GA021 La abstracción de los conceptos

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RUDOLF STEINER

Sobre los enigmas del alma


La abstracción de los conceptos



En este ensayo hablo sobre la “perturbación” de nuestras imágenes mentales cuando éstas simplemente copian la realidad perceptible por los sentidos.

En este punto hay que buscar los hechos reales que se esconden tras el funcionamiento de la abstracción en nuestro proceso cognitivo. El ser humano forma conceptos sobre la realidad perceptible por los sentidos. Para la epistemología [la ciencia que investiga nuestra actividad cognoscitiva] surge la pregunta: ¿cómo se relaciona lo que el hombre retiene en su alma como concepto de un ser o proceso real con este ser o proceso real? ¿Es lo que llevo dentro de mí como concepto de un lobo equivalente a alguna realidad, o es meramente un esquema, formado por mi alma, que he creado para mí mismo al notar (abstraer) las características de uno u otro lobo, pero que no corresponde a nada en el mundo real? Esta pregunta recibió una amplia consideración en la disputa medieval entre los nominalistas y los realistas. Para los nominalistas, lo único real acerca de un lobo es la sustancia visible, carne, sangre, huesos, etc., presente en este lobo en particular. El concepto “lobo” es “meramente” una suma mental de características comunes a los diversos lobos. El realista responde a esto: toda sustancia que se encuentra en un lobo en particular también está presente en otros animales. Debe haber algo más además que ordene la sustancia en la coherencia viviente que se encuentra en un lobo. Este elemento real ordenador se da a través del concepto.

Hay que reconocer que Vincenz Knauer, el destacado experto en Aristóteles y la filosofía medieval, dijo algo excepcional en su libro Los principales problemas de la filosofía (Viena, 1892) al tratar la epistemología aristotélica:

El lobo, por ejemplo, no está constituido por elementos materiales distintos de los del cordero, sino que su corporeidad material está formada por la carne de cordero que ha asimilado; pero el lobo no se convierte en cordero, aunque no coma más que cordero durante toda su vida. Por tanto, lo que lo convierte en lobo debe ser, evidentemente, algo distinto de la hyle, la materia sensible; y, en realidad, no debe ni puede ser algo meramente pensable, aunque sólo sea accesible al pensamiento y no a los sentidos; debe ser algo que actúe [que produzca] y, por tanto, sea real, algo muy real.

Pero ¿cómo se podría pretender, en el sentido de una investigación meramente antropológica, alcanzar la realidad indicada aquí? Lo que los sentidos comunican al alma no produce el concepto “lobo”. Pero lo que está presente en la conciencia ordinaria como este concepto no es en absoluto algo “operante” [productivo]. Por el poder de este concepto, la reunión de los materiales perceptibles por los sentidos reunidos en un lobo ciertamente no podría ocurrir. La verdad es que esta pregunta lleva a la antropología más allá de los límites de su capacidad de conocimiento. La antroposofía muestra que junto a la relación del hombre con el lobo en el reino perceptible por los sentidos existe también otra relación. Esta otra relación, en su naturaleza particular, directa, no entra en nuestra conciencia ordinaria. Pero esta relación existe como una conexión suprasensible viva entre el hombre y el objeto que percibe con sus sentidos. El elemento vivo que existe en el hombre a través de esta conexión es reducido a un “concepto” por su organización intelectual. La imagen mental abstracta es ese elemento real, que ha muerto para presentarse a la conciencia ordinaria, en el que el hombre vive durante la percepción sensorial, pero cuya cualidad viva no se hace consciente. La abstracción de nuestras imágenes mentales es causada por una necesidad interna del alma. La realidad le da al hombre algo vivo. Él adormece esa parte de este elemento vivo que entra en su conciencia ordinaria. Lo hace porque no podría alcanzar la autoconciencia en su encuentro con el mundo exterior si tuviera que experimentar su conexión real con este mundo exterior en su plena vitalidad. Sin la paralización de esta vitalidad plena, el hombre tendría que reconocerse a sí mismo como una parte dentro de una unidad que se extiende más allá de sus límites humanos; sería un órgano de un organismo mayor.

El hecho de que el hombre deje que su proceso cognitivo se convierta interiormente en una abstracción de conceptos no se debe a algo real que se encuentre fuera de él, sino a las exigencias evolutivas de su propio ser, que exigen que, en su proceso de percepción, reduzca su conexión vital con el mundo exterior a esos conceptos abstractos que constituyen la base sobre la que surge la autoconciencia. El hecho de que esto sea así se revela al alma después del desarrollo de sus órganos espirituales. Mediante este desarrollo se restablece la conexión vital con una realidad espiritual que se encuentra fuera del hombre; pero si la autoconciencia no fuera algo adquirido ya por la conciencia ordinaria, no podría desarrollarse en una conciencia vidente.1De esto se desprende que una conciencia normal sana es el requisito previo necesario para una conciencia vidente. Quien crea que puede desarrollar una conciencia vidente sin una conciencia ordinaria activa y sana está muy equivocado. En realidad, la conciencia normal ordinaria debe acompañar en todo momento a la conciencia vidente; de ​​lo contrario, esta última introduciría un desorden en la autoconciencia humana y, por tanto, en la relación del hombre con la realidad. La antroposofía, con su conocimiento vidente, sólo puede ocuparse de este tipo de conciencia, pero no de ningún debilitamiento de la conciencia ordinaria.

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