GA013 Algunas particularidades de la Ciencia espiritual

 

LA CIENCIA OCULTA

Por Rudolf Steiner 

Índice

capítulo VII

Algunas particularidades de la Ciencia Espiritual

El cuerpo etérico humano:

Cuando los elementos constitutivos superiores del hombre son observados por medio de la percepción suprasensible, esta percepción nunca es del todo similar a la de los sentidos externos.
Cuando el hombre toca un objeto y recibe de él una sensación de calor, es necesario distinguir entre lo que viene del objeto, que de cierta manera fluye de él, y lo que la persona experimenta en el alma.
La experiencia anímica interior de la sensación de calor es muy diferente del calor que fluye del objeto.
Imaginemos esta experiencia del alma por sí misma, sin el objeto externo; representemos la experiencia de una sensación de calor en el alma, que no es causada por ningún objeto físico externo.
Si tal sensación no tuviera causa, sería pura imaginación.
El discípulo de la ciencia espiritual experimenta percepciones internas de tal naturaleza que no están determinadas por una causa física; pero se manifiestan, en un determinada etapa de la evolución, de tal manera que el discípulo puede saber (se ha demostrado que puede saberlo por la experiencia misma), que su percepción interna no es una cosa imaginaria, sino que es producida por una entidad anímico-espiritual de un mundo exterior suprasensible, de la misma manera que una sensación ordinaria de calor es producida en el mundo físico por un
objeto exterior físico-sensible.

Lo mismo puede decirse de la percepción del color en el mundo suprasensible.
Hay que distinguir aquí entre el color asociado al objeto exterior y la sensación interior de color en el alma.
Háganse ustedes la representación de la sensación interna del alma cuando percibe un objeto rojo del mundo exterior físicamente sensible; imagínense que mantienen un recuerdo vívido de esa impresión aunque aparten la vista del objeto mismo.
Lo que queda como memoria de color, represéntenlo como una experiencia interna, y entonces podrán distinguir entre lo que es la experiencia interna de color y el color externo.
Estas experiencias internas difieren completamente en su contenido de las impresiones externas de los sentidos; éstas llevan, más bien la impronta de lo que se siente como dolor y alegría, más que la de las percepciones normales de los sentidos.
Representemos entonces el surgimiento en el alma de una experiencia interior de este tipo, que no es provocada por ningún objeto externo físico-sensible.
Quien está dotado de conocimientos suprasensibles puede tener una experiencia de este tipo y puede saber también, en el caso especial, que no se trata de imaginación, sino de la expresión de una entidad anímico-espiritual.
Si esta entidad anímico-espiritual causa una impresión igual a la producida por un objeto rojo en el mundo físico sensible, se le puede llamar rojo.
Pero cuando se trata de un objeto físicamente sensible, la impresión exterior aparecerá primero, y después la experiencia interior del color; en la verdadera clarividencia del hombre de nuestra época debe ocurrir lo contrario: la incierta experiencia interior se produce primero, como un simple recuerdo del color, y luego poco a poco la impresión de la imagen se hace más viva.
Cuanto menos tengamos en cuenta que el proceso debe tener lugar de esta manera, menos podremos distinguir entre las percepciones espirituales verdaderas y las percepciones ficticias (ilusiones, alucinaciones y similares).
De la mayor o menor evolución clarividente depende la mayor o menor vivacidad de la imagen producida por tal percepción anímico-espiritual, que puede permanecer completamente incierta, como una representación oscura, o puede ejercer una acción intensa, como un objeto externo.
La impresión general que el vidente recibe del cuerpo humano etérico puede describirse diciendo: "Si la fuerza de voluntad se desarrolla hasta el punto de permitir al vidente, cuando un ser humano está de pie ante él, desviar su atención de lo que ve su ojo físico, es capaz de percibir con su conciencia suprasensible el espacio ocupado por el cuerpo físico de ese hombre.
Se necesita, por supuesto, una fuerte intensificación de la voluntad de desviar la atención no sólo de algo en lo que se piensa, sino de algo que está delante de nosotros, de modo que la impresión física se extinga completamente.
Pero esta intensificación es posible y se logra mediante los ejercicios que conducen al conocimiento suprasensible.
El clarividente puede entonces, en primer lugar, recibir la impresión general del cuerpo etérico; en su alma surge la misma sensación interior que se despierta al ver el color de la flor de melocotón, y esta impresión se vuelve tan vívida que puede decirse a sí mismo: "El cuerpo etérico tiene el color de la flor de melocotón".
El clarividente también percibe entonces los órganos y corrientes individuales del cuerpo etérico.
La descripción del cuerpo etérico puede continuar, citando las experiencias del alma que corresponden a sentimientos de calor, impresiones de sonido, etc., porque ese cuerpo no es sólo un fenómeno luminoso.
De la misma manera puede describirse el cuerpo astral y los demás elementos constitutivos de la entidad humana.
Quienes tengan en cuenta estas consideraciones comprenderán cómo deben entenderse las descripciones dadas en el sentido de la Ciencia del Espiritismo (véase el capítulo II de este libro).

El mundo astral:

Mientras sólo se observa el mundo físico, la Tierra, como morada del hombre, se presenta como un cuerpo cósmico separado; pero cuando el conocimiento suprasensible se eleva a otros mundos, esta separación es menor; por lo tanto, hemos podido decir que la imaginación percibe la Tierra y al mismo tiempo el estado lunar que ha evolucionado hasta la época actual.
Bien es verdad que el mundo al que se llega de esta manera, no sólo pertenece a la parte suprasensible de la Tierra, sino también a otros cuerpos cósmicos, que están físicamente separados de la Tierra.
Por lo tanto, quien ha alcanzado el conocimiento de los mundos suprasensibles no sólo observa las regiones suprasensibles de la Tierra, sino que al principio también ve la parte suprasensible de otros cuerpos cósmicos (que se trate de la observación de la parte suprasensible de otros cuerpos cósmicos es un hecho que deben tener en cuenta quienes preguntan: "¿Por qué el clarividente no nos revela lo que está sucediendo en Marte?)
Esta es la razón por la que también ha sido posible describir en este libro ciertas relaciones entre la evolución de la Tierra y la evolución que tuvo lugar simultáneamente en Saturno, Júpiter, Marte, etc.
Cuando el cuerpo astral se retira del hombre durante el sueño, no sólo pertenece a las condiciones terrenales, sino también a mundos, de los cuales otras regiones (mundos estelares) del universo también forman parte.
En efecto, esos mundos ejercen una influencia sobre el cuerpo astral del hombre incluso durante su estado de vigilia; este hecho justifica la denominación de "cuerpo astral".

La vida después de la muerte:

En el curso de este libro hemos hablado del tiempo después de la muerte del hombre, durante el cual el cuerpo astral permanece unido al cuerpo etérico.
En este período queda un recuerdo de la vida interior recién transcurrida, un recuerdo que se va desvaneciendo poco a poco (véase el capítulo III.
La duración de este tiempo varía, según las diferentes personas; depende del grado de fuerza con que el cuerpo astral retiene el cuerpo etérico, del poder que ejerce sobre él.
El conocimiento suprasensible puede recibir una impresión de esta fuerza si observa a una persona que, en efecto, por el grado de su cansancio, debe dormir, pero que, sin embargo, se mantiene despierta en virtud de la fuerza interior.
Se puede observar entonces que el tiempo durante el cual se pueden mantener despiertas las distintas personas, es decir, sin que se dejan vencer por el sueño, varía según cada una de ellas.
Pues bien, según el tiempo que una persona permanezca despierta, en caso de necesidad, después de la muerte, un lapso de tiempo equivalente, permanece en él el recuerdo de su vida pasada, es decir, el tiempo que mantiene la conexión con el cuerpo etérico.
Cuando el cuerpo etérico, después de la muerte, se ha desprendido (ver capítulo III), queda algo de él, para toda la evolución futura del hombre, que podría llamarse un extracto, una esencia del mismo. Esta esencia contiene los frutos de la vida pasada, y es el vehículo de todo lo que, durante la evolución espiritual del hombre, entre la muerte y un nuevo nacimiento, se desarrolla como un germen para la vida siguiente (ver capítulo III).
* * *
El tiempo que transcurre entre la muerte y un nuevo nacimiento (véase el capítulo III) está determinado por el hecho de que el yo, por regla general, sólo vuelve al mundo físico-sensible cuando éste se ha transformado entretanto para poder encontrar allí nuevas experiencias.
Mientras el yo está en las regiones espirituales, su morada terrenal cambia, pero este cambio está en correspondencia con las grandes transformaciones del universo, por ejemplo, con el cambio de la posición relativa de la Tierra con el sol, etc.
Todas estas son modificaciones en las que se producen ciertas repeticiones del pasado en nuevas condiciones; se expresan, por ejemplo, en el hecho de que el punto de la bóveda celeste, donde sale el Sol a principios de la primavera, describe, a lo largo de unos 26.000 años, un círculo completo.
Por lo tanto, ese punto inicial de la primavera se mueve en ese número de años de una región del cielo a otra.
Durante la duodécima parte de ese tiempo, en unos 2.100 años, las condiciones de la Tierra han cambiado lo suficiente como para que el alma humana experimente algo nuevo allí.
Pero como las experiencias del hombre son diferentes, dependiendo de si se encarna como mujer o como hombre, generalmente se producen dos encarnaciones durante ese tiempo, una masculina y otra femenina.
Estos eventos también dependen, sin embargo, de la naturaleza de las fuerzas que el hombre lleva consigo desde la existencia terrenal en la muerte.
Todas las indicaciones de este tipo que se dan aquí deben entenderse como esencialmente correctas, aunque en casos individuales puedan transformarse de las más diversas maneras.
De hecho, sólo en cierto sentido la duración de la estancia del yo humano en el mundo espiritual depende de las condiciones antes mencionadas.
En otro aspecto, la duración de esa estadía depende de los estados evolutivos por los que el hombre atraviesa en ese momento.
Estos estados llevan al Ego, después de cierto tiempo, a una disposición espiritual, de modo que ya no encuentra la satisfacción en su experiencia íntima del espíritu, y así nace el deseo de esa transformación de la conciencia que encuentra su realización reflejándose a través de la experiencia física.
De esta íntima sed de encarnación y de la posibilidad, ofrecida por el cosmos, de encontrar un cuerpo adecuado, depende la entrada del hombre en la vida terrestre.
Como estos dos factores deben combinarse, la encarnación puede tener lugar a veces, aunque la "sed" no haya alcanzado su punto máximo, porque se presenta la posibilidad de una encarnación más o menos adecuada; a veces, aunque la "sed" haya sobrepasado su intensidad normal, porque en el momento oportuno no había todavía ninguna posibilidad de encarnación.
El sentimiento general de vida que el hombre experimenta como resultado de la conformación de su naturaleza corpórea está relacionado con estas condiciones variables.

El curso de la vida humana:

La vida humana, tal como se manifiesta a través de la sucesión de los diversos estados entre el nacimiento y la muerte, sólo se puede comprender plenamente cuando se tiene en cuenta no sólo el cuerpo físico-sensible, sino también las transformaciones que tienen lugar en los órganos suprasensibles de la naturaleza humana.
Estas transformaciones se pueden considerar de la siguiente manera: el nacimiento físico se manifiesta como la separación del hombre de la envoltura física materna.
Las fuerzas que el embrión humano tenía en común con el cuerpo materno antes de nacer, siguen existiendo en él después del nacimiento, pero sólo como fuerzas independientes.
Pero la percepción clarividente verifica, que durante el curso de la existencia hay eventos suprasensibles, que se asemejan a los eventos sensibles del nacimiento físico.
El ser humano, hasta la segunda dentición (alrededor del 6º o 7º año), tiene el cuerpo etérico rodeado por una envoltura etérica; ésta se desprende entonces, y se produce el "nacimiento" del cuerpo etérico.
El ser humano, sin embargo, sigue envuelto en una envoltura astral, que a su vez se desprende entre los 12 y 16 años (en la pubertad).
Este es precisamente el nacimiento del "cuerpo astral", y más tarde aún nace el verdadero "yo" (las útiles consideraciones que se pueden deducir de estos hechos, por lo que se refiere a la educación del niño, se exponen en mi breve escrito: La educación del niño desde el punto de vista de la ciencia del espíritu, en el que también encontramos más luz sobre las cosas que acabamos de mencionar aquí).
Después del nacimiento del Yo, el ser humano vive bajo la disposición de adaptarse a las condiciones del mundo y de la vida, y de llevar a cabo su acción en ellas, en lo que respecta a las capacidades de los elementos que actúan a través del Yo, es decir, el alma sensible, el alma racional y el alma consciente.
Luego llega un tiempo en que el cuerpo etérico hace su camino inverso, en el que cruza el proceso de desarrollo a partir del séptimo año en adelante en la dirección opuesta.
Mientras que antes el cuerpo astral había evolucionado de tal manera que primero desarrollaba lo que tenía en sí mismo como disposición desde el nacimiento, y más tarde, después del nacimiento del Yo, se enriqueció con las experiencias del mundo exterior, a partir de cierto momento comenzó a nutrirse espiritualmente de su propio cuerpo etérico; es decir, consume el cuerpo etérico.
En el curso posterior de la vida, el cuerpo etérico también comienza a alimentarse del cuerpo físico; de ahi proviene el decaimiento del cuerpo físico en la vejez.
Por lo tanto, el curso de la vida humana se divide en tres períodos: un primero, en el que se desarrollan el cuerpo físico y el cuerpo etérico, un segundo, en el que evolucionan el cuerpo astral y el yo, y finalmente un tercero, en el que el cuerpo etérico y el cuerpo físico entran en cierto modo en declive.
Pues bien, el cuerpo astral participa en todos los procesos que tienen lugar entre el nacimiento y la muerte; sin embargo, debido al hecho de que en realidad nace espiritualmente sólo entre los años 12 y 16 y que en el último período de vida se ve obligado a alimentarse de las fuerzas del cuerpo etérico y del cuerpo físico, el desarrollo que puede lograr a través de sus propias fuerzas es mucho más lento de lo que sería si no estuviera dentro de un cuerpo etérico y un cuerpo físico.
Después de la muerte, cuando el cuerpo físico y el cuerpo etérico han dejado de existir, la evolución, durante el período de purificación (véase el capítulo III), tiene lugar, por lo tanto, de tal manera que representa un tercio del tiempo entre el nacimiento y la muerte.

Las regiones superiores del mundo espiritual:

Por medio de la imaginación, la inspiración y la intuición, el conocimiento suprasensible se eleva gradualmente a aquellas regiones del mundo espiritual en las que las entidades que participan en la evolución del mundo y de la humanidad se hacen accesibles a el, de modo que también le es posible seguir la evolución del hombre entre la muerte y un nuevo nacimiento a efectos de poder comprenderlo.
Pero hay esferas de existencia aún más altas, de las que sólo podemos dar una breve mención aquí.
Cuando el conocimiento suprasensible se ha elevado a la intuición, vive en un mundo de entidades espirituales, que también están en proceso de evolución.
Lo que concierne a la humanidad hoy en día se extiende, en cierto modo, al mundo de la intuición.
En verdad, el hombre, en el curso de su evolución entre la muerte y el nuevo nacimiento, también recibe influencias de mundos aún más elevados, pero no las recibe directamente, sino más bien a través de entidades espirituales.
Si se observan estas entidades, se pueden encontrar las causas de todo lo que le sucede al hombre.
Pero las condiciones especiales de estos seres, que ellos mismos necesitan para guiar la evolución humana, sólo pueden ser observadas por el conocimiento que trasciende la intuición.
Esto nos muestra la existencia de mundos, de los cuales podemos representar la naturaleza como tal, que en ellos las condiciones espirituales más altas de la Tierra están entre las más bajas.
Las determinaciones de la razón, por ejemplo, son las más altas en el campo terrestre, mientras que las actividades del reino mineral son las más bajas.
Ahora, en esas regiones espirituales superiores, las determinaciones de la razón deben ser clasificadas como una parodia de las actividades minerales en la Tierra.
Más allá del campo de la intuición, está esa región en la que se teje el plano cósmico de las causas primordiales espirituales.

Los elementos constitutivos del ser humano:

Cuando se ha dicho (véase el capítulo II) que el Yo elabora los elementos constitutivos del ser humano, el cuerpo físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral, y los transforma respectivamente en orden inverso, en el Yo Espiritual, en el Espíritu Vital y en el Hombre-Espíritu, se refiere al trabajo realizado por el Yo sobre la entidad humana por medio de aquellas capacidades superiores, cuya evolución sólo se inició en el curso de las condiciones terrestres.
Esta transformación, sin embargo, fue precedida por otra, que tuvo lugar en un escalón inferior, en virtud de la cual se constituyeron el alma sensible, el alma racional y el alma consciente.
Porque, mientras que el alma sensible se está formando durante el curso de la evolución humana, se producen modificaciones en el cuerpo astral; la formación del alma racional se expresa en cambios en el cuerpo etérico, y la del alma consciente en modificaciones del cuerpo físico.
Se dan más detalles a este respecto en este libro, en la descripción de la evolución terrestre.
En cierto sentido se puede decir que el alma sensible ya se sustenta en un cuerpo astral transformado, el alma racional en un cuerpo etérico transformado y el alma consciente en un cuerpo físico transformado.
Sin embargo, también se puede decir que estos tres elementos del alma son partes del cuerpo astral; de hecho, la existencia del alma consciente, por ejemplo, sólo es posible porque es una entidad astral en un cuerpo físico adecuado para ella, y vive una vida astral en un cuerpo físico elaborado para servirle de morada.

El estado de sueño:

El estado de sueño ha sido descrito desde cierto punto de vista en el tercer capítulo de este libro; debe ser considerado, por una parte, como un remanente de aquella antigua conciencia de imágenes, propia de los hombres durante el período lunar y que duró mucho tiempo incluso durante la evolución de la Tierra.
La evolución se produce de manera que las condiciones anteriores afectan a las posteriores, y por lo tanto durante el sueño casi un remanente de lo que una vez fue su estado normal se manifiesta en el hombre.
Este estado es, por otra parte, también diferente de la antigua conciencia de imágenes, porque el Yo, después de su desarrollo, también participa en los procesos que tienen lugar en el cuerpo astral durante el sueño, de modo que a raíz de su presencia, una conciencia de imagen transformada aparece en el sueño.
Sin embargo, como el yo no ejerce conscientemente su actividad en el cuerpo astral durante el sueño, por tal motivo todo lo que pertenece a la esfera de la vida onírica no debe considerarse como una experiencia que pueda conducir verdaderamente, en el sentido de la ciencia del espíritu, al conocimiento de los mundos suprasensibles.
Lo mismo se dice de lo que comúnmente se llama visión, presentimiento o visión doble (deutoroscopia).
Estos estados surgen cuando se elimina "el Yo" y los restos de los antiguos estados de conciencia pueden reaparecer en el hombre.
La ciencia del espíritu no puede emplearlos directamente; lo que se observa con ellos no puede considerarse realmente como resultado de esa ciencia.

A propósito de la adquisición del conocimiento suprasensible:

El camino descrito en este libro para lograr el conocimiento de los mundos suprasensibles también puede ser llamado "camino del conocimiento directo".
Sin embargo, sería un error creer que lo primero no tiene nada que ver con el desarrollo del sentimiento, este mas bien, conduce a la mayor profundización posible de la vida del sentimiento.
En cambio, la "forma de sentir" se dirige directamente a sentir solo, y desde este punto de partida busca ascender al conocimiento.
Este camino se basa en la premisa de que un sentimiento, cuando el alma lo abandona por un cierto tiempo completamente, se transforma en conocimiento, en una visión de imágenes.
Si, por ejemplo, el alma se llena completamente durante determinados tiempos y meses, o incluso más tiempo, con el sentimiento de humildad, el contenido de la misma se transforma en visión.
Por lo tanto, con el ejercicio paulatino de estos sentimientos se puede encontrar también un camino hacia las regiones de mayor sensibilidad; pero no es fácil para la gente de hoy, en las condiciones ordinarias de la vida, vencer tal camino, para el cual la soledad y el alejamiento del mundo son casi indispensables, porque las impresiones de la vida cotidiana perturban, especialmente al principio del desarrollo, lo que el alma ha adquirido por la concentración en ciertos sentimientos.
Por otro lado, el camino del conocimiento, descrito en este libro, puede ser seguido en cualquier condición de la vida actual.

Observación de seres y eventos especiales del mundo espiritual:

Cabe preguntarse si la concentración interna y los demás medios descritos para la adquisición de conocimientos suprasensibles sólo permiten una observación general del hombre entre la muerte y un nuevo nacimiento, así como de otros procesos espirituales, o si también dan la posibilidad de observar procesos y seres individuales y determinados, por ejemplo, un determinado hombre después de su muerte.
Esta pregunta puede ser respondida: Quien adquiera la habilidad de observar el mundo espiritual por los medios descritos aquí, también podrá ver sus detalles; podrá relacionarse con las personas que viven en el mundo espiritual entre la muerte y un nuevo nacimiento.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que en lo que se refiere a la Ciencia del Espíritu, esto no debe ocurrir sino después de que el discípulo haya practicado la disciplina adecuada para el conocimiento suprasensible, porque sólo entonces podrá distinguir lo verdadero de lo falso en lo que se refiere a los acontecimientos especiales y a las circunstancias especiales.
Quien quiera observar casos especiales sin la preparación adecuada será víctima de muchos errores.
La enseñanza, que conduce en los mundos superiores a la observación de lo que se describe en este libro, también permite examinar la vida de un hombre individual después de la muerte, y también observar y comprender individualmente a todos los seres anímico- espirituales, que desde los mundos ocultos ejercen su acción en los manifiestos.
Pero la seguridad en la observación de los detalles sólo es posible sobre la base del conocimiento de los grandes y universales acontecimientos del mundo espiritual, acontecimientos que conciernen al cosmos, a la humanidad y a cada hombre individual.
Quien busca detalles, sin buscar el conocimiento general, se expone al error.
Una de las experiencias necesarias que se refieren a la observación del mundo espiritual es precisamente la de que el acceso a las esferas de la existencia sobrenatural, que es lo que más se desea conocer, sólo se concede después de haberse esforzado por conocer por vías difíciles y serias y dirigido únicamente a los problemas generales del conocimiento, todo lo que tiende a aclarar el sentido de la vida.
Si se han seguido estos caminos, siguiendo un impulso puro, no egoísta, de conocimiento, entonces se está maduro para observar los detalles, cuya contemplación, hecha antes de ese momento, no sería más que la satisfacción de un impulso egoísta, aunque el observador se engañe a sí mismo para aspirar a la visión del mundo espiritual sólo por amor (por ejemplo, para una persona fallecida).
La visión de lo particular sólo la abre quien, por un serio interés en las generalidades de la Ciencia del Espíritu, ha adquirido previamente la posibilidad de aceptar incluso lo particular sin ningún deseo egoísta, como una verdad científica objetiva.

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919