GA218 Stuttgart, 4 de diciembre de 1922- Relación que existe entre la vida del ser humano en la tierra, con la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento.

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Nexos espirituales en la formación del organismo humano

RUDOLF STEINER

Stuttgart, 4 de diciembre de 1922

Es para mí una gran satisfacción poder dirigirme a ustedes hoy, a mi paso por Stuttgart, y quisiera aprovechar la ocasión para hablar de varias cosas relacionadas con las dos últimas conferencias que se me ha permitido dar aquí. En aquel entonces hablé de la relación del hombre con el mundo espiritual, en la medida en que el conocimiento de éste puede avanzar sacando a la luz los procesos que tienen lugar durante el sueño sin que seamos conscientes de ellos, y por la iluminación que la ciencia espiritual puede arrojar sobre las experiencias que adquiere el hombre en el mundo espiritual entre la muerte y el nuevo nacimiento.

Hoy me gustaría hablar de cómo la vida del hombre en la tierra es, en cierto sentido, una imagen inversa de esas experiencias. La vida del hombre en la tierra sólo se entiende cuando se pueden relacionar determinadas expresiones de la misma con sus equivalentes en el mundo espiritual, donde el hombre pasa la mayor parte de su existencia.

En primer lugar, me gustaría hablar de algunas de las formas en las que el alma humana se expresa durante la vida terrenal, en la medida en que pueden relacionarse con las experiencias en el mundo espiritual. De mis dos últimas conferencias aquí habrán deducido que las experiencias del alma humana entre la muerte y el nuevo nacimiento difieren esencialmente de aquellas entre el nacimiento y la muerte. Aquí, en la tierra, las experiencias de un hombre pasan todas por la mediación de su cuerpo, ya sea el cuerpo físico o el cuerpo etérico. Nada de lo que experimenta en la tierra puede ser experimentado sin el apoyo de la naturaleza corporal. Podríamos imaginar fácilmente, por ejemplo, que el pensar es un acto puramente espiritual, y que en la forma en que se produce en la tierra en el alma humana no tiene nada que ver con la existencia en un cuerpo. En cierto sentido es así. Pero, por muy independiente que sea el pensar humano desde el punto de vista espiritual, no podría seguir su curso aquí en la existencia terrestre si no pudiera contar con el apoyo del cuerpo y sus procesos. Puedo valerme de una comparación que he utilizado a menudo aquí en ocasiones similares. Cuando un hombre camina, el suelo que pisa no es ciertamente la parte esencial de su actividad; la parte esencial está dentro de su piel; pero sin el apoyo del suelo no podría seguir adelante.

Lo mismo ocurre con el pensar. En esencia, el pensar no es ciertamente un proceso cerebral, pero sin el apoyo del cerebro no podría seguir su curso terrenal. A la luz de esta comparación se obtiene un concepto correcto de la espiritualidad, así como de las limitaciones físicas del pensar humano. En resumen, mis queridos amigos, aquí en la vida terrenal no hay nada en el hombre que no dependa del cuerpo para su apoyo. Dentro del cuerpo llevamos nuestros órganos - pulmón, corazón, cerebro, etc. En condiciones normales de salud no tenemos ninguna percepción consciente de nuestros órganos internos. Sólo los percibimos cuando están enfermos, e incluso entonces de forma muy imperfecta. Nunca podemos decir que tenemos conocimiento de un órgano por el mero hecho de mirarlo directamente, a menos que estemos estudiando anatomía, y en ese caso no estamos estudiando un órgano vivo. Nunca podemos decir que tenemos la misma visión de un órgano interno que de un objeto externo. Es característico de la vida terrenal que no conozcamos el interior de nuestro cuerpo por medio de la conciencia ordinaria. Menos aún conoce el hombre lo que generalmente considera de mayor valor para su existencia corporal: el interior de su cabeza. Porque cuando empieza a conocer algo de ella, por regla general el conocimiento resulta de lo más desagradable: el dolor de cabeza y todo lo que conlleva.

En la vida espiritual, entre la muerte y el nuevo nacimiento, ocurre exactamente lo contrario. Allí conocemos realmente lo que hay dentro de nosotros. Es como si aquí en la tierra no viéramos los árboles y las nubes en el exterior, sino que miráramos en lo esencial dentro de nosotros mismos, diciendo: Aquí está el pulmón, aquí el corazón, aquí el estómago. En el mundo espiritual contemplamos nuestro propio interior. Pero lo que vemos es el mundo de los seres espirituales, el mundo que conocemos en nuestra literatura antroposófica como el mundo de las Jerarquías superiores. Ese es nuestro mundo interior. Y entre la muerte y el nuevo nacimiento nos sentimos realmente como el mundo entero -cuando hablo de la totalidad es sólo en sentido figurado, pero es totalmente cierto-, a veces cada uno de nosotros nos sentimos como el mundo entero. Y en los momentos más importantes de nuestra existencia espiritual, entre la muerte y el nuevo nacimiento, dentro de nosotros sentimos y experimentamos el mundo de los seres espirituales y somos conscientes de ellos. Es tan cierto que allí tenemos conciencia de los espíritus del mundo superior dentro de nosotros como que aquí en la tierra no tenemos conciencia de nuestro interior, del hígado, los pulmones, etc. Lo más característico es que en la experiencia espiritual toda nuestra experiencia física se invierte. Poco a poco, a través del conocimiento iniciático, aprendemos cómo debe entenderse esto.

Ahora, sin embargo, relacionado con esta convivencia interior con los seres de las Jerarquías superiores existe un proceso esencial, -o un grupo de procesos-. Si en el mundo espiritual percibiéramos interiormente sólo el mundo de las Jerarquías superiores, nunca nos encontraríamos a nosotros mismos. En efecto, sabríamos que varios seres viven en nosotros, pero nunca llegaríamos a ser plenamente conscientes de nosotros mismos. De ahí que en nuestra experiencia entre la muerte y el nuevo nacimiento haya un ritmo. Dicho ritmo consiste en una alternancia entre nuestra contemplación interior en la cual se experimenta el mundo de los seres espirituales descritos en la literatura antroposófica, y una atenuación de esta conciencia. Lo mismo hacemos con lo espiritual dentro de nosotros cuando en la vida física cerramos los ojos y los oídos y nos vamos a dormir. Si se me permite decirlo así, desviamos nuestra atención del mundo de los seres espirituales dentro de nosotros y empezamos a percibirnos a nosotros mismos. Ciertamente es como si estuviéramos fuera de nosotros mismos, pero sabemos que este ser fuera de nosotros es lo que somos. Del mismo modo, en el mundo espiritual nos percibimos alternativamente a nosotros mismos y al mundo de los seres espirituales.

Este proceso rítmico que se repite constantemente puede compararse aquí en la existencia física en la tierra con dos cosas diferentes. Se puede comparar con la inhalación y la exhalación, y también con el sueño y la vigilia. En la existencia física en la tierra, ambos son procesos rítmicos; ambos pueden ser comparados con lo que he estado describiendo. Pero con los procesos que tienen lugar en el mundo espiritual entre la muerte y el nuevo nacimiento, no se trata de conocer algo de forma puramente abstracta, o -podría añadir- para satisfacer la curiosidad espiritual; se trata de reconocer la vida en la tierra como una imagen de lo supraterrenal. Y la pregunta surge necesariamente: ¿Qué ocurre en la vida terrestre que sea como una facultad de memoria como la que el hombre no tiene en la conciencia ordinaria, una facultad que podrían poseer los seres de las Jerarquías, los Arcángeles? ¿Qué hay en la vida física que sea como un recuerdo de vivir uno mismo en el mundo de los seres espirituales, o como un recuerdo de auto-experimentarse allí?

Ahora bien, mis queridos amigos, si entre la muerte y el nuevo nacimiento, no tuviéramos la experiencia de mirar dentro de nosotros mismos y encontrar allí el mundo del espíritu, aquí abajo en la tierra no existiría la moral. De esta experiencia de lo seres en el mundo espiritual, lo que conservamos cuando entramos en la vida terrestre es una inclinación hacia la vida moral. Esta inclinación es fuerte en proporción a la claridad con la que entre la muerte y el nuevo nacimiento el hombre ha experimentado su convivencia con los espíritus del mundo superior. Y cualquiera que en un sentido espiritualmente correcto vea en estas cosas, sabe que los hombres inmorales, como resultado de su vida precedente en la tierra, tuvieron una experiencia demasiado borrosa de esta existencia espiritual. Pero si entre la muerte y el nuevo nacimiento sólo pudiéramos experimentar lo que nos hace uno con los seres del mundo superior, y nunca pudiéramos experimentarnos a nosotros mismos, después en la tierra nos sería imposible alcanzar nunca la libertad, la conciencia de la libertad, la conciencia de nuestra personalidad, que es fundamentalmente idéntica a la conciencia de la libertad. Así, cuando en la tierra desarrollamos la moral y la libertad, son recuerdos del ritmo que experimentamos en el mundo espiritual entre la muerte y un nuevo nacimiento. 

Pero al dirigir nuestra mirada al alma podemos hablar con más exactitud de lo que resuena en el alma:  por un lado, el llegar a ser uno con los seres espirituales, y por el otro nuestra experiencia de la conciencia espiritual del yo. Eso que durante la vida terrenal permanece en nuestra alma como un eco del acercamiento a los seres del mundo espiritual, es la capacidad de amar. Esta capacidad de amar está más profundamente relacionada con la vida moral de lo que la gente cree. Porque sin esa capacidad de amar no habría vida moral aquí en la tierra; todo surge de la comprensión con la que nos encontramos con el alma de otro, y de esforzarnos por llevar a cabo lo que hacemos a partir de esta comprensión. El hecho de que nos comportemos con los demás con altruismo, o de que podamos actuar moralmente en el amor, son esencialmente ecos de nuestra vida entre la muerte y el nuevo nacimiento en común con los seres espirituales; y esto permanece con nosotros después de nuestra experiencia de lo que podríamos llamar soledad, -así es como se siente- la experiencia solitaria de nuestro yo en el mundo espiritual. Porque entonces nos sentimos solos cuando, por así decirlo, expiramos. 

La inhalación es como una experiencia de los seres espirituales. 

La exhalación es como una experiencia de nuestro yo. 

Pero el sentimiento de soledad, bueno, este sentimiento de soledad tiene su eco aquí en la tierra como nuestra capacidad de recordar, como nuestra memoria. Como seres humanos no tendríamos memoria si no fuera un eco de lo que hemos descrito como sentimiento de soledad. Somos verdaderos individuos en el mundo espiritual porque, -no puedo decir porque nos retraemos en nosotros mismos- sino porque podemos liberarnos de los espíritus superiores que hay en nosotros. Eso nos hace independientes en el mundo espiritual. Aquí en la tierra somos independientes porque somos capaces de recordar nuestras experiencias. Imaginen qué sería de su independencia si en sus pensamientos tuvieran que vivir siempre en el presente. Sus pensamientos recordados son los que hacen posible que ustedes tengan algo de vida interior. El recuerdo nos convierte en personalidades aquí en la tierra. Y recordar es el eco de lo que he descrito como la experiencia de la soledad en el mundo espiritual.

Ahora bien, ¿por qué descendemos del mundo espiritual al físico? De lo que dije aquí la última vez se deduce que las fuerzas que nos mantienen unidos a los seres espirituales superiores se van debilitando. Aquí, en la vida física, envejecemos porque las fuerzas que nos mantienen en conexión con la tierra física se debilitan; en cambio, en el mundo espiritual las fuerzas que se debilitan son las que nos mantienen en conexión con los seres espirituales. Sobre todo, se debilitan las fuerzas que nos permiten agarrarnos a los seres espirituales para así ser independientes. Un tiempo considerable antes de descender del mundo espiritual a la tierra, perdemos esa capacidad de convivir con los seres espirituales. No obstante con la ayuda de ellos formamos la semilla espiritual de nuestro cuerpo físico: ésta semilla la enviamos primero hacia abajo; luego tomamos nuestro cuerpo etérico y lo seguimos. En mi última conferencia les ilustré sobre esto. Nuestra capacidad de vivir con los seres espirituales en el mundo espiritual se desvanece, y sentimos cómo nos vamos acercando a la tierra cada vez más gracias a las fuerzas de la luna. Nos sentimos como un yo, pero continuamente nos volvemos menos capaces de comprender, de mantenernos dentro de los reinos espirituales; esta capacidad se vuelve cada vez más débil. Tenemos la sensación creciente de que el desvanecimiento puede vencernos en el mundo espiritual. Esto crea en nosotros la necesidad de que lo que ya no podemos llevar dentro de nosotros, ese sentirnos un yo, haya de ser apoyado por algo exterior, es decir, nuestro cuerpo, -una necesidad de ser apoyado por un cuerpo. Podría decir que poco a poco tenemos que desaprender a volar y aprender a caminar. Comprenderán que estoy hablando en sentido figurado, pero la imagen está en absoluta consonancia con la verdad, con la realidad. Así es como encontramos el camino hacia nuestro cuerpo. El sentimiento de soledad encuentra un refugio en el cuerpo y se convierte en la facultad de recordar, y tenemos que ganarnos un nuevo sentimiento de comunidad en la tierra. Esto resulta muy significativo cuando estudiamos, con la ayuda de la ciencia espiritual, el estado del sueño.

La última vez que estuve aquí describí este estado de sueño desde cierto aspecto. Ahora quiero añadir algo sobre los procesos mencionados entonces. Sé que estas cosas son fácilmente malinterpretadas. Una y otra vez se oye decir a la gente: "La última vez usted describió la experiencia del hombre entre el sueño y la vigilia, y ahora nos dice algo diferente al respecto". Mis queridos amigos, si les cuento lo que experimenta un funcionario en su despacho, no se contradice con lo que luego les cuento de él en el seno de su familia. Las dos cosas van juntas. Por tanto, deben ustedes tener claro que cuando les hablo de las experiencias entre el momento de ir a dormir y el de despertar, esto no es toda la historia, así como un funcionario puede seguir teniendo una vida familiar fuera de su oficina.

Así pues, el hombre, entre el sueño y la vigilia, experimenta en realidad una especie de repetición retrospectiva de lo que ha realizado en el transcurso del día. No se trata simplemente de que entre el sueño y la vigilia -el sueño puede ser bastante corto, y entonces las cosas se juntan de forma telescópica-, no se trata simplemente de que entre el sueño y la vigilia el hombre tenga una visión retrospectiva de sus experiencias durante el día, una visión inconsciente, no, cuando el alma durante el sueño se vuelve realmente clarividente, o cuando el alma clarividente mira hacia atrás en la memoria sobre las experiencias entre el sueño y la vigilia, se ve que el hombre experimenta realmente el retroceso de lo que experimentó desde la última vez que se despertó. Si duerme durante la noche de forma ordinaria, retrocede en lo que ha hecho durante el día. El último acontecimiento tiene lugar inmediatamente después de dormirse, y así sucesivamente. Todo su sueño actúa de una manera maravillosamente reguladora. Sólo puedo decir lo que puede ser investigado por la ciencia espiritual. Cuando se duerme un cuarto de hora, el principio del sueño sabe cuándo va a terminar, y en este cuarto de hora se experimenta en orden inverso lo que se ha producido desde la última vez que se despertó. Todo recibe su justa proporción, por maravilloso que parezca. Y esta experiencia retrospectiva puede decirse que se encuentra en algún lugar entre la realidad y la apariencia.

Si se tiene un recuerdo-imagen de algo experimentado en la vida física veinte años antes, una persona sana y reflexiva no lo tomará por una experiencia presente; está en la naturaleza del propio recuerdo-imagen que lo relacionemos con una experiencia pasada. Quien observa clarividentemente lo que el alma experimenta durante el sueño en orden inverso, no lo relaciona con el presente; lo relaciona con el futuro después de la muerte. De la misma manera que cualquier persona se da cuenta de que su recuerdo de algo vivido veinte años antes se refiere a ese tiempo pasado, también quien ve clarividentemente en el estado de sueño sabe que lo que ve no tiene ningún significado para el presente, sino que presagia lo que se va a vivir después de la muerte, cuando tengamos que retroceder por todo lo que hemos hecho en la tierra. Por eso, esta imagen del sueño es mitad realidad y mitad apariencia: está relacionada con el futuro. Por lo tanto, para la conciencia ordinaria es una experiencia inconsciente de lo que el hombre tiene que vivir en lo que llamé en mi libro, Teosofía, el mundo del alma. Y la conciencia intuitiva e inspirada descrita en mi libro, Conocimiento de los mundos superiores, recoge de la observación del sueño lo que el hombre tiene que vivir durante la primera etapa después de la muerte. Estas cosas no son meras invenciones; se observan claramente una vez que se ha adquirido el don de la observación. Así, desde que se duerme hasta que se despierta, el hombre vive sin su cuerpo a través de lo que ha hecho con su cuerpo cuando está despierto.

Llegamos ahora a un concepto extraordinariamente sutil. Piensen que desde el exterior tenemos que volver a vivir a través de nuestros actos con nuestro yo y nuestro cuerpo astral. La capacidad de hacerlo se adquiere en proporción al grado de amor que desplegamos. Ese es el secreto de la vida en lo que respecta al amor. Si un hombre es capaz de salir realmente de sí mismo en el amor, amando a su prójimo como a sí mismo, aprende lo que necesita en el sueño para experimentar a la inversa, plenamente y sin dolor, lo que tiene que ser experimentado de esta manera. Porque entonces debe estar totalmente fuera de sí mismo. Si un hombre es un ser sin amor, surge un sentimiento cuando, fuera de sí mismo, tiene que experimentar las acciones que realizó sin amor. Esto lo acorrala. Las personas sin amor duermen como si, -para usar una metáfora,- tuvieran poco tiempo. Así es que lo que hemos podido implantar en nosotros mismos a través del amor se vuelve verdaderamente fructífero mientras dormimos. Y en lo que se desarrolla así entre el sueño y la vigilia, tenemos algo que atraviesa la puerta de la muerte y luego sigue viviendo en el mundo espiritual. Se pierde entre la muerte y el nuevo nacimiento cuando convivimos con los seres espirituales de los mundos superiores y lo recuperamos como semilla durante la vida terrenal a través del amor. Porque el amor revela su significado cuando con su yo y su cuerpo astral, un hombre en el sueño está fuera de su cuerpo físico y de su cuerpo etérico. Entre el sueño y el despertar su ser esencial se ensancha si está lleno de amor y se prepara bien para lo que le sucederá después de la muerte. Si no tiene amor y se prepara mal para lo que le sucederá después de la muerte, su ser se estrecha. La semilla de lo que sucede después de la muerte se encuentra principalmente en el desarrollo del amor.

Durante nuestra vida en la tierra, entre el nacimiento y la muerte, nuestros recuerdos son extraordinariamente fugaces; sólo quedan imágenes. Piensen en lo poco que ustedes mismos conservan de estas imágenes de los acontecimientos vividos. Recuerden el indescriptible dolor experimentado por la muerte de alguien muy cercano a ustedes, e imaginen vívidamente la condición interior del alma que lo acompaña, y luego observen cómo aparece esto como una experiencia interior cuando después de diez años lo invocan. Se ha convertido en una sombra pálida, casi abstracta. Así es nuestra capacidad de recuerdo: pálida y abstracta comparada con el pleno vigor de la vida inmediata. ¿Por qué es tan débil y sombrío nuestro recuerdo? En efecto, es la sombra de nuestra experiencia del yo entre la muerte y el nuevo nacimiento. En él está la facultad de recordar, de modo que nos da realmente nuestra existencia. Lo que nos da carne y sangre aquí en la tierra, entre la muerte y el nuevo nacimiento nos da la facultad de la memoria. Allí la memoria es robusta y sanguínea -si se me permite usar tales expresiones para lo que es espiritual-, luego toma carne y se debilita. Cuando morimos, durante unos días, - lo he descrito a menudo, - el último resto de memoria está todavía presente en el cuerpo etérico. Si cuando atravesamos la puerta de la muerte miramos hacia atrás, hacia nuestra vida pasada en la tierra, el recuerdo se desvanece. Y de esta memoria se desprende lo que la fuerza del amor en la tierra nos ha dado como fuerza para la vida después de la muerte. De modo que la fuerza de la memoria es la herencia que recibimos de nuestra vida preterrenal, y la fuerza del amor es la semilla de lo que tenemos después de la muerte. Esa es la relación entre la vida terrenal y el mundo espiritual.

Pues bien, mis queridos amigos, he comparado lo que el hombre experimenta en relación con los seres superiores en el mundo espiritual, alternando con su experiencia del yo, con la respiración - inhalación, exhalación. En nuestro proceso de respiración, y en los procesos relacionados con el habla y el canto, podemos reconocer una imagen de "respiración" en el mundo espiritual. Como he dicho, nuestra vida en el mundo espiritual, entre la muerte y un nuevo nacimiento, alterna entre la contemplación del ser interior y la unión con los seres de las Jerarquías superiores; mirando desde dentro, llegando a ser uno con nosotros mismos. Esto sucede como la inhalación y la exhalación. Respiramos dentro de nosotros mismos y luego nos exhalamos, y esto es, por supuesto, una respiración espiritual. Aquí en la tierra este proceso de respiración se convierte en memoria y amor. Y de hecho la memoria y el amor también actúan juntos aquí en la vida física terrestre como una especie de respiración. Y si se es capaz de mirar con los ojos del alma esta vida física correctamente, se podrá observar en una importante manifestación de la respiración -hablar y cantar- el trabajo fisiológico conjunto de la memoria y el amor.

Estudien ustedes al niño hasta el cambio de dientes. Observarán cómo se desarrolla gradualmente el poder del recuerdo, de la memoria. Al principio es bastante elemental. El niño tiene una cierta memoria, pero se convierte en una fuerza independiente sólo hacia el momento en que cambian los dientes, y se completa en su desarrollo cuando el niño está maduro para la escuela. Sólo entonces podemos empezar a construir sobre la memoria. Antes de eso, al construir demasiado sobre la memoria, hacemos que el niño sea rígido y creamos una condición de alma esclerótica para su vida posterior. Cuando se trata de niños antes del cambio de dientes, se trata de que reciban las impresiones del presente de manera correcta. Es entre el cambio de dientes y la pubertad cuando podemos aventurarnos a construir sobre la memoria.

Hoy en día, la ciencia de la fisiología no ha llegado al punto de poder describir en detalle el proceso que acabamos de imaginar. La ciencia espiritual es capaz de hacerlo y la ciencia fisiológica ciertamente seguirá su ejemplo, pues estas cosas pueden ser descubiertas por una estrecha observación de la naturaleza humana. Se puede decir: Cuando emitimos un sonido o una nota, para empezar la cabeza está comprometida. Pero de la cabeza sale la misma facultad que interiormente, en el alma, da la memoria, que interviene en el sonido y en el tono: esto viene de arriba. Es inconcebible que alguien pueda hablar sin tener una facultad de memoria. Si olvidáramos siempre lo que contiene el sonido o el tono, nunca podríamos hablar o cantar. Es precisamente la memoria encarnada la que vive en el tono o en el sonido, por una parte; por otra parte, en cuanto al papel que desempeña el amor, incluso en su sentido fisiológico, en el proceso de respiración que da lugar al habla y al canto, tienen ustedes un claro testimonio de ello en el pleno volumen interior del tono que llega al varón con la pubertad, cuando el amor encuentra su expresión fisiológica durante el segundo período importante de la vida: esto viene de abajo. Aquí tenemos los dos elementos juntos - desde arriba lo que está en la base fisiológica de la memoria - desde abajo lo que está en la base fisiológica del amor: juntos forman el tono en el habla y en el canto. Ahí tenemos su interacción recíproca. En cierto modo, también es un proceso de respiración que atraviesa toda la vida. Así como inhalamos oxígeno y exhalamos dióxido de carbono, tenemos unidas en nosotros la fuerza de la memoria y la fuerza del amor, que se encuentran en el habla y en el tono. Se puede decir que el habla y el canto en el hombre son un intercambio alternativo de impregnación por la fuerza de la memoria y por la fuerza del amor.

Aquí hay algo extraordinariamente significativo para revelar el verdadero secreto del tono y del sonido.

Por lo tanto, hay una verdad real en lo que se expresa en las lenguas más antiguas al llamar Logos a la suma de las fuerzas del mundo y los pensamientos del mundo. Ese es el otro lado, el lado suprafísico de lo que se expresa físicamente en el habla. No sólo inhalamos y exhalamos seres superiores entre la muerte y el nuevo nacimiento, sino que también hablamos, aunque este hablar es al mismo tiempo un cantar. En la alternancia entre la salida hacia los seres espirituales y el regreso a nosotros mismos, hablamos un habla espiritual - con los seres de las Jerarquías superiores. Cuando estamos en el estado de hacernos uno con los seres del mundo espiritual, los miramos aunque estén dentro de nosotros mismos. Cuando nos liberamos de ellos y volvemos a nosotros mismos, entonces tenemos el efecto posterior, entonces somos nosotros mismos. Allí expresan su propio ser en nosotros: nos dicen lo que son: el Logos vive en nosotros. En la tierra esto se invierte; en el habla y el canto se expresa nuestro propio ser. Expresamos todo nuestro ser en el proceso de exhalación; mientras que cuando entre la muerte y el renacimiento liberamos a los seres espirituales, hemos recibido en el Logos todo el ser del mundo.

Pero, mis queridos amigos, el hecho es que cuando pasamos del mundo espiritual al físico atravesamos el gran olvido. ¿Quién, con la conciencia ordinaria, ve aquí, en la débil y sombría fuerza de la memoria, el eco de lo que fuimos como yo en el mundo espiritual? ¿Quién reconoce todavía en el habla, en la parte que proviene de la memoria, la vibración posterior del yo? ¿Quién reconoce en la formación plástica del habla, en el canto y en el discurso, un eco de los seres de las Jerarquías superiores? Sin embargo, ¿no es cierto que quien comprende cómo escuchar el habla sin tener en cuenta el significado, quien puede prestar oído a lo que los tonos expresan por su propia naturaleza, tiene la sensación -sobre todo si tiene inclinación artística- de que en el habla y el canto se revela más de lo que recibe la conciencia ordinaria? ¿Por qué entonces transformamos el habla ordinaria que tenemos aquí en la tierra como una facultad utilitaria - por qué la transformamos en canto despojándola de su función utilitaria y haciendo que exprese nuestro propio ser en la declamación, en el canto? ¿Por qué la transformamos? ¿Qué hacemos entonces?

Ahora nos hacemos una idea correcta de esto si decimos: Antes de descender a la tierra estaban en el mundo espiritual y vivían allí de la manera descrita. Llegó el gran olvido. En lo que su boca pronuncia, en lo que su alma recuerda, en cómo su alma ama, no reconoce el eco de lo que fue en el mundo espiritual. En el arte, sin embargo, nos retiramos unos pasos de la vida, por así decirlo, y nos acercamos unos pasos a lo que fuimos en nuestra vida prenatal y a lo que seremos en nuestra vida después de la muerte. Y si somos capaces de reconocer cómo la memoria es un eco de lo que tuvimos en la vida preterrenal, y cómo el despliegue del amor es la semilla de lo que tendremos después de la muerte, si a través del conocimiento del espíritu nos imaginamos el pasado y el futuro de la existencia humana, en el arte llamamos al presente -en la medida en que esto es posible para el hombre dentro de su organización física- llamamos al presente lo que nos une al espíritu.

Esa es la gloria esencial del arte: nos lleva por medios sencillos al mundo espiritual en el presente inmediato. Cualquiera que sea capaz de mirar en la vida interior del hombre dirá: Por lo general, un hombre sólo recuerda las cosas que ha experimentado en el curso de su vida terrenal actual. Pero la fuerza mediante la cual recuerda estas experiencias terrenales es la fuerza debilitada de su existencia como ser en la vida preterrenal. Y el amor que puede desplegar aquí como amor universal a la humanidad es la fuerza debilitada de la semilla que fructificará después de la muerte. Y así como en el canto y en el discurso declamatorio debe unirse lo que un hombre es, por medio de la memoria, con lo que puede dar al mundo, por medio del amor, así es en todo arte. Un hombre puede experimentar una armonía del yo con lo que está fuera, pero a menos que sea capaz de mostrar exteriormente lo que está dentro de él -ya sea en el tono, en la pintura o en cualquier otra rama del arte- de mostrar en la superficie lo que es, lo que la vida ha hecho de él, cuál es el contenido esencial de su memoria, no puede ser un artista. Tampoco es un verdadero artista aquel que de manera pronunciada se ve impelido a ser un egoísta en su arte. Sólo quien está dispuesto a abrirse al mundo, a hacerse uno con sus semejantes, a desplegar el amor, puede unir estrechamente este despliegue de amor con su propio ser. El altruismo y el egoísmo se unen en una sola corriente. Fluyen juntos de forma natural y más íntima en las artes sonoras, pero también fluyen juntos en las artes plásticas. Y cuando a través de una cierta profundización de nuestras fuerzas de conocimiento se nos revela cómo el hombre está conectado con un mundo suprasensible en lo que respecta al pasado y al futuro, también podemos decir que el hombre tiene un anticipo presente de esta conexión en su creación y disfrute del arte. En realidad, el arte nunca adquiere todo su valor si no está en cierta medida de acuerdo con la religión. No es que tenga que ser santurrón; incluso el arte en un estado de ánimo jovial puede tener esta concordancia.

Una amplia prueba de ello es la evolución del arte. En un principio estaba unido a la vida religiosa. En las épocas primitivas de la humanidad estaba entretejido con los cultos religiosos. Las imágenes que los hombres se formaban de sus dioses eran la fuente del arte plástico. Como ejemplo de ello, recordemos los Misterios de Samotracia a los que alude Goethe en la segunda parte de su Fausto, donde habla de los Kabiri.* En mi estudio de Dornach intenté hacer un cuadro de estos Kabiri. ¿Y qué resultó de ello? Fue algo muy interesante. Simplemente me propuse la tarea de descifrar intuitivamente cómo debían aparecer los Kabiri en los Misterios de Samotracia. E imagina esto: Llegué a tres cántaros, pero cántaros, es cierto, moldeados plásticamente y de acuerdo con el arte. Al principio me asombré, aunque Goethe hablaba realmente de cántaros. El asunto sólo se me aclaró cuando descubrí que esos cántaros estaban sobre un altar: entonces se ponía en ellos algo de la naturaleza del incienso, se cantaban las palabras del sacrificio, y a partir del poder de las palabras del sacrificio -que en los tiempos más antiguos de la humanidad tenían una fuerza de estímulo vibratorio muy diferente de todo lo posible hoy en día- el humo del incienso se convertía en la imagen deseada de la divinidad. Así, en el ritual, el canto acompañante se expresaba inmediatamente de forma plástica en el humo del incienso.

La humanidad había extraído verdaderamente el arte de la vida religiosa. Y Schiller tiene razón al decir: "Sólo a través del amanecer de la belleza se avanza hacia la tierra del conocimiento", que generalmente se encuentra citado en los libros como "Sólo a través de la puerta de la belleza se avanza hacia la tierra del conocimiento". Si un artista comete un desliz, pasa a la posteridad. La lectura correcta, por supuesto, es: "Sólo a través del amanecer de la belleza se entra en la tierra del conocimiento". En otras palabras, todo conocimiento llega a través del arte. Fundamentalmente, no hay conocimiento que no esté íntimamente relacionado con el arte. Sólo el conocimiento relacionado con lo externo, con la utilidad, parece no tener relación con el arte. Pero este conocimiento sólo puede extenderse a lo que en el mundo un simple moledor de colores sabría de la pintura. En cuanto en la química o en la física se va más allá -hablo en sentido figurado, pero se entiende lo que quiero decir- de lo que implica el mero triturado de colores, la ciencia se convierte en arte. Y cuando lo artístico es captado en su naturaleza espiritual de manera correcta, pasa gradualmente a lo religioso. El arte, la religión y la ciencia eran antes una sola cosa, y deberíamos seguir teniendo el sentido de su origen común. Esto sólo lo podremos tener cuando haya un retorno al espíritu en la civilización y el desarrollo humanos; cuando tomemos en serio la relación existente entre el hombre aquí en su existencia física en la tierra y el mundo espiritual. Este conocimiento debemos hacerlo nuestro desde los más variados puntos de vista.

Hoy he querido tratar uno de estos puntos de vista, mis queridos amigos, para que desde un cierto aspecto puedan tener una imagen de cómo el hombre está conectado con el mundo espiritual. Espero que podamos seguir ampliando estos estudios en un futuro no muy lejano.


Kabiri, Cabeiri , enigmáticas deidades ctónicas de la mitología griega


Traducido por J.Luelmo oct.2022



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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919