GA055-2 Berlín, 25 de octubre de 1906 -La sangre un fluido muy especial

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GA055 Rudolf Steiner




EL SIGNIFICADO OCULTO DE LA SANGRE
2ª Conferencia
Berlín, 25 de octubre de 1906


El título de la conferencia de hoy sin duda le recuerda un pasaje del Fausto de Goethe, cuando Fausto, que representa al hombre que se esfuerza, establece un pacto con los poderes del mal, representados por el emisario del infierno, Mefistófeles. Fausto debe firmar el pacto con sangre. Al principio lo considera una broma, pero sin duda Goethe quería que las palabras pronunciadas por Mefistófeles en ese momento se tomaran en serio: "La sangre es un fluido muy especial".

Goethe [ Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) fue un poeta, novelista y dramaturgo alemán. ] los comentaristas suelen ofrecer curiosas interpretaciones de este pasaje. Sabrán que se ha escrito tanto sobre el Fausto de Goethe que se pueden llenar bibliotecas. Naturalmente, no puedo entrar en lo que cada comentarista ha dicho sobre este pasaje en particular, pero todo se reduce más o menos a lo que dice un comentarista reciente, el profesor Jacob Minor. Jacob Minor (1855-1912) fue profesor de filología. ] Como otros, considera que la observación de Mefistófeles es irónica, pero Minor añade una frase curiosa. La cito para ilustrar las cosas sorprendentes que se dicen sobre el Fausto de Goethe. Minor afirma: "El diablo es un enemigo de la sangre". Prosigue señalando que como la sangre vigoriza y sostiene la vida humana, el diablo, al ser enemigo del género humano, debe ser necesariamente también enemigo de la sangre. Minor tiene mucha razón cuando demuestra además que en las sagas y leyendas la sangre siempre juega el tipo de papel que desempeña en el Fausto de Goethe. La versión más antigua de la leyenda de Fausto describe claramente cómo Fausto se hace un ligero corte en la mano izquierda con una navaja, moja una pluma en la sangre para firmar el acuerdo y, al hacerlo, la sangre, que fluye de la herida, forma las palabras: "¡Oh, hombre, escapa!"
Todo esto es muy correcto, pero ¿qué hay de la observación de que el diablo es enemigo de la sangre y por eso exige la firma escrita con sangre? ¿Puede imaginarse a alguien que desee poseer aquello que aborrece? La única interpretación razonable del pasaje es que Goethe, al igual que los escritores anteriores de las leyendas de Fausto, desea mostrar que el diablo considera la sangre como algo especialmente valioso, y que para él es importante que la escritura esté firmada con sangre y no con tinta neutra. Hay que suponer que el representante de los poderes del mal cree, o más bien está convencido, de que obtendrá un poder especial sobre Fausto al poseer al menos una gota de su sangre. Es bastante obvio que Fausto debe firmar con sangre, no porque el diablo sea su enemigo, sino porque quiere tener poder sobre él. La razón de este pasaje es una extraña premonición de que si alguien obtiene poder sobre la sangre de un individuo, se obtiene poder sobre la persona. En resumen, la sensación es que la sangre es un fluido muy especial y es el verdadero problema en la lucha por el alma de un individuo entre el bien y el mal.

Debe producirse un cambio radical en nuestra comprensión y evaluación modernas de las sagas y los mitos transmitidos desde la antigüedad. No podemos seguir considerando las leyendas, las fábulas y los mitos como folclore infantil ni declararlas pretenciosamente como expresiones poéticas del alma de una nación. El alma poética de una nación no es más que una fantasía producto de la oficialidad donjuanesca. Cualquiera que tenga una verdadera visión del alma de un pueblo sabe con certeza que el contenido de las fábulas y los mitos, que describen seres poderosos y sucesos maravillosos, es algo mucho más profundo que una mera invención. Cuando con el conocimiento que nos proporciona la investigación espiritual nos adentramos en las sagas y los mitos, dejando que las poderosas imágenes primordiales actúen sobre nosotros, empezamos a reconocer la profunda sabiduría antigua que revelan.
Naturalmente, cabe preguntarse cómo fue posible que el hombre primitivo, con sus puntos de vista tan poco sofisticados, representara en forma de fábulas y mitos, enigmas cósmicos que son desvelados y descritos en términos exactos por medio de la investigación espiritual moderna. De entrada, esto parece muy sorprendente. Sin embargo, a medida que la investigación posterior revela cómo llegaron a existir estas antiguas fábulas y mitos, uno deja de asombrarse y toda duda se desvanece. Se descubre que los mitos y las fábulas, lejos de contener puntos de vista ingenuos, están llenos de sabiduría primordial. Un estudio minucioso de los mitos y las fábulas proporciona una visión infinitamente mayor que las ciencias intelectuales y experimentales actuales. Es cierto que el enfoque de tal estudio debe ser con métodos científicos espirituales. Lo que las leyendas tienen que decir sobre la sangre es importante, porque en tiempos anteriores la sabiduría inherente del individuo le hacía consciente del verdadero significado de la sangre, este fluido especial que en los seres humanos es una corriente de vida que fluye.

El origen de esta sabiduría en la antigüedad no será tratado hoy; será el tema de una conferencia posterior, aunque al final de ésta se dará una indicación. Hoy examinaremos el significado de la sangre en la evolución humana y su papel en la vida cultural. Sin embargo, nuestra discusión no será desde un punto de vista fisiológico, o de cualquier otra ciencia natural, sino desde el de la ciencia espiritual. Será una ayuda si antes de proseguir con nuestro tema recordamos una máxima que se originó en la civilización del antiguo Egipto, donde dominaba la sabiduría sacerdotal de Hermes. Esta máxima, que expresa una verdad fundamental, se conoce como la máxima hermética y dice lo siguiente Como es arriba, es abajo.
Se pueden encontrar todo tipo de explicaciones triviales de este dicho, pero la que hoy nos ocupa es la siguiente. Es evidente para la ciencia espiritual que el mundo accesible a nuestros cinco sentidos, lejos de ser completo en sí mismo, es una manifestación de un mundo espiritual oculto tras él. Este mundo oculto se llama, según el axioma hermético, el "mundo de arriba, o el mundo superior". El mundo de los sentidos que se extiende a nuestro alrededor, perceptible para nuestros sentidos y accesible a nuestro intelecto, se llama "mundo de abajo", y es la expresión del mundo espiritual de arriba. Para el investigador espiritual, el mundo físico no está completo, sino que es una especie de expresión fisonómica del mundo anímico y espiritual que hay detrás, del mismo modo que al mirar un rostro humano uno no se detiene en su forma y sus rasgos, sino que los reconoce como una expresión del alma y del espíritu que hay detrás.

Lo que todo el mundo hace instintivamente ante un ser dotado de alma, el investigador espiritual lo hace con respecto al mundo entero. El axioma, Como es arriba, es abajo, cuando se aplica a un ser humano, significa que los impulsos del alma de una persona se expresan en el rostro. Un rostro duro y tosco denota la tosquedad del alma, una sonrisa la alegría interior y las lágrimas el sufrimiento interior.
Apliquemos ahora el axioma hermético a la pregunta: ¿Qué es la sabiduría? La ciencia espiritual ha señalado a menudo que la sabiduría humana está relacionada con la experiencia, especialmente con la experiencia del dolor. Para alguien que se encuentra en medio del dolor y el sufrimiento, la experiencia inmediata será sin duda la discordia interior. Pero cuando el dolor y el sufrimiento han sido vencidos, cuando sólo quedan sus frutos, la persona dirá que de la experiencia se obtiene una medida de sabiduría. La felicidad, el goce y la satisfacción que la vida aporta se aceptan con gratitud; pero más valiosos, con mucho, una vez superados, son el dolor y el sufrimiento, pues a ellos se debe la sabiduría que se posee. La ciencia espiritual reconoce en la sabiduría algo así como el dolor cristalizado; el dolor transformado en su contrario.

Es interesante que la investigación moderna, con su enfoque más materialista, haya llegado a la misma conclusión. Recientemente se ha publicado un libro que merece la pena leer sobre el mimetismo del pensamiento. El autor no es un antropósofo, sino un científico natural y psicólogo. Se propone demostrar que la vida del pensamiento de una persona se revela en la fisonomía, y llama la atención sobre el hecho de que la expresión facial de un pensador siempre sugiere un dolor asimilado.
De ese modo, vereis surgir, entremezclada con puntos de vista más materialistas, una confirmación de una antigua máxima que se originó en el conocimiento espiritual. Esto sucederá cada vez con más frecuencia; encontraréis que la antigua sabiduría reaparece gradualmente en el marco de la ciencia moderna.

La investigación espiritual confirma que todo lo que nos rodea en el mundo: la configuración de los minerales, la cubierta vegetal, el mundo de los animales, son la expresión fisonómica de la vida del espíritu que hay detrás. Es el "abajo" reflejando el "arriba". La ciencia espiritual sostiene que lo que nos rodea sólo puede ser comprendido adecuadamente cuando se tiene conocimiento de lo "de arriba", es decir, conocimiento de los prototipos, los seres primordiales de los que todo se originó. Hoy vamos a dirigir nuestra atención a aquello que crea en la tierra su expresión fisonómica en la sangre. Una vez que se comprenda el trasfondo espiritual de la sangre, se reconocerá que ese conocimiento debe influir necesariamente en nuestra vida espiritual y cultural.

Los problemas a los que se enfrenta el ser humano hoy en día son trascendentales y acuciantes, especialmente los problemas educativos que afectan no sólo a los jóvenes, sino a poblaciones enteras. Estos problemas particulares no dejarán de aumentar con el paso del tiempo. Las grandes convulsiones sociales que se están produciendo lo hacen evidente para cualquiera. Las demandas que causan ansiedad se plantean continuamente, ya sea bajo la forma de la cuestión de la mujer, la cuestión del trabajo o la cuestión de la paz. Todos estos son problemas que se vuelven comprensibles una vez que se adquiere una visión de la naturaleza espiritual de la sangre.
Otra cuestión, de naturaleza similar, que vuelve a salir a la palestra, es la de la raza. El problema racial no puede entenderse si no se comprende el misterioso efecto que se produce cuando se mezcla sangre de diferentes razas. Y por último, está el problema de la colonización que también pertenece a esta categoría. Este problema se ha vuelto aún más acuciante desde que se le ha intentado abordar de forma más consecuente que antes. Se plantea cuando las personas cultas tienen que compartir su vida con personas no cultas. Cuando se intenta abordar el problema hay que plantearse ciertas preguntas: ¿Hasta qué punto es posible que un pueblo primitivo asimile una cultura extraña? ¿Puede un salvaje convertirse en civilizado? Lo que aquí se plantea son cuestiones vitales y trascendentales de la existencia, no sólo la preocupación por una moral dudosa. Es poco probable que se encuentre la forma correcta de introducir una cultura extraña en un pueblo si no se sabe si está en una línea de evolución ascendente o descendente; si tal o cual aspecto de su vida está regido por su sangre. Cuando se discute el significado de la sangre, todas estas cosas se ponen bajo escrutinio.

La composición física de la sangre es conocida por la ciencia en general. En los seres humanos, y también en los animales superiores, la sangre es realmente la corriente de la vida. Nuestra naturaleza corporal interior está en contacto con el mundo exterior por el hecho de que absorbemos en la sangre el oxígeno vivificante del aire, proceso por el cual la sangre se renueva. La sangre que se encuentra con el oxígeno que fluye actúa como una especie de veneno, como una especie de destructor dentro del organismo. Esta sangre azul-roja, mediante la absorción del oxígeno, se transforma en sangre roja y vivificante a través de un proceso de combustión. Esta sangre roja que penetra en todas las partes del organismo tiene la tarea de absorber directamente en sí misma sustancias del mundo exterior, y depositarlas como alimento a lo largo del camino más corto dentro del cuerpo. Los seres humanos y los animales superiores deben necesariamente absorber primero las sustancias nutritivas en la sangre, luego, una vez formada la sangre, absorber en ella el oxígeno del aire y, finalmente, construir y sostener el cuerpo por medio de la sangre.
Un psicólogo experto comentó una vez que la sangre que circula por el cuerpo se asemeja a una segunda persona que, en comparación con la que está hecha de huesos, músculos y nervios, constituye una especie de mundo exterior. Y, en efecto, todo nuestro ser toma constantemente de la sangre lo que le sirve de sustento y devuelve lo que no puede utilizar. Se podría decir que una persona lleva en su sangre un doble (Doppelgänger) que, como compañero constante, le proporciona fuerzas renovadas y le libera de lo que es inútil. Está totalmente justificado referirse a la sangre como una corriente de vida y comparar su importancia con la de la fibra. Lo que la fibra es para el organismo inferior, la sangre lo es para el ser humano en su conjunto.

El distinguido científico Ernst Haeckel, (1834-1919) biólogo alemán que apoyó la teoría de la evolución de Darwin y su teoría de la ontogenia o el desarrollo de un organismo individual. Investigó a fondo en el taller de la naturaleza, y en sus obras de divulgación señala con bastante acierto que lo último que se desarrolla en un organismo es la sangre. Al recorrer las etapas de desarrollo de un embrión humano, se encuentran rudimentos de hueso y músculo mucho antes de que haya indicios de formación de sangre. La formación de la sangre y de los vasos sanguíneos sólo se hace evidente al final del desarrollo embrionario. Esto lleva a la ciencia natural a concluir, con razón, que en la evolución del mundo la sangre sólo hizo su aparición tardíamente, y que las fuerzas ya existentes tuvieron que alcanzar primero un estado de desarrollo comparable al de la sangre antes de poder realizar lo necesario en el organismo humano.Cuando, como embriones, los seres humanos repiten una vez más las primeras etapas de la evolución humana, se adaptan a lo que existía antes de que la sangre hiciera su aparición por primera vez, esto lo debe hacer una persona para lograr la gloria suprema de la evolución: el realce y la transmutación de todo lo que hubo antes en ese fluido especial que es la sangre.
Si queremos entrar en las misteriosas leyes del reino espiritual que rigen la sangre, debemos primero echar un breve vistazo a algunas de las ideas básicas de la ciencia espiritual. Estos conceptos elementales de la ciencia espiritual a menudo se han separado unos de otros. Veréis que estos conceptos elementales son lo " superior ", y que este " superior " se expresa en las leyes que rigen la sangre, como lo hace en todas las demás leyes, como en una fisonomía.

Hay entre nosotros algunos que conocen los fundamentos de la ciencia espiritual; ellos me permitirán que haga una breve repetición por el bien de los demás que están presentes por primera vez. En cualquier caso, las repeticiones ayudan a aclarar estas ideas básicas, ya que se arrojará luz sobre ellas desde un aspecto diferente. De hecho, lo que voy a decir puede parecer una mera retahíla de palabras para aquellos que todavía no saben nada de la ciencia espiritual y, por tanto, no están familiarizados con esta perspectiva de la vida. Sin embargo, cuando las ideas detrás de las palabras parecen no tener sentido, no siempre son las ideas las que tienen la culpa. En este contexto, una ingeniosa observación de Georg Christoph Lichtenberg [ Georg Christoph Lichtenberg (1744-1799) fue un físico y escritor satírico. Es muy acertado. Dijo: Si una cabeza y un libro chocan y el resultado es un sonido hueco, no siempre es culpa del libro. Así también, cuando algunos de nuestros contemporáneos juzgan las verdades espirituales, que para ellos parecen una sarta de palabras, no siempre es la ciencia espiritual la que tiene la culpa. Sin embargo, los conocedores de la ciencia espiritual sabrán que las referencias que se hacen a los seres superiores son a seres que realmente existen, aunque no puedan encontrarse en el mundo físico.

La ciencia espiritual reconoce que los seres humanos, tal como aparecen en el mundo de los sentidos a la visión física, representan sólo una parte de su verdadero ser. De hecho, detrás del cuerpo físico hay varios principios más que son invisibles a la vista ordinaria. Los seres humanos tienen el cuerpo físico en común con el llamado mundo mineral sin vida que los rodea. Además, tienen un cuerpo vital, o cuerpo de éter. Lo que aquí se entiende por éter no es aquello de lo que habla la ciencia natural. El cuerpo vital o cuerpo de éter no es algo especulativo o pensado, sino que es tan concretamente visible para los sentidos espirituales del clarividente como lo son los colores físicos para la vista física.

El cuerpo etérico es el principio que invoca a la vida a la materia inorgánica y, al sacarla de lo inerte, la entreteje en el entramado de la vida. No creais ni por un momento que el cuerpo vital es algo que el investigador espiritual piensa sobre lo inerte. La ciencia natural intenta aplicarlo imaginando algo llamado "principio de vida" en lo que se encuentra bajo el microscopio, mientras que el investigador espiritual apunta a una entidad real definida. El científico natural adopta, por así decirlo, la actitud de que todo lo que existe debe ajustarse por casualidad, con las facultades que tiene una persona; por lo tanto, lo que no puede percibir no existe. Esto es tan inteligente como que un ciego diga que los colores no son más que un producto de la fantasía. La persona que debe juzgar algo debe ser la que lo ha experimentado, no alguien que no sabe nada de ello.
Hoy en día se habla de "ignorabimus" y de "límites del conocimiento"; esto sólo es posible mientras el ser humano siga siendo como es. Pero, como enseña la ciencia espiritual, estamos en constante evolución, y una vez que desarrollemos los órganos necesarios, percibiremos, entre otras cosas, el cuerpo etérico, y ya no se hablará de "límites del conocimiento". El agnosticismo es un grave obstáculo para el progreso espiritual porque insiste en que, siendo el ser humano como es, por consiguiente su conocimiento sólo puede estar limitado. Todo lo que se puede decir a esto es que entonces el ser humano debe cambiar, y cuando lo haga podrá saber cosas que ahora no puede saber.

Así, el segundo miembro del ser humano es el cuerpo etérico, que se tiene en común con el reino vegetal.

El tercer miembro del ser humano es el cuerpo astral. Este nombre, además de ser bello, es también significativo; más adelante se demostrará por qué está justificado llamarlo así. Los que quieren encontrar otro nombre sólo demuestran que no tienen idea de por qué el cuerpo astral se llama así. En los seres humanos y en los animales, el cuerpo astral confiere a la sustancia viva la capacidad de experimentar sensaciones. Esto significa que no sólo se mueven en él corrientes de fluido, sino también sensaciones de alegría, pena, placer y dolor. Esta capacidad constituye la diferencia esencial entre la planta y el animal, aunque existen estadios de transición entre ambos.
Cierto grupo de científicos cree que también debe atribuirsele sensibilidad a las plantas, pero eso es sólo un juego de palabras. Ciertamente, algunas plantas reaccionan cuando se les acerca algo, pero no tiene nada que ver con la sensación o el sentimiento. En este último caso, surge una imagen dentro de la criatura en respuesta al estímulo. Aunque ciertas plantas responden a los estímulos externos, eso no es prueba de que experimenten una sensación interior. La sensación interior tiene su sede en el cuerpo astral. Así, vemos que las criaturas pertenecientes al reino animal constan de cuerpo físico, cuerpo etérico o vital y cuerpo astral.

El ser humano se eleva por encima del animal gracias a una cualidad específica, a menudo percibida por las naturalezas reflexivas. En su autobiografía, Jean Paul (Jean Paul Friedrich Richter, 1763-1825), autor alemán, relata la profunda impresión que le causó cuando, siendo un niño pequeño, de pie en el patio de la casa de sus padres, pasó de repente por su mente el pensamiento "Soy un 'yo', soy un ser que se llama a sí mismo 'yo'. "Lo que aquí se describe es de una importancia inmensa, aunque generalmente los psicólogos lo pasan por alto. Una sutil observación ilustrará lo que implica: En toda la gama del habla, hay una pequeña palabra que en su aplicación difiere de todas las demás. Todos podemos dar un nombre a los objetos de esta habitación. Cada uno de nosotros llamará a la mesa, "mesa", a las sillas, "sillas", pero hay una palabra, un nombre que sólo puede referirse a quien lo dice: la pequeña palabra "yo". Nadie puede usar con otro el término "yo". La palabra "yo" debe sonar desde lo más profundo del alma a la cual se aplica. Para mí, todos los demás son un "tú", y yo soy un "tú" para todos los demás.
Las religiones han reconocido que el "yo" es ese principio en nosotros que hace posible que el alma humana exprese su naturaleza divina más íntima. Con el "yo" comienza lo que nunca puede entrar en el alma a través de los sentidos externos, lo que debe sonar en su ser más íntimo. Es donde comienza el monólogo, el soliloquio, en el que, si se ha despejado el camino para la entrada del espíritu, puede revelarse el Ser divino.

En las religiones de épocas culturales anteriores, y todavía en la religión hebrea, la palabra "yo" se consideraba: "El nombre indecible de Dios". No importa cómo se interprete según la filología moderna, el antiguo nombre hebreo de Dios significa lo que hoy se expresa con la palabra "yo". Un silencio recorría la asamblea cuando el iniciado pronunciaba el "Nombre del Dios Desconocido"; el pueblo percibía vagamente el significado contenido en las palabras que resonaban en el templo: "Yo soy el Yo soy".

Así, el ser humano consta de cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y el "yo" o el ser interior esencial. Este ser interior contiene en sí mismo el germen de las tres etapas evolutivas posteriores que surgirán de la sangre. Son: Manas o Yo Espiritual, en contraste con el yo corporal; Buddhi o Espíritu Vital; y el verdadero ser espiritual del ser humano: Atma u Hombre Espiritual, que hoy descansa dentro de nosotros como una pequeña semilla que alcanzará la perfección en un futuro lejano; una etapa a la que en la actualidad sólo podemos mirar como un ideal lejano. Por lo tanto, al igual que tenemos siete colores en el arco iris y siete tonos en la escala, tenemos siete miembros de nuestro ser que se dividen en cuatro inferiores y tres superiores.
Si ahora consideramos los tres miembros espirituales superiores como "lo de arriba" y los cuatro inferiores como "lo de abajo", tratemos de obtener una imagen clara de cómo lo de arriba crea una expresión fisonómica en lo de abajo, tal como aparece a la visión física. Tomemos primero lo que tenemos en común con toda la naturaleza inorgánica, es decir, lo que se cristaliza en la forma del cuerpo físico de una persona. Cuando hablamos del cuerpo físico en un sentido científico-espiritual, no se trata de lo que puede verse físicamente, sino de la combinación de fuerzas que hay detrás y que construyeron esta forma. El siguiente miembro de nuestro ser es el cuerpo etérico, que también poseen las plantas y los animales, y por medio del cual están dotados de vida. El cuerpo etérico transforma la materia física en fluidos vivos, elevando así lo que es meramente material a una forma viva. En el animal y en el hombre, el cuerpo etérico está impregnado por el cuerpo astral, que suscita en el fluido circulante la participación interior de su movimiento, haciendo que éste se refleje en el interior.

Hemos llegado al punto en que el ser del hombre puede ser comprendido por como está relacionado con el reino animal. Las sustancias, como el oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el azufre, el fósforo, etc., de las que se compone nuestro cuerpo físico, se encuentran fuera en la naturaleza inorgánica. Si las sustancias transformadas por el cuerpo etérico en materia viva han de alcanzar la capacidad de crear imágenes interiores de espejo de los acontecimientos externos, entonces el cuerpo etérico debe estar impregnado por el cuerpo astral. El cuerpo astral es el que da lugar a las sensaciones y a los sentimientos, pero en el nivel animal lo hace de forma específica.
El cuerpo etérico transforma las sustancias inorgánicas en fluidos vivos; el cuerpo astral transforma la sustancia viva en sustancia sensible. Pero -y de esto tomad nota especialmente- un ser compuesto únicamente por los tres cuerpos sólo es capaz de percibirse a sí mismo. Sólo es consciente de sus propios procesos vitales; su existencia está confinada dentro de los límites de su propio ser. Este hecho es muy interesante y es importante tenerlo en cuenta. Observad por un momento lo que se ha desarrollado en un animal inferior: la materia inorgánica se transforma en sustancia viva, y la sustancia móvil viva en sustancia sensible. Esta última sólo se encuentra donde existe al menos el rudimento de lo que en una etapa superior se convertirá en un sistema nervioso desarrollado.

Así pues, tenemos sustancia inorgánica, sustancia viva y sustancia nerviosa capaz de sentir. En un cristal se manifiestan ciertas leyes de la naturaleza inorgánica. (Un cristal sólo puede formarse dentro de toda la naturaleza circundante.) Ninguna entidad podría existir por sí misma separada del resto del cosmos. Si nos trasladaran uno o dos kilómetros por encima de la superficie terrestre, moriríamos. Al igual que sólo somos concebibles dentro del entorno al que pertenecemos, donde existen las fuerzas necesarias que se combinan para formarnos y sostenernos, lo mismo ocurre con un cristal. Quien sepa mirar un cristal lo verá como una huella individual de toda la naturaleza, incluso de todo el cosmos. Georges Leopold Chrètien Cuvier [Georges Leopold Chretien Couvier (1769-1832) fue un especialista francés en anatomía comparada y el fundador de la paleontología,  tiene mucha razón cuando dice que un anatomista competente es capaz de deducir de un solo hueso a qué tipo de animal pertenece, ya que cada tipo tiene su propia formación ósea específica.
Así pues tenemos, que en la forma de un cristal se refleja un cierto aspecto de todo el cosmos, al igual que un aspecto de todo el cosmos se plasma en la sustancia viva. El fluido que circula en una criatura viva es un pequeño mundo que refleja el gran mundo. Cuando la sustancia no sólo posee vida, sino que también experimenta la sensación interior, refleja las leyes universales; se convierte en un microcosmos que percibe tenuemente en su interior todo el macrocosmos. Así como el cristal es una imagen de la forma cósmica, la vida sensible es una imagen de la vida cósmica. La torpeza de la conciencia en las criaturas simples se compensa con su inmenso despliegue, pues en ella se refleja todo el cosmos.

La constitución de los humanos es simplemente una estructura más intrincada compuesta por los tres cuerpos que ya se encuentran en las criaturas sensibles simples. Si se considera a las personas sin tener en cuenta su sangre, se trata de seres construidos con las mismas sustancias que se encuentran en su entorno. Al igual que la planta, el ser humano contiene fluidos que suscitan a la vida a las sustancias minerales, que a su vez incorporan un sistema de nervios. Los primeros nervios que aparecen son los del llamado sistema nervioso simpático. En el ser humano se extiende a lo largo de ambos lados de la columna vertebral, formando una serie de nudos desde los que se ramifica y envía hilos a los distintos órganos, los pulmones, el tubo digestivo, etc.
En primer lugar, el sistema nervioso simpático da lugar al tipo de vida sensible que acabamos de describir. Pero la conciencia de una persona no desciende lo suficiente como para experimentar los procesos cósmicos que refleja. El mundo cósmico circundante a partir del cual se crea el ser humano, como ser vivo, se refleja en el sistema nervioso simpático. Hay en estos nervios una vida interior apagada. Si los seres humanos pudieran sumergirse conscientemente en el sistema nervioso simpático, mientras el sistema nervioso superior permanece adormecido, contemplarían en un mundo de luz el funcionamiento de las grandes leyes cósmicas.

Los seres humanos tuvieron una vez una facultad clarividente que ha sido superada. Sin embargo, todavía puede ser experimentada, si a través de ciertos procedimientos se suspende la función del sistema nervioso superior, liberando la conciencia inferior. Cuando esto ocurre, el mundo se experimenta a través del sistema nervioso inferior, en el que el entorno se refleja de manera especial. Algunos animales inferiores todavía tienen este tipo de conciencia. Como se ha explicado, es extremadamente apagada, pero proporciona una tenue conciencia de un aspecto del mundo mucho más amplio que la minúscula porción percibida por los humanos en la actualidad.
En el momento en que la evolución había alcanzado la etapa en que el cosmos se reflejaba en el sistema nervioso simpático, se produjo otro acontecimiento en los seres humanos. La médula espinal se añadió al sistema nervioso simpático. El sistema de cerebro y médula espinal se extendió a los órganos, a través de los cuales se estableció el contacto con el mundo exterior. Una vez que sus organismos habían alcanzado esta etapa, los seres humanos ya no estaban obligados a ser un mero espejo de las leyes cósmicas primordiales; la propia imagen del espejo entraba ahora en relación con el entorno. La incorporación del sistema nervioso superior, además del sistema nervioso simpático, denotaba la transformación que se había producido en el cuerpo astral. Mientras que antes participaba débilmente en la vida del cosmos, ahora aportaba sus propias experiencias internas.

A través del sistema nervioso simpático, el ser percibe lo que ocurre fuera de él; a través del sistema nervioso superior, lo que ocurre dentro de él. En los individuos que se encuentran en la etapa actual de su evolución, la forma más elevada del sistema nervioso está desarrollada; permite a las personas obtener del cuerpo astral altamente estructurado lo necesario para formular imágenes mentales del mundo exterior. Por lo tanto, la persona ha perdido la capacidad de experimentar el entorno en las imágenes originales opacas. En su lugar, los individuos son conscientes de su vida interior, y construyen dentro del ser interior un nuevo mundo de imágenes en un nivel superior. Este mundo de imágenes mentales refleja, es cierto, una porción mucho más pequeña del mundo exterior, pero lo hace con mucha más claridad y perfección.
De la mano de esta transformación, se produjo otra en un nivel evolutivo superior. La reorganización del cuerpo astral se extendió al cuerpo etérico. Así como el cuerpo etérico, a través de su reorganización, se impregnó del cuerpo astral, y así como se añadió al sistema nervioso simpático el del cerebro y la médula espinal, lo que se liberó del cuerpo etérico -después de haber suscitado a la circulación de los fluidos vivos- transformó ahora estos fluidos inferiores en lo que llamamos "sangre".

La sangre denota un cuerpo etérico individualizado, así como el cerebro y la médula espinal denotan un cuerpo astral individualizado. Y a través de esta individualización se produce lo que se expresa como el "yo".

Habiendo trazado la evolución del hombre hasta este punto, observamos que se trata de una gradación en cinco etapas: Primero, el cuerpo físico (o fuerzas internas); segundo, el cuerpo etérico (o fluidos vivos, que también se encuentran en las plantas); tercero, el cuerpo astral (que se manifiesta en el sistema nervioso inferior o simpático); cuarto, el cuerpo astral superior que emerge de la astralidad inferior (que se manifiesta en el cerebro y la médula espinal); y, finalmente, el principio que individualiza el cuerpo etérico.
Así como dos de los principios de la humanidad, los cuerpos etérico y astral, se han individualizado, el primer principio del ser humano, construido a partir de sustancias externas sin vida, es decir, el cuerpo físico, se individualizará. En la humanidad actual apenas se vislumbra un débil indicio de esta transformación.

Vemos que las sustancias sin forma se reúnen en el cuerpo humano, que el cuerpo etérico las transforma en formas vivas, que a través del cuerpo astral el mundo exterior se refleja y se convierte en sensación interior, y finalmente esta vida interior produce por sí misma imágenes del mundo exterior.

Cuando el proceso de transformación se extiende al cuerpo etérico, el resultado es la formación de la sangre. Esta transformación se manifiesta en el sistema del corazón y de los vasos sanguíneos, así como la transformación del cuerpo astral se manifiesta en el sistema del cerebro y de la médula espinal. Y, como a través del cerebro el mundo exterior se convierte en mundo interior, así este mundo interior se transforma a través de la sangre en una manifestación exterior como el cuerpo humano. Tendré que utilizar símiles si quiero describir estos complicados procesos. Las imágenes del mundo exterior interiorizadas a través del cerebro son absorbidas por la sangre y transformadas en fuerzas formativas vitales. Estas son las fuerzas que construyen el cuerpo humano; en otras palabras, la sangre es la sustancia que construye el cuerpo. Se trata de un proceso que pone a la sangre en contacto con el mundo exterior; le permite tomar de él la sustancia más perfecta, el oxígeno. El oxígeno renueva continuamente la sangre, dotándola de nueva vida.
Al trazar el desarrollo humano, hemos seguido un camino que lleva desde el mundo exterior al mundo interior de la humanidad y de vuelta al mundo exterior. Hemos visto que el origen de la sangre coincide con nuestra capacidad de enfrentarnos al mundo como un ser independiente, un ser capaz de formarse sus propias imágenes del mundo exterior a partir de su reflejo dentro del yo. Si no se alcanza este estadio, el ser no puede decirse a sí mismo "yo". La sangre es el principio por el que se alcanza el "yo". Un "yo" sólo puede expresarse en un ser que es capaz de formular de forma independiente las imágenes que el mundo exterior produce dentro del yo. Un ser que ha alcanzado el "yo" debe ser capaz de tomar el mundo exterior y recrearlo dentro de sí mismo.

Si sólo tuviéramos un cerebro sin médula espinal, seguiríamos reproduciendo en nuestro interior imágenes del mundo exterior y seríamos conscientes de ellas, pero sólo como una imagen especular. Es muy diferente cuando somos capaces de construir de nuevo lo que se repite dentro de nosotros mismos; porque entonces lo que así construimos ya no son meras imágenes del mundo exterior; es el "yo". Un ser dotado de cerebro y médula espinal no sólo reflejará el mundo exterior, como lo hace un ser que sólo tiene el sistema nervioso simpático, sino que también experimentará la imagen reflejada como vida interior. Un ser que, además, posee sangre, experimentará la vida interior dentro de sí mismo. La sangre, ayudada por el oxígeno tomado del mundo exterior, construye el cuerpo individual según las imágenes interiores. Esto se experimenta como percepción del "yo".
El yo dirige su visión hacia el interior del ser de la persona, y su voluntad hacia el exterior, hacia el mundo. Esta doble dirección se manifiesta en la sangre, que dirige sus fuerzas hacia dentro, construyendo el ser de la persona, y hacia fuera, hacia el oxígeno. Cuando los seres humanos se duermen, se hunden en la inconsciencia debido a lo que la conciencia experimenta dentro de la sangre, mientras que cuando, por medio de los órganos de los sentidos y el cerebro, forman imágenes mentales del mundo exterior, entonces la sangre absorbe estas imágenes en sus fuerzas formativas. Así pues, la sangre se encuentra a medio camino entre un mundo interior de imágenes y un mundo exterior de formas concretas. Esto se aclara si observamos dos fenómenos. Uno es el de la genealogía, es decir, la forma en que los seres conscientes se relacionan con los antepasados, el otro es la forma en que experimentamos los acontecimientos externos.
Estamos relacionados con los antepasados mediante la sangre. Nacemos dentro de una configuración específica, dentro de una determinada raza, de una determinada familia y de una determinada línea de ancestros. Todo lo heredado se expresa en la sangre. Asimismo, todos los resultados del pasado físico de un individuo se acumulan en la sangre, al igual que en ella se prepara un prototipo del futuro de esa persona. En consecuencia, cuando se suprime la conciencia normal del individuo, por ejemplo bajo hipnosis o en casos de sonambulismo o clarividencia atávica, se sumerge en una conciencia mucho más profunda. Entonces, de forma onírica, se perciben las grandes leyes cósmicas. Sin embargo, esta percepción es más clara que la de los sueños ordinarios, incluso cuando está lúcida. En tales condiciones se suprime toda la actividad cerebral, y en el sonambulismo profundo incluso la de la médula espinal. En este estado, lo que la persona experimenta es transmitido por el sistema nervioso simpático; el individuo tiene una conciencia apagada y nebulosa de todo el cosmos. La sangre ya no transmite las imágenes mentales producidas por la vida interior a través del cerebro; sólo transmite lo que el mundo exterior ha construido incluyendo todo lo heredado de los antepasados. Al igual que la forma de la nariz de una persona proviene de sus antepasados, lo mismo ocurre con toda la forma corporal. En este estado de conciencia la persona siente a sus antepasados de la misma manera que la conciencia despierta siente las imágenes mentales del mundo exterior. En la sangre de una persona retumban apagadamente sus antepasados; de ese modo participa tenuemente en su existencia.
Todo en el mundo evoluciona, la conciencia humana también. Si nos remontamos a la época en que vivían nuestros remotos antepasados, encontramos que poseían un tipo de conciencia diferente. Hoy en día, durante la vida de vigilia percibimos los objetos externos a través de los sentidos, y los transformamos en imágenes mentales que actúan en nuestra sangre. Todo lo que una persona experimenta a través de los sentidos actúa no sólo en su sangre sino también en su memoria. Por el contrario, una persona permanece inconsciente de todo lo que le han otorgado los antepasados. No sabemos nada de la forma de nuestros órganos internos. En el pasado todo esto era diferente; en aquella época la sangre transmitía no sólo lo que recibía del exterior a través de los sentidos, sino también lo que existía en la forma corporal, y como esto se heredaba, podíamos sentir a nuestros antepasados dentro de nuestro propio ser.

Si se imaginan una conciencia así potenciada, se harán una idea del tipo de memoria que le correspondía. Cuando nuestras experiencias se limitan a lo que se puede percibir a través de los sentidos, entonces sólo se recuerdan esas experiencias perceptibles por los sentidos. La conciencia de una persona sólo comprende sus experiencias desde la infancia.
En el pasado esto era diferente, porque la vida interior contenía todo lo que se recibía a través de la herencia. La vida mental de un ser humano representaba las experiencias de los antepasados como si fueran propias. Una persona podía recordar no sólo su propia infancia, sino las vidas de sus antepasados, porque estaban contenidas en las imágenes absorbidas por su sangre. Por increíble que pueda parecer a la visión materialista moderna, hubo una época en la que la conciencia humana era tal que un individuo consideraba como propias sus experiencias físicas y las de sus antepasados. Cuando alguien decía: "He experimentado... se refería no sólo a los acontecimientos conocidos personalmente, sino también a los experimentados por sus antepasados. Era una conciencia tenue y nebulosa comparada con la conciencia de vigilia humana moderna, más parecida a un sueño vívido. Sin embargo, era mucho más abarcante, ya que incluía no sólo su propia vida sino la de sus antepasados. Un hijo se sentía uno con su padre y su abuelo, como si compartieran el mismo "yo". Esta era también la razón por la que no se daba un nombre personal, sino uno que incluía a las generaciones pasadas, designando lo que tenían en común con un mismo nombre. Cada persona se sentía firmemente como un simple eslabón en una larga línea de generaciones.

La cuestión es cómo esta forma de conciencia llegó a transformarse en otra diferente. Sucedió a través de un evento bien conocido por la investigación histórica espiritual. Habréis comprobado que todas las naciones del mundo describen un momento significativo de la historia en el que comenzó una nueva fase de su cultura: el momento en el que las viejas tradiciones empiezan a perder su influencia, y la antigua sabiduría que había fluido por las generaciones a través de la sangre empieza a decaer, aunque la sabiduría todavía encuentra su expresión en mitos y sagas.
Una tribu solía ser una unidad cerrada; sus miembros se casaban entre ellos. Esto es lo que ocurre en todas las razas y pueblos. Fue un momento importante en la historia de la humanidad cuando esta costumbre dejó de mantenerse, el momento en que se produjo una mezcla de sangre por el hecho de que el matrimonio entre parientes cercanos fue sustituido por el matrimonio entre extraños. El matrimonio dentro de una tribu garantizaba que la misma sangre fluyera a través de sus miembros a lo largo de las generaciones; el matrimonio entre extraños permitía introducir nueva sangre en un pueblo.

La ley tribal de los matrimonios mixtos se rompe tarde o temprano en todos los pueblos. Anuncia el nacimiento del intelecto, que significa la capacidad de comprender el mundo exterior, de entender lo ajeno.

El hecho importante a tener en cuenta es que en la antigüedad existía una tenue clarividencia de la que surgieron sagas y leyendas, y que la conciencia clarividente se basa en la sangre no mezclada, mientras que nuestra conciencia despierta depende de la sangre mezclada. Por sorprendente que parezca, el matrimonio entre extraños ha dado lugar a pensamientos lógicos e intelectuales. Este es un hecho que será confirmado cada vez más por la investigación externa, que ya ha hecho un comienzo en esa dirección. La mezcla de sangre extingue la antigua clarividencia y permite a la humanidad alcanzar un estadio superior de evolución. Cuando una persona de hoy pasa por un entrenamiento esotérico y hace reaparecer la clarividencia, esa persona la transforma en una conciencia superior, mientras que la conciencia despierta de hoy ha evolucionado a partir de la antigua clarividencia tenue.
En nuestra época, todo el mundo circundante de una persona en el que él actuaba se expresaba en la sangre; en consecuencia, este mundo circundante daba forma a lo interno de acuerdo con lo externo. En la antigüedad, era más bien la vida corporal interna de una persona la que se expresaba en la sangre. Una persona heredaba, junto con el recuerdo de las experiencias de sus antepasados, también sus inclinaciones buenas o malas; éstas podían rastrearse en su sangre. Este vínculo ancestral se rompía cuando la sangre se mezclaba a través de matrimonios externos. El individuo comenzaba a vivir su propia vida personal; aprendía a gobernar sus inclinaciones morales según sus propias experiencias. Así pues, el poder ancestral prevalece en la sangre no mezclada; el de la experiencia personal en la sangre mezclada.

Los mitos y las leyendas hablaban de estas cosas: "Lo que tiene poder sobre tu sangre tiene poder sobre ti". El poder ancestral sobre un pueblo llegaba a su fin cuando la sangre, al estar mezclada con sangre extraña, dejaba de ser receptiva a su influencia. Esto era válido en todas las circunstancias.
Cualquier poder que desee subyugar a una persona tendrá que ejercer una influencia que se imprima en su sangre. Por tanto, si un poder maligno desea dominar a un individuo, debe conseguir dominar su sangre. Ese es el sentido profundo de la cita de Fausto, y la razón por la que el representante del mal dice: "Firma con tu nombre el pacto con sangre; una vez que posea tu nombre escrito en tu sangre, te habré atrapado por lo único que retendrá al hombre. Entonces podré arrastrarte a mi lado". Aquello que posee la sangre de una persona posee a esa persona, y posee al "yo" humano.

Cuando dos grupos de seres humanos se enfrentan, como ocurría en la colonización, sólo si existe una verdadera percepción de las leyes evolutivas hay posibilidad de prever si la cultura extranjera puede ser asimilada. Tomemos el caso de un pueblo que está muy unido a su entorno, un pueblo en cuya sangre se ha insertado el entorno. Ningún intento de injertar en él una cultura extranjera tendrá éxito. Es sencillamente imposible, y es también la razón por la que en ciertas regiones los habitantes originales se extinguieron cuando fueron colonizados. Hay que abordar estos problemas con discernimiento y darse cuenta de que no se puede imponer nada a un pueblo. Es inútil exigir a la sangre más de lo que es capaz de soportar.
La ciencia moderna ha descubierto recientemente que si la sangre de un animal se mezcla con la de otro que no sea afín, los dos tipos de sangre resultan mortales entre sí. Esto es algo que ha sido sabido por el conocimiento espiritual desde hace mucho tiempo. Así como los tipos de sangre no relacionados entre sí, cuando se mezclan, causan la muerte, la antigua clarividencia muere en la humanidad primitiva cuando se mezcla la sangre de diferentes líneas de descendencia. Nuestra vida intelectual moderna es enteramente el resultado de la mezcla de sangre. Una vez que se adopte este enfoque, será posible estudiar qué efecto ha tenido la mezcla de sangre en los distintos pueblos en el curso de la historia.

Es decir, cuando se mezcla la sangre de animales de diferentes estadios evolutivos el resultado es la muerte, mientras que no es así cuando las especies están emparentadas. El organismo humano sobrevive cuando, a través del matrimonio, la sangre se mezcla con la sangre extraña; aquí el resultado es la extinción del tipo animal original de clarividencia, y el nacimiento en la evolución de una nueva conciencia. En otras palabras, en el ser humano sucede algo, pero a un nivel superior, que es similar a lo que ocurre en el reino animal, donde la sangre extraña mata a la sangre extraña. En el reino humano la sangre extraña mata la clarividencia nebulosa que se basa en la sangre afín.
Por lo tanto, es un proceso destructivo el que dio origen a la conciencia diurna lúcida del ser humano moderno. El tipo de vida espiritual que resultó del matrimonio consanguíneo ha sido destruido en el curso de la evolución; mientras que la misma cosa que lo destruyó, es decir, el matrimonio entre extraños, dio origen al intelecto y a la conciencia lúcida de hoy.

Lo que puede vivir en la sangre de una persona vive en el "yo" de esa persona. Así como el principio físico llega a expresarse en el cuerpo físico, el cuerpo etérico llega a expresarse en el sistema de fluidos vivos, y el cuerpo astral en el sistema de nervios, así el "yo" llega a expresarse en la sangre. El principio físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral son el "arriba" de la sangre; el "yo" forma el centro; y el cuerpo físico, los fluidos vivos y el sistema nervioso son el "abajo". Por lo tanto, cualquier poder que desee dominar a los humanos debe tomar posesión de su sangre.

Estas son cosas que hay que tener en cuenta si se quiere progresar en la vida práctica. Por ejemplo, precisamente porque el "yo" se expresa en la sangre, el carácter racial de un pueblo puede ser destruido mediante la colonización, cuando se exige más de lo que la sangre puede soportar.

Hasta que la Belleza y la Verdad no forman parte de la sangre de una persona, ésta no las posee realmente. Mefistófeles quiere el poder sobre el "yo" de Fausto; por eso se apodera de la sangre de Fausto. Así que ya ven que la cita, que es el Leitmotiv de esta conferencia, surgió de un conocimiento profundo. La sangre es, en efecto, un fluido muy especial.
traducido por J.Luelmo feb.2021

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919