GA201 Dornach ,11 de abril de 1920 - Los tres planos cósmicos y el zodiaco.

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EL HOMBRE: JEROGLÍFICO DEL UNIVERSO



3ª conferencia 


Los tres planos cósmicos y el zodiaco. Naturaleza y libertad. Ritmo anual y períodos de siete años. Cambio de dientes. El corazón y la circulación de la sangre.

Dornach ,11 de abril de 1920

En estos estudios he querido llamar la atención sobre ciertas cosas que pueden llevarnos a un estudio del Universo más concreto que el que contiene la cosmogonía de Copérnico. No hay que olvidar que la cosmogonía copernicana surgió en la época posterior a la mitad del siglo XV en la que se tendía cada vez más a una concepción abstracta del Universo. Llegó, en efecto, en un momento en que la tendencia a hacer todo abstracto estaba en su apogeo. También debemos recordar que es esencial ahora que nos liberemos de esta tendencia y aportemos un concepto a nuestro pensamiento sobre el Universo que contenga algo más que meras ideas abstractas. No se trata simplemente de construir una cosmogonía similar a la de Copérnico, en líneas ligeramente diferentes. Esto me lo hicieron ver las preguntas que surgieron de la última conferencia. En efecto, la cuestión de estas preguntas giraba en torno a la posibilidad de poder trazar de una vez líneas que nos dieran una imagen del mundo, una vez más una imagen en abstracciones bastante externas. Por supuesto, eso no es lo que se quiere. Lo que tenemos que hacer es captar en su naturaleza espiritual todo lo que no es el hombre, para construir un puente desde lo espiritual en el hombre hasta lo espiritual fuera de él. Debéis comprender que aquí, en este momento concreto, en todo caso, no puede ser nuestra tarea discutir una astronomía matemática. Para ello sería necesario volver a empezar desde los rudimentos, ya que los conceptos fundamentales que se emplean hoy en día tienen su origen en todo el modo de pensar materialista que se utiliza desde mediados del siglo XV. Si quisiéramos desarrollar y completar la cosmogonía que hemos esbozado, sería necesario comenzar con los principios más elementales y elaborarlos de nuevo. La suerte que corrió el copernicanismo se debió, como veremos, a la fuerte tendencia a la abstracción, que tan fácilmente puede conducir a excesos intelectuales. El verdadero copernicanismo no es en realidad lo que ha llegado a ser en manos de los seguidores de Copérnico. Del copernicanismo se han seleccionado ciertas teorías que estaban muy en consonancia con las formas de pensamiento de los últimos siglos, y de ellas ha surgido la cosmogonía que ahora se enseña en todas las escuelas.
No es mi deseo hacer nada en la dirección de una cosmogonía similar, en la que, en lugar de la conocida elipse en la que el Sol está colocado como uno de los focos, y en la que la Tierra se mueve con un eje inclinado, ¡ponemos simplemente una línea en forma de tornillo! Lo que quiero más bien es presentar la relación del Hombre con el Universo, y es en esta dirección en la que vamos a proseguir el asunto.

He tratado de mostraros cómo, en el momento en que uno empieza a pasar a una experiencia más intensa de las tres direcciones del espacio en su propia forma, se da cuenta de cómo estas direcciones difieren en naturaleza y clase unas de otras; es sólo la facultad de abstracción mental en la cabeza la que hace abstractas estas tres dimensiones y no distingue entre arriba y abajo, izquierda y derecha, delante y detrás, sino que las toma simplemente como tres líneas. Y se incurriría de nuevo en un error similar si uno se propusiera construir cualquier otra construcción en el espacio de forma puramente abstracta. El punto en cuestión puede quedar más claro si por un momento nos dirigimos a otra cosa.
Consideremos los colores. Tomaremos el color una vez más como ejemplo. Supongamos que tenemos una superficie azul y, digamos, una amarilla. La concepción del mundo que, en su pensamiento abstracto, ha dado lugar a la cosmogonía copernicana, ha conseguido, en efecto, decir: "Veo ante mí el azul, veo ante mí el amarillo". Esto se debe a que algún objeto ha causado una impresión en mí. Esta impresión se me aparece como amarillo, como azul". La cuestión es que no debemos empezar a teorizar de esta manera, diciendo: "Ante mí está el amarillo, ante mí está el azul, y me causan cierta impresión". Eso es realmente como si trataras la palabra IMAGEN de la siguiente manera. Suponed que os ponéis a investigar profundamente la palabra y pensáis: "I", algo debe haber detrás de esto; detrás de la "I" debo buscar las vibraciones que la causan. Luego, detrás de la "M" debe haber vibraciones, y detrás de la "A" más vibraciones, y así sucesivamente". Esto no tiene sentido. Sólo encontramos sentido cuando unimos las siete letras, conectándolas una con otra en su propio plano, y leemos la palabra completa "Imagen"; cuando no especulamos sobre lo que hay detrás, sino que leemos la palabra - "Imagen". Así que aquí también se trata de que digamos: "Esta primera superficie me hace penetrar, por así decirlo, detrás de ella, me hace sumergirme en ella. Esta otra superficie me hace alejarme de ella". Es a estas sensaciones en las que pasa la impresión a las que debemos prestar atención; entonces llegamos a algo concreto. Si buscamos así en el mundo exterior lo que experimentamos interiormente, llegamos de hecho a la sensación de que no estamos realmente dentro de nosotros mismos en absoluto, sino que con nuestro verdadero yo estamos en el Universo, vertidos en el Universo. En lugar de buscar "vibraciones" detrás del Universo exterior, los atomistas deberían buscar su propio yo detrás de los fenómenos y luego tratar de averiguar cómo su propio yo se coloca en el Universo exterior, es decir, se vierte en él. Al igual que con el color debemos tratar de averiguar si sentimos que debemos sumergirnos en él o si nos sentimos repelidos por él, así, en lo que se refiere a la estructura de nuestro organismo, debemos sentir cómo las tres direcciones, arriba y abajo, adelante y atrás, derecha e izquierda, difieren concretamente entre sí; debemos sentir cuán diferente las experimentamos interiormente, cuando nos proyectamos en el Universo. Cuando somos conscientes de que somos un hombre sobre la Tierra, rodeado por los planetas y las estrellas fijas, empezamos a sentirnos parte de todos ellos; no se trata simplemente de dibujar tres dimensiones en ángulo recto, sino de pensar concretamente en el Cosmos y penetrar en la realidad concreta de las dimensiones.
Ahora bien, existen una serie de constelaciones que son inmediatamente evidentes para aquellos que estudian el Universo exterior por la noche, y que de hecho siempre se han visto cuando los hombres han estudiado las estrellas. Es lo que llamamos el Zodiaco. No importa si creemos en el sistema ptolemaico o copernicano; si seguimos el curso aparente del Sol, siempre parece pasar por el Zodiaco en su ronda anual. Ahora bien, si nos imaginamos situados en el Universo de una manera viva, encontramos que el Zodiaco tiene una importancia muy grande. No podemos concebir ningún otro plano en el espacio celeste que tenga un valor similar al del Zodíaco, como tampoco podríamos concebir que el plano que nos divide en dos y crea nuestra simetría, esté colocado al azar en cualquier lugar. Entonces percibimos el Zodíaco como algo a través de lo cual se puede describir un plano. (Supongamos que este plano es el plano de la pizarra, de modo que tenemos aquí el plano del Zodíaco; el plano del Zodíaco es justamente el plano de la pizarra. Tendremos entonces un plano ante nosotros en el espacio cósmico, precisamente como imaginamos los tres planos esbozados en el Hombre. Se trata ciertamente de un plano del que podemos decir que está fijado allí para nosotros. Vemos al Sol recorrer su curso a través del Zodíaco; relacionamos todos los fenómenos de los cielos con este plano. Y tenemos aquí una analogía de tipo extrahumano para lo que debemos percibir y experimentar como planos en el Hombre mismo. Ahora bien, cuando trazamos el plano de la Simetría en el Hombre, y tenemos a un lado del eje de la Simetría el hígado organizado de una manera, y al otro lado el estómago organizado de otra manera, no podemos pensar en tal hecho sin sentir al mismo tiempo alguna relación concreta interior; no podemos imaginarnos meras líneas de espacio tendidas allí, sino que lo que está en el espacio debe manifestar fuerzas definidas de actividad; no será una cuestión indiferente que algo esté a la derecha o a la izquierda. De la misma manera debemos imaginar que en la organización del Universo es una cuestión de consecuencia si una cosa está por encima o por debajo del Zodíaco. Empezaremos a pensar en el espacio cósmico -tal como lo vemos allí, sembrado de estrellas-, empezaremos a pensar que tiene forma.
Ahora bien, al igual que podemos pensar en este plano en la pizarra, también podemos pensar en otro en ángulo recto con él. Pensemos en un plano que se extiende desde la constelación de Leo hasta la de Acuario en el otro lado. Luego podemos ir más allá e imaginar un tercer plano en ángulo recto con éste, que vaya de Tauro a Escorpio. Ahora tenemos tres planos en ángulo recto en el espacio cósmico.

Estos tres planos son análogos a los tres que hemos imaginado descritos en el Hombre. Si pensamos en el plano que hemos denotado como el de la Voluntad -el plano que nos separa por detrás y por delante- tenemos el plano del Zodíaco propiamente dicho.
Si pensamos en el plano que va de Tauro a Escorpio, tenemos el plano del Pensar; es decir, nuestro Plano del Pensar estaría coordinado con este plano. Y el tercer plano sería el del Sentir. Así hemos dividido el espacio cósmico por medio de tres planos, tal como dividimos al Hombre en nuestra primera conferencia.

Lo más importante no es simplemente desaprender lo más rápidamente posible el sistema cósmico copernicano, sino entrar en este cuadro concreto, imaginar el espacio cósmico mismo de manera que se puedan distinguir en él tres planos perpendiculares entre sí, tal como se puede hacer en el caso del hombre.

La siguiente cuestión que se nos plantea debe ser: ¿Debe pensarse realmente que todo el Hombre forma parte integrante de lo que nos parece una Cosmogonía exterior, en la que el Hombre está incluido? En la última conferencia hemos subrayado que la Tierra con el Sol y los demás planetas progresan en espiral. Tal afirmación es, por supuesto, meramente diagramática, pues la propia línea espiral es curva. Sin embargo, esto no nos concierne aquí; lo que nos importa en este momento es que la Tierra, como hemos visto, sigue al Sol en tal espiral, y la cuestión es si el hombre también está tan entrelazado en este movimiento que está absolutamente obligado a participar en él en cualquier caso; porque si es así, si debe seguirlo completamente, entonces no hay lugar para el libre albedrío o para la actividad moral por su parte. No olvidemos que comenzamos nuestro estudio con esta misma cuestión: cómo construir un puente que lleve de la pura necesidad natural a la moral, a lo que tiene lugar bajo el impulso del libre albedrío.
Aquí no podemos ir más allá si sólo nos basamos en el sistema copernicano; porque ¿qué tenemos ahí? Nos imaginamos la Tierra sobre la que estamos situados; que la Tierra o el Sol vayan deprisa no tiene importancia... Si el hombre está conectado con todo esto en una causalidad natural absoluta, es imposible que desarrolle el libre albedrío. Por lo tanto, debemos plantear la pregunta: ¿Todo el ser del hombre se encuentra dentro de esta causalidad natural, o el ser del hombre se sale de ella en algún momento? Sin embargo, no debemos plantear la pregunta desde el punto de vista del pensar de los materialistas del siglo XIX, que señalaron que en la Tierra han muerto tantas personas que no sería posible encontrar espacio para todas sus almas. Querían saber el espacio necesario para las almas. Pero el punto en cuestión es realmente: ¿Qué sentido tiene preguntar por un lugar para las almas?

Ante todo debemos comprender claramente que el sentido y el significado completo de los acontecimientos del Universo -y el movimiento también es un acontecimiento- sólo se nos aclara cuando lo captamos en casos concretos. Distinguimos de alguna manera lo que ocurre en los cuatro reinos, - lo que está por encima y por debajo del plano del Zodíaco (Voluntad), y lo que está a la derecha y a la izquierda del plano del Sentimiento; o también, podemos considerar lo que se encuentra a este o al otro lado del plano del Pensamiento. Sentimos que hay algo relacionado con esta diferenciación, algo del acontecer Cósmico, a saber, lo que se manifiesta en la recapitulación, como lo tenemos por ejemplo en lo que designamos como "curso del año". Y ahora debemos preguntar de manera concreta: ¿Cómo podemos encontrar una conexión entre el Hombre y el curso anual del Universo exterior? Bien, en primer lugar encontramos que cuando el hombre desciende del mundo espiritual al físico, pasa por la concepción. Permanece unos nueve meses en estado embrionario, es decir, tres meses menos que el curso del año. Podríamos inclinarnos a llamar a esto un procedimiento muy irregular. En su evolución, el hombre parece mostrar, incluso en la génesis misma de su existencia física terrestre, que no presta atención al curso de los acontecimientos cósmicos exteriores. Sin embargo, esto no es así. Si tenemos la facultad de observar al niño durante los tres primeros meses de su existencia terrestre, encontramos que estos tres primeros meses - que completan el año - manifiestan en un sentido muy verdadero una continuación de su vida embrionaria; lo que tiene lugar en el cerebro, así como otras cosas que ocurren con el pequeño, pueden desde cierto aspecto considerarse como pertenecientes todavía a su vida embrionaria. Así, podemos decir que, en cierto sentido, el primer año del desarrollo humano puede identificarse con el curso del año.
Luego viene otro año, o aproximadamente un año. Si observamos al niño después del primer año, vemos que el segundo año es aproximadamente el momento del crecimiento de los dientes de leche. Si observamos al niño durante el segundo año después de su concepción, vemos que este año se corresponde por término medio con el crecimiento de los primeros dientes. Ahora preguntemos, ¿esto continúa? No, no es así. La primera "dentición" parece representar un año interior del Hombre. Y así es, al igual que el primer año es al mismo tiempo un año interior del Hombre. En la formación de los dientes de leche, el Universo actúa evidentemente en el niño. Pero luego ocurre algo diferente.

En un espacio de tiempo siete veces más largo -en verdad está lejos de completarse incluso entonces, pero al menos comienza su actividad durante este período- en un período siete veces más largo desde el nacimiento, la fuerza que empuja los segundos dientes está trabajando en el niño. Aquí ocurre algo que no podemos relacionar con el curso del mundo, sino con algo que se retira de él, y que actúa desde el ser interior del niño.

Aquí, pues, tenemos un caso concreto. Tenemos, en primer lugar, con respecto a una serie de hechos, el organismo del mundo proyectado en el Hombre en la formación de sus dientes de leche. Y luego, cuando miramos los dientes permanentes, que crecen del Hombre, encontramos que éstos son la propia producción del Hombre. Un sistema cósmico humano interno los ha colocado en el otro sistema cósmico. Aquí tenemos el primer anuncio de que el hombre se ha hecho libre, en el hecho de que se dedica a algo que muestra claramente su independencia del Universo; porque aunque este proceso conserva en el ser del hombre el curso del tiempo del Universo, el hombre lo ha ralentizado en su interior, ha dado al propio proceso una velocidad diferente, siete veces más lenta, tardando así siete veces más. Aquí tenemos el contraste entre el ser interior del Hombre y el ser exterior del Universo.

Otra independencia del Universo exterior se demuestra muy claramente en la alternancia entre el sueño y la vigilia. Las posiciones de la Tierra se alternan con respecto a ciertas constelaciones, pero se alternan siempre con el día y la noche. ¿Cómo ocurre con el hombre?

¿Qué significa para nosotros, los seres humanos, esta alternancia entre la vigilia y el sueño? Significa, a grandes rasgos, que vamos en un momento con nuestro Yo y cuerpo astral unidos a nuestros cuerpos etérico y físico, y en otro momento con el Yo y el cuerpo astral separados de los cuerpos etérico y físico.
Ahora bien, un hombre en el ciclo actual de la civilización, especialmente uno que se llama a sí mismo hombre civilizado, ya no depende totalmente en este sentido del ciclo de la Naturaleza. El ciclo de la vigilia y el sueño, en su medida de tiempo, parece parecerse al ciclo de la Naturaleza; pero hay personas en la actualidad -¡yo las he conocido! - que convierten la noche en día y el día en noche. En resumen, el hombre puede liberarse de la conexión con el curso del mundo. La secuencia en él de los estados de sueño y de vigilia muestra, sin embargo, que todavía tiene en su interior una copia de esta conformidad con la ley. Lo mismo ocurre con muchos fenómenos del ser humano. Cuando observamos cómo el hombre alterna entre la vigilia y el sueño, y la naturaleza alterna entre el día y la noche, y cómo el hombre está todavía hoy ligado a la alternancia de la vigilia y el sueño aunque no a la del día y la noche, debemos decir: El hombre estuvo en un tiempo, en lo que se refiere a sus condiciones interiores, ligado al curso exterior del Universo, pero se ha desprendido de él. El hombre civilizado de hoy en día ha roto casi por completo con el curso de la naturaleza exterior. Realmente vuelve a ella cuando percibe, cuando descubre con su intelecto, que es mejor para él dormir de noche que de día. No es el caso, sin embargo, que la noche se apodere del hombre de tal manera que deba dormir bajo cualquier circunstancia. Ningún hombre civilizado siente realmente: "La noche me hace dormir, el día me despierta". A lo sumo, si cae la noche y sigue habiendo una conferencia aquí, los dos hechos juntos pueden quizás afectar a algunos de tal manera que experimenten una exigencia absoluta de la Naturaleza de que se duerman. Sin embargo, se trata de incidentes que no están necesariamente implicados en nuestra cosmogonía.
Por lo tanto, el punto a observar es que el hombre se ha alejado del curso de la naturaleza, pero que, sin embargo, en su periodicidad sigue mostrando un reflejo de ella. Veamos cómo se manifiestan las transiciones de una a otra condición. Podemos decir que en nuestra vigilia y en nuestro sueño seguimos mostrando claramente el curso de la Naturaleza en imagen, pero que nos hemos desprendido de ella. En la aparición de los segundos dientes, ya no mostramos en secuencia cronológica una imagen del curso de la Naturaleza como la que todavía se expresa en el crecimiento de los primeros dientes. Cuando recibimos los segundos dientes, surge en nosotros un nuevo curso de la Naturaleza; porque esto no está bajo nuestro control como el dormir y el despertar. Nuestra libre elección no entra aquí. Aquí aparece algo que pertenece a la Naturaleza, pero que no sigue el curso mayor de la Naturaleza, algo que el hombre tiene como propio. Y, sin embargo, no está dentro de su libre elección, se inserta como una segunda organización natural dentro de la primera.
En todas estas cosas, estoy hablando de asuntos cotidianos bastante sencillos, pero se trata de notarlos de la manera correcta. Ahora debemos decirnos a nosotros mismos: Hay un cierto "suceso" natural, dentro del cual se entrelaza el crecimiento de los primeros dientes. Dibujémoslo en un diagrama. 

Dentro de este suceso o proceso natural, como parte del proceso, avanza la formación de los primeros dientes del Hombre. Luego tenemos otro suceso natural, propio del Hombre, no todo dentro del suceso general del mundo - el crecimiento de los segundos dientes (rojo). Para dibujarlo, debemos presentarlo como una corriente diferente. Sin embargo, la diferencia no queda clara en el dibujo, ambos se parecen. El hecho es que debemos representarlo de una manera muy diferente si queremos representar la conexión entre la recepción del primer y el segundo diente; debemos dibujar el primer diente siete veces más adentro. Si los dibujamos uno al lado del otro, paralelos, no tenemos ninguna imagen de la relación de los primeros dientes con los segundos; sólo obtenemos una imagen de la fuerza de la que depende el crecimiento de los primeros dientes dibujándola rodeada por otra fuerza, de la que depende el crecimiento de los segundos dientes. 
Aquí, por la diferencia de velocidad, surge la necesidad de que el movimiento se curve. Así, cuando decimos que hay una estrella en algún lugar del espacio con otra dando vueltas a su alrededor... entonces, por el simple hecho de la revolución, surge algo cualitativo: una actividad creativa.
También podría decir: miramos el crecimiento del primer diente y del segundo; eso debe tener algo que ver en el espacio cósmico, con ciertas fuerzas, una de las cuales da vueltas alrededor de la otra. Pongo este ejemplo ante ustedes, porque a partir de él verán lo que significa hablar de movimientos concretos en el espacio, y cuán vacía es la clase de charla que dice: Júpiter -o, puede ser Saturno- está a tantos kilómetros de distancia del Sol y lo rodea en tal o cual línea. Eso no dice nada en absoluto, es una frase vacía. Sólo podemos saber algo sobre hechos como éstos cuando unimos algún contenido con ellos, como: la órbita de Júpiter es así, la órbita de Saturno es así, y la revolución de uno sirve a la revolución del otro.

Me he limitado a señalar la necesidad de ciertos procesos y acontecimientos definidos. Algunos de ustedes dirán que son difíciles de entender. O tal vez no lo digan, sino que consideren que no hay necesidad de discutirlos. Hasta que la gente no aprenda a estudiar tales cosas, no podrá progresar hacia una visión definida y clara del Universo. Y entonces abandonarán lo que se presenta tan superficialmente en el copernicanismo: la concepción de los movimientos celestes únicamente en líneas. Más bien debería entrar en la humanidad un impulso que diga: Es necesario tener claras primero nuestras propias experiencias más elementales antes de dirigir nuestra atención a los misterios exteriores del Universo.

Sólo aprendemos el significado de ciertas conexiones que leemos en las estrellas, cuando comprendemos los procesos correspondientes en nuestro organismo; porque lo que hay dentro de nuestra piel no es más que un reflejo del organismo del mundo exterior. Así, si dibujamos un hombre en diagrama, tenemos aquí la circulación de la sangre (sólo en diagrama) y podemos trazar su recorrido. Todo está en el interior del hombre. Si ahora salimos al Universo y buscamos el Sol, es el Sol el que corresponde al corazón dentro del Hombre. Lo que sale del corazón a través del cuerpo, o de hecho sale del cuerpo al corazón, se asemeja aproximadamente a los movimientos relacionados con el curso del Sol. En lugar de trazar líneas abstractas, deberíamos mirar dentro del ser humano. Dentro de su piel se encontraría lo que hay fuera en el espacio celeste. Se encontraría que el hombre también tiene su parte en el orden cósmico. Y, por otra parte, se vería también su independencia del sistema Cósmico; y cómo gana esta independencia poco a poco, como he mostrado. Hablaremos más sobre esto en la próxima conferencia; por el momento debemos darnos cuenta de que lo estamos tratando aquí de manera meramente diagramática.
Observen el curso principal de los vasos sanguíneos en el organismo humano. Visto desde arriba es como una línea en bucle. En lugar de dibujarla, deberíamos seguir los jeroglíficos inscritos en nuestro propio ser; porque entonces aprenderíamos a comprender la naturaleza de las cualidades del Universo exterior. Esto sólo podremos hacerlo cuando seamos capaces de reconocer y experimentar vivamente el hecho del que también he hablado en conferencias públicas, el hecho de que el corazón no funciona como una bomba que impulsa la sangre a través del cuerpo, sino que el corazón es movido por la circulación, que es en sí misma una cosa viva, y la circulación está a su vez condicionada por los órganos. El corazón, como se puede seguir en la embriología, no es en realidad más que un producto de la circulación sanguínea. Si podemos comprender lo que es el corazón en el cuerpo humano, aprenderemos a comprender también que el Sol no es, como lo llama Newton, el cable-polea general que envía sus cuerdas (llamadas fuerza de gravitación) hacia los planetas, Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, etc., atrayéndolos por estas fuerzas de atracción invisibles, o rociándoles luz, y cosas semejantes; sino que así como el movimiento del corazón es el producto de la fuerza vital de la circulación, así el Sol no es más que el producto de todo el sistema planetario. El Sol es el resultado, no el punto de partida. La cooperación viva del sistema solar produce en el centro un hueco, que se refleja como un espejo. Eso es el Sol. He dicho a menudo que el físico se asombraría mucho si pudiera viajar al Sol y no encontrara allí nada de lo que ahora imagina, sino simplemente un espacio hueco; es más, incluso un espacio hueco de succión que aniquila todo lo que hay en él. Un espacio, en efecto, que es menos que hueco. Un espacio hueco sólo recibe lo que se introduce en él; pero el Sol es un espacio hueco de tal naturaleza que todo lo que se introduce en él es inmediatamente absorbido y desaparece. En el Sol no sólo no hay nada, sino menos que nada. Lo que brilla para nosotros en la luz es el reflejo de lo que primero llega desde el espacio cósmico, así como el movimiento del corazón es, por así decirlo, lo que se detiene allí en la cooperación de los órganos, en el movimiento de la sangre, a través de la actividad de la sed y el hambre, etc.
Si comprendemos los procesos en el ser interior del organismo, también podemos comprender a partir de ellos los procesos en el espacio cósmico exterior. Las dimensiones abstractas del espacio sólo están ahí para permitirnos seguir estas cosas de una manera fácil e indolente. Si queremos seguirlas de acuerdo con la verdad, debemos tratar de experimentarnos interiormente, y luego volvernos hacia afuera con la comprensión interior. Entienden el Sol quienes entienden el corazón humano; y así es con el resto del ser interior del Hombre.

Por lo tanto, es una cuestión de momento supremo tomar en serio el dicho "Conócete a ti mismo", y de ahí pasar a la comprensión del Universo. Mediante un autoconocimiento que abarque a todo el Hombre, comprenderemos el Universo externo al Hombre.

Ya ven que no podemos avanzar tan rápidamente en la construcción de una cosmogonía. Para aclarar algunos de los rasgos de esta cosmogonía, podemos dibujar una espiral; pero esto no muestra todavía el estado real de las cosas. Porque para describir algunos rasgos más, debemos hacer que la espiral misma se mueva en espiral; debemos hacer que la línea misma se curve. Y aún así no hemos llegado muy lejos, pues para describir ciertos hechos, como la diferencia entre el crecimiento de los dientes del primer año y el crecimiento de los dientes de los siete años, debemos describir un desplazamiento de la propia línea.

Así que ya ven que la construcción de un Universo no es una cosa que se pueda hacer muy rápidamente. Hay que renunciar al deseo de construir una cosmogonía con unas pocas líneas, y el hombre debe aprender a considerar la actual concepción del mundo como un absoluto engaño.

Esto pretende ser un estudio preparatorio para lo que quiero decir en la próxima conferencia. Tenía que ser bastante más difícil; pero cuando hayamos superado estas dificultades iniciales, habremos construido las condiciones preliminares para unir los tres importantes ámbitos de la vida -Naturaleza, Moralidad y Religión- por medio de dos puentes correspondientes.


Translated by J.Luelmo ene.2022




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