GA021 La justificación filosófica de la antroposofía

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RUDOLF STEINER

Sobre los enigmas del alma


La justificación filosófica de la antroposofía



Quien quiera que su planteamiento cognitivo se base en el pensamiento filosófico actual, debe justificar epistemológicamente —ante sí mismo y ante ese pensamiento— el elemento anímico real al que se hace referencia en el primer capítulo de este libro. De las personas que reconocen el elemento anímico real a partir de la experiencia interior directa y que saben distinguirlo de las experiencias anímicas causadas por los sentidos, pocas piden una justificación de este tipo. Tal justificación a menudo les parece una sutileza conceptual innecesaria o incluso molesta. En contraste con esta clase de aversión está la antipatía de los pensadores filosóficos. Quieren considerar nuestra experiencia interior del elemento anímico como meramente subjetiva, sin pretensiones de valor científico. Por lo tanto, tienen poca inclinación, en el ámbito de sus conceptos filosóficos, a buscar los elementos mediante los cuales acercarse a las ideas antroposóficas. Esta aversión, que viene de ambos lados, hace que la comprensión sea extraordinariamente difícil. Porque, en nuestro tiempo, un planteamiento cognitivo sólo puede tener valor científico si este planteamiento puede validar sus puntos de vista ante el mismo tribunal en el que las leyes de las ciencias naturales buscan su justificación.

Para justificar epistemológicamente las ideas antroposóficas, lo esencial es expresar con los conceptos más exactos posibles el modo en que se experimentan esas ideas. Podemos hacerlo de las más diversas maneras. Tratemos de describir aquí dos de ellas. En cuanto a la primera, comencemos por considerar la memoria. Al hacerlo, nos topamos de inmediato con un punto problemático en el conocimiento filosófico moderno, pues allí funcionan muy pocos conceptos claros sobre la naturaleza de la memoria. Partiré de ideas que, es cierto, he descubierto en los caminos antroposóficos, pero que pueden ser fundamentadas completamente por la filosofía y la fisiología. El espacio que me puedo permitir en este libro, por supuesto, no es suficiente para tal fundamentación. Espero presentarla en un próximo libro. Sin embargo, creo que quien sea capaz de comprender correctamente los hallazgos actuales de la fisiología y la psicología encontrará bien fundamentado lo que voy a decir sobre la memoria.

Las imágenes mentales estimuladas por las impresiones sensoriales entran en el reino de la experiencia humana inconsciente. Desde allí, estas imágenes pueden ser recuperadas y recordadas. Las imágenes mentales son de naturaleza puramente anímica, pero la conciencia de ellas en la vida cotidiana de vigilia depende del cuerpo. Además, el alma ligada al cuerpo no puede, mediante sus propias fuerzas, sacar estas imágenes de su estado inconsciente a uno consciente. Para ello, el alma necesita las fuerzas del cuerpo. En la memoria ordinaria, el cuerpo debe estar activo, al igual que debe estar activo para que surjan imágenes sensoriales en los procesos de los órganos sensoriales. Para que yo pueda ver un suceso perceptible por los sentidos, primero debe desarrollarse una actividad corporal dentro de los órganos sensoriales; producida por ellos, surge una imagen en el alma. Para que yo recuerde tal imagen, debe ocurrir una actividad corporal interna (en órganos delicados), que es el polo opuesto de la actividad sensorial, y como consecuencia, la imagen recordada surge en el alma. Esta imagen está conectada con un suceso perceptible por los sentidos que se presentó ante mi alma en el pasado. Me imagino este acontecimiento a través de una experiencia interior que mi organización corporal hace posible. Ahora, concentrémonos en la naturaleza de esa imagen de la memoria, pues a través de ella podemos captar la naturaleza de las ideas antroposóficas. Estas ideas no son imágenes de la memoria, sino que aparecen en el alma de la misma manera que aparecen las imágenes de la memoria. Esto es una decepción para muchas personas que quisieran adquirir imágenes del mundo espiritual en una forma más sólida. Pero no se puede experimentar el mundo espiritual en una forma más sustancial que aquella en la que, en la memoria, se experimenta un evento pasado perceptible por los sentidos que ya no es visible para nosotros. Ahora bien, esta capacidad de recordar tal evento proviene del poder de nuestra organización corporal. Sin embargo, esta organización no debe desempeñar ningún papel en nuestra experiencia del elemento anímico real. Más bien, el alma debe despertar dentro de sí misma la capacidad de realizar con imágenes mentales lo que el cuerpo realiza con imágenes sensoriales cuando transmite el recuerdo de estas imágenes sensoriales. Estas imágenes mentales, que surgen de las profundidades del alma por el poder de ésta, de la misma manera que las imágenes de la memoria surgen de las profundidades de la naturaleza humana por nuestra organización corporal, son imágenes mentales que se relacionan con el mundo espiritual. Están presentes en cada alma. Lo que se debe adquirir para que nos demos cuenta de su presencia es el poder, puramente a través de la activación de nuestra alma, de hacer surgir estas imágenes mentales desde las profundidades del alma. Así como las imágenes sensoriales recordadas se relacionan con una impresión sensorial pasada, así también estas imágenes mentales se relacionan con una conexión, no presente en el mundo sensorial, del alma con el mundo espiritual.El alma humana se encuentra con el mundo espiritual en la misma relación que una persona ordinariamente se encuentra con una realidad olvidada; y el alma llega a conocer este mundo cuando despierta dentro de sí fuerzas que son similares a las fuerzas corporales que sirven a la memoria.

El punto esencial, por tanto, en la justificación filosófica de las ideas sobre el verdadero elemento del alma, es investigar nuestra vida interior de tal manera que encontremos dentro de ella una actividad que sea puramente de naturaleza anímica pero que, sin embargo, en cierto sentido sea similar a la actividad que se desarrolla al recordar.

Una segunda forma de formar un concepto de un elemento puramente anímico es la siguiente: podemos centrarnos en los hallazgos de la antropología cuando observa a una persona ejerciendo su voluntad (actuando). Para empezar, la imagen mental de la acción subyace al impulso volitivo previsto. Se sabe fisiológicamente que esta imagen mental depende de la organización corporal (el sistema nervioso). Un matiz de sentimiento, un sentimiento de simpatía con lo que se representa, está conectado con la imagen mental y hace que la imagen mental proporcione el impulso para la acción. Pero entonces la experiencia anímica se pierde en las profundidades y sólo el resultado surge de nuevo conscientemente. El ser humano ve cómo mueve su cuerpo para realizar lo que ha imaginado. (Th. Ziehen ha presentado todo esto con particular claridad en su psicología fisiológica.)

De esto se desprende que, cuando se pone en cuestión un acto de voluntad, nuestra vida consciente en imágenes mentales cesa con respecto al elemento intermediario de la voluntad. Lo que se experimenta en el alma como voluntad de una acción realizada por el cuerpo no entra en nuestra vida consciente ordinaria de imágenes mentales. Pero también es evidente que un impulso de voluntad de este tipo se realiza a través de la actividad del cuerpo. Tampoco es difícil reconocer que el alma desarrolla una actividad volitiva cuando, siguiendo leyes lógicas, busca la verdad conectando imágenes mentales entre sí; una actividad volitiva que las leyes fisiológicas no pueden abarcar. De lo contrario, una conexión ilógica de imágenes mentales -o incluso una meramente alógica- no podría distinguirse de una que siga un curso lógicamente legal. (Las afirmaciones diletantes de que la deducción lógica es meramente una característica adquirida por el alma mediante la adaptación al mundo exterior no merecen una consideración seria.) En esta actividad volitiva, que se desarrolla puramente dentro del alma y que conduce a convicciones lógicamente fundamentadas, podemos ver una impregnación del alma con una actividad puramente espiritual. Nuestra representación mental ordinaria sabe tan poco de lo que ocurre en nuestra voluntad dirigida hacia afuera como lo sabe una persona dormida acerca de sí misma. Pero tampoco somos tan plenamente conscientes de los factores lógicos determinantes por los que formamos nuestras convicciones como del contenido real de nuestras convicciones. Cualquiera que sepa, incluso antropológicamente, cómo observar interiormente, después de todo, en la conciencia ordinaria, puede reconocer la presencia de determinantes lógicos. Se dará cuenta de que el ser humano conoce esta determinación lógica de la misma manera que conoce algo en sueños. Uno está totalmente justificado al declarar la exactitud de la paradoja: la conciencia ordinaria conoce el contenido de sus convicciones; pero sólo sueña la legalidad lógica que vive en la búsqueda de estas convicciones. Podemos ver: en la conciencia ordinaria dormimos a través del elemento de la voluntad cuando desplegamos la voluntad de actuar hacia afuera a través del cuerpo; soñamos a través de nuestra actividad volitiva cuando buscamos convicciones a través del pensamiento. Y, de hecho, sabemos que en este último caso lo que estamos soñando no puede ser de naturaleza corporal, porque entonces las leyes lógicas tendrían que coincidir con las leyes fisiológicas. Si formamos el concepto de una actividad de voluntad que vive en una búsqueda pensante de la verdad, entonces estamos concibiendo algo con verdadero ser anímico.

A partir de estos dos enfoques epistemológicos del concepto de ser anímico real en un sentido antroposófico (también son posibles otros enfoques), podemos ver cuán alejado está este ser anímico esencial de cualquier actividad anímica anormal, como estados visionarios, alucinatorios o mediúmnicos. Porque la fuente de todas esas anormalidades debe buscarse en el reino fisiológico. Sin embargo, el elemento anímico descrito por la antroposofía no sólo es del mismo tipo que el que nuestra alma experimenta en la conciencia normal y sana; dentro de la conciencia plena de vigilia de la representación mental, también podemos experimentar este elemento anímico de una manera similar a la de recordar eventos pasados ​​en nuestra vida, o de llegar a convicciones que están determinadas lógicamente. De esto podemos ver claramente que la experiencia cognitiva de la antroposofía sigue su curso en representaciones mentales que conservan el carácter de la conciencia ordinaria, que está dotada de realidad del mundo exterior; y a esta conciencia ordinaria la antroposofía agrega capacidades que conducen al reino espiritual; Todo lo que es de naturaleza visionaria y alucinatoria, por otra parte, vive en una conciencia que no añade nada a nuestra conciencia ordinaria, sino que le quita capacidades, haciendo que nuestro estado de conciencia se hunda por debajo del nivel presente en la percepción sensorial consciente. Para aquellos lectores que saben lo que he escrito en otros libros sobre la memoria y el recuerdo, me gustaría añadir lo siguiente: las imágenes mentales que han entrado en nuestro inconsciente y pueden recordarse más tarde se encuentran -como imágenes mentales durante el tiempo en que son inconscientes- dentro de esa parte del ser humano que en esos libros se llama el cuerpo vital (cuerpo etérico). Sin embargo, la actividad mediante la cual se recuerdan las imágenes mentales ancladas en el cuerpo vital pertenece al cuerpo físico. Añado este comentario para que aquellos que son rápidos en sacar conclusiones no interpreten como una contradicción lo que de hecho es una distinción exigida por la naturaleza del caso.

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