GA054-1 Berlín 9 de noviembre de 1905 -Haeckel, "El Enigma del Universo", y la Teosofía

   RUDOLF STEINER

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Los enigmas del mundo y la Antroposofía

I conferencia. Haeckel, "El Enigma del Universo", y la Teosofía

Berlín 9 de noviembre de 1905

Al elegir un tema como el que propongo para hoy, "Haeckel, el enigma del universo y la teosofía", soy consciente de que para un estudiante de la vida espiritual está cargado de dificultades, y que las afirmaciones que voy a hacer pueden ofender tanto a los llamados materialistas como a los teósofos. Y, sin embargo, me parece necesario que este asunto sea abordado, de vez en cuando, desde el punto de vista teosófico, ya que, desde cierto punto de vista, el "evangelio" que se deriva de las investigaciones de Haeckel se ha hecho accesible a miles y miles de personas gracias a su libro El Enigma del Universo. Al poco tiempo de su aparición se vendieron diez mil ejemplares de esta obra, que ha sido traducida a muchos idiomas. Pocas veces, en efecto, un libro de propósito serio ha encontrado una circulación tan amplia.

Ahora bien, si la teosofía quiere poner en claro sus objetivos, es justo que tenga en cuenta una publicación tan importante, que se ocupa de las cuestiones más profundas de la existencia. La teosofía debe tratarla de manera integral y tratar de expresar su actitud con respecto a ella. Porque, al fin y al cabo, la concepción teosófica de la vida no es combativa, sino conciliadora, deseosa de armonizar los puntos de vista opuestos.

Además, yo mismo me encuentro en una posición muy peculiar con respecto a la concepción del universo de Ernst Haeckel, ya que conozco bien esos sentimientos y percepciones que, en parte por una conciencia científica, y en parte por las condiciones generales del mundo y las concepciones habituales del mismo, atraen a los hombres como por el poder de una cierta fascinación hacia caminos de pensamiento tan grandes y sencillos como aquellos a partir de los cuales Haeckel ha construido su concepto del universo. Y aquí puedo decir que difícilmente me habría atrevido a decir abiertamente lo que pienso si fuera en algún sentido un oponente de Haeckel, o si no fuera porque estoy íntimamente familiarizado con todo lo que se puede experimentar en el proceso de adaptarse al maravilloso edificio de sus ideas.

La primera cosa que está obligado a reconocer cualquiera que preste su atención francamente al desarrollo de la vida espiritual, es el poder moral desplegado en los trabajos de Haeckel. Durante años este hombre, imbuido de una enorme cantidad de coraje, ha luchado por la aceptación y el reconocimiento de su concepto del universo - luchó enérgicamente, teniendo que defenderse una y otra vez contra los múltiples obstáculos que impedían su progreso. Por otra parte, no debemos olvidar que la gran capacidad de expresión de Haeckel se compensa con una capacidad de pensamiento igualmente amplia: las mismas cualidades de las que carecen muchos científicos son las que él posee.

Al reunir los resultados de sus investigaciones bajo el título global de una concepción del universo, se ha alejado audazmente de las tendencias del pensamiento científico que durante varias décadas se han opuesto a tal empresa; y este mismo alejamiento debe reconocerse como un acto de especial importancia.

Otro hecho a destacar es que me encuentro en una posición singular con respecto a la concepción teosófica del universo cuando hablo de Haeckel; porque cualquiera que conozca el proceso de desarrollo por el que ha pasado el movimiento teosófico será consciente de las mordaces palabras y la oposición, no sólo por parte de los teósofos en general, sino por parte de la fundadora del movimiento teosófico, Madame H. P. Blavatsky, que se dirigieron contra las deducciones que Ernst Haeckel extrae de su trabajo de investigación. Pocas publicaciones que tocan la cosmogonía han sido tan violentamente opuestas en la Doctrina Secreta como la de Haeckel.

Comprenderán que lo digo sin prejuicios, pues creo que en partes de mi libro, Haeckel y sus oponentes, así como en mi otro trabajo sobre Cosmogonías del siglo XIX, he hecho justicia en toda su extensión a lo que considero son las verdades reales contenidas en la concepción del universo de Haeckel. Creo que he seleccionado de sus trabajos lo que es fructífero y lo que es perdurable. Consideremos la actitud general hacia la concepción del mundo en la medida en que se basa en razones científicas. Durante la primera mitad del siglo XIX prevaleció una actitud espiritual totalmente diferente a la conocida en la segunda mitad. La aparición en escena de Haeckel coincidió con una época en la que era fácil someter el nuevo crecimiento del llamado darwinismo a interpretaciones materialistas. Por lo tanto, si nos damos cuenta de lo insistente que era esta tendencia, en la misma época en que Haeckel era un joven y entusiasta estudiante que se iniciaba en la búsqueda de la ciencia natural, a reducir todos los descubrimientos en ese dominio del saber a una cuestión materialista, la consiguiente inclinación hacia el materialismo puede entenderse bien, y por lo tanto puede llevarnos a un camino de paz en lugar de conflicto.

Cuando se considera a los hombres que, hacia la mitad del siglo XIX, se proponen afrontar el gran enigma de la humanidad con ojos serenos y desprejuiciados, se encuentran dos cosas: por un lado, un estado de absoluta resignación en relación con las cuestiones más elevadas relativas a una ordenación divina del mundo, como la inmortalidad, el libre albedrío, el origen de la vida; una resignación, en suma, con respecto a todos los enigmas actuales del universo. Por otro lado, descubriréis, en paralelo con esta actitud de resignación, restos de una antigua tradición religiosa, y esto incluso entre los estudiantes de ciencias naturales. La audacia en la investigación de tales cuestiones desde el punto de vista científico sólo se encontraba, durante la primera mitad del siglo XIX, entre los filósofos alemanes, como Schelling y Fichte, así como Oken, quien, por cierto, fue un pionero sin igual de la libertad, no sólo en este tema, sino en muchos caminos de la vida.

Todos los intentos realizados por los hombres de hoy en día hacia la fundamentación de las teorías del mundo se encuentran perfilados aún más audazmente en las obras de Oken. Y sin embargo, todo esto estaba animado por una cierta sutileza, un soplo, por así decirlo, de aquél antiguo espiritualismo que es claramente consciente de que, detrás y más allá de todo lo que nuestros sentidos pueden percibir, de todo lo que puede ser investigado por medio de instrumentos, todavía subyace algo espiritual que hay que buscar. Haeckel nos ha contado una y otra vez cuán claramente la mente de su gran maestro -ese profundo estudiante de ciencias naturales, Johannes Müller, de imperecedera memoria- estaba impregnada de este sutil aliento. En los propios escritos de Haeckel se puede leer cuanto le había impresionado (fue en la época en que estaba ocupado en la Universidad de Berlín y estudiaba la anatomía de los hombres y de los animales bajo la dirección de Johannes Müller) la gran semejanza aparente no sólo en la forma exterior, sino también esa semejanza que obliga a la atención en la evolución de la forma. Nos cuenta que le comentó a su maestro que una semejanza de este tipo debía indicar algún parentesco misterioso entre el hombre y la bestia, y que la respuesta de Johannes Müller, que había investigado tan profundamente en la naturaleza, había sido: "¡Ah! Aquel que desvele el secreto de las especies habrá alcanzado la cumbre más alta".

Lo que tenemos que hacer es poner nuestro espíritu en sintonía con el motivo de tal buscador; de alguien que seguramente nunca se habría detenido si hubiera visto la posibilidad de entrar en posesión de ese secreto. En otra ocasión, cuando maestro y alumno viajaban juntos en algún viaje de investigación, Haeckel volvió a referirse a la estrecha relación que existe entre los animales, y Johannes Müller respondió una vez más en el mismo sentido. Al aludir a esto, sólo quiero llamar su atención sobre una determinada actitud mental.

Si se repasan los escritos de cualquier naturalista conocido de la primera mitad del siglo XIX -por ejemplo, los de Burdach- se encontrará que, a pesar de todas las minucias cuidadosas y elaboradas propias de la ciencia natural, siempre que se considera el reino de la vida, está presente la sugerencia de que aquí no operan meros poderes físicos y químicos, sino que hay que tener en cuenta algo más elevado.

Sin embargo, cuando las mejoras en los microscopios hicieron posible que el hombre observara, en mucha mayor proporción que hasta entonces, todas esas curiosas formaciones que sirven para distinguir a las criaturas vivas, mostrando que nos enfrentamos a un fino entramado de minúsculas células animales, y que esto compone realmente el cuerpo físico, cuando, como he dicho, se hicieron visibles tantas cosas, la actitud de la mente científica sufrió un cambio. Este cuerpo físico, que sirve a las plantas y a los animales como su vestimenta, quedaba así resuelto, en lo que respecta al científico, como un tejido de células. Este descubrimiento en cuanto a la vida de estas células fue hecho por los naturalistas hacia el final de la tercera década del siglo XIX, y, viendo que era posible averiguar tanto sobre la vida de tales animales microscópicos por el ejercicio de los sentidos, asistidos por la ayuda del microscopio, no se necesitó más que un paso más para que lo que actúa como principio organizador en estas criaturas vivientes se perdiera de vista, porque ningún sentido físico, nada externo, proclamaba su presencia.

En aquella época no existía el darwinismo, pero gracias a la impresión causada por este gran avance en el ámbito de la investigación práctica, fue cuando encontramos una ciencia natural basada en el materialismo que se puso de moda durante los años cuarenta y cincuenta del siglo XIX. Entonces se pensaba que lo que podía ser percibido por los sentidos, y así explicado, podía ser comprendido por todo el mundo. Cosas que ahora parecen pueriles crearon entonces la más intensa sensación, y se convirtieron, por así decirlo, en un evangelio para la humanidad. Palabras como "energía" y "materia" se convirtieron en términos populares, mientras que hombres como Büchner y Moleschott eran autoridades reconocidas. Se consideraba una prueba de fantasía infantil, perteneciente a épocas anteriores de la raza humana, suponer que cualquier cosa que pudiera examinarse minuciosamente con el ojo poseyera algo aparte de lo realmente visible.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que, junto a todo descubrimiento, los sentimientos y las sensaciones desempeñan un gran papel en el desarrollo de la vida mental. Quien se sienta inclinado a pensar que las cosmogonías son el resultado de audaces cálculos de la razón, se equivoca: en todas estas cuestiones actúa el corazón, y las fuentes secretas de la educación también aportan su parte. La humanidad, durante su última fase de desarrollo, ha estado pasando por una etapa materialista de educación. El comienzo real de esta etapa se remonta a mucho tiempo atrás, es cierto; sin embargo, alcanzó su cúspide en la época de la que estamos hablando. Llamamos a esta época de educación materialista la era de la ilustración.

El hombre ahora tenía -y éste fue el resultado final de la concepción cristiana del universo- que encontrar su punto de apoyo en el suelo firme de la realidad: el Dios que él había buscado durante tanto tiempo más allá de las nubes, ahora se le pedía que lo buscara dentro de su conciencia interior. Esto tuvo un efecto de gran alcance en todo el desarrollo del siglo XIX, y cualquiera que se interese por los cambios psicológicos y se preocupe por estudiar el desarrollo de la humanidad en aquel tiempo podrá comprender cómo todos los acontecimientos y sucesos que entonces se sucedieron, como la lucha por la libertad en los años treinta y cuarenta, no pueden sino clasificarse como tormentas y convulsiones separadas de los sentimientos que eran el resultado de ese sentido recién desarrollado de la realidad física, y que estaban destinados a seguir su curso. Nos enfrentamos a una tendencia de la educación humana que pretendía por la fuerza, en primer lugar, erradicar del corazón humano toda aspiración a la vida espiritual.

Esas deducciones, que afirman que el mundo sólo consiste en lo que pueden percibir los sentidos, no proceden de la ciencia natural, sino que son una consecuencia de la enseñanza educativa de la época. El materialismo se había entremezclado con las explicaciones relativas a los hechos de la ciencia natural. Cualquiera que se tome la molestia de estudiar estas cosas tal como son realmente, aportando al tema una mente libre de prejuicios, estará en condiciones de ver por sí mismo que el caso es tal como lo voy a exponer, pero me es imposible en el espacio de una hora corta tratar el asunto exhaustivamente.

Todo el estupendo avance realizado en el ámbito de las ciencias naturales, de la astronomía, de la física y de la química, debido al análisis del espectro, a un mayor conocimiento teórico del calor y a esa enseñanza relativa al desarrollo de los organismos vivos que conocemos como la teoría de Darwin, todo ello entra dentro de este período de materialismo. Si estos descubrimientos se hubiesen hecho en una época en la que la gente todavía pensaba como a finales del siglo XVIII y principios del XIX, una época en la que prevalecía una mayor sensibilidad espiritual, entonces estos descubrimientos se habrían interpretado de tal manera que habrían proporcionado pruebas positivas de la actuación del espíritu en la Naturaleza; de hecho, por la misma razón de los maravillosos descubrimientos en la ciencia natural, la supremacía del espíritu se habría considerado como indiscutiblemente establecida.

Es evidente, pues, que las investigaciones científicas relativas a la Naturaleza no tienen por qué conducir necesariamente y en toda circunstancia al materialismo. El hecho de que muchos dirigentes de la civilización de la época tuvieran una inclinación materialista fue lo único que hizo que estos descubrimientos se interpretaran de forma materialista. El materialismo fue incorporado a la ciencia natural y los naturalistas, como Ernst Haeckel, lo aceptaron inconscientemente. El descubrimiento de Darwin per se no tenía por qué tender al materialismo.

El materialismo destaca el libro de Darwin, El origen de las especies, como su principal apoyo. Ahora bien, es evidente que si un pensador inclinado al materialismo abordara estos descubrimientos, estaría seguro de revestir al darwinismo de un colorido materialista, y debido a la actitud de pensamiento audazmente materialista de Haeckel fue cómo el darwinismo recibió su actual interpretación materialista. Fue un acontecimiento de gran importancia cuando Haeckel, en el año 1864, anunció la conexión entre el hombre y los animales superiores (simios). En aquella época esto no podía significar más que el hombre descendía de los animales superiores. Pero desde ese día el pensamiento científico ha experimentado un curioso proceso de desarrollo. Haeckel se ha adherido a su opinión de que el hombre es el descendiente de los animales superiores, siendo éstos a su vez los descendientes de tipos aún más bajos, llegando finalmente a las formas de vida más simples. Es así como Haeckel construye todo el árbol genealógico del hombre, de hecho, la descendencia lineal de toda la humanidad. De este modo, todo lo que es de naturaleza espiritual quedó para él excluido del mundo, excepto como reflejo de las cosas materiales ya existentes.

Y sin embargo, Haeckel, que tiene en lo más profundo de su ser una peculiar conciencia espiritual que trabaja paralelamente con su "mente pensante" materialista, busca algún medio de ayuda, ya que estas dos partes de su ser nunca han sido capaces de "alinearse"; no ha conseguido que se produzca una asociación de trabajo entre ellas. Por esta razón, llega a la conclusión de que incluso la criatura viviente más pequeña puede ser acreditada con una especie de conciencia, pero no nos explica cómo se desarrolla la compleja conciencia humana a partir de lo que está latente en la criatura viviente más pequeña.

En el curso de una conversación, Haeckel dijo una vez: "La gente siempre se opone a mi materialismo, pero yo no niego el Espíritu, ni niego la Vida: sólo quiero que la gente observe que cuando se coloca la materia en una retorta todo en ella pronto comienza a trabajar y a efervescer - a fermentar". Esta observación muestra claramente que Haeckel posee una mente espiritual además de científica.

Entre los que, en la época de la supremacía de Darwin, proclamaban su adhesión a la teoría de que el hombre descendía de los animales superiores, estaba el científico inglés Huxley. Afirmaba que la estrecha similitud en la estructura externa entre el hombre y los animales superiores era incluso mayor que la existente entre las especies superiores e inferiores de simios, y que no podíamos sino llegar a la conclusión de que existía una línea de descendencia que llevaba de los animales superiores al hombre. En tiempos más recientes los científicos han descubierto nuevos hechos, pero ya entonces aquellos sentimientos que durante siglos han educado el corazón y el alma humanos estaban sufriendo un cambio, una transformación. De ahí que Huxley, en los años noventa, no mucho antes de su muerte, expresara la siguiente opinión -extraña, viniendo de él:

"Vemos, pues, - observaba - que en la Naturaleza la vida está condicionada por una serie de pasos, que van desde lo más simple e incompleto hasta lo complicado y perfeccionado. No podemos seguir esta continuidad, sin embargo, ¿por qué no habría de proseguir esta línea continua hacia una región que no podemos explorar?"

En estas palabras se indica el camino mediante el cual el hombre puede, por la búsqueda de la ciencia natural, elevarse a la idea de un ser divino, que se encuentra muy por encima del hombre, un ser más alejado del hombre que el propio hombre del organismo unicelular. Huxley había dicho una vez:

"Preferiría haber descendido de tales ancestros, ancestros similares al bruto, que de aquellos que niegan la inteligencia humana".

Los lectores que no estén familiarizados con la famosa respuesta de Huxley pueden alegrarse de tenerla in extenso, tal y como la recoge Edward Clodd en Thomas Henry Huxley, publicado por William Blackwood & Sons:[Véase la nota a los lectores, más abajo]i.

Así se alteran en el curso del tiempo los preceptos y los conceptos, todo lo que el alma piensa y siente. Haeckel ha continuado su labor de investigación en la línea que adoptó al principio. En el año 1867 ya había publicado su popular obra, La historia natural de la creación, y de este libro se puede aprender mucho. Enseña las leyes por las que los reinos vivientes de la Naturaleza están vinculados entre sí. Podemos ver a través del velo que envuelve el pasado gris y poner en relación lo que existe con lo que se ha extinguido, de lo que ahora sólo se encuentran los últimos restos sobre la tierra.

Haeckel lo ha reconocido con precisión. Esa historia del mundo, que aquí desempeña su papel en un sentido más amplio, sólo puedo dilucidarla haciendo uso de una ilustración. Puede que no os parezca más precisa que la mayoría de las ilustraciones comparativas, pero refleja perfectamente lo que quiero decir.

Supongamos que un escritor de arte apareciera en escena y produjera un libro en el que tratara con consumada habilidad todo el período que se extiende desde los días de Leonardo da Vinci hasta los tiempos modernos. Él expone ante nuestras mentes todo lo que se ha logrado en la búsqueda del arte durante ese período, y nos creemos capacitados para mirar dentro del desarrollo de los poderes creativos del hombre. Vayamos, pues, más allá, e imaginemos que otra persona viniera y criticara la obra descriptiva, diciendo: "Pero, ¡vamos a ver! Todo lo que este historiador del arte ha registrado nunca ocurrió. Son descripciones de cuadros que no existen. ¿De qué me sirven esas imaginaciones? Hay que investigar la realidad para llegar al verdadero método de presentar adecuadamente el arte en sus aspectos históricos. Por lo tanto, investigaré los restos del propio Leonardo da Vinci, e intentaré reconstruir el cuerpo, y luego juzgar por los contornos de su cráneo qué cerebro es probable que tuviera y cómo puede haber funcionado". Los hechos descritos por el historiador del arte son representados de la misma manera por el profesor de anatomía. Puede que no haya habido ningún error. Todo puede haber sido correcto. Pues bien, en ese caso, dice el anatomista, debemos "luchar hasta el final" contra esta idealización de nuestro historiador del arte; debemos combatir su fantasía, su imaginación, ya que equivale a credulidad y superstición permitir que alguien intente hacernos creer que además de la forma de Leonardo da Vinci había algún "vórtice gaseoso" que debía ser aprehendido como un alma.

Ahora bien, esta ilustración, a pesar de su manifiesto absurdo, da realmente en el blanco. Esta es la posición en la que se encuentra todo aquel que elige afirmar su creencia en la Historia Natural de la Creación como la única exacta. Tampoco se puede negar esta ilustración limitándose a indicar sus puntos débiles. Tal vez los haya, pero eso no viene al caso. Lo importante es que por una vez se presente lo evidente según su relación interna; y eso es lo que Haeckel ha hecho de forma completa y exhaustiva. Lo ha hecho de tal manera que cualquiera que desee ver, puede ver cuán activo es el Espíritu en el moldeado de la forma, donde, a todas las apariencias, sólo la materia reina suprema. Se puede aprender mucho de ello; podemos aprender cómo adquirir espiritualmente el conocimiento en cuanto a la combinación material del mundo, cómo adquirirlo con seriedad, dignidad y perseverancia. Quien repasa la Antropogénesis de Haeckel ve cómo la forma se construye a sí misma, por así decirlo, desde la criatura viviente más simple hasta la más complicada, desde el organismo más simple hasta el hombre. El que entiende cómo añadir el Espíritu a lo que ya se concede por el materialista, puede tener en este ejemplo de "haeckelismo" la oportunidad de estudiar la mejor teosofía elemental.

Los resultados de las investigaciones de Haeckel constituyen, por así decirlo, el primer capítulo de la teosofía. Mucho mejor que por cualquier otro método, podemos llegar a comprender el crecimiento y la transformación de las formas orgánicas mediante el estudio de sus obras. Tenemos toda la razón para llamar la atención sobre las grandes cosas que se han logrado a través del progreso de este profundo estudio de la Naturaleza.

En la época en que Haeckel había construido este maravilloso edificio, el mundo se enfrentaba a los enigmas más profundos de la humanidad como problemas sin solución. En el año 1872 Du Bois-Reymond, en un discurso memorable por su brillante retórica, aludió a los límites impuestos a la ciencia natural y a nuestro conocimiento de la Naturaleza. Durante la última década las declaraciones de pocos hombres han sido tan discutidas como esta conferencia con el célebre "Ignorabimus". Fue un acontecimiento trascendental, y ofreció un completo contraste con el propio desarrollo de Haeckel y con su teoría de la descendencia del hombre. En otra conferencia Du Bois-Reymond ha tabulado siete grandes preguntas sobre la existencia, preguntas que el naturalista sólo puede responder en parte, si es que puede hacerlo. Estos siete "enigmas del universo" son:

  1. El origen de la energía y de la materia.
  2. ¿Cómo surgió el primer movimiento en esta materia quiescente?
  3. ¿Cómo se originó la vida dentro de esta "materia puesta en movimiento"?
  4. ¿Cómo es que tantas cosas de la Naturaleza llevan el sello de la utilidad en un grado tal que sólo se encuentra en los logros humanos que son el resultado de un razonamiento inteligente?
  5. Suponiendo que pudiéramos examinar nuestro cerebro, encontraríamos que no es más que un amasijo de pequeñas esferas giratorias; ¿cómo es pues, que estas mismas bolitas, o esferas, me permiten, digamos, "ver el rojo", oír los tonos del órgano, sentir el dolor, etc.? Pensad en una masa de átomos que se arremolinan, y os quedará claro que no es de ellos de donde se derivan las sensaciones que se expresan en palabras tales como "veo el rojo", "huelo el aroma de la rosa", etc.
  6. ¿Cómo se desarrollan el entendimiento, la razón y el habla en el ser vivo?
  7. ¿Cómo puede originarse el "libre albedrío" en un ser tan circunscrito que cada uno de sus actos es el producto del torbellino de estos átomos?

Fue en relación con estos enigmas del universo planteados por Du Bois-Reymond, el motivo por el que Haeckel dio a su libro el título de El enigma del universo. Su deseo era dar respuesta a las cuestiones planteadas por Du Bois-Reymond. Hay un pasaje especialmente importante en la conferencia que Du Bois-Reymond pronunció sobre los "Límites de la investigación de la naturaleza", que nos permitirá entrar en el campo de la teosofía.

En la época en que Du Bois-Reymond daba una conferencia en Leipsic ante una asamblea de científicos naturales y médicos, el espíritu de la ciencia natural buscaba una atmósfera más pura, más elevada y más libre, una atmósfera que pudiera conducir a la cosmogonía teosófica. En esa ocasión Du Bois-Reymond habló de la siguiente manera: - —

"Si estudiamos al hombre desde el punto de vista de la ciencia natural, se nos presenta como un compuesto funcional de átomos inconscientes. Explicar al hombre de acuerdo con la ciencia natural significa "comprender" este movimiento atómico hasta su máximo grado."
Él consideraba que si uno estuviera en condiciones de indicar la forma precisa en que se mueven los átomos en un lugar determinado del cerebro, al decir, por ejemplo, "pienso" o "dame una manzana", si esto pudiera hacerse, entonces el problema, según la ciencia natural, estaría resuelto. Du Bois-Reymond llama a esto la comprensión "astronómica" del hombre. Sería incluso como un firmamento de estrellas en miniatura la aparición de estos grupos activos de átomos humanos. Pero lo que no se ha tenido en cuenta aquí es la cuestión de cómo surgen las sensaciones, los sentimientos y los pensamientos en la conciencia del hombre del que, digamos, sé perfectamente que sus átomos se mueven de tal o cual manera. Esa ciencia natural puede determinar tan poco como la manera en que surge la conciencia. Du Bois-Reymond concluyó con las siguientes palabras: -
"En el hombre dormido, que no es consciente de la sensación expresada en las palabras 'veo rojo', tenemos ante nosotros el grupo físico de los miembros activos del cuerpo. Con respecto a este cuerpo dormido, no necesitamos decir: 'No podemos saber' - '¡Ignorabimus! Somos capaces de comprender al hombre dormido. El hombre despierto, por el contrario, es incomprensible para el científico. En el hombre dormido está ausente algo que, sin embargo, está presente en el hombre despierto: me refiero a la conciencia por la que aparece ante nosotros como un ser espiritual." En aquella época, debido a la falta de valor en materia de ciencias naturales, era imposible seguir avanzando; no se podía hablar todavía de teosofía, porque la ciencia natural había definido, en términos concisos, el límite, había puesto una barrera en el punto preciso hasta el que quería avanzar a su manera. Fue debido a esta autolimitación de la ciencia cuanto tuvo su comienzo la cosmogonía teosófica, más o menos en esta época. Nadie va a sostener que el hombre, cuando se duerme "deja de ser", y al despertar por la mañana "reanuda la existencia". Y, sin embargo, Du Bois-Reymond dice que algo que está presente en él durante el día está ausente durante la noche. Es aquí donde la concepción teosófica del universo puede afirmarse. La conciencia de los sentidos está en suspenso en el hombre dormido. Sin embargo, como el hombre de ciencia utiliza como soporte de su argumento lo que produce esta conciencia de los sentidos, no puede decir nada sobre la espiritualidad que la trasciende, porque le falta precisamente el conocimiento de lo que hace del hombre un ser espiritual.
Mediante el uso de los medios que sirven para la ciencia natural no podemos investigar los asuntos espirituales. La ciencia natural depende de lo que puede demostrarse a los sentidos. Lo que ya no puede ser percibido cuando el hombre se duerme, no puede ser objeto de investigación científica. Es en este algo, que ya no es perceptible en el hombre dormido, donde debemos buscar esa entidad por la que el hombre se convierte en un ser espiritual. No se puede hacer ninguna representación mental de lo que trasciende lo puramente material y pasa más allá del conocimiento de los sentidos, hasta que se desarrollen los órganos, de los que el científico no puede saber nada si sólo depende de sus percepciones sensoriales, los ojos espirituales, que son capaces de ver más allá de los confines de los sentidos.

Por esta razón no tenemos derecho a decir: "Aquí están los límites de la cognición"; sino simplemente: "Aquí están los límites de la percepción de los sentidos".

El científico percibe por medio de sus sentidos, pero no es un observador espiritual; debe convertirse en un "vidente" para poder ver lo que es espiritual en el hombre. Este es el camino hacia el que tiende toda la sabiduría profunda del mundo; no busca la mera ampliación de su radio en lo que respecta al conocimiento material real, sino que se esfuerza por elevar la facultad humana.

Esta es también la gran diferencia entre lo que enseña la ciencia natural actual y lo que enseña la teosofía. La ciencia natural dice: "El hombre tiene sentidos con los que percibe, y una mente que le permite conectar las evidencias de sus sentidos. Lo que no entra en el ámbito de estos queda fuera del conocimiento de la ciencia natural".
La teosofía tiene una visión diferente del caso. Dice: "Vosotros, los científicos, tenéis toda la razón, siempre que juzguéis desde vuestro punto de vista, tanto como la tendría el ciego desde el suyo al decir que el mundo carece de luz y de color. No objetamos el punto de vista de la ciencia natural, sólo lo ponemos en yuxtaposición con el punto de vista de la teosofía, que afirma que es posible -más aún, que es seguro- que el hombre no está obligado a permanecer inmóvil en el punto de vista que hoy ocupa; que es posible que los órganos -los ojos espirituales- se desarrollen de manera similar a como se han desarrollado los órganos sensoriales físicos del cuerpo, los ojos y los oídos; y una vez que estos nuevos órganos se desarrollen, las facultades superiores se harán evidentes."

Esto debe tomarse por fe, es más, ni siquiera es necesario creerlo; puede aceptarse simplemente como una afirmación sin prejuicios. Sin embargo, tan cierto como que todos los creyentes en la Historia Natural de la Creación no han contemplado todo lo que en ella se les presenta como un hecho (¿cuántos de ellos han investigado realmente estos hechos?), tan cierto es que estos hechos relativos a un conocimiento de lo suprasensible pueden ser explicados a todos.
El hombre ordinario, sometido a la esclavitud de sus sentidos, no puede acceder a este reino. Sólo con la ayuda de ciertos métodos de investigación el mundo espiritual se abre al buscador. Por lo tanto, el hombre debe transformarse en un instrumento para esos poderes superiores, ser capaz de penetrar en mundos ocultos para aquellos que todavía están cautivados por sus sentidos físicos. Para aquellos que puedan lograr esto, aparecerán visiones de una naturaleza bastante distintiva. El ser humano ordinario no es capaz de ver por sí mismo, o de reconocer conscientemente las cosas que le rodean, cuando sus sentidos están envueltos en el sueño; pero cuando aplica métodos ocultos de investigación esta incapacidad cesa, y comienza a recibir conscientemente impresiones del mundo astral.

Al principio existe un estado de transición, familiar para todos, entre esa vida exterior del conocimiento de los sentidos y esa vida que incluso en el más profundo estado de sueño no se extingue del todo. Este estado de transición es el caos de los sueños. Para la mayoría de las personas, éstos aparecerán como meros reflejos de lo que han experimentado durante el día anterior. En efecto, se preguntará, ¿cómo podría un hombre recibir nuevas experiencias durante el sueño, ya que el ser interior no tiene todavía órganos de cognición? Pero aún así, algo está ahí - la vida está ahí. Lo que abandonó el cuerpo cuando el sueño lo envolvió, tiene memoria, y este recuerdo surge ante el durmiente en imágenes más o menos fantásticas y confusas. (Si alguien desea más información sobre este tema, la encontrará en mis libros titulado, Como se alcanza el conocimiento de los mundos superiores.

Ahora bien, en lugar de este caos, con el tiempo se producirá el orden y la armonía; un orden y una armonía que regirán esta región de los sueños, y esto será una señal de que la persona en cuestión está comenzando a desarrollarse espiritualmente. Entonces dejará de ver las meras secuelas de la realidad, retratadas grotescamente; verá cosas que en la vida ordinaria no tienen existencia.


Los que desean permanecer dentro de los límites de los sentidos dirán, por supuesto, "¡Pero si no son más que sueños!". Sin embargo, si por tales medios obtienen una visión de los más elevados secretos de la creación, seguramente les será indiferente si la obtienen por medio de un sueño o por medio de los sentidos. Supongamos, por ejemplo, que Graham Bell hubiera inventado el teléfono en un estado de conciencia onírica. Esto no habría tenido ninguna importancia hoy en día, ya que el teléfono en sí es un invento importante y útil. El sueño claro y regular es, pues, el comienzo, y si en la quietud de las horas nocturnas has llegado a "vivir en tus sueños", si, después de un tiempo, te has habituado a un conocimiento de mundos muy distintos de éste, pronto llegará un momento en que aprenderás, por estas nuevas experiencias, a dar un paso hacia la actualidad.

Entonces el mundo entero asumirá un nuevo aspecto, y serás tan sensible a este cambio como lo serías al abrirte paso a través de una hilera de sólidas sillas, a través de cualquier cosa que tus sentidos puedan percibir en ese momento en la proximidad. Tal es la condición de cualquiera que haya adquirido un nuevo estado de conciencia. Algo nuevo, un nuevo tipo de personalidad, se ha despertado dentro de él. En el curso de su desarrollo posterior, se alcanzará una etapa en la que no sólo las curiosas apariciones de los mundos superiores pasan ante el ojo espiritual como visiones de luz, sino que también los sonidos de esos mundos superiores se vuelven audibles, expresando sus nombres espirituales, y son capaces de transmitir al vidente un nuevo significado. En el lenguaje de los misterios, esto se expresa con las palabras: "El hombre ve el sol a medianoche"; es decir, que para él ya no hay obstáculos en el espacio que le impidan ver el sol cuando está en el otro lado del mundo. Entonces también se le aclara la obra del sol, que actúa en el universo, y se hace consciente de esa armonía de las esferas, esa verdad de la que daban testimonio los pitagóricos.

Los tonos y los sonidos, esta música de las esferas, se vuelven ahora, para él, reales. Los poetas, que también fueron videntes, supieron de la existencia de algo parecido a esta música, y sólo aquellos que puedan captar el sentido de Goethe desde este punto de vista podrán comprender esos pasajes, por ejemplo, que aparecen en el "Prólogo en el cielo" (véase Fausto, pt. I), que pueden tomarse como fraseología poética o como una verdad elevada. Cuando Fausto se introduce por segunda vez en el mundo de los espíritus, habla de estos sonidos:

"Sonando para el oído espiritual,

Ya ha nacido el nuevo día".

Fausto, Parte II.

He ahí la conexión entre la ciencia natural y la teosofía. Du Bois-Reymond ha señalado que el durmiente sólo puede ser un objeto para los experimentos de la ciencia natural. Pero si el hombre comenzara a abrir sus sentidos internos, si llegara a ver y oír que existe una cosa tal como la realidad espiritual, entonces sí que todo el edificio de la teosofía elemental, tan maravillosamente, construido por Haeckel -una estructura que nadie puede admirar más profundamente que yo-, entonces esta gran obra brillará con una nueva gloria, revelando, como debe ser, un significado completamente nuevo. Según esta maravillosa estructura, vemos una simple criatura viviente como arquetipo, pero podemos remontarnos espiritualmente a una condición anterior de conciencia.

Ahora explicaré lo que la teosofía sostiene como la doctrina del descenso del hombre. Es obvio que en una sola conferencia como la presente no se puede presentar ninguna "prueba", y también es natural que para todos los que sólo conocen las teorías comúnmente presentadas sobre este tema, todo lo que diga parecerá fantástico y altamente improbable. Sin embargo, todas estas teorías tienen su origen en los principales círculos del pensamiento materialista, y muchos de los que probablemente se resienten de la sugerencia del materialismo como algo totalmente ajeno a su naturaleza, están, sin embargo, (y de forma bastante comprensible) atrapados en una red de autoengaño.

La verdadera enseñanza teosófica relativa a la evolución es apenas conocida en nuestros días; y cuando nuestros adversarios hablan de ella, quien la conoce puede reconocer inmediatamente, por las objeciones que se le formulan, que se trata de una caricatura de esta doctrina de la evolución.

Para todos aquellos que se limitan a reconocer la existencia de un alma o de un espíritu que se expresa en el organismo humano o animal, el modo de representación teosófico debe ser totalmente incomprensible, y toda discusión que se refiera a este tema es, con tales personas, totalmente infructuosa. Primero deben liberarse del estado de sugestión materialista en que viven, y deben familiarizarse con la actitud fundamental del pensamiento teosófico.

Al igual que los métodos de investigación empleados por la ciencia física se remontan al organismo del cuerpo físico en la tenue distancia de los tiempos primigenios, así es el modo del pensamiento teosófico de ahondar en el pasado con respecto al alma y al espíritu. Ahora bien, este último método no conduce a ninguna conclusión antagónica o contradictoria con los hechos expuestos por la ciencia natural; únicamente no puede tener nada que ver con las interpretaciones materialistas de estos hechos.

La ciencia natural traza el descenso del ser vivo físico retrocediendo hacia atrás, llegando por este camino a organismos de tipo cada vez menos complicado. La ciencia natural declara: "El ser vivo perfecto es un desarrollo de estos seres más simples y menos complicados"; y, en lo que se refiere a la estructura física, esto es cierto, aunque las formas hipotéticas de las edades primigenias de las que habla la ciencia materialista no se ajustan totalmente a las conocidas por la investigación teosófica. Sin embargo, esto no debe preocuparnos en este momento.

Desde el punto de vista físico, la teosofía también reconoce la relación del hombre con los mamíferos superiores, con los simios parecidos al hombre. Pero no se puede hablar de que nuestra humanidad descienda de una criatura del calibre de la mente y del alma del mono, tal como lo conocemos. Los hechos son muy diferentes, y todo lo que el materialismo plantea de esta naturaleza descansa en un error de pensamiento. Este error puede ser aclarado por medio de una simple comparación suficiente para nuestro propósito, aunque resulte banal.

Imaginaremos dos personas, una moralmente deficiente e intelectualmente insignificante; la otra dotada de un alto nivel de moralidad y de considerable intelectualidad. Supondremos que un hecho u otro confirma la relación de estas dos. Ahora, les pregunto, ¿se deducirá que el que está más dotado en todos los sentidos desciende de alguien que tenía el nivel descrito? Jamás pensaríamos que es un hecho sorprendente que sean hermanos. Sin embargo, podemos encontrar que tuvieron un padre que no era exactamente del mismo nivel que cualquiera de los hermanos, y en ese caso se encontrará que uno ha trabajado su camino hacia arriba, y el otro ha degenerado.

La ciencia materialista comete un error similar al aquí indicado. Los hechos que conoce inducen a aceptar una conexión entre el simio y el hombre, pero no por ello debe sacar la conclusión de que el hombre desciende de los animales simiescos. Lo que debe aceptarse es que hubiese una criatura primigenia, un ancestro físico común, del que el mono ha degenerado, mientras que el hombre ha sido el "hermano" ascendente.

Ahora bien, ¿qué había en esa criatura primigenia para provocar este ascenso a lo humano, por un lado, y el hundimiento en el reino de los simios, por otro? La teosofía responde: " La propia alma del hombre lo hizo". Ya entonces el alma del hombre estaba presente, en una época en que, sobre la faz de esta tierra física, las criaturas que poseían el más alto sentido del desarrollo eran estos ancestros comunes del hombre y del mono. De entre la multitud de estos antepasados, los mejores tipos eran capaces de someterse al progreso del alma, los demás no. Así sucede que el alma humana actual tiene un "ancestro anímico" al igual que el cuerpo tiene su antepasado físico.


Es cierto que, en lo que respecta a los sentidos, esos "ancestros del alma" no podrían, según nuestras observaciones actuales, haber sido perceptibles dentro de nuestros cuerpos. Todavía pertenecían en cierto sentido a "mundos superiores", y también poseían otras capacidades y poderes que los del alma humana actual. Carecían de la actividad mental y del sentido moral que ahora son evidentes. Dichas almas no podían concebir ningún modo de fabricar instrumentos a partir de las cosas del mundo exterior; no podían crear estados políticos. La actividad del alma seguía consistiendo en gran medida en transformar el arquetipo de aquellos cuerpos ancestrales. Se esforzaba en mejorar el cerebro incompleto, permitiéndole en un período posterior convertirse en la sede de las actividades del pensamiento. Al igual que el alma actual, dirigida hacia las cosas externas, construye máquinas, etc., el alma ancestral trabajó en la construcción del cuerpo del antepasado humano. Naturalmente, se puede plantear la siguiente objeción: "¿Entonces, por qué el alma actual no trabaja en su cuerpo en la misma medida?" La razón de que no lo haga es que la energía empleada en un tiempo anterior para la transformación de los órganos ha estado dirigiendo desde entonces todo su esfuerzo a las cosas externas en el dominio y regulación de las fuerzas de la Naturaleza.

Por lo tanto, podemos atribuir una doble descendencia al hombre en los tiempos primordiales. Su nacimiento espiritual no es coetáneo al perfeccionamiento de sus órganos sensoriales. Por el contrario, el "alma" del hombre ya estaba presente en la época en que esos "antepasados" físicos habitaban la tierra. En sentido figurado, podemos decir que el alma "seleccionó" un cierto número de tales "antepasados" que parecían más adecuados para recibir la expresión corpórea externa que distingue al hombre actual. Otra rama de estos ancestros se deterioró, y en su condición degenerada está representada ahora por los simios antropoides. Estos, por tanto, forman, en el verdadero sentido de la palabra, ramificaciones de la ascendencia humana. Esos ancestros son los antepasados físicos del hombre, pero esto se debe únicamente a la capacidad de reconstrucción que habían recibido principalmente del alma humana interior. Por tanto, el hombre desciende físicamente del "arquetipo", mientras que espiritualmente es el descendiente del "alma ancestral".

Pero podemos remontarnos aún más en el árbol genealógico de las criaturas vivientes, y entonces llegaremos a un antepasado físicamente aún más imperfecto. Sin embargo, en la época de este antepasado físico, también existía el "alma-ancestro" del hombre. Fue esta última la que elevó al antepasado físico al nivel del mono, superando de nuevo a su hermano menos adaptable en la carrera por el desarrollo, y dejándolo atrás en un estadio inferior de la creación. A ellos pertenecen los mamíferos actuales de un grado inferior al de los simios. Así, podemos retroceder más y más en los tiempos primigenios, incluso hasta una época en la que en esta tierra, que entonces tenía un aspecto tan diferente, existían aquellas criaturas más elementales de las que Haeckel afirma que se desarrollaron todos los seres superiores. El alma-ancestro del hombre fue también contemporánea de estas criaturas primitivas; ya vivía cuando el "arquetipo" transformó los tipos útiles, dejando atrás, en diferentes etapas, a los incapaces de un mayor desarrollo.

Por lo tanto, en realidad, la totalidad de las criaturas vivientes de la tierra son descendientes del hombre, en cuyo interior lo que hoy "piensa y actúa" como alma, originó el desarrollo de los seres vivos. Cuando nuestra tierra llegó a existir, el hombre era un ser puramente espiritual; comenzó su carrera construyendo para sí mismo el más simple de los cuerpos. Toda la escala de los seres vivos no representa más que las etapas superadas a través de las cuales ha desarrollado su estructura corporal hasta su actual grado de perfección.

Las criaturas de hoy en día difieren mucho en apariencia de la de sus antepasados en aquellas etapas particulares en las que se ramificaron del árbol humano. No es que hayan permanecido inmóviles, ya que se han deteriorado de acuerdo con una ley inevitable, que, debido a la larga explicación que implicaría, no podemos entrar aquí. Pero el mayor interés radica en el hecho de que a través de la teosofía llegamos, en lo que respecta a la forma exterior del hombre, a un árbol genealógico no del todo diferente al de Haeckel. Haeckel, sin embargo, presupone como antepasado físico del hombre nada más que un hipotético animal. Sin embargo, la verdad es que en todos aquellos puntos en los que Haeckel utiliza los nombres de los animales, deberían instalarse los antepasados aún no desarrollados del hombre; porque esos animales, hasta los seres vivos más insignificantes, no son más que formas deterioradas y degeneradas que ocupan aquellos estadios inferiores por los que el alma humana ha pasado en su viaje ascendente.

Por lo tanto, externamente, la semejanza entre el árbol genealógico de Haeckel y el de la teosofía es suficientemente sorprendente, aunque las evidencias internas muestran que están tan separados como los polos.

De ahí las razones por las que las deducciones de Haeckel son tan eminentemente adecuadas para el aprendizaje de una sólida teosofía elemental. No hay que hacer más que dominar, desde el punto de vista teosófico, los hechos que ha dilucidado de manera tan magistral, y luego elevar su filosofía a un plano más elevado y noble. Si Haeckel trata de criticar y menospreciar cualquier filosofía "superior" de este tipo, se muestra simplemente pueril - a la manera, por ejemplo, de una persona que, no habiendo llegado más allá de la tabla de multiplicar, presume de afirmar: "Lo que yo sé es verdad, y todas las matemáticas superiores no son más que tonterías imaginarias." Ningún teósofo desea negar o contradecir los hechos elementales de la ciencia natural; pero el quid de la cuestión es que el científico, engañado por las sugestiones materialistas, ni siquiera sabe de qué habla la teosofía.

Depende del hombre mismo el tipo de filosofía que adopte. Fichte lo ha expresado con muchas palabras:

"El ojo no perceptivo no puede detectar los colores;

El Alma no perceptiva no puede percibir el Espíritu".


El mismo pensamiento ha sido expresado por Goethe en una conocida frase:


"Si el ojo no fuera como el sol, ¿cómo podríamos ver el sol?

Si el propio poder de Dios no estuviera dentro de nosotros, la visión divina - ¿podría cautivarnos?"

y una expresión de Feuerbach, si se concibe correctamente, proclama que cada uno ve la imagen de Dios según su propia semejanza. El esclavo de sus sentidos ve a Dios de acuerdo con esos sentidos; el observador espiritual ve al Espíritu deificado. "Si los leones, los toros y los bueyes pudieran erigir dioses, sus dioses se parecerían a los leones, a los toros y a los bueyes", dijo un filósofo griego hace mucho tiempo.

El adorador de fetiches también tiene como principio más elevado algo que podemos llamar espiritual, pero todavía no ha llegado a buscarlo dentro de sí mismo, y por eso no ha ido más allá de contemplar a su dios como algo más que un bloque de madera. El adorador de fetiches no puede elevar su oración por encima de lo que puede sentir interiormente, porque todavía se considera en el mismo nivel que el bloque de madera. Y aquellos que no pueden ver más que un torbellino de átomos, aquellos para los que lo más elevado se resuelve en pequeños puntos de materia, como estos, también han perdido el reconocimiento del principio más elevado dentro de sí mismos.

Es cierto que Haeckel nos presenta en todas sus obras la información que ha adquirido honestamente, por lo que hay que concederle "les defauts de ses qualites". El valor estereotipado de su enseñanza vivirá, sus cualidades negativas se desvanecerán. Visto desde un punto de vista más elevado, se podría decir que el adorador de fetiches adora en su fetiche un objeto sin vida, mientras que el adherente materialista de la teoría de los átomos adora no sólo a un "pequeño dios", sino a toda una multitud de ellos, a los que llama átomos. [La palabra "adorar", por supuesto, no debe tomarse literalmente, ya que el pensador materialista, aunque todavía no ha sido destetado del "fetichismo", ha perdido el hábito de la oración]. La superstición de uno es tan grande como la del otro; pues el átomo materialista no es más que un fetiche, y el bloque de madera también está hecho de átomos. Haeckel dice en un pasaje: "Vemos a Dios en la piedra, en la planta, en el bruto, en el hombre - Dios está en todas partes", pero sólo se le ve, en la medida en que se le puede comprender. Qué esclarecedoras son aquí las palabras de Goethe, cuando dice:

"Tu eres como el Espíritu al que comprendes, ¡no yo!"

  Así, el materialista identifica el torbellino de átomos en la piedra, en la planta, en el animal y en el hombre, posiblemente también en toda obra de arte, y reclama para sí el conocimiento de una cosmogonía monista que ha superado las antiguas supersticiones. Sin embargo, los teósofos también tienen una cosmogonía monista; y podemos decir, con las mismas palabras que utiliza Haeckel, que vemos a Dios en la piedra, en la planta, en el bruto y en el hombre; pero lo que vemos no son átomos arremolinados, sino el Dios vivo, el Dios espiritual, al que buscamos fuera en la Naturaleza, porque también podemos buscarlo dentro de nosotros mismos.

Traducido por J. Luelmo ene'2021


i "En la reunión de la Asociación Británica en Oxford, el 28 de junio de 1860, Owen enfatizó la afirmación de que "el cerebro del gorila presentaba más diferencias, al compararlo con el cerebro del hombre, que al compararlo con los cerebros de los más bajos y problemáticos de los cuadrumanos". A esto Huxley, en un inglés educado, dio la razón directamente, y se comprometió a "justificar ese procedimiento inusual en otra parte". Dos días después, por mera casualidad, estuvo presente en la lectura de un artículo del Dr. Draper "Sobre el desarrollo intelectual de Europa considerado con referencia a las opiniones del Sr. Darwin". En la discusión que siguió, el obispo Wilberforce, lanzando una mirada a Huxley, terminó un discurso suave y superficial preguntándole 'en cuanto a su creencia de descender de un simio. Huxley no se levantó hasta que la reunión lo llamó. Entonces se dejó llevar. 'El Señor lo ha entregado en mis manos', dijo en voz baja a Sir Benjamin Brodie. Después de mostrar lo mal preparado que estaba el obispo para la controversia sobre la cuestión general de la evolución orgánica, aunque era un secreto a voces que Owen le había preparado para la contienda, Huxley dijo: "Dices que el desarrollo expulsa al Creador, pero afirmas que Dios te hizo a ti; y sin embargo sabes que tú mismo eras originalmente un trozo de materia no más grande que el extremo de este estuche de lápices de oro". A continuación, la famosa réplica:

"'Afirmé, y lo repito, que un hombre no tiene razón para avergonzarse de tener un mono como abuelo. Si hubiera un antepasado que me avergonzara de recordar, sería más bien un hombre -un hombre de intelecto inquieto y versátil- que, no contento con el éxito en su propia esfera de actividad, se sumerge en cuestiones científicas con las que no está realmente familiarizado, sólo para oscurecerlas con una retórica sin rumbo, y distraer la atención de sus oyentes del verdadero punto en cuestión con elocuentes digresiones y hábiles apelaciones a los prejuicios religiosos".


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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919