GA110 Düsseldorf, 12 de abril (p.m.) de 1909 Los elementos. El calor es doble, hacia adentro y hacia afuera. El fuego separa la luz del humo. La luz es invisible.

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 RUDOLF STEINER

LAS JERARQUÍAS ESPIRITUALES Y SU REFLEJO EN EL MUNDO FÍSICO


Los elementos. El calor es doble, hacia adentro y hacia afuera. El fuego separa la luz del humo. La luz es invisible.

 

SEGUNDA CONFERENCIA

Düsseldorf, 12 de abril (p.m.) de 1909

La enseñanza que provenía de los santos Rishis, durante el primer período de civilización postatlante, era un conocimiento que brotaba de fuentes puramente espirituales de la existencia. Lo que es tan importante en esa enseñanza y en las investigaciones de aquellos tiempos es lo profundamente que se adentraba en los procesos de la naturaleza y se daba cuenta tan bien de la actividad del espíritu en esos procesos. En realidad, siempre estamos rodeados de actividades espirituales y de entidades espirituales. Cuando en la época de aquella antigua enseñanza sagrada se mencionaban los fenómenos del mundo que nos rodea, siempre se hacía referencia a uno de ellos como el más significativo, el más importante de todos, éste era considerado (por aquella antigua ciencia espiritual) como el fenómeno del fuego. En todas las explicaciones de lo que existe y sucede en la tierra, el punto central de importancia siempre fue dado a la investigación espiritual del fuego. Si queremos comprender lo que podemos llamar la enseñanza oriental sobre el fuego, que fue de tan gran importancia en aquellos tiempos antiguos para la adquisición del conocimiento y la comprensión de toda la vida, entonces debemos mirar a nuestro alrededor los otros fenómenos y acontecimientos de la naturaleza y ver cómo fueron considerados por esa enseñanza tan antigua, que todavía puede ser útil hoy en día para los fines de la ciencia espiritual. Todo lo que rodea al hombre en el mundo, en aquel entonces era remitido a los llamados cuatro elementos. Estos cuatro elementos ya no son respetados por la ciencia materialista de hoy en día. Todos ustedes saben que estos cuatro elementos se llaman Tierra, Agua, Aire y Fuego. Pero donde floreció la ciencia espiritual, la palabra "tierra" no tenía el mismo significado que tiene hoy en día. Representaba un cierto estado en el reino material: el estado o condición de solidez. Todo lo que es sólido era llamado "terrestre" por la ciencia espiritual de aquellos tiempos. Así pues, tanto si tomamos la tierra sólida de un campo, como un trozo de cristal, o de plomo, o de oro, todo lo que es sólido se llamaba entonces tierra. Todo lo que era líquido, no sólo el agua de hoy en día, era caracterizado como acuoso, o como agua. Si, por ejemplo, se toma el hierro, se le hace pasar por el calor hasta el punto de fundirse para que pueda fluir, entonces ese hierro líquido habría sido llamado agua por la ciencia espiritual. Todos los metales cuando son líquidos fueron descritos como agua. Todo lo que tiene el carácter de aire para nosotros hasta el día de hoy, no importa si era la condición que llamamos gas, u oxígeno, o hidrógeno, u otros gases, era llamado aire. El fuego era considerado el cuarto elemento. Los que recuerden la física elemental sabrán que la ciencia moderna no ve en el fuego nada que pueda compararse con la tierra, el agua o el aire: la ciencia física actual sólo ve en él una cierta condición de movimiento. La ciencia espiritual ve en el calor o en el fuego algo que tiene una sustancia aún más sutil que el aire. Así como la tierra o lo sólido se transforma en líquido, toda la sustancia del aire se transforma gradualmente en la condición del fuego -según la ciencia espiritual- y el fuego es un elemento tan sutil que interpenetra todos los demás elementos. El fuego interpenetra el aire y lo calienta, lo mismo que el agua y la tierra. Los otros tres elementos están, por así decirlo, separados entre sí, pero vemos que el elemento fuego los interpenetra a todos.

Tanto la ciencia espiritual antigua como la moderna coinciden en que existe otra diferencia aún más notable entre lo que llamamos Tierra, Agua, Aire y lo que llamamos Fuego o Calor. ¿Cómo llegamos a conocer la tierra o lo sólido? Tocándola. Nos damos cuenta de lo sólido al tocarlo y sentir su resistencia. Lo mismo ocurre con la sustancia acuosa. Esta cede, no es tan resistente, sin embargo la captamos como algo externo que ofrece resistencia. Y lo mismo ocurre con el elemento aire. Lo reconocemos también como algo externo. Con el calor es diferente. Aquí encontramos algo que la ciencia moderna no considera importante, pero que debe serlo para nosotros si queremos estudiar los verdaderos problemas de la existencia.

Podemos experimentar el calor sin entrar en contacto con él externamente. Lo esencial es que podemos experimentar el calor tocando un cuerpo que tenga un cierto grado de calor: podemos percibirlo externamente de la misma manera que experimentamos los otros tres elementos, pero también lo sentimos en nuestro interior. Por eso la ciencia antigua dice (y lo hacía ya en la época de los antiguos indios), que la tierra, el agua, el aire, sólo pueden ser experimentados en el mundo exterior, sin embargo, el calor es el primer elemento que también puede sentirse en el interior de uno mismo. Por tanto, el fuego o el calor tiene, por así decirlo, dos caras. Una externa, que se manifiesta cuando tomamos conocimiento de él en el mundo exterior y una interna cuando sentimos que nosotros mismos estamos en un determinado estado de calor. El hombre siente su propia condición de calor; está caliente o se congela; aunque conscientemente no se preocupa mucho de las sustancias gaseosas o líquidas o sólidas -el aire, el agua o la tierra- que están dentro de él. Él comienza a "sentirse" en el elemento calor. El elemento calor tiene un lado interno y otro externo. Por lo tanto, tanto la ciencia espiritual antigua como la moderna coinciden en que el calor o el fuego es aquello en lo que la materia comienza a convertirse en alma. Y así, en el verdadero sentido de la palabra, podemos hablar de un fuego exterior que experimentamos en los otros elementos, y de un fuego psíquico interior dentro de nuestra alma.

De este modo, la ciencia espiritual siempre consideró el fuego como el vínculo entre el mundo material exterior, por un lado, y el reino del alma, por otro, que puede ser conocido por el hombre en su ser interior. El fuego o el calor eran colocados en el centro de todas las observaciones de la naturaleza, porque el fuego es, por así decirlo, el portal a través del cual podemos pasar de lo exterior a lo interior. En realidad, el fuego es como una puerta ante la que uno se encuentra. Se lo ve desde afuera, se lo abre y se lo puede observar desde adentro. Así es el fuego entre los objetos de la naturaleza. Uno toca cualquier objeto y se familiariza con el fuego, que fluye hacia nosotros desde el exterior como los otros tres elementos: uno reconoce su propio calor interior y lo siente como algo que le pertenece a uno mismo; uno está dentro del portal, uno ha entrado en el reino del alma. Así se describía la ciencia del fuego. En el fuego se veía la interacción del alma y la materia. Ahora hemos puesto ante nuestras almas una lección elemental de la sabiduría humana primigenia.

Los antiguos maestros pueden haber hablado así: 'Mira ese objeto en llamas. Mira cómo el fuego lo destruye. En ese objeto ardiente se ven dos cosas". En aquellos tiempos antiguos una se llamaba humo, y puede que todavía se llame así hoy en día, y la otra se llamaba luz, y el científico espiritual veía el fuego en medio de la luz y el humo. El maestro decía: 'De la llama nacen simultáneamente la luz por un lado y el humo por el otro'. Ahora debemos poner por una vez muy claramente ante nosotros un hecho muy simple pero de gran alcance, que tiene que ver con la luz, que nace del fuego. Es muy probable que muchas personas, cuando se les pregunta si ven la luz, respondan: "Sí, por supuesto". Y, sin embargo, esta respuesta es lo más falsa posible; porque, en verdad, ningún ojo físico puede ver la luz. A través de la luz se ven los objetos sólidos, líquidos o gaseosos, pero la luz misma no se ve. Imaginaos que todo el espacio universal estuviera iluminado por una luz cuya fuente estuviera en algún lugar detrás de vosotros, donde no pudierais verla, y que mirarais a los espacios del mundo iluminados a través de esa luz. ¿Verías la luz? No verías absolutamente nada. Empezariais a ver algo cuando se colocara algún objeto dentro de ese espacio iluminado. La luz no se ve, se ve lo sólido, lo acuoso, lo gaseoso, por medio de la luz. Uno no ve la luz física con el ojo físico. Esto es algo que se presenta ante la mirada espiritual con particular claridad.

Por lo tanto, la ciencia espiritual dice: la luz hace que todo sea visible, pero ella misma es invisible. Esta frase es importante: la luz es imperceptible. No puede ser percibida por los sentidos externos: uno puede percibir lo que es sólido, líquido o gaseoso, finalmente uno puede percibir el calor o el fuego exteriormente. Esto también se puede empezar a sentir interiormente, pero la luz en sí ya no se puede percibir exteriormente. Si crees que cuando ves el sol ves luz te equivocas: ves un cuerpo en llamas, una sustancia ardiente de la que sale la luz. Se os podría demostrar que tenéis allí sustancias gaseosas, líquidas y terrosas. No veis la luz, veis lo que arde. Pero la ciencia espiritual dice que pasamos en orden ascendente de la tierra al agua, del aire al fuego, y luego a la luz, pasamos así del mundo exterior reconocible, del mundo visible al invisible, al mundo etérico-espiritual. 

El fuego se encuentra en la frontera entre el mundo material, exteriormente visible, y el mundo etérico y espiritual, que ya no es visible ni reconocible exteriormente. ¿Qué le ocurre a un cuerpo que se destruye con el fuego? ¿Qué ocurre cuando algo se quema? Cuando algo se quema, vemos aparecer por un lado la luz, que es exteriormente imperceptible y que es operativa en el mundo espiritual. Algo que no es meramente material exterior emite el calor y cuando es lo suficientemente fuerte como para convertirse en una fuente de luz, produce algo invisible, algo que ya no puede ser reconocido a través de los sentidos exteriores, pero debe pagar por ello en humo. De lo que antes era translúcido y transparente tiene que producir algo no transparente, algo de la naturaleza del humo. Así se ve cómo el calor o el fuego se diferencian, cómo se dividen. Por un lado se divide en luz, con la que abre un camino hacia el mundo suprasensible, y en pago por lo que envía como luz al mundo suprasensible, debe enviar algo hacia abajo al mundo material, al mundo de las cosas no transparentes, visibles. No hay nada unilateral en el mundo. Todo lo que existe tiene dos caras. Cuando la luz se produce a través del calor, entonces la materia turbia y oscura aparece en el otro lado. Esta es la enseñanza de la ciencia espiritual primigenia.

Pero el proceso que acabamos de describir es sólo el lado exterior, el proceso físico, material. En la base de este proceso físico-material hay algo esencialmente diferente. Cuando sólo hay calor en algún objeto que aún no brilla, entonces este calor que se percibe es en sí mismo la parte física externa, pero en su interior hay algo espiritual. Cuando este calor se hace tan fuerte que comienza a brillar y se forma el humo, entonces algo del espíritu que estaba en el calor debe ir al humo. Esa parte espiritual que estaba en el calor y ha pasado al humo, que siendo gaseoso y perteneciendo al aire es un elemento inferior al calor, esa parte espiritual se transmuta, se hechiza, por así decirlo, en humo. Así pues, con todo lo que, como un extracto turbio o una materialización, es depositado por el calor, se asocia también lo que podría llamarse el embrujamiento de algún ser espiritual. Podemos explicarlo aún más sencillamente. Imaginemos que reducimos el aire a una condición acuosa. El aire en sí no es más que calor solidificado, calor densificado en el que se ha formado humo. La parte espiritual que realmente quería estar en el fuego ha sido hechizada en humo. Los seres espirituales, que también se llaman elementales, están hechizados en todo el aire, e incluso serán hechizados, desterrados, por así decirlo, a una existencia inferior, cuando el aire se transforme en agua. De ahí que la ciencia espiritual vea en todo lo que es perceptible exteriormente algo que ha procedido de una condición original de fuego o calor y que se ha convertido en aire, humo o gas, cuando el calor comenzó a condensarse en gas, el gas en líquido, el líquido en sólido. "Mirad hacia atrás", dice el científico espiritual, mirad cualquier sustancia sólida. Esa solidez fue una vez líquida, sólo en el curso de la evolución se ha convertido en sólida y el líquido fue una vez gaseoso y lo gaseoso se formó como humo, fuera del fuego. Pero, relacionado con estos procesos de condensación y con la formación de gases y sólidos, siempre hay una transmutación, un embrujo del ser espiritual.

Observemos ahora nuestro mundo:  en él vemos rocas sólidas, corrientes de agua que fluyen, vemos el agua que se convierte en niebla ascendente: vemos el aire, vemos todas las cosas sólidas, líquidas, gaseosas y vemos el fuego, de modo que en la base de todas las cosas no tenemos más que fuego. Todo es fuego - fuego solidificado: el oro, la plata, el cobre, son fuego solidificado. Todas las cosas fueron alguna vez fuego; todo ha nacido del fuego. Pero en todo ese reino solidificado habitan algunos espíritus hechizados.

¿Cómo pueden esos seres espirituales, divinos, que nos rodean, producir materia sólida tal como es en nuestro planeta, producir líquidos, y sustancias aéreas? Envían sus espíritus elementales, los que viven en el fuego: los aprisionan en el aire, en el agua y en la tierra. Estos son los emisarios, los emisarios elementales de los seres espirituales, creadores, constructores. Los espíritus elementales entran primero en el fuego. En el fuego todavía se sienten cómodos - si queremos expresarlo con imágenes - y entonces están condenados a una vida de embrujo. Podemos decir mirando a nuestro alrededor: "Estos seres, a los que tenemos que agradecer todas las cosas que nos rodean, tuvieron que bajar del elemento fuego; están hechizados en esas cosas".

¿Podemos nosotros, como hombres, hacer algo para ayudar a esos espíritus elementales? Esta es la gran pregunta que plantearon los Santos Rishis. ¿Podemos hacer algo para liberar, para redimir, todo lo que está aquí, hechizado? Sí. Podemos ayudarlos. Porque lo que hacemos los hombres aquí en el mundo físico no es más que una expresión exterior de los procesos espirituales. Todo lo que hacemos es también de importancia para el mundo espiritual. Consideremos lo siguiente. Un hombre se para frente a un cristal, o un trozo de oro, o cualquier cosa de ese tipo. Lo mira. ¿Qué sucede cuando un hombre se limita a mirar, a contemplar con su ojo físico algún objeto exterior? Se produce una interacción continua entre el hombre y los espíritus elementales hechizados. El hombre y lo que está embrujado en la sustancia tienen algo que ver entre sí. Supongamos que el hombre sólo mira fijamente el objeto y toma sólo lo que se imprime en su ojo físico. Algo pasa siempre del ser elemental al hombre. Algo de esos elementales hechizados pasa continuamente al hombre, desde la mañana hasta la noche. Mientras estáis mirando los objetos, huestes de estos seres elementales, que fueron y están siendo continuamente hechizados a través de los procesos mundiales de condensación, están continuamente entrando desde vuestro entorno hacia vosotros. Supongamos que el hombre que mira los objetos no tiene ninguna inclinación a pensar en esos objetos, ninguna inclinación a dejar que el espíritu de las cosas viva en su alma. Vive cómodamente, se limita a pasar por el mundo, pero no trabaja en él espiritualmente, con sus ideas o sentimientos o de cualquier otra manera. Permanece simplemente como un espectador de las cosas materiales que encuentra en el mundo. 

Entonces estos espíritus elementales pasan a él y permanecen allí, sin haber obtenido nada del proceso del mundo, sino el hecho de haber pasado del mundo exterior al hombre. Tomemos otro tipo de hombre, el que trabaja espiritualmente sobre las impresiones que recibe del mundo exterior, el que con su entendimiento e ideas se forma conceptos sobre los fundamentos espirituales del mundo, el que no se limita a mirar un metal, sino que reflexiona sobre su naturaleza y siente la belleza que inspira y espiritualiza sus impresiones. ¿Qué hace un hombre así? A través de su propio proceso espiritual, libera el ser elemental que ha aflorado en él desde el mundo exterior; lo eleva a lo que era antes, libera al elemental de su estado de encantamiento. Así, a través de nuestra propia vida espiritual, podemos, sin cambiarlos, aprisionar dentro de nosotros a los espíritus que están hechizados en el aire, el agua y la tierra, o bien, a través de nuestra propia espiritualidad creciente, liberarlos y conducirlos de vuelta a su propio elemento. Durante toda su vida terrenal, el hombre deja que esos espíritus elementales fluyan en él desde el mundo exterior. En la misma medida en que se limita a mirar las cosas, en la misma medida en que se limita a dejar que el espíritu habite en él sin transformarlo, así, en la misma medida en que intenta con sus ideas, sus conceptos y su sentimiento de la belleza elaborar espiritualmente lo que ve en el mundo exterior, libera y redime a esos seres elementales espirituales.

Ahora bien, ¿qué sucede con esos seres elementales que, habiendo salido de las cosas, entran en el hombre? Al principio permanecen dentro de él. También los que se liberan al principio permanecen, pero sólo hasta su muerte. Cuando el hombre pasa por la muerte, se produce una diferenciación entre los seres elementales que simplemente han pasado a él y que él no había conducido de vuelta a su elemento superior, y aquellos a los que, mediante su propia espiritualización, ha conducido de vuelta a su condición anterior. Aquellos a los que el hombre no ha cambiado no han ganado nada con su paso del mundo exterior a él, pero otros han ganado la posibilidad de volver a su propio mundo original con la muerte del hombre. Durante su vida el hombre es un lugar de transición para estos seres elementales. Cuando ha pasado por el mundo espiritual y vuelve a la tierra en su próxima encarnación, todos los seres elementales que no ha liberado durante su vida anterior vuelven a entrar en él cuando atraviesa los portales de su nuevo nacimiento, vuelven con él al mundo físico; pero a los que ha liberado no los trae de vuelta con él, pues han regresado a su elemento original.

De este modo, vemos cómo el hombre tiene en su poder, según sea su manera de actuar y sentir hacia la naturaleza exterior, el liberar aquellos espíritus elementales que han sido necesariamente hechizados para ayudar a la existencia de nuestra tierra, o atarlos a la tierra aún más fuertemente de lo que estaban antes. ¿Qué hace un hombre cuando, al mirar algún objeto exterior, libera de él a un ser elemental al examinarlo? Espiritualmente hace lo contrario de lo que se ha hecho antes. Antes, el humo había salido del fuego, pero el hombre vuelve a formar espiritualmente el fuego a partir de ese humo; sólo después de la muerte libera este fuego. Pensad por un momento en la infinita profundidad y espiritualidad de las antiguas ceremonias de sacrificio, vistas a la luz de la ciencia espiritual primigenia. Imaginaos al Sacerdote en el altar de los sacrificios en aquellos tiempos en que la religión se construía sobre el conocimiento real de las leyes espirituales; pensad en el Sacerdote encendiendo la llama, y en el ascenso del humo, y mientras el humo se eleva se ofrece un verdadero sacrificio, pues va seguido de oraciones... ¿Qué ocurre entonces? ¿Qué sucede durante tal sacrificio? El Sacerdote se sitúa en el altar donde se produce el humo. Donde algo sólido sale del calor, un espíritu está siendo transmutado, hechizado. Pero como el hombre sigue todo el procedimiento con oraciones, al mismo tiempo recibe ese espíritu en sí mismo de tal manera que después de la muerte se eleva de nuevo al mundo superior. ¿Qué decía el maestro de la sabiduría antigua a los que tenían que entender esto? Decía: "Si observais el mundo exterior de tal manera que tu proceso espiritual no se detenga en el humo, sino que se eleve hasta el elemento del fuego, entonces después de tu muerte liberas al espíritu que está hechizado en el humo". Sí. El maestro que conocía el destino del espíritu, que después de ser hechizado en el humo había pasado al hombre, hablaba así: Si dejais a ese espíritu como estaba cuando estaba en el humo, entonces debe renacer contigo y no puede subir al mundo espiritual después de tu muerte; pero si lo has liberado y lo has devuelto al fuego, entonces después de tu muerte subirá de nuevo a los mundos espirituales y no necesitará volver a la tierra en tu renacimiento.'

Ahora hemos explicado una parte de esa profunda frase del Bhagavad Gita de la que hablé en mi última conferencia. Aquí no se habla en absoluto del YO humano, sino que se habla de esos espíritus de la naturaleza, de esos seres elementales que entran en el hombre desde el mundo exterior, y allí se dice "Contemplad el fuego, contemplad el humo, lo que el hombre convierte en fuego a través de sus procesos espirituales son espíritus que libera con su muerte". Lo que deja tal cual, en el humo, debe permanecer unido a él en su muerte y debe renacer con él cuando vuelva a la tierra. Es el destino de los espíritus elementales lo que aquí se describe; por la sabiduría que el hombre desarrolla, libera continuamente con su muerte a estos espíritus elementales; por la falta de sabiduría, por el apego materialista a las meras cosas de los sentidos, ata a esos espíritus elementales a sí mismo y les obliga a seguirle en este mundo, para renacer siempre con él.

Pero estos seres elementales no sólo están asociados con el fuego y con lo que está relacionado con el fuego, sino que son los emisarios de los seres divinos espirituales superiores en todo lo que ocurre en el mundo sensorial exterior. Nunca podría haber existido ese juego de fuerzas en el mundo que produce el día y la noche, por ejemplo, si un número de tales seres elementales no estuviera trabajado adecuadamente en la rotación del planeta a través del universo, de modo que precisamente este intercambio de día y noche pudiera producirse. Todo lo que ocurre es el resultado de la actividad de huestes de entidades espirituales inferiores y superiores pertenecientes a las jerarquías espirituales. Hemos estado hablando del orden más bajo, de los mensajeros. Cuando la noche se convierte en día y el día en noche, los seres elementales viven también en ese proceso, y así es como el hombre se encuentra en una relación íntima con los seres del mundo elemental que tienen que participar en el trabajo del día y de la noche. Cuando el hombre es ocioso y se deja llevar, afecta a los elementales que tienen que ver con el día y la noche de manera muy diferente, que cuando tiene fuerza creadora, cuando es activo, diligente y productivo. Cuando un hombre es perezoso, por ejemplo, se une a cierta clase de elemental y también lo hace cuando es activo, pero de una manera particular. Los elementales de la segunda clase, recién nombrada, que son activos durante el día, están entonces en su elemento superior. Así como los elementales de fuego, los de la primera clase, están ligados al aire, al agua y a la tierra, ciertos seres elementales están también ligados a las tinieblas; y el día no podría convertirse en noche, el día no podría diferenciarse de la noche, si estos elementales no estuvieran, por así decirlo, prisioneros de la noche. Para que el hombre pueda disfrutar de la luz del día, tiene que agradecer a los seres espirituales divinos que han expulsado a los espíritus elementales y los han encadenado a la noche. Cuando el hombre es perezoso estos elementales fluyen en él continuamente, pero los deja tal cual, sin cambios. Aquellos espíritus elementales que por la noche están encadenados a la oscuridad, él deja que por su ociosidad permanezcan en el mismo estado; aquellos elementales que entran en él cuando es activo y laborioso y está lleno de fuerza de trabajo, él los devuelve a la luz del día. Así libera continuamente a estos elementales de la segunda clase. A lo largo de toda nuestra vida llevamos dentro de nosotros todos aquellos espíritus elementales que han entrado en nosotros ya sea durante nuestras horas de ociosidad o durante las de trabajo activo. Cuando atravesamos las puertas de la muerte, aquellos seres que hemos conducido hacia la luz del día pueden ahora volver al mundo de los espíritus; los que hemos dejado encadenados a la noche por nuestra ociosidad, deben volver con nosotros en nuestra nueva encarnación. Con esto llegamos al segundo punto del Bhagavad Gita. Nuevamente no es el ser humano, sino esos seres elementales los que se indican con las palabras: "Contempla el día y la noche. Lo que tú mismo has liberado convirtiéndolo de un ser de la noche en un ser del día mediante tu diligencia; lo que sale del día entra, cuando mueres, en el mundo superior; lo que llevas contigo como seres de la noche, lo obligas a reencarnarse contigo de nuevo".

Y ahora veréis claramente cómo procede el asunto. Al igual que ocurre con los fenómenos de los que acabamos de hablar, también ocurre en mayor escala con nuestro mes de 28 días, con los cambios de la luna creciente y menguante. Bandadas enteras de seres elementales tienen que entrar en actividad para dirigir los movimientos de la luna, de modo que nuestros períodos lunares puedan producirse como lo hacen con todas las influencias que traen consigo sobre nuestra tierra visible. Para ello, algunos de ellos tuvieron que ser embrujados, condenados y encadenados de nuevo por los seres superiores. La visión clarividente ve cómo, con la luna creciente, los seres espirituales de un reino inferior se elevan siempre a uno superior. Pero, para que exista el orden, otros seres espirituales elementales deben transformarse de nuevo en los de reinos inferiores. Existen también aquellos elementales de un tercer reino que se encuentran en relación con los hombres. Cuando el hombre está sereno y luminoso, cuando está contento con el mundo, cuando tiene sentimientos de alegría hacia todas las cosas, libera continuamente a esos seres que están encadenados a la luna menguante. Estos seres entran en él y se liberan continuamente, a través de la actitud pacífica de su alma, a través de su contento interior, a través de sus sentimientos e ideas armoniosas hacia el mundo entero. Los seres que entran en el hombre cuando es huraño, malhumorado, descontento con cualquier cosa, cuando todo lo deprime - cuando es pesimista - estos espíritus permanecen en la condición de embrujo en la que estaban en el momento de la luna menguante. Hay hombres que por la condición armoniosa de su alma, por la forma brillante en que miran al mundo, liberan y ponen en libertad a un gran número de estos seres elementales embrujados. El hombre de sentimientos armoniosos y optimistas y que siente satisfacción interior con el mundo, es un liberador de seres espirituales elementales. El pesimista, el que está malhumorado, huraño y descontento, se convierte, por su depresión, en el carcelero de los espíritus elementales que podrían haber sido liberados por su alegría. Así se ve que las condiciones de la mente y del alma no sólo tienen una importancia personal para este hombre, sino que trabaja ya sea en la liberación o en el encarcelamiento de los seres espirituales; ya sea en la liberación o en los grilletes que proceden de él. Las condiciones anímicas que el hombre experimenta salen en todas las direcciones hacia el mundo espiritual. Tenemos aquí el tercer punto de esa importante enseñanza del Bhagavad Gita: 'Contempla lo que el hombre hace a través de los sentimientos y condiciones de su alma, cómo libera a los espíritus, como son liberados por la luna creciente'. Cuando el hombre muere, estos espíritus liberados pueden volver al mundo espiritual. Si a través de sus depresiones y estados de ánimo hipocondríacos, atrae hacia sí a los espíritus elementales que le rodean, y luego los deja tal como son, como tienen que ser para que se produzcan los cursos ordenados de la luna, entonces estos espíritus permanecen encadenados a él y deben reencarnar con él en este mundo.

Y por último tenemos un cuarto grado de espíritus elementales, los que tienen que trabajar en el curso anual del sol, para que el sol de verano pueda brillar sobre la tierra para despertarla y fecundarla, para que la primavera pueda aparecer y ser sucedida por el otoño. Para que esto ocurra, ciertos espíritus deben ser encadenados al tiempo de invierno, deben ser hechizados durante el tiempo del sol de invierno. Y el hombre actúa sobre estos espíritus de la misma manera que hemos descrito su actuación sobre los otros tipos de espíritus. Tomemos al hombre que al comienzo del invierno se dice a sí mismo: "Las noches se alargan, los días se acortan, llegamos a ese momento del curso anual del sol en que éste retira sus fuerzas fecundas de la tierra. La tierra exterior muere, pero con esta muerte de la tierra siento que es mi deber estar más despierto espiritualmente. Ahora debo tomar más y más del espíritu dentro de mí". Tomemos a un hombre que adquiere un estado de ánimo cada vez más religioso, apropiado para la estación, a medida que se acerca la Navidad, que aprende a conocer el significado de la Navidad y a saber también que cuando el mundo exterior de los sentidos está muerto, la vida del espíritu debe ahora fortalecerse. Este hombre vive el invierno hasta la Pascua. Recuerda que el despertar del mundo exterior va unido a la muerte del espiritual: vive la fiesta de Pascua comprendiendo su significado. Un hombre así no sólo tiene una religión exterior; tiene una comprensión religiosa de los procesos de la naturaleza, del espíritu que la gobierna; y a través de su piedad, de su espiritualidad, libera numerosos seres elementales de esa cuarta clase que continuamente entran y salen de él, que están conectados con el curso del sol. Pero el hombre que no es piadoso en este sentido, que niega o no comprende el espíritu y que siempre está embarrado en un caos materialista, en él fluyen estos elementales de la cuarta clase, pero permanecen inalterados.

En la muerte ocurre de nuevo: que estos espíritus elementales del cuarto grado son liberados en su propio elemento, o bien quedan ligados al hombre y tienen que volver con él en su próxima encarnación. Así, el hombre, que uniéndose a los espíritus del invierno no los transforma en espíritus del verano, no los redime por medio de su espiritualidad, los condena al renacimiento, mientras que podrían haber sido liberados y no haber tenido que volver con él. ¡Contempla el fuego y el humo! Si te unes de tal manera con el mundo exterior que la actividad de tu alma y de tu espíritu es como la del fuego, del que sale humo, de modo que espiritualizas las cosas, mediante el conocimiento y el sentimiento correcto, ayudas a ciertos seres elementales espirituales a elevarse; pero si te unes con el humo los condenas al renacimiento. Si te asocias con el día, entonces liberas a los correspondientes espíritus del día y así sucesivamente. ¡Contempla la luz! ¡Contempla el día! ¡Contempla la luna creciente y la parte media soleada del año! Si actuáis de manera que conduzcáis a los espíritus elementales de vuelta a la luz, al día, a la luna creciente, al tiempo de verano del año, entonces al morir liberáis a estos espíritus elementales que os son tan necesarios. Se elevan al mundo espiritual. Si te asocias con el humo, si sólo miras las cosas sólidas de la tierra, si por pereza te unes a la noche y a los espíritus de la luna menguante, y si por tu depresión te unes a esos espíritus que están encadenados al sol de invierno, entonces por tu falta de espíritu, por tu impiedad, condenas a estos seres elementales a reencarnarse contigo de nuevo.

Ahora sabemos por primera vez lo que significa realmente este pasaje del Bhagavad Gita. Si alguien piensa que aquí se habla del hombre, no entiende el Bhagavad Gita; pero los que saben que toda la vida humana es una continua interacción entre el hombre y los espíritus que viven hechizados en nuestro entorno y que deben ser liberados de nuevo, esos saben que estas frases hablan de la ascensión o de la reencarnación de cuatro grupos de seres elementales. El misterio de este tipo más bajo de jerarquía ha sido preservado para nosotros en estas frases del Bhagavad Gita. Sí. Cuando uno tiene que sacar de la sabiduría primigenia lo que se nos presenta en los documentos de la religión antigua, se ve lo grandiosos que son y lo equivocado que es entenderlos superficialmente y no en toda su profundidad. Sólo se consideran de forma correcta cuando uno se dice a sí mismo: "Ninguna sabiduría es lo suficientemente elevada como para descubrir los misterios aquí contenidos". Sólo cuando estos antiguos documentos son interpenetrados por la magia del verdadero sentimiento devocional, se convierten en lo que en el verdadero sentido de la palabra deben ser: fuerzas autoennoblecedoras y purificadoras para la evolución humana. Apuntan con frecuencia a abismos insondables de la sabiduría humana, y sólo cuando lo que brota de las fuentes de las escuelas ocultas y de los misterios, se derrame desde ahora hacia toda la humanidad, sólo entonces, estos reflejos de la sabiduría primigenia (pues no son más que reflejos) serán vistos en toda su grandeza. Hemos tenido que mostrar, por medio de un ejemplo comparativamente difícil, cómo en los tiempos de la sabiduría primitiva era bien conocida la cooperación de todos esos espíritus que están por todas partes a nuestro alrededor, cómo se sabía también que los actos de los hombres representan una actividad de intercambio entre el mundo espiritual y el mundo del propio ser interior del hombre. El problema de la humanidad adquiere importancia para nosotros, cuando sabemos que en todo lo que hacemos, incluso en nuestros estados de ánimo, influimos en todo un Cosmos, y que este pequeño mundo nuestro tiene una importancia infinitamente grande para todo lo que sucede en el macrocosmos. El aumento de nuestro sentimiento de responsabilidad es la más fina e importante de todas las cosas que obtenemos de la ciencia espiritual. Nos enseña a captar el verdadero significado de la vida y a darnos cuenta de su importancia, para que esta vida que arrojamos a la corriente de la evolución no entre en esa corriente vacía de significado.

Traducido por J.Luelmo julio2021





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