos muy remotos el alma había transitado por encarnaciones físicas. Había habitado una sustancia densa, no sobre la Tierra sino sobre otros cuerpos celestes.

Las precisiones sobre este tema sólo podrán darse más adelante. Por el momento podemos decir que los seres terrestres vivieron antiguamente sobre un planeta en el que, habida cuenta las condiciones de entonces, se desarrollaron hasta el nivel que tenían cuando llegaron a la Tierra. Se despojaron de las sustancias de este precedente planeta, al igual que se desestima un vestido, y por ello se convirtieron, en este nivel de su evolución, en meros núcleos anímicos dotados de sensibilidad, de sentimiento, etc., capaces de llevar este tipo de vida crepuscular, que les era propio aún en los primeros estadios de su existencia terrestre. Las entidades sobrehumanas de las que hemos hablado, los guías en el dominio del amor, han ya alcanzado, en el planeta precedente, tal grado de perfección que ya no tuvieron que descender para venir a desarrollar los fundamentos conducentes a la formación de órganos interiores. Existían todavía otros seres, no tan avanzados como estos guías del amor, pero que, en el planeta precedente, formaban parte de "los seres humanos", si bien eran sus precursores. Al inicio de la formación terrestre, habían ciertamente avanzado más que el ser humano, pero permanecían igualmente en un estadio en el que, el acto de conocimiento, requiere órganos interiores. Estos seres estaban en una situación particular.

Estaban ya muy avanzados para tener que pasar por un cuerpo físico humano, masculino o femenino, pero no lo suficiente todavía, para poder actuar en total clarividencia como los guías del amor. No eran todavía seres de amor y tampoco podían ser" seres humanos". En tanto que semi-super-hornbres sólo les quedaba la posibilidad de continuar su desarrollo; pero con la ayuda del ser humano. Sabían dirigirse a los seres dotados de un cerebro, en un lenguaje que pudieran entender. Así se estimuló esta fuerza del alma humana, dirigida hacia el interior y que pudo unirse al conocimiento y a la sabiduría.

Sólo entonces la sabiduría propia del ser humano llegó a encarnar sobre la Tierra. Estos "semi-superhombres" pudieron alimentarse de esta sabiduría humana, para acceder a su vez, al perfeccionamiento que aún necesitaban. Se convirtieron, pues, en los estimuladores de la sabiduría humana. Por ello, se les llama portadores de luz (Lucifer).La humanidad tenía, pues, en sus inicios, dos clases de guías: los Seres de Amor y los Seres de Sabiduría. Cuando tomó su forma actual la Tierra, la naturaleza humana se encontró situada entre el amor y la sabiduría. Por los Seres de Amor fue estimulada en su desarrollo físico; por los Seres de Sabiduría en el perfeccionamiento de su ser íntimo. Por su desarrollo físico la humanidad progresa de generación en generación, forma nuevos pueblos y nuevas razas; por su desarrollo interior, los individuos avanzan hacia una vida interior cada vez más perfecta, se vuelven sabios, juiciosos, artistas, técnicos, etc. La humanidad física progresa de raza en raza, cada una transmitiendo a las siguientes, gracias al desarrollo físico, sus cualidades perceptibles por los sentidos. Aquí sólo cuenta la ley de la herencia. Los niños llevan en ellos las características físicas de sus padres.

Aparte de esto, existe un perfeccionamiento de naturaleza espiritual y psíquica, que sólo puede tener lugar con la evolución del alma misma. Con esto, hemos llegado a la ley del desarrollo del alma, en el seno de la existencia terrestre. Este desarrollo está ligado a la ley y al misterio del nacimiento y de la muerte.


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