GA088-Berlín 28 de octubre de 1903 1ª parte 1ª conf. El misterio del nacimiento y de la muerte


RUDOLF STEINER

El misterio del nacimiento  y de la muerte

Berlín 28 de octubre de 1903

Si un caracol se arrastrara por una sala en la que se estuviera tocando la Novena Sinfonía de Beethoven, probablemente no escucharía nada de lo que haría que las personas de la misma sala experimentaran las más bellas sensaciones. Las notas de la sinfonía se expresan en las ondas de aire de la sala, estas ondas de aire se extienden en todas las direcciones; son la expresión exterior de la maravillosa armonía de las notas. Esta conexión tonal atraviesa el organismo del caracol igual que el del ser humano.  En el ser humano evoca sensaciones del más alto nivel, al caracol no le afecta. Está en el mismo medio, en la misma vena tonal oscilante que el ser humano, pero no sabe nada de lo que ocurre a su alrededor. Hay un mundo a su alrededor, y está en este mundo, pero no tiene idea de este mundo. Y sin embargo, este mundo de barro no está en otro lugar donde no está el caracol, sino en el mismo lugar donde está todo lo que el caracol necesita. El espacio en el que se encuentra el caracol está, por tanto, lleno de hechos que el caracol puede percibir, pero también está lleno de una suma de hechos que el caracol no puede percibir. 
Por tanto, hemos establecido que los fenómenos pueden vivir alrededor de un ser sin que éste tenga idea de ellos, y podemos plantear la cuestión de si los humanos no vivimos también en un mundo lleno de hechos y fenómenos de los que inicialmente no percibimos nada, hechos y fenómenos que se relacionan con nuestro mundo de la misma manera que la armonía de la Novena Sinfonía a lo que un caracol es capaz de percibir. Por lo tanto, hay que plantearse si lo que sentimos y percibimos en un espacio en el que estamos, constituye todo lo que ocurre en nuestro entorno. Puede haber hechos en nuestro entorno que no están ahí para nosotros simplemente porque no hemos desarrollado los órganos para percibir estos hechos. Podría haber seres en nuestro mundo, o los propios humanos podríamos convertirnos en seres capaces de percibir mucho más de lo que hay en nuestro mundo alrededor. Comparativamente, entre los seres humanos más o menos desarrollados podría existir una relación similar a la que existe entre el caracol y los seres humanos.
Esta es la pregunta que debe suscitar en nosotros conjetura tras conjetura sobre los mundos desconocidos que nos rodean, y esta es también la pregunta a la que debe responder el movimiento teosófico. La tarea del Movimiento Teosófico consiste esencialmente en darnos a conocer los mundos que nos rodean a diario y a cada hora, los mundos en los que vivimos, pero de los que no sabemos nada en circunstancias ordinarias. No es con mundos más allá del nuestro lo que la Teosofía quiere darnos a conocer, ni mundos que se encuentran en lugares inaccesibles para nosotros, sino con esos mundos que continuamente se proyectan en nuestro mundo, que siempre nos rodean, pero que permanecen desconocidos para nosotros porque nuestros órganos no están abiertos a ellos. Al principio sólo podemos hablar de estos mundos. Sólo podemos señalarles y pedirles que participen en el trabajo mediante el cual los sentidos del hombre se abren a estos mundos superiores, de modo que sea capaz de percibirlos como hoy sólo es capaz de percibir el mundo ordinario. Me gustaría hablarles de esos mundos en las siguientes conferencias.
En primer lugar, me gustaría hablar del mundo que en Teosofía llamamos el mundo astral. Éste se nos mostrará como un mundo que no está distante de nosotros, que está en todos los lugares donde nosotros estamos. En el espacio en el que nos encontramos actualmente, es tan real como el mundo que ven. El mundo astral es un mundo superior, que con sus apariciones ondula y modula a través del mundo en el que nos encontramos, al igual que la onda tonal sinfónica ondula a través del mundo del caracol, pero no es percibida por éste. Por tanto, no estamos hablando de algo que se encuentra fuera de nuestro mundo, sino de algo que impregna nuestro mundo en cada momento de la existencia. La percepción teosófica nos enseña a reconocer varios de estos mundos; en primer lugar, nos enseña a reconocer aquel mundo que nos es familiar por la vida cotidiana: el mundo físico, es decir, el mundo que todo ser humano es capaz de sentir con sus órganos sensoriales, el mundo que vemos, oímos, olemos, saboreamos, tocamos, el mundo en el que encontramos objetos naturales, minerales, plantas y animales.
Este mundo está entremezclado, intercalado, si puedo expresarme así, por un mundo superior, por el llamado mundo astral, que ahora nos proponemos conocer. Así como un fluido se mezcla con otro más fino, de modo que un fluido impregna al otro en todas sus partes, así el mundo astral impregna nuestro mundo de lo físico; y este mundo astral está a su vez impregnado por un mundo aún más elevado, que llamamos mundo mental, es decir, el mundo espiritual real. Así se entrelazan tres mundos, uno siempre intercalado con el otro, de los cuales, sin embargo, el hombre con sus órganos actuales sólo percibe el mundo físico. La tarea de la Teosofía es abrir gradualmente el sentido para los mundos invisibles que son inaudibles bajo circunstancias ordinarias.
¿Qué es el mundo astral? Cuando hablamos del mundo astral, la forma más rápida de entenderlo es buscar, entre todas las cosmovisiones que han reconocido un mundo espiritual además del físico, aquellas que han hablado del mundo astral y su relación con el hombre. La cosmovisión cristiana también conoce este mundo astral. En los primeros siglos del cristianismo, la gente no se limitaba a distinguir entre dos naturalezas, como hicieron más tarde y de forma más superficial: cuerpo y alma, sino que distinguían tres: cuerpo, alma y espíritu. El alma y el espíritu siempre han sido considerados como los componentes del ser humano en todas las visiones profundas del mundo desde tiempos inmemoriales. 
Remóntese a los pueblos que vivían en nuestras regiones mucho antes de las tribus germánicas. Si se observan los templos de aquellos antiguos pueblos celtas, se verá que tenían un altar en el centro rodeado por tres círculos de columnas. Estos tres círculos de columnas no significaban otra cosa que la triple naturaleza del hombre: Cuerpo, alma y espíritu. La naturaleza física es bien conocida. En todas las religiones y cosmovisiones más profundas se entendía la naturaleza del alma como aquello que llamamos astral en la cosmovisión teosófica. El término "espíritu" se entendía como aquello que es realmente eterno en la naturaleza del hombre. El cuerpo, el alma y el espíritu constituyen la triple naturaleza del hombre. 
La ciencia natural moderna ha estudiado el cuerpo con gran detalle. A través de ella estamos conectados con todo lo que nos rodea. No somos seres únicos y autónomos. No podríamos vivir físicamente si nuestro entorno fuera diferente. Piensen que si la temperatura del mundo físico fuera de diez a veinte grados más alta que la de nuestro aire circundante, el hombre no podría vivir en él. Nuestra vida no sólo depende de lo que ocurre dentro de los confines de nuestra piel, sino también de la vida de los fenómenos de la naturaleza que nos rodean. En cierto sentido, sólo somos el resultado de lo que ocurre a nuestro alrededor. Si no hubiera plantas en el mundo, no podríamos alimentarnos. Sólo si somos capaces de mantener el metabolismo físico podremos vivir físicamente. El hombre depende totalmente de su entorno físico, es decir, es un ser físico dentro del conjunto de la naturaleza física, pertenece a esta naturaleza física. Los materialistas del siglo XIX tenían razón al verlo así. Nuestro cuerpo es el efecto del entorno físico. Vivimos en el mundo físico con el mundo físico.
Ahora bien, ustedes saben que para este cuerpo llega un momento muy definido en el que deja de obedecer las leyes que obedecía en las condiciones ordinarias de la vida, es decir, el momento de la muerte. En el momento de la muerte, el cuerpo que nos pertenece ya no obedece las mismas leyes que ha obedecido a lo largo de la vida; y sin embargo, son leyes naturales las que obedece. Cuando hemos muerto, nuestro organismo corporal vuelve a las sustancias naturales que actuaban en ese cuerpo durante nuestra vida. Las fuerzas químicas y físicas actúan en nuestro cuerpo físico durante nuestra vida. Nuestra digestión es un proceso físico, nuestra respiración es un proceso físico. Lo que ocurre en nuestro ojo cuando vemos es también un proceso físico; es algo muy parecido al proceso de la placa fotográfica cuando se hace una foto.
Físicamente somos una confluencia de fuerzas físicas y químicas, pero dejamos de ser una confluencia de fuerzas químicas y físicas cuando caemos en la muerte. Este cuerpo deja entonces de mantenerse unido; fluye hacia la corriente de los fenómenos físicos generales. Pero no es posible que el cuerpo humano como tal sea sólo una composición química y física, pues en el mismo momento en que las fuerzas químicas y físicas se abandonan a sí mismas, toman cursos muy diferentes, se unen a la corriente de los procesos químicos y físicos generales. Ya no producen los procesos de ver, oír y pensar, sino que entran en procesos muy diferentes. Por lo tanto, debe haber habido algo que los impulsó a construir un organismo durante nuestra vida. Este organismo no está compuesto por otras sustancias una hora antes de la muerte que una hora después de la misma. La composición física es exactamente la misma, pero el elemento vital ya no existe. Ya no existe lo que impulsa a estas sustancias físicas a trabajar con fuerza, como nunca lo harían si se las dejara solas. 
Esto nos lleva a darnos cuenta de que este cuerpo construido física y químicamente, y puesto que sólo en términos físicos y químicos resulta ser una imposibilidad, debe estar atravesado y permeado por un principio superior, que organiza, navega y vive a través del inferior. El siguiente principio, que vive a través de nuestro cuerpo, es el que hace que sus partes no se deshagan mientras estamos vivos; y al causante de esto, lo llamamos el elemento astral en el hombre.
Podemos decir con bastante precisión cuál es el elemento astral en el ser humano. Es lo que hace que todas las personas que tienen tal elemento en ellas hace que se produzca en ellas lo que llamamos placer y desagrado en el sentido más amplio. El placer y el desagrado es algo que ocurre en nuestros cuerpos y en los cuerpos que son similares a nosotros en el sentido astral, y que no puede ser provocado por sustancias químicas y físicas. Tomemos un cristal o cualquier otra sustancia física compuesta por sustancias químicas.
Puede sucederle todo lo que de otra manera sucede en lo físico, pero no el deseo ni la aversión. Esto sólo se encuentra en el propio hombre y en los seres que se organizan como el hombre. Estos seres están interpenetrados con un elemento que puede sentir placer y desagrado. Si se golpea una piedra, ésta saldrá volando o golpeará en algún lugar y dejará huella. Si se impresiona un objeto natural de este modo o de cualquier otro, se puede ver desde fuera; incluso se le puede someter a un proceso que lo destruya, pero nunca sentirá placer ni desagrado. El placer y el desagrado llegan hasta donde llega el mundo astral.
En el espacio no sólo hay aire que sustenta la vida física, sino que el espacio está intercalado con un mundo astral en el que los seres humanos participamos igual que en el mundo físico exterior. Y así como no podríamos vivir como seres físicos sin dejar que la fuerza física fluya a través de nuestro organismo, tampoco podríamos vivir como seres de placer y displacer, como seres astrales, sin participar en lo que sucede en el mundo astral y en lo que vive y se teje en él, y lo que continuamente nos impregna e inspira. Al igual que estamos separados del mundo físico por nuestra piel y, por tanto, individualizados, también estamos cerrados en el mundo astral general. Estamos individualizados en él como seres astrales únicos y participamos en este mundo astral que nos rodea.
Ahora hemos hecho mención a un mundo que impregna y teje nuestro mundo físico, al igual que el mundo tonal de la Novena Sinfonía teje el mundo en el que también vive el caracol. En la vida ordinaria el hombre percibe el mundo a través de sus sentidos, pero no es capaz de percibir ese mundo que lo impregna y teje a través de él y que constituye su propio organismo astral. Pero el hecho de que no percibamos un mundo no es razón para decir que ese mundo no exista. ¿Por qué perciben ustedes a todas las demás personas sentadas aquí como seres físicos? Porque sus ojos están preparados para percibir los rayos físicos de la luz a través de sus ojos. Sus ojos pueden percibir los cuerpos físicos de las demás personas que le rodean. 
Estos cuerpos físicos son reales para ustedes. Para ustedes no estarían ahí si sus ojos no estuvieran ahí para verlos. Asimismo, en cada una de estas otras personas, el deseo y la aversión están presentes en innumerables matices. En cada uno de ustedes hay un mundo tan rico como el que ven con sus ojos; es un mundo rico en placeres y disgustos. Y tan real como su cuerpo físico, es un segundo cuerpo que se intercala con el cuerpo físico, por el cual este cuerpo físico está completamente impregnado. No se debe decir que sólo lo que se ve, lo que se puede percibir físicamente, es real, porque cada uno de ustedes sabe que un mundo de placeres y disgustos vive en él tan realmente como la carne muscular y las fibras nerviosas viven en él. 
Sólo porque sus ojos espirituales no están abiertos no ven estas realidades. Si sus ojos estuvieran abiertos a ello, entonces podrían percibir en cada uno de los seres humanos, al igual que perciben el color de su piel y sus ropas, también podrían percibir que fluye con fuerzas y sustancialidades, con entidades que son reales, que podemos llamar seres de placer y de displacer. Para aquel cuyo sentido está abierto a estas realidades, este mundo es tan real como el mundo físico.
En todo ser humano, además del cuerpo físico, existe también el cuerpo astral, que se llama así porque para el vidente brilla con una luz intensa que es expresión de toda su vida de deseos y disgustos, de todo lo que vive en él como sentimiento. Así como no sólo ustedes saben que son de carne y hueso, sino que otras personas también pueden percibirlo, los sentimientos de placer y desagrado sólo existen para ustedes mientras nadie más los perciba. Algo más grande que su cuerpo físico es su organismo astral, que sobresale un poco por encima del mismo. Imagínense una sala en la que se celebra una reunión y en la que intervienen los distintos oradores.
Cuando un clarividente mira a través de la sala con su mirada clarividente, no sólo percibe las palabras que se pronuncian, no sólo los ojos que brillan y las fisonomías que hablan, ve algo más: ve cómo las pasiones pasan del orador a los demás, ve cómo las sensaciones y los sentimientos se encienden en el orador, ve si un orador habla, por ejemplo, por venganza o por entusiasmo. Con el entusiasta ve el fuego del cuerpo astral que se desborda, y con la gran multitud de personas ve una abundancia de rayos; éstos, a su vez, suscitan el deseo o la aversión en el orador. Hay una interacción de temperamentos que tiene lugar abierta y claramente ante el vidente. El es un mundo tan real del que formamos parte como el mundo exterior en el que vivimos. 
No en vano, ni sin un propósito, el Movimiento Teosófico ha señalado al hombre estos mundos invisibles de los que los hombres forman parte y a los que estamos enviando continuamente los efectos de nuestros actos. Es imposible pronunciar una palabra o captar un pensamiento sin que los sentimientos tengan un efecto en el espacio. Al igual que nuestras acciones actúan en el espacio, los sentimientos también lo hacen; impregnan el espacio e influyen en los hombres y en todo el mundo astral. En circunstancias inusuales, el hombre no es consciente de que de él emana una corriente de efectos, de que él es una causa cuyos efectos pueden percibirse en todo el mundo. No es consciente de que también puede hacer daño enviando al mundo corrientes de deseo y desagrado, de pasiones e impulsos, que pueden afectar a otras personas de la manera más dañina. No es consciente de lo que está haciendo con su vida emocional.
Nuestro conocimiento no está destinado a una existencia sin propósito; no está ahí simplemente para reconocer, no está ahí por sí mismo. Se ha convertido en una hermosa frase de la erudición occidental que el conocimiento existe por sí mismo. Quien se adentra en la sabiduría oriental encuentra algo más que el conocimiento por sí mismo. Sabe que el conocimiento consiste en estar activo en el mundo en el sentido de este conocimiento. Aprendemos a conocer el mundo físico para no comportarnos en la naturaleza física como en el caos.
Y aprendemos a conocer la naturaleza superior para operar en esta naturaleza superior de forma consciente. Quien reconoce y domina esta naturaleza superior aprende a trabajar en ella conscientemente; aprende a controlar sus pensamientos y a no dejarlos trabajar al azar, a no dejarlos tampoco al azar, sino a mantenerlos bajo control; aprende a controlar su vida interior, a regular su vida interior para que tenga un efecto ennoblecedor sobre el entorno en el sentido más ideal.
Así, los mundos superiores, que -permítanme subrayar esto- son tan reales como nuestro mundo físico, incluso más, adquieren una inmensa importancia para el mundo físico. Quien conozca que lo que ocurre en el mundo astral es mucho más importante para el proceso mundial que lo que se ve y se puede hacer en el mundo físico, también valorará correctamente este mundo en su importancia.
Si se asciende aún más, se encontrarían mundos aún más importantes que el mundo astral. La religión cristiana también habla de ello. Lo que ellos denominan "alma" es el mundo astral, lo que ellos denominan "espíritu" es lo que ustedes conocen en Teosofía como el "plano mental". ¿Por qué el mundo superior, el astral, es infinitamente más importante que el mundo físico? Porque el mundo físico no es más que la expresión de este mundo astral, el efecto del mundo astral. Me gustaría darles una explicación de un fenómeno que les mostrará cuán infinitamente más importante es lo que ocurre en el mundo astral que lo que ocurre en el mundo físico. Lo que tengo que decir se llama el misterio del nacimiento y la muerte en las enseñanzas del misticismo y la teosofía. Es uno de los mayores misterios o secretos del mundo. Hablamos de siete misterios mundiales.
Quienes piensan de forma trivial -y el mundo actual está demasiado inclinado a pensar de forma trivial- nos acusarán fácilmente de entusiasmo y ambigüedad. Pero los teósofos sabemos lo que significan las tres palabras que se mencionaban con frecuencia en los primeros siglos del cristianismo, cuando éste era todavía una de las religiones más profundas del mundo: Percibir, pensar, suponer. - Estas tres palabras se mencionan una al lado de la otra. El hecho de que se mencione el suponer junto con percibir y pensar nos muestra que la gente no era tan inmodesta con el conocimiento como lo es hoy. Sí, la gente de hoy es inmodesta con respecto al conocimiento, inmodesta porque desprecia todo lo que sus sentidos y su intelecto no comprenden. ¿Creen ustedes que si el caracol se atreviera a decir que no hay nada más en la habitación que lo que él percibe, no tendríamos que decir de este caracol que tiene una gran inmodestia con respecto al conocimiento? No se equivoquen. En el peor sentido de la palabra, ocurre lo mismo con el hombre cuando dice: Lo que mi intelecto no puede percibir y comprender no existe en este mundo. - Dos cosas, percibir y pensar, son las que nos proporcionan belleza, tamaño y número en el mundo. Pero hay una tercera cosa que nos hace ser siempre humildes, que nos hace esforzarnos, que nos lleva a profundizar cada vez más en el mundo: es la suposición, la suposición de que puede haber algo más de lo que conocemos.
El movimiento teosófico se diferencia de todos los demás movimientos cognitivos en esto. ¿Qué persigue el científico ordinario, orgulloso de su cultura e impúdico de su cognición ordinaria? Persigue todo lo que puede percibir y reconocer, y quiere extender su conocimiento sobre innumerables cosas. Es como un caracol que se arrastra en todas las direcciones y percibe lo que puede percibir: no percibiría nada más que lo que sus órganos de caracol pueden percibir. Lo mismo ocurre con los seres humanos. Por eso se ha añadido a la percepción y al pensar la suposición de que -a medida que nos desarrollamos más- los órganos sensoriales superiores nos abrirán lo que normalmente nos está cerrado en el mundo. Por ello, la actitud del teósofo difiere de la del científico ordinario en que quiere desarrollarse a sí mismo, en que cree honesta y rectamente en el desarrollo de sus capacidades y se esfuerza por trabajar en sí mismo. Eso es, honorables invitados, el pensamiento teosófico: trabajar sobre nosotros mismos para que los órganos superiores se abran a nosotros, para que seamos capaces de percibir algo significativo e importante en lo que nos rodea. Esto debe convertirse cada vez más en una actitud occidental si la humanidad occidental no quiere ser completamente absorbida por la corriente materialista. 
Cuando esta actitud teosófica se generalice cada vez más, entonces se comprenderá que todo lo que son hechos y fenómenos físicos externos son las consecuencias, los efectos de causas más profundas que se encuentran en el mundo astral o en mundos aún más elevados. La ciencia occidental suele contentarse con investigar el cuerpo en todos sus componentes. Pero la mente teosófica se pregunta: ¿Este cuerpo se ha constituido a sí mismo? ¿Cuál podría ser la razón de esto? ¿Podemos creer que las fuerzas exteriores de la Naturaleza sienten la necesidad de ensamblarse en el hombre? No. Quien es capaz de ver en el mundo superior sabe que el hombre, antes de vivir en el organismo físico, vivía en una existencia astral antes de su nacimiento. Tan cierto como que tuvimos una existencia astral antes de nuestra existencia física, antes del nacimiento, es igualmente cierto que tenemos una existencia astral también después de nuestro nacimiento, y ésta se extiende más allá de nuestro cuerpo físico. Todo esto está incluido en lo que llamamos el misterio del nacimiento y la muerte.
La teosofía comprende la importancia de la tercera palabra: suponer. Lo que supongo hoy puede convertirse en conocimiento mañana, y lo que suponía ayer se ha convertido en certeza hoy. Quien confía en la profundidad de esta suposición no cree en los límites del conocimiento; se dice a sí mismo: yo no creo que lo que conozco sea en todo momento lo más profundo. - Y así tenemos claro que incluso a los fenómenos más importantes de la naturaleza sus leyes, sus esencias están profundamente veladas. "Misteriosa a plena luz del día, la naturaleza no puede ser privada de su velo". Misteriosa, misteriosa, es la naturaleza, es toda la vida, y penetrar en ella es la tarea del hombre. Porque es tarea del hombre trabajar con los misterios.
Hablamos de siete grandes misterios de la vida. Hay siete grandes misterios que nos revelan las siete grandes fases de la vida. Los " impronunciables " son llamados. El cuarto de estos grandes misterios, en el que nos introduciremos gradualmente a través de estas conferencias, es el misterio del nacimiento y la muerte. No es que tengamos que levantar un velo para comprender el misterio del nacimiento y la muerte. El cuerpo que vive entre el nacimiento y la muerte es frecuentado por otro cuerpo que sólo vive en el mundo astral. Nuestro cuerpo astral existe antes que nuestro cuerpo físico. Es la nota clave de nuestra vida sensible, la nota clave de nuestro temperamento y nuestras pasiones. Esto es lo que el vidente ve en el mundo astral. Antes de que el ser humano nazca, esta nota básica que cada uno de nosotros lleva dentro construye el cuerpo físico. Nuestros cuerpos físicos no construyen nuestras pasiones, deseos y temperamentos, sino que éstos vienen de otro mundo y eligen los cuerpos correspondientes. Por lo tanto, cada ser humano está dotado de una entidad anímica muy específica. Quien es capaz de estudiar realmente al ser humano sabe que los seres humanos se diferencian entre sí, que no hay dos seres humanos iguales en cuanto a pasiones, deseos y naturaleza física del cuerpo. En lo que respecta a la naturaleza del cuerpo físico, tal vez sólo sean ligeramente diferentes entre sí, pero las personas son enormemente diferentes en lo que respecta a su ser astral.
Antes de que un ser humano nazca, el vidente ve el cuerpo astral de ese ser humano fluyendo hacia el lugar de nacimiento, la suma de sus deseos, impulsos y pasiones, que luego se desarrollan en el cuerpo físico e interactúan con el mundo exterior. Y dentro de este cuerpo astral, como el ser más íntimo del ser humano encarnado, está el actual ser espiritual superior del ser humano. De un mundo aún más elevado desciende este ser espiritual superior del hombre, y dentro del mundo astral este ser espiritual superior del hombre se rodea de lo que llamamos materia de deseos, materia astral. Así se precipita por el mundo astral con la velocidad del rayo. El vidente lo ve en el mundo astral mucho antes de nacer. Se presenta en forma de campana luminosa y desciende sobre el cuerpo humano para espiritualizarlo.
Lo que decimos hoy sobre tal sustancia astral atrae fácilmente el reproche de ambigüedad, y es natural que si hablamos así en el mundo de hoy podamos recibir este reproche. Por lo tanto, debemos ser aún más cuidadosos. No debemos permitirnos hablar de él de esta manera, ni tampoco debemos hablar de él a menos que estemos tan firmemente y con seguridad en este mundo como en el mundo físico.
Considero que para un maestro de Teosofía es necesario hablar sólo de lo que pueda justificar en conciencia, es decir, a todo maestro teosófico le solicito que diga sólo aquello de lo que tiene conocimiento directo. Ni una palabra debe decir el maestro teosófico sobre estos mundos superiores si no es capaz de investigarlos por sí mismo; exactamente con el mismo derecho que nadie puede hablar de la química si no la ha estudiado. Por lo tanto, en las conferencias sólo diré lo que puedo decir con absoluta certeza. 
Nadie es capaz de describir el mundo astral en su totalidad, pues es más rico y extenso que nuestro mundo físico. Admito que incluso el investigador espiritual puede equivocarse en los detalles, al igual que uno puede equivocarse en el mundo físico, por ejemplo, cuando quiere determinar la altura de una montaña. Pero así como ese error individual no puede ser una razón para negar el mundo físico, el hombre no puede verse tentado a negar la realidad del mundo astral por un error individual. Antes de que el ser humano nazca para el mundo físico, vive como un ser impulsor con su "cuerpo de deseos" en el mundo astral. En el mundo astral no hay nacimiento ni muerte en el mismo sentido que en el mundo físico. En el mundo astral se aplica el misterio de la denominada atracción electiva. Es lo mismo que en este mundo físico con nuestros deseos y anhelos. 
Así como un deseo se desarrolla a partir de otro, lo mismo ocurre en el mundo astral. Un ser se desarrolla a partir de otro mediante la procreación eterna, sin nacimiento ni muerte. Los seres sólo están sujetos a la atracción electiva, no al nacimiento y la muerte. ¿De dónde viene que los seres físicos estén sujetos al nacimiento y a la muerte? Hoy quería llamar especialmente la atención sobre esta cuestión. ¿De dónde vienen el nacimiento y la muerte en la naturaleza física? He dicho que antes de que el hombre viva en el mundo físico, vive en el mundo astral y está sujeto a la atracción electiva; el nacimiento y la muerte no existirían allí. Pero el nacimiento y la muerte existen, porque el astral representa el punto medio entre otros dos mundos.
El hombre es ciudadano de dos mundos. Él señala hacia abajo el mundo físico y hacia arriba lo más elevado, el mundo espiritual. A través de su naturaleza astral, el hombre conecta el mundo espiritual en su eternidad con el mundo físico. Durante mucho, mucho tiempo, a través de varias épocas cósmicas, el hombre fue un mero ser astral. Hoy en día nos encontramos en la quinta "raza raíz", el periodo postatlante, precedido por la cuarta y la tercera. Sólo en la tercera "raza raíz", en la época lemúrica, el hombre se convirtió en un ser físico; antes estaba más cerca del mundo astral. Pero en aquella época, cuando el hombre era todavía un ser astral, no tenía todavía el poder del espíritu. Lo superior, el alma espiritual, sólo se unió con el ser astral en el momento en que lo espiritual se unió con lo físico. Y esta unión físico-espiritual requiere el nacimiento y la muerte de lo físico. Por lo tanto, como el hombre es el escenario de lo espiritual más elevado, debe nacer y morir dentro de lo físico. 
El ser astral no nace ni muere. El ser espiritual preservará su eternidad destruyendo el ser físico una y otra vez de vez en cuando para ascender de nuevo a lo espiritual y luego descender de nuevo al mundo físico. Goethe lo insinuó en su himno en prosa "Naturaleza": la vida es su más bella invención, y la muerte es su artificio para tener mucha vida. Esta interacción del nacimiento y la muerte, el misterio de toda la vida, seguirá ocupándonos en estas conferencias, y también nos familiarizaremos con los seres del mundo astral, de los que hemos hablado poco hasta ahora, para darnos cuenta de que hay más seres de los que el hombre en su actitud materialista actual puede soñar. 
Traducido por J.Luelmo nov.2022

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919